Papeles recogidos - Actividad Cultural del Banco de la República

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Papeles recogidos.
Segunda edición
corregida y aumentada.
BOGOTA
Casa editorial
de Arboleda. & Va.lencia..
MOMXV
.. - - -,-- --'-'-
---
BANCO DE LA REPUBLlCA
Bl8LIOTECA lUIS.ANGEl
ARANGO
CATALOGACION
A mi querido y buen hermano
el doclor José Manuel
Goenaga.
PREF ACION
Después de largos años vuelve a imprimirse esta humilde colección de artículos cuyo título de Papeles Recogidos responde puntualmente a la verdad,
pues fueron todos ellos publicados en
diferentes periódicos, ya de provincias,
ya de la capital, ya uno que otro en
revistas de fuéra del país. La primera
edición, hecha muy nítidamente en Bogotá, sólo fue de treinta ejemplares que,
naturalmente, no fueron dados a la venta sino repartidos entre parientes y amigos. De esta segunda edición se hace
una tirada algo más copiosa, que tam-
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poco será dada a la venta porque el autor juzga que seda una verdadera exacción ir a exigirle dinero al público sin
que éste reciba nada en cambio: en
efecto, estos endebles Papeles Recogidos no valen nada absolutamente.
Varios de los articulejos de la primera edición han sido suprimidos en
ésta sin vacilación ninguna, aunque no
sin pena por el amor que todo padre tiene a sus hijos siquiera sean éstos desmedrados o tontos; pero se ha creído
que lo que podía tolerarse en un joven
de veinte a treinta años, es inadmisible
en un hombre maduro, y el tono de los
artículos inmolados carecía de seriedad.
Ellos llevaban estos títulos que se inscriben aqui como un recuerdo: En un
Album, Causa Criminal, De mentirijil/as, Cosas de Par/s, Un plagio .... en
Cotopriz. En cambio, la colección se ve
aumentada
con otras producciones,
si
····7-
insignificantes como de quien son, por
lo menos serenas y hasta graves como
las que se refieren al doloroso episodio
que se conoce en nuestra historia con
el nombre de «secesión del Istmo».
¿Un libro más? dirá algún lector desconfiado o desdeñoso. Y no es improcedente la pregunta si recordamos que
a Mr. Gladstone en los últimos años
de su vida le preocupaba a veces la
cuestión de saber en dónde se colocarian los libros en las casas, considerándolos ya como un elemento invasor irresistible; o si recordamos la expresión
que se le escapó a Lord Roseberry pocos años há, al entrar en la Biblioteca
de Aberdeen: i What a cemetery 01
books! ¡Qué cementerio de libros! A la
verdad no vale la pena de escribir y
más escribir para que los frutos de tánta ingente labor paren en los anaqueles de una librería, sin que el público
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se preocupe poco ni mucho de ellos.
Bien que a esto podría observarse con
algún periodista anglo-sajón, que si se
entrega al brazo secular la producción
de libros que se crea superflua, se correría el riesgo de que se perdieran las
obras de autores que, poco o nada estimadas en una época, recobran o adquieren prestigio en otras, tales, por
ejemplo, las de Charles Lamb y WiIliam Hazzlitt, célebres ensayistas ingleses; yeso que no decimos nada de los
dioses mayores como Cervantes y Shakespeare. Y también podría decirse que
no faltan de tiempo en tiempo gentes
que voluntariamente les prendan fuego
a ilustres colecciones de libros, como
el Califa Ornar a la Biblioteca de Alejandría en la Edad Media, y en estos
días nuéstros, los ejércitos alemanes a
la de Lovaina. Esas magnas destrucciones de libros impresos o manuscri-
-
l/
-
tos equivalen a las siegas de vidas que
hacen las epidemias y las guerras y que
le ponen coto al r.recimiento alarmante
e imprudente, según los economistas,
de la población. Y basta de inútiles digresiones y radotages a propósito de la
impresión de un tomito que no alcanzará a merecer los honores de la publicidad. El autor quedará muy satisfecho con que dentro de algunos lustros
algún lector curioso que tropiece por
ahí con el volumen sepa cómo se viajaba por la Sierra Nevada de Santa Marta hace veinte años, o cómo se hacia
a fines del siglo XIX, en una provincia
colombiana, la romería de Perebere, la
cual murió, como si hubiera sido un
combatiente de Peralonso o de Carazúa,
en la guerra de los tres años (18991902): ya sólo constituye un amable
recuerdo.
-10-
El autor les da las gracias a los que
han reproducido varios de los artículos
que van en esta serie, entre otros, Vein-
te años después, En el 20 de julio, Rafael Pamba y los referentes a Panamá.
También les debe su gratitud a distinguidos escritores que, con motivo de la
primera edición del librito, se dignaron hablar de él con inmerecidos elogios (1). Sirvele tal vez de disculpa a tan
excesiva benevolencia la circunstancia
de que en estas cosas de crítica literaria, la amistad está por cima de la justicia, y la consideración de que el autor
de Papeles Recogidos siempre mostró
respeto por los fueros y pragmáticas de
la lengua castellana en punto de claridad y anhelos de corrección.
(1) Entre ellos don Rafael M. Merchán, muerto ailos
há, y el doctor José Gnecco Laborde. Presidente hoy de
la Sala de Negocios Generales de la Corte Suprema.
---
11
--
Para terminar, manifestamos sinceramente que no se nos escapa que cualquiera que tenga tiempo bastante que
perder hojeando estas humildes páginas, puede hacerse la reflexión de que
si el autor mismo juzga sin valor ninguno, de notoria insignificancia, lo que
va aquí adentro, entonces, ¿a qué dar
a la estampa esta obrilla y gastarse por
contera algunos buenos duros de legítima moneda? Tiene razÓn de sobra
ese lector; el autor está plenamente de
acuerdo con él; sMo que, como decía
aquel peregrino ingenio francés, muerto en los comienzos de la guerra europea, el espiri tual Jules Lemaitre, «el
derecho más precioso de un hombre libre es el de cometer una tontería», y
el autor de los Papeles Recogidos ejercita a sabiendas ese derecho imprescriptible, para hablar como los revolucionarios de 1789.
Bogotá, septiembre de 1915.
l'or iSI)orar el idioma ....
(HISTÓRICO)
Mi amigo Orozco se sentÓ en el sillÓn que le ofrecía, cruzó la pierna, chupó el cigarro que fumaba, y me refiriÓ
lo que sigue:
Aquí en Colombia no exíste el servicio militar obligatorio,
que es pesada
carga para muchos países europeos. Seguramente es porque no tenemos nosotros necesidad de estimular o hacer
que nazca el valor, dote ingénita de
nuestro pueblo y raza; porque siempre
que la defensa de nuestros principios
-
14 ---
nos obliga a pelear por ellos, cada cual
deja sus ocupaciones y corre con gusto a empuñar el arma y a responder a
la lista de los campamentos.
A pesar de que yo era entonces lo
que se llama un muchacho, se despertaron en mí los instintos guerreros cuando, después de muchas vacilaciones debidas a inconvenientes materiales, en
cuya enumeración no he de entrar ahora, se dio la orden del pronunciamiento en la provincia de Padilla, allá en
febrero de ]877. La revolución iba contra el Gobierno de don Aquilea Parra,
quien, por sus medidas gubernamentales, se había tal vez empeñado en hacer que sus adversarios nos levantásemos en armas pro aris el ¡oeis. En Riohacha se dio el primer grito de insurrección el 9 de febrero del año citado.
Me acuerdo como ahora: andaba yo con
una peinilla de rémington, única arma
--
15 ---
que había podido conseguir, y muchos
compañeros míos estaban en igual caso. Pero ¿ qué importaba?
La población riohachera, partidaria de la revolución casi en su totalidad, se echó ese
día, aunque mal armada, a la calle, y
con el brío que la ha distinguido siempre en achaques bélicos, puso pronto
en precipítada fuga, y, gracias a Dios,
sin derramamiento de sangre, el corto
destacamento que en la ciudad sostenía el orden de cosas legítimo.
Poco tiempo después, en marzo, llegó a nuestras costas la invasión gobiernista al mando del General Fernando
Ponce. Tuvimos que retiramos al vecino territorio de la Goajira, y allí vino a reunirse con nosotros el grueso
de nuestras fuerzas a las inmediatas
órdenes del General Felipe Farías, jefe
del movimiento insurreccional.
Algunos días estuvimos sin venimos a las
-
ló
-"
manos; pero el 16 de abril de ese año,
infausto para la causa regeneradora, como a las doce y media de la mañana,
se comenzÓ la batalla de Piyaurichón.
El General Ponce ocupaba la orilla izquierda del Ranchería, y atacaba; nosotros ocupábamos la derecha y nos defendíamos. No fue al principio la intención de nuestro experto jefe generalizar
la acción, pero habiendo notado que su
ejército se batía con entusiasmo y valor, decidió jugar allí mismo el todo por
el todo. Nos fue adversa la fortuna, pero
no porque no hubiésemos hecho lo humanamente posible por fijarla de nuestro lado. Iguales, poco más o menos,
en número los ejércitos contendores, a
las cuatro de la tarde nuestras escasas
municiones se habían agotado, el enemigo forzó uno de los pasos del río, y
quedó cortada nuestra ala derecha, que
combatió heroicamente. No, nosotros
17
-
no tuvimos un Oesaix que ganase ese
Marengo, y nos retirámos sin precipitaciÓn, y sin ser perseguidos,
del campo de batalla, por una y otra parte tan
ardientemente
disputado. Nuestras pérdidas fueron sensibles, pero más aún
lo fueron las del vencedor.
El General Farías disolvió su ejército pocos días después de nuestro inmerecido descalabro,
y sólo unos pocos
hombres (doscientos a lo sumo) permanecimos rodeando al General en Gi.iincúa, célebre llanura donde el año de
1862 el General José María Vieco y el
doctor José Manuel Goenaga, sostenedores del Gobierno de la ConfederaciÓn, tuvieron la osadía, legendaria en
estas regiones, de aceptar batalla con
unos cien combatientes
a los mil y tantos con que los perseguía
el General
Louis Hcrrera, quedando
indecisa la
victoria, después de rudo combate.
-
lB-
Los días que alli vívímos fueron de
una vida absolutamente primitiva y selvática. Personalmente teníamos que cuidar de nuestras cabalgaduras y de nuestra ropa. Yo iba al b09que, y con una
hacha me procuraba la leña necesaria
para preparar la rústica comida, en cuyo aderezo se entendía un amigo, transformado en hábil cocinero de la noche a
la mañana. Donde sospechábamos que
alguno de nuestros camaradas estaba
arreglando algo inusitado en materia
culinaria, allí caíamos impensadamente,
y había que compartir con nosotros el
envidiado plato nuevo.
No se crea que no había aventuras
qué correr; las había, pero era eso difícil y arriesgado. Teníamos en cuenta,
con prudencia suma, que con las hermosas indígenas que pueblan la Ooajira no se puede jugar impunemente,
porque pronto los parientes exigen que
--
las
J
l)
.
compren. Si son personas
principales,
hijas
o sobrinas
o caporales,
ques
de gozar
americanas
nuestra
tanto
ra gastar
hacía
SllS
bolsillos,
buenos
Los indios
recordar
las escenas
sequian
ranchos
con lo que tienen,
para ellos personas
peque
bíblicas
salvo,
de todas
día que se les mete
de
dis-
de paja y nos oby somos
tan sagradas
coms si fuéramos
romanos,
el grato
Ponen a nuestra
SllS
con creces
nues-
dan una hospitalidad
la vida patriarcal.
nas
estaban
preciosos.
posición
violables
no pa-
que desconocían,
tiempos,
so de los metales
hace
pobres,
pero en
de derrotados,
poco ni mucho
tros limpios
el dede esas
si son
esa felicidad,
condicion
mu-
para adquirir
de los favores
auténticas;
no cuesta
y
de caci-
hay que gastar
chas mulas y vacas
recho
nobles
eso
sus
ya
e in-
otros tribusí, cobrarse
bondades
en la cabeza
el
ha-
-
20 .
cernos una visita en la ciudad. Vivíamos nosotros en uno de los mejores
bohíos de la rancbcría de Fernando, señor muy respetable y temido en la península entera, en casa de una sobrina
suya, que respondía al poco poético
nombre de Si mona, con que la dotó su
padrino el dia que la sacó de pila. Era
casi viuda, puesto que estaba divorciada de su marido, el cual creyó encontrar en la conducta de su joven costilla bastante que desear en punto de fidelidad conyugal. La repudió por ese
no despreciable motivo, y reclamó los
numerosos ganados que había dado por
ella, los cuales, atendida la causa del
reclamo, le fueron religiosamente devueltos. Aunque juraba y perjuraba la
niña (algunos diez y seis años tendría)
que el honor de su enojado dueño estaba íncólume y más blanco que el armiño, no le quedó otro recurso que vol-
:!!
ver al lado
Como
de su madre
tan hospitalaria
cidos,
y de su tío.
era rica y generosa,
se mostrÓ
con nosotros
los ven-
con los que por entonces
díamos
darle
ran muchos
nada,
que ya se quísiey civilizados
cristianos
tan caritativos
no po-
como aquella
pagana
ser
en-
cantadora.
¿ Encantadora?
j Oh! ciertamente
lo era: no tenía feo sino el nombre.
una
mujer
bien modelada,
y de suave,
helto,
cabellera.
llevan sus
de talle
pulseras,
civilizadas
ella llevaba
sartas
lucían en la cin-
tura, en el cuello y en la garganta
pie. No gastaba,
en el rostro
que
dejaba
por
el ardor
breves
del
como sus conterráneas,
el color
de la bija, sino
ver su cutis
del sol.
y bien formados
de finísima
es-
y negra
perfu mada
Donde las mujeres
de coral, que asimismo
que
Era
algo
tostada
Poníase
pies
piel de cabra,
en los
sandalias
atadas
con
22 ---
cordones de roja seda. Era una gloria
veda cuando la fresca brisa de la pampa inflaba por las tardes su blanco manto talar, semejante al que se nos dice
que usaban las damas romanas: parecía que fuera un ángel dispuesto a encumbrarse en la región del cielo. Entreteníase largas horas en contemplar
su peregrina hermosura en un espejito,
dón gracioso de un viajero venezolano.
Era Simona por todo extremo pulcra,
y en señalar sus limpios y torneados
brazos mostraba especial complacencia
e inocente coquetería.
No era, pues, extraño que el campamento íntegro, jóvenes y viejos, se hubiesen prendado de aquel espléndido
ejemplar de la belleza indígena del continente. Todos suspirábamos por la simpática goajira; yo la ayudaba muchas
veces a ordeñar sus vacas mugidoras;
y no me atrevo a jurar que al mismí-
23
-
sima jefe conservador no le hubiesen
causad,) grata impresión el expresivo
mirar de Si mona y el blanquear de sus
dientes, que (aunque sea figura fósil)
es preciso decir que eran hileras de
perlas cándidas como las que se pescan en el sonoro mar que baña la península.
En todas estas cosas andábamos entretenidos cuando, en una tarde de fines de abril, se presentaron los señores J. L. Y D. P., de regreso de su viaje
a Norteamérica, a donde habian ido a
conseguir armas y municiones, las cuales estaban a bordo del buque que los
habia traído, anclado a la sazón en el
puerto del Cabo de la Vela. Inmediatamente resolvió el jefe marchar a poner en salvo el valioso parque; y comoquiera que ese viaje, a pie, de GOincúa al Cabo, de muchas leguas, por en
medio de pampas abrasadas por un sol
-
24 - -
pródigo en insolaciones, no me inspiraba -grandes simpatías, obtuve permiso para quedarme en el campamento
con otros paces compañeros.
Al alegre bullicio de los juguetones
camaradas sucedió un silencio melancólico, bien que para mí no tanto, porque la presencia de Simona dulcificaba el pesar causado por la separación
de seres queridos.
La tarde del día en que se fue el
ejército, a la hora del crepúsculo, espléndido en estas latitudes, sentado yo
en un cuero de res, se me acercó la
india, y mirándome en los ojos, con
dulce voz me dijo algunas palabras en
su armonioso dialecto. Me quedé como a quien le hablan en griego, porque aun cuando yo sabía pedir de comer en goajiro, de otras cosas no comprendía ni una sílaba. Y luégo que no
me imaginaba tampoco qué me quería
decir aquella muchacha. Debi de hacer
un gesto de desesperaciÚn
por mi ignorancia, porque la india se alej(í riéndose de mi, después de convencerse de
que me había quedado en ayunas. Me
puse a buscar con afán algÚn amigo
que me descifrara las palabras que me
había dicho y que tenía grabadas
en
la memoria. Nada; mi mala estrella hizo que no encontrara
a nadie que me
alumbrase en esa ohscuridad
e incertidumbre de mi espíritu. Pasé una noche agitada, soñando tonterías, y por
la maiiana hallé al fin quien me dijese
lo que significaban
las misteriosas palabras. iDemonios! la india me hahia
dicho que si yo quería ser. ... su marido!
Aunque la propuesta era inesperada, no
reflexioné, sino que me precipité al rancho y le dije, como Dius me dio él entender, que yo aceptaha con alma. vida
y corazón aquel enlace, que estaba con-
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26 --
tentísimo, feliz, etc., etc., de todo lo cual
pareció quedar bastante satisfecha. ¡Dios
mío, qué horizontes tan nuevos! ¡qué
perspectivas tan risueñas y halagadoras! ¡qué sueños tan deliciosos! Pero
no hubo nada. Después resulta cualquiera diciendo que no existe el hado,
el sino. Como que se metió el mismo
Satanás a impedir mi ventura. Porque
ese mismo día se les antojó a Correoso y a Luis A. Robles asomar en la
llanura en persecución nuestra. Tuvimos que emprender una marcha más
que precipitada, so pena de quedar prisioneros de los liberales. Nos dispersámos. Precipitáronse los acontecimientos. Vino la noticia de la rendición de
Manizales, del fin de la guerra, del vencimiento de nuestro partido, del derrumbe de nuestras esperanzas y de nuestras ilusiones. Tuve que irme a la ciudad, al lado de mi madre, y hasta la
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hora en que
refiero
esto
a ver a la heroína
Muchas
picios
veces, en los momentos
para
memoria
los ensueños,
un período
detiene
no he vuelto
de mi historia.
con placer
de diez años
de una hermosa
muchacha,
que,
mente
con
dulzura,
tiernos
Sin
embargo,
do el deseo
me dice
mal
sabe
de Simona,
con
ballo, ceñida la
que
por
si realizan-
en vez de esy foco de cul-
centro
esta
me encontrara,
la Goajira;
de
fija-
armonioso:
no hay
tura, relatándote
la tarde,
ojos,
Quién
tar en una ciudad,
herbosas
y se
ser mi marido?
bien no venga.
las
vestida
mirándome
en un dialecto
¿ Quieres
mi
en la contemplación
extraña
manera
pro-
desanda
verídica
historia,
ora jinete en brioso
ca-
tequiara
corriendo
por
praderas
de
a la caída
de
y ardientes
ora sentado,
envuelto
1. Especie de l:orona
1,
en mi ancho
ropaje,
usada pc,r lo:; indios goajiros.
-
25 --
alIado de aquella dulce autóctona, oyendo hablar goajiro a algunos indiecitos
y tomando espesa leche, ordeñada ahí
mismo, escuchando el berrido melancólico de los terneros. Vida sedentaria
o nÓmade, ciertamente apetecible .... para otros!
1886.
~afael Celedól).
En la vilIa de San Juan de Cesar,
que tan funesto renombre ha adquirido desde! 875, naciÓ en 1833 don Rafael CeledÓn.
Pas(í alIí apaciblemente,
al lado de
su respetable familia, los primeros años
de su vida. Su tío, el presbítero
don
Agustín Ce1edÓn, notando la clara inteligencia y viva imaginaciÓn del joven, resolviÓ enviarlo a esta ciudad a
que estudiase
la jurisprudencia
y la
política. Vino en efecto y estudiÓ esas
materias con el lucimiento y provecho
que eran de esperarse de quien. entre
-
30 -
sus profesores y condiscípulos, se había ganado legítima fama de ser uno
de los más distinguidos estudiantes de
su tiempo.
Concluidos sus estudios regresó a
su hogar. Ha sostenido, y entendemos
que aún sostiene el doctor Celedón,
que para un hombre honrado y buen
católico no hay sino dos maneras de
pasar honestamente la vida: como eclesiástico o como casado. Consecuente
con este modo de pensar que no hemos de discutir, trabajaba el doctor
Celedón por allegar una fortuna con
que poder contraer matrimonio, si Dios
le llamaba por ese lado, al propio tiempo que dedicaba sus horas de vagar
al estudio de la Teología y de la Escritura, previendo el caso de que tuviera que ser Ministro del Altar.
La terrible guerra de 1860 estalló.
El doctor Celedón se encontró, como
'>1
era natural y como ya se había encontrado en 1854, en medio de los defensores de la buena causa, y tuvo el honor de derramar por ella su sangre.
La guerra feroz que en el Magdalena
hizo el vencedor y que no respetó ni
vidas ni haciendas, dcjóle en la miseria, pues el enemigo se apoderó de los
pocos bienes que el doctor Celed(in había reunido a costa de perseverante
trabajo.
A Lima fue a dar huyendo de las
persecuciones de sus enemigos, y en
esa ciudad resolvió adoptar el estado
a que por la Providencia se creyó destinado. Refrescó en el colegio de Santo Toribio sus estudios teológicos, y
apenas de vuelta al seno de la patria
recibió de manos del I1ustrisimo señor
Obispo de Panamá la consagración sacerdotal
-
32
-
Reclamólo con instancia el prelado
de su diócesis, y en el Magdalena sirvió primero el curato de Fonseca y luégo el de Riohacha. Estando en esta
ciudad concibió y puso por obra la
idea de catpquizar a los indigenas que
pueblan la Península Goajira, a los
cuales no pudieron, por más que lo intentaron, reducir a la vida civilizada
los colonizadores españoles.
El doctor Celedón hizo cuanto pudo
para obtener un buen resultado en su
noble propósito: bautizó a millares de
indígenas, predicó el Evangelio en el
dialecto goajiro, edificó una iglesita en
Marahuyén. Por último, solicitó del Gobierno colombiano un auxilio para poder continuar su tarea; y a pesar de
los esfuerzos delllustrisimo señor Obispo de Santamarta y del abnegado misionero, el Congreso de aquel año negó lo que ellos le pedían, desatendien-
»
do de esta suerte los intereses
de la
civilizaciÚn.
Quiso el doctor Romero utilizar las
eminentes dotes de institutor que adornan al doctor CeledÚn y le llamó a
Santamarta
en 1877 para confiarle el
rectorado
de! Seminario
conciliar
de
la diócesis. Poco después fue nombrado para la dignidad
de Deán de la
Catedral.
Cinco atlos pasó en la capital del Magdalena, y al cabo, gastadas
sus fuerzas y casi arruinado su cuerpo,
emprendió
viaje a los Estados Unidos
de Norteamérica
a efecto de restaurar
su salud. Pasó luégo a la isla de Santo Domingo, donde residiÓ cerca de un
año sirviendo
la parroquia
del Santo
Cerro, lugar que, según la tradición,
escogió para levantar una cruz el dcs,:ubridor de América. Después
partió
el doctor Celedón al viejo mundo, y
en Roma tuvo la inmensa satisfacción
3
--
)4
--
de ser recibido por León XIII y por el
Cardenal jacobini con las consideraciones que se merece un benemérito de
la causa de la Iglesia.
Ha regresado ya al pais, y de nucva se encuentra consagrado en Santamarta a la delicada labor de formar
buenos eclesiásticos para aquella región de la República, que tan necesitada está de ellos.
Bien ha podido ser el doctor Celedón Obispo de alguna de las diócesis
colombianas. Su extremada modestia
hácele creer que no es digno de tal
honor, olvidándose, sin duda, de que
otros sacerdotes a quienes él no les
va en zaga ciñen dignamente la mitra.
11
Ya desde el colegio habiase conquistado el doctor Celedón brillante reputación de inspirado poeta. En su pe-
.)5
cho reinan, después de Dios y de la
Iglesia, las Musas, las cuales, agradecidas, sin duda, de cariño tan puro,
han recompensado a su tenaz amador
con una inspiración inextinguible. Innumerables son las composiciones poéticas del ilustre sacerdote, conocidas
y bien apreciadas la mayor parte de
ellas del público colombiano. De la época de su juventud gozan merecida fama Nuestros Mártires y el canto Al Salto de Tequendama. De su segunda época sólo tenemos que recordar, para
que el lector no se canse de largas
enumeraciones, la delicadísima oda A
la Asunción de Nuestra Señora, que
La juventud Católica de Bogotá premió con medalla de oro en público certamen. Muchos de sus versos han alcanzado los honores de la reproducción en respetables periódicos de España y de varias repúblicas surame-
36 --
ricanas. Hizo publicar en París, años
atrás, un bello Rosario poético, y últimamente de las prensas de Silvestre
y c.a ha salido un extenso poema en
octava rima, original de nuestro poeta, obra completa, de gran mérito literario e histórico, de la cual ha hablado, con autoridad irrecusable en estas materias, el Secretario de la Academia Colombiana en la reseña leída
en la junta inaugural del 6 de agosto.
El poema tiene el título de Pío IX y
el Concilio Vaticano. El doctor Celedón es individuo de la Academia en
clase de correspondiente.
En el Magdalena siempre que ha habido algún enemigo de la Iglesia Católica que ha dado a conocer sus opiniones por la prensa, el doctor Celedón
ha bajado inmediatamente al campo y
combatido briosamente al adversario.
De estudiante publicó en Bogotá una
)7
-
refutación de Bentham. Ha sido colahoradar asiduo e inteligente de La Caridad, a cuyo venerable redactor profesa el doctor Celedón vivo y respetuoso afecto.
En todo el curso de su meritisima
vida don Rafael Celedón ha cumplido
aquella hermosa obra de misericordia:
enseñar al que no sabe. De sus trabajos de institutor son frutos un Tratado de Algebra y otro de Teneduría de
Libros. Tiene inédita una Gramática
de la lengua. Dedicado al estudio de
los dialectos indígenas, ha publicado
dos excelentes gramáticas, goajira la
una y arhuaca la otra. Durante su estancia en Nueva York un muy respetable periódico de allí publicó, vertidos
al inglés y con muchos elogios, varios
artículos religiosos del dístinguido escritor y polemista católico.
-- J8
-
1II
Por lo que antecede se ve que la
vida del doctor Celedón no ha podido ser más llena ni más útil.
Como particular la existencia que
lleva es modelo de buen vivir. Su caridad es inagotable; su conducta, de
un santo; su trato, afable y cariñoso;
su carácter, enérgico y severo.
De regular estatura, delgado de cuerpo, de cabello abundante ya entrecano, de frente iluminada y ojos negros
y vivísimos, de facciones finas, la figura del sacerdote magdalenés es grandemente simpática y distinguida.
Conocedores a fondo de sus grandes méritos, nosotros le admiramos sinceramente. Amigos y discípulos agradecidos suyos, le respetamos y le queremos. De aquella admiración y de es-
te respeto y afecto son débil prueba
las líneas que, para bosquejar su hermosa vida, nos hemos, a toda prisa,
atrevido a escribir.
Bogotá, septiembre
:>':OTA.-Este
buceto,
10 de 1886.
en extremo
crito al correr
de la pluma
célebre
anista
columbianu
hlIcado
por éste
don
Papel
en el famoso
1886 junto
con un buen
al boceto
ubispo
de Sa;Jtamarta
al finado
doctor
cic', en diciembre
En
un
¡:io prelado.
Rumeru.
pastoral.
magnífico
en la catedral
de
fue preconizad
(diciembre
Perivdico
de Santamarta
lIus/ra-
Celedún.
Con pos-
u el ductor
Celedúo
de 1891) para
suceder
El doctor
Su muerte
mausoleo
del
y pu-
Crdaneta,
al LO de octubre de
de 1902, en La Cruz,
lia, en una visita
tu
Jusé
retrato
fue es-
exigencias
Alberto
do, en e\ nÚmero correspondiente
terioridad
deficiente,
por amables
provincia
falle-
de Oca-
fue la de un san-
levantado
reposan
Celedún
por la Nación
los restos
del egre-
Vixit.
Aún me parece verle y oírle deseándome completa felicidad en el largo viaje que iba a emprender. No hace de
eso dos años todavía. Sin duda que me
habría mostrado incrédulo si entonces
alguno me hubiese asegurado que en
menos de veinticuatro meses aquel que
allí, en el puente de un vapor, me daba el abrazo de la despedida, había de
estar hoy helado por el contacto de la
implacable muerte. ¿ Cómo creer, ni
imaginar siquiera, que principiando apenas el camino de la vida, ha de caer
inerte y frío un hombre de robusto y
casi hercúleo cuerpo y de espíritu vigoroso? Y, sin embargo, así ha sido
por más duro y triste que parezca y
41
sea. Y aun cuando contra la terrible
realidad !la queda otro remedio que una
cristiana resignación, no se puede menos que extrañar la desaparición
de
personas que por ley natural han debido vivir mucho más tiempo del que
vivieron sable el haz de la tierra. Porque si natural y lógico es que, cumplida una misión, llenada una existencia, desaparezcamos
de la escena de la
vida, asi es ilógico e inesperado
que,
no llegada aún a la edad qve según el
poeta es de «amargos desengailos», ruede en el polvo de la huesa, herida por
el invisible rayo de muerte prematura,
una existcncia en quien estaban vinculadas la felicidad de la csposa y la suerte de los tiernos hijos. En estos casos
de pesadumbre
inefable, viénele a uno
involuntariamente
a la memoria, como
lenitivo del dolor, aquella expresión del
vate griego: El amado de los dioses
muere joven.
-
42--
Nació en la ciudad de Santa Marta,
pero se había establecido en la de Riohacha, y la amaba como cualquiera ahí
nacido y criado pudiera hacerlo. La
muerte le ha sorprendido cuando aún
no había cumplido treinta años, y es
ella pérdida irreparable para su familia y amigos, al propio tiempo que pérdida notable para aquella sección de
la República. Su nombre, puesto al pie
de muchas poesías, no era ya ignorado en Colombia, y si más tiempo viviera y más tiempo consagrara a la meditación y al estudio, se habría seguramente conquistado un lugar distinguido entre los cultivadores de las letras.
Habría debido de ser su inspiración
alta y vigorosa sí la hubiésemos de
juzgar como armónica con su atlética
estatura y su mirada audaz esgrimida
como acerado puñal por sus ojos de
4)
-
color extraño. No era así, pues sus versos son, por lo general, delicados y
suaves e impregnados de exquisita sensibilidad. La poesia que más me gusta
de las composiciones de Pichón es la
que intituló, si mal no recuerdo, Hoy y
mañana, que publicó el señor Mcrchán
en la Luz, en la cual alude el poeta
transparentemente al estado de felicidad
que había conquistado con su reciente
matrimonio COIl una bella señorita. Gustábanle ~ Pichón sobremanera las comparacior.es y términos marinos, como
que sobre el movible elemento había
pasado buena parte de los primeros
años de su juventud. Tuvo también sus
veleidades por el teatro, y publicó una
comedia en un acto, en la cual, aunque
se nota la inexperiencia propia de la
corta edad del autor, se advierte talento, gran facilidad en la versificaciÓn,
dotes que lo hacían apto a producir,
-
44 -.
con el transcurso del tiempo, alguna obra
de notable mérito. Publicó también una
muestra del Diccionario Geográfico del
Magdalena, trabajo en que ocupaba líltimamente sus horas de vagar, y que
le hubiera dado honra y provecho.
Era Tomás Emilio Pichón de afable
carácter y de trato ameno, servicial en
grado sumo y buen amigo y miembro
de familia. Si errores cometió en su vida, ¿quién no los comete? En'are humanum esto Si defectos tuvo, ¿quién
puede tirar la primera piedra? La perfección no es cosa de este mundo.
No fueron sus opiniones políticas en
los últimos años, las que yo tengo a
honra profesar y sostener. Pero en cuanto a sus creencias religiosas, no veo que
haya por qué suponer que no fueran
en sus últimos momentos las mismas
que todos recibimos en la infancia. Es
de esperarse, por tanto, que su espíri-
4'>
tu inmortal esté en el lugar donde coloca Dios a los que no se apartan de
su ley, mientras que los restos de Tom<Ís Emilio Pichón duermen en humilde cementerio el sueño postrero, recibiendo diariamente
los frescos hesos
del Nordeste y arrullados por las tumultu osas ajas del Atlántico, sobre cuya
indÓcil espalda se meció tántas veces
en vida el malogrado joven!
Bogotá,
1886.
Mayo.
La primavera, poco hermosa en este
año, no ha dejado de llevarse al mundo
mejor un número considerable de persa
nas estimables
y sencillas, que dUermen el sueño de la tumba en nuestro
modesto cementerio, batido constantemente por la cálida brisa o por el fres-
-- 46--
co nordeste. Y los primeros días del
floreciente mayo han traído los altares
de Cruz, y con ellos han hecho su acostumbrada aparición los juegos de prendas, los bulliciosos pasillos y los bailecitos de gentes alegres y bien intencionadas.
