Educar para humanizar Por: ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN Textos del libro publicado por Editorial Narcea, España, 2005 Presentación He escrito este libro para Maribel, como regalo por nuestros 25 años de casados. Un cuarto de siglo a su lado, renovando cada día el amor, aprendiendo a ser esposo, padre, compañero. Veinticinco años caminando al encuentro de un rostro, mezclando latidos y sangres, cultivando la ternura y alimentando los sueños, sin dejar que la rutina apague los fuegos o enturbie la luminosidad de la luz. Veinticinco años de alegrías, sobresaltos, entusiasmos, cansancios, problemas, ilusiones, esperanzas. Haciendo una vida, aprendiendo a vivir. El libro le pertenece no sólo porque se lo dedico. Es suyo porque ella está presente en cada una de sus líneas. Ella ha sido mi maestra permanente, me ha enseñado la sencillez del compromiso, la fuerza irresistible de la fidelidad. Con ella he aprendido la importancia de los pequeños detalles, la fuerza del servicio, que el amor y la vida se renuevan cada día, que la sabiduría es algo más profundo y más difícil de obtener que la información, la erudición o los títulos académicos. Ella me ha enseñado esa lección fundamental que no se aprende en las aulas: me ha enseñado a vivir, a amar la vida, a hacer de ella una aventura apasionante en busca de un corazón para poder regalar corazones. Al lado de Maribel he aprendido que la felicidad no es una meta, sino una opción de vida, que consiste en hacer de una forma grandiosa las cosas pequeñas, cotidianas, en atreverse a vivir derramándose sobre los demás, convirtiendo el servicio en una forma de vida. Ella me ha enseñado que “hay más alegría en dar que en recibir”, que el único modo de llenarse de vida es dándola, que cuanto más amor da uno, más se llena de amor. En cierto sentido, este es un libro síntesis. En él vuelvo a retomar mis preocupaciones y mis búsquedas por una auténtica educación humanizadora, que enseñe a vivir, a amar la vida, a protegerla y defenderla, a darla, a vivirla como un regalo para los demás. Me preocupa la muerte de millones de hermanos bajo las dentelladas del hambre, la miseria y la violencia, y me preocupa también la muerte de otros muchos millones bajo la trivialidad, la superficialidad, la banalidad. Me preocupa que la humanidad no termine de entender que de nada sirve el desarrollo científico y tecnológico, si no produce más humanidad, y que es imposible construir una auténtica paz sin los cimientos sólidos de la justicia y la equidad. Cada día estoy más y más convencido de que, en el corazón de la muerte, anida el egoísmo, pero también estoy convencido de que el amor va a triunfar sobre el poderío de la muerte. De ahí la necesidad de educar para el amor, que es educar para la libertad, para la liberación de uno mismo liberando a los demás. Hoy son muy pocos los que se plantean tomar la vida en serio, vivirla como una aventura fascinante en búsqueda de una verdadera plenitud que sólo es posible en el encuentro y el servicio. De ahí mis búsquedas permanentes, tanto en la reflexión como en la práctica, de una educación orientada a cincelar corazones fuertes y generosos, capaces de enrumbar nuestro mundo por los caminos de la convivencia, la fraternidad y la paz. Educar es algo más sublime e importante que enseñar a leer, enseñar a sumar, enseñar idiomas, electrónica o biología. Educar es construir personas, cincelar corazones, ofrecer los ojos para que el educando pueda mirarse en ellos y verse valioso y bueno y así ser capaz de mirar a los 2 demás con mirada cariñosa, inclusiva, sembradora de ganas de vivir. Como me gusta repetir por todas partes, “la educación no puede ser meramente un modo de ganarse la vida, sino que tiene que ser un modo de ganar a la vida a los demás, de provocar las ganas de vivir con pasión, con sentido, con proyecto, de vivir dejando huella profunda en la historia y en el corazón de los demás”. Los educadores tenemos vocación de parteros del alma, ayudamos a nacer la persona posible que se oculta en la semilla de cada uno. Si los padres dan la vida, los educadores estamos llamados a dar sentido a las vidas. Si he dicho que este libro le pertenece a Maribel, debo también confesar que es también de mis hermanos los educadores y educadoras de Fe y Alegría, con los que llevo ya treinta años soñando y construyendo montones de sueños. Ellos y ellas han alimentado mis búsquedas, me han dado fortaleza, han nutrido mi esperanza, me han ayudado a comprender que ser educador es una vocación y una misión que nos diviniza porque nos hace creadores. Dios se hizo hombre para hacernos dioses y asumió la misión de MAESTRO, para enseñarnos con la palabra y con la vida, el camino para encontrar la plenitud y la felicidad. Necesariamente, porque es imposible separar mi reflexión de la reflexión de Fe y Alegría, algunas ideas de este libro están presentes en documentos importantes de Fe y Alegría, de los que fui coautor, que ayudé a nutrir y que me nutrieron. Por eso, en cierto sentido, es también un libro de Fe y Alegría. Fe y Alegría nació en un humilde rancho de Caracas. La historia ha sido contada muchas veces, pero conviene recordarla para no olvidar sus orígenes humildes y su entraña de generosidad y de osadía: Fe y Alegría no nació como fruto de una planificación previa, sino que fue la respuesta natural de un grupo de cristianos al ponerse en contacto con la miseria y la marginalidad. Los fundadores de Fe y Alegría concebían la educación como un instrumento -incluso el principal- para mejorar las condiciones de vida de los hombres y mujeres que apenas sobrevivían en niveles de pobreza extrema. Fe y Alegría nació precisamente de la convicción profunda de que la ignorancia estaba en la raíz de las condiciones que impedían al pueblo empobrecido el acceso a una vida más digna y más humana. El Padre José María Vélaz S.J., fundador de Fe y Alegría, cuenta cómo él y los estudiantes universitarios de la Congregación Mariana que realizaban su apostolado social en los barrios marginales de Caracas, llegaron a la conclusión de la necesidad de emprender una cruzada educativa para combatir eficazmente la pobreza: “Cuando de regreso a la Universidad, hacíamos un examen del problema, nuestros diálogos terminaban en una conclusión: hacía falta casas decentes, era necesaria una mejor alimentación y para ello un mínimo de administración doméstica, la higiene, el decoro familiar, etc. Pero todo esto no se podía regalar al pueblo...Había que empezar a proporcionarle educación...Había nacido la idea germinal de Fe y Alegría”. Para ubicar en su justa dimensión estos planteamientos, no podemos ignorar que, en 1955, año de la fundación de Fe y Alegría, gobernaba en Venezuela el General Marcos Pérez Jiménez que, como buen dictador, privilegió la construcción de autopistas y la educación de las élites, y negó a las mayorías marginadas el acceso a la escuela. Será en los años posteriores a 1958, tras la caída de la dictadura y la implantación de la democracia, cuando en Venezuela se amplió el acceso a la educación de las mayorías. 3 Desde sus orígenes, Fe y Alegría se esforzó para que la educación de los empobrecidos fuera una buena educación. Como repetiría incansablemente el Padre Vélaz, “la educación de los pobres no tiene que ser una pobre educación. Queremos más y mejor educación para los que menos tienen y están en situación peor”. De ahí su esfuerzo por proporcionar a los educandos los medios indispensables para garantizar su éxito escolar. En las escuelas de Fe y Alegría pronto comenzaron a funcionar comedores escolares, roperos, dispensarios médicos..., y abrieron sus puertas no sólo a los niños y jóvenes, sino a todos los miembros de la comunidad. Durante el día, acudían a clases los niños y jóvenes, y en las noches y fines de semana, los adultos, con los que se iniciaron cursos de alfabetización, capacitación laboral, higiene y salud, economía familiar, atención y cuidado de los hijos, y se organizaron cooperativas de ahorro y de consumo. Las escuelas eran también hospitales, capillas y sobre todo hogares, pues desde el comienzo, Fe y Alegría consideró el amor a los alumnos como su principal principio pedagógico, fundamento de todos los demás. Un amor que debía traducirse en una relaciones de cercanía, servicio y amistad, y en unas escuelas sencillas pero bonitas y bien cuidadas, donde los alumnos se sintieran a gusto. No en vano, la Alegría, junto a la Fe, se trepó al propio nombre de ese movimiento educativo que estaba naciendo en los barrios de Caracas. No hay duda alguna que, en aquellos tiempos fundacionales, la participación, más que un postulado pedagógico –como lo sería después- era una condición de la misma existencia. Optar por la educación de los más necesitados –que no podían pagarla y más bien había que dotarlos de útiles escolares, ropa y comida- sin recibir ningún tipo de ayuda oficial –durante sus primeros 16 años, Fe y Alegría no recibió ni un céntimo del Ministerio de Educaciónpodía parecer a muchos, como de hecho pareció, una fantasía quijotesca. Pero Fe y Alegría optó por la generosidad, solidaridad y participación del pueblo, primero venezolano y luego latinoamericano, que siempre respondió con creces. Fue precisamente un obrero, un hombre de barrio, Abrahán Reyes, quien asomó al Padre Vélaz y a los estudiantes universitarios que lo acompañaban en esta empresa fundacional, a las honduras del corazón del pueblo: “Mire, padre, yo he escuchado que usted anda buscando un local para poner allí una escuela –le dijo Abrahán-. Si usted pone las maestras, yo pongo la casa. Es sólo un rancho grande, pero servirá si lo acomodamos”. Siete largos años le había llevado a Abrahán y su esposa Patricia construir la casa, ladrillo a ladrillo, como las construyen los pobres. Cuando lograban reunir cien bolívares, corrían a comprar cemento, bloques o cabillas, no fuera que se les presentara algún percance y tuvieran que gastar el dinero. Poco a poco, como un árbol de vida, la casa de Abrahán y de Patricia fue creciendo de sus manos y sus sueños. No había agua donde estaban construyendo, y para batir la mezcla, carreteaban el agua en latas de manteca que por varios kilómetros cargaban sobre sus cabezas. Y cuando todavía estaba fresco el olor a cemento y no se habían acostumbrado al milagro de verla terminada, se la regalaron al P. Vélaz para que iniciara en ella su sueño de sembrar los barrios más pobres con escuelas: “Si me quedo con ella –trataba de argumentar Abrahán ante el asombro del Padre- será la casa de mi mujer y los ocho hijos. Pero si la convertimos en escuela, será la casa de todos los niños del barrio”. Las clases comenzaron sin pupitres, sin pizarrones, con cien muchachos sentados en el piso y unas muchachas del propio barrio como maestras, que sabían un poquito más que sus alumnos, y que ciertamente ignoraban si algún día les llegarían a pagar... Y Fe y Alegría empezó a multiplicarse a punta de generosidad, sacrificio y de juntar muchos esfuerzos. 4 Debajo de algunos árboles, en ranchos cedidos generosamente, al lado de basureros y quebradas de aguas negras, en galpones que crecían sobre barrancos y precipicios, en esos lugares que nadie ambicionaba, fue creciendo Fe y Alegría. Las personas de los barrios colaboraban en la propia construcción de la escuela: tumbaban monte, allanaban terrenos, levantaban paredes, cargaban ladrillos, agua y arena, pintaban aulas, construían sillas, mesas, pizarrones y pupitres. Por eso, siempre han considerado a las escuelas de Fe y Alegría como algo suyo. Muchos profesionales y personas generosas aportaron su tiempo, sus conocimientos, su trabajo, su dinero, para hacer posible a Fe y Alegría. Por eso, podemos afirmar que Fe y Alegría es ante todo una obra del pueblo latinoamericano, pues pronto Fe y Alegría saltó las fronteras de Venezuela y empezó a sembrarse en el corazón del continente latinoamericano. La fórmula sería la misma: fe en el pueblo, pasión educativa, gestión participativa, austeridad, administración transparente y creativa para “estirar al máximo los dineros”, mucha osadía, mínima burocracia. En Ecuador, los vecinos de Llano Grande fabricaron comunitariamente 20.000 adobes para levantar con ellos la primera escuela de Fe y Alegría en ese país. En Bolivia, los vecinos de Purapura y La Portada, barrios marginales de La Paz, se organizaron en minkas –palabra aymara que significa cooperación y ayuda mutua- y construyeron las primearas doce aulas. Fe y Alegría acercó además a muchas congregaciones religiosas a los barrios. Con Fe y Alegría, un número creciente de hermanas religiosas empezaron a vivir la misma vida del pueblo pobre, compartieron su suerte, sus carencias, sus problemas y valores. Fe y Alegría les permitió vivir a plenitud su vocación cristiana de servicio a los más pobres. Su opción de vida las acercó más al evangelio, ahondó su decisión de seguir con radicalidad a Jesús. Apuntalada en sus propios éxitos y aguijoneada por el espíritu de colaboración, participación y entrega, Fe y Alegría siguió creciendo. Hoy es un vasto movimiento de educación popular y promoción social, presente en 14 países de América Latina y en España, que atiende a un millón de alumnos y participantes en programas educativos, formales y no formales de sectores populares, desde el preescolar hasta la universidad.. Fe y Alegría está presente en 2.200 puntos geográficos distintos, con una red de 922 planteles escolares, 46 emisoras de radio, 671 centros de educación a distancia y 1.187 centros de educación alternativa y de servicios. Pero la principal riqueza de Fe y Alegría son sus 33.000 educadores y educadoras que se esfuerzan cada día por renovar su fe y experimentan la alegría en un servicio educativo de calidad para los más necesitados. Porque conozco bien a Maribel y a mis hermanos y hermanas de Fe y Alegría, sé que ellos quieren regalarles a ustedes este libro que he dicho que les pertenece. Esperamos que los posibles lectores encuentren en él alimento para el alma y salgan del libro con más ganas de vivir y de dar vida. Ojalá que, entre todos, hagamos que este mundo sea un poquito mejor. 5 1.- Necesitamos educadores profetas La educación debe recobrar su dimensión profética. En estos tiempos de individualismo feroz, en que agonizan los grandes ideales y reinan omnipotentes la violencia, la insensibilidad y la injusticia, necesitamos con urgencia a los profetas. Hombres y mujeres que levanten sus gritos y sacudan tanta modorra, tanta mediocridad, tanto descompromiso. Hoy hay demasiado miedo al futuro, miedo a asumir en serio nuestra vocación de constructores de la historia, miedo a sumergirse en el cauce profundo de la vida. Por eso, nos perdemos en consuelos ilusorios, y hasta estamos empeñados en convertir la fe y la religión en algo liviano, sin prójimo ni compromiso. Confundimos la felicidad con pasarlo bien o ir de compras, el amor con el sexo irresponsable, la libertad con el capricho. Necesitamos drogarnos para sentirnos estimulados y no nos atrevemos a plantearnos ni a plantear qué debemos hacer, sino qué nos apetece hacer. Vivimos en la “era del vacío” (Lipovetski), en “tiempos de inercia y pasividad” (Castoriadis) donde la superficialidad se presenta como ideal de vida, y las grandes aspiraciones se reducen a ganar dinero y salir en la televisión. Necesitamos llenarnos de cosas, imágenes y ruidos, y nos esforzamos por crecer hacia fuera para tapar nuestro enanismo espiritual y nuestra creciente soledad. La actual sociedad está enferma de insensibilidad y aburrimiento, y en vez de enfrentar la raíz de su enfermedad, fomenta la adicción a las compras, al sexo sin compromiso, a la televisión, al alcohol, a las drogas, e idealiza al “hombre light” (Rojas, 1998), superficial y vano, narcisista, entregado al dinero, al poder, al gozo ilimitado. Todo invita al descompromiso y la mediocridad. La vida moderna se presenta cada vez más como un camino sin meta, un vagar a la deriva, sin horizontes. Lo superficial se propone como lo valioso, el ideal de vida. Los efímeros héroes del deporte, la música, la moda, que los medios de comunicación crean y recrean permanentemente, son los modelos que hay que imitar y seguir. Se admira a las personas vacías, los “personajillos” de la farándula y las revistas del corazón, verdaderos “zánganos” que nunca han trabajado y cuyas vidas privadas se arrojan como pasto a la morbosidad de las audiencias. La mayor parte de la gente se la pasa huyendo de sí mismos, del compromiso, de la vida. Nos estamos convirtiendo todos en verdaderos campeones de la fuga. Empujados por los demás, empujando a otros, corremos y nos fatigamos sin saber a dónde vamos y sin tiempo ni valor para plantearnos esta pregunta tan fundamental. Chateamos con cualquier desconocido en el otro extremo del planeta, pero cada día conocemos y hablamos menos con nuestros vecinos. Se nos ha vuelto imprescindible el teléfono celular, pero cada día conversamos menos con nuestra pareja y con nuestros hijos. Lo lejano se acerca, lo cercano se aleja. Vivimos intoxicados de una información que se nos ofrece inabarcable, fragmentada e incoherente, como un mero río de datos y noticias, que presenciamos pasivamente, como mero espectáculo que no nos mueve al compromiso, ni nos posibilita el conocer las raíces profundas de las cosas, y que nos aleja cada vez más del verdadero conocimiento y de la sabiduría, que no consiste en conocer lo que pasa y repetir lo que nos dicen, sino en ver más allá de los sucesos y opiniones que nos cuentan. Sabemos mucho, pero entendemos poco. Cada nueva noticia mata a la anterior, las últimas noticias son las únicas noticias, la sobreinformación nos mantiene desinformados. Importa el espectáculo, no comprender lo que pasa: “En el preciso momento (Finkielkrant 1990, 128) en que la técnica, a través de la televisión y los ordenadores, parece capaz de hacer que 6 todos los saberes penetren en todos los hogares, la lógica del consumo destruye la cultura. La palabra persiste pero vaciada de cualquier idea de formación, de apertura al mundo y de cuidado del alma...Ya no se trata de convertir a los hombres en sujetos autónomos, sino de satisfacer sus deseos inmediatos, de divertirles al menor coste posible”. Las noticias se disfrutan, se botan a la papelera, pero no nos hacen responsables. “Podemos ver la historia en marcha. Informar no es narrar o explicar un acontecimiento, sino hacernos asistir a él... La historia transcurre delante de mí como si fuera espectador y no actor. El espectáculo predomina sobre la noticia” (Alemany, 2001, 503). Los propios locutores trivializan los acontecimientos, fomentan una discusión vacía con supuestos “expertos” que sólo dicen generalidades y lugares comunes, insisten una y otra vez en no decir nada en los pequeños espacios que dejan las propagandas, y ponen todo su empeño en convertirse ellos en “la noticia”. 