pdf Ideología aristocrática y mentalidad burguesa en los albores del

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IDEOLOGÍA ARISTOCRÁTICA Y MENTALIDAD
BURGUESA EN LOS ALBORES DEL
SEISCIENTOS
MlCHEL CAVILLAC
Université de Bordeara III
Hasta fechas recientes, las facetas ideológicas de la sociedad áurea solían
valorarse —máxime desde el campo literario— como meros matices de una axiología aristocrática dominante. Estábamos ante una España punto menos que
monolítica, sin dudas relevantes acerca de su propia identidad y rumbos
nacionales. Así las cosas, Francisco Márquez Villanueva ha podido advertir que
apenas si "los eruditos modernos contemplan alternativas de pluralidad
ideológica y potenciales disidencias en la España del año 1600".'
Al respecto, tropezamos obviamente con el espinoso problema de la
"burguesía" española del XVI, objeto de no pocos debates historiográficos.2
De ellos se desprende, últimamente, que la llamada "traición" de la upper middle
class burguesa ha sido exagerada con frecuencia, y que el declive o derrota del
sector capitalista en Castilla ha de retrasarse hasta las postrimerías del siglo
XVI. Parece ser que las fechas claves corresponden al bienio 1596-1598, cuando
las finanzas de los genoveses precipitan la asfixia del "pequeño capitalismo"
español.3 No obstante, cabe observar con Felipe Ruiz Martín que la caída se da
entonces desde un nivel alto.4 Este dato es fundamental para aquilatar las
1
Lope: vida y valores. Universidad de Puerto Rico, Puerto Rico, 1988, p. 100.
Cf. Actas del Congreso (Madrid-Soria, 1991) sobre La burguesía española en la
edad moderna. Universidad de Valladolid, Valladolid, 1996, t. 1.
' No se me escapa que el concepto de "burguesía capitalista" aplicado a los grupos de
mercaderes-empresarios del siglo XVI podría resultar controvertible si no lo emplearan
historiadores del periodo tan solventes como Henri Lapeyre, Modesto Ulloa, Bartolomé
Bennassar y Felipe Ruiz Martín: hacia 1640 —nota este último— "desaparecieron los
vestigios de un incipiente capitalismo o de una burguesía moderna que entre nosotros tuvo
sus manifestaciones más precoces de 1525 a 1565 con un apéndice o veranillo de San
Miguel de 1583 a 1594". "Evolución económica de España", en Reflexiones sobre el ser de
España. RAH (s.f.). Por su parte, F. Braudel, al considerar el proceso del "capitalismo
mercantil" a la Revolución Industrial del XVIII, puntualiza que "nunca se produce entre el
pasado, incluso lejano, y el presente ruptura total". La dinámica del capitalismo. Alianza,
Madrid, 1985, p. 59.
4
"Si España, en pos de Castilla, cayó más bajo que lo hicieran Francia e Inglaterra,
2
[11]
12
MICHEL CAVILLAC
tensiones ideológicas que, desde 1580 sobre todo, venían oponiendo a partidarios del sistema aristocrático-genovés (basado en el ideal rentista) y a
defensores de la "mercadería" nacional cuyas reivindicaciones van a agudizarse
precisamente entorno a 1600.
Conviene, por tanto, revisar el tópico de un abandono temprano de la
partida por parte de los grupos burgueses. Tal como han mostrado (entre otros)
Henri Lapeyre, Bartolomé Bennassar, Ruth Pike y Modesto Ulloa, existe todavía
una importante burguesía mercantil cuando surge la crisis, ya estructural, de finales del XVI.5 Al filo del seiscientos, es cierto, este sector ha entrado en su fase
regresiva; pero merece destacarse, acorde con los estudios de Jean Vilar, que "el
fracaso de la burguesía no significa su total ausencia o marginación".6 La toma
de conciencia filoburguesa que cuaja entre los años 1596 y 1626, incita por lo
menos a matizar la tan trillada "emporofobia" de la sociedad del Siglo de Oro.
IMÁGENES LITERARIAS DEL "HONRADO MERCADER" ENTRE 1598 Y 1626
En tales condiciones, no pocos de los aspectos ideológicos literaturizados en la
época habrían de ser leídos a nueva luz; empezando por la notable floración de
obras maestras que se da en los albores del XVII. Resultaría, en efecto, paradójico
que las modernas formas novelísticas o teatrales surgidas a la sazón pudieran
ajustarse a una ideología ya petrificada en la normativa aristocrática. El mismo
concepto de "reacción señorial" supone el repudio de criterios alternativos,
rechazo que se plasma con nitidez en el ultraconservador Quevedo para quien,
por ejemplo, "conciencia en mercader es como virgo en cantonera".7 Sin el
odiado referente burgués, El Buscón, evidente Antiguzmán, apenas tendría
razón de ser. La gran literatura se nutre de tensiones que mal se acomodan a un
monolitismo ideológico sin fisuras.
Ahora bien, salta a la vista que, hacia 1600, el auge extraordinario de la
novela (género cómplice de las sociedades aburguesadas) sitúa a España a
en el siglo XVII, fue desde un nivel más alto logrado en el XVI". Cf. "Las finanzas
españolas durante el reinado de Felipe II". Cuadernos de Historia, II (1968), p. 110.