La otra noche, acompañados de dos
amigos, en vena de curiosear y ganosos de recordar tiempos que fueron, algo lejanos ya por desgracia, nos echámos a esas calIes de Dios a ver en qué
se divertía y cómo mataba las horas,
en estas c1ásícas noches, el buen pueblo de R**. Parece que debido a los muchos duelos que han afligido recientemente al barrio de Arriba, la calle Ancha y sus colindantes tienen el monopolio de las diversiones de este mayo;
por lo menos, cruces en donde se baile y haya juerga honesta entre hombres y mujeres, nosotros no las hemos
47
-
visto sino en esa ilustre
ciudad intrépida.
En la
que
acabada
su
de esta
Cruz a que
primera
tiene
parte
asiento
fuimos,
en una
de construir,
había
casa
no
un baile-
cito
muy animado
que
treinta y seis oficiales hacían el gas-
to de él.
faltando
y concurrido,
Nosotros
no vamos
a la verdad,
ras pertenecían
a la
como
a decir,
que las bailado-
creme de la creme;
ni que de ellas se pudiera
sar
como
uno expre-
el poeta:
Más blanca que la leche y más hermosa
Que el prado por abril de flores lleno;
pero
no se puede
negar
que así hom-
bres como mujeres
estaban
una furia danzante,
inofensiva
resca.
chacho
¿ Pues no bailaba
de veinte
y pacífico
paisano
mo desbordaba,
poseídos
como
años nuestro
S. P.?
de
y pintoun muantiguo
El entusias-
y suponemos
que
no
-41)
-
hubo desgracia grande ni chica que lamentar, y que si por casualidad alguna lámpara \legó a apagarse, no lo fue
de viva .fuerza, como ha sucedido otras
veces, sino por el sencillísimo motivo
de que no tenia ya más petróleo que
quemar.
Tomámos luégo a mano izquierda,
invenciblemente atraídos por el ruido
apasionado de un acordeón, un tambor
y una guacharaca, atacados, sin duda,
de mal de rabia, según tocaban de fuerte y repetído. Y allí, teniendo por testigo complaciente a la luna, encubridora celeste, que alumbraba con una luz
maravillosa aquella animada escena, se
agitaban \omo poseídas de algún diablillo gozoso y retozón, unas cuantas
parejas populares, al rededor del grupo formado por los músícos, que tocaban un aire de cumbiamba tan vivo
y sensual, que era capaz de enardecer
4<l .
y sacar
de sus
-lado Pi:o
vación
sele
él
casillas
al propio
de La Horqueta.
hicimos,
todo
Una obser-
que tuvo que
bicho
ne-
viviente
ocurrír-
que se arri-
mó por esos lados, y es la de que los
lOmhres
del,
eran casi
y jÓvenes,
rollizos
sugerían
todos
mozos de cory las
el pensamiento
brc ellas
habían
ocupadas
en los apreciables
lavanderas,
pasado
cocineras
mujeres
de que por solucngos
años
oficios
y vendedoras
de
am-
bulantes,
Desp Jés
mo abajo
estaba
nos encaminál110s
de la calle
dentro
y el baile
de una casa
o pasillo
de techo
natural
ma, quc
para
afuera,
La Cruz
minúscula,
sirviéndole
una ceiba
eso prestaba
so y extendido
al extre-
Ancha.
ramaje.
acorcle(')rt los insignes
y Colás
Recof[l'.
opinión,
un hombre
henrosísisu frondo-
Manejaban
el
dilcttan/es Camán
En nuestra
de gusto
humilde
exigente
4
-
50-
en cosas de estética no tenia que Ir a
buscar en esas tierras remotas, porque nada se encontraba aHi que pudiera satisfacer ni a una persona de pocos escrúpulos; al contrario, como decía el malogrado Matacongo. Las polIuelas que bailaban, y bailaban bien,
eran todas de primera pluma, de catorce a diez y seis abriles cuando más.
Los muchachos, todos de gran verbosidad y muy ágiles, aunque bastante
morenitos los unos y las otras. Una
simpática espectadora, de ojos negros
y quemadores, que miraba el baile con
poco disimulada envidia, le gritó a uno
de los chicos que pasaba dando vueltas vertiginosas:
-Mira
tú, ya verás que yo sola no
soy
petaca.
Creemos que esta alusión iba alojo
derecho de la infortunada compañera
del interpelado. Este dio una vuelta
51
más violenta que las otras, y acercándose le dijo a nuestra franca vecina:
¿ Por qué no bailas tú?
-Tengo
luto; is dicir, tiene luto la
casa donde vivo, y me da pena.
Aquí paró ese diálogo, corto y chirle, aunque interesante para nosotros,
que andábamos a caza de expresiones
auténticamente plebeyas.
Entrámos a la casita a ver la Cruz,
y aun cuando quisimos guardar un incógnito riguroso, fuimos inmediatamente reconocidos y obligados cortésmente
a examinar la Cruz y sus adornos. Líbrenos Dios de hablar mal de ella ni
de nadie; pero ingenuamente confesamos que lo que más nos gustó, lo que
nos embriagó casi, fueron las frutas colgadas delante del altar: las ciruelas coloraditas, los amarillos mangos, los guineas maduros, las piñas coronadas, que
despedian olores tan fuertes y diversos
.-
52 --
que parecía aquello una orgía de perfumes vernales.
Al retiramos a la casa nos dijo uno
de los compañeros, L. E.:
-i Con qué placer volveria yo a pastelear en este año como lo hice en 1880,
pasando unas horas en La Yedra, y las
otras en El Olvido!
Lo último que hirió nuestros oídos
fue el grito lanzado por una negrita curazoleña, relamida y jovial, a su remiso
esposo:
-Míra,
Fulano, vamonó a dormí.
y los tres exploradores,
solterones
empedernidos, exclamámos a un tiempo:
--j Ay, quién fuera casado!
1890.
Nordeste.
Allí, a babor, tendido estaba con una
herida cruel en el pecho el alegre y
juguetón toretc que dos días antes habíamos visto embarcar en la playa de
R**.
Aquel pobre e inocente animal, que
ningún mal nos había hecho, cuya muerte truculenta habíamos decretado, dentro de pocas horas iba a nutrir el cuerpo de ese carnívoro que se llama el
hombre .... Pero no sigamos, que si nos
pusiéramos a darle curso a sentimientos de esta clase, podríamos parar en
sostener la teoría de que no debemos
alimentamos sino de vegetales, cosa que
para los adoradores de la gula no tendría ningún atractivo.
Después de haber presenciado la operación asaz complicada del descuarti-
-
54-
zamiento, dirigímos la vista al espectáculo que nos ofrecía la naturaleza. El
mar parecía un gigantesco monstruo
que, cansado de luchas colosales y de
trabajos inmensos, se había echado a
dormir perezosamente, según estaba de
tranquilo. Allá, a la izquierda, se alzaba poderosa la Sierra Nevada, destacándose en el azul sin manchas de un
firmamento tropical los picos austeros
y empinadísimos
de La Horqueta, a la
cual pediamos perdón por haberla tratado de una manera poco respetuosa,
suponiéndola capaz de juveniles amoríos. Lejos, muy lejos estábamos de los
flancos rocallosos de la cordillera, y,
sin embargo, distinguíamos
perfectamente a la simple vista el blanquear de
las olas al estrellarse incesantemente
en las piedras de la orilla. Alguno de
nosotros sacó su álbum de viaje y bosquejó rápidamente, aprovechándose de
5'; .
la calma y silencio del Océano, los airosos y atrevidos contornos de aquella
arruga nevada de la tierra. De vez en
cuando, de entre el turqui profundo de
la montaña, surgía poco a poco y como con temor una nubecilla diáfana,
que era al esbelto monte lo que al rostro de hermosa dama es el discreto y
elegante velo con que se recata. O bien
la aurora, precursora de los esplendores del día, tocaba la cima de nieve
con un lampo de carmin que la hacía
enrojecer como doncella ruborosa, y que
nos hacia estallar en ruidosa admiración por aquella maravilla de color y
de luz. Por la proa divisábamos, a lo
lejos, tendida sobre el mar sonoro, como dijo Hornero, cual fantástico monstruo, la célebre y temida punta de La
Aguja; y por el lado del oriente veíamos la costa baja donde demora la ciudad querida más que todas, que, si a
50
-
las veces es cuna de disgustos insignificantes o de villanos rencores, no
deja dc ser nunca la mansión de los
afectos puros y desinteresados que son
cordial generoso para las almas buenas.
Salió el sol y echó a recorrer su eterno derrotero. La aurora no nos había
traído el víento; tampoco lo trajo en su
disco el astro luminoso, y ya la atmósfera abrasada del trópico nos mortificaba con su calor desesperante.
Los
rayos del sol se abatían sobre nuestro
pequeño barco como plomo derretido,
y en la cubierta no había donde estar
a salvo de aquella orgía de luz. La mayor y el trinquete f1ameaban haciendo
tambalear, cual hombre ebrio, la frágil embarcación; mientras que allá arriba la escandalosa y la vela de estay
estaban todas lacias y desmayadas.
Un sentimiento de despecho invadía
nuestros ánimos al presenciar la impo-
';7 --
tencia
en que estábamos
impasihilidad
rente.
de la
de vencer
naturaleza
Y nos indignábamos,
razÓn, contra
estos
tan anacrÓnicos
cuando
indifecon harta
buques
de vela que
se nos antojan,
apenas
falta
la
ahora
una década
para
que se hunda y desaparezca
en los abis-
mos del tiempo
XIX, el más
grande
este siglo
de la historia,
los descubrimientos
los más
adelantos
nada:
de
si se
despecho
no alcanzaban
concesiÓn
del viento
apoderó
o dormimos,
cual se nos figura
para
la más
y nos
ni del casopor
se
quedamos
no se sJbe si veestado
durante
cosas
luengos
Y
in-
ligera
que pasan
que ocurriesen
rían mencster
a los
y nuestra
ausente,
en que
uno de
atiende
lánguido
de nosotros,
en ese estado
lamos
Un
a
y las letras.
las artes
dignaciÓn
lor sofocante.
atiende
científicos;
grandes,
nuestro
si se
efectivamente
espacios
el
que
sc-
de tiem-
-
58 --
po. Mientras ingentes gotas de sudor
mojaban nuestro cuerpo, vimos conjuntamente escenas de baile en que mujeres hermosas y bien vestidas, de redondos brazos blancos o morenos pasaban dando vueltas rapidísimas y sonriendo como en éxtasís de venturas
inefables; y presenciámos escenas, en
que éramos actores, sucedidas al dulce
resplandor de la luna, donde al oído
de una mujer querida se murmuraban
las engañadoras pero ardientes palabras del amor; y vimos tambíén a personas que nos honran con una animadversión inmerecida, pero que nos tiene
sin cuidado. Finalmente, tuvimos una
pesadilla muy particular. Poco antes de
salir de R** habíamos leído una curia.,.
sa lucubración, en la cual se afirmaba
que todos los diccionarios definían cierto vocablo de una misma manera. Pues
hé aquí que se nos presenta una ba-
-- 59 -
lumba de Iibracos empastados que se
torcían y retorcían, y vociferaban que
a ellos no se les había consultado para
nada, principiando por el de la Academia Española y terminando por el de
la lengua sánscrita; que cuando más
se habría hojeado el tristemente célebre de una Sociedad de Literatos, y que
eso no valía la pena de darse algunas
personas el tonito de hacerse pasar por
dueños y señores de todos los léxicos
del universo mundo, y que ....
Pero aquí despertámos. Una ráfaga
de aire fresco, cargado de emanaciones
salinas, de esas que vivifican y refrescan el pulmÓn, nos bañó el rostro, haciéndonos lanzar un suspiro de pura
satisfacción y gusto. A un tiempo mismo hirió nuestro oído el grato ruido
del agua al ser partida por la quilla,
y el de la lona al hincharse; y allá, a
lo lejos, vimos, con no disimulado re-
-
60
-
gocijo, las olitas blancas que rizaban
la verde superficie del mar como encajes que adornan la crujiente seda del
traje de una dama. Algo semejante a
lo que nosotros experimentámos, debiebieron sentir, más intensamente, los diez
mil griegos cuando vieron el mar, y los
descubridores
españoles cuando divisaron tierra. El viento que nos impulsaba al término de nuestro viaje era un
viento conocido de nosotros desde nuestra infancia; era el viento alisio que
sopla en nuestro continente desde el
principio del mundo: era el NORDESTE!
1890.
A julio ¡acobo Pineda.
y blancos
Los sedosos
hermosa
otra
amiga
noche,
de ébano,
gres
de las teclas
y vivas
notas
Por
o mejor,
de
alma,
mismos
pieza
de
asociación
de
reco-
y me
en-
con los ojos
del
años,
y los
que aho··
de adversa
o de
notas del Azar de
la Lotería, impregnadas
ños, herían
oídos.
las ale-
espectáculos
Las propias
dad e inspiradoras
y
de esa época,
ra no sé si calificar
dichosa.
de marfil
sentimientos,
dos
mismos
sucesos
la
de una
presenciando,
los
de una
brotar,
pureza,
natural
rriÓ mi memoria
contré
dedos
hacían
con admirable
Farhbach.
ideas,
mía
de voluptuosi-
de deliciosos
entonces,
como
ensue-
ahora,
mis
-
62
-
En frente de mi balcón se extendían
las alamedas caprichosas del lindo parquecillo, abundante en pinos y eucaIiptus, oloroso con la esencia exquisita de las violetas y trinitarias que esmaltaban las verdes eras, salpicado por
el agua saltadora de fuentes elegantes,
cerrado por linda verja, y ostentando
en su centro con orgullo la efigie en
bronce del más duro y severo de los
estadistas granadinos.
A la izquierda, el largo balcón gris
donde de tarde en tarde se veía el rostro no hermoso, pero inteligente, de
una mujer-esfinge, burladora e impenetrable.
A la derecha, y detrás de los cristales, pocas veces, por desgracia, tenía
la dulce satisfacción de recrear la vista en el semblante gentil y espiritual
de la niña señora de mis pensamientos; niña por los años y por la ino-
ÓJ
-
cencia, mujer perfectamente modelada
ya para el amor, de líneas y contornos
tan puros, que pondrían envidia en una
estatua griega. También las golondrinas obscuras, las amigas del poeta sevillano, venían con su gozoso pío a
interrumpir por las mañanas mis vagas
imaginaciones.
En los momentos en que mi simpática amiga tocaba el vals de Farhbach,
recordé asimismo, como por ensalmo,
el libro que leí hace tántos días. Los
personajes de la bella novela de Gustavo Freytag, Debe y Haber, evocados
por la melodía, se destacaron nítidamente ante mi vista. Y con singular
placer oí, o creí oír, la voz de cristal
de la aristocrática Leonora, tan suave
como generosa; y me pareció sentir la
mirada dulcísima de la tierna y apasionada Sabina; y como que la mano
leal de Antonio estrechaba la mía, y
-64-
como que golpeaba en mis oídos la risa sarcástica de Fink, aquel escéptico
que había recorrido el planeta entero,
y que, aconsejado de su experiencia,
formulaba las más peregrinas opiniones, como la de que las mujeres todas,
así las de la culta Europa como las de
Africa salvaje, se diferencian únicamente en que las unas son un poco méÍs
limpias y aseadas que las otras.
j Pues no son raros y hasta extravagantes estos fenómenos de los recuerdos! j Qué de extraño tiene que al oír
de nuevo la música deleitosa y casi divina del maestro alemán, recordase yo
la lectura de un libro en cuyas páginas ha derramado a manos llenas tesoros de poesía el alma sensible de un
ingenio germánico, cuando cierto espiritual amigo mío me revelaba que esa
misma música jugosa y viva, no le traía
a él otro recuerdo que el de las áridas
y soporíferas hojas del Derecho Penal!
Otra noche tuvo mi amiga el feliz
capricho de tocar la serenata de Doña
}uanita, de Suppé. Pues instantáneamente tuve la visión gratísima del gallardo caballero
piamontés a quien le
oí ese trozo del autor de Bocaccio, a11Ora dos aiíos, y me pareció que oía su
charla entretenida,
y que juntos recorríamos la ancha vía en donde mora
la hermosa dama a quien él rendía pleito homenaje.
Y mi memoria iba más
lejos aún: iba a uno de los mejores coliseos de una de las más bellas y bulliciosas capitales del Viejo Mundo, donde hace un lustro mis oidos se encantaron por vez primera con la música
alada, juguetona, arrulladora
y vol u ptuosa áe este compositor
insigne de
operetas exquisitas.
El gran poeta gibelino afirma que el
dolor más grande consiste en recordar
el tiempo felíz en las horas trístes de
5
--
(JÓ
-
la vida. ¡Oh, no: que a las veces, a
pesar de hallamos muy lejos, separados por montes y valles, por mares y
ríos, de los seres dilectos, sintiéndonos
sumergidos en honda tristeza, interrogando con el corazón comprimido el
porvenir sombrío e inquietante; al recuerdo de una hora de felicidad, de un
momento de alegría, de un instante no
más de olvido de los trabajos de la
existencia, no podemos menos de ser
dichosos, de abstraemos, de sublimarnos, de dejar de pertenecer a este bajo
mundo!
El pasado es el gran seductor, el mágico prodigioso. A la rosada luz de los
años que fueron, las cosas acaecidas
revisten un encanto inefable y respiran
una calma angélica: las asperezas se
suavizan a distancia, los tonos violentos se atenúan y se van apagando; el
rencor deja de infiltramos, como áspid,
-
07-
su ponzoña, y los espíritus
inquietos
se tranquilizan
y serenan. Lo que antes provocó nuestra cólera o alzó nuestro despecho, recordándolo ahora, trae
a los labios la sonrisa y persuade la
misericordia
al corazÓn. ¡Ay, hasta el
amor se esfuma y desvanece, o, cuando menos, se transforma!
El porvenir existirá, pero no existe.
El presente no es más que un punto;
es como la nube que pasa, o como el
ave que vuela, o como la sombra que
huye
Sicut nubes, quasi aves, ve/ut um-
hra. Sólo el pasado existe, sólo el vive
en nuestra memoria, sólo él alienta en
nuestro pecho! iAh, cuánta razón tiene
el vicjo poeta castellano
cuando exclama:
Cualquiera
1890.
tiempo pasado
Fue mejor!
A Ltizora Espejo.
El otro día me hizo una visita nuestro paisano Burgos.
No sé si te acuerdas de él. Has podido conocerlo aquí. Allá no, pues hace muchísimos años que anda fuera de
su país. Es un hombre de mediana estatura, muy moreno, de modales corteses, de lenguaje correcto; una físonomía absolutamente común, si no fuera
porque tiene la nariz torcida. No representa los cincuenta años que lleva
a cuestas.
Entiendo que por la maldita ley de
la herencia se volvió loco este pobre
señor, allá en una de las ciudades centroamericanas, hace como veinte años.
ó9
Dirigía, junto con sus hermanos,
una
casa de comercio; pero le sorprendiÚ
cl más extraño caso de locura que te
puedes imaginar, como lo verás más
adclante. Los hermanos, naturalmente,
le quitaron la dirección de los negocios, y él, para librarse de la oprobiosa tiranía de sus dcudos, se escapó y
fue a dar a San José de Costarrica, si
mal no recuerdo.
En esta ciudad, compadecido
de su
desgraciada suerte un colombiano muy
conocido, el doctor M. M., colocó al
gran Burgos en casa de un amigo; porque has de saber que este Quijote, cuando no se le toca la fibra o tema, es un
hombre bonachón, de recto criterio y
que parece tan cuerdo como cualquier
hijo de vecino. El mismo Burgos confiesa llanamente
que en San José se
aficionó algo más de lo indispensable
a los placeres que proporciona
el co-
-- 70 -
y, en consecuencia, despedido por
el patrón, púsose en marcha para Colombia. Después de «mil idas y venidas» y «vueltas y revueltas», ha encallado en la capital de la República, en
donde pasa la vida de una manera bastante difícil, encargado de la correspondencia de algunos comerciantes,
pues el amigo Burgos es hombre hábil en esta clase de trabajos.
Como te decía, vino el otro día a verme a propósito de no sé qué asunto,
de que ahora no me acuerdo.
Después de hablar del objeto principal de la visita, me le fui a fondo con
esta pregunta:
-¿ Por qué dejÓ usted la ciudad donde tenía sus negocios y no ha vuelto
a ella?
El insigne Burgos puso con nimio
cuidado sobre la mesa su sombrero y
su paraguas, y se sentó con gran reposo sobre la mullida butaca.
gnQC,
71
--
Va usted a ver. Yo tenía en esa
ciudad mis negocios y trabajaba con
regular éxito junto con mis tres hermanos. Pero después de algún tiempo
ellos se coligaron con mis encarnizados e implacables enemigos y me encerraron por loco, y yo me huí para
no seguir sufriendo aquella tiranía horrihle. La bondad del doctor M. me hizo
ohtener un buen puesto en San José;
pero debido a que no anduve muy de
acuerdo con las prescripciones
severas
de la temperancia,
mi patrón me despidió con huenos modos. Yo no soy
hombre hipócrita, y le confieso que, como disfrutaba de un sueldo regular,
nunca faltaba la hotella del excelente
brandy de la mesa de mi cuarto, y hasta dicen que me vieron ehrio por las
calles, cosa que no me atrevo a negar.
-¿ y qué hizo usted después?
7'2
-Me vine a Colombia, respondió con
su hablar monótono e igual el amigo
Burgos. Estuve unos días en mi pueblo a ver una buena parienta mia, que
ya pasó a mejor vida en país extranjero. Fui luégo a Honda, y hace muchos años que me tiene usted en Bogotá bregando afanosamente por ganarme de un modo honrado el pan de
cada día .
. --Por lo que veo, colijo que no le
ha sido a usted muy propicia la fortuna.
-No, señor; ni poco ni mucho. Yo
no he prosperado, ni puedo prosperar.
Lo comprendo muy bien y me resigno
cristianamente a mi desgracia. En todas partes mis enemigos me combaten
y persigu,en, como dice el Padre Astete.
-¡Imposible!
interrumpí yo. No paso
a creer que esos enemigos que están
7:'
en Centroamérica,
tan lejos de Rogotá,
puedan causarle a usted ningún daño.
Es que usted no conoce las artes
de que se valen para perjudicarme.
Pero, hombre de Dios, diga quiénes son esos enemigos tan fieros que
no dejan vivir en paz a una persona
tan inofensiva como usted.
Es una familia cuyo nombre no revelaré jamás. Queria ella que yo me
casara con la señorita de la casa. La
joven no me era simpática,
y rechacé
todo compromiso.
La madre, despechada, por vengarse de mi desdén, me administró un hebedizo infernal, que me
desequilibró
por completo
desde esa
hora infausta. Figúrese usted que desde ese momento no dejé de escuchar,
corno metidas en la cabeza, las voces
de toda esa familia. No puede un homhre padecer tormento mayor. Yeso era
de dia y de noche, en la casa y fuera
de ella, solo y acompañado.
-
74 - ..
-¿No fue por esa novedad por lo
que sus hermanos lo encerraron a usted? dije, sin poder reprimir una sonrisa que queria convertirse en carcajada, muy natural en quien oía los detalles de una locura tan peregrina.
-Precisamente,
y lo particular es que
esa persecución no afectaba únicamente la forma de voces insultantes y maldicientes, sino que en dondequiera que
me ha llevado la suerte, allí me veo
perseguido de mil maneras, de que no
acierto a darme clara cuenta. Aquí mismo mís enemigos tienen comisionados
a dos individuos muy conocidos para
que me persigan, cohechando y predisponiendo en contra mía a la lavandera y a la aguadora, a la planchadora
y al casero, y hasta la zafia dueña del
figón donde cómo.
-¡Bah!
¡Eso es una pesadilla de usted! ¿ Y qué se han hecho las voces
consabidas?
-
75
-
--Ya no las oigo con tánta frecuencia como .:tntes. Especialmente
la voz
de la vieja aquella que quería ser mí
suegra a toda costa, esa no la he vuelto a oír. Tal vez haya muerto y me
deje ya tranquilo.
¿ No ha vuelto usted a saber de
sus hermanos? ¿Qué desea usted ahora?
-De
mis hermanos no he vuelto a
saber nada. Creo que se murió uno de
ellos, dijo Burgos con perfecta indifeferencia. Así como no deseo que ellos
sepan de mí, tampoco tengo ganas de
conocer nada de lo que se refiere a esos
señores. ¿ Lo que quiero ahora? Irme
de aquí a toda prisa. Anhelo pasar mis
t'tltimos años en donde corrieron
los
primeros. í Quién sabe (añadiÓ con intenciÓn) si, a pesar de mis cincuenta
años, siete meses y catorce días, no pueda yo encontrar alguna muchacha bien
fresca y sana que dé con su amor un
-- 7b
rayo de luz al último período de mi vida! Todo cabe en lo posible.
-No te verás tú en ese espejo, murmuré yo para mis adentros; pero acordándome en seguida de que algunas
colombianitas han dado pruebas de tener un gusto atroz, me dije que no tenía nada de particular que a alguna
chica de aficiones vulgares se le antojara encapricharse con el pobre diablo
que tenía por delante. Además, sería
esa una obra de caridad, y las mujeres son muy buenas, y compasivas y
miserico rd iosas ....
Al pronunciar Burgos las últimas palabras se levantó pausadamente de la
butaca, tomó con extremoso cuidado
su sombrero y su paraguas, se despidió cortésmente y se echó a la calle
con viento fresco.
He notado dos cosas en este hombre: que jamás se ríe y que tiene la
77
nariz torcida. Burgos nació con la nariz recta, como todo mundo; pero allá
en la época de su mayor demencia se
le antojó que tenía un fríjol metido en
la nariz, y dále que te dále, con el afán
de sacárselo, se le ha quedado torcidísima, consistiendo en esta peculiaridad lo único que al buen Burgos distingue del resto de sus semejantes.
No me cogerá de nuevo la noticia de
que en vez de pasar sus últimos días en
la tierra de sus padres, los pase a la
sombra en el asilo de San Diego. i Pobrecillo!
Bogotá,
1890.
A (j(l(,riel
R(lÚI Riveira.
El domingo de Resurrección de este
año de gracia, en el mismo instante en
que la Virgen Santísima y su Divino
Hijo se hacían en la calle del Campo
su tradicional reverencia, tres individuos tomaban, en briosos caballos, la
vuelta del Calancala.
Lázaro Espejo iba de conductor y
guía, supuesto que Julio Pineda estaba muy bisoño en servir de baquiano,
y yo hacía mis buenos quince años que
no recorría el desolado camino que de
R** lleva al delicioso sitio de Los dos
ríos, en el cual habíamos resuelto darnos un baño matinal.
--
70
-
Te habrás figurado,
después
buen
de quince
trote
o veinte
llegámos
nos sumergímos
que
minutos
cn las frescas
Pues
serablemente.
Espejo,
de
Los dos ríos y
a
del Ranchería.
ímpetu
naturalmente,
ondas
te engañas
110:
arrastrado
de su cabalgadura,
mi-
por el
se equivo-
C<l medía a medío de camino, y pasado mucho rato, nos vimos de improviso en
las
márgenes
en el lugar
a donde
del
río;
no es, no ha sido
sonllCVO
dos ríos. No nos pareció
del Calancala
estuviese
nunca,
debíamos
hacer,
Debimos
y después
nos
extraviámos
más de una
\0 que
a
San
casi intransitables.
cerca;
to fijo no sé decirlo:
vimos
sobre
nos dirigímos
de pasar
Los
allí tan crista-
un momento
Ramón por s~nderos
no
que la linfa
1ioa como fuera de desearse,
d~ consultar
pero
pues Pu-
íbamos,
pero
a pun-
lo cierto
es que
nuevamente
hora,
y andu-
si mi memo-
-
1'0-
ria no es mala, y al fin fuimos a tener,
-como diría cualquier Jocorio, cerca del
campo memorable de Piyaurichón.
El espectáculo de la batalla que entre conservadores y liberales se libró
allí el 16 de abril de 1877, se ofreció
repentinamente a mi memoria, destacándose con claridad de entre el tropel confuso de mis numerosos recuerdos. Me vi de nuevo a las doce de
aquel día, para mí inolvidable, dándome zabulliduras y jugueteando alegremente con mis compañeros de baño.
Ví a uno de los ayudantes de campo
del General farías, que se acercó a la
orilla y nos dijo que saliésemos pronto, pues se tenían noticias de la proximidad del enemígo. Me sentí corriendo al través del inmenso campamento
para ganar mi puesto, y oí los dos primeros tiros que dieroh comienzo a la
jornada, y a los cuales se siguió el for-
lTIidable estampido
del cañón, y el ruido de los disparos de rémington y el
silbar agudo de las balas. Presencié
cuando una persona, para mi muy querida, averiguó, con increíble sangre fría,
la hora que era, y me ordenó conducir fuera del campo al asistente y los
bastimentos.
Y me vi en medio de los
soldados del intrépido Betancourt, llegados con su indomable jefe ese mismo día, y que estaban
destinados
a
sufrir pérdidas cruelísimas;
y al regreso alcancé a saludar a Tomás Emilio
Pichón, que venía de cumplir una importante
comisión
ante aquel caudillo prestigioso. Y estuve otra vez junto a mis compañeros e hice fuego con
el arma malísima que me deparó la
suerte, y vi caer cerca de mí a hombres valientes
que un momento antes
estaban rebosando
de salud y de vida.
y luégo oí aclamacíones
y vítores, y
{j
-
i12 ..
presencié la llegada del General Farías
al campo de los Riohachcros, con su
lucido Estado Mayor; aquél, sereno,
fria, impasible, con la mano en la abundosa y negra barba, caballero en inquietísimo alazán; y entre el Estado
Mayor alcancé a reconocer al doctor
Ovalle y a otros muchos, que duermen
hoy, casi todos. el sueño de la tumba,
muertos obscuramentc, después de haber arrostrado con intrepidez pelign·s
en los cuales hubieran podido perecer
con gloria inmarcesible.
y después sobrevino la derrota, o
mejor, la retirada; pues si abandonámos el campo fue únicamente porque,
pasadas cuatro horas de lucha reñida,
los pertrechos se agotaron y no tuvimos cómo contestar a los fuegos enemigos. A esta jornada infausta se siguió la peregrinación por casi toda la
península de la Goajira, huyendo de
ID
-
la persecución de los vencedores, y,
finalmente, la vuelta a la ciudad con
el corazÓn desgarrado por el vencimiento; pero siempre alumbrados por la divina luz de la esperanza, que en almas
de diez y siete años no alcanza a extinguirse nunca.
Todo eso lo vi y lo oí en los momentos en que, abandonados del baquiano, que se nos había adelantado
un largo trecho, nos entrábamos por un
bosquecillo próximo, buscando el bendito río, que, por lo visto, nos quería
jugar llna mala pasada. En una hondonada, cavando un manantial para llenar sus múcuras, hallámos una india
ya algo vieja, a quien preguntámos por
dónde se iba al río. La india no nos
entendió una palabra ni nosotros a ella,
naturalmente, porque si ella ignoraba
la lengua de Castilla, también estábamos poco adelantados en el dialecto
.-
114-
vigoroso que hablan estos caribes. Al
fin recordé que al agua se le llama en
goajira f!iiin, y le dije a la vieja lo siguiente:
¿ Where is the giiin?
Julio Pinedo no pudo dejar de reírse, y ciertamente no me explico todavia cómo le dirigí a esa pobre salvaje una frase en que había palabras del
idioma enérgico de Ruskin y de CarIyle. Y por una aberración singular,
viendo que la india me miraba con
ojos sorprendidos, le disparé a quemarropa esta otra pregunta:
--¿Ah dftes done, oli es! le gilin?
Nueva y más estrepitosa carcajada de
mi distinguido compañero, pues si bien
en esta vez no había hablado en inglés,
en cambio me había valí do de la lengua cultísima en que escriben hoy Julio Lemaítre y Emilio Faguet.
Convencidos
tros
nosotros
escasos
de nada
grinas
de que
conocimientos
nos
servirían
circunstancias,
de la mímica,
demostrámos:
filológicos
en estas
echámos
1.°, que
y se puso
no menos
so servicio
1
en
marcha
sin
que
que
nos iba
lucientes
nos sacaron
que andaba
nosamente,
de encontrar
1 .. \1onedas
Dos
sus
de vellón.
oscuras
en
mo-
del apua Espejo,
la satisfacción
hallar, a los pocos minutos,
do Ranchería,
que deslizaba
perezosamente
el inmen-
por ahí buscándonos
tuvimos
deantes,
a prestar
y sonantes.
ro, y después
un
nos diese a
ella estimaba
contantes
especies
roca/as
no
elocuentemente,
que
damos
por fin la india nues-
de nosotros,
entender
mano
gestos
queríamos
ver
el río, y 2.°, que queríamos
lante
pere-
y en elocuentes
baila. Comprendió
tro anhelo,
nues-
afade
al perdimansa y
aguas
por
-56-
entre agrestes y sombrías arboledas,
pobladas de rumores gratos y misteriosos y de gorjeos regocijados de mil
pájaros sin nombre.
En ese mismo delicioso paso, que no
sé cómo se llama, nos dimos un tranquilo y largo baño, como nos lo merecíamos después de las zozobras pasadas.
A las diez de la mañana, o G. m.,
como diría cualquier cotopricero cursi, hacíamos una entrada ruidosa en la
ciudad.
1890.
Pablo Sout'get.
Febreru
Señor
Directur
de La Gucetillu
de 1890.
(1).