1.1.-Profetas que recuperen el valor de la palabra Necesitamos profetas de palabra valiente y comprometida con la vida que incendien los corazones y enrumben nuestros pasos por caminos de riesgo y plenitud. ¡Basta ya de tanta palabrería hueca, de tanta mentira, de tanta frivolidad!. Palabras sin alma en los discursos políticos, en los sermones religiosos, en las enseñanzas de profesores y maestros. Palabras intoxicadas de retórica, academicismo y vacuidad. Radios y televisores vomitan día y noche palabras estúpidas y banales y la publicidad nos embrutece con sus cantos de sirena. Para decirlo con palabras de Mario Benedetti (en Pérez Gómez 1997, 50) “nunca como en esta última década se usaron tantas palabras profundas para expresar tanta frivolidad. Conceptos como libertad, democracia, soberanía, derechos humanos, solidaridad, patria y hasta dios se han vuelto tan livianas como el carnaval, el aperitivo, el videoclip, los crucigramas y el horóscopo”. Aturdidos de cháchara y promesas falsas, aplastados por palabras engoladas y vacías, sin alma ni pasión, los seres humanos vivimos cada vez más incomunicados, más aislados, más tristes , sin posibilidad de encontrarnos, de volver a ser. Confundiendo la plenitud con el vacío. Las palabras nos hacen dioses: con ellas podemos fortalecer la vida o asfixiarla. Con las palabras podemos sacudir conciencias, animar, levantar, entusiasmar, provocar ganas de arriesgarse a vivir en lo hondo; o podemos desanimar, aplastar, destruir, seducir para hacer de la vida un suceso trivial y sin sentido. Hay palabras que son golpes, puños, bofetadas. Y palabras que son caricias, estímulos, abrazos. Con las palabras podemos crear o destruir; dar vida o matar. Todo genocidio fue primero palabra falsa, descalificadora del otro. La deshumanización verbal del adversario (Alemany 1999, 497) “suele preceder y crear las condiciones de legitimación de su eliminación física” Los colonizadores europeos necesitaron justificar su barbarie llamando a los indios “salvajes e irracionales” y hasta discutieron si eran personas. Los esclavistas calificaron de bestias a los negros y los recientes genocidios han recibido la justificación de “No eran gente, eran sólo indios o negros”. Los nazis llamaban ratas y cerdos a los judíos. Los comunistas soviéticos calificaban como hienas a los disidentes. Muchos terroristas llaman perros a los policías que van a atacar. Los torturadores sólo ven bestias subversivas. “Gusano”, “animal”, “chusma”, “salvaje”... una bofetada verbal como anticipo a la explotación, al golpe bajo, al posible exterminio... 7 Hoy las palabras languidecen heridas de muerte. Los comerciantes de la política y de la vida han matando las palabras, les han arrancado el corazón y las han convertido en meras cáscaras huecas, en sonidos sin alma, con los que pretenden seducirnos, engañarnos y manipularnos. Palabras, montones de palabras muertas, sin carne, sin entraña, sin verdad. Dichas sin el menor respeto a uno mismo ni a los demás, para salir del paso, para confundir, para ganar tiempo, para sacudirse de la propia responsabilidad. Ernesto Sábato (2000,45) deplora la pérdida del valor de la palabra y añora los tiempos en que la gente eran “hombres y mujeres de palabra”, que respondían por ellas: “Algo notable es el valor que aquella gente daba a las palabras. De ninguna manera eran un arma para justificar los hechos. Hoy todas las interpretaciones son válidas y las palabras sirven más para descargarnos de nuestras actos que para responder por ellos”. Es imposible construir un país, un mundo humano, si la palabra no tiene valor alguno, si lo falso y lo verdadero son medios igualmente válidos para lograr los objetivos, si ya nunca vamos a estar seguros de qué es verdad y qué es mentira. Hemos hecho de nuestro país y del mundo una verdadera Torre de Babel en la que, al matar el valor de la palabra, es imposible comunicarse y entenderse. En consecuencia, necesitamos con urgencia recuperar el valor de la palabra, aprender a hablar y escuchar sólo palabras verdaderas, encarnadas en la conducta, comunicadoras de vida. No olvidemos nunca que, como solía repetir José Martí, “El mejor modo de decir es hacer”. O como expresa el viejo refrán castellano “Obras son amores y no buenas razones”. Sólo palabras-hechos, sólo la coherencia entre discursos y políticas, entre proclamas y vida, entre conducta y declaración, entre promesa y realidad, nos podrá liberar de este laberinto que nos asfixia y nos destruye. Desoigamos los cantos de sirenas, las promesas de los supuestos Mesías que no viven lo que proclaman, los anuncios de los falsos profetas que prometen la felicidad entregando el corazón al servicio de los ídolos: Poder, Dinero, Consumo... No escuchemos llamados que nos separan y dividen; palabras o discursos que nos siembran el desprecio, la ira, la venganza, que nos nublan el corazón con desánimo y angustia, que nos llevan a perdernos por caminos de falsa plenitud. Cultivemos palabras de ánimo y consuelo. Palabras (Leclerq, 1994, 7) “provocadoras de encuentro, de reflexión; palabras bálsamo, que refresquen la aridez de las heridas, que den valor, que siembren esperanza, que provoquen ganas de vivir”. Palabras para celebrar, cantar la vida, el amor y la amistad. Aislemos y demos la espalda a los charlatanes y mentirosos, y escuchemos el ruido ensordecedor de sus acciones y sus vidas que no nos dejan oír lo que en vano se esfuerzan por decirnos. Algunos, más que facilidad de palabra, tienen dificultad de callarse. Sólo si se callan, podrán oír a los demás y escuchar los gritos adoloridos de su propio corazón. Podrán escuchar sus contradicciones e incoherencias, el ruido de sus inseguridades y sus miedos, el abismo de su propia superficialidad. De ahí la necesidad de silencio. Silencio para poder dialogar con nuestro yo profundo, para ver qué hay detrás de nuestras palabras, de nuestros sentimientos, de nuestras poses e intenciones, de nuestro comportamiento y vida que, con frecuencia, ahoga nuestras palabras. Silencio para intentar ir al corazón de 8 nuestra verdad, pues con frecuencia repetimos fórmulas vacías, frases huecas, la “verdad interesada” que repiten los medios, e incluso nos hemos acostumbrado a mentir tanto y tan repetidamente que estamos convencidos de que son ciertas nuestras mentiras. Sólo en el silencio es posible madurar palabras verdaderas. Sólo en el silencio podrán germinar las Palabras-Vida. “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante dios, y la Palabra era Dios” (Juan 1, 1). Jesús es la palabra inagotable de un Dios que arde en deseos de comunicarse con los seres humanos. Por ello, las palabras de Jesús fueron siempre promesa y expresión de vida. Toda palabra de Jesús fue respaldada con sus actos, y su vida fue su mejor palabra. Fue Camino, Verdad y Vida. Camino a la Verdad y la Vida. Camino verdadero a la plenitud de vida. “La verdad les hará libres”, nos dijo. La mentira atenaza, oprime, mata. Con mentiras no se puede construir vida. Los mentirosos tienen podrido el corazón y asfixian con su aliento los brotes de la vida. 1.2.-Profetas que anuncien al Dios de la vida “Nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos”. Un Dios que ama la vida , que quiere vida en abundancia para todos, que camina a nuestro lado por los callejones de la historia impulsándonos a combatir a la muerte y sus heraldos. Un Dios que nos invita a derribar a los falsos dioses, los ídolos que causan muerte y destrucción. La educación cristiana debe anunciar con valor, sin cobardía, ese Dios de la Vida. Por ello, nos son hoy tan necesarios los educadores profetas ¿A dónde se habrán ido los profetas? Profetas que resuciten las palabras, sacudan con ellas nuestras conciencias y levanten las vidas de la mediocridad, de la desesperanza, del aburrimiento, de la insensibilidad. Profetas que promuevan las ganas de vivir con avidez, con intensidad. Profetas capaces de devolverle la dignidad al ser humano, que cultiven el orgullo de ser personas, que despierten la pasión de ser hombre y mujer, de aceptar la aventura de llegar a ser humano, plenamente humano (Leclerq 1994, 7). Profetas que levanten sus gritos valientes de protesta y de propuesta, de denuncia y anuncio. Que transformen radicalmente las prácticas educativas y hagan de los centros escolares lugares de vida, en los que se aprenda a vivir y convivir, a disfrutar la vida, a defender la vida, a combatir todo lo que amenace la vida. Hoy, por lo general, los centros educativos no desarrollan el amor ala aprendizaje ni a la sabiduría. Más que educar para la libertad, enseñan la sumisión y la domesticación. En vez de educar para la ciudadanía, promueven el descompromiso y la obediencia. No son lugares de vida, de creación, sino de rutina y repetición. Y así como con frecuencia en los hospitales y quirófanos se contraen enfermedades graves, en muchas escuelas se aprende ignorancia, soberbia, insolidaridad, miedo a la vida. Sí, necesitamos con urgencia verdaderos educadores-profetas. En palabras de Mario Peresson (1998, 19), “todo profeta es un educador, y todo educador cristiano está llamado a ser un profeta”. La educación no es un empleo, es una vocación de servicio. El profeta se convierte en la “boca del Señor”. Etimológicamente, profeta significa “El que habla (del 9 griego phemi: hablar) en nombre (pro) de Alguien o proclama el mensaje de Otro”. Por eso, los profetas hablan en nombre de Dios, son sus portavoces. Expresan con sus gritos el dolor y las ansias de vida del corazón de Dios. Porque el Dios de los profetas es el Dios de la Misericordia y de la Vida, que sufre en su propio cuerpo las dentelladas de la violencia, la injusticia, el desprecio, la crueldad, todo lo que amenaza o impide la vida. Siguiendo de nuevo a Peresson (1998, 22), “ el profeta pertenece a su pueblo y se identifica con él. Vive sus angustias, sus problemas, su muerte..., pero es capaz de interpretar sus anhelos y esperanzas. Se identifica con los desvalidos y los pobres, con los que sufren cualquier tipo de injusticia, con aquellos a los que se les niega la vida. Escucha a Dios en los clamores de su pueblo, y se convierte, en consecuencia, en voz (la voz de Dios) de los sin voz... Pertenece profundamente a Dios y profundamente al pueblo. Su vocación se vuelve palabra viva, liberadora, invocación a favor de los débiles”. Necesitamos ser nosotros educadores-profetas. Capaces de leer con los ojos y el corazón de Dios la profunda crisis de nuestro mundo, para poder decir con valor y con pasión lo que Dios quiere y espera que digamos. Profetas que encarnemos en nuestras vidas los valores que buscamos para que nuestras palabras sean hechos, testimonio. Profetas que asumamos la educación como un medio para enseñar a vivir, a defender la vida, a dar la vida. Profetas sembradores de una esperanza invencible, anunciadores de la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. El Dios de Jesús es un Dios de la Vida, que derrotó a la muerte y sus heraldos. El Crucificado es también el Resucitado. En Jesús Resucitado experimentamos que la Vida es más fuerte que la muerte. Por ello, la esperanza se convierte en fe en la vida, fe en los seres humanos, hechos a imagen del Dios Creador, con una vocación histórica de crear y recrear permanentemente el mundo. Y esa fe, si verdadera, debe traducirse en fuerza vital, en compromiso de trabajar por un futuro mejor. No podemos considerar la muerte de Jesús sin que esta nos devuelva a la vida. Seguir al Resucitado y afirmar al Dios de la Vida supone (Moingt 1995, II, 46) “desplegar en la historia un futuro de vida... Afirmar la resurrección es comprometerse con el plan de Jesús...con la construcción del Reino...Ser testigo de Cristo implica afirmar y comprometerse en su misión, en la resurrección del Mundo Nuevo”. La fe y la esperanza se afincan con fuerza en la realidad de muerte que experimentamos y sufrimos. El Domingo de Resurrección no suprime el Viernes Santo, día de dolor y muerte, ni el Sábado Santo, día del silencio de Dios. Vivimos tiempos de Viernes Santo en que a muchos inocentes se les arranca la vida, se les crucifica a la miseria, a la pobreza, a la indignidad y a la desesperanza. Y Dios parece callar. Después del Viernes Santo (Catalá 1992, 5) “acontece el silencio del Sábado Santo. Silencio del Dios que sigue ‘callando’ en esta historia de fracaso y frustración para los más. Silencio de Dios sobre tantas utopías fracasadas, tantas ilusiones y proyectos que han sido devorados por la única realidad que aparece como eficaz: el poder y el sarcasmo de los satisfechos que, por tenerlo todo, no esperan nada. Silencio de Dios sobre tanta Bondad y Solidaridad diluida en la trama de egoísmos, injusticias, traiciones y vilezas”. Pero ese silencio de Dios se hace grito en la boca del profeta. Grito de esperanza que le libera de la angustia y el desaliento, pone alas a su voluntad, lo orienta hacia el compromiso 10 con la vida. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de vivir y de luchar. La esperanza se opone con fuerza al pragmatismo, que es una deserción mediocre y cobarde en la tarea de sanar y recuperar vidas, de construir un mundo mejor. El educador-profeta denuncia y anuncia. Denuncia las estructuras de injusticia y de violencia, denuncia la hipocresía y la mentira, y anuncia un futuro lleno de esperanza. Denuncia para convertir, para (Morin) “salvar al hombre realizándolo”, para ganar a las personas al compromiso con la vida, a realizar su vocación de creadores. Por ello, celebra la vida y canta con los poetas: Veo un nuevo día. Un nuevo día que llegará cuando las nubes borrascosas hayan pasado y resplandezca el sol en un mundo nuevo y libre. Veo un nuevo día. Un mundo nuevo que llega en el que todos los hombres serán hermanos y el odio quedará olvidado para siempre. Veo un nuevo día. Un hombre nuevo que avanza erguido con la cabeza levantada y el corazón orgulloso, sin miedo, de nada ni de nadie. (J. Rice) Lento, pero viene. El futuro se acerca despacio, pero viene. Viene con proyectos y bolsas de semillas, despacio, pero viene sin hacer mucho ruido (M. Benedetti) Es tarde pero es nuestra hora. Es tarde pero es todo el tiempo que tenemos a mano para hacer el futuro. 11 Es tarde pero es madrugada si insistimos un poco. (P. Casaldáliga) Vendrá un día más puro que los otros; estallará la paz sobre la tierra como un sol de cristal. Un fulgor nuevo envolverá las cosas. Los hombres cantarán en los caminos, libres ya de la muerte solapada. El trigo crecerá sobre los restos de las armas destruidas y nadie verterá la sangre de su hermano. El mundo será entonces de las fuentes y las espigas, que impondrán su imperio de abundancia y frescura sin fronteras. Los ancianos tan sólo, en el domingo de su vida apacible, esperarán la muerte, la muerte natural, fin de jornada, paisaje más hermoso que el poniente. (J. Carrera Andrade) Y mientras celebra y canta, se opone con valor a una cultura que promueve la muerte y asfixia la vida. Porque hoy la vida está amenazada y el ser humano está muriendo. 12 2.- El mundo inhumano Estamos pasando de lo injusto a lo inhumano (James Gustave Speth, funcionario de las Naciones Unidas para el Programa de Desarrollo Humano) Las cosas se derrumban; el centro no aguanta la anarquía pura anda a sus anchas por el mundo, se esparce la marea de tintes sanguinolentos, y por doquier la ceremonia de la inocencia se ahoga; los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están repletos de apasionante intensidad. (Yeats, poeta irlandés) El 10 de Diciembre de 1948, cuando el mundo seguía estremecido ante el horror de los campos de exterminio nazi y de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial que ocasionó unos 50 millones de muertos y dejó ciudades enteras convertidas en escombros, un centenar de países reunidos en París, firmaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres y son iguales en dignidad y derechos”. Hoy, después de más de 55 años de aquella firma solemne, el mundo sigue más desigual e injusto que nunca. El inmenso poder creador de los seres humanos no está al servicio de la vida. Por eso, a pesar de tanto desarrollo científico y tecnológico, la vida gime herida de muerte y el mundo resulta cada vez más inhumano. Los resultados del Informe de Desarrollo Humano de 2003 son desoladores. Las cada vez más frecuentes reuniones, encuentros y foros mundiales que concluyen con fervientes llamados a combatir la pobreza y el hambre, parecen servir de bien poco. Mientras una vaca europea recibe un subsidio de tres dólares al día, mil doscientos millones de personas deben vivir con menos de un dólar diario. La mayoría de ellos no tiene acceso a agua potable. Casi 800 millones de personas, adultos y niños, viven desnutridos, con hambre. Cada día mueren de hambre más de treinta mil personas. Sin embargo, el mundo produce alimentos suficientes para satisfacer de sobra las necesidades alimenticias de todos, y sólo en Estados Unidos se realizan cada año más de cuatrocientas mil liposucciones para quitarse la grasa. El mundo de comienzos de siglo XXI funciona para unos pocos y contra muchos. Las desigualdades se agigantan de un modo vergonzoso entre países y entre grupos dentro de cada país. Coexisten por ello, lo postmoderno con lo premoderno y feudal, e incluso con formas de neoesclavitud, las universidades de excelencia con el analfabetismo, el derroche y el exhibicionismo con el hambre y la pobreza, las fortunas incontables con la miseria más atroz. Hoy se habla de infopobres e inforicos y la brecha digital, es decir, el tener o no 13 acceso a las nuevas tecnologías, agudiza las diferencias. Vivimos en la misma ciudad, incluso en la misma cuadra, pero a siglos de distancia. 