5
"Hubo una burguesía mercantil castellana [...]; fue mucho más importante de lo que
comúnmente se admite, y yerran los que creen que la industria era enclenque". Según
Lapeyre, Une famille de marchands: les Ruiz. A. Colin, Paris, 1955, p. 95; y M. Ulloa, La
Hacienda Real de Castilla en el Reinado de Felipe II. FUE, Madrid, 1977, p. 852.
6
Vid. "Una lectura histórica de nuestros clásicos". Historia 16, Extra, XII (1979),
p. 100.
7
La vida del Buscón (ed. Fernando Lázaro Carreter y Antonio Rey Hazas). Clásicos
Universales, Madrid, 1983, p. 182. Los Sueños confirman ampliamente este tipo de
valoración.
IDEOLOGÍA ARISTOCRÁTICA Y MENTALIDAD BURGUESA
13
la vanguardia de Europa que no conoce entonces ficciones equiparables al
Guzmán de Alfarache o al Quijote. ¿Cómo interpretar ese desfase entre la más
palpable modernidad literaria y la tesis de un conformismo axiológico exento de
crisis de conciencia? El memorable análisis del profesor Montesinos sobre "la
desaparición de la novela" en España a mediados del siglo XVII8 no ha sido lo
suficientemente tomado en cuenta por los historiadores de la cultura áurea en
ese periodo crucial que Pierre Vilar, en Le Temps du Quichotte, denominó la
grande crise de doute des Espagnols.9
Por aquellos años, los creadores de "poéticas historias" recogen (en aras
de la verosimilitud) muchas facetas de la realidad social circundante; y en ésta la
figura del "mercader" (prototipo del burgués) no sólo desempeña a menudo un
papel episódico, sino que asume a veces un protagonismo "problemático". Hasta
en un escritor de ideología más bien conservadora como Cervantes, el mundo
mercantil marca su impronta, en el Quijote inclusive. ¿Cómo explicar la confiictiva
irrupción de aquellos seis majestuosos "mercaderes toledanos que iban a comprar
seda a Murcia" (I, IV), si no supiéramos —gracias a Julián Montemayor—10 que,
por las mismas fechas, el comercio y la industria de la seda seguían siendo
prósperos en Toledo? Claro que según Cervantes, sagaz intérprete del sentir
general, "los mercaderes son mayores en su sombra que en sí mismos";11 sin
embargo, ahí están (entre los primeros interlocutores del "caballero andante")
para degradar con su pragmatismo los ensueños del ocioso hidalgo. Del mismo
modo, los diabólicos "molinos de viento" del Campó de Criptana y los monstruosos "mazos de batán" en Sierra Morena —testigos de la dinámica pañería de
Los Pedroches—12 vienen a balizar un referente industrial ajeno a la mente de don
Quijote.13 Tales apariciones presuponen en el lector otro código de valores,
ineludible para que funcionen unos resortes burlescos reacios a la pura farsa.
Pareja ambigüedad valorativa entraña la alusión a una posible visita de nuestro
hidalgo a Sevilla (I, XIV): su rotunda negativa a descubrir allí "aventuras" nuevas
("dijo que no quería ni debía ir a Sevilla") equivale a reconocer su incom8
Cf. Introducción a una historia de la novela en España. Castalia, Madrid, 1966,
t. I, pp. 2 y X.
9
Europe, 121-122 (1956), pp. 3-16.
10
Cf. Toléde entre fortuno et déclin (1530-1640). Presses Universitaires de Limoges,
Limoges, 1996, pp. 214-277.
11
Cf. Coloquio de los perros. Novelas ejemplares (ed. Juan Bautista Avalle-Arce).
Castalia, Madrid, 1982, t. III, pp. 261-262 [Clásicos Castalia].
12
Vid. José Ignacio Fortea Pérez, Córdoba en el siglo XVI. Universidad de Salamanca,
Salamanca, 1979, pp. 24-47.
" Augustin Redondo observa así que don Quijote, "al arremeter contra tales adversarios,
se transforma en debelador de la Modernidad (en particular de la Modernidad técnica)".
Otra manera de leer El Quijote. Castalia, Madrid, 1997, p. 335.
14
MICHEL CAVILLAC
patibilidad con el emporio andaluz dominado por la sombra del picaro de
Alfarache.
Cervantes, por supuesto, no comparte ese rechazo a la modernidad
capitalista explorada durante sus arios sevillanos o a través de conversaciones
con su amigo Fernando Álvarez de Toledo, experto en reformas monetarias.
Cabe pensar incluso que el autor de las Novelas ejemplares no albergaba
prevención alguna contra los mercaderes dado que en La española inglesa no
duda en resaltar su dignidad y utilidad social. En esta novela, escrita hacia 1610,
el padre de la heroína ofrece la originalidad de no pertenecer a la nobleza sino a
la burguesía comerciante de Cádiz. Antes de verse arruinado en 1596 por el
saqueo de la ciudad durante el cual fuera raptada su única hija por los corsarios
ingleses, el hombre debía su riqueza a
la mercancía cuyo trato —explica él en primera persona— me había puesto en
opinión de ser el más rico mercader de toda la ciudad. Y así era la verdad, pues fuera
del crédito que pasaba de muchos centenares de millares de escudos, valía mi
hacienda dentro de las puertas de mi casa más de cincuenta mil escudos.14
Tras rehacer su fortuna en las Indias, nuestro mercader ("buen católico")
va a regresar a España siendo recibido por los gaditanos "con muestras de
mucho contento" como correspondía a "gente principal y de valor". Vuelve así
a "ejercitar su oficio" restaurando pronto "su perdido crédito", hasta que la
Providencia le permite recuperar a su "virtuosa" hija cuyas bodas con un noble
inglés ("secreto cristiano") se celebran al final en Sevilla con asistencia de "los
más principales de la ciudad". Todo el relato está inmerso en una atmósfera de
concordia cimentada por el honorable comercio.