Mi distinguido
amigo:
La inteligencia de usted, cáustica y
fina, al acometer la publicación
de su
periódico,
ha destruido
una preocupación arraigada
en mi espiritu hace
muchos años: la de que la insipidez
periodística
había para síempre sentado sus reales en esta sección de Colombia. Porque si bien algunos fariseos (hípócrítas
o malquerientes),
que
se ven con el pecho atravesado por el
puñal agudísimo
de verdades acerbas,
(1) Lo era el distin¡{uido
múdez, cuya impensada
escritor
mucrte
don
Andrés
D. Ber-
fue motivo de duelo
fundo para todos ~us al11i.l~os.
pro-
• - /)5 -
pueden en su despecho Ilamarle a su
periódico de usted con nombres poco
lisonjeros, por 10 menos yo no vacilo
en asegurar que no 10 tratarán como
a papel perteneciente al género insípido y soso en que milita la mayor parte de los diarios colombianos.
No quiere esto decir que de todo en
tndo acepte yo las ideas que usted preconiza y defiende con notable talento.
No, disiento con usted en algunos puntos; pero como estoy de acuerdo con
usted en mucho de 10 que usted dice,
es para mí cosa muy grata darle una
voz de aliento y desearle prósperos resultados.
Ya sé, de tiempo atrás, que es usted amigo decidido de la literatura. No
me parece que rehusará usted, por tanto, el que departa con usted de asuntos de actualidad en ese departamento, el más ameno de los que componen el saber humano.
IN
Hará cosa de ocho años que oí por
primera vez el nombre de Pablo Bourgct, escritor francés, que por lo que él
mismo refiere, contará a la fecha cuarenta años, poco más o menos. Como
casi todos los escritores franceses contemporáneos,
Bourget comenzÓ por ser
poeta, y aún hoy hace versos que goí'.an de mucha reputaciÓn. Después, o
tal vez al mismo tiempo que a la poesía, consagró sus esfuerzos a la crítica literaria, siendo fruto de su tarea
los ya famosos ensayos de Psicolof{ia
contemporánea, publicados por primera vez en la Nouvclle Revae, de París,
y en los cuales estudia con métodos
nuevos, a hombres como Dumas, hijo,
Renan, Taine,
Baudelaire,
Flaubcrt,
Tourgueneff
y Stendhal, el célebre autor de Le Rouf.(e et le Noir y La Chartrease de Parme, de quien Bourget se
dice discípulo
y admirador
ferviente.
--
<)0
--
Yo creo que al proclamarse
discípulo
de Beyle, le hace Bourgct a éste el mismo honor que le hizo en otra época
Littré a Augusto
Comte llamándole
maestro.
Es además novelista de los que tienen, como dicen en Francía, le haut
du pavé, esto es, que disfruta de mucha popularidad
en el público ilustrado y especialmente
entre las damas cultas, para quienes son cosa de chuparse los dedos de gusto las disecciones
anatómicas
que hace Bourget, con habilidad delicada,
del corazón femenino, en casi todas sus novelas. Una de
las primeras de él, titulada, si no me
engaño, Deuxieme Amour, me causó
tan poderosa
impresiÓn, que todavía
hoy vive y alienta en mi memoria la
simpática y vigorosa fisonomía de la
heroina del libro, mujer fuerte, si las
hay.
-
91
-
Es gran protector Bourget de los escritores que comienzan, y Julio Lemaltre, el más brillante de los críticos contemporáneos, confiesa que, debido a
exigencias del primero, leyó íntegramente Un hombre libre, obra recientetemente dada a la estampa por Mauricio Barres, diputado boulangerista de
veinticinco años que tiene muchos puntos de contacto con la flamante y bulliciosa escuela literaria que se ha bautizado a sí propia con ]05 nombres poco comprendidos todavía de simbolista y decadente.
Sabe usted, señor Director, que si
el pueblo francés tiene grandes cualidades que le hacen figurar con brillantez inextinguible en las páginas de la
universal historia humana, entre esas
cualidades no se cuenta la de la perseverancia en los sistemas o formas de
gobierno, o en la hoga de las esclle-
92
las literarias. Así como coge a un rey
o emperador y lo derriba en un acceso súbito de mal humor, asi desdeña
hoy, en materia literaria, lo que ayer
ponía sobre su cabeza. 1830, 1848 Y
Y 1870 no me dejarán mentí r, ni tampoco, en este siglo, el romanticismo,
el parnasismo
y el naturalismo.
A este
último parece que le va llegando
la
hora de descender al ocaso e ir a hacerles compañía a las difuntas escuclas románticas
y clásicas, las cuales
viven únicamente en la memoria de los
aficionados
a las letras. Un libro de
ZoJa es siempre leído, corno en otros
tiempos era leído un libro de Chateaubriand o de Lamartine, por respeto al
nombre glorioso de su autor. Pero lo
que es dirigir el movimiento literario,
informar el ingenio de la juventud inteligente y novadora, y ser tenido por
el Maestro, ya Zola no puede seguir
l))
aspirando
a ello, si es que él aspira a
otra cosa que no sea a vestir el frac
de palmas verdes de académico de la
Francesa. El eje ha cambiado. No es
dc Medán de donde baja ahora la inspiración en cosas literarias. Los jÓven~s del día extreman
su adhesión
al
simbolis17lo o decadentismo, proporcionando con sus rarezas y oscuridades
de lenguaje frecuentes ocasiones de reg(,cijo él los' maleantes que en nÚmero
prodigioso
existen en los dominios de
Francia.
Pero el que indudablcmente
encabeza la escLlcla psicológica,
que está reemplazando
a la naturalista,
es Pablo
Bourgct. Ya el naturalismo
objetivo,
externo de 20la y consocios se ve suplantado por una psicología
impasible,
L¡lll' somete
las pasiones y sentimientos a un análisis frío y rígidamente
severo. Yo no sé si eso será un pro-
- - 94 ---
greso O una mejora. Lo que sí me parece es que el naturalismo en La Tierra había llegado a tal degradación,
que el mismo Petronio se habría tapado la cara de vergOenza. Una escuela que tales desacatos comete está
condenada a muerte y tiene por fuerza que ir a figu~ar en la categoría de
las cosas que fueron. La psicología en
literatura es siquiera un momento de
reposo, un poco de aire fresco que alivia el pulmón, acostumbrado ya a no
respirar sino emanaci0nes malsanas y
pútridas.
¿Tiene Bourget el talento o el genio necesario para llevar a feliz remate una revolución literaria? Dadas las
facilidades que ofrece el público francés que a las veces endiosa a quienes
quizá no lo merecen en justicia, yo
creo que si Bourget no resulta hombre de la talla de Chateaubriand o de
C);
Víctor H~go, no es extraño que pueda
surgir entre sus camaradas alguno que
tenga el ;aliento poderoso de aquellos
y arrastre en pos de sí una legión de
brillantes! ingenios. Emilio Faguet afir-
ma en
S~IS
Estudios literarios del siKlo
XIX quelChateaubriand
revolucionó la
imaginacjÓn francesa. Si Bourget obra
una nuda
revolución en sentido moralizador: y cristiano, merecerá bien de
la humanidad.
¿ Por qué dudarlo?
¿ No ha leído usted la úl,tima obra de Pablo Bourget?
Se llama! Le Disciple. Es El Discipulo
un joven: imbuído en las doctrinas positivistas: más refinadas e implacables,
aprendidas
en las obras de Adriano
Sixto, fi1osofo parisiense de la cepa racionalista
más pura. Colocado
como
profesor ;en una casa noble, con arte
diabólica: logra seducir a la hermana
I
de su P4Pilo, la cual, al ver mancilla-
-
<)ó
do su claro nombre, se apodera de un
tÓsigo y se da la muerte sin vacilaciones cobardes. El hermano de la niña
mata al seductor; y el maestro, el despreocupado,
el filósofo, ante el cadáver de su discípulo, víctima de sus impías enseñanzas,
cae de rodillas y 10
único que a su atribulado
espíritu se
ofrece como supremo consuelo en tan
horrible trance, es rczar la divina oración del Padrenuestro. Este libro es indicio que hace esperar que para el
ilustre autor de Mensonges y Cruel Enigma no están aún las fuentes de la fe
totalmente exhaustas. Monsieur de Chateaubriand
y el Padre Lacordaire fueron libres pensadores
en sus juventudes. Andando el tiempo, René escribió
el Genio del Cristianismo y Lacordaire
predicó la palabra de Dios en la cátedra de Nuestra Señora.
()7
¿No es también
-
síntoma
de que apun-
ta tal vez la aurora
de un renacimien-
to cristiano
de apreciarse
el hecho
en tan alto grado
las obras
cn
asuntos
que sc tratan
quiera,
que
París,
dígase
lo que se
religioso,
tenía siem-
de él, en la ExposiciÓn
todos
bre que
tico
es,
un cuadro
pre delante
los días, una
lo admiraba
llet, en que resplandece
tiano tan elevado
en pública
suma
cho
más
nerosa
otra
cris-
en la enorme
mil francos.
decir
en esto,
terno abusar
hospitalidad
ocasión.
de Mi-
un espíritu
subasta
podría
pero
en está-
y tan puro, fue ven-
de seiscientos
Director,
de
muchedum-
sumida
El Angelus,
recogimiento.
dido
artísticas
rcligiosos?
Cristo ante Pilatos, de
El cclcbérrimo
Muncakzy,
hoy
Museñor
de su ge-
y me despido
hasta
-
95 -febrero
El año
novela
pasado
Una dama
Bourget
del gran
mundo
por dos sentimientos
igualmente
poderosos.
tranquilidad
del alma,
Para
man
otra mujer,
se ve comopuestos,
buscar
la gran
lejos de hacer lo que habria
quiera
hecho cual-
de las que ahora
o suicidarse;
eso, procede
el buen
como
llaa
lejos df' hacer
si e:..tuviéramos
en
viejo:
se va a un con-
vento y se mete monja.
Este es otro sín-
toma
tiempo
la
señora,
fin de siecle, esto es, entregarse
la infamia
una
Un corazón de mujer.
titulada
batida
publicó
de \891.
de lo que arriba
indicaba.
Cu~ de Maupassa.,t.
Marzo
Señur
Directur
dc IH,Xl,
de /,(/ Gacetilla,
Un escritor contemporáneo,
inclinado a veces a sostener paradojas,
afirmaba no hace muchos años que en el
2000 de la éra cristiana no habría quien
compusiera
versos, mejor, que no habría poetas. Y le daba fuerza a esta
observaciÓn afirmando que los poetas
estaban ya tan refinados y obscuros, que
muy poca gente era capaz de comprenderlos, y que como lo que, no se comprende fácilmente es dejado a un lado
por nuestras generaciones,
o perezosas
o muy ocupadas, la poesía tenía necesariamente
que ir de capa caída.
--
100 -
Podría, además, haber agregado otra
razón, que no creo original mía, sino
que debo de haberla leído, y ahora se
me ocurre. Si en estos tiempos es cierto que la poesía no disfruta del favor
de que antes disfrutó, débese a que el
siglo XIX ha empleado y emplea el tiempo que otras épocas dedicaban a la
lectura de versos, en leer novelas, que
es género más divertido. Porque póngase a pensar usted un momento en el
número prodigioso de novelas que se
escriben en ambos mundos, en el número prodigioso de lectores que tienen
y en las íncontables ediciones que de
ellas se hacen en Europa y América,
y verá usted que lo que digo no es
temerario ni absurdo. Hay que convenir, mal que le pese al distinguido escritor don José Rivas Groot, en que la
estrella de Víctor Hugo palidece sensiblemente y que no son J. J. Weiss y
-
)nl
-
julio Lemaitre los únicos que hablan
del insigne poeta con cierto irrespetuoso desenfado. Mas, con todo, los versos de Hugo son más leídos que los
de cualquier otro vate europeo o americano. Todavía se venden más ediciodes de las obras de Hugo que de las
de Alfredo Tennyson y Roberto Browning, los dos mayores poetas ingleses
de estos ldtimos cincuenta años; y más
que de las de Gaspar Núñcz de Arce
y Ramón de Campoamor,
los dos bardos ¡nás inspirados de la España comtemporánea.
Pues no hay comparación
entre las ediciones que han alcanzado
las obras más populares de Víctor Hugo y las que alcanza una novela de
Jorge Ohnet, como Le Maifre de For/fes, que lleva cerca de trescientas
en
Francia solamente, o de Alfonso Daudet, de que se venden doscientos
mil
ejemplares.
Estoy tentado a creer que,
BANCO
BI3UOTE:1\
DE LA REPUBllCA
LUI$-ANC:l
ARAi'JGO
CA T ALOGACIOV
.--
102
--
con ser tan cortos y tan primorosos y
lindos los poemitas con que regala el
gusto exigente de esta generación el
ingenio poético de Núñez de Arce y
Campoamor, más favor que ellos logra
del público un libro del fecundo y recién electo académico Pérez Galdós,
como Gloria o Doña Pe/fecta, y hasta
la enorme novela Fortunata y jacinto,
que más parece, en lo larga, obra de
Richardson que no del novelista canario.
Tomándome la libertad grande de
seguir la opinión de escritores de fama,
me parece que la poesía, para escapar
del naufragio que la amenaza en no
remota época, tiene que ponerse a cantar las cosas de nuestro siglo, y a las
cuales están tan apegadas las gentes
que dan el tono en toda clase de asuntos literarios. Un poeta francés lo ha
comprendido así, y por ello sus obras
gozan de mucha reputación en el mundo que se preocupa
de las cosas de
la inteligencia y de lo que se llama el
grande arte. Echa a un lado, como fuera de sazÓn, M. SulIy-Prudhomme,
la
poesía en que se rinde culto al arte
por el arte exclusivamente,
y canta en
estrofas penetrantes y finas, cinceladas
con delicadez
admirable,
no sólo el
amor y el desamor,
sino también la
ciencia y la duda. En sus poemas La
justice y Le Bonheur, dignos de ser
leídos por los filósofos y por los hombres científicos, Sully-Proudhomme
ha
dado a la literatura
francesa páginas
que no morirán jamás. En el precioso volumen de versos publicado no há
mucho por el señor Caro se encuentran algunas composiciones
del poeta
francés traducidas
con el esmero, la
elegancia y el conocimiento
perfecto
del asunto que hacen del esclarecido
-
104--
escritor colombiano uno de los mejores traductores de todos los tiempos
y naciones.
Pero veo, señor Director, que le estoy hablando a usted de poesía y de
poetas, cuando mi intención era hablarle de un novelista francés, de M.
Guy de Maupassant.
Yo no sé si será porque M. de Maupassant lleva la partícula ·nobiliaria,
como hijo y hermano que es de individuos que pertenecen a la nobleza de
Francia, pero 10 cierto es que Maupassant goza de tanta reputaciÓn en el
pÚblico ilustrado como Pablo Bourget,
que no es poco decir. En cuatro o cinco años conquistóse un alto puesto en
la literatura contemporánea; es amigo
de Goncourt, a cuyo cenáculo asiste,
según nos lo dice la ilustre señora doña Emilia Pardo Bazán: también lo es
de 201a, de quien se dice discípulo,
-
105
aunque algo independiente.
En la originalidad de la invenciÓn, maravillosa
a veces, en el interés vivísimo que sabe comunicar a todo lo que escribe,
y más que todo, en las cualidades de
su estilo, muy francés, o mejor dicho,
muy galo, claro, elegante y crudo, está el secreto de su rápida popularidad
e innegable prestigio. ComenzÓ publicando versos de notable inspiración,
pero lo que lo caracteriza
es el ser,
corno lo ha llamado Anatole France,
«el príncipe de los cuentistas (conteurs)
franceses». Yo no le recomiendo él ninguna señora ni señorita que vayan a
buscar lecciones de austera moralidad
en las novelas cortas de Maupassant;
no se las recomiendo
ni a un joven
de diez y seis a veinte años. M. de
Maupassant
no es Madame de Genlis,
y sus cuentos
no son el Sitio de la
Rochela, ni menos la María de Jorge
-
lOt>
-
Isaacs, ni el Pablo y Virginia, ni las
obras de don Felipe Pérez o doña Soledad Acosta de Samper, de cuya moralidad no cabe sospechar. Alguno ha llegado a decir que Maupassant es un Paul
de Kock literario, con lo cual queda
dicho que en los libros dc nuestro autor no resplandece
la flor de la inocencia en toda su castidad y pureza.
Pero cs de justicia confesar al propio
tiempo que Maupassant
no va en sus
cuentos hasta la inmoralidad refinadamente perversa de Catulo Mendes, ni
hasta las inmundas, aunquc chistosas,
porquerias
que forman el dominio literario, si cabe hablar así, de Armando
Silvestre. En algunas de las historietas
de Maupassant
hay un fondo de amargura horrible, asi como en otras sobresale la nota pesimista, que es también signo caracteristico
del talento viril y robusto del novelista francés.
lO?
-
En estos últimos años en que su
nombre se ha levantado
tanto, Maupassant ha escrito novelas largas como Une Vie, Pierre e! jean, Bel-Ami,
For! comme la mort. No conozco la
primera, de la cual dicen que es muy
buena; pero el que no ha leído la tercera, no ha leído cosa buena.
Yo no he visto libro más vivaz, más
vigoroso ni mejor escrito. Sin darle a
su obra un título llamativo, como ha
hecho Oaudet con su último drama,
que llamÓ La lucha por la vida, Maupassant tratÓ en ella esta misma cuestión y no la resolvió de tan trágica manera como Daudet. Be/-Ami es un sujeto muy buen mozo y de muchos bríos
que (pníximo ya a la miseria) merced
a circunstancias
que no tienen nada de
extraordinarias,
llega rápidamente
a la
cumbre de la prosperidad.
Para alcanzar sus fines, Be/-Ami no es hombre
--
105 -
de pararse en barras; los escrúpulos,
como carga pesada e inútil, los echa
a la vera del camino para tener más
libertad de movimientos. Si es preciso poseer la fuerza y brutalidad del
león, a él no le faltan; si, por el contrario, tiene necesidad de la astucia y
la prudencia de la serpiente, él las despliega. Y todo en tiempo oportuno, así
las bajezas como las brutalidades. Y
llega a donde quiso ir, a la meta codiciada, victorioso y amado. Es un hombre de la generación del fin del siglo:
inteligente, fuerte y algo feroz en medio de la cultura y el refinamiento. Y
a pesar de _todo, el tipo pintado es
ta:1 vivo, tan real, tan hijo de mujer,
que la obra gusta y hasta embelesa.
«El amor es fuerte como la muerte",
ha dicho el autor del dulcísimo Cantar de los Cantares,. y de ahí ha sacado Maupassant título para su último
IO<J
libro. El distinguido
pintor Oliverio
Bertin es amante hace luengos años
de la condesa de Guilleroy, amante fiel,
tierno y caballeroso. La hija de la condesa y de su marido llega a la edad
de mujer. Sus juveniles gracias, su inocencia y su hermosura irresistible,
que
es reproducción
viva de la de su madre cuando el pintor la conoció, hacen
en éste una impresión
profunda.
Al
principio logra persuadirse
de que el
afecto que profesa a la hija de su amiga es un sentimiento que no salva los
lindes del amor paternal; pero la condesa, con la adivinación natural en las
almas celosas y ardientes,
descubre
que su hija es amada de amor y no
de amistad como Bertin dice y asegura. El pintor, que ha pasado ya de los
cincuenta años, lucha cuerpo a cuerpo
con su pasión sin que alcance la victoria, impidiéndoJe
sólo su poderosa
-
J
10 -"
fuerza de voluntad cometer los absurdos que pudieran ocurrírsele en el estado tristísimo de su alma acongojada
y enferma. Al cabo, el amor es tan
fuerte como la muerte: para tranquilizar a su amante inquieta, para que el
objeto de su amor 10 ignore todo, para descansar él mismo de esa pugna
que debilita su razón y agota su cuerpo, el pintor resuelve morir y halla el
anhelado reposo en el eterno olvido.
En todas las páginas de este hermoso libro palpita un pesimismo irremediable y fatal. Es preciso declarar que
el pesimismo se respira en la atmósfera misma de este siglo, que ha sido,
con todo, más afortunado que sus predecesores. Si no fuera así, M. Guy de
Maupassant, que es hombre de alta posición, favorecido de la fortuna, lisonjeado por el aura popular, no sería tan
pesimista ni se sentiría agobiado por
111
u na tristeza tan grande. En la antigUedad la fatalidad o el hado cerníase implacable sobre hombres y dioses, e informaba las epopeyas de Homero y las
tragedias de Esquilo. En estos tiempos
de angustias y zozobras, el pesimismo
lo invade y lo domina todo. Schopenhauer vence. reina e impera. A la verdad hay que atribuir este mal a la repugnancia
que la especie humana experimenta
hoy por las hermosas doctrinas cristianas, de dulces resignaciones
y de esperanzas
inmortales.
Pero al
hombre no lo detiene nada en su loca
carrera. A fin de mitigar esta universal pesadumbre, hasta los médicos aconsejan a sus enfermos que piensen poco
y que se aturdan
mucho; esto es, que
el placer que corrompe reemplace a la
meditación
que mata. Y es que también en este fin de siglo se vive mucho y muy de prisa. A los treinta años
--
112
--
ya hombres y mujeres han gustado todo lo que el mundo tiene que dar de
sí, y conocido ya es lo que en la tierra hay de amargo y de sabroso, ¿qué
es lo que resta? Aguardar la hora de
la muerte. No es que falten campos
donde se ejerciten las facultades activas del hombre; que para honra de la
especie no escasean quienes se interesen por la cosa pública, ni quienes se
dediquen al cultivo de las letras, las
ciencias y las artes, ni quienes acometan empresas materiales, ni quienes en- señcn al que no sabe, ni quienes, finalmente, consuelen a los tristes y socorran a los desvalidos y menesterosos.
Pero a los dominados por la pereza, a
los enemigos de la acción. a los espíritus inquietos, que viven entregados
al martirio cruel de sus pensamientos
homicidas, a ésos no les queda más
recurso que morir. Después de todo,
-
1\3
saber morir no es poca cosa; porque
bien sabe usted, señor Director, que,
como dijo alguien, en el universo hay
muchas cosas pequeñas y dos grandes:
el amor y la muerte. Después de haber saboreado lo exquisito y divino del
amor, hay que dejarles el puesto a los
que vienen detrás caminando afanosamente. iFelices aquellos que se van de
este mundo con la esperanza, hermosa entre todas, de que hay Dios y de
que existe otra vida mejor! I
1. Atacado de locura M. de Maupassant, en enero de
189'2,fue encerrado en un manicomio, en donde fal\eci<i
en julio de 1893, sin haber recobrado la raz,;n.
Notas literarias.
Nubes de estio, por don José María de Percda.
Muy por encima damos un ligero resumen del argumento de la última novela del insigne escritor montañés.
Don Roque Brezales, provinciano de
extracción humilde, ricacho, de esos
que creen cosa fácil y hacedera meterse la luna en el bolsillo del chaleco,
se perece por figurar como personaje
en su país. Traba amistad con el Duque del Cañaveral, Marqués de CasaGutiérrez, prócer ilustre, jefe de partido, hombre de muy sonadas campanillas, pero cuya riqueza no está ni con
mucho al nivel de su importancia so-
11 ~
dal y política. Don Roque, por encumbrarse, y el Duque, por deshacerse de
un hijo perdía que tiene y poner a su
disposición
la mina de oro del senciIlote provinciano,
conciertan
la boda
del tronado y raquítico joven con la
hija de Brezales, que es lo que se llama una real moza. Pero contaban sin
la huéspeda
porque la real moza no
puede ver ni pintado a su futuro, ni
le parece a ella gran cosa emparentar
con la encopetada
familia del ilustre
prócer. Después de muchos dolores de
cabeza la simpática niña se sale con la
suya, dándole unas redondas
calabazas a Nino Casa-Gutiérrez
y casándose con Pancho Vila, que es el que le
gusta. Pero a tan feliz resultado no se
IIega sin que el ilustre prócer le dé al
buen don Roque, con todas las reglas
del arte, un estupendo sablazo de cinco mil duros.
0°-
116
°00
Figuran en el libro muchos personajes de segundo orden pintados con la
verdad y conciencia artística que distinguen al señor Pereda. Se conoce que
la mayor parte de los tipos que con
su maestría de costumbre nos descríbe el señor Pereda, no son creaciones
de su fantasía sino hombres y mujeres
de carne y hueso transportados por él
al papel con todos sus pelos y señales.
La última obra del ingenio montañés ha levantado una gran polvareda
en el mundo de la crítica española. Porque lo que es el señor Pereda no se
queda corto cuando se pone a decir
verdades; y las del barquero les ha
cantado a los chicos de la crítica madrileña, volviendo por los fueros de los
escritores de provincias, desdeñados en
la villa y corte, y de los cuales es Pereda, sin duda, el más célebre de to-
117
dos. A él no le desdeñan;
al contrario,
lo ensalza todo mundo; pero parece que
se le clavó en el corazón la injusticia,
según él, con que los que manejan las
disciplinas literarias, recibieron La Montálvez, libro en que Pereda puso a la
aristocracia
española
como no digan
dueñas y en que administró, si no nos
engaña la memoria, un tremendo
vapuleo a los caballeros
de la alta banca. Pues ahora trata con ensañamiento a los críticos al día y también a los
cronistas elegantes, a quienes les deben de estar ardiendo las orejas, porque eso sí es hablar como Dios manda. Al pobre revistero Alhelí no le han
de quedar más ganas de tocar bocina.
El señor Pereda no escribe corto.
Su robusto talento necesita derramarse en muchas páginas. Con todo y con
ello no alcanza nunca a los dos o tres
volúmenes que acostumbran
general-
11M
-
mente los novelistas ingleses. Con uno
le basta, pero nutrido de una prosa
rica, varonil, jugosa y castiza. Maneja el diálogo como no lo maneja nadie; en él llega a los límites de la perfección: 11011 plus ultra.
Los libros del señor Pereda se leen
siempre con viva satisfacción y creciente interés; son de sana lectura, no
melindrosa ni tonta, y a veces desea
uno que no se acaben. No son como las
novelas del literaria mente difunto Enrique Pérez E:scrich, cuyos engendras
afrentan el idioma y el arte novelesco. Con asombro, con estupor casi, sabemos que aún hay en esta tierra personas que encuentran solaz y hasta
deleite en lectura de obras tan rematadamente malas.
1891.
- lIt)
A
LI/CkY}Cl/IIIg
WOllll/n.
a novel by 1'. C. Phillips.
London,
1890.
1\11'. Phillips es un novelista
inglés
que goza ya de merecida reputación
entre sus compatriotas,
no sólo por su
elegante y vívido estilo y lenguaje sino también por la habilidad con que
teje la trama de sus libros, haciéndolos muy interesantes; por el esprit que
a manos llenas derrama en ellos, y
por las tendencias realistas, o por lo
menos, por las atrevidas
situaciones
que sabe crear y que lo equiparan
a
ciertos noveladorcs
franceses.
No hace muchos años escribiÓ Mr.
Phillips una novela titulada As in a
looking glass, que fue acogida
por
unc,s con notable desagrado y por otros
con grandes alabanzas. Se le dijo entonces que su libro era inmoral y que
-
120-
trataba de introducir en la novela inglesa elementos exóticos poco castizos.
E;,l principal
carácter de la obra era
una señora déclassée, que pudiéramos
llamar una mujer de vida equívoca,
pero de firme voluntad, que se propone obtener el respeto y la consideración de una sociedad tan exigente y
tan llena de preocupaciones
invencibles como lo es la alta sociedad
inglesa. No se fija en los medios para
alcanzar el fin, y lo consigue poniendo por obra teorías directamente
tomadas del utilitarismo de Jeremías Bentham. Pero su triunfo es breve y la
caída terrible, porque su tercer marido llega a tener noticia de su mala vida pasada, y ella se suicida. En el
desenlace difiere esta novela de la del
francés Guy de Maupassant,
Bel-Ami.
Jorge Duroy sí obtiene el lauro del
vencedor definitivamente,
no como Le-
-
J 21
na Despard, que no logra que le ciña las sienes sino pocas semanas. La
diferencia se explica fácilmente
si se
tiene en cuenta que lo que en un hombre es digno de reprobación,
pero al
fin y al cabo tolerable, en una mujer
no encuentra excusa posible. Un francés sacó un drama de la novela de
Mr. Phillips, y la célebre trágica Sara
Bernardt creó el papel de la heroina.
El libro ha sido traducido a todas las
lenguas cultas, menos, según entendemos, al español.
De entonces acá Phillips ha atenuado un poco su manera y escrito de
modo que sus púdicos compatriotas
no
vayan a escandalizarse
y a cubrirse
el rastro murmurando:
¡shocking! Sin
embargo, en otra novela que nombró
The Fatal Phrine trata de un adulterio,
pero platónico,
porque adulterio
común y real de los que diariamente de-
-
vienen
122-
en los países
ci vilizados,
que se precian
no se lo habrían
los honestos
cosas
puestas
supuesto
en letras
que
la novela
está
Ahora
escrita
inglesa
reconocen
los críticos
Conyers
su difunto
veras,
pero
místi-
sino fran-
sólo
es inglesa
lengua.
narra
la vida de
su última
nove-
es una huérfana
padre,
bribón,
un
un jurisconsulto
de nota,
y por ser hombre
y de honor,
te simpático.
a un lord
ejemplo,
que
el cual,
con
por
de
nos es doblemen-
El padre
rico,
a
baronet de
no dejó casar
ser jurisconsulto
mundo
lo
que con grande
han juzgado
quien
Por
pUl' sang, según
una joven
la. Marcia
casi
en esa
Mr. Phillips
encomio
a ver esas
no es inglesa,
y que
porque
Albión,
de molde.
la platónica,
ca, adúltera,
cesa,
tolerado
hijos de la pérfida
que no están acostumbrados
de
a lord
no tarda
aspiraba
a más,
Norwich,
por
en presentarse
123
y en hacer
propuesta
de matrimonio
por dos veces consecutivas,
siendo en
ambos rechazado con pérdidas. La niña es aficionada al divino arte de la
pintura y se gana honradamente
la vida vendiendo cuadros bonitos, que no
carecen de mérito. Cediendo al impulso innato de viajar que constituye
a
los ingleses en nuevos judíos errantes,
Marcia y una compañera se van a Dieppe a pasear. Alli, en un baile del Casino, esta joven pintora, dechado de
perfecciones según los críticos ingleses, se enamora, sin más ni más, de
otro lord, que es un vagabundo de siete suelas; y sin averiguar si es o no
casado (que sí lo es, sino que él se
ha guardado
muy bien de decir una
palabra acerca de esta tontería); y sin
encomendarse
a Dios ni al diablo, coge su camino y en compañía del amartelado amador se larga a París con el
--
124 -
fin de casarse con él in Jacie Ecclesiae,
si es posible. Pero no lo es, porque
a última hora al lord ése le asaltan
escrúpulos y le confiesa a la novia su
verdadero estado civil. Con lo cual ésta entra en la furia e indignación de
rúbrica en casos análogos, y sin ceder
a los ruegos de su ex-adorado, toma
la vuelta de Dieppe y se une otra vez
a su abandonada compañera.
¿Creerá el lector que este prototipo
de huérfanas inglesas de buena familia queda irreparablemente comprometida en su honra por haberse estado
en el Gran Hotel de París un día entero con un hombre casado y libertino? No hay tal, queda como el blanco
lirio del campo, sin sombra de sospecha, porque el viajecito ha sido en tout
bien tout honneur. ¿ Y después de todo,
para qué está ahí lord Norwich, ese
espejo de enamorados fieles, que anda
l:¿S
viajando por Atenas en su lindo yacht
Cecilia? ¿ Y para qué existen los infames caminos de Grecia y los ladrones
griegos, que no hay policía que los
extermine jamás? Porque miss Marcia
se va a Atenas a dar una vueltecita y
por casualidad
se halla en la celebérrima ciudad de Minerva el distinguido y millonario Norwich. Naturalmente. estando en Atenas, la lógica indica
quc se ha de salir a visitar las cercanías; y la lÓgica indica también que
haya ladrones que plagien a las inglesas curiosas. entre ellas a miss Marcia,
que no tiene por qué ser una exctpción, ni su compañera tampoco. Lo sabe el bueno de Norwich y se precipita
a libertar a las damas prisioneras;
las
liberta en efecto, pero a él le dan un
tiro que casi le dejan en el sitio. (Todo
lo cual se parece en el fondo al famo~() episodio de Edmundo About Le Rol
-
12()-
des Montagnes, pero en la forma, ¡qué
diferencia entre el novelista británico
y el ático escritor francés!) Marcia se
convierte en hermana de la caridad, y
a fuerza de cuidados tiernos y solícitos arranca al heroico Norwich de los
brazos fríos de la muerte para que pueda caer en los suyos, amantes y agradecidos; porque después de tánta prueba de amor, ¿cómo va Marcia a no
querer premiar un afecto tan ardiente
y sincero? Eso sería un crimen, y Mr.
Phillips retrocedió ante la idea de cometerlo. Como todo ha de terminar bien,
el pícaro aquel que casi sedujo a la
incauta joven, recibe un balazo que le
deja seco en un duelo con el grande
amigo de Norwich, el intrépido Capitán Markby.