2.1.-Los números de la deshumanización El 20% de la población mundial acapara el 86% de todos los recursos de la tierra, lo que demuestra la imposibilidad de que toda la humanidad alcance los niveles de consumo de la minoría privilegiada. Las matemáticas nos demuestran que, para poder alcanzar todos los habitantes del planeta el desarrollo de ese 20% de privilegiados, se necesitarían los recursos de más de cuatro planetas tierra. El que unos pocos puedan entregarse a un consumo desenfrenado, es a costa de las necesidades insatisfechas de las grandes mayorías. Si toda la humanidad tuviera acceso de repente a los niveles de consumo de los países del Norte, el mundo colapsaría. Sólo con que todo el mundo tuviera el mismo promedio de carros y neveras que tienen los norteamericanos, el aire del mundo se tornaría irrespirable. Los 225 personajes más ricos en el mundo acumulan una riqueza equivalente a la que tienen los 2.500 millones de habitantes más pobres, es decir, el 47% de la población total. Cuatro ciudadanos de Los Estados Unidos –Bill Gates, Warren Buffet, Larry Ellison y Paul Allen- poseen, juntos, una fortuna superior al Producto Interno Bruto de 42 naciones con una población de 600 millones de habitantes. El ingreso per cápita en Bangladesh es de 130 dólares, frente a los 34.155 en Luxemburgo. Un español puede aspirar a vivir ochenta años, mientras que un habitante de Zambia tan sólo 37. El sida se está convirtiendo cada vez más en una enfermedad de los pobres y de los jóvenes y, de no derrotarlo, va a acabar con muchos países del Sur. En los países en desarrollo el 70% de la sangre utilizada en las transfusiones no es sometida a exámenes de laboratorio que descarten la presencia del virus del sida. En la actualidad, existen en el mundo 42 millones de personas infectadas con sida, y se calcula que para el año 2010, otros 45 millones de personas de países pobres habrán contraído el virus. En el año 2003, el sida mató a más de tres millones de personas y cada día contraen la enfermedad unas 14.000 personas, en su inmensa mayoría de África, Asia y el Caribe. De seguir así las cosas, para el año 2010 la expectativa de vida en Bostwana, un país en el sur de África en el que 4 de cada 10 habitantes es portador del virus, será de 33 años, frente a los 64 si no hubiera existido el sida. En un mundo intercomunicado por internet, redes satelitales y superautopistas de la información, hay todavía mil millones de personas analfabetas absolutas, de las cuales 600 millones son mujeres. La pobreza tiene rostro eminentemente femenino: el 70% de las personas que viven en situación de pobreza, son mujeres. A pesar de que las mujeres trabajan hasta diez horas más a la semana que los hombres, sus salarios son un 50% y hasta un 80% más bajos. Una de cada tres mujeres ha sufrido violencia doméstica y cada año millones de mujeres y niñas entran en la prostitución. Millones de niños (se calcula que, sólo en América Latina, más de 30 millones) viven en las calles, víctimas del abandono, el hambre y las guerras, presas fáciles de las mafias de la prostitución, la delincuencia, la esclavitud, la pornografía, el narcotráfico, la mendicidad, los traficantes de órganos, el sicariato, la guerrilla, los escuadrones de la muerte. El 14 negocio de la explotación sexual de niñas y de niños crece de un modo incontrolable. Después del comercio de armas y de drogas, es la actividad más rentable del crimen organizado. El turismo sexual, la prostitución infantil y la pornografía, son las líneas principales de esta jugosa industria presente en todos los rincones del mundo. Se calcula que existen en internet unos cuatro mil portales de pornografía infantil y cada día se añaden unas cien nuevas páginas web. Esta industria de la pornografía infantil genera ganancias anuales de más de veinte mil millones de dólares. Según datos de la Asociación Civil Espacios de Desarrollo Integral, institución que se dedica a combatir la explotación sexual, diez millones de niños, niñas y adolescentes son obligados a prostituirse cada año. De ellos, trescientos mil contraerán en un futuro próximo el virus del sida y dos millones más otras enfermedades de transmisión sexual. Dos millones y medio de los menores prostituios serán víctimas de violación; más de millón y medio intentarán suicidarse y la inmensa mayoría consumirán drogas. Cada minuto se gasta más de un millón de dólares en armas, como ochocientos mil millones de dólares al año. La fabricación de armas es la industria más próspera, seguida por el narcotráfico que mueve cada año unos 500.000 millones de dólares. Un solo tanque moderno equivale al presupuesto anual de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación). Las grandes potencias tienen almacenadas más de 60.000 bombas nucleares, que equivalen a cuatro toneladas de explosivos por cada habitante del planeta. Bastaría el precio de un avión B-2 para alimentar a los 13 millones de africanos y africanas que no tienen nada, absolutamente nada que comer. Con tan sólo lo que se gasta en armas en diez días, se podría proteger a todos los niños del mundo. Con el 1% de la renta mundial, se podría erradicar la miseria en el mundo. 2.2.-Ponerle nombre y rostro a la pobreza Estos datos, y otros muchos que podríamos proporcionar, expresan de un modo elocuente la insensibilidad y deshumanización de nuestro mundo. Posiblemente, de tanto escucharlos, no nos dicen ya nada. Los números ruedan fríos por nuestras cabezas pero sólo si tocan nuestro corazón lograrán conmovernos e indignarnos. De ahí la necesidad de ponerle rostro y nombre a la pobreza. Cada una de esas abultadísimas cifras está formada por personas concretas, con un nombre y un derecho a ser y vivir dignamente, que sufren, sangran, gritan, lloran ... Habría por ello que hablar de las dentelladas de ese hambre permanente y habitual que embrutece las mentes, carcome los cuerpos y siembra un frenesí de rabia en la vida, hasta que va languideciendo y la existencia es ya tan sólo un débil respirar al lado de la muerte. Del desespero de tantísimas madres que asisten impotentes, con el corazón nublado por una angustia infinita, a la lenta agonía de sus hijos que mueren en sus brazos por una de esas enfermedades de la miseria (diarreas, desnutrición, dengue, cólera, fiebre amarilla, paludismo...), tan fácilmente derrotables. De la angustia de millones de desempleados que, tras recorrer una y otra vez las calles y solicitar trabajo aquí y allá, regresan a sus casas hundidos en la desesperanza y necesitan emborracharse o golpear para sacudirse esa sensación de inutilidad e impotencia. Del llanto callado y el desprecio a sí mismas de tantas adolescentes y mujeres que se echan a la calle a vender su cuerpo para llevar a la casa un pedazo de pan. De la humillación de los que hurgan en los pipotes de basura en busca de algún resto de comida. De la zozobra ante una amenaza de tormenta que puede arrancar de cuajo la vivienda miserable y perder en la quebrada los cuatro trastos 15 miserables. De la vergüenza al tener que confesar que no sabe leer ni firmar. Del dolor enroscado en el alma al no poder comprar las medicinas y calmar los sufrimientos de ese ser querido que se queja por horas sobre ese catre maloliente. De la desilusión al ser sorprendidos por la guardia costera y tener que regresar de nuevo a la misma miseria sin horizontes, tras un largo viaje de sobresaltos y esperanzas en una patera rumbo a la promesa de trabajo y de esperanza. De la soledad de tantos niños y niñas de la calle que duermen sobre cartones y se drogan con pega para acallar los gritos de sus miedos y de su falta de amor. Para decirlo con la voz doliente de Mercedes Sosa: A esta hora exactamente hay un niño en la calle. Pobre del que ha olvidado que hay un niño en la calle; que hay millones de niños que viven en la calle (...) Yo los veo apretados su corazón pequeño (...) un relámpago truncado les cruza la mirada porque nadie protege esa vida que crece y el amor se ha perdido como un niño en la calle. A la cruda y espantosa miseria de miles de millones de personas, habría que añadir la creciente miseria humana y espiritual de los satisfechos. Miles de millones se deshumanizan al tener que vivir y morir en condiciones inhumanas, otros se deshumanizan al volverse insensibles ante la miseria y el dolor de los demás. Muchos matan para tener, otros matan –o mandan matar- para defender lo que tienen y para impedir que los demás tengan. Los miserables asaltan con piedras, con cuchillos, con pistolas; los poderosos aniquilan con bombas inteligentes. 2.3.-La cultura de la violencia Un sistema que sólo valora el tener y el aparentar, que repite machaconamente que vales lo que tienes, que todo, hasta lo más sagrado, lo convierte en mercancía; en el que la ética se está disipando y cada uno decide lo que es bueno y lo que es malo, lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer; que exalta y mima a los perros, gatos y las más insólitas mascotas, mientras desprecia e ignora al pobre, al que no tiene; engendra de un modo vertiginoso la violencia. Violencia del exhibicionismo de los que tienen, ostentan, derrochan y corrompen; violencia de los que buscan tener –para poder ser- a cualquier precio (asalto, robo, prostitución, corrupción, tráfico de drogas, de influencias, de órganos, de personas...); violencia de los aparatos represivos, que en vano intentarán poner orden y mantener la paz en un mundo estructuralmente desordenado e injusto. 16 a) Violencia política y militar Violencia por todas partes y de todas las formas imaginables: brutal, descarnada, sofisticada, sutil, masiva, personal, impersonal... Violencia del terrorista que ha sido educado para matar sin titubeo, para inmolarse matando a otros e invocando el nombre del falso dios que ha inventado su ideología, sus miedos y su odio. Violencia imperial de los ejércitos superpoderosos que invaden países sembrando destrucción y muerte para imponer su ley y su verdad. Violencia atizada por dictadorzuelos y caudillos que arrastran al matadero a miles de seres humanos bajo palabras grandes, infladas de un patriotismo hueco con las que tratan de arropar sus ambiciones. Violencia de los torturadores que, en largas noches de terror, alimentan su sadismo con los gritos de sus víctimas. Violencia del sicario que cobra por matar, del ladrón que mata para arrebatar, que considera que un par de zapatos vale más que una vida humana. b) Violencia de la superexplotación en el trabajo Violencia de la superexplotación en el trabajo que, ante su precariedad, está imponiendo nuevas formas de esclavitud que se creía totalmente superadas. Esclavitud que se ceba sobre todo en los más débiles: los niños y las mujeres. Se calcula que existen en el mundo más de 400 millones de niños esclavos, menores de 15 años. Es decir, a uno de cada cinco niños o niñas en el mundo se les ha arrebatado brutalmente la infancia. Tejen alfombras, fabrican ladrillos, cosen pelotas o ropa deportiva, pastorean ovejas, descienden a los socavones infernales de las minas, venden flores o galletas en las calles, cuidan o limpian carros, mendigan en los semáforos, trabajan en las maquilas...A muchos de ellos, en vez de estar jugando como deberían, les toca trabajar 14 y hasta 16 horas al día fabricando juguetes para que otros niños puedan disfrutar un rato con ellos y luego botarlos a la basura. Tal es el caso, como denunció un periódico de Hong Kong, de los juguetes que regala Mc Donald a los niños y niñas que van a comerse una hamburguesa. Los menores que fabrican los juguetes trabajan sin descanso de siete de la mañana a once de la noche, todos los días de la semana, y por el sueldo de unos pocos centavos de dólar. En China se les conoce como dagongmei o chicas trabajadoras, y se calcula que su número alcanza la cifra terrorífica de 70 millones. En su mayoría provienen del campo, no tienen estudios o sólo los elementales, y llegaron a la ciudad con la esperanza de ayudar con su trabajo a sus familias que quedaron en los pueblos. Muchas, cada vez más, terminan dejando las fábricas para prostituirse. Con su trabajo en las maquilas, ellas proveen los negocios de “Todo a mil” y son el músculo principal de esa “próspera” economía de exportación china que está invadiendo con productos de todo tipo las tiendas de numerosos países en el mundo. A continuación, y para asomarnos al mundo sórdido, de brutal explotación de muchas de estas maquilas, transcribo para ustedes trozos de la impactante 17 descripción que hace David Jiménez 1, citando el Boletín Solidaridad, de la vida de estas muchachas en una de las maquilas: “Trabajan entre 14 y 18 horas. Tienen 15 minutos para comer y cuatro horas para dormir en cuchitriles situados en las mismas fábricas. Al anochecer, las trabajadoras son registradas para comprobar que no han robado nada. Con sus puertas de metal y sus barrotes en las ventanas, estos talleres parecen más un cuartel militar. Así es como los chinos son competitivos. Montar, empaquetar, montar, empaquetar, montar, empaquetar...Las 600 jóvenes trabajan como robots, sin levantar la mirada, darse un respiro o hablar entre ellas. Todas han llegado del campo tratando de salir de la pobreza y aquí están, montando y empaquetando muñecos de plástico, entre 14 y 18 horas al día, 15 minutos para comer, permisos reducidos para ir al servicio y cuatro horas para soñar que en realidad no están durmiendo en los cuchitriles situados en la última planta de la fábrica. Una ruidosa sirena las devuelve a la realidad y anuncia el nuevo día antes de que amanezca. Las empleadas saltan de la cama, se ponen las batas y forman en línea antes de correr escaleras abajo hacia sus puestos. La gigantesca nave está situada en las afueras de Shenzhen, la ciudad más moderna del sur de China, rodeada de otros almacenes parecidos, más o menos grandes, algunos con más de 5.000 empleadas. Los supervisores se encargan de que no descansen y de que la producción nunca disminuya. Cada trabajadora es registrada al finalizar la jornada para comprobar que no se ha llevado ninguna unidad de los juguetes, llaveros, gorras o cualquier otra cosa que estén fabricando dentro del sinfín de productos elaborados a precio de saldo. Si quebrantan las reglas internas o no rinden al nivel esperado, un sistema de penalizaciones permite a los jefes reducir el sueldo o los ocho días de vacaciones que se conceden al año. Miles de empresas estadounidenses y europeas subcontratan fábricas chinas similares a esta para llevar sus productos a Occidente al mejor precio... Sobrecogida por esta realidad, la profesora del Centro de Estudios Asiáticos de la Universidad de Hong Kong, Pun Ngai, se decidió a pasarse por una campesina más, buscó una factoría y pasó seis meses viviendo y trabajando en una fábrica de productos electrónicos de Shenzhen para comprobar cómo viven las explotadas trabajadoras chinas. El dormitorio donde fue alojada, situado en la última planta, tenía compartimentos donde debían dormir hacinadas hasta 15 jóvenes. La mayoría de ellas sufría de anemia, dolores menstruales o problemas en la vista, en el caso de las que tenían que montar diminutos productos a ojo sin apenas descanso. Otras enfermaban envenenadas por el contacto con productos químicos utilizados en el trabajo o simplemente desfallecían de cansancio tras interminables jornadas en las que se les daba de comer un simple plato de arroz al día. 1 Del texto de David Jiménez sólo he hecho adaptaciones menores: traducir a dólares las cifras que él presenta en pesetas, y llamar tiendas de “Todo a 1000”, en vez de “Todo a 100”, como se conocen en Venezuela. El texto me llegó por correo electrónico y no he podido conseguir la fuente original. 