361314 Escuela italiana (Page 1)

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IN F O RME
LOS RETOS ACTUALES DE LA ESCUELA ITALIANA
María Ferraris
Miembro del Istituto Tecnologie Didattiche
y del Consiglio Nazionale delle Ricerche, Génova (Italia).
El gobierno de este país trabaja en un
proyecto de reforma global del sistema
educativo, basado en la construcción de
una escuela flexible que garantice la
igualdad de oportunidades y conjugue
cantidad y calidad. La autora parte de
un breve examen de la situación actual
y sus principales puntos críticos, para
continuar con un análisis detallado de
los distintos pasos de esta reforma. Presenta el recorrido seguido desde la «comisión de sabios» que ha elaborado el estudio inicial, hasta la propuesta de
caminos académicos que puede seguir el
estudiante y las dificultades de dicha
transición.
A principios del año 1997, el gobierno italiano anunció este proyecto de reforma sobre un «sistema
prácticamente estable desde principios de siglo y más o menos adecuado para responder a las exigencias
generales de la formación de las
nuevas generaciones», como dice el
ministro de Instrucción Pública,
Luigi Berlinguer, en su informe al
Parlamento.
El proyecto parte de la premisa de
que la enseñanza es un problema de
relevancia fundamental para el crecimiento cultural, económico y democrático de la sociedad y se orienta
a la construcción de una escuela flexible, rica en relaciones con el mundo exterior, que proporcione la
igualdad de oportunidades educativas a todos los jóvenes, abierta a la
formación permanente y capaz de
conjugar la cantidad con la calidad.
A esta declaración de principios
ha seguido una serie de acciones.
Las principales son: el nombramiento de una «comisión de sabios» para
definir en qué consiste enseñar a las
generaciones del futuro, una propuesta de reorganización radical de
la carrera escolar y una ley que aumenta la autonomía administrativa y
didáctica de las escuelas.
Además de estas iniciativas, el ministerio interviene también en di-
Artículo cedido por Cuadernos de Pedagogía-Editorial Praxis,
enero 1999, n.º 276.
versos aspectos concretos. Por ejemplo, se modifica la enseñanza de la
historia, con programas que sitúan
en primer plano el estudio del siglo XIX; también cambiará, desde
1999, el examen de madurez, la
prueba final del ciclo de estudios superiores; además, es probable que se
alargue la enseñanza obligatoria
hasta los 16 años, antes incluso de
que se ponga en práctica la reforma.
Por último, en 1997, se preparó un
ambicioso «Plan de desarrollo de las
tecnologías didácticas» para difundir el uso de las tecnologías multimedia en los distintos niveles escolares y en el que ya participan más de
7.000 escuelas y 300.000 docentes.
Si esta racha de intervenciones alcanza, en su conjunto, a toda la geografía del sistema escolar italiano, su
diseño teórico, sus contenidos y su
organización podrían cambiar completamente a partir del año 2000, casi para inaugurar el nuevo milenio
con una escuela distinta.
El condicional es imprescindible.
La reforma está en el papel, ligada a
los destinos políticos del gobierno
actual, pero, suponiendo que todo
vaya sobre ruedas, ¿cómo será esta
escuela nueva?, ¿qué problemas trata de resolver la reforma?, ¿qué dudas y qué expectativas suscita?
Para responder a estas preguntas
conviene partir de un breve examen
de la situación actual y de sus principales puntos críticos.
Marco inicial: la escuela
italiana «hoy»
La escuela constituye la mayor
empresa nacional italiana, una empresa de dirección centralizada y en
la que prevalece netamente el carácter público –más del 90% de las escuelas son estatales–. En ella se
mueven, por motivos diversos, alrededor de 11 millones de personas,
comprendidas entre los 3 y los 60
años, o sea, un sexto de la población
total, y en ella se invierten cada año
unos 60 billones de liras (unos 5,15
billones de pesetas).