En estas notas sin pretensiones, no
hacemos crítica seria, ni jocoseria; no
podríamos hacerla. En Inglaterra deben
127
de suceder los hechos que con su habitual elegancia narra Mr. Phillips con
alguna frecuencia. Inglaterra, y en general Europa, son muy distintas de nuestra América española. Tal vez allá esas
cosas de miss Marcia se miren con indulgencia
y se perdonen
fácilmente;
pero a nosotros 110S parece que muchachas de veinte años que den en la
flor de imitar a la simpática inglesa e
irse con el primer recién venido guapo
que se presente, solas, a ciudades leJanas, están expuestas a que les suceda algo que después no podrían reparar ni aun derramando océanos de lágrimas. ¡Y\iss Marcia salió incólume por
su buena estrella o porque el novelista no quiso que flor tan fragante y
pura fuese deshojada
por mano tan indigna. De cualquier modo, no es bueno tomar por modelo a miss Marcia
Cúnyers. Nuestras paisanas no necesi-
--
128 --
tan de nuestros consejos, ni tenemos
cura de almas para metemos a predicadores de moral, que es como meterse en camisa de once varas; pero que
por lo menos nos sea permitido creer
en la profunda verdad que encierra
aquel adagio castellano: la mujer hon-
rada, la pierna quebrada
y
en casa.
Nada de viajes, pues, sino en muy buena compañía.
Dibulla,
marzo
30 de 1892.
Señor Director de El Norte.-Santamarta.
Estimado amigo: Su apreciable carta de 18 d€' marzo me alcanza muy lejos de la ciudad de R***. Me pregunta usted: «¿ Qué, ya en R*** no se
piensa, no se escribe, no hay periódico?»
-
I:N
No me cabe la menor duda de que
esa ciudad se piense. Dondc hay
hombres, por imbéciles que sean, hay
pensamientos.
De que se piense muy
alto, no puedo responder tan categóricamente; pero es seguro que no faltarán hombres inteligentes
a quienes se
Ics ocurran ideas nobles y generosas.
Se escribe poco, para el pÚblico se entiende, pues en lo privado afirmo que
entre mis paisanos no dejará de haber
uno que otro atacado de epistolaritis
crónica e incurable.
No critico esto,
porque si asi no fuera, los que vivimos en el campo estariamos
en el Iimho. Y luégo cada cual hace lo que le
da la gana, dirán los émulos de Madame de Sevigné, caso de que yo me
pusiera tontamente
a censurar su afición inofensiva.
Periódico
no le hay, y quién sabe
cuándo le habrá. Esto es triste de deCll
-
130
-
cir, pero así es la verdad (A menos que
Gnecco Laborde y Pachito Pichón no
funden alguno). Y si carece R*** de
cualquier órgano, voz o eco, no es porque no se sepa manejar la pluma y
hasta esgrimirla como arma ofensiva y
defensiva. Aquí donde me ve usted a
mí, yo puedo dar testimonio de lo que
dejo dicho. Una vez me metí a desfacedor de agravios, a endcrezador de entuertos. Salí, naturalmente, crucificado;
y como Quijote periodístico recibí una
formidable pedrea. Me pusieron como
chupa de dómine, que no había por
dónde cogerme. Me llamaron irónicamente profeta, y en sentido propio y
llano, plagiario, y nada menos que de
la Epistola Moral. Al principio me sulfuré y les tiré algunas chinitas a mis
anónimos contendores;
pero hoy me
río de esa pequeña guerra que no le
rompió a nadie ningún hueso. Pues, sí,
señor,
hubo
en esa
ciudad,
en el año
de gracia de 1890, tres periódicos:
El
Ferrocarril, La Voz de Padilla y El
Bolctín de Fomento, editados todos en
la tipo¡srafía
nedo.
del progresista
En flor m u rieron
ron lo que
viven
tima,
no dejaron
vicios,
pues
sino porque
que
quiero
siete
dado
en absoluto
arrobas
hacerme
lindas
que
tiene
de peso le está veechar
sico simpático,
de joven
estoy
pues;
enfermo,
y dies de
de sus
a un hombre
como
ser-
el primero,
a los ojos
suscriptoras;
vi vie-
y fue lás-
en él me prestaran
bondadosa
acogida,
toda justicia.
usted
Pi-
de prestar
especialmente
No crea
los tres;
las rosas,
go eso no porque
el interesante
señor
plantas
pero
tro peor que si lo estuvíera,
ha atacado
la más británica
fermedades
del
ánímo:
de tí-
malogrado.
No
me encuenporque
me
de las en-
el fastidio.
Y
-
132
-
para romper la monotonía infame de la
vida que llevaba últimamente, he dado
con mi cuerpo en esta aldea. Ya me
siento mejor; hay un río muy bello, en
cuyas orillas se respira el gratísimo olor
de la florecilla llamada pembe, que no
cambio por el lirio más blanco ni por
la rosa más altiva. Este río fuera perfecto si no abundara en mosquitos, plaga que infesta nuestras tierras calientes más poéticas y bellas. El mosquito
es especialmente
feroz; se le clava a
uno en la carne y le deja la herida
chorreando
sangre. A veces le resulta
a uno su granito que tumba y postra
con fiebre violenta. Porque esta naturaleza es bravía, indomable, y no hay
hombre, por vigoroso que sea su organismo, que no sienta pronto el empuje de su poder soberano.
Aquí se
hunde uno y desaparece
en el seno
fecundo de la naturaleza; y cuando, por
133
la mañana, se fija la mirada en los picos enhiestos de la Sierra Nevada, mole gigantesca, coronada de eterna nieve,
hay que caer en raptos de lirismo, que
no por cursi, trasnochado
y fósil, deja
de ser profundamente
sincero. Aquí sí
que se puede exclamar
con el señor
Caro
i La inmensidad
La pequeñez
de la grandeza
del cielo,
humana!
Hay mosquitos
implacables,
sí; hay
culebras de dimensiones fantásticas quc
ponen miedo en el hombre más valientc; se siente temor (yo lo siento) ante
el asqueroso
tuquequ/!, ante el repugnante sapo; no faltan caimanes, y abundan en número prodigioso los multicolores cangrejos.
¡Pero en cambio, además del esplendor tropical del valle y
de la selva, del río y del mar, la vida
es baratísima!
Yo creo que llna fami-
-
134-
Iia de cuatro personas vi ve con dos reales diarios. Los plátanos no valen nada, ni las ahuyamas, ni las yucas, ni
las batatas, ni otras legumbres; el maíz
se da casi de balde, el picl1ipiche es base de alimentación, y no cuesta más
trabajo que el de cogerlo en la playa,
y hay siempre carne de caza, apetitosa y sana. Y aunque todas estas cosas,
que no son mucho a la verdad, descontentasen aun a los hombres más sobrios, aquí goza el espíritu de una libertad completa.
¡Gh libertad preciosa
No comparada al oro
Ni al bien mayor de la espaciosa tierra!
1
¡Fuéra política; fuéra intrigui\1as de
aspirantes a empleos; fuéra deseos de
candidaturas imposibles; fuéra charlatanes imbéciles; fuéra, en fin, tontos de
l. Lupe de Ve¡¡a.
toda especie, en que tánto abunda este
linaje humano!
y se disfruta de todas estas ventajas
sin que se pierda de vista el movimiento intelectual del mundo. Aquí, en mi
mesa, tengo periódicos
de París, Londres, Madrid, Roma y Bruselas, los diarios más célebres, que me remite generosamcnte
un amigo mío, ilustre entre todos. Aquí leo la Revue Bleue y el
Nuevo Teatro Crítico; aquí tengo La
Piedra Angular, libro en que la insigne señora Pardo Bazán trata de la pena capital con superficialidad
femenina; aquí me acompañan
Mateo Arnold
y Pablo Bourget, y los líricos españoles, y Fustel de Coulanges
y el Padre
Blanco García. Y bien, después de leer
unas páginas inspiradas,
¿ no le es lícito a un pobre proscrito
contemplar
el rostro picaresco, y la sonrisa de los
labios rojos, y el brillar de los diente-
--- 1:)6 .--
cillos protoblancos de una simpática vecina? Pues yo creo que si hay algo permitido, es eso; y si mi novia se pone
brava, peor para ella: que se ponga brava. A mí ¿qué?
María Ba5b~irt5eff.
Talvez en la losa que cubre sus despojos mortales no estén escritas, después de Sll nombre, sino estas palabras:
«Nació en Rusia en 1860. Murió en
F rancia en 1884».
Y, sin embargo, en el corto espacio
de tiempo que va del un año al otro,
alentó sobre la tierra, con aquel nombre, uno de los espíritus de mujer más
originales y sorprendentes
del siglo que
termina.
1)7
De familia
noble y rica de la rcglon
llamada Pequeña Rusia, con la sed de
viajar que distingue
y caracteriza
a la
rala eslava, ávida de ponerse en contacto con la cultura refinada del centro
y occidente europeo, vemos a la joven
rusa, desde temprana edad, recorrer las
capitales espléndidas del viejo mundo.
Hallándose en Niza, que atrae a las gentes del norte con atracción irresistible,
divisa un día en el paseo al duque de
H., un lord de encumbradísima
alcurnia, y se enamora de él con precocidad
admirable en una niña de apenas doce
años. El duque es su ideal, y cuando
tropieza ella con cualquier hombre digno de despertar la atención de una mujer, le parangona
con el duque, quien
inevitablemente
sale triunfante en estas
comparaciones
que a cada paso se suscitan en la inquieta imaginación de María Bashkirtseff.
I.'Y\ . -
El Dios Apolo únicamente puede 110mbrearse y medirse con el arrogante duque de H. Un dia, en Viena, anúnciale
su aya que el admirado patricio va a
casarse prÓximamente.
María hace esfuerzos inauditos por ocultar su turbación en este primero y rudo encuentro
de sus juveniles ilusiones con la fria
realidad. Y lo que más la contraria y
desespera es que, ¡la pobrecílla!, ha de
aprenderse
en seguida una lección de
latín.
A los quince años la encontramos en
la Ciudad Eterna. De su estada allí habrá ella de conservar recuerdos indelebles. La única vez que su altivo corazón creyó sentir y comprender,
con
positiva seriedad, el verdadero
amor,
fue en Roma. Posteriormente
su anhelo
favorito ha de ser volver a Roma. El
conde Antonelli, sobrino del poderoso
Cardenal que fue Secretario del inmor-
1 :'J<¡
¡al Pío ¡X, se enamora de ella y la persigue y la asedia con las encendidas
declaraciones
de su pasión. Las páginas del diario de Maria, en donde se
relata la historia de este amor, son un
idilio precioso, encantador, casi divino.
La entrevista al pie de la escalera, el
beso fugaz que se dan en un minuto de
enloquecimiento,
no quitan nada a la
pureza virgínea de la bella eslava. Porque bella es como pocas: ella misma
lo declara con deliciosa ingenuidad, y
si no lo declarara, nos lo diría el retrato que conserva sus facciones. Los
cabellos son rubios con reflejos rojos,
la nariz pequeña, la tez blanquísima,
como los lirios del campo, el cuerpo
bien formado, que puede competir con
el de cualquiera Venus; los ojos claros
y la mirada profunda, inquietante,
porque ¿ quién podrá jamás adivinar lo que
hay en el fondo de unos ojos claros
de doncella inteligente?
-
14<l -
El matrimonio con el noble italiano
no puede efectuarse; que los impedimentos religiosos y la poca energía del
joven destruyen el proyecto. Así, entregada a pensamientos melancólicos, visita por pri mera vez a Ná poles; y en
Pompeya compara el amor con la ciudad romana antes de la catástrofe, y el
matrimonio desgraciado con la misma
ciudad después del cataclismo.
En su alma queda grabada para siempre la huella de aquel primero y único capricho. Cuando años después recuerde esa época brillante de su vida,
le echará en cara la conciencia, como
un oprobio, la caricia del noble italiano, la sola que de homhre enamorado
recibiera jamás.
No ha de hallar María Bashkirtseff
hombre que le convenga: el ideal está
muy alto para que pueda ser cumplidamente realizado. Y de este anhelo no
141
'
satisfecho, de esta ignorancia del fondo de las cosas, resulta algo vacío, incompleto, en el alma de la joven. Porque por muy grande que sea el talento, por muy poderosa que sea la intuición de la mujer, por muy distraído y
ocupado que el espíritu se encuentre en
otros objetos, si no se conoce el amor,
no se conoce nada. El amor es la mitad de ]a vida, si no la vida toda. ¡Desdichada María Barshkirtseff, que no supo nunca lo que era!
Amor, eterno amor, alma del mundo
1,
La movilidad e inquietud que son nota característica
de su raza la hacen a
menudo creerse infeliz; y en su alma
se abre entonces algo desolado y triste
como las estepas interminables
de Rusia. Pero de pronto, un pensamiento noble, un sentimiento generoso surgen en
1. N,i'lez de Aree.
- - 142 --
aquel desierto como si en algún Sahara brotase súbitamente y brillara al sol
una florecilla de riquísima fragancia.
En 1876, año fecundísimo para la joven rusa, visita a su país por ver a su
padre, el cual vive alejado de su esposa. Lo que María escribe en el diario
durante su permanencia en Rusia, podrían suscribirlo sin dificultad Tolstoi
o Tourgueneff. Cambiando uno de los
términos, hay que decir del estilo del
diario: el estilo es la mujer. No sólo
las observaciones finas y penetrantes
de uua mujer del gran mundo, dignas
de ser estudiadas por el que quiera averiguar algo de profundamente femenino; no sólo eso se encuentra en las páginas del libro de María, sino reflexiones filosóficas, modos particulares de
contemplar la faz de los acontecimientos humanos, y señales de una erudición que enorgullecería a un literato de
- 14)
veras. Maria Bashkirtseff
ha leido todo: Homero, Platón, los clásicos latinos, los modernos, los escritores contemporáncos.
Su ingenio superior pasa
sin contaminarse
por la lectura de los
libros de Emilio Zata, cuya fuerza admira. La deleitan León Tolstoi, Alfonso Oaudet y Enrique Beyle. No ha de
suponerse que el corazón de la joven
eslava sea un corazón seco, sin jugo
ni fibras sensibles. No; un pasaje de
PaMo y VirRinia la hace verter lágrimas de conmiseración
profunda. Llora
amargamente la muerte del Príncipe Imperial, del hijo de ese Edipo del siglo
XIX, que se llamó Napoleón IlI. La súbita y casi misteriosa desaparición
del
gran tribuna francés, que en época de
prueba tremenda fue personificación
del
patriotismo, la lleva a confundir su dolor con el dolor de su segunda patria,
la ilustre Nación francesa. Cuando, ren-
-"
144 "-
dido por los años, su viejo perro muere, lo siente como si hubiera sido un
individuo querido de su familia. No le
causó tánta pena, seguramente,
a UIises la muerte del fiel Argos.
Mas si el amor no r:orona con sus
mirtos las sienes virginales
de María,
la ambición, en cambio, la posee toda
entera desde niña. Quiere brillar en los
salones por su belleza soberana. Quiere deslumbrar a hombres y mujeres con
los fulgores úe su ingenio extraordinario Cuando sabe que una compatriota
suya se une en matrimonio al príncipe reinante de Servia, no logra disimular un sentimiento de envidia.
Si ella
hubiera adivinado la vida de amarguras que se le aguardaba a la reina Natalia, que ni siquiera puede acariciar a
su hijo, en vez de envidia la hubiese
tenido lástima. En Nápoles, una vez se
lanza a saludar al rey Víctor Manuel,
-
145-
con el exclusivo objeto de poder decir
después que ha hablado con el más amable de los reyes. Se complace en proclamarse linda, y se viste de blanco,
porque lo blanco le sienta admirablemente. Desea conquistar
aplausos con
su voz, su hermosa VOZ; y su aspiración a rivalizar con Malibrán y con Patti no se realiza, porque una enfermedad terrible, que la llevará a la tumba,
la hace perder el órgano divino. Sueña
con la escultura, con cincelar en el mármol la figura de la abandonada
Ariadna, o la de Nausicaa, la dulce creación
del viejo Hornero, una de las más puras fisonomias de doncella que atraviesan la historia literaria del mundo. La
pintura, al fin, la subyuga y la fija.
Con ardor singular se dedica a su
estudio; hace grandes progresos en el
dibujo; exhibe en el salón de París
cuadros que cada año van siendo me10
-
jores;
recibe
insignes
senta
un cuadro
ya notable,
número
reproducen
su nombre
cuando
de
que obtie-
y un buen
Casi alcanza
lada meta, la fama:
cos de arte
alentadoras
En el año de 1884 pre-
en la exposición.
trados
--
palabras
artistas.
ne un buen
14<)
puesto
la anhe-
los periÓdicos
su lienzo,
hablan
ilus-
los críti-
con elogio
de ella,
no es ya desconocido.
se dispone
a crear
algo
¡Ah!
digno,
en fin, de ella y del fuego sacro que la
anima, la tisis la coge
la postra y la aniquila
plir los veinticuatro
El 31 de diciembre
en el diario:
con sus garras,
antes de cum-
años
de edad.
de 1883 escribe
«¡El nuevo año! A las doce de la noche, reloj en mano, en el teatro, manifiesto un deseo con una sola palabra, palabra hermosa, magnifica, embriagan te, ya
escrita
pronunciada:
¡La gloria»!
°
147
La gloria que creíste alcanzar en el
año que comenzaba, no la conquistaste. Tus cuadros te hubieran dado reputación, mas no quizá la fama de Rafael Sanzio, de quien no gustabas, ni de
Diego Velásquez, que era tu idolo. Pero la historia fide\ísima de tu vida, relatada en tu diario inmortal, espejo de
tu alma con todos sus desfallecimientos, sus triunfos y sus anhelos, te hará
vivir en el recuerdo de los humanos.
El cóndor del genio, más altivo que el
que anida en las cumbres andinas, batiÓ alguna vez sus alas potentes sobre
tu poética cabeza de diosa del Olimpo;
y hoy ciñe tus sienes con la láurea de
la gloria más pura, que es la inmarcesible del arte literario. Los jóvenes de
los tiempos futuros te han de amar con
cariño de hermanas,
porque, aunque
hija de esta centuria, eres la encarnaci(ln anticipada de la mujer del siglo
--
14<\ -
xx. Tu alma, serenada ya por la muerte, asiste complacida a la apoteosis que
te tributan los hombres.
Bogotá,
1892.
BOl'da"do.
A Paz.
Niego en redondo los encantos del
Código administrativo, y si algún burócrata empedernido se encapricha en
creer que encuentra en su lectura misteriosos deleites, ¿ qué le hemos de hacer? Con su pan se ]0 coma.
Por mi parte, prefiero ver bordar en
seda a cierta joven simpática.
Esta niña se encontró el dia menos
pensado con un compromiso a cuestas.
Bordaba bien, no porque la necesidad
la hubiese obligado a aprender este ofi-
.-
14<)
cio, sino porque la educación de su tierra así lo exige. Una vez, viendo a una
amiga suya en el trance de bordar, sin
tener tiempo de sobra, un pañizuelo de
raso, le dijo, por pura galantería
de
chiquilla cortés, que la sacaría del apuro; y la otra, que no era tarda en esto
de aceptar espontáneas ofertas de servicios útiles, se apresuró a cogerle la
oalabra.
Hé aquí, pues, a la graciosa niña bordando en seda el pañuelito hlanco. Está recostada en cómodo taburete a la
limpia pared. La cabecita, coronada de
cahellos casi castaños, se inclina bastante. Los grandes ojos, que son bellos
y harto expresivos, parece que quisieran devorar la tela delgadísima:
tánto
se fija la mirada en lo que se va haciendo. La aguja fina entra y sale con
Ln ruidito peculiar en el crujiente raso,
que por lo tendido que está en el peque-
-
150 -
ño bastidor cualquiera creería que va a
desgarrarse con estrépito. Las matizadas sedas, que acarician dulcemente las
yemas son rosadas de los dedos bien
modelados, van formando poquito a poco, en el cándido fondo, lindas y caprichosas florecillas. Y la mano diligente de la niña no se da punto de reposo. A veces, cuando alguna dificultad
ataja a la bordadora, la atención se esfuerza; y vencido el obstáculo, un suspiro de satisfacción hincha el tierno seno de la joven y una gotica de sudor
rueda con pereza por aquella frente morena, donde los rizos de la capul, tan
suaves como el raso que se borda, traban encarnizada batalla. Esa gotica, después de humedecer la frente, iría a mojar la labor, si ésta no fuera defendida
por el escudo de un lienzo, enemigo de
moscas, preservador del polvo, guardián de la limpieza. Cuando se termi-
-
151
-
na la primera
parte del ímprobo
traba-
jo, una sonrisa
amable
los la-
bios
de la niña, dejando
de cereza
mirar
la blanca
dentadura.
el aristocrático
do del todo,
pañizuelo
la más
que en extranjeros
la, será
indigna
!la perfecta.
entreabre
ad-
El día que
quede
exquisita
laboratorios
de perfumar
acabaesencia
se desti-
esa obri-
Digna de él es, llllicamen-
te, la mano de marfil
que allá en el va-
lle de los Alcázares
lo aje distraída
lo coloque
guna
luégo
abertura
con
':iescuido
y
en al-
del rico jubÓn!
Mayo de 1893.
'" ·~l!O~~:::.'; L";15.1\>·:::;[l (':~ANGO
Ci\": f ..:"C ':;l-lC: ::~i~
la Vit'gel) de Pel'eDel'e.
(VIAJeS
VULGARES
DE P~()VINCIA)
Nada, amigo lector, de brioso corcel.
Tome usted un caballo o yegua de buenos pasos y póngale un galápago de
asiento bien ancho. Móntese usted a la
una de la madrugada y salga a dirigir
una peregrinación en que va una multitud de mujeres caba/leras en asnos
goajiros. Coja usted la vuelta del Hatico, y ahí no más deténgase a componer la carga de comestibles y a pasar
a otro burro a la joven que sobre la
carga va: tiene usted la primera estación. Prosiga usted andando la legua
interminable que diz que hay de esta
ciudad a Rincón Tigre, arreglando a las
niñas que se caen a cada paso, gritan-
15'J
do a los rezagados
doles
den.
que apuren,
a los que van aprisa
Doble
pueda,
usted
aunque
usted
dora
le puede
ñarle la cara.
sacar
luégo
en corazÓn
mo tiempo
haritos
horas
Como
o ara-
encienda
jinetes
que alum-
fantásticos,
de poner
Sienta
perfume.
así, y habrá
somiedo
usted al mis-
olor de mariangolas,
y de otras
us-
la vía, y vea usted
capaces
firme.
a usted
la noche está obs-
velas de esperma
brehumanos,
gratísimo
rama trai-
el sombrero,
medianamente
dibujarse
si no
fácilmente
de toda obscuridad,
ted algunas
bren
porque
el lomo, alguna
un ojo, o tumbarle
cura
todo lo que
una afecciÓn
vertebral,
dobla
que aguar-
el lomo
contraiga
en la columna
dicién-
de aza-
flores
silvestres
Camine
usted
hecho ....
de
cinco
dos
le-
guas.
No se desaliente
Vaya
usted
usted.
Ya es de día.
con cuidado
por esa saba-
-- 154--
neta; por ahí asesinaron
modo truculento,
Pueden
salirle
a un pobre
una falta
Aunque
apresurar
de caridad
de
muchacho.
y jugar-
a usted también
le una mala pasada.
ra, no puede
los indios,
usted quie-
el paso;
seria
no acompañar
las desdichadas
que
de inverosímil
pereza.
a
van en jumentos
rrote a esos
estúpidos,
recen ellos.
Admírese
Déles usted
ga-
que más se meusted
de la inep-
titud profunda
de ciertas mujeres para
el ejercicio saludable
de la equitación
asnal,
si vale
guna
de ellas
plagiando,
Jesuscristo.
gión
decir así. Vea usted a alque
se da siete
sin querer,
a Nuestro
míre cÓmo le profesan
los burros una instintiva
míre cómo no hay poder
los haga entrar
a tierra,
Señor
Por fin llegue usted a la re-
del lodo;
las pobres
caídas,
en el barro;
mujeres
o mejor,
repugnancia;
humano que
mire cómo
tienen que echar
pie a Iodo,
pie
e inter-
-
155
narse con ánimo resuelto por fangales
hediondos, al parecer interminables. Al
cabo, a la vuelta de un recodo, se divisa el río. Páselo sin cuidado, que está
seco; apenas llega a la orilla. Ha llegado usted a Perebere a las 9 de la mañana. ¡Ira de Dios! ocho horas de camino y una noche toledana para andar
cinco legas. Cuando se desmonta usted
del caballo cae fatigado al suelo «como
cae el cuerpo muerto».
No es Nijni Novgorod, cuya feria ha
descrito Julio Verne en una de sus populares novelas. No es ni siquiera la
feria de Magangué. Es una reunión de
gente de toda clase que va a rendir culto a una imagen milagrosa, a Nuestra
Señora del Carmen de Perebere. Lejos
está, pucs, de scr motivo comercial 10
--
I 56
-
que congrega ]a gente en ese sitio; es
motivo de orden religioso.
E] lugar es pintoresco, no se puede
negar. En el centro está la ig]esita que
ha sido agrandada este año y a] rededor
se cuentan hasta doce bohíos. Ellos no
son capaces, naturalmente, para contener el gentío ínmenso que afluye al sitio de casi todos los pueblos de la provincia. Así, las familias se establecen
debajo de los altos árboles frondosos.
colgando en ellos las blancas hamacas,
en nÚmero portentoso, las cuales presentan de noche un espectáculo tan original como curioso. Los árboles que
más abundan son el algarrobillo, el toco,
el sangre de grao y el olivo.
Luégo que se recobra un poco el perdido vigor, se dirige uno al baño. El
río es bello, de orillas sombrías, de
aguas frescas y saludables, sin peligro
de caimanes y otros animales dañinos.
Ganas ]e dan a uno de no salirse nunca.
157
El cura de la ciudad se ha trasladado al sitio y dice la misa. Sale la procesiÓn un poco antes; la preciosa imagen del Carmen, lujosamente
ataviada,
es saludada con salvas repetidas.
Es
grande la devoción que se le tiene. Muchisimas personas
llevan milagros por
promesas que han hecho. Se le canta
un número considerable
de salves, entre las cuales se cuenta la nuéstra. A
las once termina la función religiosa.
En la madrugada del 16 de julio dormia yo cuando un relámpago seguido
de un trueno formidable me despierta.
Descuelgo rápidamente mi hamaca y me
precipito al rancho de un amigo. Afortunadamente
no llueve un gran aguacero, que si llueve, nos pone como sopas. Un sujeto hace una extraña promesa, y es la de emborracharse
concienzudamente si la Virgen logra que cese
la lluvia. Como ésta cesa, el individuo
--
151:\
--
de marras cumple su promesa con puntualidad tremenda. Como que se amarra una de las monas más ruidosas que
se registran en los complicados anales
de las humanas borracheras. Otro tipo
parecido, que se las echa de brujo, me
dice que si había llovido, era porque
él dormía; porque él, despierto, se encuentra en posesión del asombroso poder de dominar los elementos. Que no
tiene más que decir estas palabras: de-
ténte agua, como se detuvo Cristo en la
cruz, para que el agua obedezca al punto el mágico conjuro. ¿ Qué puedo yo
contestar? Cada borracho con su tema.
Es evidente que a Perebere va mucha
gente con propósitos religiosos, pero
no es menos cierto que otros van a abusar de la bebida de manera increíble;
otros se encaminan allí arrastrados por
motivos amorosos: la novia o señora
de los pensamientos hace viaje a Pe-
1 5')
rebere a cumplir alguna promesa, pues
allá van ellos también a cortejar y a
ver si por sorpresa les dan el dulce sí.
No faltan, ¿cÓmo habían de faltar? tipos educados en la academia del buen
Monipodio,
que sólo realizan la romería con el objeto de mejorar de suerte,
como, por ejemplo, si toman un caballo o un burro contra la voluntad de
su dueño; o si cargan bonitamente con
un revólver, con un reloj, con un pañuelo, vamos, con lo primero que les
cae a mano. A dos amigos los dejan
con la cabeza al sol: se descuidan un
poco y les roban los sombreros.
Las cumbiambas de Perebere son famosas. Allí se dan cita todas las hembras a quienes les gusta el baile popular. El acordeón,
la guacharaca y el
tambor, hábilmente manejados, y algunas libaciones pronto sacan de sus casillas aun a los más reposados.
Allí es
-
160-
de ver a los muchachos comprar las
espermas y regalárselas, encendidas, a
las parejas. Una se mueve con mil gestos y grita a voz en cuello una copla
popular:
Ya cayó
mi hermana,
Ya cayó mi abucla,
Ya cayó mi tia,
Y la cocinera,
aludiendo tal vez al sinnúmero de caídas en el camino. Otra, más serena,
baila con tranquila maestría, meneando con mucho garbo la cabeza y despidiendo cente\1as por los grandes ojos.
Esta, por guapa, es muy disputada por
los hombres, y da origen a algunos bien
aplicados mojicones. Y así pasan las
horas de la noche, y se viene a todo
correr la luminosa mañana, la cual debe de sorprenderse
bastante al contemplar aquel círculo de mujeres que
I()}
mueven el vientre corno las más desaforadas almeas orientales.
Por la noche se celebra el matrimonio de dos personas que quieren regularizar una situación no permitida por
la Iglesia. En el momento en que el sefiar cura, después de leer la tremenda
epístola, que tánto miedo les inspira a
los homhres, echa la bendición que une
para siempre a aquellas dos criaturas,
una prima de la contrayente dice muy
regocijada, en plena capilla, esta palabra que yo no entendí, pero que es
muy viva y debe de tener un significado expresivo:
ahora sí ya no hay zapatilla,
va.
Pero la nota dominante,
característica, que atlige y desconsuela,
es la embriaguez.
Borrachos
hay de todos los
humores,
desde los que obligan a la
poiicía a que los amarre, hasta los que
lloran como niños de teta. Puede us1I
--
162 --
ted I1amarle a Perebere el rendez-vous
de los ebrios. Por eso decía un amigo a
media voz:
El que quiera ver borrachos
Que se venga a Perebere.
y como, según Emilio Faguet, para
variar de ideas no hay más que variar
de latitud, debo declarar, en homenaje a la verdad, que lo que fue en Perebere, maldito si me acordé yo de las
duras contr(\riedades de mi arrastrada
existencia.
Julio de 1893.
C(Je~t()
del día.
Era por allá, del lado abajo, en una
explanada que bien pudiésemos llamar
del Salitre, porque en el mes de julio
se formaba allí una pequeña salina. La
casa no merecía tal nombre: tan chica
era. El interior, poco interesante;
las
paredes de barro, desnudas.
Uno que
otro taburete
cojo y de espaldar mugriento y un tinajero con una barriguda tinaja donde se veía el agua no cristalina de nuestro celebrado
río, componían el mueblaje. Toda estrechez, toda
misería tenían en ese rancho su natural asiento. Oprimíase el alma al entrar en la única pieza que servía de habitación a buen número de individuos
-
]()4
--
qu~ no se sabe por qué se juzgaban
pertenecientes a la especie humana. Para
penetrar era preciso doblegarse, porque si no, podía surgirle a uno en el
testuz un chichón soberano; y se encontraba perfectamente justificado al
orgulloso gallo cuando se agachaba al
cruzar la puerta próxima a dar consigo en tierra.
¿ Todo era allí triste y mezquino?
¿No habría allí, como en todas partes,
un rayo de sol siquiera fuese descolorido y anémico? Sí, le había. Dentro
movíase y alborotaba una niña de quince mayos, ágil como una ardilla, graciosa como un ángel. Aceitunada era
en verdad la color; pero no tiene dicho hace siglos Virgiljo
Alba
ligustra
cadunt.
vaccinia
nigra
leguntur?
Si su vocecita de oro y sus argen
tinas carcajadas no resonasen a cada
momento, los moradores
de la choza
muriéranse
de tedio. Si su cuerpecito
gentil no estuviese a cada instante dejando admirar SllS movimientos serpentinos, diríase que toda esa gente estaba atacada de incurable parálisis. Y si
la gracia de la chiquilla no atrajese por
las tardes a un enjambre de muchachos
enamorados,
hubiérase podido afirmar
que la choza ésa no en lugar bullicioso se encontraba
situada, sino metida
en el corazón de la Siberia, o enclavada en alguna montaña solitaria de los
Andes.
II
La
mujer
pero
dades
en el
turas,
madre quería otra cosa. Sí, esa
que no pasaría de los treinta,
a quien el hambre y las penalihabían puesto ya en el rostro y
cabello arrugas y canas premaqueria decididamente
otra cosa.
--
1M --
Chicos honradotes y formale~, dispuestos a doblar la cerviz en matrimonio
in Jade ecclesiae, se le habían presentado a Lorenza en solicitud del insigne honor de que ella les diese su mano
morenita pero bien formada.
¿Qué tenia metido en la cabeza ese
diablo de mujer? A más de cinco los
había recibido con cuatro piedras en la
mano y mandado con su música a otra
parte. La pobre Lorenza se desesperaba maldiciendo
la horrible tiranía de
su mamá, porque entre los pretendientes rechazados no faltaban algunos que
a la chica le parecían simpáticos
y a
quienes con poco esfuerzo hubiera ella
podido amar. Pero la mamá se estaba
firme en sus trece, y a la menor insinuación de la muchacha para explicar
aquella conducta inverosímil, contestaba con un humor de veinte mil demonios. Al fin la niña se decidió a callar
y esperar mejores tiempos.
