La sociedad ateniense La educación en Esparta

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LA EDUCACIÓN EN GRECIA
La sociedad ateniense
Como todas las sociedades antiguas, en la sociedad ateniense se distinguen hombres
libres y esclavos. Los hombres libres son los ciudadanos y los metecos.
Los ciudadanos, unos 40.000, son los dueños de las tierras. Gobiernan la ciudad:
forman parte de la Asamblea y acceden a los cargos públicos. Los ciudadanos pobres
reciben dinero para poder ejercer funciones públicas o asistir a espectáculos. Forman
parte del ejército.
Los metecos, unos 70.000, son extranjeros o descendientes de extranjeros. Se
dedican al comercio y la artesanía. No tienen derechos políticos, pero sus bienes están
protegidos. Asisten a fiestas sociales y religiosas. Hacen al servicio militar.
Los esclavos, unos 300.000, son, en su mayoría, prisioneros de guerra. No tienen
ningún derecho y deben trabajar para el Estado.
En Atenas sólo existían escuelas privadas, pagadas por los que acudían a ellas. El
estado dejaba la educación en manos de los particulares; sin embargo, proporcionaba a
los ciudadanos gimnasios públicos y gratuitos.
Siguiendo los consejos de los filósofos Platón y Aristóteles, los niños jugaban
libremente hasta los seis años. A los siete años los conducen a la escuela. Allí aprenden:
lectura, escritura y dibujo por su utilidad práctica; gimnasia como un medio de cultivar el
cuerpo y de conseguir preparación física; música como un medio de cultivar el espíritu y
de ocupar el tiempo libre.
Toda la educación de la mujer ateniense puede resumirse en una frase: "La mujer
sabia debe permanecer encerrada en casa". Ni asisten a la escuela, ni reciben
preparación física. Su única preparación consiste en aprender a cocinar y a tejer.
Excepcionalmente, y con el permiso del padre, las mujeres reciben clases de aritmética,
lectura y música que la madre o la abuela les imparten en la propia casa.
La mujer ateniense no tiene ningún derecho.
La educación en Esparta
Esparta representa, ante todo, la educación por el Estado y para el Estado. Todo
ciudadano pertenece a la patria y ésta los forma según sus necesidades y según el bien
común.
Unos días después de su nacimiento, los niños varones eran presentados ante el
Consejo de Ancianos y ante el Senado Mayor que decidían la suerte del pequeño según su
constitución corporal; los débiles, raquíticos o deformes eran condenados a muerte y
lanzados desde la cima del monte Taijeto; los robustos permanecían con su familia hasta
los 7 años, edad en la que pasaban a pertenecer al estado hasta su muerte.
A partir de los 7 años comenzaba la educación pública obligatoria en escuelas del
Estado. Los niños estaban clasificados en batallones cuyos jefes eran elegidos de entre
antiguos alumnos con edades comprendidas entre los 20 y 30 años.
De siete a once años se les consideraba niños; de once a quince, muchachos; de
quince a dieciocho recibían una preparación intensa para ingresar como alumnos y, a los
dieciocho, se les consideraba ya formados.
Hasta los treinta años vivían en el cuartel, donde eran sometidos a un duro y
continuo adiestramiento en las armas y las tácticas militares hasta convertirlos en
verdaderos guerreros.
El entrenamiento consistía en carreras, lanzamientos de jabalina y disco, saltos y
pugilato, que consistía en golpear al adversario únicamente con los puños. Alternaban
estos ejercicios con sus prácticas militares y con la caza.
Tanto en invierno como en verano iban descalzos y vestidos con un único manto
ligero. Dormían sobre juncos que ellos mismos arrancaban en la orilla del río. El alimento
era escaso y les estaba permitido abastecerse mediante el hurto para practicar la
astucia.
Toda la educación iba dirigida a endurecer el cuerpo y habituarse a soportar el
sufrimiento sin quejarse, a no abatirse ante las adversidades y hacer frente con valentía
a cualquier situación peligrosa.
A los treinta años ya podían formar parte de la Asamblea Popular y formar una
familia.
Al contrario que en Atenas, la mujer espartana disfrutaba de una relativa libertad
y autonomía. Desde niñas recibían una educación parecida a la que recibían los varones,
entrenándose en gimnasia, música y otras actividades físicas como carreras, lanzamiento
de disco, tiro con arco y lucha; se las alimentaba bien para que tuvieran buena salud y se
las preparaba para ocupar un lugar central en la sociedad espartana: el de ser madres de
los futuros soldados.
Las mujeres espartanas no podían participar de los órganos de gobierno, ni acceder
a cargos públicos, ni intervenir en las reuniones de los hombres, ni en el ejército, pero
tampoco estaban obligadas a las labores domésticas, para las cuales contaban con
esclavas.
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