18 ‘Les niegan todos los derechos, no tienen el permiso de residencia aunque pasen 10 años trabajando en el mismo lugar. Las tiendas o los médicos de las ciudades donde están situadas sus fábricas les cobran más que al resto de los vecinos’, asegura la profesora, que ha reunido su experiencia en varios informes... Es un círculo casi indestructible. Por una parte, las multinacionales americanas o europeas no tienen que responder por las condiciones de sus fábricas en países del Tercer Mundo y ahorran costes laborales. Por otra, los Gobiernos locales tampoco están interesados en espantar la inversión extranjera haciendo demasiadas preguntas. Y las fábricas se multiplican. La empresa Chun Si Enterprise, por ejemplo, fue contratada por la mayor cadena de supermercados del mundo, Wall-Mart, para que confeccionara bolsos de mujer en su factoría de Zhongshan, en la provincia sureña de Guangdong. Más de 900 trabajadoras permanecían encerradas todo el día, salvo los 60 minutos de descanso y comida establecidos. Los guardias golpeaban constantemente a las empleadas y les multaban por faltas como ‘la utilización excesiva del servicio’. En la entrada de la factoría de la marca deportiva Nike de Jiaozhou, en la provincia de Shandong, se puede leer su famoso lema : ‘Just Do It” (Simplemente, hazlo). Dentro, 1.500 jóvenes, siempre menores de 25 años, trabajan 12 horas al día, según el NLC (Comité de Trabajo Nacional). Se trata de una pequeña parte de los más de 100.000 chinos que fabrican prendas deportivas Nike en todo el país, a los que hay que sumar 70.000 personas en Indonesia y 45.000 en Vietnam. Unos pocos centavos de dólar para pagar a los obreros que van dejando su vida en las maquilas, raudales de dinero en gastos de publicidad. Se calcula que con tan sólo el 1% de los gastos de publicidad de los zapatos Nike, se podría sacar de la pobreza a 10.000 obreros indonesios que los fabrican. Pero son las fábricas de productos ‘Todo a 1000’, unas gestionadas y explotadas por empresas chinas y otras por empresarios extranjeros, las que peores condiciones tienen. La presión para abaratar los precios es mayor y detrás del negocio suelen estar compañías desconocidas que no tienen que cuidar su nombre. El lema es producir mucho, barato y rápido. Los accidentes entre las trabajadoras o incendios como el que ocurrió recientemente en una nave de Shenzhen en el que perdieron la vida 80 personas, son contingencias cotidianas. La política de contratación en estos talleres del ‘Todo a 1000’ es no admitir a mujeres mayores de 25 años, pero en ocasiones los gestores se saltan su propia regla si la candidata tiene hijos pequeños dispuestos a sumarse a la cadena de producción sin cobrar nada a cambio. Las madres sí cobran, pero el sistema leonino de sanciones tiende a reducir su retribución a unos cuatro dólares al mes: se recorta la paga de una hora por cada minuto de retraso en el trabajo, se penaliza con otras cinco horas las ausencias para ir al servicio o se retira completamente la mensualidad a las que se comporten de un modo incorrecto”. Maquilas de ropa, de plásticos, de químicos, de accesorios electrónicos, de alimentos, de implementos deportivos, de calzado, de juguetes... Maquilas en China, Corea, Vietnam, 19 Indonesia, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala, Panamá, República Dominicana, México..., en países en los que las políticas para aumentar la productividad se traducen en la producción acelerada de pobres y más pobres. Se calcula que sólo en México, más de un millón de trabajadores, en su mayoría mujeres, trabajan en cuatro mil maquilas ubicadas preferentemente en la frontera con Estados Unidos. El capital transnacional, sin Patria, sin Dios y sin corazón, busca las mejores condiciones para abaratar costos y maximizar las ganancias. En estos países empobrecidos, donde abunda el desempleo y la miseria, los empresarios pagan salarios diez veces mas bajos que en sus países. Además, los gobiernos para atraer capital, se hacen la vista gorda frente a las violaciones de la legislación laboral, ambiental y de los derechos humanos. No hay puesto para embarazadas ni tampoco pueden embarazarse mientras trabajan. No se les permite organizarse para defender sus derechos esenciales. Se les prohíbe hablar entre sí y sólo cuentan con dos descansos de diez minutos, uno en la mañana y otro en la tarde, que deben aprovechar para ir al baño. El 87 por ciento de las maquileras son mujeres. La mayoría entre 16 y 30 años. Los empresarios las prefieren así, para pagarles bastante menos que a los hombres por realizar las mismas tareas. Además son más “dóciles” y soportan sin quejarse todo tipo de humillaciones y ofensas. Las agresiones síquicas, físicas y sexuales son normales... b) Violencia en el hogar La cultura machista y patriarcal es otra fuente importante de violencia contra las mujeres 2. “Porque te quiero, te pego...¡Cuanto más te quiero, más te aporreo!”, “Cada cierto tiempo es muy saludable darle una paliza a tu mujer. Si tú no sabes por qué..., ella sí lo sabe” “Todas las mujeres que están bajo mi techo...¡van al lecho!”. Refranes y expresiones como estas muestran la deshumanización de una cultura que considera que las mujeres son seres inferiores o incluso meras siervas para el trabajo y el placer. Los hogares no son, ni mucho menos, reductos seguros contra la violencia: En América Latina, el 30 por ciento de las niñas y el 15 por ciento de niños, de todas las clases sociales, han sido víctimas de incesto, casi siempre por sus padres o padrastros. En Ciudad de México, cada cinco minutos es violada una mujer. En Estados Unidos, cada minuto es violada una mujer. En Sudáfrica, cada minuto son violadas cinco mujeres. Siete de cada diez mujeres ecuatorianas casadas, reciben maltratos físicos de sus maridos. En Paraguay, una mujer es asesinada cada diez días. En la mayoría de los casos, el asesino es su pareja o un familiar que la golpeaba habitualmente. En Ciudad Juárez, México, han sido asesinadas unas 300 mujeres en los últimos años. En Estados Unidos, sólo en 1992, se contaron 5.373 asesinatos de mujeres, en la mitad de los casos víctimas de sus esposos o de un hombre con quien habían mantenido relaciones. Cada cinco días una mujer española muere a causa de la violencia doméstica. En Inglaterra, cada tres días, una mujer muere a manos de su compañero sentimental. En Canadá, dos de cada tres mujeres asesinadas fueron víctimas de su pareja masculina. En América Latina y El Caribe, el feminicidio representa la quinta causa de muerte entre las mujeres. 2 Algunos datos de esta parte han sido tomados de diferentes micros de Radialistas Apasionadas, un programa producido por www.radialistas.org y enviado por [email protected] 20 c) Violencia contra las culturas y la naturaleza Violencia que no sólo se ceba contra las personas, sino que descarga toda su furia contra las culturas y contra la propia naturaleza. La cultura imperial asfixia las culturas locales. Hay poco espacio para la diversidad. La dictadura del pensamiento único y la colonización de las mentes se imponen con fuerza sobre pueblos y países. Las expresiones propias, la determinación de recorrer los propios caminos se consideran “incultas”, “incivilizadas” o incluso “sospechosas”. Nadie se duele por la desaparición de lenguas y culturas milenarias: En Asia (Peresson 1998, 70) “hay 2.000 lenguas, 2.000 en África, 1.300 en el Pacífico y casi 1.000 en América, pero de todas las lenguas del mundo, al parecer, la mitad habrá muerto antes de que pase una generación. Se imponen lenguas y se imponen culturas... La muerte de una lengua, con sus destrezas y retóricas, con sus rezos, sus poemas y sus cantos, es tan grave como la muerte de una especie viviente”. Y las especies vivientes mueren a un ritmo aterrador. Si se calcula que, entre 1500 y 1850, desapareció una especie viviente cada diez años, y entre 1850 y 1990 una especie por año, a partir de 1990 empezó a desaparecer una especie por día. Aire, mares y ríos están heridos de muerte. La tierra languidece y se rebela ante tanta violencia y tanto maltrato. El clima del mundo se altera cada vez más 3: el año pasado fueron las devastadoras inundaciones en Alemania, Austria, la República Checa y otros países de Europa Central. En el año 2003, una ola de calor asfixió al viejo continente. Se calcula que, sólo en Francia, murieron varios miles de personas por las altas temperaturas. Los aerosoles y refrigerantes destruyen la capa de ozono que nos protege de los rayos ultravioletas. Aumentan las enfermedades de cáncer de la piel, las cataratas, se debilita el sistema inmunológico y se inhibe el desarrollo de plantas y animales. Los científicos pronostican que el agujero en la capa de ozono sobre la Antártida alcanzará en 2004 un tamaño récord de 28 millones de kilómetros cuadrados, más grande que todo el territorio de América Latina. Los gases provocados por el petróleo y el carbón provocan el efecto invernadero. Más contaminación significa menos agua, más sequía, menos bosques, más desiertos, menos vida. Las talas indiscriminadas para sacar madera o para el uso de ganadería y agricultura, la minería, los grandes embalses, la construcción de autopistas y carreteras..., están acabando con los bosques. La mitad de los bosques húmedos que una vez cubrieron la tierra, unos 29 millones de kilómetros cuadrados, han desaparecido. Setenta y seis países han perdido ya todos sus bosques primarios, y otros 11 pueden perderlos en los próximos años. El ritmo de destrucción de las selvas amazónicas, verdadero pulmón de la humanidad, creció 40% entre 2001 y 2002. Hoy, como todos los días del año, desaparecerán 50 mil hectáreas de bosque húmedo. Cada hora es arrasada un área equivalente a unos 600 estadios de fútbol. La tierra se recalienta y se multiplican vorazmente los desiertos. El agua, recurso vital por excelencia, es cada vez más escasa y está más contaminada. El 60% de la población mundial carece ya de agua potable y las aguas contaminadas ocasionan cada año la muerte 3 Los datos que siguen han sido tomados de distintos programas de Radialistas apasionadas y apasionados, enviados por [email protected] , que utilizaron la fuente www.terra.com.mx/tecnologia/articulo/120054/ 21 de 9 millones de personas. Para el año 2025, dos terceras partes de la humanidad no tendrán una gota de agua para beber, y se augura que las guerras del futuro serán por la posesión del agua. El hombre ha olvidado que la naturaleza no le pertenece, sino que él pertenece a la naturaleza. Por primera vez en la historia, la destrucción del planeta es una posibilidad real. Y ciertamente la amenaza no viene de ningún extraterrestre. ¿Entenderemos algún día que el ecocidio es una forma velada de suicidio? e) Violencia en los medios de comunicación Violencia brutal y sutil, cultura de la violencia, que, en su afán de ganar audiencia, los medios de comunicación social, especialmente los televisivos, la presentan como espectáculo a disfrutar. La televisión comercializa las escenas violentas y nos hace admirar a los violentos que resuelven los problemas por la fuerza. Los medios de comunicación social nos van convirtiendo cada vez más en “turistas de un mundo de angustia”. Para los medios, como ha escrito Bernardino M. Hernando( 2001, 94), “nada mejor que una buena guerra. Es decir, una guerra encarnizada, que pueda ser ofrecida cada tarde a los televidentes como la mejor película a que se puede aspirar... La guerra tiene una larga y pesada carga de fascinación. Todos sus horrores tienen el satánico atractivo de la perversidad... ‘Las guerras sirven para dar de comer a los telediarios’, dice un personaje de El Roto. Y el personaje es un múltiple herido de guerra con ruinas al fondo...Por lo demás, nada tan productivo como una guerra. Ya se sabe hasta qué punto una economía tan escandalosamente fuerte como la de USA depende de la guerra. Pero es que además en la guerra se perfeccionan los sistemas médicos de urgencia, avanza la cirugía de un modo asombroso, se perfecciona la traumatología, surgen resplandores lingüísticos nuevos, se afinan y embravecen, a partes iguales, los periodistas de toda laya (quiero decir de prensa escrita, radio y televisión), aprenden los políticos y los militares, mientras los filósofos aguzan el ingenio para filosofar sobre el horror de manera tal que el horror de la guerra se convierte en objeto placentero del ingenio filosófico ”. Violencia en los telediarios y en las primeras y últimas planas de los periódicos. La violencia fascina y vende, por eso la vida normal o los sucesos positivos no son noticia. El espectáculo predomina sobre la noticia. Cuanto más horroroso, más depravado o más brutal sea, mejor. Violencia en las películas, en los videojuegos, en los dibujos animados. Se calcula que un niño (Mardomingo 2002, 90) “ve en un año unas 2.000 muertes violentas, más numerosísimas agresiones y situaciones amenazadoras. A más horas de contemplación pasiva de la tele, más agresividad de adulto. El bombardeo, prácticamente continuo de imágenes donde los protagonistas emplean la violencia como medio natural para conseguir las cosas y doblegar la voluntad del otro, transmite un mensaje de desprecio total hacia los sentimientos de los demás y de frialdad absoluta hacia el dolor del prójimo...La percepción de la realidad se produce así de una forma ‘inhumana’ y objetivadora del otro, que deja de ser sujeto sensible. El niño de esta manera no aprende a distinguir lo que está bien de lo que está mal, lo que son comportamientos humanos al servicio de la vida y lo que son conductas inhumanas, depredadoras”. Para corroborar sus planteamientos, Mardomingo cita un extenso estudio sobre la violencia en la televisión realizado en Estados Unidos que llega a las siguientes conclusiones: 22 “1.- La violencia televisiva favorece las actitudes antisociales en los televidentes. 2.-Las tres consecuencias más destacadas de la violencia en la televisión son: a) Aprendizaje de conductas y actitudes agresivas. b) Insensibilidad ante la violencia ejercida sobre los demás. c) Miedo a ser víctima de la violencia. 3.-Las formas de violencia más peligrosas son las que incluyen escenas eróticas y de desprecio hacia las mujeres”. La televisión se ha convertido en (Frabboni, 2001, III, 180) “el juguete preferido de los niños, su mundo de experiencia, el que ocupa su tiempo...Los medios de comunicación le capturan, pero al mismo tiempo le imponen una ideología, una visión del mundo, le atraen hacia la sociedad de la técnica y el consumo. El universo infantil se hace cada vez más dependiente de instituciones lejanas, incontrolables, contra las cuales ya no sirve la rebelión, persuasivas y seductoras, que le hunden cada vez más en las arenas movedizas de la dependencia...Su destino está señalado: será un hombre-masa en la sociedad de consumo”. Neil Postman llega a afirmar que la televisión ha acabado con la infancia, entendida como la edad de la inocencia, territorio vedado a los secretos del mundo. Si antes los niños crecían alejados de los misterios de la sexualidad y de la muerte, hoy los niños se asoman desde sus cunas a escenas muy crudas de sexo y de violencia, y se adormecen arrullados por el traqueteo de una ametralladora que llena de sangre la pantalla y siembra la muerte a su alrededor. La adicción a la televisión crea incomunicación e insensibilidad. Los niños televisivos son muy frágiles emotiva y moralmente, pobres en relaciones sociales, en libertad de acción, en invención lúdica y fantástica. Crecen solos, sin padres ni amigos, educados por el televisor que es su principal maestro y del que cada día se vuelven más dependientes (Se calcula que los niños latinoamericanos pasan el doble de horas frente al televisor que las que pasan en la escuela). La sociedad del espectáculo genera conductas pasivas y agresivas. Agresión que es reforzada por esa cultura de la competitividad extrema que, sobre todo en los países más desarrollados, está sometiendo a los niños y a los jóvenes a un ritmo de trabajo agobiador, sin tiempo para el disfrute y el encuentro. Una especie de esclavitud también, aunque de signo radicalmente opuesto a la que comentamos anteriormente. Las agendas diarias de algunos niños y jóvenes dan pánico: Se levantan antes de que amanezca, y sin desayunar ni saludar o despedirse de los padres, corren para agarrar el autobús que los llevará al colegio. Clases y más clases, la mayoría aburridísimas y en las que se exige aprender cosas sin sentido y con estructuras autoritarias y violentas, pero que hay que soportar “portándose bien” para no ser castigado, sacar buenas notas y así poder competir con los compañeros y lograr más tarde un cupo en la universidad o en el campo de trabajo. Un breve recreo para engullir apresuradamente un bocadillo o unas empanadas con un refresco, y clases y más clases. Almuerzo calentado en el microondas y tragado frente al televisor posiblemente solo, pues los padres trabajan y almuerzan fuera, o están separados, y a 23 alistarse para las clases especiales en la tarde de natación, música, inglés, computación, o refuerzo personal de las clases de la mañana...Regreso a la casa para hacer las tareas o estudiar para los exámenes y distraerse un rato con algún videojuego, chateando o navegando por internet o viendo en el televisor, mediante el zapping, trozos de algún programa trivial, deportivo, erótico o violento... A todo esto, tal vez tendremos que añadir la asistencia pasiva y sin terminar de comprender a la desestructuración y rompimiento de la familia, con el espectáculo cotidiano de peleas, caras largas y silencios No es de extrañar, en consecuencia, que en los fines de semana o cuando se les presenta alguna oportunidad, se dediquen a buscar frenéticamente “sensaciones fuertes” en el licor, el sexo, las drogas..., y que cada día aumente vertiginosamente el estrés, ahora también entre los niños y los jóvenes, y que resulten cada vez más comunes y preocupantes los brotes de violencia escolar, familiar, racista, xenófoba, deportiva..., que no sólo expresan un malestar generalizado y un deterioro de la convivencia, sino que manifiestan una tremenda inseguridad y miedo a enfrentar la vida. 24 3.-Educación que enseñe a vivir humanamente “Si queremos un mundo de paz y de justicia, hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor” (Antoine de Saint Exupery) En este contexto de deshumanización y de violencia generalizada que acabamos de presentar, el objetivo de toda genuina educación, sobre todo de una educación profética, no puede ser otro que recuperar la dignidad de las personas y enseñar a vivir humanamente. Educación para despertar a la gente, para ayudarles a ver y a mirar, para quitarles las vendas de los ojos, para producir compasión y misericordia. Educación que recupere la aventura apasionante de llegar a ser persona, de volver a poner de moda el ser humano. Como ha planteado Fernando Savater (1999), “la principal tarea de la humanidad es producir más humanidad. Lo principal no es producir más riqueza o desarrollo tecnológico, todas esas cosas que no son por otra parte, desdeñables, sino que lo fundamental de la humanidad es producir más humanidad, es producir una humanidad más consciente de los requisitos del ser humano”. Esta es la tarea esencial de la educación, una educación que, en palabras de Mounier, despierte al ser humano que todos llevamos dentro, nos ayude a construir la personalidad y encauzar nuestra vocación en el mundo. Se trata de desarrollar la semilla de uno mismo, de promover ya no el conformismo y la sumisión, sino de darle alas a la libertad. Se trata, en definitiva, de aprender a vivir como seres humanos, de aprender a amar y ser libres, de (Habermas 1989) despertar una nueva conciencia “encaminada a la transformación de una sociedad supertecnificada e irracional en una sociedad humana y racional, en la que los hombres sean capaces de determinar libremente cuál es el sentido de sus vidas, cómo quieren vivir”. Vivir es hacerse, construirse, inventarse, desarrollar los talentos y posibilidades, llegar a ser auténticamente libre. Nos dieron la vida, pero no nos la dieron hecha. En nuestras manos está la posibilidad de gastarla en la banalidad y la mediocridad, o de llenarla de plenitud y de sentido. Podemos aumentar la violencia o ser constructores de paz; vivir negando y destruyendo la vida, o vivir defendiendo la vida, dando vida. Hoy son muy pocos los que se atreven a plantearse con seriedad y radicalidad hacer el camino de su vida y caminarlo con honestidad y responsabilidad. Piensan que vivir es seguir rutinariamente los caminos que marcan las modas, las propagandas, el mercado, las costumbres, los dirigentes, una religiosidad desencarnada, hecha a la medida de sus temores y caprichos. El conformismo, el gregarismo, el consumismo, la superficialidad y la imitación se imponen como medios de alcanzar la plenitud y obtener la felicidad. “La observación y la experiencia -escribe el psiquiatra Manuel Barroso (1987, 108)- me han llevado a la creencia de que la mayoría de los humanos viven y mueren ajenos a sí mismos, a saber quiénes son. Ignoran su identidad, sus objetivos, sus necesidades o para qué y por qué viven. Para muchos, se vive porque no hay más remedio, porque sucede así...Las ciudades modernas, con todos sus recursos, con sus estructuras impresionantes de cemento y cabilla, desfile de personalidades, celebración de grandes eventos, crímenes y violencia, son poco menos que cementerios donde yacen millones de personas –vivos muertos- 25 anestesiados con slogans comerciales de medios de comunicación que venden imágenes y comodidad a colores. Por lo demás, la rutina de cada día es, para la mayoría, el mismo fastidio: dormir, comer, defecar, trabajar, consumir, casarse, divorciarse, hacer dinero, pagar impuestos, comprar, intoxicarse, competir, celebrar nuevos cumpleaños, llorar, sufrir, andar en el tráfico, sin medio minuto para tomar conciencia de quiénes son o qué quieren. Y así viven, así les sobreviene la muerte, después de una vida muerta en el anonimato, sin haber sabido y degustado el placer de estar vivos”. La educación profética y humanizadora, que tanto necesitamos debe enseñar a vivir, a defender la vida, a asumirla como tarea, como proyecto. El proyecto debe responder al sueño que uno tiene de sí mismo, anticipar la persona que uno puede llegar a ser. Educar es ayudar a cada alumno a conocerse, valorarse y emprender con honestidad el camino de la propia realización. El único conocimiento realmente importante es el conocimiento de sí mismo: “Conócete, quiérete, sé tú mismo, atrévete a vivir, a amar y a ser libre”, se debe convertir en el objetivo esencial de todo auténtico educador, de todo educador profeta. Desarrollemos con un poco más de precisión estas ideas. 