-
167--
No estaban tan lejos estos tiempos
mejores. Porque una tarde un caballero acertó a pasar por la explanada y vio
a Lorenza vestida pobremente pero hecha un ascua de oro por lo limpia. Al
caballero le temblaron las lentes de la
emoción, y su mirada, atravesando
los
gruesos vidrios, fue a chocar con la
brillantísima
de la niña, que lo hizo
tambalear.
Informóse acerca de lo que
le convenía, y montó prontamente
sus
baterías de campaña, creyendo que el
sitio de la plaza iba a ser largo y mortífero.
Razones tenía para creerlo. Ella no
contaba sino quince años, y él había
doblado el cabo maldito de los treinta.
De ella estaban prendados
muchos jÓvenes de edad proporcionada
a la suya, buenos mozos y muy arrestados en
lides de amor. Nada de particular tenía que a alguno de esos donceles, per-
1()/"\
-
tenecicntes
los más al honrado gremio
de zapateros, le otorgase ella la palma
codiciada
de su preferencia.
El, además, icircunstancia
agravante!
era casado.
Casado, iira de Dios! y sin esperanzas de divorcio, ni de disoluciÓn del
vínculo por causa de muerte de su distinguida costilla. Su mujer frisaba en el
medio siglo, y representaba
más, pues
cicrtas dolencias físicas traíanla a mal
traer y teníanla hecha una cecina de
puro marchita y flaca. Claro era, con
la claridad del día, que la tan mentada antorcha del buen Himeneo no hahía sido, en ese caso, encendida por un
amor ardiente y arrebatado.
Matrimonio de razón era aquel, bien preparadito, bien cstudíadíto,
sin pizca de llama, quiá! por parte del sujeto. Por parte de ella sí puede asegurarse
que influyó el terror de la vída sola, el abo-
lO')
rrecimiento a eso que llaman vestir imágenes, y también el anhelo vehemente
de agarrarse,
ella, parásita sin savia,
casi muerta, a tan robusto y lozano tronco. La circunstancia
de estar casado
con semejante momia, que allá se las
podía ir con las de Egipto, era lo que
tenía al excelente caballero
dominado
por el prurito de buscar dama jovencita, con jugo, dulce y sabrosa.
El se convenció de que enamorando
a la chica por la vía ordinaria,
corría
peligro de sufrir un descalabro.
Tomó
una resolución atrevida. Le !labló a la
madre de su pasión y le manifestó que,
ayudándolo,
podía ella salir de trabajos y escaseces. Crey() que la madre,
tratada como vulgar zurcidora de voluntades, se pondría hecha un basilisco y 10 echaría ignominiosamente
de
su casa. Pero se equivocó. La buena
mujer, harta hasta la coronilla de aguan-
--
170 --
tar la cruel mordedura del hambre, se
prendió a aquella tabla de salvación.
Era preciso sacar la tripa del mal año.
¡Qué moralidad pública ni privada, qué
honra de las familias ni qué niño muerto! Lo primero, comer; todo lo demás
es pura conversación.
111
La chica consintió también. ¡Pues no
había de consentir! ¿Qué, acaso ella no
tenía hambre como los otros? Triunfó el estómago, vulgo instinto de conservación. Pero la chica se encaprichó
en que la esposa del caballero diera su
consentimiento
a la cosa, porque si no,
como la señora era el propio Tetrarca de Jerusalén con faldas, no la dejaría vivir ni a sol ni a sombra. El caballero juzgó la aquiescencia de su mujer un imposible metafísico, pero se sintió con fuerzas para tentar el vado.
-.-
171
--
Aguardó una ocaslOn propIcIa para
hacer la extraña proposición. Y fue un
día en que la crónica dispepsia
de la
infeliz señora la tenía con los espíritus
decaídos y medio muerta. Formuló el
sujeto con temblorosa y meliflua voz su
infame deseo. Hizo valer cn su auxilio
aquello de que no es bueno que el hombre esté solo, y que él, aunque tenía
mujer, en puridad de verdad, no la tenía, y que ella, mejor que nadie, estaba al cabo de eso. Que se lo decía él
mismo para que no viniese alguna enredadora de oficio a bordar necedades
sobre tan delicado tema; que lo perdonara; que su cariño por ella no se amenguaría en nada, y que su pobre mujercita estaría siempre para él en los
mismos cuernos de la luna. Una lágrima de enternecimiento
rodó por la gruesa mejilla del atroz individuo.
-
172
-
Una luz viva brilló súbitamente en
los apagados ojos de la desventurada
señora, la cual, incorporándose penosamente en el lecho, y apartando con
la mano escuálida a su robusto marido, dijo con acento despectivo pero resignado;
-Déjame en paz, hombre. Pónle casa; haz lo que quieras. Para todo tienes permiso.
1894.
A una ami¡¿a.
No fue el spleen, que de inglés
tengo nada; no fue tampoco deseo
mántico de correr aventuras, gana
romperme la nuca; el romanticismo
ya cosa muy vieja y trasnochada.
no
rode
es
No,
! 7.)
fue simplemente
un prurito irresistible
de moverme, de agitarme, de estirar las
piernas, lo que me obligó a salir de mi
casa el 15 de diciembre. Al emharcarme en la canoa nombrada
El Puente
comenzaron
mis trabajos.
Ninguno de
los bogas se sintió con el arresto suficiente para echarse encima las arrobas quc peso, y tuve que apelar a un
Hércules amigo que, alzándome
cn sus
nervudos brazos y sacándole el cuerpo
a la ola hinchada y espumantc,
supo
depositarme
sano y seco en el fondo
del bote.
Pronto me convencí de que seguía
de malas en este año de 1893, porque
al desplegarse
la vela se rompió el palo por la extremidad
inferior y hubo
que gastar media hora preciosa en arreglarlo de nuevo. Y también porque al
atracar a Caricare, en busca los bogas
de lebranches
baratos con que preparar una cena, dos olas enormes inva-
-
dieron
el
unas
Puente y me pusieron
sopas
de la cabeza
luégo, para
colmo
na se hundió
nos dejó
los
momentos
Dibulla.
allá
a los pies.
por el lado
nos
y
abajo
en
aprestába-
por la boca
No hubo remedio:
Y
la lu-
precisamente
en que
entramos
como
de desdichas,
en tinieblas,
mos para
tirar
174 -
del río
tuvimos
que
garapín, en una rada agitada,
el
y esforzamos
por dormir
no, acariciado
el olfato por el olor nau-
seabundo
hubiera
de los lebranches
yo querido
a todo
salados.
sereAhí
ver al que dijo en
Marina:
Dichoso aquel que tiene
Su casa a flote,
A quien la mar le mece
Su camarote.
y oliendo a brea
Al arrullo del agua
Se balancea.
Sí, para
que
hubiera
gustado
anchas del meneo delicioso
res dibulleros.
a sus
de los ma-
17'5
II
-Ya
está listo su buey para subir
a la Nevada, me dijo el guía. Estas palabras me hicieron compl ender que me
era preciso ensayar, en un camino pésimo, un nuevo elemento de transporte.
Sí, hasta la fecha había yo viajado en
la mula del fraile, o sea a pie (digalo
si no, mi regreso de la campaña de 1877),
a burro, a mulo, a caballo, en carro, en
coche, en tren, en bote, en goleta, en
bergantín, en vapor de río, en vapor de
mar. Pero no me había pasado nunca
por la cabeza tener que viajar en .... buey.
Me pareció algo ridículo y depresivo,
pero me di cc mo excusa para resignarme el que los egipcios no se creyeron
deshonrados por adorar al insigne Apis,
y que además no estaba el camino de
la Sierra, después de un invierno feroz,
para hacer la gracia de subirlo a pie,
- - 17(,
ni siquiera en mula. El guía me dio algunas explicaciones para mi gobierno.
Lo que en el buey sirve de bozal y de
freno es un hico que se amarra a la
argolla de hierro que se le pone en la
nariz al pobre eunuco. Cuando se quiere arrendar a la derecha, se pasa el hico por sobre el cuerno derecho, y cuando a la izquierda, por sobre el cuerno
izquierdo. La cincha debe estar muy tesa, porque el animal tiene el lomo muy
movedizo. Regularmente se le monta en
angarilla, pero hasta allí no llegó mi
filosofla, y le hice poner una silla de
fuste alto y fuerte.
Calzón, el gran Calzón, mi bagaje, era
un buey potente, pero el más flemático, testarudo y lerdo que jamás rumió
ricos pastos en las dehesas de la Sierra. Era imposible sacarlo de su andar
lento y acompasado. En balde resultaron los golpes aplicados con el talón
-
177 --
y los garrotazos dados en el pescuezo.
Positivamente deploré no haberme calzado mis espuelas para poder rasgarle
los ijares al perezoso animal. Tuve al
fin que dejarlo andar a su gusto, estimulándolo de vez en cuando con el grito de ¡buey! lanzado gutural mente, a
usanza arhuaca.
y mientras tanto habíamos vadeado
el ancho y bello río de Dibulla, de aguas
frescas y perfumadas orillas; habíamos
atravesado el Zequión, seco entonces,
y el Lagarto, y dejábamos atrás el mar,
que ese día estaba con la marea alta
y nos molestaba mucho, y nos embocábamos por la entrada del Pantano,
pozo que ni en los más fuertes veranos llega a secarse, ni a dejar de ser
un peligro por 10 hondo y caimanoso.
Anduvimos luégo las sabanas de Peralejo, Grande y Volador, que son interminables, y sin hacer alto nos me12
-
178 -
timos por los desfiladeros
temerosos
del Voladorcito, considerados
corno los
más expuestos
del camino. La ladera
es estrecha, apenas puede pasar el buey;
a la izquierda levanta su mole el cerro
de piedra, y allá abajo, batiendo los cimientos de la roca, baja con rumoroso
estruendo el río, que en su desembocadura toma el nombre de río Cañas.
Un vértigo en el viajero, una mala pisada en el animal, y jinete y cabalgadura ruedan al abismo. Con alguna emoción, pero sin novedad, pasámos el V 0ladorcito, lo mismo que la Torrecita, y
seguímos por el paso del Caimán, atravesando innumerables
arroyos transparentes, algunos de los cuales ni nombre
tienen, según me dijo el guía. L1egámos
por fin al río de Quebrada
Andrea, el
cual vadeámos
bien: en la otra orilla
almorzámos frugalmente y nos preparámas a subir la Cuchilla. Iba Calzón tre-
179
pando penosamente
la empinada cuesta, y yo haciendo algunos almanaques,
cuando el guía, que caminaba adelante,
me gritó: bájese usted que ya no se puede andar montado. Obedecí y eché a
Calzón; yo comencé a subir con tamaf¡o palmo de lengua afuera, jadeante y
sudoroso. Ese ejercicio violento a pie
no estaba en mi itinerario y fue una
decepción amarga y fatigosa. Pensé suhir a la Sierra sin bajarme de mi buey,
y he aquí que a la mejor del tiempo
tuve que hacer lo mismo que en Petaquero, cuando me vi obligado, por la
inverosímil pereza de un mulo infame,
a andar la temible cuesta de la misma
manera que si hubiese sido el más vulgar recuero de los que recorren todos
los días el camino de Occidente. Pero
para eso es uno cristiano viejo, para
aguantarse
en silencio estas calamidades. No me quedó más recurso que con-
-
180
-
formarme con los decretos del hado e
ir mirando bien el camino porque diz
que hay culebras en esta parte de él.
Sentía tener que atender a otra cosa
que no fuese exclusivamente la contemplación de la naturaleza que se muestra en esos parajes viva y omnipotente. Los árboles corpulentos enredan sus
copas soberbias en las nubes, y la tierra, la madre tierra, exhibe su seno craso, negro, rico, generoso, fecundo. A
veces se alcanza a ver la huella de una
danta y hasta la de un tigre; los monos, al saltar de rama en rama, forman
una bulla infernal, y el grito lastimero
de las pavas, semejante a un gemido
humano, impresiona tristemente los oídos. Los aromas de las flores silvestres, entre los cuales sobresale el que
los europeos llaman Y/aflg- Y/aflg, halagan dulcemente el olfato del viajero.
Esta sí es de veras una montaña virgen de la zona tórrida.
HI1
Trepámos la Cuchilla, la recorrimos
y la bajámos. El guía me advirtió que
era hora de montar, y Calzón soportó
de nuevo, con toda la filosofía de que
era capaz, su dura carga. ¿ Habría yo
interrumpido al pobre Calzón en la formación de
Le songe intérieur q u'ils n 'achevent jamais,
de que habla, refiriéndose
a los bueyes, Leconte de lisIe?
Lo que yo sé
es que el digno animal no se dio por
entendido
y siguió
su camino tranquilamente,
tirándole un mordisco de
cuando en cuando a la yerba que se le
presentaba.
Vino el hermoso río de Santa Clara
que más abajo junta sus aguas crístaIinas a las de Quebrada Andrea y así
unidas corren a precipitarse en el océano. y después de Santa Clara, la cuesta
de Basilio, y la Piedra de Lama, enor-
--
15:2 --
me roca que hay que pasar con cuidado, y el Arroyo de Sangre, llamado de
esa manera por la obscuridad
de sus
aguas, y Bongá, lugar donde es fama
que los indíos arhuacos fundaron un
pueblo en el siglo pasado, y del cual
pueblo etiam periere ruinae, según la
enérgica expresión del poeta latino. El
camino era cada vez peor, si cabe; el
cuerpo se fatigaba más y más, Calzón
moderaba el paso, si era eso posible,
y yo anhelaba
llegar a la Cueva, término de nuestra jornaba. Al cabo vimos el tambo; me tiré, medio muerto
de cansancio, del buey abajo y entré
todo mojado al bohío, pues desde que
pasámos en la mañana el Pantano, no
había cesado de llover un solo momento, como para que quedara constancia
hasta la última hora de ser el año del
Señor de 1893 el más lluvioso de la
éra cristiana.
1M)
III
Adentro encontrámos
al indígenaPedro José Sarabata
acampanado
de su
mujer Angela Sauna y de una hija. Alguna sorpresa me causó verlos juntos.
Sábese que los matrimonios
arhuacos
no viven bajo un mismo techo; cada
esposo tiene habitación aparte. La mujer prepara los alimentos
y, preparados, se los pone a su dueño en la puerta de su choza. Esta especie de separaciÓn no produce los mejores resultados,
vistas las cosas por el aspecto del aumento de la poblaci(ín; y la verdad es
que esa raza arhuaca, inteligente, débil,
de carácter suave, tímida, me parece
condenada
a desaparecer,
y más vale
que desaparezca
por virtud de sus leyes tradicionales
y no por la persecución de los que se disciernen sin pruebas el título de civilizados.
Dijome el
-
1M--
guía que Pedro José era indio muy ladino y que él casi siempre viajaba con
su mujer, la cual, por otra parte, pretendía el honor de ser hija de un civilizado.
Como noche mala, la pasada en la
Cueva fue un tipo de noches malas. No
cesó de caer una llovizna impertinente,
en tanto que del vecino cerro del Frijol nos venía una brisa helada que ya
deseábamos que lo fuese menos. Mis
calcetines, puestos a secar cerca del
fuego, fueron casi reducidos a cenizas
por este voraz elemento; y mi sombrero de Suaza no corrió igual suerte porque fue colocado fuéra del alcance de
la candela, pero ha conservado un fuerte olor a humo, que no es a la verdad
como la esencia del jazmín. Las hamacas estaban frías como el agua y pasámos la noche dentro de ellas, envueltos en nuestras mantas de lana, tiritando a menudo.
\1)5
IV
El 21 de diciembre amaneclO como
había anochecído el 20: lloviendo. Haciendo de tripas corazón seguímos el
viaje, y a poco comenzámos a subir el
Frijol, cerro el más elevado del camino. Al volver de un recodo, serenado
ya el día y queriendo un sol londinense dejarse ver en las cumbres de las
vecinas montañas, vuelta yo la cara al
norte, divisé una franja azul pálido, sin
una arruga ni una mancha, ínmóvil: era
el mar. La distancia
lo hacía parecer
quietecito, como sujeto de hábitos tranquilos. iQuién sabe si a esas horas no
estaría el muy bellaco haciendo alguna de las suyas y sonada! Quien no
lo conozca, que 10 compre. Lo que es
a mí no me la pega el truhán ése, que
desde que nací lo tengo muy tratadito.
-
156
- -
Después del Frijol se suben las escaleras de San Pedro, en donde también hubo un pueblo, también desaparecido. No se figure nadie que esas escaleras tienen nada que ver con las de
la Opera de Paris: son de barro colorado, pero del peorcito que cabe encontrar en ningún camino del mundo. El
pobre Calzón estaba visiblemente fatigado y solia poner en algunas de las
gradas el fuerte cuerno, y dirigir al cielo, en actitud suplicante,
los grandes
ojos. Sentía yo por él mucha compasión, pero mayor la sentía por mi, expuesto a cada momento a dar conmigo en un abismo de lodo, que debe de
ser el más desagradable
de los abismos.
A San Pedro siguió el Destacamento, y a éste el Limoncillo, y al Limoncillo el célebre Monte del Agua, en donde, como su nombre lo indica, llueve
1~7
ocho días en la semana. Sin embargo,
para comprobar que en todas las cosas
hay reputaciones
usurpadas,
ese día n()"
llovió en el Monte del Agua. El punto
más alto de esta subida I1ámase el Descanso, y ése sí no usurpa su fama. Luégo bajámos el Monte del Agua y penetrámos en las laderas vertiginosas
de
Caracasaca,
desde donde también disfruta el viandante de la vista de la franja azul del mar. En Caracasaca
hubo
que echar pie a tierra nuevamente,
y
pedir que el suave ungi.iento de la resignación cristiana me ayudase a soportar esta nueva prueba.
El arroyo de la Talanquera
no se podía pasar a caballo, digo, a buey, ni la
Colorada tampoco. Esta Colorada, una
subida jabonosa, hubo que treparla a
gatas mostrando unas veces agilidad de
acróbata, hundiéndose
uno, otras, hasta las rodillas en un fango nada per-
-
IM--
fumado. Pocas cuadras después tropezámos con el Guayabal, en donde hay
una casa habitada precisamente por la
dueña de mi cabalgadura; y en seguida, con el paso de Garavito, de impetuosas aunque clarísimas aguas; e inmediatamente después nos satreron al
encuentro las casas de algunos vecinos
de la Sierra: Puebloviejo. Áhí me desmonté como pude y di gracias al Dios
de los viajeros por haberme sacado ileso de una jornada tan penosa. Dicen
que hay ocho leguas de Dibulla a la
Sierra. Puede ser; a mí me pareció que
había ochocientas.
v
Diéronme en Puebloviejo una hospitalidad generosisima dos antiguas amigas, madre e hija, domiciliadas luengo
tiempo há en la Nevada, y a quienes
hacía la friolera de veinte años que no
18()
-
tenia el gusto de ver. La madre es la
persona más anciana de toda la provincia. Habiendo cogido once años del pasado siglo y noventa y tres del que ya
va expirando, cuenta ella nada menos
que ciento cuatro años de edad! Conserva intactas sus facultades, aunque
el paso de los siglos la ha hecho encorvarse un poco. A manera de distracción recoge, en tiempo de cosecha, algún café de la pequeña plantaci6n que
está enfrente de las casas, y 1uégo lo
descereza en su piloncito. Maneja también la rueca con agilidad impropia de
sus años. Reza mucho, como buena creyente que es, y se acuesta al anochecer. Dios le ha concedido a la excelente señora una descendencia numerosísima (l).
(1) El autor se reficre a las ser10ras Carmcn Amaya y
Concepción
Zúñiga,
citada ésta por Réclus en su Via-
je a lu Sierra Nevada de Surrta Murla, y muerta a marros de los indios en 1902.
- - 190-
Ese día era de juerga en las alturas
de la Sierra. Habían llevado de Dibulla algunos litros de mal ron, y lo estaban agotando los pocos individuos de
la Costa que había arriba. También los
indios, como es de ley, se estaban amarrando una famosa mona. Uno de ellos,
de los más ricos, Arregocés Sarabata,
que estaba calamocano, se me presentó con su media naranja, una india joven, agraciada, de larga cabellera, que
no cabía dentro de su estrecha vestimenta, y que llevaba al cuello, en señal de riqueza, muchas hileras de piedras coloradas de algún valor. El bueno de Arregocés se las echa de hombre de influencias y pudiente, pero se
advierte en sus palabras un dejo de
tristeza: Arregocés, aunque arhuaco, se
parece en una cosa al rey Macbeth y
a muchos que no son reyes ni Macbeths, en que no tiene hijos. El se re-
-.
191
-
signa a su desgracia, pero le cuesta trabajo.
Estos indios (aun los más acomodados) son de índole mansa, mucho más
inteligentes que los goajiros, aunque no
de tan buena planta, inofensivos.
Hablan casi todos un español revesado,
pero que se entiende perfectamente. TíIdaseles de perezosos, pero a mi me parece inmerecido el calificativo. Ellos cultivan la caña de azúcar y fabrican una
panela renombrada, por lo dulce y limpia, en toda la provincia. Cultivan también el henequén y hacen buenos !licos, mochilas y costales. Tienen plantaciones de guineas, plátanos, arraeachas, papas,
batatas, malangas,
ete.
Consumen en grandes cantidades el hayo o coca. Sus puehlecitos están siempre aseados, y dentro de su área se ve
la manzanilla, la yerba buena, el cebolIin. A muchos de ellos no les faltan
--
192-
sus bueyes, ni tampoco sus vacas, que
dan una leche magnífica. Saben leer y
escribir algunos, y son muy amigos de
pedir justicia a quien está encargado
de administrarla, y no la hacen nunca
ellos mismos por su propia mano, como acostumbran los goajiros. No usan
flechas envenenadas como éstos. Se casan por la Iglesia y bautizan sus hijos, aunque no dejan de observar ciertas prácticas supersticiosas, dirigidos
por unos como sacerdotes llamados mamas, que disfrutan de privilegios medioevales. El lIustrisimo señor doctor
Celedón ha publicado en París una excelente gramática de la lengua Kóggabba, que es el dialecto expresivo de los
arhuacos. En los días que visíté la Sierra era Inspector de Policía del Corregimiento de San Antonio, Padilla Mamatacán, arhuaco puro, que lee y escribe bien. Es lástima que esta raza,
americana
de verdad, vaya extinguiéndose rápidamente.
Pero mientras llega la hora de la extinciÓn total, el arhuaco
hace lo que
puede por vivir tranquilo. Si los civilizados dan con él pruebas de una asiduidad demasiado
interesada,
sin decir oxte ni moxte, escoge un sitio pintorescal11cntc situado y levanta la iglesita para el santo patrono, la casa para
el cura y el despacho para la autoridad, y luégo hace su habitaciÓn. En un
decir Jesús está construido
un pueblo
nuevo, y abandona el otro y no vuelve
más a él. El huracán de las grandes
pasiones no lo agita nunca, y su vida
se desliza serena y sencilla. Envidia debe provocar tan inocente existencia en
los espíritus inquietos que no encuentrc.n en ninguna parte la calma a que
aspiran; y yo les aconsejaría a los que
tienen heridas abiertas en el corazón,
13
194 --
que se fuesen a la Sierra. Allí se les
cicatrizarían
muy pronto, bajo la dulce influencia de una temperatura benigna, al solo contacto de una naturaleza
bienhechora.
Allá no llegan los rumores ai rados de la política, y a poco de
residir en aquellas cumbres, creo ya que
se le daría una higa a cualquiera
de
que fuese conservador
o Iíberal el caballero que habitase en el palacio de
San Carlos. El que hubiese prensa Iíbre o amordazada.
decente o indecente,
serían cosas que tendrían al pacífico serrano sin cuidado, y no dejaría de dormir a pierna suelta por que los diarios
de Bogotá, como caballeros andantes,
riñesen fiera, portentosa
y descomunal
batalla. ¿Qué le importaría,
en efecto,
a él la vida y milagros de ningún Caraculiambro del periodismo?
¿Ni qué zozobra le podría causar el que a cualquiera fantasmÓn idiota, grande ham··
195 .-
bre dentro de los términos de su villorrio, le quemasen granitos de hediondo incienso, algunos turiferarios y forbantes impÚdicos, baldón de la especie
humana en ambos hemisferios?
Allí se le rinde culto a Kalglláshisha J desde las alturas, y ha de antojárseJe a uno estar menos lejos de El que
los que se agitan y revuelven al nivel
del mar. ¿ No será cosa cercana de una
felicidad modesta, hu milde, parecida a
la que cantó Fray Luis de León, el que,
terminados los rÚsticos trabajos del día,
se siente uno a su mesa y coma con
apetito y en sana paz alimentos que no
proporcionan
indigestiones
ni dispepsias, y que luégo se ponga lino al lado de un fuego alegre mascando el haya substancioso
y metiéndose
en la
boca, cubierto de cal, el elegante pali110 del poporo frágil?
Yeso con la conJ. Dios,
ell diaJecl',
arhllllco.
-
1%
ciencia tranquila, sin deberle nada a nadie, pudiendo leer algún libro bueno o
salir a darles un vistazo a las vacas
y a los bueyes, acordándonos
del soneto de Carducci:
T' élTllO, () piu nuye;
e Illite
un sentimento
....
¿ No habrán realizado el ideal de la
hUlllana felicidad aquellas dos bondadosas amigas? Yo no me atrevo a decir que sí; mucho menos me atrevo a
nega rlo.
VI
El veintidós
visité a San Antonio.
Para ir tuve que cruzar el río en un
puente colgante,
llamado chinchorro,
obra de ingeniería arhuaca, tan rudimentaria como atrevida. Es una viga
fuerte con una especie de barandilla a
cada lado para apoyo de las manos,
tendida (la viga) de orilla y colocada
1<>7
sobre buenos soportes naturales. No dejaba de moverse algo el chinchorro al
pasar por él. Abajo deslizaba con ensordecedor
estrépito sus limpias aguas
el río de San Antonio, en cuyas ondas
frías me bañé yo de niño tántas veces.
Viniéronseme
a la memoria historias
trágicas de chinchorras rotos y de zabullidas intempestivas
en ríos poco hospitalarios; pero también me acordé, por
venir a cuento, de aquellos dos versos
de Jorge ¡saacs:
y ya sobre tu espuma sLlspendido
Gozo
en ahogar
mi voz en tu bramido.
Gané la otra orilla felizmente, y descalzo, pl1~S los lodazales no permitían
calzado ninguno, hice mi entrada
en
San Antonio, después de veinte años de
ausencia.
Los arhuacos
abandonaron
esta aldea a raíz de un incendio que destru-
-
yó la iglesia,
195-
y han construido
un pue
blo nuevo, el cual se llama San Francisco, en honor de la misión de los padres Capuchinos.
En San Antonio no
viven sino unas cuantas familias de civilizados. Decaído y poco limpio se halla el pueblo; no es ni la sombra de
lo que fue en los tiempos en que yo
viví en él, aunque siempre abundan los
rosales olorosos en torno de las casas.
Logré reconocer la de mi familia, y el
tropel de los recuerdos me avasalló por
completo. Contados, contadísimos
son
los que alÍn viven en San Antonio de
los que allí se encontraban
en 1873.
Muchos, pero muchos, han muerto j ay!,
iY de los mejores! Otros existen esparcidos por el haz de la tierra. De mis
pequeños amigos de entonces, los pocos que hay, me tratan como si nunca hubiera yo compartido
sus juegos;
como si nunca me hubiera yo ido a ba-
1<)9
--
ñar con ellos en el paso de Mama Queechándolas
de leñador infantil, hubiese ido yo con ellos
a cortar leña en los bosques del Guayabal; como si nunca hubiera ido a coger
con ellos papayas, guayabas y aguacates en la hoyada del río! El tiempo de
quedisponía
era corto, pues podia llover: corro al arroyo de lus Vivos, corriente rumorosa,
donde habitualmente
tomaba mi baño matinal; corro al arroyo
de los Muertos, cercano al cementerio de
la aldea; le echo una ojeada a Mama
Queca, y ahí se encuentra
todavía la
piedra desde donde me precipHaba al
río. Alzo la vista después al oriente, y,
sí, ahí está él, el terrible Nanú, con el
entrecejo fruncido, sin una pulgada menos de estatura, con una mitad de su
cima coronada de árboks y la otra árida, pelada; imponente siempre y temeroso, viendo pasar con indiferencia Sl1-
ea; como si nunca,
-
200
ma a los hombres
y a las cosas.
gigante
de las montañas
pendio,
resumen
de la Sierra.
tura,
majestuosa,
a formidable
casi
siempre
negras
cursoras
de próximos
nubes,
til falda,
esmaltad'!
cándidos,
infalibles
diluvios.
preSu fér-
de plantíos,
gada por el ancho arroyo
de los más hermosos
sísimos que fecundan
es re-
de Chirúa,
uno
entre los hermola Nevada y ha-
cen de ella un paraíso
pero paraí"o
al-
su frente
ora con cendales
ora con
verdad,
es cifra, com-
de las magnificencias
Elévase
arropada
Ese
algo húmedo,
algo así como un Anteo en reposo,
sonificación
alientan
de la cordillera,
todas las fuerzas
per-
en el cual
naturales.
Fál-
tale, para ser perfecto,
ver coronada
cima
como
rival
que
de nieve
el glorioso
eterna,
Pico
luce deslumbradores,
alturas,
sus inmaculados
es
al fin. El Nanú es
su
su
altivo
de la Horqueta,
a fantásticas
conos.
En pre-
201
sencia de estas moles viejas, enormes,
siéntese más pequeño el hombre, verdadero pigmeo; y la contemplación
de
ellas trae a los labios una sonrisa de
desdén cuando se recuerda a ciertos liIiputienses de ridiculez e insignificancia inetables, que bonitamente se creen
dueños y señores del universo mundo.
Despedíme rápidamente
de las buenas gentes del pueblo, entre las cuales
hay una niña simpática,
fresca como
las rosas de la montaña y de cutis que
debe de ser tan suave como la flor de
lazo que se admira en los perfumados
y sombríos senderos
de la Sierra. Presa de emoción ·súbita, dirigí la mirada
a esos lugares donde tántas horas felices corrieron para mí en época lejana, que tántos dulces recuerdos suscitan en mi memoria, y que tal vez no
me será dado volver a contemplar jamás.
-- 202 ---
VII
Lo que tenía que hacer en la Sierra,
hecho quedaba. Restábame bajar a Dibulla. Ya no fue Calzón mi bagaje, ni
un buey negrito, demasiado brioso, que
hubiera podido enviarme a trabar conocimiento con abismos espantosos, sino el pacífico Cambalael/e, toro domesticado, hecho a ser montado;
vamos,
un toro de silla.
El Destacamento
y el Fríjol los bajámos en tres o cuatro resbalones tremendos. Cambalache sabía perfectamente en dónde podía hacer esas gracias;
y en donde era preciso no resbalar, no
resbalaba, aun cuando al pensamiento
mismo le hubiese costado trabajo detenerse. En las cercanías de la Cuchilla nos cay6 el aguacero
más grande
que ha llovido probablemente
del diluvio universal a la fecha, y parece que
- 20) ..-
estamos en verano. Lindo verano, a fe
mía. En el rancho a medio caer de la
Cuchilla dormímos sicte individuos
en
el duro suelo (nada de retóricas). Temprano, cl día siguiente, le mordió una
boquídorada a mi guía. iAh! para mí
esa mordedura fue toda una revelación:
yo estaba creyendo
que las culebras
t'ran un mito, una leycnda, y ahora me
convencí de que sí las hay y de que
pican recio. La curarina dc Juan Salas
Nieto salvó al mordido de una muerte
segura (Esto es une réclame gratuita).
El paso del Voladorcito
había empeorado, y lo salvámos porque Cambalache IlO era ya buey sino águila o cóndor altanero de los Andes, o mejor, de
la Sierra Nevada. Jamás se me antojaroll tan largas y fatigosas las sabanas del Volador como ese día, ni tan
endiablados los espinales y mayales del
camino. Por fin salímos a la playa, y
- 204
al ver de nuevo el mar, lo arengué en
lengua de Byron:
RolI on, tltoo
deep,
and dark
bloc
ocean - roll!
En la boca del Lagarto dos caimanazos dormían con la jeta enorme abierta. Uno de los compañeros les hizo un
tiro y lo errÓ. El Zequión había tenido la .peregrina ocurrencia de abrir la
traicionera boca. Cambalaclze se atascó
hasta la cincha, y yo quedé persuadido, con harto dolor, de que si no pasaba a pie me quedaría del otro lado.
Me desmonté y me tíré animosamente
por el vado, pero el fondo estaba pegajoso y perdí una de mis alpargatas.
Esto me obligó a entrar a Oibulla con
un pie calzado y otro descalzo; pero es
claro que cada cual tiene el perfecto
derecho de llegar como puede a donde
va: exigir otra cosa fuera temeridad.
y gracias que llega uno intacto y no
mordido de culebra ni con una costilla
menos. Al que me sostenga que el camino de la Sierra es un verdadero camino, yo le digo que miente. Y creo
firmemente 4uc mucho me será perdonado porque mucho he sufrido y muCllO he caminado
a pie en esta excursión veraniega.
Al hundirme en la linfa de hielo y
de cristal del arroyo de Conchacala, vi
que una rosa de la montaña, que pudiera ser gala de tu jardín, mecida por
la tenue brisa que bajaba del cerro, bañaba también en las puras aguas sus
cuatro pétalos anchos, tersos y rojos.
Pensé en ti y cogí la flor silvestre. Ahí
te la mando. Sin duda está ya marchita, y su vivo color se ha desvanecido.