Como se sabe, esta imagen positiva de la alta burguesía mercantil no es un
ejemplo aislado. En la misma fecha de 1610, Góngora nos brinda con Las firmezas
de Isabela una comedia protagonizada exclusivamente por ricos, si bien plebeyos,
negociantes toledanos, granadinos y sevillanos, cuyas contrataciones se
compaginan con el honor más legítimo. Tanto es así que Robert Jammes pudo
advertir que "por una vez, la burguesía aparece sin complejos en la literatura del
Siglo de Oro".15 Hacia 1600-1604, es cierto, el valenciano Gaspar de Aguilar había
trazado ya en El mercader amante el retrato de un próspero negociante adornado
con todas las virtudes deseables. Empero, de creer a Jammes, dicho personaje,
por ser noble, no se eximía totalmente del "prejuicio antiburgués". Esta valo14
Novelas ejemplares, ed. cit., t. II, p. 65.
Etudes sur l'oeuvre poétique de Don Luis de Góngora. Université de Bordeaux,
Bordeaux, 1967, p. 500.
15
IDEOLOGÍA ARISTOCRÁTICA Y MENTALIDAD BURGUESA
15
ración, cuestionada recientemente por Ysla Campbell,16 se me antoja también
discutible.17 Mientras que los mercaderes de Las firmezas de Isabela ocupan
solos el escenario sin estar obligados a competir con miembros de la nobleza, el
Belisario de Aguilar asume un papel mucho más comprometido al verse
enfrentado al "caballero" don García. Y es significativo que el conflicto dramático
se resuelva a favor del "mercader". Éste encarna la superioridad de una "nobleza
nueva" forjada en el comercio, frente a la nobleza tradicional de don García,
quien no cesa de subrayar sintomáticamente que Belisario es un advenedizo de
ascendencia villana. Así le oímos contestar a Labinia que acaba de rechazarle:
"¿Posible es que a Belisario / quieres rendir tu belleza, / qu'es, con toda su
riqueza, / un mercader ordinario, / un hombre que sólo entiende / de los cambios
el lenguaje, / y tan pobre de linaje / que de sí mismo desciende?".18
Dicha primacía del mérito mercantil sobre el rancio linaje aristocrático de
don García se inscribe manifiestamente en la incipiente corriente mercantilista
aplicada a demostrar que la dignificación de la "mercadería" pasa por la conversión
a la misma de los ociosos "caballeros" cuya nobleza "enmohecida" —escribe el
padre Mariana—19 ha de ser renovada. En tal sentido, la comedia de Gaspar de
Aguilar dista de ser antiburguesa.
Entre El mercader amante que aboga por la apertura del código nobiliario
a los valores capitalistas, y Las firmezas de Isabela que propugnan una
apropiación del honor nobiliario por la burguesía negociante, sólo laten matices
estratégicos. Y no creo, pese a los sugerentes argumentos de Ysla Campbell,
que los mercaderes de Góngora puedan ser tildados de "asimilación ideológica
a la aristocracia" puesto que ninguno de ellos aspira, en efecto, a "traicionar"
una actividad que vale, por ejemplo, al sevillano Galeazo verse calificado de
"ciudadano de más honra" por ser "mercader de más caudal".20 Glorificar a la
alta burguesía mercantil equivalía de hecho —así lo especifica Pierre Deyon—21
a otorgar cartas de naturaleza a la "mercadería" en general. Dentro de este
16
Cf. "Góngora y Gaspar de Aguilar: Las firmezas de Isabela y El mercader amante",
en Estudios sobre Góngora. Ayuntamiento y Academia de Córdoba, 1996, pp. 17-28.
17
Vid. mi comunicación, "L'hidalgo-mercader dans la littérature du Siécle d'Or",
Hidalgos/Hidalguía dans l'Espagne des XVI-XVIII siécles. CNRS, París, 1989, pp. 105-124.
18
BAE, Madrid, t. XLIII, p. 127.
" "Honrar la virtud en todas las clases y elevarla a las más altas dignidades" con miras
a "excitar una honrosa emulación entre los ciudadanos". Cf. Juan de Mariana, Del Rey y
de la institución real. BAE, t. XXXI, pp. 541-542. Tal es por otra parte el programa de
Mariana, basado en la idea de que "se proteja mucho a cuantos se dediquen al comercio,
pues es lo que más conviene a la salud de la república". Ibid., p. 551.
20
(Ed. Robert Jammes). Castalia, Madrid, 1984, p. 84.
21
Vid. Le Mercantilismo Flammarion, Paris, 1969.