En los años cincuenta y sesenta,
esta empresa contempló un crecimiento enorme, desempeñando un
papel clave en el desarrollo del país y
garantizando, en un tiempo breve, la
drástica reducción del analfabetismo
y el aumento en masa de la escolaridad. Sin embargo, y según la
opinión pública, hoy día sería una
empresa decrépita: anticuada, heterogénea, desigual, con un descenso
preocupante de la calidad del aprendizaje y con tasas elevadas de dispersión al elevarse el nivel escolar (sólo
uno de cada tres matriculados en la
universidad consigue licenciarse).
En parte, la crisis refleja la lentitud de la escuela para adaptarse a los
rápidos y profundos cambios científicos, tecnológicos y sociales de
nuestra época. En realidad, el desencuentro entre escuela y sociedad es
un problema de carácter que se sitúa
en el centro de las reformas realizadas o en curso de desarrollo en muchos países de Europa, pero también
hay razones vinculadas a la evolución y a las características específicas
de la escuela italiana.
Partamos de un hecho. El sistema
actual es más bien antiguo. Nace
con la reforma global del sistema escolar de 1923 –sí, han leído bien,
1923–, a cargo del ministro Gentile
del gobierno de la época presidido
por Mussolini. Se trataba de una reforma política incisiva –hasta el punto de convertirse el término «gentiliano» en un adjetivo de nuestro
léxico–, con caracteres de fuerte división social: por un lado, los liceos,
escuelas «nobles» para la formación
de dirigentes; por otro lado, las escuelas para la masa, orientadas a la
preparación para la vida laboral.
Hasta 1962, un niño de 11 años se
enfrentaba a un dilema: escoger una
IN F O RM E
Cuadro
Comparación del camino actual con la propuesta de reforma
Camino actual
Escuela
profesional
Escuela
«materna»
PRIMARIA
(«elemental»)
MEDIA
INFERIOR
MEDIA
SUPERIOR
Universidad
EDAD 3
6
11
14
19
Nuevo camino propuesto
Obligatorio
Ciclo
INFANCIA
EDAD 3
Ciclo
PRIMARIO
5
escuela de preparación para la vida
laboral desde la que era imposible
continuar sus estudios, una vía
muerta en definitiva, o ingresar, mediante examen, en la escuela media
de entonces, vía privilegiada para
quienes prolongarán sus estudios.
Hasta 1962, año en el que se instituye una escuela media única para
todos –un acontecimiento histórico–, nada había ocurrido en la escuelas. De todos modos, los cambios se
produjeron de forma difusa, casual,
sin un proyecto coherente, modificando bien el currículo de un área
escolar, bien el de otra, las modalidades de evaluación, los exámenes...
El resultado es una escuela que ha
crecido de forma hipertrófica y desordenada sobre raíces viejas, compleja, confusa, en la que conviven
experiencias didácticas de excelencia
y situaciones de miseria extrema, y
en la que se estratifican planteamientos opuestos.
Son muchos los puntos críticos.
Hay un exceso de burocratización
que determinan una enorme lentitud de decisión. Falta una relación
orgánica de contenidos y de métodos entre las diversas fases de la carrera formativa actual (véase Cuadro). La misma sucesión de las
modificaciones curriculares es curiosa: primero, en 1979, cambian los
programas de la escuela media; des-
Ciclo
SECUNDARIO
12
15
Universidad
18
Obligatorio
Formación superior
extra-universitaria
Escuela
profesional
pués, entre 1985 y 1990, los de la escuela elemental, con la supresión del
maestro único, una figura de vagos
tonos románticos, sustituido por un
equipo de tres docentes (una forma
de utilizar el superávit de enseñantes
originado por la reducción demográfica); en cambio, no se hace nada
en la enseñanza superior, de cuya reforma se habla, sin esperanza, desde
hace casi cuarenta años y cuya ordenación, en teoría, se remonta a
1923. En la práctica, esto no es así:
se han llevado a cabo modificaciones
«de hecho», recurriendo al subterfugio de la experimentación. Hoy
día, dos de cada tres centros italianos de enseñanza superior son o realizan cursos «experimentales», y ante sus alumnas y alumnos se abren
más de 200 posibilidades de carrera,
capaces de desorientar al más agudo
de los estudiantes.