Yo no tengo la culpa. Mis afectos no
se desvanecen:
son eternos.
Diciembre
de 1893.
l.iteraturitis.
A A. Z. López l'rnllll.
La vida no había sido cruel con Máximo Ampudia. Pertenecía por su nacimiento a una distinguida familia. Era
poseedor de extensa cultura intelectual
que, en asuntos literarios, le hacía exigente e intolerante consigo mismo y con
los demás. Miraba el matrimonio como
una institución necesaria .... para sus
compañeros. Tenía treinta años cumplidos. Conocía Europa y América, y en
América y Europa las mujeres no habían sido de bronce para él. De veras
había amado dos veces, y en broma,
- 207
-
infinitas. En sus mocedades había perpetrado algunos versos pésimos, que
fueron publicados
en la sección de remitidos de un periÓdico semanal, perfectamente idiota. Abandonó sin frases
a la encantadora
Erato y se dedicó a
la prosa que manejaba regularmente, al
decir de algunos. No es eso tan poca
cosa. Luis Veuillot, gran prosador, ha
exclamado en verso magnífico:
Les vcrs sont le ('\airon. nwis la prose est "t'pce.
Para rendir tributo a la verdad, es
justo decir que la prosa de Máximo
Amplldia no era espada de Toledo, ni
i!lfanje de Damasco, ni siquiera machete de Collings; cuando más aspiraría a
los honores de puiialito que en ocasiones sabe introducirse
sin mucho ruido
en el pecho enemigo () amígo, que (o
mismo da.
-
200 --
¿Podia llamarse infeliz a Máximo
Ampudia? No, y sin embargo, no era
dichoso. ¿Le mortificaba alguna lucha
interior? ¿Creía o no creía? Vaya usted a saber. Iba a mísa, hablaba siempre con respeto de la religión, y, apurando la materia, podia hasta confesarse por cuaresma y comulgar por pascua florida, como lo manda la Santa
Madre Iglesia; pero también era notorio
que, teniendo como tenía licencia de
Su Señoría I1ustrísima para leer libros
prohibidos, abusaba del permiso. No le
escandalizaban
los hetcrodoxos, debido a- lo que llaman tolerancia. ¿ Inquietábale el porvenir? Sí, algo, porque aun
cuando tenía alguna rentita, en estas
Repúblicas, como dijo Rafael Núñez,
¿quién puede estar seguro del mañana? Pero esos temores eternos son condición de nuestra existencia en la América Española, y ya a nadie perturban
20<)
-
demasiado, ni casi llaman la atención.
¿Qué pucdc importamos
un pronunciamiento más o menos? Eso es cosa
endémica.
Máximo Ampudia (aunquc la palabreja de puro llevada y traida está fuera de moda y mandada recoger) era un
melancólico por idiosincracia, y, además,
un irrresoluto. Jamás había encontrado
fucrzas en las situaciones
ordinarias y
nnrmalcs de la vida, para dedicarse a
haccr nada de provecho; cambiaba de
parecer cada medía hora, y veia con
pasmosa lucidez, causa de vacilaciones,
el pro y el contra de todos los asuntos. Aunque e'stas peculiaridades
de carácter lo hacían algo desgraciado,
no
por eso era Ampudia un cobarde: cuando alguna ocasir)n aprcmiante
llegaba,
alg-Ún momento crítico de vida a lTlucrte tornaba su resoluciÓn instantáneam~nte, y cumplia lo rcsuelto, pucs no
J.l
210
-
le gustaba que su palabra rodara por
los suelos. Pero pasada la circunstancia, venía una reacciÓn de languídez y
abatimiento.
Máximo no era un tipo interesante.
Tampoco era un original, porque en esta centuria expirante son incontables
aquellos en quienes la empecatada
letra de molde ha hecho baldías e infecundas las iniciativas de la voluntad.
11
Un día iba este chico aburrido dando un paseíto por las afueras de la
ciudad, fumando con placer un soi-disant habano. (Habanos auténticos, con
la guerra de Cuba, no se encuentran
así nada más). Lo sorprendió una llovizna sin aviso ni preparación, pues se
le había olvidado, aunque estábamos
en octubre, sacar su paraguas;
y no
tuvo otro remedio que volverse más
211
que de prisa a la casa. Pero antes de
llegar lo aturdió el resplandor de un relámpago y el estampido de un trueno.
Máximo le tenía un miedo invencible
a los peiigrosos escarceos de la electricidad positiva y negativa. Cada relámpago le parecía que llevaba un rayo
destinado a dividirlo por el eje. Dominado por su pánico, entróse a la primera casucha que se le presentó, como
se entra Pedro por su casa; y sin que
lo convidara nadie, se sentó en un rincón, en donde se creyó protegido contra los airados elementos. Ni siquiera
se había tomado la molestia de saludar
a los humildes moradores de la casa:
tan preocupado
estaba.
La alarma de Máximo fue de corta
duración, pues la tempestad cesÓ pronto. Vuelta al ánimo la serenidad, saludó al dueño y presentó cumplidas excllsas por la repentina invasión de la
-
212
pieza. Al despedirse
observó que una
muchacha
lo estaba mirando con curiosidad mezclada de burla, porque la
sonrisita de la chica no quería decir
otra cosa. Ampudia maldijo el poco dominio que tenía sobre sus alborotados
nervios, los cuales lo exponían con frecuencia a la recia prueha de verse escarnecido
y puesto
en la picota por
una joven simpática.
A quienquiera
que fuera osado a negarle a Lía Palomino la calidad de octava lllaravilla, lo calificaría
Máximo
Ampudia
de follÓn y malandrín,
y lo
retaría a singular combate en campo
abierto o cerrado. La chica era guapa,
y lo confesamos
con muchísimo gusto,
no porque le tengamos tánto miedo a
la furibunda
tizona de Ampudia como
el que él le tenía a los relámpagos
y
truenos; no, la señorita era guapa, porque efectivamente
nos lo pareció así la
vez primera que tuvimos la grata satisfacción de ver sus dientes más cándidos que los granos del maíz biclle;
sus ojitos color de aceituna de monte
y su nariz respingadita
que le hacía
muchísima gracia. iAh, qué delicia es
admirar un rostro simpático y picaresco después de ver todos los días tánta
gente fea perteneciente
al sexo bello!
(Y que al enunciar esta verdad inconcusa nos cubra con su característica
indulgencia
el ilustre señor de Perogrullo por haber penetrado temerariamente en sus sagrados
dominios).
El indolente, el perezoso, el irresoluto Máximo se enamor() de Lía, que
era, con ingenuidad,
una c04uetuela
endemoniada.
Y c()mo el tenía mucho
garbo y el padre de eJla era más pobre ql;e Job en sus malos tiempos, no
tuvo que pensar mucho nuestro melancólico héroe para verse correspondido.
-. 214
-
111
Lo que corre bajo
tónico
en materia
de
inventado
fiera y descomunal
necesidad
ciones.
guna
batalla.
de hacer
¿ De cuándo
pelea
a la fecha
las derrotas
que
riñeron
una
¿Quién
sa-
lid? No tiede oficio,
muchas
investiga-
acá ha ganado
el divino
filósofo?
del complaciente
se ha perdido
sufridas
después
en
de Máximo
en la reilida
el averiguador
los tiempos
y el gepor el vie-
Francfort,
el pecho del bonachón
lió vencedor
ne Vargas,
de pla-
de amores,
nio de la especie,
jo pesimista
el nombre
de todo
ninDesde
Academo
la cuenta
por Platón,
lo tiene
de
cosa
sin cui-
dado.
Lía no tuvo
que librar
bate grande
ni chico:
y a Platón
y demás
ningún
apenas
com-
sabía leer,
caballeros
escri-
215
tores no ¡os conocía ni de nombre. Menudo chasco se iba a llevar el que le
anduviera a ella con filosofías eróticas
y otras hierbas.
Ella no era sino un
pequeño animal primitivo, con una alma simple, asomada a la cara. Desde
Que resolvió corresponder
al encumbrado Ampudia, Lía Palomino se puso
a 1 mandar de su sefior y dueño.
El cual, después de inauditos esfuerzos por vencer su orgánica irresolución
y de destruir en temerosas luchas los
vestiglos que le suscitaba su imaginación enfermiza, acabó por hacer lo que
todos hacen en casos semejantes, y en
10 que, por lo delicado del asunto, se
nos permitirá que no insistamos.
--
210
-
IV
Algún tiempo pasó, según refieren las
crónicas en que consta esta original historia, sin que Máximo Ampudia se volviese a acordar de sus negras melancolías ni de sus desagradables
imaginaciones de antes. Parecía curado del
tódo, y el mérito de esta curación milagrosa, atribuíalo él con agradecimiento al insigne doctor en medicina y cirugía de la Universidad
de Citerca: al
amor, representado
por la picaresca carita y los gráciles encantos de la pequefia Lía.
Pero Maxirnito había cantado victoria demasiado
pronto y contaba sin la
huéspeda, sin su insoportable
intransigencia de mandarín literario, Ya le había llamado la atención la ignorancia
ingente de Lía y al principio le cayó,
217
a él er'Jdito, muy en gracia. Había tratado de inspirarle aficiÓn a la lectura,
llevándole cuentecitos
morales y divertidos. También creyó que podía la chica hincarle el diente a la ortografía.
¡Empeño vano! Primero pasaría un camello por el ojo de una aguja que el
libro de Marroquín
por aquella cabecita de piedra. Una sombra obscurecía
la despejada
frente del literato cuando Lia, en la conversaciÓn,
resultaba
de pronto por algún registro en que
se ponía de relieve su imbecilidad nativa. El pobre Máximo se mataba leyendo la Imitación de Cristo para encontrar el bálsamo de la resignación;
pero lo que ganaba con esa lectura la
perdía luégo enfrascándose
en la del
libro desencantado
de La Rochcfollcall1d. JV\icntras se encontraba
bajo la
hipnotizadora
influencia de los ojitos
de aceituna, no marchaba tan mal la
-
:llél
cosa. Pero después, ya en la casa, una
irritación sorda lo invadía y le entraban deseos de no volver más a la casucha de Palomino cuando se acordaba de las barbaridades
que se despeñaban de aquella linda cabeza de chorlito, y que desgarraban,
con inconsciente brutalidad, todas sus delicadezas
de letrado intolerante.
Por otra parte
su inconstancia le hacía ver como muy
pesadas y difíciles de arrastrar aquellas cadenitas ligeras; y hasta la idea
del matrimonio,
que era su enemigo
personal, le sonrió más de una vez y
lo sedujo hasta el punto de recitar algunas estrofas del líltimo epitalamio de
Rafael Pombo.
Pero una tarde sí se pusieron
las
cosas muy feas, y el buen Máximo perdió totalmente la sangre fría. Se le metió al desdichado
hablar de clásicos
griegos y latinos, y naturalmente el no01-
21G
hre del
ciego
evocado
por una admiración
de Chio
salió
a relucir
entusiás-
tica.
--Homero,
llez, parece
Máximo
beza
al
dijo
cosa
la chica
asi como
se estremeció
y su indignación
traerle
recuerdo
su
con sencide mero.
de pies a casuhió
imprudente
de aquel
de punto
memoria
adagio
popular:
cl
del
mar el mero y de la tierra el carnero.
Fucra
de sí, los ojos
voz temblorosa
ven, que maldito
-Mira,
tanto
que eres
y hecho
brero
cha.
chica,
de su
bruta
tengo
jo-
la cau-
dueño:
ya que te gusta
de peces,
más
con
a la pobre
si comprendia
sa de la sulfuración
blar
encarnizados,
le dijo
ha-
que decirte
que una sierra.
una furia,
y salió disparado
agarró
su som-
como una fle-
--
220
-
v
El literato no volvió a pisar la casa
de Palomino, el cual se daba a todos
los diablos sin entender palabra de lo
que habia pasado entre su hija y el
irascible admirador
de Homero.
El corazoncito de Lía estuvo triste
sobre cuarenta
y ocho horas, porque
para ella se había creado él contento
y no la pesadumbre.
Y como era tan
guapa moza, a los pocos días tuvo muchos enamorados de su condición. Huyendo de gente letrada, que cuando menos se espera proporciona
tan malos
ratos, fijÓ los ojitos de aceituna en un
mocetÓn robusto, de genio alegre como
unas pascuas y de tan escasas letras,
que puede asegurarse que en su vida
no llegará a leer versos de ningún poeta decadente. Nos dice el cronista que
221
Pedro
Quesada
no tiene
más
que
un
y es que es negro como el éba-
defecto,
no; pero
la culpa
be echar
a él, sino a 10 sumo a su pa-
pá y su :namá,
hace
muchos
han podido
de ello no se le de-
que, desembarcados
años
tener hijos parecidos
Byron o a don Juan
tinto
y todo,
y hasta
merece
Tenorio.
Lia
adora
lo estima
más
a su
este majadero,
cosa.
Octuhre:
1895.
mal
a Lord
Pero
así
marido,
que al insigne
10 cual es un castigo
Máximo,
no
de la Cafreria,
que bien
por no decir otra
A José Angel Porras.
Máximo Ampudia, Representante
al
Congreso por el Distrito Electoral de
X, en el Departamento
de Z, desembarcó del tren rápidamente,
entregó a
un comisionista
de la estación la boleta de su equipaje, montó en un coche y se apeó en un buen hotel de la
capital de Colombia. Recibió las visitas de algunos amigos y colegas, oyó
pareceres y opiniones acerca de quién
debía ser el primer Presidente de la Cámara de Representantes,
y sobre si el
Designado sería Carlos Holguín o Marceliano Vélez. El amigo Ampudia, a
quien el zarzagán destemplado de julio
en la planicie andina tenía todo enco-
gido, no estaba en vena de parlotear
y se conservó taciturno, aunque allá en
sus adentros bien resuelto tenía ya él
la peliaguda cuestión de la Designatura, que dada la repugnancia de Núñez
por el ejercicio visiblc del poder, confería al que resultara elegido dos años
de mando, esto es, un período igual al
de los antiguos presidentes
de la federación.
Terminada la disputa con la elección
de Holguín, Máximo siguió la marcha
de las sesiones con poca puntualidad,
y cuando asistía, no era extraño verle
enfrascado en la lectura de algún libro
nuevo de literatura o de historia. Prefería, tal vez sin razón, leer los duros
períodos de Brunetiere a los elegantes
de Lemaí'tre, a escuchar bostezando los
discursos poco o nada ciceronianos del
Diputado por Y***. Hacíanle escasa gracia, valga la verdad, el evidentemente
224
.--
con que comenzaba
sus arengas alguno de sus camaradas y el absolutamente con que los terminaba otro. Dócil
individuo de la minoría, hablaba muy
rara vez, casi nunca, yeso sobre asuntos de ningún interés político. Como
Ampudia había conocido el Parlamento inglés, el francés y el español, sabía perfectamente
que la tarea del legislador no consiste sólo en pronunciar
largas oraciones sobre todas las materias imaginables, fatigando a taquígrafos y cajistas del Congreso; que mejor
quizás que los elocuentes patricios, cumplen su mandato los que legislan sin
estrépito, haciendo pasar tranquilamente y sin agitaciones
peligrosas, buenas
medidas legales, que dan prestigio a
un régímen. Comprendía Máximo, que
no era lerdo, que ninguno de sus colegas era Mr. Gladstone, ni M. de Mun,
ni don Segismundo
Moret, y se son-
reía, con su sonrisa sarcástica,
cuando
la barra aplaudía fcrvorosamente
cualquier sonora barrabasada
de algún Representante
de estcntórea voz.
Resultó Máximo el día que menos lo
esperaba, electo Presidente de la Honorable Cámara, y tuvo que dar el trago a los que más habían meneado los
cubiletes en una elección que él no había solicitado. Halagóse su orgullo con
el alto honor no pedido; pero a los dos
o tres días de ejercer el oficio, ya tenía resuelto dejarle al Vicepresídente
toda la carga, porque a la verdad, el
reglamento era de una lectura desapacible, y su estudio ahincado, con el fin
de resolver enmarañadas cuestiones, empresa punto menos que imposible para
quien siempre había estimado como el
libro de los siete sellos el Código Civil colombiano y sus reformas, referencias, acotaciones
y comentarios.
15
-
226 --
Cuando la discusión se arrastraba
perezosa y lánguida, o cuando la intemperancia oratoria de algún honorable subía de punto hasta hacerse insufrible, o cuando bajaba mucho el termómetro en el Salón de Grados, que
es la antesala del polo, Máxim() se levantaba discretamente, dirigíasc a los
corredores como quien va a fumarse
un cigarro, y de allí despachaba al
buen Gómez con el encargo de traerle
escondidos el sombrero y el paraguas.
Hecho lo cual, salíase tan lindamente
del local y se marchaba al Senado.
Pero no a admirar, como pudiera
creerse a primera vista, la elocuencia
parlamentaria de los padres conscriptos. No, nada de eso. Dirigía siempre
una mirada al retrato de cuerpo entero de Santander, regalo de Obaldía, que
se encuentra en el salón que pUdiéramos llamar de Pasos Perdidos, y que
227
es un páramo horroroso. Sentía Ampudia, como conservador,
una antipatía
involuntaria
por el ilustre personaje a
quien han llamado hombre de las leyes, y que indudablemente
fue el hombre de las leyes duras. El retrato de
Bolívar le producía indignación, porque
el Libertador
merece, exige algo menos malo que esa menguada
pintura.
Los dos hombres flacos, Murillo y NÚñez, causábanle
desesperación:
estos
dos patricios, decía Ampudia para su
capote, jefe el lino del partidc liberal,
jefe el otro del partido regenerador, han
tenido genio político en mayor o menor grado; han dominado, han vencido; y era el primero escuálido, y es el
segundo, una sombra;
luego yo, que
voy echando barriga a toda prisa, me
alejo del poder, iira de Dios! Pero después, pensando
en que Holguín era
gordo y estaba gobernando,
Ampudia
consolaba un poco su ambición.
--
221:\ -
Metíase Ampudia por el pasillo de
la derecha y alcanzaba a saludar algunos graves Senadores de quienes era
amigo, y en seguida colábase, con pretexto de tomar agua, a la pieza en donde estaba el tinajero 1, Ya allí, alzaba
una de las cortinillas, y se recreaba en
el espectáculo de la Sabana de Bogotá, que se extendía al occidente. El
césped, las alamedas de sauces y de alisos, las lagunas brillantes, las manchas
de colores variados que las vacas y
los caballos forman en las praderas que
lucen y derrochan todos los tonos del
verde, las blancas casas, las graciosas
colinas y los pelados cerros: todo ello
era suave caricia para los encantados
ojos. Algunas veces, si la atmósfera estaba diáfana y el cielo límpido, hundía
Máximo la vista en las profundidades
1. Se trataba,
local del Senado.
como es natural
suponer,
de) antiguo
22<)
del horizonte remoto, y se pasaba los
minutos y los cuartos de hora en la
muda contemplación del nevado del Tolima, majestuoso y cándido. A buena
parte irían a trazar planes de campañas parlamentarias
los que en esos momentos se dirigieran a Ampudia; y famosa higa era la que se le daba a él,
en tales instantes, del elocuente debate
sobre la ley de prensa, o de facultades
extraordinarias,
o si había o no el quorum requerido por la Constitución para
deliberar ....
Panamá,
1903.
'POI?Jual? Valera.
En estos últimos días es cuando hemos podido leer dos de las postreras
prod ucciones.de don Juan Valera, del
egregio polígrafo, cuya muerte tendrá
por largo tiempo enlutadas las letras
castellanas.
El primer tomo, Ecos Argentinos, es
una compilación de las cartas que, como corresponsal, dirigió Valera a dos
diarios de Buenos Aires, El Correo de
España y La Nación. En esas cartas
sigue don Juan con su habitual y regocijada, aunque a las veces algo irónica
benevolencia, el movimiento literario de
España y de las Repúblicas hispanoamericanas en los últimos años del siglo pasado. Allí veríais con gusto, como
--
colombianos,
231
--
que salen
bien
de la ática
pluma
de Valera,
tres
Ismael
Enrique
poetas
Guillermo
librados
los ilus-
Arciniegas,
Valencia
y Antonio
Gómez
Valera,
y 10 hace
constar
Restrepo.
Observa
con inequivocas
cencia,
que
de estar
muestras
la vieja
ces semejan
los paises
siones
mis,
mente
otro
de
epidemias,
la moda
mas
ña es pais
de
y singular-
conserva
siempre
originalidad.
su
En oca-
del dia hiere la epider-
casi
nunca
en la carne.
modo
al contaque a ve-
provenientes
uItrapirenaicos,
castiza
a pesar
expuesta
literarias,
mente de Francia,
sello
Peninsula,
libremente
gio de las modas
de compla-
No
en nuestro
viejo,
penetra
honda-
puede
ser
concepto.
de sér
y genio
de
Espapro-
pios, en donde se ha pensado
y escrito,
desde
días, esto
Séneca
es, desde
!lasta nuestros
hace
cosa
de
veinte
centu-
-
2'.>2
-
rias. A cualquiera idea nueva y pere
grina que traspasa los Pirineos se la
viste inmediatamente con el ropaje clásico y tiene que atemperarse al ambiente nacional. Se vio eso con la influencia italiana en el siglo de oro, con
el neoclasicismo del siglo XVIII y con
el romanticismo en el que acaba de extinguirse.
Con tristeza observa Valera que no
sucede así en estos países hispanoamericanos, y le duele al viejo escritor hacer esa comprobación. Ve claro Valera
que en nuestras Repúblicas la moda
extranjera, francesa por lo general, se
impone sin mayores resistencias. Vigorosos esfuerzos, dignos de mayores sucesos, hace el mencionado atleta por
desviar el curso de las ideas literarias
en el Nuevo Mundo, por demostrar que
la circunstancia de hallarse escritos en
lengua forastera no basta para comu-
2'>:'>
..
Ilicarles originalidad
a las obras ni es
diploma de genio para sus autores. Don
Juan hace, entre otras, una observación sagaz, y es que mucho de lo que
los escritores modernísimos
proclaman
como verdades que les han sido inspiradas en algún Sinai literario, no pasa de ser asunto de pose, pura fanfarria, trampa para engañar boquiabiertos y ganarse bonitamente algunos francos. y mientras los ingenuos
principiantes de estas tierras, creyendo
en
la sinceridad de sus ídolos, juran por
la palabra de los maestros, éstos se dejan incensar muy guapamente,
riendo
para su capote.
El superhombre y otras novedades es
una colección de críticas, por lo general cortas, de obras que vieron la luz
a fines del siglo XIX y comienzos del
presente. El tomo se abre con un estudio muy interesante
sobre la teoría
-
2:;4
del Superhombre de Federico Nietzche,
prohijada en Espai'ia por Pompeyo Gener, publicista catalán. Por el tomo mencionado viene el lector rezagado, escaso de noticias, a enterarse de quiénes
son, y lo que han escrito, José Nogales, Arturo Reyes, Pío Baraja, Alfonso
Danvila, Mui'ioz Pabón y otros escritores peninsulares.
En ese volumen se encuentra el artículo de Valera, en que volviendo por
los fueros del habla castellana, discrepa de la opinión emitida por don Rufino J. Cuervo en el prólogo de Nastasio, poema del argentino Soto y Calvo, acerca de la duración en HispanoAmérica de la lengua de Castilla. A este
artículo de don Juan replicó el insigne
filólogo colombiano, en tono agridulce,
desde las páginas del Bulletin Hispaninique, revista que en Burdeos publican
Ernesto Méerimée y otros hispanófilos.
2:'.>5 --
A don Juan le causó asombro y le sentó muy mal el que tan sombrías predicciones sobre el idioma español viniesen
precisamente de la docta pluma del hombre a quien el mismo Valera diputa y
tiene por el más eximio conocedor de
la lengua de Cervantes.
Tampoco le gustó mucho a don Juan
el que Cuervo afirmara que acá en América s<'>lo cuatro (' cinco autores españoles se leen con gusto y provecho.
Se
apuntan aquí estos detalles porque el
año pasado se publicó en una revista
bogotana un solemne artículo sobre el
porvenir del castellano en América, y
en el cual no se habló de la polémica
sostenida entre tan precIaras próceres
como Valera y Cuervo. El artículo hogotano planteó el problema corno cosa
flamante, y adujo como autoridad
en
el asunto opiniones de don Miguel de
Unamuno, Rector de la Universidad
de
-
2)6
-
Salamanca, a quien, aunque se le concede ser hombre de ideas originales y
atrevidas, no se puede dar la palma de
excelente escritor castellano l. No se
puede exigir, a la verdad, que Unamuno, que es vascongado, ni Oener, que
es catalán, le tengan amor de hijos al
idioma de Castilla. Mas con sus diatribas y sus rebeldías contra éste, sí
sientan plaza de íngratos, porque si
Unamuno escribiera en vascuence y Oener en catalán, contados serían los que
por acá supieran que existían esos cabaIleros. El casteIlano los pone en comunicación con setenta miIlones de hombres. Por lo demás, en lo tocante a la
duración de nuestra habla, ya don Andrés BeIlo, si no recordamos mal, señalaba muchos años há como una de
las causas que lo habían movido a es1. De 1905 a la fecha Unarnuno ha soltado mucho la
pluma.
237
cribir SU célebre Gramática, el temor
de que, perdida la unidad de la lengua, surgieran en estas repúblicas tantos dialectos como naciones, lo que sería cosa poco deseable. Quién sabe si a
Valera le movía en el fondo a empeñar
tan briosamente la defensa de su lengua, su poquillo de egoísmo, al pensar que si en cada país de éstos se levantase un patois cualquiera como idioma nacional, los habitantes de ellos no
podrían saborear, en su original, los
primores y gentilezas y gallardía de la
incomparable Pepita jiménez.
y ya que al pico de la pluma se viene el nombre de esta pulquérrima señora, recordemos cuando trabámos por
vez primera conocimiento con la gentilísima hija de la fantasía del glorioso ingenio andaluz.
Mucho tiempo hace-más
de lo que
el gran Tácito llama magno espacio de
-
23K
-
la vida del hombre- -leímos en las crónicas que don Manuel de la Revilla escribía para la Revista Contemporánea
de Madrid, que existía un don Juan
Valera y que éste había cincelado una
joya literaria llamada Pepita jiménez.
Alborotóse la curiosidad de nuestros
diez y ocho años y encargámos a una
librería el libro, que fue recibido con
júbilo. Había por ese entonces ido de
veraneo una parienta nuestra con el hijo
que ha poco vio morir, a un lugar cercano de nuestra ciudad, y tuvimos que
ir a acompañarla en el viaje de regreso. Tendidos en el fondo de la canoa
que nos conducía, mecidos por las agitadas olas del Caribe, y a la sombra
de la vela del bote, devorámos el tomo en las cortas horas de la navegación. Atraída por las lenguas que nos
hacíamos de don Luis y de Pepita, una
discreta prima nos solicitó en présta-
2)<)
.
mo el precioso volumen. Súpolo el austero cura de la ciudad, puso en entredicho la novela, y por consejo de él
fue guardada
hajo siete llaves.
i Dichoso el doncel de veinte años
que no haya leído a Pepita jiménez,
porque le espera saborear
un deleite
intelectual supremo!
Santa marta : 1905.
U" libro ,,~eVo.
Los que escribimos
estas !ineas oímos por vez primera el nombre del poeta francés Sully Prudhomrne
por los
años de 1881; y pocos días después de
oírselo pronunciar al desgraciado
momposino Candelaria Obeso, escritor y poeta de mucha cultura y noble corazón,
lográmos conseguir los dos primeros tomos de la ediciÓn de Lemerre. Desde
- 240
ese entonces
el poeta francés
los que más nos inducen
biendo
gustado
versos
goces
es uno de
a pensar,
con la lectura
intelectuales
ha-
de sus
y
refinados
puros. Las composiciones
A un desesperé y Si j'etais Diell, flléra del celebérrimo Vase brisé, no se han apartado
de nuestra
memoria,
aun siendo ella, co-
mo es, extremadamente
Sainte
flaca. Años des-
los NOllveaux Lllndis de
pués, leyendo
Bellve,
correspondientes
al año
de 1865, si mal no recordamos,
vimos
que fue tal vez el insigne
quien
primero
del
habló
en frases
crítico
encomiásticas
Vas e brise y de su autor.
y esto ¿a qué se endereza?
tará alguien.
Pues
han ocurrido
a propósito
nido a nuestras
gantemente
imprenta
estas
manos
impreso
pregun-
líneas
se nos
de haber
un volumen
en Bogotá,
de La Luz, y cuyo
Poesías de Sul/y-Prudhomme,
veele-
en la
titulo
es
traducidas
24 f -
-
en versos castellanos por Miguel Antonio Caro. Dado el ingenio del poeta
francés y el del colombiano era inevitable casi que éste no tradujera a aquél.
Un mismo amor por las manifestaciones más altas y desinteresadas
de la
poesía, una misma tendencia del espíritu a los estudios psicológicos, distinguen a ambos ingenios. El señor Caro
en su corto prólogo dice que lo ha movido en mucho a traducir a Sully-Prudhom:ne la semejanza que ha advertido entre éste y José Eusebio Caro l.
Los profanos advierten también la semejanza de que hemos hablado entre
el señor Caro y el académico francés.
1. A prupÚsitu
don
Mariano
tres de Colornbi,a,
rácter,
de José
Ospina
consi¡¡namos
calificó
E. Caro,
como
del hombre
no sólu pur su Kcnio sino
aqui que no hace mucho
sit,ímos, con piadoso
recogimiento,
a quien
uno de los más iluspUf
su ca-
tiempo
vi-
la estancia donde
en Santamarla
rindió su fuerte esplritu
granadino insigne, honra de su patri¿L
al Creadur
este
lli
-
242 .. -
Esa afinidad espiritual ha dado origen
y nacimiento al hermoso volumen de
versos que ha venido a enriquecer nuestro escaso acervo literario. No somos
jueces en materia de letras, a lo sumo
por razón de oficio podríamos serIo de
las que se escriben en papel sellado;
pero la circunstancia de ser ajenos a la
literatura no nos priva del derecho de
proclamar que siendo traducción del señor Caro, la traducción ha de ser excelente, insuperable a veces. Los versos
no parecen vertidos, sino originales: tánto le bebe el traductor la idea al traducido. Esta es una de las pocas ocasiones en que resulta falso el aforismo
de tradutore, tradittore.
Una de las cosas que nos causan grata sorpresa en el volumen bogotano, es
la frescura y bizarría que revelan en su
autor una fuerza de ingenio no fatigada jamás. La edad, el tráfago de los
-
24)
-
negocios, la política colombiana, que
bien merece figurar en uno de los círculos dantescos del infierno, parece que
debían ser parte a debilitar las energías
de un talento, por grande que fuese.
No sucede asi con don Miguel Antonio
Caro, y debemos, por ello, dar gracias
a los dioses que se interesan por la república literaria. En días pasados hojeábamos la traducción de Virgílio, obra,
como se sabe, de las mocedades del señor Caro. Pues bien: no hemos advertido que entre uno y otro trabajo mediase un largo lapso de tiempo, y tiempo de luchas, de amarguras y decepciones capaces de esterilizar un gran talento o de persuadirlo de que aquí abajo todo es vanidad.
Las notas que pone el señor Caro al
volumen son interesantes por extremo
y algunas de ellas de amenísima lectura, como la referente al Vase brise que
-
244 --
es completa. A la verdad, debe ser fatigante para un autor el no ser conocido del público sino por una sola obra
suya, aunque sea buena. Lo mismo que
de SulIy-Prudhomme y de Tassara, puede decirse de Leconte de lisIe con el
Midi, de Campoamor con el Quién supiera escribir, y de Pombo con la Hora de tinieblas, tan mentada por los que
han dado en creer que don Rafael ha
podido ser alguna vez libre pensador
de tomo y lomo. Se cuenta que Gustavo Flaubert padecia hasta físicamente cuando se le designaba por el «autor de Madame Bovary», con todo y ser
este libro cabeza de escuela literaria.
Suponemos que don Miguel Antonio no
se habrá de molestar cuando se habla
de él como del traductor de Virgilio,
porque esa traducción no es obra Iigegera, es obra magna, como si dijéramos
de romanos.
-
245
Circunstancia que puede considerarse feliz en el asunto es la de que el
poeta que ha juzgado digno el traductor de esfuerzo tan sostenido y brillante, es un hombre como SuIly Prudhomme, poeta de versos, y solamente
poeta, a quien tenemos que suponer
desinteresado si juzgamos por la muestra que dio cuando se le laureó con el
premio Nobe1. SulIy Prudhomme constituyÓ un fondo para premiar a poetas
pobres. Bien es cierto que el laureado
es hombre de posibles, mas hay muchos hombres de letras de posibles a
quienes no se les ha ocurrido pensar
señalarse con acción tan generosa.