16
MICHEL CAVILLAC
contexto, el marcado homenaje a Toledo que preside Lasfirmezasde Isabela no
era anodino en 1610: los trabajos de Jean Vilar sobre la "Escuela de Toledo"
prueban que la ciudad se identificaba con la conciencia burguesa del país.22
Sea lo que fuere, comprobamos que la literatura española de principios del
XVII no confirma esa sistemática inspiración "emporófoba" que se le ha atribuido
a veces. Infrecuente en las letras europeas de la época, la imagen del "honrado
mercader", aunque minoritaria, no es una excepción en España. Sin volver ahora
sobre su escasa presencia en el teatro de Lope o de Tirso,23 cabría recordar que
la narrativa coetánea reserva en ocasiones un papel nada desdeñable a los
sectores mercantiles. De Cortés de Tolosa que, al final del Lazarillo de Manzanares (1620), evoca el porvenir de su protagonista rehabilitado en el comercio
de Indias como factor de un rico hidalgo-mercader de Sevilla, hasta Castillo
Solórzano que describe el aprendizaje del Bachiller Trapaza (163 7) en el taller de
un "rico mercader, buen cristiano", no son pocas las figuras de negociantes
vistos con simpatía.24 Pero se da también el caso —como en el segoviano Alcalá
Yáñez cuyo suegro era mercader— de textos en los que alienta un afán por
valorizar a la burguesía manufacturera o comerciante. Notable en El donado
hablador (1624-1626), esta postura mesocrática queda muy explícita en las
Verdades para la vida cristiana donde un par de cuentos presentan a virtuosos
comerciantes víctimas de caballeros poco recomendables.25
En esta perspectiva, la obra más original es el Guzmán (1599-1604) del
sevillano y ex mercader Mateo Alemán, que problematiza la cuestión mercantil
desde dentro, con tanta virulencia además, que algunos estudiosos vieron allí,
muy imprudentemente, una sátira anticapitalista al confundir la "mercadería
legítima" con la especulación financiera de los aborrecidos genoveses.
Como creo haberlo mostrado en mi libro Picaros y mercaderes en el
a
Vid. su importante Introducción, "Conciencia nacional y conciencia económica",
a Sancho de Moneada, Restauración política de España. IEF, Madrid, 1974, pp. 5-81.
23
Es cierto que algunas comedias de Lope, como Virtud, pobreza y mujer o El
anzuelo de Fenisa —ya reseñadas por Robert Jammes—, merecerían un estudio detenido.
La segunda, en particular, pese a calcar la trama de la novella VIII-10 del Decamerón,
ofrece una original escenificación mercantil del tema del dinero y del deseo desde los
distintos códigos económicos de la época. Más allá de la situación boccacciana (muy
españolizada), se entrecruzan ahí, con cierta neutralidad moral, la honra-riqueza del
mercader Lucindo y la honra-fama de los nobles frente a la codicia picaresca de Fenisa.
Vid. José María Diez Borque, Sociología de la comedia española. Cátedra, Madrid,
1976, pp. 228-232.
24
Para más detalles, vid. mi ya citado trabajo sobre el hidalgo-mercader, supra n. 17.
25
Las dos novelitas (ed. Valladolid, 1632, pp. 283-288) ejemplifican que el comercio
no sólo es digno de ser practicado por los nobles, sino que está bendecido por la Providencia.
IDEOLOGÍA ARISTOCRÁTICA Y MENTALIDAD BURGUESA
17
"Guzmán de Alfarache",26 la gran novela de Alemán ofrece, al bucear en las
frustraciones y contradicciones de la burguesía, una radiografía del capitalismo
nacional alienado por el sistema genovés. Sintomáticamente dedicado, en 1599,
al presidente del Consejo de Hacienda, el Guzmán noveliza, en buena medida,
los supuestos mercantilistas martilleados a la sazón por la más lúcida literatura
"arbitrista". Ahí se movilizan una serie de temas convergentes que configuran
una subversión del ideario aristocrático-genovés basado en la complicidad del
ethos rentista con el pseudocapitalismo financiero. Todo el discurso del Picaro/
Atalaya va orientado a estigmatizar esa "honra" que, según Cellorigo, "pone la
autoridad en el huir del trabajo".27 "La ociosidad —puntualiza Guzmán una y
otra vez— fue la causa de todos mis daños [...]; sabía cuánto es uno más
hombre que los otros cuanto era más trabajador [...]; mucho se debe agradecer
al que por su trabajo sabe ganar".28 La apología del esfuerzo productivo y del
mérito individual corre por toda esta "confesión general" presidida por una
compulsiva fascinación del comercio y animada por la íntima convicción de que
"ser uno mercader es dignidad" (p. 771).
Si el picaro sevillano, hijo de un fraudulento mercader hispano-genovés,
se ve abocado a practicar al revés las virtudes capitalistas, no por ello deja de
descubrir al final (mediante un modesto, pero por fin lícito, éxito comercial) "la
luz de la virtud" mercantil. Así "justificado" en su vocación de "mercader
verdadero", Guzmán intentará proyectar esa racionalidad económica sobre el
plano político de la razón de estado emblematizada en el gobierno de la galera
amenazada por un motín interno. Sin embargo, pese a su positiva denuncia de
"la conjuración" (p. 904) y al indulto solicitado por el capitán, nuestro galeote
no se beneficiará de ninguna "gracia" por parte de "Su Majestad": seguirá
"preso y aherrojado" en la galera "España".