3.1.-La vida como don Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso –reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes, fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende. (Eduardo Galeano, El libro de los abrazos). Cada persona brilla con luz propia, es un fuego único, no hay dos fuegos iguales. Nos prendieron a la vida sin pedirla, ni merecerla, y en nuestras manos está la posibilidad de vivir calentando corazones y alumbrando caminos, o vivir quemando esperanzas y sembrando la muerte. La vida es el don más maravilloso, basamento de todos los demás, que nos fue dado graciosamente, como el más sublime de los regalos. Nadie de nosotros pudimos elegir nacer o no nacer, ni tuvimos la posibilidad de escoger nuestra forma física, nuestro tamaño, el color de nuestros ojos, la textura de nuestra piel, los grados de nuestra inteligencia. Tampoco pudimos seleccionar a nuestros padres, ni el país donde íbamos a nacer, ni el tiempo o el contexto histórico. Somos personas, únicas e irrepetibles, con un cuerpo propio, unos sentimientos, unas aspiraciones y unos sueños que son sólo nuestros. Nacimos en un determinado contexto cultural, que marca lo que somos y hacemos, lo que pensamos y creemos. Somos hijos de una familia concreta y de un país que debemos conocer, respetar y querer. 26 De ahí la necesidad de una educación que cultive en todos nosotros la capacidad de asombro, de agradecimiento y de humildad. a) Cultivar el asombro Somos un misterio entre misterios, en un mundo de sorpresas y de asombros. Todo, desde la célula y el átomo que escapan a la percepción de nuestra mirada hasta ese océano de estrellas, más numerosas que las arenas de los mares, es un misterio inexplicable. Como decía Einstein, podemos vivir como si no existiera el misterio, o vivir como si todo fuera misterio. La cultura light nos lleva a admirar y ponernos de rodillas ante las baratijas y objetos que continuamente crea y recrea el mercado para atrapar nuestro corazón, y somos incapaces de contemplar asombrados el profundo misterio que se oculta en todo: en la mera existencia de una piedra o de una gota de agua, en el inexplicable prodigio de la vida, tan variada y sorprendente. Algunos biólogos hablan de que existen unos cinco millones de especies vivas en nuestro planeta, desde las inmensas ballenas hasta los microorganismos invisibles. Nada ni nadie explica nuestra existencia, la existencia de los demás, la existencia del mundo. Todo es milagro a nuestro alrededor. Todo vocea y canta el sublime don del amor. Nos dieron graciosamente la vida para disfrutarla y disfrutar de toda la creación, para gozar de la canción de la brisa, la sinfonía de la lluvia, el murmullo del agua entre las piedras, el griterío de los bosques estremecidos de viento. Vida para saborear las caricias del sol en la piel, los besos callados de las flores, las sonrisas de los ancianos y los niños, para estremecernos ante el paisaje increíble que en cada amanecer pintan para cada uno de nosotros los dedos de Dios. Arrojados a una vida de asombros, cada uno de nosotros es un montón de prodigios. Somos, en primer lugar, cuerpo. Aunque hay muchos cuerpos sin vida, no es posible la vida sin cuerpo. La vida se hace, se siente, se disfruta y se sufre en el cuerpo. Nuestro cuerpo es lo que los demás perciben de nosotros, nuestra primera tarjeta de presentación. Somos cuerpo que debemos conocer, querer, cuidar, respetar, sin esclavizarnos a él, sobre todo en estos tiempos de avalanchas de ofertas milagrosas de belleza y la invasión de productos que venden la ilusión de un cuerpo perfecto y el sueño de una eterna juventud. Nuestro cuerpo son los ojos que se abren a la luz para contemplar la belleza del universo. Ojos capaces de captar el increíble misterio que se revela y se esconde en una noche estrellada, en una mirada de inteligencia y amor, en el vuelo de un diminuto colibrí que bate sus alas 70 veces por segundo, en el incansable movimiento de los océanos y mares, en la más tímida flor que nos asoma al misterio insondable de la vida. Como dice un proverbio oriental, “si miras un árbol y sólo ves un árbol, no sabes observar. Si miras un árbol y ves un misterio, eres buen observador”. Ojos con capacidad de contemplar el dolor ajeno, el rostro de la opresión y la injusticia, los destellos de bondad y generosidad de tantas personas buenas. Ojos que pueden ofrecerse para ser luz, para alumbrar caminos de esperanza, para ayudar a ver la realidad sin miedo. Ojos donde las personas pueden mirarse y verse valiosas y acogidas o sin valor y rechazadas. Ojos que expresan vida, avidez de vivir, o cansancio y desprecio de sí mismo. Los ojos (Barroso1987, 11) “son las ventanas del cuerpo y, junto con la totalidad de la cara, tienen un significado muy especial, cuando 27 se trata de autoestima. Dar la cara es responder por uno mismo, ser responsable. Los ojos expresan vida o muerte, excitación o pasividad, ternura o desprecio. Los ojos son puertas de la autoestima”. Nuestro cuerpo son los oídos con los que podemos disfrutar del canto de los pájaros, los gorjeos y risas de los niños, la sinfonía de los océanos, el bramido de las tormentas, la melodía de las palabras de amor. Oídos para escuchar los lamentos de los pobres, el griterío de la miseria, los quejidos de la tierra malherida, los rugidos de la violencia y de las guerras. Oídos abiertos al silencio en el que es posible oír las ásperas voces de las rocas, las conversaciones de las mariposas, la canción de los desiertos y montañas. Oídos para escuchar nuestros miedos, nuestras inseguridades, lo que ocultamos detrás de las palabras, los ritos, los rezos y oraciones. Nuestro cuerpo es la lengua para hablar palabras de vida, de aliento, para calentar corazones, para construir encuentros, para cantar y expresar el amor. Nuestro cuerpo es el olfato con el que podemos disfrutar del olor de las mandarinas, piñas y guayabas; el aroma de los pinos, las rosas y azucenas; y embriagarnos con la respiración fuerte de los mares y la suculencia exquisita de los platos preferidos. Olfato capaz de percibir la fetidez de la miseria inhumana, la hediondez de la sangre derramada por la violencia y de la tierra arrasada por las bombas. Capaz de percibir el olor a podrido que desprenden algunos cuerpos bellos y bien cuidados, cubiertos de joyas y perfumes, que levantaron sus riquezas de la explotación, la corrupción, el robo, la rapiña. Olfato para saber apreciar el olor bueno, a santidad, de tantos cuerpos envejecidos por el trabajo, la entrega y el servicio. Nuestro cuerpo son las manos, con las que podemos recorrer y acariciar la insondable geografía de un cuerpo amado, y palpar el estremecimiento de la piel, la rugosidad de las rocas, el escalofrío del terciopelo. Manos para tenderlas al necesitado, para levantar al caído, para acortar distancias, fabricar puentes, expresar perdones. Nuestro cuerpo son los pies con los que podemos acudir al encuentro del hermano, recorrer caminos de vida, abrir rumbos a la esperanza y al amor. Nuestro cuerpo son los órganos internos, que calladamente purifican la vida, la alimentan, la recrean. Es el corazón, ese obrero ejemplar, que trabaja día y noche sin tregua ni reposo, avivando el incansable caminar de la sangre. Es el sexo, con su poder divino de recrear la existencia y multiplicar la vida. Nuestro cuerpo es un cuerpo alimentado por el espíritu, con capacidad para recordar rostros y palabras, para resucitar del pasado acontecimientos y experiencias. Capaz de soñar e imaginar lo nuevo, de sobreponerse a las dificultades y levantarse sobre los hombros de las propias debilidades, de inventar y crear, de recrearse permanentemente, y de recrear el mundo y construir la civilización del amor. Cada persona es un cúmulo insondable de realidades y posibilidades. Nadie debería sentirse desvalido y sin importancia. Todos somos un montón de maravillas, tenemos, 28 como personas, un valor invalorable. Si además de esto, tienes comida en la nevera, ropa en el armario, un techo sobre tu cabeza, y un lugar donde dormir, eres más rico que el 75 % de la población mundial. Si guardas algo de dinero en el banco o en tu cartera, perteneces al grupito de privilegiados. Si estás leyendo este libro, eres de los poquísimos en el mundo que puede disfrutar de la lectura y de los bienes culturales. Todos, además, somos infinitamente queridos por un Dios Misericordioso y Bueno, que nos llamó a la vida por amor, nos regaló toda la naturaleza y nos llama a ser felices. El que cree en esto, es imposible que se sienta solo, insignificante o sin valor. De ahí la necesidad de recuperar el asombro y el agradecimiento. Helen Keller, una mujer que amó la vida con pasión, y que siendo ciega, sorda y muda, llegó a ser una intelectual sabia y una escritora exitosa, nos propone un ejercicio muy sencillo para que seamos capaces de apreciar nuestros dones y de disfrutar de todas las maravillas del universo. Nos dice que sería bueno que, al comienzo de su juventud, todo ser humano se quedara ciego y sordo por unos pocos días. La oscuridad le haría apreciar más el don de la vista, y el silencio le enseñaría los deleites del sonido. No podía entender cómo era posible que, cuando le preguntó a una amiga qué había visto en su paseo por el bosque, le pudiera responder: “Nada”. Ella desde su ceguera, era capaz de percibir con su tacto la delicada simetría de una hoja, el tronco liso de un abedul, la áspera corteza de un pino, o la ternura de un nuevo retoño. Por ello, escribió estas luminosas palabras: “Yo, que soy ciega tengo un consejo para los que pueden ver: usen sus ojos como si mañana fueran a perder la vista. Y hagan lo mismo con los demás sentidos: escuchen la musicalidad de las voces, los trinos de los pájaros, los poderosos acordes de una orquesta, como si el día de mañana fueran a quedarse sordos. Toquen y acaricien cada objeto como si mañana fueran a despojarlos del sentido del tacto. Huelan el delicado perfume de las flores, deléitense con el sabor de cada bocado, como si nunca más pudieran volver a oler ni a paladear nada”. b) Cultivar el agradecimiento Del reconocimiento de lo maravillosos que somos todos y cada uno de nosotros, de los innumerables asombros y prodigios que nos rodean y que nos han regalado gratuitamente, por amor, debe brotar un profundo agradecimiento. Deberíamos vivir todos en estado de asombro, de alegría, de agradecimiento. Cantándole a la vida con la pasión agradecida de Mercedes Sosa: Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me dio dos luceros que cuando los abro perfecto distingo lo negro del blanco y en el alto cielo su fondo estrellado y en las multitudes al hombre que yo amo. 29 Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado el oído que en todo su ancho graba noche y día grillos y canarios martillos, turbinas, ladridos, chubascos, y la voz tan tierna de mi bien amado Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado el sonido y el abecedario con él las palabras que pienso y declaro madre, amigo, hermano y luz alumbrando la ruta del alma del que estoy amando. Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la marcha de mis pies cansados con ellos anduve ciudades y charcos playas y desiertos montañas y llanos y en la casa tuya tu calle y tu patio. Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me dio el corazón que agita su canto cuando miro el fruto del cerebro humano cuando miro al bueno tan lejos del malo cuando miro el fondo de tus ojos claros. Gracias a la vida que me ha dado tanto. 30 Me ha dado la risa y me ha dado el llanto así yo distingo dicha de quebranto los dos materiales que forman mi canto el canto de ustedes que es el mismo canto y el canto de todos que es mi propio canto. Gracias a la vida... d) Cultivar la humildad Asombro, agradecimiento y humildad. Humildad del mendigo que reconoce que nada tiene, que no se siente superior a nadie, que es capaz de agradecer lo que se le brinda. ¿Cómo vamos a enorgullecernos de lo que no es nuestro, de lo que se nos ha dado? No es mérito alguno nuestro si somos inteligentes, fuertes, guapos, si hemos nacido en una familia acomodada que nos pudo brindar cariño, protección, buena educación. No somos superiores al que no ha recibido tanto como nosotros, ni ha tenido las mismas oportunidades. ¿Hemos pensado alguna vez qué sería de nosotros si hubiéramos nacido en un rancho destartalado, de un padre borracho y de una madre que para podernos alimentar tuvo que saltar de cama en cama; o si hubiéramos nacido esclavos, o en un país miserable, sin futuro ni horizontes? ¿Nos hemos imaginado ciegos, paralíticos o con alguna enfermedad incurable? Sin duda alguna, somos unos privilegiados a los que se nos ha dado mucho. En consecuencia, debemos mucho a los demás. Se nos ha dado mucho para que lo pongamos al servicio de los que no recibieron tanto como nosotros. Nuestra vida debería ser una oración de humilde agradecimiento: Señor, todo lo hemos recibido de tu amor, todo es regalo tuyo, todo es expresión de tu ternura, de tu bondad infinita. Gracias por habernos dado la vida, tu misma vida. Gracias por nuestras familias, tu misma familia. Gracias por todos los amigos, tu misma amistad. Todo nos lo has regalado tú: la primera estrella, el primer átomo, la primera caricia de la primavera. 31 Tú nos has enseñado el camino, para ser recorrido sin mirar atrás. Tú nos has ofrecido la verdad, para ser proclamada a los cuatro vientos. Gracias por no estar nunca lejos, por el niño que acaba de nacer, por el que ha muerto y tú le esperas, por el que vive ofreciendo su vida. Gracias, Señor, por los miles de detalles de tu amor, por estar de corazón en cada cosa. Gracias por el fondo del mar, por la lluvia de esta mañana. Amén. (F. Cerro) 3.2.-La vida como proyecto: Alcanzar la plenitud Nos dieron la vida, pero no nos la dieron hecha. Los seres humanos somos los únicos que podemos labrar nuestro futuro, que podemos inventarnos a nosotros mismos. Somos seres históricos, nacemos como proyecto de existencia, la vida se nos ofrece como la tarea apasionante de llegar a ser persona. La persona (Moingt 1995, II, 213), “se construye en el tiempo, mediante el trabajo de la libertad y la relación con otro, por consiguiente también mediante la intervención del otro en el esfuerzo de cada uno para llegar a la verdad de su yo. De un lado, la persona se hace, no es de una vez por todas, deviene, no existe más que a fuerza de devenir, es un producto de la conciencia, de la libertad y de la historia...El ser humano nace con la vocación de llegar a ser persona; vocación que pertenece a su naturaleza, como una tarea a cumplir. Lo propio del ser humano es no permanecer como llegó al mundo, sino descubrir en su naturaleza una llamada a llegar a ser otro, a llegar a ser lo que no es aún, a proporcionarse a sí mismo lo necesario para nacer a sí mismo como sujeto; forma parte de su naturaleza ser autocreador de sí mismo” . A diferencia de los seres humanos, los animales están encerrados en los límites de sus códigos genéticos. En cierto sentido, nacen ya hechos; están programados, no tienen libertad para decidir su destino. No son capaces de reflexionar sobre sus vidas, ni tienen conciencia de que un día morirán. No son, en consecuencia, seres históricos, ni éticos. No son responsables de sus actos. Los seres humanos, sí. Por ello, la historia de la humanidad, en palabras de Marina (2001,20) es “la crónica de la grandeza y también de la estupidez y de la crueldad. Hemos creado los instrumentos de música y los de tortura, la generosidad y el asesinato”. Abundan los tiranos y los opresores, pero también los santos, los héroes, que han sido capaces de dar su vida por defender la de los demás. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizás mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? 