Ya en 1886 decía el señor Merchán
que era una necesidad que el señor Caro reuniera en volÚmunes sus valiosos
y múltiples trabajos. Así nos 10 había
prometido el mismo señor Caro en sus
últimos libros de 1888 Y 1889, pero no
-
246-
nos ha complacido. Cierto que durante
su Presidencia no pudo el señor Caro
dedicarse a tareas literarias, ocupado
como se encontraba en las arduas e importantes labores del gobierno; mas después de la Presidencia han pasado siete años, y el cerebro del señor Caro ha
permanecido en reposo, 0, por lo menos, los frutos de sus trabajos no han
visto la luz pública. Verdadera impaciencia causaba en los amigos y admiradores del señor Caro la indiferencia
de él por las cosas de la literatura; y
la comparábamos
con la actividad de
que otros repúblicas han dado muestras después de terminadas sus tareas
oficiales, como Gladstone, Duruy, Cánavas del Castillo. Respetábamos los
motivos que obligaran al señor Caro a
guardar el silencio, pero éste no dejaba de entristecemos. La aparición del
libro del señor Caro es saludada con
regocijo
letras,
por los amantes
de las buenas
no s()lo por lo que él en sí mis-
mo significa
y vale, y vale
mucho,
sino
por lo que
aquello
de que es anuncio
y significa
promete,
por
o presagio.
1.0s "i60s.
Santamarta,
Al se¡¡or
d"n
W,,!fr;;11 Blanco
Mi estimado
Tengo
el gusto
mayo
;a
de
IYOO.
C.
amigo:
de referirme
ta de usted, fechada
a la gra-
~l 24 de abril Úl-
timo.
Junto con ella recibi
ha dado
Los Niños,
ceso
usted
el simpático
y acerca
de bondad.
el estudio
a que
título
de
del cual, con ex-
solicita
usted
mi opi-
nión, que no ha de ser de mucho peso
en el asunto. Y digo esto porque ha de
---
2~
--
saber usted que, aun cuando ocasionalmente dirigí hace ya largos años un
instituto de grande importancia
en la
Costa, y aun cuando ahora mismo soy
catedrático
del Liceo Celedón, de esta
ciudad, no he tenido nunca vocación,
convencido además de mi ignorancia,
para poner en práctica la obra de misericordia de «enseñar al que no sabe».
Mi inexperiencia
en punto de enseñanza y educación de niños es, pues, casi
completa.
Con todo, no he de dejar de confesar a usted que he experimentado
un
verdadero placer intelectual
al leer y
releer las bien escritas y bien sentidas páginas que usted me remite. Ninguno mejor califiodo
que usted para
emprender sem~jante trabajo, supuesto
que es usted uno de los más distinguidos miembros, dotado de inteligencia comprensiva
y siempre
despierta,
249
de la benemérita confraternidad
de los
maestros colombianos.
Las páginas de
su interesante
ensayo, informadas
en
un espíritu de bondad y rectitud, son
el fruto maduro de una larga y meritoria experiencia.
Usted conoce a los
niños, ha tratado, como deben ser tratados, esos tiernos corazones
y esas
jóvenes inteligencias,
y ha concluido
usted que mejor germinará
y rendirá
frutos la simiente que se siembra con
dulzura que la que se arroja al zurco
con gesto hosco y de mala manera. La
tierra en el primer caso se mostrará
agradecida y devolverá ciento por uno;
en el segundo, tornaráse
estéril, si no
es que sólo se exhiba fecunda en frutos de perdición.
En mi humilde concepto, la utilidad
de su meditado trabajo es incontestable, y por ello merece los honores de
una extensa publicidad.
Y aunque no
--
250
hayan de faltar pedagogos a la usanza antigua úe que hace usted mérito,
que se obstinen en sostener la verdad
del bárbaro adagio «la letra con sangre entra" y que usen, con verdadera
prodigalidad, del llamado derecho magistral de la palmeta, costumbre abolida en algunos países porque se la
considera como nociva a la salud del
niño; aunque no falten pedagogos que,
juzgando que se ladea usted a los temperamentos benignos, no estén de acuerdo con algunas opinion.es de usted, ello
no debe ser óbice a que éstas sean
apreciadas con criterio simpático, dado
que se ponen, como quien dice, al amparo de las sencillas Cllanto sublimes
palabras de Jesllcristo: Sinite Parvu!os
venire ad me. ¿ Qué se puede temer llevando esa divina empresa en el escudo? De antemano puede darse la batalla por ganada.
251
Deseo, pues, que cuanto antes, para
aprovechamiento
de todos, se libren al
público las sensatas observaciones
de
usted, cuya lectura me ha causado hasta una muy grata sorpresa, ya que en
estos tiempos, para contar las obras
acometidas
como la de usted, sin intención de lucro y sólo por servir lo
que de buena fe se cree ser el bien público, sobran algunos de los dedos de
llna mano.
Los hombres que se confieren a sí
propios el título de exclusivamente prácticos y que dominan en el mundo que
rinde culto a Mammón, desacreditan
cuanto pueden por el interés de su causa, a los hombres parecidos, de un modo o de otro, a aquellos a quienes Napoleón, en un momento de mal humor,
apellidó despectivamente
ideólogos, porque el libre juego de las ideas, verdaderas conductoras del universo, contra-
-
252
--
riaba la marcha de su sistema político. Da usted, pues, al no mostrarse exclusivamente práctico en lo que escribe,
un ejemplo digno de imitación, y no
dudo que la juventud, siempre generosa y ávida de ideal, lo imite gustosamente. Y ya que usted al comenzar
su estudio invocó una palabra divina,
déjeme que al terminar estos renglones, escritos con demasiada prisa, cite
yo otra sentencia de la Escritura: «No
sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra".
Consérvese usted hien y mande a su
siempre atento amigo y seguro servidor,
F. G.
Camhios de Partido.
Ultima mente hemos leído, muy por encima, porque nuestras ocupaciones nos
impiden hacerla de otro modo, la grande Biografía de Gladstone, por el insigne puhlicista
y hombre de Estado
inglés Lord john Morley, actual Secretario de la India en el Gahinete liberal británico.
Se s:tbe que el célebre estadista del
siglo último comenz(í Sll carrera pública muy joven aún, de veintitrés años
apenas, pues entrÓ en la Cámara de los
Comunes el año de 1832 como Diputado por Newmarck,
elegido bajo los
auspicios de uno de los jefes del par-
--
254 -
tido tory. El ilustre Canning había sido grande amigo del padre de Gladstone, y en la casa de éste el nombre
de Canning era objeto de culto respetuoso. En 1835 fue llamado Peel a presidir lo que se llamó el corto gobierno de Peel, pues duró pocos días, y en
ese Ministerio comenzó Gladstone su
portentosa carrera oficial desempeñando primero el cargo de Subsecretario de
las colonias bajo lord Aberdeen y luégo el puesto de uno de los Lores de
la Tesorería, a las inmediatas órdenes
de sir Roberto. Largos años gobernaron los liberales con Lord Melbourne
a la cabeza, y en su gobierno se verificó la ascensión al trono de la reina
Victoria (1837). No vino a caer el partido whig sino en 1841, Y en todo el
tiempo anterior Gladstone fue conocido y apreciado no sólo como tory de
vieja escuela, sino como uno de los más
2';';
fervientes adeptos y s0stenedores de la
Iglesia anglicana, en cuyo servicio publicÓ su primer libro, el cual mereció
los honores de una larga critica del
gran escritor liberal Macaulay.
El indiscutible talento de Gladstone
y sus esclarecidas dotes de gran orador Ileváronle a un puesto importante
del gabinete de Peel, del cual se separó años después en virtud de que, habiendo en época anterior escrito contra la subvención al Colegio católico de
Maynooth, creyó incompatible con la
consecuencia política seguir perteneciendo al Ministerio que proponia la subvención. Y debe tenerse en cuenta que,
muy joven aún, desde Oxford, aplaudió Oladstone calurosamente la redentora ley de emancipación de los católicos.
Del 40 al 50 hízose sentir en Inglaterra, de modo incontrastable, la infuen-
- - 256 -"
cia de Cobden en contra de las leyes
protectoras en asuntos de cereales. Y
aunque los grandes señores afjliados
casi todos en ,el partido tory, sostenían
la necesidad de co'nservar esas leyes,
Peel, jefe de ese partido, cedió a la influencia de Cobden y con Peel se fue
Gladstone. Las leyes fueron derogadas
después de recio combate; pero los torys, disgustados con su jefe, y azuzados por un joven parlamentario que de
las líneas liberales habia pasado a las
conservadoras,
Benjamín Disraeli, se
aprovecharon de la primera ocasión que
se les vino a la mano para derribar al
gran estadista en consorcio con los liberales, naturales enemigos del prohombre.
Murió Peel en 1850, pero el grupo de
sus amigos, entre los cuales se contaban hombres tan eminentes como Lord
Aberdeen, Gladstone, Graham, Sidney
257
Herbert y otros, permaneció unido defendiendo el credo Iibrecambista que lo
apartaba de sus correligionarios.
Mientras tanto Gladstone, debido a sus fuertes convicciones
anglicanas,
representaba en el parlamento a la conservadora
y tradicionista Universidad
de Oxford,
de cuya corona era él uno de los más
brillantes florones, como antes lo habia
sido Peel.
Al comienzo de la década del 50 al
60 gobernaron
los conservadores
y no
le negó Gladstone sus votos a ese gobierno, siempre que sus ideas políticas
lo exigieron, porque no dejaba, a pesar de su disidencia en el campo económico, de apellidarse
conservador.
Mas
cuando, a virtud de haber demolido
Gladstone en magnífica oraci(ín, el presupuesto presentado
por Disraeli, leada del partido tory en los Comunes,
cay() este partido, suhi(í al pedel un
17
2~
-
Ministerio llamado de la Cualición, formado por los conservadores
pcelistas
y por los liberales, con el jefe de los
primeros, Aberdeen, como primer Ministro, Gladstone fue designado para
desempeñar la cartera de Hacienda, porque, según se dijo entonces, ya que él
había desbaratado el presupuesto, era
de justicia que lo rehiciera. Los jefes liberales, Rusell y Palmerston, figuraban
también en el Ministerio de la Coalición, bajo cuyo mando se produjo la
terrible guerra de Crimea, que fue ocasión de la caída de ese gobierno.
Vinieron otra vez los conservadores
con lord Derby, y no queriendo éste privarse de la cooperación de Gladstone,
que había desplegado dotes geniales en
la dirección de la hacienda inglesa, le
ofreció el mismo puesto que tenia en
el Ministerio coalicionista; y como se
sabía que hombre tan consciente de sus
relevantes méritos y extraordinarias
aptitudes, no había de querer estar en la
Cámara subordinado
a Disraeli, prometió a Gladstone Lord Derby conferir el
cargo de /eade,. de la Cámara a sir James Graham, uno de los más caracterizados peelistas. Para alcanzar este fin
escribióle Disraeli a Gladstone una carta que aquél, andando el tiempo, declaró ser equivalente a haberse arrojado a los pies de «ese tránsfuga».
Mas la repugnancia
a encontrarse
sentado en los mismos bancos con Disraeli fue invencible,
pues Gladstone
siempre le tuvo por un aventurero
sin
arraigos de origen en el Reino Unido,
brillante escritor y orador, hombre de
vasto e intrépido genio político, pero
aventurero al fin, en tanto que él, Gladstone, anglicano puro, cristiano viejo, era
de legítima cepa escocesa. No aceptó el
ofrecimiento de Derby, con grande alegría de los liberales y gran pesar de los
-- 260 -
conservadores, que veían alejarse más
y más de sus filas al hombre más poderoso del parlamento inglés. No rompiÓ Gladstone del todo, a pesar de este
rechazo, con sus antiguos copartidarios,
y así lo vemos aceptar del Gobierno
conservador una misiÓn a las islas JÓnicas, y -cosa más particular aún--vémosle opinar del mismo modo que su
aborrecido rival en la votación que echó
por tierra al Gabinete tory en 1859.
Vueltos al mando los liberales con
Palmerston de jefe, aceptó Gladstone,
sin usar ya su distintivo de peelista o
de coalicionista, el puesto de Ministro
de Hacienda en el nuevo gabinete liberal, en el que por seis años consecutivos luciÓ sus magníficas dotes de primer financista inglés. Quedó de esta
manera incorporado Gladstone al partido liberal, del cual vino después a ser
jefe ilustre e indiscutible casi hasta su
muerte.
- 2ól
II
Vemos, pues, al gran república británico, educado en el partido tory, pertenecer a éste por largos lustros, constituyendo una dc sus más legítimas esperanzas; luégo se le ve disentir, junto
con Pecl, de sus copartidarios
en una
célebre cuestiÓn de orden económico y
fiscal, hasta 1859, en que definitivamente se adhiere al partido adverso.
Ha de considerarse
como principalísimo factor en la conversi(lIl o apostasía de Gladstone,
según se miren las
cosas, el cambio que sufrieron sus ideas
políticas y económicas
a poder de tan
sabia maestra como la experiencia, ayudada por una buena fe y una sinceridad de que no es posible dudar por
un solo momento. L1amáronle los toris,
que nunca le perdonaron su transfugio,
--
262
--
hombre de circunstancias,
oportunista,
espejo de los sucesos corrientes, arrastrado siempre por la opinión circunstante y jamás director de ella. Alzase
contra este veredicto apasionado
Lord
Morley y comprueba cómo Gladstone,
si en ocasiones fue seguidor de la opinión, en muchos casos que lo honran
se enfrentó a la moda política del día,
la resistió y se puso a punto de perder su encumbrada
posición. Su terca
y leal adhesión a la causa de Irlanda
en la última parte de su vida es un
ejemplo ilustrativo del aserto de Morley, pues para hacer pasar en la Cámara de los Comunes el famoso bill del
Home Rafe luchó contra viento y ma
rea por seis años seguidos en el país,
contra los seculares prejuicios de una
raza vencedora, desdeñosa y muy pagada de la superiorididad
de sajones
sobre celtas.
Ningún motivo que no fuera de orden superior determinó seguramente la
incorporación
de Oladstone en el partido liberal inglés: que no era él hombre en quien nada bajo, nada que no
fuera elevado pudiera tener arraigo ni
rnoverlo a obrar. Mas si el hecho de esa
incorporación
reconoce por causa principal, como hemos dicho, la lenta evolución de las ideas en aquel poderoso
cerebro, también debe confesarse
que
militaron, con mucha eficacia, en pro
de la conversión,
otras causas dignas
de tenerse en cuenta. Tal, por ejemplo,
la inquina contra Disraeli, que radicaba en la absoluta disparidad de caracteres de los dos próceres. ¿ Cómo podía Oladstone volver a la vieja comunidad conservadora teniendo a esejudÍo
por superior () igual? Ello era imposible. De otro lado, el conocimiento íntimo de los liberales de Inglaterra, el
- 2()4- -.-
trato con sus jefes Palmcrston
y Russell, habían hecho desaparecer del espíritu de Oladstone rancias preocupaciones que sÓlo tienen origen en la inexacta apreciación
de los hombres que de.
ordinario
miramos en frente de nosotros. Después de diez años de alianza
y de pelear con frecuencia
unas mismas batallas los rencores antiguos se
amortiguan si es que del todo no se extinguen.
No son raros en Inglaterra, en donde más se han caracterizado
los partidos en la política moderna, estos camhios de opiniÓn en hombres insignes.
Aquel Stanley o Derby, a propÓsito de
cuya presencia en las filas conservadoras escribi() Me. Carthy la frase que
ha hecho popular en Colombia el señor
Caro, fue después Ministro liberal con
Oladstonc.
Primero fuc Disraeli whig
que tory, y más recientemente
¿ no he-
11l0S contemplado
al radical y casi republicano
Chamberlain
volver casaca
y tornarse amigo de los duques y hasta convertirse
en proteccionista
empedernido?
¿ No estamos viendo al joven Winston Churchill, descendiente de
Marlborough,
abandonar la política tradicional de su estirpe, y hacerse ardiente radical y fiRurar en el Ministerio actual que dirige Mr. Asquith?
En otr¡¡s naciones sucede lo mismo,
sÓlo que no llama tánto la ¡¡tención porque nos hemos acostumbrado
a considerar él los ingleses- -por su seriedadcomo gente de casi inmutables convicnes políticas. En Francia, M. jaurés sali(l del partido conservador
republicano para ser hoy el fogoso y temido tribuno socialista;
y M. Piou y el Conde
de Mun, cumpliendo
las instrucciones
de León XIII a los católicos franceses,
de monárquicos
han pasado a ser repu-
blicanos. En los Estados Unidos un político deja de ser demócrata hoy para
ser mañana republicano, o viceversa,
como sucedió con el Alcalde de Nueva York, MI'. Mc ClelIan. Un ejemplo
célebre nos 10 presenta España. Recordamos a don Antonio Maura como a
uno de los más convencidos y consecuentes miembros del partido liberal dinástico a órdenes de Sagasta. Pues ahora no sólo es Maura .conservador, sino que es el jefe único del partido conservador, al cual dirige con la autoridad de un Cánovas. Nadie ha puesto
en duda la buena fe, la honradez política de Maura. Sus amigos de ayer, adversarios de hoy, le reconocen su incontestable mérito.
Mas no tenemos que ir muy lejos a
buscar ejemplos. Declaremos, recordando nuestra agitada historia, que casi todos los que fundaron en la Nue-
-
'lb?
va Granada el bando que José Eusebio Caro bautizó con el nom bre de conservador, salieron de la costilla misma
del liberalismo,
creado contra el gran
Bolívar, por el ilustre Santander. ¿Pues
el doctor Márquez, el doctor Cuervo,
clon Lino de Pamba, el doctor Ospina,
abanderado doctrinario del partido conservador, no fueron liberales? Y la fundación de ese bando fue obra buena
y necesaria, porque ella sirvió para moderar los impulsos, acaso peligrosos,
de la otra fracción, y estableció en la
república el equilibrio
político que la
marcha ordenada y firme de los negocios del Estado, hace indispensable.
Mosquera, boliviano rancio, que era del
propio tuétano conservador,
que fusilÓ
a los liberales en los escaños de Cartago en la guerra de 40, ¿ no \levÓ al poder a esos mismos liberales después de
la más desastrosa
lucha civil, la que
---
2()1)
--
dio en tierra por primera vez en nuestro
país, con el principio de autoridad?
Y
luégo NÚñez, liberal de ideas, hombre
de genio político amplio y comprensivo, que en el estudio fecundo de la política mundial adquirió tal altura, que
para nosotros resultaba gigante; Núñez
¿ no restableció en el país las instituciones conservadoras
con la Constitución de 1886?
No ha cerrado sus páginas el libro
que pudiéramos
llamar la historia de
las variaciones políticas de los hombres
de Estado; ni cabe pensar en que de
pronto se cierren. Nadie puede decir «de
esta agua no beberé», tratándose de cosas sujetas a influencias tan diversas.
Puede muy bien suceder en cualquier
país que un:hombre
de recta razón, de
inmaculada honradez, adherido a la causa del orden por educaciÓn y tradición
y aun por temperamento,
catÓlico a
macha martillo, con la fe del carbone-
:lb')
ro, se vea arrastrado,
-
sin saberlo
verlo, por el influjo adormecedor
lisonja sapientisima
to de gratitud
ni prede una
o por un sentimien-
hacia los que, proceden-
tes del bando tenido
como adverso,
han
prestado
de oportunidad
ex-
un servicio
traordinaria,
tar con
quiera
o por la costumbre
estos
hombres,
otros motivos,
-decimos-a
que Ospina,
de tra-
o por cuales-
se vea arrastrado
hacer algo parecido
Mosquera
en esta NaciÓn; y ello sin renegar
credo
religioso,
pues
ya
que
Oladstone
practicó
sola
religiÓn,
la anglicana.
de quien hablamos
de también
hemos
visto
una
No tenemos
derecho
posiciones
pue-
la católica
ni calidad
a los que, movidos
sa, cambian
El hombre
en toda su vi-
da sino una sola religión:
apostólica,
romana.
censurar
de su
siempre
hipotéticamente
no practicar
a lo
o Núñez hicieron
para
por las im-
de una conciencia
de filas en política.
imperioCuan-
-- 270-
do el que se aleja de nosotros es hombre de valer, lo sentimos profundamente; cuando es un elemento de escasos
quilates patrióticos, dámosle con indiferencia la despedida. Respetamos siempre los derechos y fueros de la libertad humana en todas sus manifestaciones lícitas.
Déjesenos, empero, honrar y enaltecer a los que dan ejemplo de unidad
en la vida, de incontrastable constancia política. Los liberales pueden poner
como tipos de esta clase de hombres a
Francisco de P. Santander o a Manuel
Murillo. Los hombres de ideas conservadoras pueden ufanarse con el ejemplo luminoso y terso como cristal de
luna veneciana, que acaba de legarles
el gran ciudadano por quien llevan luto
la República y las letras: con el austero y noble ejemplo de Miguel Antonio
Caro.
t909.
])iscurso
Señor
res:
Gobernador.
I
sefioras
y seño-
No han de tomarse estas humildes palabras por discurso de orden, largo por
definición, ni nada parecido: ellas no
son sino el resultado de la obediencia
que todo profesor debe al reglamento
del instituto donde sirve, y al Consejo
Directivo que le señala el trabajo.
Un año ha transcurrido
desde que en
una hermosa solemnidad, a la cual deseo que se asemeje ésta que ahora celelebramos, se dio punto y remate a las
primeras tareas escolares del liceo que
lleva el nombre del ilustre prelado de
1. Pronunciado
~J1
Santa Marta.
- 272
quien, en tiempos ya lejanos, allá en la
amada ciudad donde nací, tuve la fortuna de ser qiscípulo. Y así como el claro
nombre con que se ufana el instituto es
segura prenda para él de buena y larga vida, débclo ser asimismo la feliz
circunstancia de que hoy como ayer,
preside esta ceremonia el mismo joven
magistrado que, sobre exhibir dotes nada comunes en las arduas tareas de administraciÓn pública, da muestras incesantes del vivo interés que le inspira
la educación de la juventud, sosteniendo, a través de frecuentes dificultades
fiscales, este plantel, y provocando, por
ese interés, el agradecimiento,
no ya
solo de maestros y de alumnos, sino
de todos los habitantes del Magdalena.
No es, pues insincero el voto que hago aquí de que nos sea dado por largos años asistir a fiestas como ésta, rereveladora de sana cultura y que sólo
· 273 --
a la sombra dc una paz fructífera, arraigada en el país a poder de ingentes esfuerLOs, pueden celebrarse.
y dirigiéndome más particularmente
a los señores estudiantes, no creo ir
descaminado al felicitarlos porque tienen la buena suerte de hacer sus estudios en la época presente. Con efecto:
¡cuánto más grato
siquiera menos penoso, es estudiar en los tiempos que
corren! Los antiguos textos, obscuros
y deficientes, hacían más antipática la
dura faena del aprendizaje. ¿No es de
hendecir la obra simplificadora y clara de un ¡saza, de un Rueda, de un Martínez Silva, de un Celedón, de un Cuervo y de un Caro? Sobrada razón tuvo
el señor Marroquín, insigne pedagogo,
al afirmar, tratándose de la Gramática
Castellana del primero, que así como
un compatriota nuestro decía que hubiera deseado morir para ser enterra-
°
18
-- 274 -
do en cierto cementerio de Italia, así
al señor Marroquín le provocaba volver a ser maestro de español para tener el gusto de enseñar por el libro mencionado. Si pues entre los alumnos del
instituto no faltaren algunos, muy pocos, que no hayan alcanzado a ganar
sus cu rsos de este año, no han de atribuir su mal éxito a los textos ni a los
profesores -que todos han cumplido su
deber cn 10' posible-sino,
y así quiero suponerln,2a alguna dolencia de la
voluntad, más -necesaria ésta, si cabe,
que la inteligencia para obtener las laureas del triunfo en estas lides incruentas. Y aunque aquellos a quienes me
refiero pudieran alegar la excusa de
que es arriesgada cosa someter el cerebro a fuerte tensión, en estas regiones
en donde el termómetro sube a alturas
vertiginosas, tal excusa, no desatendible del todo, no quita que otros cstu-
· - 275--
diantes, en idénticas condiciones-los
que van a recibir sus premios-hayan
resultado vencedores en este honroso
torneo. Voluntad he dicho, y creo no
estar equivocado. Si entre las facultades del alma, la inteligencia-concesión
graciosa de lo Alto-nos hace conocer,
la voluntad nos hace querer, y la escuela filosófica a cuyos principios adhiero, enseña que el principal carácter
de la volición es la lihertad. No es obra
de romanos, no es acto de superhombre, de esos que son ejecutoria de un
ciudadano, lo que de consuno padres
y maestros exigen de los escolares; que
aprenderse hien una lección, siquiera
sea lección difícil, no es cosa que equivalga al derroche de energía que tiene que hacer un Quesada, por ejemplo,
cuando rechaza la proposición de renunciar a la conquista del Imperio chihcha, o un Bolívar cuando en las trági-
--
276
---
cas circunstancias de San Mateo, hace
huir su cabaIlo para perecer el primero si no logra la victoria. No, lo que
quiero decir simplemente es que está
en manos de los estudiantes intentar libremente un esfuerzo para obtener el
premio de la aplicación, el galardón de
la paciencia, virtud ésta que, p.n grado
eminente, puede, según afirma un sabio, hasta constituír el genio 1.
Motivo también de felicitación para
los jóvenes alumnos es que, tocando
ahora a las puertas doradas de la adolescencia y de la juventud, entran en
la vida, a cuyo término otros con rápido paso nos encaminamos, en los días
actuales. Porque antes el fundado temor de que el orden, cuya idea era
escarnecida con frecuencia, podría ser
perturbado de un momento a otro, ge-
'- Bullon_
277
ncraba
la zozobra
ducía
en los espíritus,
a los estudiantes,
pre de novedades,
a prestar
más que al solícito
vocinglería
chas
crueles
perta,
mal
autoridad
legítima
deciLlos
los ánimos
to, la guerra
ra de riquezas,
ha
hecho
este
país,
llos dias
surgía,
el
Enar-
como nece-
de ese enardecimien-
de hermanos,
devastado-
y segadora
de las ener-
de las naciones.
a éstas
quedándonos
Mas Dios
y suscitó
sanables
que salvaron
luctuosos,
pesadillas.
de la
es, en todo
y primaria.
de la muerte
de aquellas
de aquesinies-
Los que restablecieron
la paz de las conciencias
a
tan sólo, como
un sabor de ceniza, el recuerdo
tras
inex-
al respeto
que
cosa esencial
gías jóvenes
a la asor-
de una democracia
mundo,
hombres
de las hu-
de la calle, a las lu-
enseñada
saria consecuencia
e insiem-
la atención,
estudio
y de las ciencias,
manidades
dadora
ganosos
y ordenaron
--
275
-o
que la instrucciÓn popular se informara en los principios de la Religión; y
los que han expulsado
del cuerpo enfermo de la nación el demonio de la
anarquía y del desorden, son beneméritos no sólo de la patria, sino de la
causa general de la cultura. Los hombres de ciencia y los jóvenes deseosos de adquirir algunos conocimientos no tienen ahora quien los distraiga
de sus meditaciones
y de sus labores.
Las fiestas que se celebran no son diversiones ferales, sino las fiestas de la
paz y de la inteligencia, y la colmena
bulliciosa que puebla los planteles de
educación de la República puede tranquilamente
labrar su sabroso
panal;
que la calma reinante hoy se asemeja
a la que suaviza y adormece la incomparable bahía vecina, cuyas aguas, profundas y transparentes,
cantan una eterna canción a la ciudad de Bastidas, de
la cual puede decirse con el poeta:
-
27<1
.,,0 cité, tu t'endurs
Sous les palmiers,
au long frémíssemen\ des palmcs; l.
aguas de tan peregrina hermosura que
merecen caiga en ellas, como signo de
alianza, el anillo nupcial de un Dux de
Venecia.
Señores estudiantes:
los que de entre vosotros van a recibir de manos autorizadas los premios a que por su aplicaciÚn o por su conducta se han hecho
acreedores, no deben tomarlos solamente como remuneración
de sus trabajos,
sino tamhién como estímulo para no
dormirse sobre hien ganados laureles y
como presagio de futuras hazañas escolares. Los que no han obtenido recompensas deben mirar las otorgadas a sus
compañeros como aguijón o espolín para que se les despierte en el pecho la
noble ambiciÓn, ahora soñolienta, de
1. Heredio1.
--
280 --
conquistar en el próximo año el aplauso de los maestros en las aulas y la
dulce sonrisa de bienvenida de los padres en el hogar. El que está en la ignorancia vive en casa cerrada y sin ventilación, expuesto a la asfixia intelectual. Un poco de saber equivale a la
luz y el aire, a la salud del espíritu. Todos somos obreros en este honrado taller y nuestro anhelo debe consistir en
ganar bien el jornal, procurando que
nuestra faena resulte fecunda y no estéril. Tratemos, pues, todos, maestros
y alumnos, de amasar con entusiasmo
--que es fiebre divina-el
pan ázimo
de la sabiduría.
He dicho.
pronunciado por el doctor florentino Goena¡.(a, Presidente del Tribunal Superior de Justicia. al tomar poscsi<in de la Gobernación del Departamento de I'anam¡i
el s,',ior don José Oomin¡¡o de Obaldia el 20 de septiembre de l!lO3.
Señor
Gobernador:
En nombre
de mis honorables
gas del Tribunal
propio,
Superior
cumplo
felicitaras
da muestra
con el grato
sinceramente
por
de confianza
do el Supremo
Gobierno,
para
que
seáis
tante
de la autoridad
cole-
y en el mio
deber
de
la mereci-
que os ha daescogiéndoos
el más alto
represen-
en este Departa-
mento.
En las
plimiento
instituciones
acabáis
cuyo
de jurar,
fiel cumestá
bien
-
2M2 --
marcada la dualidad de las elevadas
funciones cuya investidura
habéis recibido. Sois agente de la Administración
central, y el principio de la unidad del
Gobierno que informa la rama ejecutiva, importa la unidad de opiniones entre el jefe del Estado y el Gobernador
del Departamento.
Sois, asimismo, jefe
de la Administración
seccional, y vuestras facultades constan detalladas en las
leyes y en las ordenanzas.
Mas a pesar de tales limitaciones,
inherentes al
régimen unitario, queda siempre al ciudadano encargado de regir la marcha
de esta importante entidad, un vasto
campo en dónde ejercitar las propias iniciativas.
Natural vos de esta angostura
privilegiada de Colombia, circunstancia
que
viene a realizar en buena hora legitimas aspiraciones
de vuestros conterráneos; conocedor de los hombres, cosas
21>:)
y sucesos
del Itsmo, y también
necesidades
y de sus
esperarse
lladas
---
recursos,
fundadamente
vuestras
con exacta
mas actuales,
algunas
ideas
de los proble-
rinda este Departamento,
más
La acción
calmante
a poder
irán
suavizándose
las aspere-
las cóleras
dose las heridas
que
guerra
a todos;
minada
por convenios
acuerdo
tida,
dores
y restañán-
produjo
civil que
lutado
guerra
nos ha en-
felizmente
siglos
de uno de los más duros
l. Crolllwcl1.
la larga
magnánimos,
con la opinión,
de la historia
auxi-
de su benéfico
zas, aplacándose
y cruenta
\.
del
del tiem-
mejores
porque,
influjo,
dirección,
en las vias
po será uno de vuestros
liares
es de
desarro-
administrativas
firme y honrada
jornadas
progreso.
que,
apreciación
bajo vuestra
de sus
terde
há emivence-
· 21\4
Tenéis necesidad del tiempo, como
indispensable aliado para todo lo que
queláis emprender, y me halaga la esperanza de que no os ha de faltar, ya
que no es posible que la instabilidad
en los altos empleos se convierta en
permanente sistema de gobierno.
Sin temor de ofender a la verdad,
arriésgome a asegurar que no hay ciudadano de la República que no desee,
con ardiente anhelo, que por el territorio de ella, en las cercanías mismas de
esta histórica ciudad, se excave, guardando lo que exige el decoro de la Nación, el Canal interoceánico, obra magna que, realizada, serviría a los intereses mundiales, y honraría el siglo en
que vivimos como la apertura del Canal de Suez honró a la pasada centuria. Para la Adminístración que hoy se
inaugura seria motivo de legitimo orgullo poder registrar en sus anales el
comicnzo de los trabajos de la ingcnte
empresa, cosa que, a pesar de los tropiezos que todos vemos, no debe estimarse como imposible. A pueblos cultos y que saben con fijeza lo que quiercn, no les es lícito entregarse a la
desesperación sólo porque la hora presente no traiga todo lo que de ella se
aguardaba. La paciencia y la perseverancia son grandes virtudes que, al fin,
vencen todos los obstáculos cuando están sostenidas por el patriotismo y la
justicia.
Los estudiantes de historia nacional
saben que hace cerca de medio siglo, en
días luctuosos para la libertad de la
Nueva Granada, un istmeño ilustre, cuyo
apellido dignamente lleváis, supo mostrarse dignamente a la altura de los deberes que van anexos al ejercicio del
mando supremo en las naciones. Nomhre es ]0 mismo que nobleza, y nobleza
-286-
obliga; y semejante legado de honor
une de modo irrevocable un nombre a
una patria. Los destinos del Istmo están, pues, en manos tan seguras y leales como las de vuestros distinguidos
predecesores.
Confiemos en que, con la protección
de la Divina Providencia, sin la cual
los designios de hombres y de pueblos
no pasan de vano simulacro, ha de permanecer siempre incólume e intangible
el escudo glorioso de la Repllblica.
Al ser10r Presidente
de la Corte Suprema de Justicia.
Bógotá.
Sabe Usia que, debido a un golpe de
cuartel, obra maestra de habilidad en
la perfidia, fue reemplazada el tres de
los corrientes la autoridad que Colombia ejerce en el Istmo desde 1821 por
-
287
la de una Junta de Gobierno Provisional a nombre de la llamada República
de Panamá.