Para los lectores de La República de Jean Bodin (traducida al español en
1590) o del Memorial (1600) de Cellorigo, esta dramática metáfora de "la nave"
del estado resultaba transparente: detrás de la condena sin apelación del picaro
"reformado" se perfilaba la negativa del poder político a liberar las potencialidades
de la maltrecha burguesía mercantil. "En Castilla —nota Guzmán— donde se
contrata la máquina del mundo sin hacienda, sin fianzas ni abonos" (p. 771), el
mercader era esclavo del crédito: el pulpo genovés y sus cómplices le mantenían
26
Vid. la traducción al español (revisada y actualizada). Universidad de Granada,
Granada, 1994, 633 pp. [La tradición crítica].
21
Cf. Memorial de la política necesaria y útil restauración a la república de España
(1600) (ed. J. L. Pérez de Ayala). IEF, Madrid, 1991, p. 79.
28
(Ed. Francisco Rico). Planeta, Barcelona, 1967, pp. 298-299 y 311. A esta edición
remiten en adelante mis citas del Guzmán.
18
MICHEL CAVILLAC
preso. Liberar al mercader venía a ser casi sinónimo de herejía.
Muy distinta, a juicio de Alemán, era la condición de los mercaderes
portugueses retratados, también en 1604, en el San Antonio de Padua. Gracias
a ellos —leemos— Lisboa era
abundantísima de todas mercancías porque demás del trato familiar que allí se tiene
con todas las naciones, el propio suyo de la India es tan grande que bastece la mayor
parte del mundo, y con mucha propiedad la podemos llamar su estómago, que,
como en el del hombre se distribuye la virtud para todo el cuerpo, así Lisbona,
recogiendo en sí lo particular de cada uno, el oro, perlas, telas, mercancías y otras
cosas, todo lo digiere, perfíciona y pule, repartiéndolo después por todo el orbe
universo. Es nobilísima, está poblada de varones y casas ilustres.2'
Por lo visto, nuestro autor no estaba lejos de pensar que la verdadera
nobleza la constituía ahora la burguesía del gran comercio marítimo.
Bajo esta luz, la Atalaya de la vida humana es, sin duda, la primera novela
capitalista en el horizonte europeo. Adscribir el atalayismo del Guzmán a la
mentalidad conversa resulta, por reduccionista, insostenible. Para poder expresarse en nombre de "la vida humana", el narrador necesitaba asentar su discurso
en una conciencia colectiva de signo burgués lo bastante difundida (pese a ser
minoritaria) para que el "discreto lector" la compartiera más o menos. Semejante
mediación, Alemán —al igual que Cervantes, Aguilar o Góngora— pudo
encontrarla en la alternativa ideológica que, por las mismas fechas, propugnaban
los reformadores mercantilistas.
LA ALTERNATIVA AXIOLÓGICA DEL MERCANTILISMO
Desde finales del XVI cuajó, en efecto, una corriente reformista cuya discrepancia con la ideología dominante ha sido infravalorada con frecuencia.
Pretendiendo sentar las bases de un orden nuevo regido por el trabajo productivo
y la racionalidad mercantil, esta literatura socioeconómica, sintetizada en 1619
por Sancho de Moneada y la "Escuela de Toledo", ha sido calificada con
razón por Jean Vilar de "reivindicación explosiva por parte de la burguesía".30
Como es sabido, dicho discurso radicaba en la constatación de que las
clases medias ("los medianos") se estaban vaciando de sus fuerzas. España,
fascinada por el ocio y la renta, derivaba hacia la improductividad. Se trataba,
29
Valencia, 1607, f. 19.
Vid. "Discours pragitiatique et discours picaresque", en Picaresque
CERS, Montpellier, 1976, p. 52.
50
espagnole.
IDEOLOGÍA ARISTOCRÁTICA Y MENTALIDAD BURGUESA
19
pues, de reconstruir un ideal mesocrático cuya urgencia era insoslayable si
"la nave de la República" quería "evitar el común naufragio".31 Elaborado en la
estela de Bodin y Botero, el Memorial de Cellorigo preconizaba así una conversión colectiva al trabajo, empezando por esos "fingidos, falsos y engañosos
pobres" ya denunciados en 1598 por Pérez de Herrera, quien, alegando "la
verdadera razón de Estado", había expuesto un plan de relanzamiento manufacturero anclado en la transformación de los mendigos en trabajadores asalariados.32
Partiendo de la idea de que "la pereza es la ruina de las repúblicas", el doctor
Herrera proponía obligar a los vagabundos y picaros a ocuparse en "oficios mecánicos, de manera que estos reinos abunden de las mercaderías que se traen de
fuera dellos, y se hinchan de oficiales de todos los ministerios". Este programa
de cuño mercantilista había de realizarse primero en Madrid adonde "todo el
reino acudirá a comprar por junto las mercaderías que hubiere menester para sus
tratos", de tal forma que la corte "parecería en el trato otro Amberes". Desde
esta óptica, todos (nobles incluidos) debían cooperar al "bien común".33
Dicha "reformación general de los ociosos" implicaba una rehabilitación
del status social del mercader-empresario, clave de bóveda de la España nueva.
"Que se vuelva España a henchir de mercaderes",34 tal es el lema de los insistentes
discursos que Pérez de Herrera dirige, hasta 1617, a los gobernantes de turno.