32 Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración. (Víctor Frankl) Somos creadores de nosotros mismos. Todo ser humano está dotado de la capacidad de transformarse interiormente, de modificar su manera de pensar y de vivir. La vida es un viaje y cada uno puede decidir su destino. Podemos dirigir la vida hacia la cumbre o hacia el abismo, hacia la paz o el desespero, hacia la felicidad o el sufrimiento. La herencia o nacimiento biológico nos da el ser, pero no el modo de ser. Vivir es ponerse en camino para llegar a ser uno mismo, para que el ser humano florezca en plenitud. “La canción que vine a cantar...aún no le he cantado”, dice el verso de Rabindranath Tagore. Todos venimos a este mundo con un sentido y una misión. Lo sabemos en el fondo del alma, y anhelamos descubrir ese sentido y cantar esa canción. Desgraciadamente, cada vez menos personas se arriesgan a intentar descubrir cuál es su sentido y su canción, y mueren sin haberla cantado. Cantaron, tal vez, las canciones que otros les pusieron en sus labios, pero no la suya. Pensaron que vivir era imitar o copiar, dejarse llevar por la corriente. Se dejaron hacer. No se atrevieron a ser ellos, a vivir su propia aventura. Se dedicaron a ganar dinero, poder, conocimientos, a amontonar cosas, a representar el guión que otros escribieron. No se dedicaron a ser, no se plantearon escribir sus propias vidas y mucho menos hacer de ellas una verdadera obra de arte: Vivir (Marina, 2001, 13) “es más parecido a escribir. La vida no discurre como un río, sino como una narración...Tenemos que decidir el proyecto, el argumento, el estilo...Mantener el buen estilo en el escribir o en el vivir es un alarde de talento creador...Nos pertenece el copyright...(pero) muchos renuncian a su condición de autor, para convertirse en robot, plagiario o marioneta”. Moldear el propio futuro supone coraje, vencimiento, perseverancia. Hoy hace falta mucho valor para enfrentarse con firmeza a las dificultades y navegar contracorriente. Valor para atreverse a ser auténtico, en un mundo que propone la imitación y la cobardía como ideal de vida. No hay victoria sin esfuerzo y lucha; para vencer hay que persistir. Como dice un viejo refrán “Dios ayuda al que se ayuda”. Hay que amar la vida y vivirla con ánimo y con ilusión para ser capaz de enfrentar todos los problemas y dificultades. Vivirlo todo con intensidad, hasta el dolor y las desgracias. “La vida vale la pena y hasta valen las penas de la vida” (Savater). Amar todo lo que somos y todo lo que nos sucede. Amar incluso la parte sombreada, negativa, de nuestro corazón. Todos estamos habitados por fuerzas positivas y por fuerzas negativas, podemos hacer el bien o el mal, reforzamos con nuestra conducta la cultura de la muerte o hacemos brotar la vida. Dentro de cada uno de nosotros está el cielo y el infierno. En palabras de Cabarrús (2003, 14) , todos tenemos una “realidad golpeada, herida, vulnerada, pero también un potencial, unas fuerzas, un pozo de posibilidades, un conjunto de fuerzas positivas...¡Y estos son los dos rostros del corazón de la persona humana! Es la mezcla de esas dos realidades lo que hace que cada persona sea ella misma. Es el interactuar de la parte vulnerada y el potencial de posibilidades, lo que va dando la identidad a la persona, y en donde puede ir descubriendo cuál es el sentido de su 33 vida y cuál es su tarea en la historia”. Las heridas nos impulsan a obrar como no querríamos, nos arrastran al egoísmo y la cólera, nos dejan el corazón vacío y lleno de zozobra. Son días en que la vida nos pesa, nos jala para abajo, en que, para decirlo con los versos de Pablo Neruda: Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro, navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Pero todos contamos también con un pozo de posibilidades creadoras, de donde mana un agua fresca en la que podemos lavar nuestros cansancios, curar nuestras heridas y aliviar las de los demás. Todos podemos reconciliarnos con nosotros mismos y ser dueños de nuestros pensamientos, ideas y conductas. Podemos derrotar nuestras inclinaciones y tendencias negativas y escoger la vida: Esta mañana enderezo mi espalda, abro mi rostro, respiro la aurora, escojo la vida. Esta mañana acojo mis golpes, acallo mis límites, disuelvo mis miedos, escojo la vida. Esta mañana miro a los ojos, abrazo una espalda, doy mi palabra, escojo la vida. Esta mañana remanso la paz, alimento el futuro, comparto alegría, escojo la vida. 34 Esta mañana te busco en la muerte, te alzo del fango, te cargo tan frágil, escojo la vida. Esta mañana te escucho en silencio, te dejo llenarme, te sigo de cerca, escojo la vida. (Benjamín González Buelta) De ahí la importancia de una educación que ayude a cada persona a conocerse –sus heridas y su pozo-, quererse como es, y emprender el camino de su perfeccionamiento hacia la plenitud, convirtiendo las carencias y debilidades en retos de superación. Educación que enseñe a escoger la vida, a asumirla como proyecto y vivirlo con pasión.. El proyecto debe responder al sueño que uno tiene de sí mismo, anticipar la persona plena que uno puede llegar a ser. Pero sólo si somos conscientes de nuestras debilidades e incoherencias, y reconocemos que necesitamos la comprensión, el perdón y el amor de los demás, podremos comprender, perdonar y querer a los demás. Sólo si descubrimos que somos débiles, frágiles, carentes, podremos descubrir que todos tenemos necesidad de cariño y comprensión. Y de este modo iremos superando el peso de nuestras heridas y fortaleciendo nuestro pozo. No hay nada más insoportable e inhumano que creerse perfecto. Si alguien piensa que lo es y cree que no necesita de los demás, se vuelve un tirano. Lo mismo que si uno no se quiere, o si es incapaz de amar. 3.2.1. Alcanzar la plenitud afectiva y la verdadera alegría Llegar a ser persona plena, supone en primer lugar, alcanzar la madurez afectiva, la paz interior o paz del espíritu, la genuina libertad que implica responsabilizarse por completo de uno mismo, saber que (Savater, 1991,107) “cada uno de nuestros actos nos va construyendo, nos va inventando, nos va definiendo”. El que es libre (Trigo, 2003) ni ofende ni teme. El libre respeta, se responsabiliza de sus actos, cumple con sus deberes y obligaciones. Libertad es superación de la violencia, es pertenecer a la vida. La libertad implica ser pobre y humilde: es decir, no tener el corazón apegado a las cosas, a la ambición, al ansia de figurar o de mandar. La pobreza es estar disponible, darse, no depender de esto o aquello, para tener un contacto de corazón a corazón. El miedo a la libertad, tituló Erich Fromm uno de sus libros más famosos y pertinentes. En verdad, para ser hoy libres, hace falta mucho valor, sacudirse los miedos y levantarse con decisión a la conquista de sí mismo, lo que implica coraje para recorrer un camino de esfuerzo y vencimiento, en contra del rebaño o la manada. Algunos se llenan de cadenas y se creen libres. Piensan que son libres porque hacen lo que quieren, “lo que les da la gana”, 35 porque viven rodeados de guardaespaldas y matones, porque pueden comprar todo, hasta las conciencias, sin caer en la cuenta que viven encadenados a su capricho, su egoísmo, sus miedos, su ambición de poder o de tener. La libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en irse desatando de todas las dependencias que impiden realizarse en plenitud. Libre no es el que hace lo que quiere, sino el que quiere lo que hace, el que asume sus tareas y obligaciones con entera responsabilidad, que responde por sus actos, que hace de un modo grandioso, con amor, las cosas más pequeñas, que busca en todo la excelencia. Libre es la persona que logra desamarrarse de sus miedos y ataduras, de modo que nadie ni nada tenga poder sobre él. Libre es el que es coherente entre lo que piensa, dice y hace. Para llegar a la libertad, hay que vivir en la verdad. La verdad es camino indispensable a la libertad. Como decía el P. Kolbe, asesinado por los nazis, “para permanecer como hombres libres, debemos vivir en la verdad”. Vivir en la verdad supone paciencia y valentía, ver las cosas como son, sin prejuicios, convertir la vida en testimonio. La libertad se opone a la falsedad, la mentira, y si bien es cierto, como dijo Jesús Maestro que “la verdad les hará libres”, no es menos cierto que sólo los libres, los que no tienen el corazón apegado a nada, podrán ser verdaderos. Sólo el que ama verdaderamente podrá ser libre y sólo los libres son capaces de amar. Ser libre es estar desapegado de todo a fin de ser para el otro. Cuanto más nos damos, tanto más libres somos y más tenemos. En la lógica del tener, si damos, perdemos; en la lógica del ser, si damos, somos más. Cuanto más nos damos, más ricos nos hacemos. Cuanto más amamos, más somos. “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín, y es que si uno ama de verdad será incapaz de hacer el mal. El egoísmo, que es incapacidad de darse, de amar, es la verdadera fuente del mal y de la infelicidad. La madurez afectiva supone la superación de la dependencia, el orgullo, el conformismo, la envidia, raíces de la soledad y de la falta de alegría. La felicidad es la vocación fundamental de la persona. Dios nos soñó libres y felices. El proyecto de alcanzar la plenitud, debe coincidir con el sueño que Dios tiene sobre cada uno de nosotros, debe ser proyecto de alcanzar la felicidad. . De ahí que (Savater 1991, 144), “todo lo que lleva a la alegría tiene justificación y todo lo que nos aleja de ella es un camino equivocado. Quien no tiene alegría –por sabio, rico, guapo... que sea- es un miserable que carece de lo más importante”. No podremos hacer felices a los demás, si nosotros no lo somos. Los infelices, los que viven amargados, no sólo sufren ellos, sino que hacen sufrir a los demás. Haremos felices a los demás (Larrañaga, 2003, 22) “en la medida en que lo seamos nosotros. Amaremos realmente al prójimo en la medida en que aceptemos y amemos serenamente a nuestra persona y nuestra historia. El ideal bíblico se sintetiza en amar al prójimo como a ti mismo. La medida es, pues, uno mismo... Tienes que comenzar por ti mismo, el importante eres tú, sé tú feliz y tus hermanos se llenarán de alegría”. Todos somos peregrinos en busca de la felicidad. Pero no la encontramos porque no la buscamos donde se halla. Para conseguirla, vivimos agitados, nos angustiamos; ignoramos que la felicidad consiste precisamente en tener el espíritu en calma, en vivir en paz con nosotros mismos. Nos dejamos engañar por las promesas de los comerciantes y los falsos 36 profetas que nos incitan a postrarnos de rodillas y entregar nuestras vidas a los ídolos del consumo, el tener, el poder, el placer. Con palabras de Marina (2001,161), “identificar la felicidad con el placer es una salida demasiado tosca”. Ya decía Aristóteles que “los hombres vulgares se muestran completamente serviles al preferir una vida de bestias” y como se viene repitiendo en la historia, “el cerdo quiere una felicidad de cerdo”. La felicidad de las personas tiene que ser una felicidad humana. Según Aristóteles, “la felicidad consiste en vivir inteligentemente”, en levantarnos del mero nivel del deseo y vivir en actitud creadora, poéticamente. La alegría, para Bergson, va unida siempre a la creación. La felicidad humana implica tener un verdadero proyecto de vida: un horizonte, unas metas, saber a dónde vamos y contar con el suficiente coraje para recorrer con entusiasmo y fortaleza nuestro propio camino. La felicidad no es la meta: es el caminar que hace camino. Es una forma de viajar saliendo de uno mismo, yendo al encuentro del otro, al encuentro del amor. Donde hay egoísmo, no hay alegría. Los buenos, en cambio, suelen ser felices. Alcanzar la felicidad implica asumir el proyecto de ser bueno. 3.2.2. Alcanzar la plenitud intelectual Llegar a ser persona plena, desarrollar todos los talentos y posibilidades, supone también alcanzar la plenitud intelectual, desarrollar la inteligencia creadora, hacerse inteligente. La inteligencia es (Marina, 2001, 17) “saber pensar, pero también tener ganas o valor para ponerse a ello”. Llegar a ser inteligente supone un proceso de autoconstrucción, de desarrollo de todas las semillas y talentos de la persona. Es inteligente quien es capaz de razonar, de asumir una postura crítica frente a los hechos y la vida, de superar la cultura del rumor, de la fragmentación informativa, de la mera repetición de las “verdades publicitadas”. Es inteligente quien cultiva y desarrolla sus talentos estéticos y creativos, quien es capaz de percibir, disfrutar y producir lo bello, lo original, superando esa seudocultura que tratan de imponer los medios de comunicación, que masifica los gustos, y promueve la superficialidad, la sensiblería, la violencia y la banalidad como valores estéticos. La inteligencia supone capacidad de comprenderse, de comprender a los demás y comprender al mundo, para así poder comprometerse en la propia realización y en la recreación permanente de la realidad y de la vida para hacerlas más humanas. Es, en consecuencia, capacidad crítica, analítica, productiva, creativa, de resolución de problemas y proposición de nuevas ideas y propuestas. Ser inteligente, creativamente inteligente, implica capacidad de aprender a desaprender, aprender a aprender, aprender a comprender, y aprender a emprender, es decir, producir y crear. Esto supone, entre otras cosas, la transformación radical de la educación tradicional y la superación de las actuales escuelas que enseñan a repetir, más que a pensar, a reproducir más que a producir, a copiar más que a inventar. No se trata tanto de saber, sino de saber utilizar lo que se sabe y ponerlo al servicio de la vida. De ahí la importancia de una educación que desarrolle la inteligencia, es decir, la capacidad de leer por dentro (intuslegere), de convertir los conocimientos en propuestas, ideas, productos, soluciones. 37 Llegar a ser inteligente supone también un adecuado cultivo de la memoria, pues no hay inteligencia sin memoria. De hecho (Marina, 2001, 118), todos aprendemos desde lo que ya sabemos y sólo mediante la información que poseemos, podemos acceder a otra información: “Vemos, interpretamos y comprendemos desde la memoria, que ejerce su servicio con tal discreción que parece que no sirve para nada. Si no retuviéramos información, no podríamos enlazar lo ya visto con lo que vemos”. De ahí que la memoria “no es almacén del pasado, sino entrada al porvenir; no se ocupa de restos, sino de semillas; no es un lastre que debemos arrojar para ir más lejos, sino el combustible que nos permitirá volar”. En consecuencia, sólo es posible desarrollar la inteligencia, desde la memoria. Lo que ciertamente se debe criticar y combatir es la memorización de conceptos y textos sin entender, la acumulación de datos sueltos sin integrarlos a otros, práctica muy generalizada de la educación tradicional que, con demasiada frecuencia, confunde saber con repetir, comprensión con memorización, cuando la mera memorización es precisamente la salida que encuentra el alumno para reproducir un conocimiento que no ha comprendido. De este modo, la mera repetición de datos y conceptos no entendidos se convierte en expresión de una forma profunda de ignorancia. El maestro o profesor que califica con buenas notas a un alumno que sólo es capaz de repetir el texto de un libro sin comprenderlo, “sin poderlo explicar con sus propias palabras” está premiando el no-saber, la ausencia de inteligencia. Hoy se habla de múltiples tipos de inteligencia y se afirma que todas las personas son, o mejor, pueden llegar a ser inteligentes, pues la inteligencia se puede desarrollar y cultivar. De ahí la importancia de conocer y valorar las habilidades de cada persona para, a partir de ellas, ayudarle a desarrollar todas las demás. Para desarrollar hoy la inteligencia creadora, hay que proponerse muy en serio la multialfabetización de todos los alumnos, de modo que vayan convirtiéndose en lectores autónomos e independientes. Lectores del texto y del contexto, de la palabra y el mundo, capaces de leer e interpretar los gritos desgarradores de la realidad. Pasar de lectores pasivos o consumidores de textos, a lectores críticos de ellos y de las intenciones de sus autores. Lectores de los nuevos códigos de comunicación e información, de los lenguajes audiovisuales, en especial de la televisión, para procesar, utilizar y desmitificar las múltiples informaciones que nos lanzan, el sentido y sinsentido de tantas propuestas educativas, políticas, económicas, culturales y sociales. A pesar del discurso hoy tan generalizado del “Aprender a aprender”, la educación no termina de asumir la importancia de la lectura. 4 Si de nuestras aulas salieran alumnos lectores, a quienes les gusta leer, que necesitan leer, les estaríamos abriendo la puerta a la sabiduría. La lectura es un vehículo extraordinario para estudiar, para actualizarse y mantenerse al día, para alimentar la imaginación y la creatividad, para adquirir nuevos conocimientos, acercarse a otros pueblos y culturas, crecer como personas. Cada día estoy más y más convencido de que, por mucho que hablamos de la importancia de la lectura, no terminamos de asumirla en serio. Las escuelas se suelen dedicar a enseñar 4 Para un desarrollo más amplio del tema de la lectura y escritura, ver Antonio Pérez Esclarín, Educación para globalizar la esperanza y la solidaridad, págs. 173 y ss. Estudios y Fe y Alegría Caracas, 2002. Aquí retomo brevemente algunas de las ideas allí expuestas. 