La calidad de la enseñanza empeora al elevarse el nivel escolar.
Mientras la escuela elemental y, en
parte, la media inferior tienen una
tradición pedagógica más sólida y
viva, en los niveles superiores prevalece una didáctica caracterizada por
el verbalismo y con un fuerte acento
disciplinario. No es una casualidad
que en ella se produzca la mayor tasa
de abandonos: más de 200.000 chicas y chicos dejan cada año estos estudios. Como ejemplo de la fortale-
za de la idea de una escuela que
transmite saber, un saber enciclopédico, bien ordenado por «materias»,
he aquí un diálogo recogido en un
examen de tercero de enseñanza
media: «Háblame del átomo», dice
el profesor. Respuesta seráfica del
alumno: «¿El átomo de “ciencias” o
el de “educación técnica”?».
Otro punto crítico es la comprobación y la calidad del aprendizaje.
De una escuela selectiva se ha pasado progresivamente, desde 1968, a
una escuela de «recreo», en la que
estudiar es casi una opción. La reciente introducción de la «obligación formativa» en la enseñanza
superior empeora la situación. El
estudiante puede pasar al curso siguiente aunque no haya aprobado
todas las materias: es el llamado «6
rojo», la promoción con reservas.
Según los datos de 1997, alrededor
de un 50% de los estudiantes del
bienio han sido promovidos con reservas. Raffaele Simone, lingüista y
observador atento de la vida escolar,
dice: «La escuela en la que todos pasan es una escuela en la que a los
alumnos ya no les interesa aprender,
pues la promoción es segura, y en la
que, como reflejo, a los enseñantes
ya no les interesa enseñar...».
Por último, uno de los principales
puntos débiles es el de los docentes.
En Italia no ha existido nunca un sis-
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tema de formación del profesorado,
y se aprende a enseñar directamente
desde la práctica, lo que explica la
heterogeneidad de los resultados. En
consecuencia, entre los docentes, sobre todo entre los más comprometidos, reina un clima de desconfianza y
de cansancio. En síntesis, están mal
pagados, han perdido prestigio, están sometidos a una burocracia asfixiante, privados de incentivos y de
reconocimiento, trabajan en primera
línea, sujetos a las más variadas exigencias y con recursos propios del
tercer mundo. En compensación, no
están sometidos a ningún control en
lo relativo a la calidad de su trabajo y
gozan de un tiempo libre bastante
amplio, lo que facilita el ingreso de
personas que consideran la enseñanza un refugio, una manera de conciliar el trabajo con la vida familiar o
actividades privadas.
El primer paso:
los «saberes» de la escuela
del futuro
La idea de intervenir en un sistema de tales dimensiones y afectado
por tantos problemas da vértigo.
Eugenio Scalfari, periodista y fundador de La Repubblica, el periódico
italiano que más se parece a El País,
dice: «¿Quién puede ser el loco que
quiere reformar la escuela italiana,
que quiere reconstruir un edificio
gigantesco bastante arruinado y habitado por una multitud malavenida
de enseñantes, sindicatos corporativos, estudiantes fatigados y familias
distraídas y evanescentes? ¿Quién
hará las cuentas con un Parlamento
dividido en dos y un gobierno sin
una lira? ¿Quién saldrá al encuentro
de los intelectuales más destacados
que están por todo el planeta...?
¿Quién es, en suma, el inconsciente
que ha decidido turbar la tranquilidad pública con un tema que sería
mejor olvidar, abandonándolo a su
avanzada consunción?».