Dignificar a la función mercantil es, para él, un imperativo a la medida del declive
que se avecina:
Para que en mar y tierra —escribe— haya gran comercio de tratos y mercaderías
de todo género, pues tiene España tanta disposición para ello, es necesario que
todos se inclinen a tratar por mayor, suplicando a Su Magestad se dé orden cómo
no se pierda por ello la nobleza, antes, con la riqueza y sobra de hacienda, luzca más
y se conserve como hacen muchas naciones que, con la industria sola de los tratos,
viven ricos, honrados y descansados.35
Por los mismos años, Cellorigo (al igual que Valle de la Cerda o el padre
Mariana) no decía otra cosa al deplorar que la poca estimación de "los que
31
Vid. Cellorigo, op. cit., pp. 5-6 y 160-166.
Vid. mi edición del Amparo de pobres (1598). Espasa-Calpe, Madrid, 1975, pp.
106 y 239-240 [Clásicos Castellanos, 199].
33
Cf. Remedios para el bien de la salud del cuerpo de la República. Madrid, 1610,
f. 21r.
34
ídem.
35
A los caballeros Procuradores de Cortes del Reino, en razón de muchas cosas
tocantes al buen gobierno, estado, riqueza y descanso destos reinos. Madrid, 1617,
f. 210r.
32
20
MICHEL CAVILLAC
siguen los comercios y todo cualquier género de manufactura" llegue a tanto
"que, por las constituciones de las Órdenes Militares, no puede tener Hábito
mercader ni tratante, que no parece sino que se han querido reducir estos reinos
a una República de hombres encantados que vivan fuera del orden natural".
Según el autor de La política necesaria, "el trato de la mercancía", máxime si "es
calificado y en cosas grandes", merecía ser tenido, como en Venecia, "por muy
más noble que todos"; "No hay ley que diga —arguye— que el que esto siguiere
deje de ser noble y muy honrado, digno de todos los cargos honrosos de la
República y merecedor de autoridad en ella tanta cuanta se debe al que es más
ilustre y más aventajado".36 Dicho alegato a favor del gran mercader equivalía,
de hecho, a elevar al burgués al nivel del aristócrata. En la misma línea cabría
valorar la exhortación del tacitista Baltasar Álamos a que Felipe III "lo enderece
todo a favorecer la mercancía que es la que sustenta y enriquece los reinos".37
Esta aspiración a un viraje mercantilista de la sociedad se da también en
medios allegados a la nobleza terrateniente que asisten al estancamiento de la
rentabilidad agraria. Hacia 1613, en su Dirección de Secretarios de Señores,
Gabriel Pérez del Barrio expresa así el deseo de que la gestión del campo quede
al cuidado de empresarios nuevos cuyo arquetipo viene a ser el mercader:
A esta gente —señala— he deseado verla manejar la agricultura para que nos diera
ejemplo, porque la tengo por la más animosa de cuantas tratan del servicio común
[...]. Si esta gente de tanto valor y ánimo hubiera dado en la agricultura, tuviera más
que agradecerle que a los que agora la tratan, que como gente aguda y discreta
hubiera buscado la industria y traza del aprovechamiento [...]. El señor que procurare
en su pueblo favorecer la agricultura y traer la primera materia que su terreno dej are
de producir, sin duda lo poblará de artífices y mercaderes, y lo verá lleno de
contrataciones que lo ennoblezcan y prosperen.38
Entre "los ideólogos de esos primeros grupos burgueses de significación
modernizante", como los califica José Antonio Maravall,39 no podían faltar los
propios mercaderes. Ahí están los testimonios del madrileño Juan Santillana en
56
Cellorigo, op. cit., pp. 79 y 85-87; "La mercaduría en grueso es oficio muy noble
por la utilidad universal que trae a las Repúblicas". Cf. A. López Pinciano, Philosophia
antigua poética (1596) (ed. A. Carballo Picazzo). CSIC, Madrid, 1953, t. I, p. 160.
37
Discurso político al rey Felipe III al comienzo de su reinado (ed. Modesto Santos).
Anthropos, Barcelona, 1990, p. 124.
38
Madrid, 1613, ff. 229r/v y 230. No escasean parejos homenajes a un capitalismo
agrario que tal vez permitiría matizar algunas facetas del gran libro de Noel Salomón sobre
Le théme paysan dans la "comedia" au temps de Lope de Vega. Instituí d'Etudes Ibériques, Bordeaux, 1965.
35
Vid. Poder, honor y élites en el siglo XVII. Siglo XXI, Madrid, 1979, p. 264.
IDEOLOGÍA ARISTOCRÁTICA Y MENTALIDAD BURGUESA
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1590, de los negociantes de Medina del Campo en 1606 o, entre 1617 y 1621, de
los toledanos Hurtado de Alcocer y Damián de Olivares. Muy significativos
son, en particular, los memoriales de este último: van consagrados a demostrar
(en sintonía con Pérez de Herrera y Valle de la Cerda) que la extirpación de la
ociosidad mendicante y del ocio común pasa por la regeneración de los sectores
mercantiles y manufactureros. Resultaba vital —explica Damián de Olivares—
no confundir "el comercio perjuicio" de los extranjeros con "el comercio provechoso" de los españoles que era el único capaz de sacar al país de su postración.