Ese movimiento de separación no hubiera podido verificarse sin la solapada
complicidad del Gobernador
Obaldía y
sin el crimen de traición a la patria cometido por el batallÓn, que para mayor escarnio, llevaba el nombre de Colombia, acaudillado en su proditaria empresa por su jefe Esteban Huertas quien,
vendido al oro extranjero,
pisoter'J lél
gloriosa bandera que había jurado, olvidando que la espada que la Regública
le había hecho la honra de ceñirle era
para defenderla y no para mutilarla.
Mas ni aun con la complicidad
de
Obaldía, ni con la venta de Huertas y
Rubén Varón, Comandante
del 21 de
Noviembre, se hubieran atrevido los panameños a alzar el estandarte d~ la secesión, si no hubieran creído contar
-- 2M
.-
con la intervenciÓn favorable para ellos
del Gobierno de los Estados Unidos,
de quien la pequeña República, si vive,
tendrá que ser sierva humilde y obediente.
Desde que tuve noticia del éxito de
la revolución en la capital del Departamento, consideré que, de hecho y por
la violencia, cesaba mi jurisdicción como Magistrado y Presidente del Tribunal Superior de Panamá. Yo había venido al Istmo a administrar justicia en
nombre de Colombia; y antes me habria cortado la mano que suscribir providencias judiciales en nombre de una
entidad surgida de una traición a mi
patria.
Ante Usía, mi dignísimo superior, dejo constancia aquí de que condeno con
todas mis fuerzas el crimen del 3 de
noviembre de 1903, la vileza y cobardía de los medios empleados para per-
-
21\9
pdrarlo, y la abusiva parcialidad
del
Presidente
Roosevelt, émulo digno del
filibustero
Walker, y también de que
abrigo la esperanza de que la República haga el esfuerzo necesario
para
restablecer el prestigio de su autoridad.
FLORENTINO
Panamá,
noviemhre
GOENAGA.
6 de 1903.
República de Colombia.- -Poder Judicial.--Número 303. -Presidencia de
la Corte Suprema de Justicia.
Bof.[otá, 19 de diciembre de 1903.
Scñ.lr
doctor
~'Iorentil\u
Gocl\a~a ... -Donde
se halle.
La Corte Su prema de Justicia se ha
impuesto con satisfacción de la nota de
usted, fechada en Panamá el 6 de noviembre del año en curso, en la cual
después de darle cuenta de los deplorables acontecimientos
ocurridos en aquel
J!l
290 -
Departamento, debidos a la traición de
varios colombianos y a la escandalosa
intervención y auxilio del Gobierno de
los Estados Unidos, manifiesta que usted, Magistrado Presidente del Tribunal Superior, condena, como es debido, aquel proditorio atentado, y se ha
abstenido de seguir desempeñando sus
funciones.
La Corte aplaude la conducta digna
y patriótica de usted y los empleados
judiciales que hayan obrado lo mismo,
y me ha ordenado manifestárselo así,
encargo que cumplo con especial complacencia
De usted atento, seguro servidor,
LUIS
M.
¡SAZA.
~" el
20
de Julio.
Al anunciarle el Duque de Liancourt
a Luis XVI en Versalles la toma de la
Bastilla el 14 de julio por el pueblo de
París, el infortunado monarca exclamó:
- -¿, Ha sido, pues, un motín?
-Nó,
Señor, contestó el noble cortesano, es una revolución.
En efecto, en ese día la revolución
francesa iniciaba la portentosa serie de
sus resonantes
acontecimientos.
iUna revolución! Así debieron anunciarle a José Bonaparte el suceso del
20 de Julio de 1810 acaecido en Bogotá, llamando la ocupadísima
atención
del rey intruso hacia hechos ocurridos
en tan remotas regiones. Con inquietud,
porque nadie sabe a dónde van a Ile-
292
gar en su desarrollo los hechos revolucionarios cuando comienzan, debió de
recibir las nuevas de América el cautivo del Castillo de Valen<;ay, el Rey
legítimo don Fernando VII, a quien por
entonces apellidaba el Deseado su ilustre pueblo, que heroicamente rechazaba
las huestes de quien quería sujetarlo a
la servidumbre napoleónica.
En los oscuros repliegues de su alma solapada
debia, a la verdad, deslizarse
la serpiente de la zozobra al conocer lo que
en el año de 1810 pasaba en BuenosAires, en Caracas, en Bogotá, en Méjico,
en Santiago de Chile; porque si en ese
año memorable manifestaban
las colonias su repugnancia a admitir la soberanía de José y su adhesión
a Fernando VII, a un espíritu tan suspicaz
como el del Rey no podía ocultarse que
detrás ck la exhibición
de lealtad de
los criollos de estos reinos y capitanías
2<):)
generales, se sentía palpitar, como pulso agitado por la fiebre, el ardiente anhelo -derecho perfecto en hombres libres y civilizados--de
asumir ante el
mundo las responsabilidades
del Gobierno propio.
y tenía razÓn Don Fernando en mostrarse inquieto y receloso dentro de los
muros de su regia prisiÓn. La simiente de libertad regada en el ancho surco de la conciencia universal por la declaración de independencia
de los Estados Unidos y por la declaraci(ín
de
los Derechos del Hombre en Francia,
había germinado y estaba produciendo
sus frutos. La juventud del Virreinato
que, usando un vocablo de moda hogaño, podía llamarse intelectual, dirigida por hombres como Camilo Torres,
Caldas, Gutiérrez, Lozano, García de
Toledo, Rodríguez Torices, Fernández
de Madrid, García Rovira, Cabal, Cai-
- 294 --
cedo, consciente de los derechos del
pueblo, sólo aguardaba la ocasión propicia para dejar brotar de sí el fuego
que devastaba su alma generosa. Nariño -nuestro gran Nariño--había
traducido y publicado dos años antes los
Derec!zos del Hombre, y padecido persecuciones por ese delito que no podía tener remisión a los ojos de los funcionarios de la Colonia. Hombres nacidos en este suelo americano habían
respirado las auras, para ellos desconocidas, de la libertad y aprendido el
arte de la guerra en ocasiones dignas
de eterna memoria. San Martín, el libertador del Sur, había combatido en
las filas españolas en la jornada de Bailén, y un hijo de nuestro propio territorio, joven marino de un navío de guerra español, había caído prisionero de
los ingleses después de combatir a órdenes del horoico Gravina, en las aguas
-
295
para siempre célebres de Trafalgar: a
ese marino
José Padilla--le
estaba reservado ser el comhatiente
de la noche de San Juan en Cartagena, el vencedor de Maracaiho y de la Ciénaga.
Francisco
Miranda, al batirse en los
ejércitos norteamericanos
y franceses,
hahía aprendido también el amor a la
Independencia;
y Bolívar, nuestro Lihertador, aquel de quien Caro cantó:
Mezcla
"El que padre te aclama
de orgullo y de venganza
siente»,
había prestado ya en el monte Sacro
de Roma el juramento de libertar a su
Patria; y contemplando de cerca al hombre de la guerra, había logrado que se
le infundiera su genio, como lo demostró cuando, imitando el paso de los Alpes que tuvo por premio a Marengo,
trasmontó los Andes recibiendo en pago de su constancia
la maravillosa
recompensa de Boyacá.
-- 296
Todos los combustibles estaban, pues,
hacinados y para que se produjera la
explosión
faltaba sólo, como en frase
vulgar se dice, la chispa incendiaria.
El motín, porque no fue al principio
sino un motín, ocasionado por el conocido incidente del ramillete,
entre el
español L10rente y el bogotano MoraIcs, tom6 luégo las proporciones
de un
movimiento oolítico, y el Virrey Amar,
hombre de escasas facultades,
que al
tencr noticia de los sucesos se negÚ
despectivamente
a conceder
permiso
para que el Ayuntamiento
celeorase cabildo abierto, tuvo después que rcsignarse a ello mal de su grado. Acevedo
Gómez arengó al pueblo; Ignacio Herrera se multiplicó ese día; se formÚ
nuevo Gobierno;
quedó hecha una revolución incruenta y se ocultÓ en el
ocaso el Sol del 20 de Julio, día para
siempre memorahle
en los fastos de
- '297
nuestra tormentosa historia. Y no ciertamente porque en el acta de la revolución se proclamase la Independencia,
dado que a Fernando VII se le siguierO[1 recor,ociendo sus pretendidos derechos y hasta se le nombró en 1811 Rey
de Cundinamarca,
sino porque ese día
se realizÓ la primera jornada en el arduo camino de la emancipación.
Los
hombres que hicieron la revolución bogotana estaban saturados de la lectura
de las Vidas Paralelas y muchos de
ellos habían leído a Rousseau
y a sus
discípulos, de lo cual da muestra la literatu ra política de esa época. ¿Qué podían hacer sino 10 que hicieron? Dado
el primer paso, que es el que cuesta,
según la frase francesa, no pudieron ni
quisieron detenerse en la pendiente. Hicieron que se esfumase y desapareciera la sombra de monarquía
creada en
las ~lal1lantes constituciones
del Virrei-
.--
2<)K
-
nato; y el 11 de lloviembre de 1811
Cartagena alzó osadameete el pendón
de la separaciÓn absoluta de España,
la nación descubridora y civilizadora
que por tres siglos nos había prestado para cobijamos los pliegues de la
bandera de Pavía y de Lepanto. Para
sostener su propósito comprometieron
lluestros próceres la vida y la hacienda, que muchos de ellos perdieron en
la lucha de quince años, lucha tenaz,
cruenta hasta la crueldad, pues se lIegó a la guerra a muerte, heroica, interminable casi. Las generaciones eran
segadas en flor por la segur de la guerra o por la cuchilla o el plomo de los
suplicios. El heroísmo fue cosa ordinaria y el martirio accidente común.
Nuestros mártires rindieron alegres sus
vidas por la Patria, y hay que descubri rse con respeto ante sus sombras
venerandas y saludarlos con el poeta
en férvidos acentos:
2()l)
~?'\lId, Camilu Turres,
S, el hacha
del verdugo
El fruto
de esa lengua,
Renace,
fruetifica,
<.)ue es planta
que
DellllJstcllcs
tu leugua
benéfico)'
se esparce
no mucre
ror
moderno,
hizo callar,
iecundo,
el mundo,
la planta
Libertad;
y al acercamos
con religiosa veneraciÓn a la tumba de los fundadores
de
nuestra nacionalidad,
debemos repetir
la frase latina:
Sta, viator, Ileroem calcas.
El éxito de la lucha no debe atribuirse, como muchos lo atribuyen, a lo que
se llama suerte, a la fortuna que César invocaba al surcar un mar proceloso en frágil barca. En estas heroicas
empresas que cambian la geografía política del mundo y tuercen el curso de
la historia, hay que subirse a lo más
alto y buscar la Causa y el Efecto, que
Emerson llamó los Cancilleres de Dios.
El mal gobierno de las Colonias, el derecho del pueblo, como el individuo, a
-- ~oo --.
gobernarse a sí mismo, cuando mayores de edad, ésa la causa; el efecto, la
lucha y al cabo la victoria, y la inevitable independencia, bien supremo que
hace al hombre semejarse a Dios, supuesto que la independencia-no
depender de nadie-es,
como saben los que
han estudiado Teodicea, el más encumbrado atributo de la Divinidad. Los Iibertadores no buscaron nada fuéra de
sí mismos para lograr su patriótico empeño; tu vieron en sí propios y en la
causa que defendían una soberbia confianza; sin vacilaciones, sin miedo, seguros de vencer, proporcionando el esfuerzo a la colosal magnitud de la labor emprendida, se jugaron ellos mismos en la terrible apuesta. De ellos no
podría decirse:
«Locos fueron Catilina y Massanielo
Porque
les fue contraria
la fortuna».
)01
pues, después de alternativas pasmosas,
supieron dominar las ágiles y pérfidas
ruedas del carro de la fortuna y compeler a éste a que les siguiera sumiso
y obediente.
Pasaron ya por dicha los tiempos en
que se creia que no era dable festejar
los días de la Patria sin colmar de injurias y denuestos al insigne adversario de la guerra de emancipación.
Ese
adversario
no era un extranjero
y [o
cruento y feroz de la pugna no desvirtúa este aserto, pues nuestras guerras
civiles han brillado por la sed de sangre de los combatientes,
entre los cuales pudo haber y hubo hermanos contra hermanos,
hijos contra padres. Si
el fuerte empuje de nuestros libertadores estableció la forma republicana del
Gobierno, a la nación ibérica le debemos dos beneficios inmensos: la fe católica y la lengua de Castilla; y 11050-
-
302-
tros tenemos a estas tres instituciones
como signos visibles de nuestra Independencia. tI dia que los perdamos dejaremos de ser un pueblo autónomo,
un Estado soberano.
Opllsose el Rey de España a nuestra emancipación con todo el poder de
la tradición y de los intereses, con la
pericia de capitanes tan expertos como
el Conde de Cartagena y Marqués de
la Puerta, con todo el proverbial valor
y tenacidad de sus renombrados tercios,
porque, como dijo Cánovas del Castillo refiriéndose a la última revolución
cubana, si para nosotros la guerra era
de independencia, para el Rey lo era
de conservación de la integridad de su
territorio. Hoy podemos ser más equitativos con los españoles. ¿ No hemos
perdido nosotros recientemente, causándonos esa pérdida heridas irrestañables,
girones preciosos de nuestra sagrada
herencia?
La acción seuante del tiempo en una
centuria ha extinguido por completo los
odios, más afectauos que reales, que se
alardeaba
sentir por los antiguos poseedores del continente americano. Los
que han tenido la buena suerte de residir en la Madre Patria saben por experiencia que allá no se nos tiene como
extranjeros,
y que la característica
hidalguía española se anticipa a nuestros
deseos y nos trata como hermanos. Podía ]a generaciÓn libertadora,
que sufriÓ y vio sufrir, alentar un sentimiento
de hostilidad hacia sus adversarios.
Nosotros hemos conocido a soldados del
Libertador
en San Mateo, testigos del
sacrificio de Ricaurte; y hemos conocIdo a jefes colombianos
de los que dieron las cargas en Junín y pudieron oír
la asombrosa voz de mando de CÓrdoba en Ayacucho. El temor que volviera la dominación del Rey inspiraba de-
- :'>04
sasosiego y alarma en el pecho de aquellos bravos; ¿peroa nosotros, qué? Respetamos al que fue hace un siglo un
valiente adversario
de nuestros mayores, y hemos tendido la mano -abolido
ya todo rencor-al
que fue siempre y
es el cercano pariente cuyo hidalgo apellido llevamos con orgullo. El español
enseñó a luchar a los Iibertadores
y,
como se ha dicho ya, en nuestra guerra emencipadora
la constancia
española se estrelló contra sí misma. Los
que en la ciudad heroica sostuvieron
en 1815 un sitio inmortal contra Morillo aprendieron a sostenerlo recordando la historia antigua de los íberos, a
Numancia
y Sagunto,
y siguiendo
el
ínclito ejemplo que habían ofrecido al
universo,
pocos años antes, luchando
contra el francés, Zaragoza y Gerona.
Después de haber sido la primera de
las naciones hispanoamericanas,
y de.
l1aber presentado al mundo la más furgente constelación de héroes y estadistas, acaudillados
por un varón de genio esplendoroso,
verdadero y auténtico superhombre,
hemos venido a ser
lalvez la más arruinada
República del
continente de ColÓn. Verdad es ésta
amarga como el jugo de la zábila y que
duele decir, pero a la úlcera peligrosa
hay que aplicarle resueltamente
el saludable cauterio. No es la raza que
puebla estas naciones inferior a las responsabilidades
del Gobierno propio ni
él las exigencias
de la civilización moderna. Con esplendor insÓlito acaba de
celebrar el centenario del 25 de mayo
la grande y opulenta República de La
Plata; y con esplendor insólito celebrarán sus centenarios Chile y Méjico; y
los hombres que allí gobiernan son de
la misma estirpe que los que aquí han
regido siempre nuestros vacilantes des20
:;Oó --
tinos. Hagamos, pues, la promesa a la
memoria de los libertadoresy
cumplámosla-de
no apelar más a las suicidas soluciones
bélicas para dirimir
nuestras locas querellas, y un brillante porvenir coronará el cumplimiento
de la redentora promesa. Una nueva lucha fratricida, lIna nueva conmociÓn en
el patrio "solar, equivaldría
para nosotros a lo, que el Derecho romano llamó capitis diminutio maxima; será la
disolución de la RepÚblica, la pérdida
precisamente de esa independencia,
cuyo centenario celebramos, y que se alcanzÓ sólo a costa de río" de sangre
generosa. No sería eso lo que soñaron
los que en tal día como hoy hace cien
años llevaron a feliz remate en Bogotá la revoluciÓn del 20 de julio. No fue
eso lo que sofió el Héroe a quien las
ingratitudes
de los hombres pusieron
en la boca el sabor de la ceníza, e hicieron creer que había arado en el mar,
)07
que venía a rendir a Dios, en estas mismas playas hospitalarias,
una de las almas más excelsas salidas de la mano
del Creador, y a cuya ilustre memoria
dedicamos hoy un bronce, que nosotros
desearíamos que tuviera la estatura que
tiene el Héroe en la historia universal:
i estatura de titán!
Santa
Marta,
20 de julio de 1910.
Rafael Pombo.
,\LGlJi':OS
RECl;ERflOS
Ya termin() la larga vida mortal del
apasionado
cantor de Mi Amor y de
Siempre, el vate inmortal del Niágara,
el delicado poeta del Preludio de Primavera, de las Elef[ías a Elvira Tracy
y a don Antonio Ospil1a, el amigo regocijado de los niños en las bellísimas
Fábulas y Cuentos.
:;01'
Otros ocÚpense en hacer la semblanza literaria del viejo poeta desaparecido
a quien Menéndez y Pelayomuerto
casi al propio tiempo que él-dedicó juicios encomiásticos en el Horado en
Espmia y en los Heterodoxos. Carecemos nosotros de calidad para hacerla.
El nombre de PClmbo se enlaza a los
primeros recuerdos de nuestra vida.
Desde esa época ya remota oiamos recitar a los enamorados de entonces las
ardientes estrofas de la Safo colombiana y nos hacía casi llorar de la emociÓn
aquél
iPiedad para tu pobre bogotana!
No sé lo que te dije: loca estoy.
Muchísimos años después tuvimos el
placer de conocer y tratar en Bogotá
al bondadoso Pombo, quien, a pesar
de su consagrada e indiscutible gloria,
fue siempre el más sencillo de los hom-
)()<)
bres. ¿Quién podía suponer que fuera
el altísímo cantor del Níágara
aquel
hombre de pequeña estatura, de ojillos
maliciosos que brillaban detrás de los
espejuelos siempre puestos, de escasa
perilla parecida a la del autor de Don
Juan Tenorio, que reía con rísa algo
asmática
pero saturada de bondad, y
que nunca aspíró a representar el papel de Adonis?
En el fecundo y agitado período de
1881 a 1884 tuvimos ocasiÓn de ver a
don Rafael Pombo casi todas las noches en la tertulia que se celebraba de
6 a 8 en la Librería Americana, a cargo entonces de don Rufino Gutiérrez.
Allí se veía con mucha frecuencia
a
don Miguel Antonio Caro, propietario,
si mal no recordamos, de la Librería, él
los doctores Martínez Silva, Ospina Camacho, a don Vicente Restrepo, a don
Wenceslao Pizana, don Marcelino Po-
-
310
sada, don Vicente Ortiz Durán, para no
nombrar sino a los muertos.
En 1883 vimos a don Rafael Pamba en la Junta de Delegados conservadores de ese año, que es conocido en
la historia del país por el de la evoluciÓn de Otálora. Este hombre pllblico, político de sanas intenciones,
encargado del mando, se dejó tentar por
el partido llamado entonces radical, que
le ofreció la candidatura
para la Presidencia de la RepÚblica en competencia con el doctor NÚñcz, que era el
jefe de Otálora. Justo es decir en elogio de éste que al ver que la lucha electoral degeneraba en guerra civil y que
ya había corrido la sangre en la Plaza
de Bolívar, valerosamente retiró su nombre y le dejó el campo a NÚñez, como
era lo pactado.
En los momentos de mayor zozobra,
la Junta de Delegados, que celebraba
'>11
sus reuniones
en la fotografía de los
señores Racines, convino en adoptar la
candidatura
del doctor NÚñez y recolIlendarla a los conservadores
en un
manifiesto. Este documento, obra de la
docta pluma de Martínez Silva, con alguna pequeña adición de Pombo, fue
suscrito por la Junta presidida por Ospina Camacho, por el Directorio Conservador, cuyo Presidente
era el egregio don Sergio Arboleda, y por el Con:3ejo Consultivo
del Partido, presidido
por don Jorge Holguín. Mas faltaba la
firma de un miembro del Consejo de
la que no era dable prescindir:
la del
señor Caro, el cual andaba por la Unión
en aquellos días. Urgía la publicaci(ín
del manifiesto, y aunque muchos de los
que 10 suscribían
eran amigos del señor Caro, ninguno se atrevía a poner
el nomhre de éste en un escrito político de tánta significacil'lI1 y trascen-
--
312
-
dencia. Al fin el doctor Martínez Silva,
terciándose la capa, pues eran las ocho
de una noche fria y destemplada y soplaba un vientecillo del Boquerón que
helaba hasta los huesos, dijo que iba
a consultar con las señoras, aludiendo
a las egregias matronas madre y hermana del señor Caro. Al cabo de media hora regresó el doctor Martínez Silva muy contento diciendo: «Las señoras nos autorizan para que pongamos
la firma de Miguel Antonio». Y así se
hizo, echando al día siguiente el manifiesto a la calle.
Presentando
excusas por esta digresión, propia de quienes van ya para viejos y que gustan de charlar de cosas idas,
reanudamos lo que vamos diciendo, recordando que en 1884 nos propuso Enrique Barreto, un camarada íntimo de
Colegio, muerto prematuramente
hace
algunos años sin haber tenido ocasión
)1)
propIcIa para dar de sí todo lo que teníamos derecho a esperar de su inteligencia y de su cu Itu ra; nos propuso Enrique Barreta que diéramos algunas lecciones de traducción inglesa con Pamba. que era maestro en esa lengua dehido a su larga estada en los Estados
Unidos. Aceptámos
la proposición
y
durante varios meses asistimos con mucha consagraciÓn a la clase de Pombo,
del cual éramos los únicos discípulos.
Nos daba la lección Pombo en su
cuarto de estudio de la casa situada en
la calle de la Carrera, en donde tenia
casi un museo de pintura, arte que lo
subyugaba y del que era excelente crítico. Había allí algunos cuadros del pintor mejicano Gutiérrez,
muy amigo de
él entonces.
Los dos textos ingleses que tradujimos fueron la tragedia de Macbeth, del
gran Shakespeare,
y el poema oriental
:)\4
-
Lalla Rookh, del dulce poeta irlandés
Tomás Moore. Sobresalía
el maestro
en hacernos palpar las sublimidades del
original. Sentímos así el calofrio del
entusiasmo
trágico cuando nos seiialÓ
aquel paso de la grande obra de Shakespeare en el que, poseido Macduff de la
sed de vengarse de Macbetl1, que le había asesinado a sus hijos, exclama con
la rabia de no poder alcanzar la venganza total: ¡Macbeth no Úene hijos!
"He has no children." Y cuando meses
después vimos en uno de los más espléndidos
teatros de Paris a la vieja
Ristori hacer el papel de Lady Macbeth
queriendo, en su terrible sonambulismo, arrancarse
de los dedos la tenaz
mancha de la sangre inocente del rey
Duncan, recordábamos emocionados las
lecciones del ilustre poeta bogotano.
El divino libro de Moore lo tradujimos con indecible encanto. Pombo nos
)\ 5
propuso entonces escribir la traducción:
él pondría en verso una parte y Rarreto y nosotros el resto en prosa. Con
entusiasmo
nos pusímos al yunque y
en poco tiempo dimos cima al trabajo. Entregámoselo
a Pombo, quien nos
ofreciÓ que se publicaría pronto. Pero
los poetas proponen y los revolucionarios disponen. La guerra civíl que comenzc; en ese año de 1884 dió al traste con aquel proyecto y privó a la literatura colombiana de alguna obra maestra que hubiera podido correr apareada
con la traducción
que conocemos, en
insu perables acta vas reales, de parte del
magnítico poema Evange/ina de Longfellow. ¿ En dónde se encontrarán
ahora todos esos papeles?
Recordamos
claramente
esto. En la
parte final de Lal/a Rookh dice Moo!"e lo
siguíente, que nos llamó mucho la atencirín: {'Ella sinti(í entonces quc su bre-
-
:'lIó
-
ve sueño de felicidad se había disipado y que no le quedaba sino el recuerdo de esas benditas horas para refrescar su corazón durante el triste gasto
de la vida que tenía por delante, asi
como un trago de agua dulce le sirve
al camello para cruzar el desierto».
Días después de haber traducido esa
parte, nos leyó Pamba una hermosisima composición en la cual aparecía admirablemente engastado en versos castellanos, el símil que nos había encantado en el original inglés. El viejo poeta se rió con su risa bondadosa al expresarle nuestra admiración por sus
versos, pero no nos los quiso dar para
publicarlos. ¿Se habrá perdido esa composición? No la hemos visto nunca dada a la prensa.
Conservamos dos libros que fueron
del gran poeta con notas marginales de
su mano. El uno es el Derecho Inter-
)17
naciuna/, de Whcaton, cn inglés. El otro
es el Drama Universal, de Campoamor.
Las notas críticas a este poema son originales, penetrantes,
algunas cáusticas.
Se encuentran en el libro estos dos ver-
sos:
Las aguas Soledad mueve, impmdcnte,
Que duermen en el hueco de una peña.
Pues la observaciÓn que don Rafael
hace con moti va de esos en decasílabos
es cosa que provoca a reír a mandíbul;¡
batiente.
1912.
Bastidas y Sa~ta Marta.
(29 DE JULIO DE J!1I3)
Los acontecimientos
históricos que
parecen más sólidamente establecidos
resultan de pronto puestos en tela de
juicio. Todos estamos convencidos de
que la fundación de esta ciudad se efectuó el 29 de julio de 1525, día en que
la Iglesia celebra la fiesta de Marta, la
hacendosa y santa hermana de Lázaro
y María, tres hermosas figuras que brillan en los Evangelios con el fulgor que
les presta la divina amistad de Jesús.
Pues bien: há pocos años leímos en El
Nuevo Tiempo de Bogotá las ingeniosas apostillas de un erudito escritor, y
en una de ellas asentaba éste que el
arribo al puerto de la expedición colo-
31()
nizadora mandada por Rodrigo de Basfidas pudo verificarse en febrero más
bien que en julio; porque en febrero
también ocurre en el Calendario la fiesta de otra santa con el mismo nombre.
Demos de mano a estas interesantes
dísl:usiones, pues no ha de alterarse en
nosotros la certidumbre sostenida con
el dicho de los historiadores
contemporáneos del feliz suceso de que el próximo 29 cumple Santa Marta 388 años
de fundada por el insigne descubridor
de estas costas colombianas,
don Rodrigo Galván de Bastidas.
Aunque hombres de férreo corazÓn y
quizá poco inclinados a la contemplación de los maravillosos
espectáculos
naturales, los compañeros
de Bastidas
debieron sentirse penetrados,
al entrar
las cuatro carabelas
de la expedición
en el ancón de Santa Marta, de profunda gratitud hacia el autor de la sor-
:'>:20
-
prendente escena que a sus asombrados ojos se ofrecía: la bahía profunda,
de aguas clarísimas, la verde l1anun
en forma de herradura, regada por la
escasa pero cristalina y dulce corriente
del río a que dieron el nombre de Manzanares y el macizo estupendo de la
Sierra Nevada, el más perfecto del planeta. Tan bello espectáculo inspiró, siglos adelante, a escritores ilustres algunas de sus más brillantes páginas:
tál Charles Kingsley en Westward Ho!;
tál Eliseo Réclus en el Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta.
Para el insigne jefe de la expedición
no era nuevo lo que sí lo era para sus
camaradas. Ya todos saben que en 1501,
en viaje no de conquistas, sino de negocios, había descubierto la costa colombiana desde el Cabo de la Vela, visto antes por Ojeda, hasta el Istmo, pasando por las tierras de Río Hacha, San-
y Cartagena
ta Marta
nombrando
primero
en marzo
del gran
de la Magdalcna.
viaje,
y descubriendo
y
de aquel
el
siglo XVI, el gran río
Acompai1áronle
en el que se captó
des de los naturales
y buen
trato,
dando
el célebre
los años,
e ínfortunado
tro centurias,
Tuvo
esta
ávido
escribano
«hombre
lidad
cua-
Pacífico.
la fortuna
de que
de su suelo y su fundade riquezas
Galván
como le llaman
Ila.
an-
y descubri-
precisamentc
un vulgar,
Rodriga
cráticamcnte
Juan de
que,
de ser famoso
del Mar
ciudad
dor no fucra
Don
piloto
Balboa,
había
hace
el dcscubridor
turero,
las volunta-
conquistador
en 1513,
dor,
en su
por su honradez
y el ilustre
la Cosa
año,
de Sevilla,
aven-
y de honores.
de las Bastidas,
algunos,
Rodriga
oscuro
o más
demo-
Bastidas,
era un
de regular
fortu-
de bucna fama, sangre,
y estima»,
afirma
fray
Pedro
caSi21
- - 322 -
món. El ilustre f. Bartomé de las Casas, riguroso y exigente, dice de nuestro fundador: «Siempre le conocí ser
para con los indios piadoso, y que de
los que les hacían agravios blasfemaba». Antonio de Herrera en sus Décadas y Joan de Castellanos en sus Elegías se expresan en idéntico sentido
ponderando la humanidad y caridad de
Bastidas con los naturales. El gran Quintana en sus Vidas de los españoles célebres lo alaba por su moderación y su
espíritu de equidad.
Por bueno y por justiciero con los
indios, cuyo cariño se ganó, por impedir las rapiñas y crueldades de sus compañeros y subalternos, granjeóse el odio
de éstos, quienes le dieron de puñaladas y le causaron la muerte. Los restos del Adelantado descansan en la Catedral de Santo Domingo en la capilla
llamada de los Bastidas, pues junto con
los de él, segÚn lo afirma el historiador AlarcÓn, están los de su hijo y los
de su mujer, doña Isabel Rodríguez de
Romera.
y ahora crcemos que cahe hacer algunas breves considcraciones.
Faltan sólo docc años para que se
cumpla el cuarto centenario de la fundación de Santa Marta. Es natural que
la ciudad festeje de un modo digno esa
fecha memorable y no juzgamos que
sea mucha anticipación
pensar cn ello
desde ahora si se ha de dar cima a alguna obra permanente y de largo alicnto. Santa Marta, después de prolongado letargo,
Imagen espantosa
de la muerte,
sc ve que ha despertado
con renovados bríos quc alegran a sus hijos patriotas y amantes. Deber de hidalguía
y de gratitm1 es honrar a Sll fundador,
-. 324 _.
tanto más cuanto ella se ufana y enorgullece de que el Adelantado fue hombre de buena fama y de corazÓn blando y generoso. Bastidas merece un monumento y creemos que el honorable
Concejo podría, por conducto del señor
Ministro de Colombia en España, entenderse con el Ayuntamiento de Sevilla, patria insigne del noble descubridor, para hacerse a algún retrato de él
que sirva para esculpir la estatua que
en la plaza que lleva su nombre, debe
levantarse. No dudamos que la NaciÓn
y la ciudad de Barranquilla junten sus
esfuerzos a los del Departamento Y a
los de esta ciudad. Bastidas descubrió
las costas colombianas, Y ¿ no fue él
quien, después de descubierto, le impuso nombre al padre de las aguas en
cuyas orillas se levanta orgullosa yopulenta la señora del río '(
¿Se negaría la ilustre y antigua Santo Domingo a desprenderse
de las cenizas del fundador de Santa Marta para
que reposen en la catedral de esta ciudad? Los ingratos con Bastidas fueron
sus compañeros y compatriotas;
los descendientes
de los conquistados,
mezclada ya su sangre con la de los conquistadores,
vcneran la memoria del
g-entil descubridor de esta hermosa tierra. Nuestra catedral digna es de guardar los restos mortales de tan preclaro
varÓn. ¿No guardó por largos años los
despojos de otro varÓn más grande,
más noble que el fundador: los del Lihertador de Colombia?
Santa
Marta,
1913.
IX])IC}G
I)í\v;s.
Prefación
I1 Por ignorar el idioma.
III Rafael Celedón ...
IV Tomás Emilio Pichon .
V Mayo ...
VI Nordeste ..
VII Recuerdos.
VIIl Locura mansa.
IX Un baño en el río.
X Pablo Bourget. .
Xl Guy de Maupassant.
XII Notas literarias ...
XlII Correspondencia ..
XIV María Bashkirtseff ..
XV Bordando .....
5
]3
29
40
45
53
61
68
78
'87
99
114
128
136
148
•
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
n
325 -
La Virgen de Perebere.
Cuento del día...
,
«Veinte años después».
Literaturitis ...
En el Congreso ..
Don Juan Valera.
Un libro nuevo ..
Los niños ....
Cambios de Partido.
Discurso
Discurso
Manifestación y respuesta.
En el 20 de julio
Rafael Pamba
Basticias y Santa Marta.
152
163
172
206
223
230
238
247
253
271
281
286
290
307
318
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