Scalfari es una de las cuarenta
personalidad llamadas por el ministro de Instrucción Pública para que
participen en la llamada «comisión
de sabios», con el encargo de definir
cuáles son «los saberes fundamentales» que debe garantizar una escuela
moderna. La instauración de esta
comisión ha constituido el primer
paso del proyecto de reforma. Para
que participen en ella, se ha llamado
a músicos, directores de cine y de
teatro, religiosos, intelectuales, profesores universitarios. Pocos pedagogos y ningún enseñante de escuela.
Quizá, como decía Clemenceau, «la
guerra es demasiado importante para dejar que la hagan los generales».
La comisión, coordinada por el
pedagogo Roberto Maragliano, ha
elaborado un importante documento de unas 500 páginas. Es difícil resumirlo, pero trataremos de señalar
los puntos esenciales.
Según el panorama trazado, la escuela del futuro debería concretar el
concepto de «educar para y en la democracia», eliminando las desigualdades presentes en la actualidad en
el sistema educativo; promover una
«ciudadanía activa» de los jóvenes;
introducir una nueva cultura de trabajo, desarrollando en las niñas y en
los niños el sentido de la responsabilidad, la autonomía y el espíritu de
colaboración.
Con respecto a los «saberes», el
documento evita, a propósito, un
planteamiento especializado, cuestiona el planteamiento «cognoscitivo», «verbal» e «incorpóreo» de la
didáctica y afirma que es necesario:
– Integrar la lógica de la transmisión disciplinaria con una visión
reticular del conocimiento.
– Promover elementos de un saber
didáctico, manual y operativo
(por ejemplo, el juego, el uso de
tecnologías...).
– Llevar a cabo «un notable aligeramiento de los contenidos disciplinarios»; en cada nivel escolar, optar por hacer «algo bien y a fondo
y no muchas cosas mal y superficialmente».
– Orientarse hacia una enseñanza
que no sea enciclopédica, sino que
busque unas bases formativas mínimas, sólidas, capaces de ayudar
al joven a afrontar por sí mismo la
inestabilidad de los saberes modernos.
– Con respecto al «cómo» enseñar,
los sabios piden que se abandone
la sucesión tradicional «clase magistral-estudio individual-preguntas» en beneficio de una pluralidad de métodos e instrumentos
educativos, en especial de las tecnologías de la comunicación, «entendidas como nuevos ambientes
de formación de la experiencia y
del conocimiento».
Acerca de «qué» enseñar, el documento dice con toda claridad que la
prioridad número uno es el desarrollo de las capacidades comunicativas
orales y escritas en la lengua materna, el italiano. Además, y desde el
principio, todos deben aprender un
inglés esencial, con fines funcionales, remitiendo a fases sucesivas el
estudio más avanzado de una o más
lenguas de la comunidad europea.
En el área científica se prevé el
paso de un aprendizaje concreto,
por descubrimiento, en las fases iniciales, a la introducción, en momentos sucesivos, de una dimensión crítica e histórica del desarrollo de la
ciencia y la tecnología. Se reflexiona,
a continuación, sobre la enseñanza
de la historia, que deberá integrar en
un único ámbito las grandes transformaciones políticas, culturales y
de las ideas, la literatura, el arte, la
ciencia y la tecnología, sirviéndose
de instrumentos nuevos (archivos de
datos e imágenes, fuentes orales,
materiales cinematográficos y audiovisuales, reconstrucciones virtuales, juegos de rol, etc.). Por último,
se sugiere la introducción para todos
de temas de economía y de ciencias
sociales que constituyen la clave de
la comprensión de la vida actual y la
apertura de espacios didácticos, con
entidad propia, para las artes sonoras y visuales (música, teatro y cine).
Como puede observarse en este
resumen, forzosamente parcial, los
«sabios» han dicho cosas «sabias»,
pero también bastante fuertes, que
inciden en aspectos críticos de la
didáctica actual, como por ejemplo
la escasa atención que se presta al
desarrollo de las competencias lingüísticas. El problema está en cómo
traducir a la práctica este marco teórico. La respuesta corresponde, por
el momento, a los grupos de trabajo
ministeriales que se ocupan de la
definición de los nuevos currículos,
que deberán adecuarse también a los
demás aspectos principales de la reforma: la progresiva descentralización del sistema escolar y la reordenación de la carrera formativa.