"La mercadería" había de considerarse una de las más virtuosas ocupaciones:
no sólo los nobles no debían desestimarla, sino que los mercaderes podían legítimamente prevalerse de la nobleza y ser dignos de "cualquier cargo u oficio
honroso".40
Sancho de Moneada que, en 1619, alude a los escritos de Damián de Olivares, globaliza esta problemática al mostrar cómo en España reinaba un capitalismo
"al revés" que fomentaba la "holgazanería" y la improductividad hasta tal extremo
que "lo poco que ha quedado que trabajar lo trabajan los extranjeros". Así las
cosas, "este galeón de España" llevaba camino de "anegarse". Con todo, para
nuestro teólogo mercantilista, la situación no era aún desesperada: "restaurar
estos comercios —opina él— es fácil pues no hay en Europa otro reino tan
mercantil como éste"; pero era urgente "conservar indemnes a los mercaderes".41
Idéntico punto de vista sostiene, en 1623, el "caballero" y regidor toledano
Gerónimo de Zevallos.42
En este debate sobre la promoción ética del mercader, interesa destacar
que los términos recurrentes de "restauración" o "conservación" distan de significar una voluntad de mantener la estructura señorial vigente: se trata de
"restaurar" o "conservar" aquellos fermentos de modernidad capitalista surgidos
a lo largo del XVI y que se iban desvaneciendo.43 Consolidar a "la medianía" era
preservar ante todo, las virtualidades burguesas; por ejemplo, "conservando
indemnes a los mercaderes", según puntualiza Moneada.
40
Vid. Respuesta a un papel que ha salido sin autor, que se intitula "Para la prohibición de las mercaderías extrangeras", que dice da causas porque no se deben prohibir
por ley absoluta y pregón escandaloso, 1622 (BNM., R/VE 60-12); y su discurso A la
Imperial Ciudad de Toledo (BNM., VE 210-59) en el que señala que "los extrangeros se
han hecho señores de todos los negocios de España y las Indias" (f. 2v).
41
Sancho de Moneada, op. cit., pp. 110-124.
42
"El trato y comercio no ha de tener carga ninguna de alcabala, con lo cual todos
serán tratantes que es la mayor riqueza que puede tener el reyno". En su Arte Real para el
buen gobierno de los Reyes y Príncipes, y de sus vasallos. Toledo, en casa de Diego
Rodríguez, 1623, f. 114v.
4S
Vid. Vilar, art. cit., p. 100.
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MICHEL CAVILLAC
En consonancia con dicha temática conviene examinar otro tópico que, al
filo del seiscientos, no deja tampoco de ser ambiguo. Me refiero a la consideración
de que
La Providencia divina, para bien mayor nuestro, habiendo de repartir sus dones, no
cargándolos todos a una banda, los fue distribuyendo en diferentes modos y personas
para que se salvasen todos. Hizo poderosos y necesitados: a ricos dio los bienes
temporales y los espirituales a los pobres, porque distribuyendo el rico su riqueza
con el pobre de allí comprase la gracia y, quedando ambos iguales, igualmente
ganasen el cielo.44
Este pasaje, sacado del Guzmán alemaniano, ha sido interpretado siempre
en clave conservadora al unísono con la postura tradicional (ya cultivada por
Domingo de Soto) que veía en la pobreza un fatalismo religioso inconciliable
con cualquier reforma de la beneficencia. Pues bien, si leemos sin prejuicios el
texto de Alemán, notamos que la relación ricos-pobres, lejos de ser estática, se
concibe ahí como un intercambio dinámico: los ricos deben acumular créditos
espirituales mientras los pobres reciben créditos temporales. A la postre, ricos y
pobres han de quedar "ambos iguales" para poder entrar en el cielo. La
bipolarización social es providencial por cuanto propicia la comunicación de
bienes: "aquella se podrá llamar verdadera riqueza—subraya Guzmán—, que se
comunica con los buenos" (p. 734). La sociedad ideal es aquella en que las
riquezas circulan entre ambos polos. En esta concepción del intercambio fecundo
nada se opone a las teorías que elaboran entonces los reformadores.
A los ojos del "discreto lector" de 1604, que debía estar al tanto del debate
sobre "el retorno a la mercancía", el discurso de Guzmán era sin duda más
diáfano que para nosotros; sobre todo si tenemos presentes los argumentos
que, entre 1593 y 1599, esgrimía Luis Valle de la Cerda en su Desempeño del
patrimonio de Su Magestady de los Reinos.
En este libro (difundido en 1600 por las Cortes de Castilla) se explicaba que
España convertía "sus riquezas en ponzoña contra sus propias entrañas" al
entregarlas a la usura de las finanzas en vez de invertirlas en "la mercancía
legítima". Para sanear el circuito del dinero, Valle de la Cerda abogaba por la creación de una red de bancos públicos o "erarios" que permitirían restaurar los
intercambios: las riquezas volverían a circular en beneficio de todos, tal y como
lo estableciera la divina Providencia. El proyecto, en efecto, resultaba de
la consonancia que la Divina Providencia ha puesto en el mundo dividiéndolo en
Guzmán de Alfarache, ed. cit, p. 735.
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abundantes y necesitados, ricos y pobres [...], con tan necesario y urgente ñudo que
sería casi imposible poder vivir los hombres si no hubiese en ellos esta diferencia.