38 a leer, pero no educan para la lectura. Con frecuencia, a juzgar por las metodologías y estrategias que utilizan, educan para aborrecer la lectura. Por ello, no forman alumnos lectores, que necesitan alimentar su espíritu tanto como su cuerpo, necesitan leer, expresarse, comunicarse. Personas que abren un libro y se disponen a viajar por mundos desconocidos, a ser protagonistas de la increíble aventura de rescribirlo con la imaginación o el pensamiento. Porque cada lector, como nos ha dicho ese extraordinario escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos, rescribe el libro, lo resucita, le da vida. Cada lectura es, como en el amor, un acto de mutua posesión y entrega; porque leer es entregar y recibir; es “escuchar con los ojos” (Quevedo) y hablar con el pensamiento; es tomar y ofrecer, es vivir (se) reviviendo constantemente la propia vida que asumimos en la vida de los otros que leemos. Ningún texto se lee independientemente de la experiencia, de la vida, convicciones y creencias del lector. Por ello es imposible leer dos veces el mismo libro (si lo volvemos a leer estaremos leyendo un libro diferente) y cada lector lee, aunque sea el mismo libro, un libro distinto (cada uno lo lee desde sus saberes e inquietudes). La lectura del mundo precede siempre a la lectura de cualquier libro o texto. Es lo que con tanta insistencia repetía Freire (1984): “Leer y escribir son actividades comprometidas con el mundo y con la gente. Desgarrados del mundo, los textos no tienen sentido. La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra escrita y la lectura del texto se prolonga en la inteligencia del mundo. La lectura es un modo de vivir, una manera peculiar de ejercer la conciencia. Leer es pensar, razonar, dialogar, criticar. Leer es ejercer de crítico. No importa la cantidad de textos leídos. Lo que importa es cómo se lee. Aprender a leer es iniciar un proceso de maduración que se prolonga a lo largo de toda la vida. La lectura crítica es diálogo porque supone estar dispuesto a atender tanto los argumentos del texto como los hechos del mundo. El diálogo con la palabra y con el mundo es compromiso vital con el entorno humano y material”. Ciertamente que la lectura es un diálogo entre el autor del libro o texto y el lector desde su propio mundo cultural. En todo verdadero diálogo hablan dos personas. Si el lector meramente escucha al libro y no tiene nada que decirle, no es un buen lector. De ahí que la lectura no puede ser meramente un objetivo de los primeros grados de la escuela, sino que debe ser un reto permanente de todo el sistema educativo, ya que uno nunca termina de aprender a leer. Si en verdad la lectura es un diálogo, cuanto más sepa el lector, estará en condiciones de dialogar más profundamente con el autor, e incluso de ir más allá que él, de superarlo, de recrearlo. Hay lectores que son capaces de escuchar y proponer cosas más inteligentes que las que dice el autor. Añaden al libro su propia creatividad, sus conocimientos, su experiencia. No podemos olvidar, sin embargo, que hoy hay muchos supuestos expertos en lectura y en comunicación, que son unos verdaderos analfabetas críticos, incapaces de leer el mundo, que por ello necesitan con urgencia ser alfabetizados: Cipriano, yo pienso que el alfabetizador no es sólo el que enseña a leer libros de ciencias, historias, filosofías 39 y tantas cosas exóticas de que habla la gente. Hermano, yo pienso que alfabetizar es enseñar a leer en los ojos, el dolor de los pueblos, la enfermedad de los niños, la angustia de la mujer que pare en la calle, la tos del minero que escupe y mancha de sangre la estatua de la libertad newyorkina. Hay que aprender a leer el hambre que toca la puerta, el frío que va por la calle, la oscuridad del que busca y no encuentra. Cipriano, yo pienso que primero debemos alfabetizar a los que saben leer libros, pero no saben leer el dolor de los hombres. (Julio Zavala) Educar para leer el mundo, para leer la realidad, implica educar para leer, analizar críticamente y saber utilizar los medios de comunicación, en especial el internet y sobre todo la televisión que cada vez más, en lugar de reflejar la realidad, la crean. En palabras de Carlos Lomas (1998), “la televisión se está convirtiendo en una ‘industria de la realidad’; ella selecciona , exhibe lo que quiere e ignora y oculta lo que le conviene, pues los medios de comunicación no sólo informan de lo que pasa, sino sobre todo, seleccionan, exhiben e interpretan lo que pasa. Cuentan el mundo desde la visión y versión de los dueños de los medios. Ahora lo real no está fuera del hogar; está dentro de la ventana electrónica del televisor y asomarse a la realidad ya no exige salir a la calle sino, al contrario, quedarse en casa viendo televisión”. Eduardo Galeano (1989, 137) es todavía más contundente: “la televisión muestra lo que ella quiere que ocurra; y nada ocurre si la televisión no lo muestra. La televisión, esa última luz que te salva de la soledad y de la noche es la realidad..Fuera de la pantalla, el mundo es una sombra indigna de confianza”. No quisiera terminar este apartado sobre la plenitud intelectual sin decir siquiera una palabra sobre la escritura, dada su importancia para desarrollar un pensamiento autónomo y creativo. Desgraciadamente, el sistema educativo no educa tampoco para la escritura. Enseña a reproducir, más que a producir; a copiar, pero no a pensar ni a crear. Hay alumnos que pasaron muchos años en la escuela, el liceo y la universidad e incluso culminaron sus estudios de postgrado y en muy raras oportunidades escribieron algo 40 propio, ni se les enseñó a escribir realmente, a comunicar de un modo personal su pensamiento, o a volcar en un texto hermoso su creatividad. Se limitaron simplemente a copiar y transcribir en miles de páginas las palabras e ideas de otros, sin importar si lo hicieron directamente de libros o internet en esos mal llamados “trabajos de investigación”, o previa memorización para pasar exitosamente la serie de pruebas y exámenes que debieron soportar en los años de escolarización. La escritura es un medio de comunicación y de creación, pero también lo es para aprender a pensar. Cuando escribimos, meditamos sobre las ideas que queremos expresar, examinamos y juzgamos nuestros pensamientos, reflexionamos, nos vamos aclarando. Por ello, “escribir, más que transmitir un conocimiento, es acceder a ese conocimiento” (Ramón Ribeyro). Con frecuencia, sólo comprendemos algunas cosas si las escribimos. De ahí que, si quieres saber lo que piensas, escríbelo. Detrás de muchas resistencias a escribir, se ocultan las resistencias a pensar. 3.2.3.-Alcanzar la plenitud corporal. Aprender a vivir es también aprender a envejecer y aprender a morir. Alcanzar la plenitud supone aprender a valorar, respetar, querer y cuidar el cuerpo. En épocas pasadas y bajo el influjo de una teología demasiado espiritualista y desencarnada, que consideraba la vida en la tierra como lugar de destierro y sufrimiento, paso obligado por “este valle de lágrimas” para poder ir al cielo, el cuerpo fue despreciado y considerado como “cárcel del espíritu”, fuente de pecado, raíz de podredumbre. De ahí que había que castigarlo y someterlo mediante castigos y penitencias. El gozo y el placer eran reprimidos por considerarlos pecaminosos. Afortunadamente, las cosas han cambiado y hemos entendido que (González Buelta, 2002, 27) “el cuerpo no es malo, ni hay que esconderlo o castigarlo para que vuelva al buen camino. Tenemos que amar el cuerpo y cuidarlo para el amor, el servicio, el trabajo y el juego. Son muy relevantes los avances en medicina, dietética y ejercicios físicos. El cuerpo es nuestro amigo, y tenemos que dialogar con él, porque nos revelará cosas muy importantes de nosotros mismos. El es el pergamino donde se va escribiendo la historia de nuestra vida, desde la cicatriz repentina que nos recuerda el accidente en un juego infantil, hasta la arruga lenta que se ha formado en nuestro rostro a lo largo de toda la vida. También palparemos en él la tensión, la codicia, o la paz frente a las amenazas o promesas del futuro. Si sabemos leerlo, nos dirá mucho de nosotros mismos”. Hoy sabemos que somos cuerpo y que una buena salud corporal, el sentirse a gusto con el propio cuerpo, el disfrutar del cuerpo y de los placeres corporales es un elemento esencial para la adecuada maduración de la afectividad, de la inteligencia, de la creatividad, y el logro de una buena salud mental y espiritual. Como ha escrito Barroso (1987, 117), “El tener buena salud, el sentirse bien, no es cuestión de buena o mala suerte, de mucho o poco ejercicio físico, de mucha o poca alimentación; es cuestión de cómo me veo y quiero, de toda una concepción de la vida y una manera de vivirla. La autoestima es responsable de toda esa experiencia que llamamos salud y bienestar. El día en que me levanto creyendo en mí, en contacto conmigo, apreciándome, queriéndome, me siento capaz, dueño del mundo, más inteligente, amoroso, tierno, simpático... Si uno no se quiere, no se aprecia, no se 41 valora, no se asume, enferma”. Por ello, hoy más que nunca, en estos tiempos de ansiedad, estrés, sedentarismo, pero también de hambre, miseria, agotamiento físico y envejecimiento precoz, necesitamos una educación que aspire al ideal clásico de “Mens sana in corpore sano” (“Mente sana en un cuerpo sano”). El cuidado de la salud exige el respeto al propio cuerpo y al cuerpo de los demás y la práctica de una sexualidad madura y responsable, que prevenga todo embarazo no querido y cualquier enfermedad de transmisión sexual. Exige una alimentación sana y cierta frugalidad, la ejercitación física, el control en las bebidas alcohólicas y la prevención de todo tipo de drogas prohibidas o que pongan en peligro la salud física y mental. Exige también la satisfacción de las necesidades más urgentes y esenciales de todos, para que cada persona pueda desarrollar plenamente su corporeidad. Con hambre, mala alimentación, sin condiciones sanitarias esenciales, no es posible el desarrollo integral de la persona ni alcanzar la plenitud. Esos cuerpos raquíticos, envejecidos prematuramente, en los que la miseria y el hambre han dejado huellas indelebles son una acusación dramática al actual desarrollo que privilegia la economía sobre la ética, la ganancia sobre la solidaridad. Por todo ello, es importante aprender a querer, respetar y cuidar nuestro cuerpo. Quererlo y cuidarlo pero sin esclavizarnos a él ni seguir servilmente los dictámenes de esa especie de religión del cuerpo, que exalta y adora el cuerpo apolíneo, hermoso, juvenil e impone el culto al cuerpo perfecto, que unos pocos se esfuerzan por alcanzar y exhibir y la mayoría añora en silencio. La moda es joven, la publicidad utiliza preferentemente cuerpos estilizados, de apariencia juvenil. Tras ese sueño de cuerpo perfecto, muchedumbres de jóvenes y de no tan jóvenes, castigan sus cuerpos con dietas, aerobics, gimnasios, parches..., y viven obsesionados con las calorías, el colesterol, los triglicéridos, las bebidas “light” y los alimentos sin grasa. Llamarle a una persona gordo o gorda es un insulto terrible, y no hay mejor piropo que decirle a alguien que ha rebajado. Se envidia a las personas que pueden comer todo lo que les viene en gana sin engordar y el ideal sería tragar sin descanso y permanecer delgado. Nuestra cultura (González Buelta, 2002, 27) “promueve el culto al cuerpo, de tal manera que la apariencia ha pasado a tener una importancia desmesurada. El espejo y la balanza son confesores insobornables, que maltratan nuestra autoestima y nos imponen las más severas penitencias dietéticas si nuestra silueta no se ajusta a los cánones de la elegancia establecida. Cremas y ejercicios, dietas y quirófanos prometen un rejuvenecimiento permanente. El narcisismo que se mira constantemente en las aguas inquietas del lago, y el hedonismo que promueve el goce corporal, las sensaciones placenteras, van conformando en la cultura dominante un tipo de cuerpo que se vuelve un envoltorio artificial y vacío”. Los charlatanes y comerciantes sin ética ni moral se ceban en esta cultura y levantan grandes fortunas prometiendo dietas milagrosas, cremas, parches, pastillas que, en cuestión de días o semanas y sin esfuerzo, van a borrar las huellas del tiempo y proporcionar cuerpos de modelo. Y si fracasan estos medios, ahí están los siempre renovados recursos de la cirugía estética con sus ofertas de reconstrucción, de implantes y transplantes: liposucciones, liftings faciales, implantes de silicona, estiramientos y despojos de la piel, autobronceadores, lámparas de cuarzo, medicinas cosméticas... 42 Cada día está resultando más difícil y angustiante ser feo, gordo o viejo, y parece imponerse el juicio brutal de Rochefoucauld: “La vejez es el infierno de las mujeres”, y también, cada vez más, de los hombres. En una cultura que idealiza los cuerpos bellos, atléticos, juveniles y pone como valor primordial la competitividad y la productividad, la fragilidad de los ancianos se considera un antivalor. Los viejos no producen y sólo acarrean gastos y molestias. Las familias tratan de quitárselos de encima y, si pueden, los dejan en asilos y residencias y tratan de autoengañarse repitiéndose que allí van a estar muy bien atendidos. En aquellos países que no cuentan con políticas adecuadas de protección social, muchos ancianos pasan sus últimos años en completo desamparo. Pero los viejos no son un estorbo ni desaparece la vida con la edad. Tampoco son feos. Un rostro tallado por las tormentas de la vida y un cuerpo doblado por los años pueden ser hermosos. Hay rostros surcados de arrugas que irradian paz y una belleza serena, que no se quita ni se pone todos los días como el disfraz de un maquillaje. Esa belleza, expresión de un vida plena y fecunda, no desaparece sino que se aviva con los años. Hay viejos que siguen dando vida, embelleciéndola. De ahí la importancia de aprender a envejecer y también de respetar y querer a los ancianos. No podemos evitar el decaimiento y fatiga del cuerpo, pero es posible mantener un espíritu vigoroso. El hombre es tan viejo como piensa que es. Hay jóvenes que son verdaderos ancianos: sin ilusión, sin ganas de vivir. Y hay ancianos que deslumbran por su juventud. Cada edad tiene su propia juventud y es posible vivir intensamente cada etapa, cada momento. Si uno se cree viejo, que ya no sirve para nada, envejece de verdad. Está bien jubilarse del trabajo, pero nunca de la vida. Con el paso del tiempo, uno puede seguir creciendo en serenidad, en sabiduría, en espiritualidad, incluso en creatividad. Ser viejo no es ser inútil y la historia nos recuerda a algunos viejos increíbles: Bertrand Russell recibió el Premio Nóbel a los 78 años y a los 90 seguía combatiendo incansablemente por las causas humanitarias. A los 80 años de edad Leopoldo von Ramke comenzó a escribir la Historia del Mundo, obra que concluyó a los 92. Rubinstein interpretaba como nadie a Chopin a los 90 años y el japonés Teichi Igarachi subió el monte Fuji a los 99. Podríamos alargar enormemente la lista de ancianos memorables que desplegaron en su vejez una enorme juventud creativa: Miguel Angel, Moisés, Bernard Shaw, Arthur Miller, Picasso, Casals, Chaplin, John Dewey... Pero cantemos el paso del tiempo, la plenitud de la vida cargada de recuerdos gratos y de años fecundos con las palabras luminosas de los poetas: Es dulce ir entrando en años y seguir creyendo en la vida, seguir amando la vida. Es dulce ir entrando en años y estar siempre en espera de algo como en la inquieta adolescencia. Es dulce ir entrando en años 43 y -sin ser dueño de otra cosa que el trabajo de cada díasentirse rico en amores, rico del recuerdo inefable y de los propios pasos limpios y de la obra que hicimos. Es dulce ir entrando en años y en la amistad de los árboles, en el cariño a la tierra, y estar cerca de los amigos, viviendo siempre en el amor, viviendo para que otros vivan. Es dulce ir entrando en años y creyendo siempre en el Hombre luchando para que el hombre viva (Carlos Augusto León) ¡Que la nieve caiga! ¡Que tu ardor no cambie! Mantente joven, la edad poco importa ¡Cada edad tiene su juventud! (Bastos Tigre). Aprender a envejecer implica también aprender a morir. Todo lo que nace, muere. La vida fluye hacia la muerte: “Lo inanimado pasa, se desgasta, desaparece, puede desintegrarse y destruirse, pero no termina por sí mismo, no muere. Sólo lo que crece y se desarrolla, lo que se mueve por sí, la vida, puede y debe morir” (Habach 2000, 225). La vida se expresa de múltiples formas en millones de especies diferentes, pero sólo los seres humanos sabemos que vivimos y que vamos a morir. Los árboles crecen y florecen sin saber que viven; se marchitan y se secan sin saber que mueren. “El encanto de las rosas es, que siendo tan hermosas, no conocen que lo son” (Habach). Un caballo, una mosca, un perro, una ballena viven sin saber que van a morir. Por eso, no resisten a la muerte; cuando les llega la hora, se entregan. Porque sabemos que somos mortales y estamos dotados de libertad, los seres humanos nos interrogamos por el sentido de la vida , somos capaces de vivirla como un proyecto de nuestra propia elección y podemos convertir la muerte en el último y supremo acto de nuestro vivir: “El hombre no debe admitir su muerte como una derrota humillante, sino que, del mismo modo que puede gobernar su vida, debe gobernarla hasta realizar el acto de morir, el último acto de su vida, la conclusión de su existencia temporal... La muerte sólo puede tener sentido y significación a condición de que la vida los tenga; y si la vida los 44 tiene, también los tendrá la muerte: Cuando uno ha cumplido su deber y su misión en la vida, puede morir en paz...Los que viven intensamente y saben para qué viven, enfrentan con gran serenidad su envejecimiento y la proximidad de la muerte, viendo en esta una etapa más en el proceso normal de su maduración y de su realización. Conscientes de haber vivido por algo, de haber llevado una vida plena, pueden darle sentido y significación espontáneos al último acto de su existencia, a la muerte” (Habach 2000, 256-7). Todos morimos, pero hay muertes y muertes. La muerte (Alemany 2001, 787) “no es igual para todos los que la sufren ni para todos los que la contemplan en otros..., pues es el modo como uno vive lo que califica la muerte”. Hay muertes que, más allá del inevitable dolor que causan en familiares y amigos, provocan paz, agradecimiento, ganas de vivir en serio, de levantarse de la superficialidad y el individualismo. Ciertamente, y de nuevo citamos a Alemany “no es lo mismo morir que entregar la vida. A quien entrega la vida, la muerte no se la puede arrebatar. Las Actas de los Mártires han conservado el recuerdo de aquella joven cristiana que replicó al pretor que le amenazaba con la pena suprema si no renunciaba a su fe: ‘Tú tienes poder para quitarme la vida, pero no tienes poder para que me deje matar’”. Sólo los que no han vivido en serio, los que malgastaron