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Segundo acto: hacia la
autonomía de las escuelas
Ley 59, de marzo de 1997: «autonomía escolar». Se la llama también
la «reforma de las reformas». En realidad, esta ley, ya aprobada, rompe
con el modelo sobre el que se basa,
desde siempre, la escuela italiana, es
decir, con la gestión centralizada del
sistema. El aparato burocrático tendrá que hacerse más ligero, perder
parte de su poder en beneficio de las
escuelas concretas, a las que se concederán ciertas libertades en materia
de gastos, en la realización de iniciativas locales y una autonomía parcial
en el terreno didáctico. En esencia,
la idea es ésta: corresponde al Estado señalar los niveles mínimos que
deben alcanzar todos en cada etapa
escolar, las disciplinas fundamentales, el tiempo anual que hay que dedicarles y las modalidades y criterios
de evaluación y de exámenes. En ese
marco, cada escuela, por sí sola, si
alcanza cierta dimensión, o coaligándose con otras, podrá seleccionar
las metodologías, los instrumentos,
la organización y los tiempos de enseñanza que desee; podrá crear
agrupaciones diferentes de la «clase», destinar docentes a actividades
de apoyo, ofrecer cursos opcionales
y firmar contratos con entidades públicas y privadas para actividades de
formación permanente.
En conjunto, ello supone un cambio enorme. Y surgen ciertas dudas
acerca de la heterogeneidad que pudiera suscitarse en cuanto a los desequilibrios producidos entre situaciones y docentes que sepan aprovechar
al máximo los márgenes de libertad
concedidos y otros que no consigan
hacerlo.
No obstante, en general, el proyecto ha tenido una acogida positiva. Elimina situaciones absurdas como, por ejemplo, que una escuela
no pueda decidir siquiera el mantenimiento de una fotocopiadora, y
tendría que generar flexibilidad y valorar los espacios y los recursos humanos y materiales de la escuela,
dando mayor responsabilidad y libertad de acción a los docentes. Por
lo demás, las experiencias que ya
se han llevado a cabo en los istituti
comprensivi –escuelas que integran
la educación infantil, la elemental y
la media bajo una dirección única y
que adquieren, al coaligarse, autonomía de gestión– muestran que la
idea puede funcionar. Entre otras
cosas, estos istituti comprensivi constituyen una aplicación práctica de
una idea presente en el tercer acto
de la reforma, en el que se plantea la
hipótesis de una reorganización de
la carrera formativa que elimine las
barreras entre la escuela elemental y
la media.
Tercer acto: el nuevo
camino del estudiante
«Reordenación de los ciclos». Esta expresión burocrática encierra
una iniciativa, sometida todavía a
debate, que cambia por completo la
carrera formativa en la escuela.
En el cuadro adjunto (véase Cuadro) puede compararse la situación
actual con la propuesta. La nueva
estructura comprende tres ciclos: escuela infantil, de los 3 a los 6 años;
primaria, de los 6 a los 12 años, y secundaria, de los 12 a los 18 años. En
la práctica, desaparece la escuela
media. La escolarización obligatoria
dura 10 años (y no 8, como hasta
ahora): empieza a los 5 años, aspecto
que ha provocado no pocas discusiones, y finaliza a los 15.
A quien no quiera continuar sus
estudios tras la escolarización obligatoria se le garantiza, hasta los 18
años, el derecho a una formación
profesional, ámbito que constituye,
sin embargo, la auténtica «pata coja» del sistema educativo actual, sin
que quede todavía demasiado claro
cómo se reorganizará.
El primer curso obligatorio tiene
una función preparatoria genérica, y
deberá seguir desarrollándose en la
actual escuela maternal. En la primera etapa, de los 6 a los 12 años, se
pretende mantener las características de la escuela elemental durante
los dos primeros bienios y las de la
actual escuela media en el último.