El rico vive con el pobre, éste con el rico; así que tan conveniente es la pobreza
como la riqueza, y la abundancia como la necesidad [...]. Con los erarios y el
engrandecimiento de la contratación general se hace un cuerpo místico de la República
ayudándose los unos a los otros, usando cada uno en su provecho de su arte, título
o ejercicio, tramándose todos los unos con los otros en la variedad de sus contratos
por la necesidad que tienen ricos de pobres, y pobres de ricos [...]. Así andan en
perpetuo círculo y movimiento las manos de los hombres menesterosos y las
riquezas de los abundantes que usan dellos, hallando los unos empleos en los otros,
los pobres en los ricos, los ricos en los pobres [...]. Así revivirá el cuerpo místico de
la contratación universal con esta grandeza del ir y venir a estos erarios y este
círculo de abundantes y necesitados.^
Como se puede ver, la división de la sociedad, no ya en nobles y plebeyos,
sino en ricos y pobres, venía a ser providencial para impulsar el comercio. La
modernidad capitalista se insertaba en la más rancia tradición espiritual. Mateo
Alemán que, en el Guzmán, menciona los "erarios" y el "cuerpo místico", conocía
a todas luces la obra de Valle de la Cerda que, hasta 1624, contó con activos
propagandistas como Pérez de Herrera, Cellorigo, López de Ugarte y Gerónimo
de Zevallos.
Desde luego, en la aspiración mercantilista a construir "una nueva España
de renovación de estado" (Valle de la Cerda) no latía ningún igualitarismo utópico.
Para prosperar, el capitalismo necesitaba el resorte de la desigualdad entre ricos
y pobres, si bien ofrecía a éstos la oportunidad de salir de su marginación, según
notaba Alonso de Barros en su elogio a Pérez de Herrera: "mudándose la esperanza —leemos—, se suele mudar también la fortuna; y el que ayer, por la pobreza
de sus pensamientos, era pobre abatido, poniéndolo mañana en cosas grandes,
puede venir a ser rico y estimado".46 No es de extrañar, por tanto, que el doctor
Herrera observara asimismo que "quiere Dios que haya diferencias de personas
y de estados".47 Pese a la coincidencia de tales afirmaciones con la doctrina estamental, me parece aventurado sostener con José Antonio Maravall que el tema
traduce aquí un "endurecimiento de las posiciones ideológicas conservadoras".48 Lo que traduce, en el fondo, son complejas interferencias discursivas
dictadas por el realismo económico.
45
46
Madrid, 1600, ff. 64-66 y 103-105.
Vid. Amparo de pobres, ed. cit., p. 258.
47
Según nuestro reformador, tales "diferencias" obligan a los pobres a trabajar y a
concurrir
así al "bien común". Ibid., p. 156.
48
Cf. Poder, honor y élites..., ed. cit., pp. 25-26.
24
MICHEL CAVILLAC
El caso es que esta doctrina reformista chocó frontalmente con los "intereses
creados" del sistema aristocrático-genovés. A través de sus plumíferos, la
ideología señorial reaccionó con dureza sin vacilar en identificar a los
reformadores mercantilistas con criptoprotestantes que querían transformar
España en "una república de trabajadores al fuero de Ginebra, todos oficiales y
los templos vacíos".49 Y no olvidemos la sátira antisemita grata al Quevedo de
Los Monopantos, quien no dudará entonces en romper una lanza por los
genoveses.
De haber sido meros utopistas, estos ideólogos de una posible burguesía
no habrían despertado tal inquina. En realidad, la tardía voluntad del condeduque de "reducir los españoles a mercaderes" se inscribirá dentro de un contexto
minado. Pero el fracaso de dicha tentativa en tiempos de Felipe IV no implica
necesariamente que ese recentramiento burgués fuera imposible hacia 1600. El
ejemplo de Francia, agotada por los conflictos religiosos y, sin embargo, atenta
a llevar a la práctica las tesis mercantilistas de Laffemas o Montchrestien, prueba
que el voluntarismo político pudo propiciar un cambio de rumbo. Recuérdese que
Laffemas (cuyo ideario coincide con el del doctor Herrera) fue nombrado en
1602 Ministro de Comercio. Nada comparable en la España de Felipe III y Lerma
donde, por el contrario, se refuerza el bloque señorial con la llegada al poder de
grupos opuestos a lo que Bartolomé Bennassar llamó "las reformas progresistas
portadoras de valores burgueses".50
Como escribe John H. Elliott, al "partido de la reforma" casi nadie iba ya a
prestarle oídos.51 No obstante, entretanto, los ecos de sus debates tuvieron por
lo visto la suficiente resonancia ideológica para suscitar en la literatura, tanto en
la novela como en la comedia, una imagen gratificante del problemático mercader.
45
Gutierre Marqués de Careaga, Por el estado eclesiástico y Monarquía española
(1620), apud Juan Vilar, "Un pessimisme calculé: l'introspection économique á Toléde
(1616-1628)", en Toléde et ¡'expansión urbaine en Espagne (1450-1650). Casa de
Velázquez, Madrid, 1991, p. 126.
50
La España del Siglo de Oro. Crítica, Barcelona, 1983, p. 215.
51
El conde-duque de Olivares. Crítica, Barcelona, 1990, p. 113.
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