Los caracteres más destacados del
cambio corresponden a la etapa secundaria, en la que la enseñanza deberá tener un carácter modular y
permitir que el alumno construya su
propia carrera formativa. En este
sentido, están previstas varias áreas:
humanística, científica, técnica y artística.
El primer curso, igual para todos,
comprenderá un núcleo de enseñanzas comunes y la concurrencia de
módulos de diversas áreas para facilitar la elección del estudiante. A
partir del segundo curso, el alumno,
además de las materias fundamentales, seguirá el módulo de la orientación y del área previamente elegidos, aunque podrá asistir también, si
quiere, a módulos de otras orientaciones o áreas. En el tercer curso se
finaliza, con un examen, la escuela
obligatoria. El trienio sucesivo prevé
la profundización en la orientación
elegida y la posibilidad de llevar a
cabo estancias en empresas y diversas prácticas laborales, alternándolas
con los estudios.
La propuesta recoge el concepto
de «crédito y débito formativo». A
cada estudiante se le proporcionará
una libreta en la que se anotarán las
capacidades adquiridas y comprobadas, los éxitos y los fracasos. El estudiante podrá utilizar sus «créditos»
para reemprender los estudios que
hubiere interrumpido o para pasar
de una a otra área de estudio.
Se dice que, en conjunto, esta propuesta es un modo de adecuar el sistema a las normas europeas y de dar
mayor coherencia al arco formativo
global. Es una idea que, en general,
comparte todo el mundo. Sin embargo, se discute el hecho de que a los 13
años, en medio de los cambios de la
adolescencia, un joven tenga que decidir la orientación de la escuela superior en la que integrarse. Alba Sasso,
presidenta del C.I.D.I., la organización cultural más activa de los enseñantes italianos, dice que es como si
se «aboliera la adolescencia por ley».
No obstante, los créditos formativos
y la modularidad deberían facilitar el
replanteamiento de las opciones. Sin
embargo, también en este aspecto se
suscitan reacciones diversas: hay quienes lo ven, en positivo, como una manera de favorecer las inclinaciones
personales y de responsabilizar al estudiante, manteniendo un registro
permanente de sus resultados; hay
quienes, al contrario, lamentan la
adopción inútil de modelos de corte
anglosajón, ajenos a nuestra cultura.
Por el momento, la sucesión propuesta es un conjunto de papeles en
blanco, a la espera de rellenarlos con
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contenidos y niveles mínimos; en
consecuencia, resulta un tanto difícil
formular un juicio. La única referencia que tenemos es la de los programas experimentales elaborados
por el ministerio y en curso de realización en un número reducido de
escuelas superiores. Cuando se observa la forma de implantarlos, nos
quedamos algo perplejos. Se proclama que estos programas se han elaborado conforme a los principios de
la reforma: la modularidad, la autonomía, las indicaciones de los «sabios». Sin embargo, es una lástima
que el esquema de disciplinas aparezca intacto, y que sólo el 6% del
tiempo, como promedio, quede a la
libre elección de la escuela. La forma de introducir las nuevas tecnologías constituye un signo emblemático del conservadurismo presente: se
convierten en una asignatura regular, cuyo profesor debe proceder del
sector científico-técnico (se confunde el uso del ordenador, el carácter
multimediático, con la informática);
una asignatura que se denomina
«tecnología de la comunicación»
–expresión carente de sentido– en
los liceos, en los que, en evidente
homenaje a los cromosomas gentilianos, la palabra «tecnología» sigue
considerándose poco digna.
Puede que estos fenómenos sean
transitorios e inevitables, pero constituyen un ejemplo preocupante de
la capacidad que tiene el aparato político de llevar a su terreno incluso
las propuestas más innovadoras.
Las dificultades
de la transición
Al presentar las iniciativas de innovación, el ministro Berlinguer se
refiere explícitamente a la reforma
gentiliana para enfatizar el hecho de
que el proyecto actual quiere tener
una importancia política análoga,
transformando radicalmente todo el
sistema educativo.
Es difícil decir si será así. Prescindiendo de juicios, el desafío es realmente complicado. Requiere un
equilibrio entre objetivos opuestos:
¿Cómo hacer una escuela para todos
y, al mismo tiempo, de calidad?,
¿cómo hacer convivir la igualdad de
oportunidades con el rigor y la selección?, ¿cómo actuar, desde dentro, sobre un sistema de tan grandes
dimensiones, intrínsecamente lento
para metabolizar los cambios, superando la resistencia de la burocracia
y de un modo de llevar la escuela
muy consolidado?
Por lo demás, la misma implantación de la reforma deja entrever un
período de transición más bien crítico. No hay duda de que existe un hilo
lógico que conecta los distintos actos
descritos, pero nos preguntamos por
qué no se han englobado en un único
proyecto general y por qué, mientras
la reforma se encuentra todavía en
construcción, se siguen modificando
aquí y allí diversos aspectos particulares del sistema. Jacques Delors, en su
introducción al informe de la
UNESCO sobre la «Educación para
el siglo XXI», dice: «Demasiadas reformas, una tras otra, pueden significar la muerte de la reforma». De hecho, el aumento de las intervenciones
y su inserción por piezas en un marco
inmutable está produciendo confusiones y algunos problemas. Por
ejemplo, una ley de septiembre de
1997 prolonga, antes de la reordenación de los ciclos, la enseñanza obligatoria hasta los 15 años de edad: así
que los alumnos que han dejado la
escuela –problablemente los más débiles–se encontrarán con la «obligación» de asistir al primer año de la
escuela superior tal como está, o sea,
el tramo más anticuado de toda la carrera escolar: una postura casi sádica.
Lo mismo vale decir del débito formativo, cuya introducción ya se ha
producido, aunque sólo pueda funcionar dentro de una lógica modular,
todavía inexistente.
Sigue vigente y, en cierto sentido,
se acentúa el problema de los enseñantes. Para conseguir la calidad de
la escuela, los ingredientes son muchos, pero, sin duda, el principal es la
calidad de las personas que trabajan
en ella, su motivación, su aceptación.
La reforma enfatiza su función y les
encarga nuevos cometidos. «La profesión de la enseñanza deberá volver
a ser cultural y socialmente deseable,
gracias también a nuevos perfiles de
carrera y a los adecuados reconocimientos económicos», manifiesta el
documento de los «sabios». Sí, pero,
¿cómo? ¿Y con qué recursos, teniendo en cuenta que los fondos del ministerio apenas bastan para pagar los
sueldos actuales? ¿Acaso con los que,
gracias a la autonomía, consigan los
mismos enseñantes, transformados
en gestores de sí mismos?
Las dudas y los aspectos críticos
no eliminan, sin embargo, la presencia de algunos datos ciertamente positivos. Por primera vez, después de
tantos años, parece evidente la decidida voluntad del gobierno a favor
de la innovación global del sistema,
con la petición explícita de participar en el cambio. El resultado es que
hoy se habla y se discute de la escuela, y no sólo entre los adeptos. No se
discute tanto como merece el problema, y no siempre con intenciones
limpias –a menudo, el discurso está
viciado por posturas ideológicas que
sólo pretenden demostrar que «privado» es mejor que «público»–, pero, al fin y al cabo, se hace con mayor atención y profundidad que en
los últimos treinta años.
No es poco, sobre todo en un país
cuyo Parlamento cambia oficialmente
sus horarios para permitir a los honorables que sigan los partidos del reciente campeonato mundial de fútbol.
Quizá sea el primer paso para salir de
ese clima de escasa sensibilidad colectiva que, en buena ley, constituye el
problema principal, causa y efecto al
mismo tiempo, de la crisis escolar.
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