su vida en caprichos y superficialidades, los que sembraron dolor y muerte a su alrededor, los que asfixiaron la vida y no les importaron los demás, tienen miedo a morir. Los que aceptaron su vida y se atrevieron a vivirla en serio, los que la vivieron como don que se entrega, aceptan su muerte y la esperan de un modo sereno y libre, como el debido descanso después de una jornada trabajosa y fecunda. Porque la vida mereció la pena, también vale la pena morir. No sólo no temen a la muerte, sino que son incluso capaces de amarla y, como Francisco de Asís, que vivió enamorado del universo y de la vida, alabar a Dios por “la hermana muerte”. Así como la jornada cumplida debidamente, enteramente, da alegría al sueño, una vida bien empleada da alegría a la muerte. Siempre me impresionó la historia que me contó un amigo de cómo había muerto su padre. Cuando ya supo que se acercaba el momento definitivo, reunió en torno a su lecho a toda la familia, les mandó comprar unas botellas del mejor champagne y les dijo que, cuando expirara, no quería nada de llantos ni lamentos, sino que alzaran sus copas y brindaran con alegría en su honor, en honor a su vida, en honor a su muerte. Era, además, un hombre de fe muy profunda, y estaba convencido de que, en un sentido inexplicable pero cierto, la muerte era camino a una nueva vida inapagable. Algunos, como Jesús y como los mártires, fueron capaces de elegir con serenidad la muerte, incluso una muerte afrentosa y después de un largo calvario de sufrimientos y dolores, en defensa de sus ideales que, para ellos, valían incluso más que la vida. Vivieron para dar vida y murieron para defenderla. Vivieron la vida como entrega y su muerte fue una consecuencia lógica de su modo de vida. Llevaron la existencia hasta el límite de sus posibilidades e hicieron de ella una siembra permanente de vida. El recuerdo de sus vidas y sus muertes sigue germinando ganas de vivir con autenticidad. Ellos derrotaron a la muerte: “La conciencia de que se muere por algo grande y noble, despoja a la muerte de su carácter de catástrofe absurda, no sólo a los ojos de quienes van a morir, sino también a los 45 de quienes los aman, y hasta a los ojos de sus propios verdugos, que les respetan y los admiran aunque crean que los odian” (Habach, 2000, 268). Los educadores cristianos, profetas que anunciamos al Dios de la Vida, afirmamos además que el Padre resucitó a Jesús y que, en consecuencia, queda abierto el camino hacia nuevas formas de vida más allá de la muerte. El modo de vivir de Jesús recibe el sí definitivo de Dios y nos muestra que la vida entregada a dar vida es el camino para derrotar a la muerte y seguir viviendo. La muerte se convierte en “factor de creación de vida”, en “buena noticia” para los que se atreven a vivir como lo hizo Jesús. La cruz y el viernes santo no son la última palabra Son sólo paso, puerta a una Vida Renovada. Dios es Amor y el amor es más fuerte que el mal y que la muerte. La fe da una respuesta a las ansias de transcendencia del corazón humano y nos revela el sentido último de la existencia. En palabras del teólogo Bruno Forte, citado por Alemany, “En el acontecimiento infinitamente doloroso de la ‘muerte de Dios’ se revela y se promete el sentido último del vivir y el morir humano. A ese acontecimiento se dirige la mirada de la fe en búsqueda de un significado que haga de la vida no sólo el camino de aprender a morir, sino también de la muerte el ‘dies natalis’, el acto supremo y misterioso del nacer a la vida más allá de la muerte. Recordar aquella muerte (la de Jesús) en la cual se narra la historia de la historia y la esperanza del mundo, es abrirse a la vida, no sólo a aquella llena del mundo futuro, sino también a la más profunda cualidad de esta vida presente” . La fe en Jesús Resucitado nos revela el misterio de la vida y de la muerte y nos lleva a afirmar que nuestro cuerpo (González Buelta, 2002, 28) “no es sólo un cascarón vacío. Está animado enteramente por nuestro espíritu y por el Espíritu de Dios. Por eso tiene una vocación de vida eterna, de resurrección definitiva al final de los tiempos. No podemos dejar en esta orilla de la existencia esta parte inseparable de nosotros mismos. Jesús también resucitó con su cuerpo, pero transformado en eternidad de una manera imposible de imaginar para nosotros”. Los místicos se han asomado con tanta intensidad al misterio de esa vida renovada en íntima comunión con el Amor, que han sido capaces de decir con Santa Teresa: Vivo sin vivir en mí, y tan larga vida espero que muero porque no muero. También la poesía, tan cercana siempre al lenguaje del corazón y el sentimiento, tan amiga de lo misterioso y sorprendente, tan alejada del frío realismo de lo observable y lo evidente, es capaz de cantarle a la muerte porque siente en sus labios la sed inapagable de vida: Si a la nada he de volver, ¿qué es la muerte para mí? Nada fui mientras viví, y al morir dejé de ser. Ni a la muerte que me espera yo puedo llamarla “mía” 46 si aquel ser que yo tenía deja de ser cuando muera. Si en otro vivir no es cierto, el vivir es una pena que cabe en el alma ajena, mas no en mí que ya soy muerto. Pero no: que en tal manera mi muerte gran verdad es que yo he de vivir después según el tiempo que muera. Hay muerte porque, al sentirla, por “mía” la he de sentir; porque al punto de morir yo empiezo a sobrevivirla. Hay muerte, porque es igual nacer y morir: de suerte que estoy cierto de mi muerte porque me siento inmortal. (José María Pemán). Afirmar la resurrección no es consuelo ilusorio, ni evasión del compromiso con la historia y con la vida. Es decisión firme de continuar el proyecto de Jesús, de defender la vida donde quiera que esté amenazada, de jugársela por los más débiles y pequeños para que tengan vida, de vivir dando muerte a la muerte, sanando heridas, levantando corazones, sembrando ilusiones y esperanzas, desclavando crucificados. Si la afirmación de la resurrección de Jesús no se traduce en compromiso de defender la vida, estamos proclamando un Dios muerto. El anuncio de la resurrección de Jesús supuso en los apóstoles un cambio profundo, se entregaron de lleno a continuar su misión, sacudieron sus miedos y sus pequeñeces, salieron de sí mismos, vivieron para anunciar el triunfo de la vida. La nueva vida del Resucitado cambió sus vidas y, en consecuencia, también ellos fueron capaces de aceptar libremente el martirio y de derrotar a la muerte. 3.2.4.-Alcanzar la plenitud sociopolítica: Convivir con los otros y con la naturaleza La plenitud humana sólo es posible en el encuentro. Uno se constituye en persona como ser de relaciones. Toda auténtica vida humana es vida con los otros, es convivencia. Todo ser humano forma su persona entrando en relación con otros. La persona (Moingt 1995, II, 215) “no se constituye a sí misma como ser solitario...La llamada a ser que pone al hombre en el mundo como proyecto de humanidad, lo hace existir como proyecto del otro, en proyección al otro. Esto es así porque la humanidad no puede alcanzar su pleno desarrollo más que en y mediante el encuentro con seres humanos, de tal suerte que ninguno de ellos 47 puede devenir sujeto-para-sí, si no es existiendo como sujeto-para-otro. Por consiguiente, la persona humana está abierta al otro, a todo otro, a todos los otros”. La persona humana es imposible e impensable sin el otro. Lo propio del ser humano, lo que nos define como personas es la capacidad de amar, es decir, de relacionarnos con otros buscando su bien, su felicidad. Lo que nos deshumaniza es vivir y morir sin amor. Detrás de cada tirano, cada asesino, cada malhechor, hay un déficit profundo de amor o una mala comprensión del amor. Nuestra actual cultura que privilegia el tener sobre el ser y alimenta las ansias de posesión, nos está volviendo incapaces de amar. Confundimos el amor con su opuesto, el egoísmo, con la necesidad inmadura de seducir para comprobarnos que nos quieren. Amar a una persona es darse para que encuentre su libertad y su felicidad. Es ayudarle a alcanzar su plenitud. El amor supone donación, salida de sí, búsqueda del otro, entrega. El que vive encerrado en sí mismo, el que es incapaz de darse, de amar, nunca alcanzará su plenitud de persona. 3.2.4.1.-Aprender a vivir en familia: a) Dos en una carne La búsqueda del otro, la realización en el amor, encuentra una de sus concreciones esenciales en la relación de pareja. El matrimonio es un caminar juntos, construir con el otro un proyecto en común. Es un juntarse para ser, haciendo que el otro sea. Esto no es fácil y con frecuencia se confunde el proyecto de ambos, con el proyecto de uno de los dos, por lo general, del esposo. La mujer sacrifica su propia realización y el hombre termina aborreciendo la figura dócil y sumisa, sin encanto ni misterio, en que ha convertido a su mujer. El matrimonio pierde pasión y empieza a ser una rutina de saludos y de abrazos. Muchos hombres (Leclerq, 1994, 56) “dicen: ‘Ya no amo a mi mujer’. Lo que ignoran y no quieren confesar es que ya no aman lo que han hecho de ella. La arrinconaron en la cocina, en la casa, y ya no quieren a esa mujer sin ilusiones, sin sueños, sin pasión...La joven a la que amó ya no existe. Se ha disuelto en lo que él quería que fuese...La ha moldeado a su gusto...Le exaspera a fuerza de ser su obra”. Tampoco es posible el proyecto común desde la competitividad, donde en vez de ayudarse a crecer, a que cada uno desarrolle sus posibilidades y alcance su propia plenitud, se desarrolla una especie de rivalidad entre los esposos, donde cada uno se esfuerza por demostrar que es superior al otro, que es capaz de alcanzar puestos más elevados, de obtener mayores títulos, de producir más dinero... El amor verdadero hace crecer al otro. No lo asfixia ni acorrala, sino que da alas a su libertad. De ahí la necesidad de una formación para el amor, para la vida en pareja. El noviazgo tiene que ser un tiempo para conocerse en profundidad, para ver si coinciden los valores y las metas y si hay sintonía en los proyectos. Muchos confunden el amor con la mera atracción física y, después de casarse, empiezan a comprender que están conviviendo con un desconocido. 48 El matrimonio implica que cada uno se acepte como hombre, como mujer, con su sexualidad, sus afectos, sus sueños, sus temores, su misterio. Sólo si uno se quiere y se respeta, podrá querer y respetar a otra persona y vivir para ella. Amar es reconocer que se ha hallado una persona con la que se plantea la posibilidad de iniciar para siempre un camino al encuentro del otro, para así encontrarse a sí mismo. Camino de donación y entrega que plenifica. Cuando uno se enamora, irrumpe otra vida en la vida de uno, otro corazón empieza a latir en el propio corazón. La persona entera busca la totalidad del otro, su alma, su corazón, su cuerpo. Por ello, el amor de pareja es un amor sexuado, que “en el poema de los cuerpos enlazados, celebra la ternura, la entrega, el éxtasis” (Leclerq 1994, 8). De ahí la importancia de educar para una sexualidad sana y responsable, integrada al amor. Sobre todo en estos tiempos de erotismo sin alma, de mercantilización de la sexualidad y reducción del amor a la mera genitalidad y a una especie de gimnasia corporal. No es lo mismo decir “te amo”, que “te deseo”, “me gustas”, o “me siento atraído por ti”. Hoy se confunde amar con satisfacción de una pulsión instintiva, animal, con “hacer el amor”. Como ha escrito el psiquiatra español Enrique Rojas, “cuando el animal tiene lo que necesita se calma y deja de necesitar. El hombre es un animal en permanente descontento. Siempre quiere más. Por eso, el conocimiento de lo que es el amor, le va llevando hacia lo mejor. El amor es lo más importante de la vida, su principal guía. Lo expresaría en forma más rotunda: yo necesito a alguien para compartir mi existencia. A alguien, no a algo, que es en lo que se han convertido las personas en la relación sexual ‘amorosa’ de hoy”. De ahí la necesidad de liberar la sexualidad de la “banalización” y “animalización” reinantes. Estos últimos tiempos han reivindicado al cuerpo como fuente de placer; pero es necesario avanzar hacia asumir la sexualidad como expresión y fuente de creatividad, de fecundidad y de vinculación comunitaria. Para ello, hay que unir eros y ágape, que vive intensamente, como don y como regalo recibido, una sexualidad que es encuentro gozoso de los cuerpos y diálogo profundo de los corazones. Esto supone un abrirse permanente a la ternura, al descubrimiento del otro, al cuidado del propio cuerpo para poder ser una ofrenda más agradable al compañero, el construir la vida sobre los pequeños detalles de la cotidianidad, el estar atento a los deseos y comprender los cansancios, la lucha permanente contra la rutina, el agradecimiento de una vida que se renueva en una entrega y un placer tan intensos que nos asoman al misterio de la promesa de la felicidad en el amor insondable de Dios, la aventura diaria de reconstruir el amor. El amor matrimonial debe ser juego y fuego, detalle y pasión. Hogar tiene las mismas raíces que hoguera, y el fuego, si no se alimenta continuamente, muere, se apaga, se convierte en cenizas. El amor es como el agua: sólo cuando está en movimiento, canta y da vida. Si la detenemos, se pudre y mueren sus canciones. En una novela inédita que escribí hace un tiempo, hay unos párrafos que describen el modo en que Rosario, la protagonista, asume y vive el amor y la sexualidad con su marido: “Los labios de Ricardo la fueron guiando a la vida, la asomaron a un paisaje de montañas, océanos y estrellas Luego, esos mismos labios le abrieron las flores de su carne, le 49 mostraron todas las infinitas posibilidades del gozo que se escondían en las raíces de su cuerpo. Bastaba una sola palabra, un roce de su piel, un simple gesto, para que se le alocara la sangre y le brotara incontenible el deseo. Desde aquel día en que los labios de Ricardo le sembraron un arcoiris de mariposas y de pájaros, no había existido ningún otro hombre para ella. Ni siquiera los veía, y no podía entender cómo algunas compañeras, incluso casadas, se la pasaban hablando y suspirando de lo bueno que estaba aquel tipo, de la necesidad de experimentar nuevas aventuras con otros. Para ella, Ricardo lo era todo. A veinte años de casados, todavía se sonrojaba cuando él la piropeaba, y cada beso, cada caricia, cada acto de amor eran siempre distintos, nuevos, irrepetibles. Por todo esto, la fidelidad no era para ella un deber, o una obligación. Es que ni siquiera podía imaginar la posibilidad de vivir de otra manera...Por eso, no necesitaba coquetear con nadie y más bien se sentía realmente ofendida cuando los hombres la piropeaban por la calle. Le encantaba sentirse bella, vestirse bonita, andar arreglada, pero para Ricardo. Había logrado tal compenetración con él que sólo le interesaba verse atractiva y apetecida en sus ojos. Y hasta tal punto esto era cierto que necesitaba salir con él a comprarse la ropa, los aros, las pulseras y los bolsos, porque ella no estaba segura de si le gustaba o no tal pantalón, blusa o vestido, o si le caía bien o mal aquel collar o aquellos aros, hasta que no se mirara en los ojos de Ricardo”. Cuando, más adelante en la novela, Minerva, una compañera de trabajo, que ha reducido su sexualidad a mera genitalidad y necesita saltar de hombre en hombre, siempre insatisfecha, incapaz de amar y de creer en el amor, trata de hurgar en la vida íntima de Rosario, ésta le dice: “Nos amamos, Minerva, nos amamos profundamente. Por eso, no sólo se funden nuestros cuerpos, sino también nuestros corazones. Para Ricardo y para mí, el acto de amor es sólo una profundización, una culminación, de todo el amor que en las palabras, en los silencios, en los gestos, en las sonrisas y en los cansancios hemos ido acumulando...Hacemos el amor dejando que nuestros cuerpos se expresen libremente. Sin planificar ni estudiar nada, sin esclavizarnos a manuales ni a fórmulas, sin obligarnos a nada ni prohibirnos nada. Dejamos que se exprese cada centímetro de piel, cada cabello, cada gota de sangre. Y yo siento que hablan a la vez todas las caricias, las sonrisas, las miradas, los silencios”. Educar para el matrimonio es educar también para la fidelidad. Y esto hay que afirmarlo con fuerza en estos tiempos de absoluto relativismo, en que parecen imposibles y no son bien vistos, los compromisos definitivos. Uno no puede acudir al matrimonio con cartas marcadas o “a ver qué pasa”. En un bellísimo escrito “Penélope o la apuesta radical por el otro”, que me llegó por correo electrónico, Nieves García ([email protected]) reivindica con fuerza la figura de esta mujer, creada por Homero en La Odisea, arquetipo de la mujer fiel, que sacó fuerzas de su amor y de su esperanza para desoír las propuestas de sus pretendientes y esperar durante 20 años al esposo ausente, del que no sabía nada: “Ulises regresó a su Ítaca natal 20 años más tarde. En su equipaje humano cargaba cicatrices nuevas, la larga guerra de Troya, aventuras inauditas, miedos enfrentados, trampas vencidas...20 años es mucho tiempo para una joven, que le vio partir y no volvió a tener noticias de él; y quedó con un niño en brazos y nadie en quien apoyarse. ¿Cuál fue el 50 equipaje del tiempo que acumuló Penélope? Soledad, cansancio, incertidumbre...pero sobre todo esperanza. Esa esperanza la mantuvo ilusionada, recordando un rostro que sentía desdibujarse con el paso de los años. Esa esperanza cobraba formas diversas de creatividad para defender el tesoro de su vida, ante el acoso de quienes sólo buscaban un trono en su persona. Un manto que se teje de día y se deshace en la noche, un arco que hay que tensar,... la esperanza es creativa, mira al futuro aportando soluciones y así se sostiene. ¿De dónde nacía esta esperanza? De un amor sincero, de un amor que fue donación total, en el momento y para siempre. Esa esperanza alimentaba la palabra dada, y la hacia real: para siempre. La fidelidad es consecuencia natural de la autenticidad del don. La apuesta por el otro es una apuesta radical, se arriesga todo, se arriesga la vida. ¿Cómo se habla de matrimonios “temporales”? La felicidad en esta vida tiene diferentes precios. Según se arriesga, así se gana...Cuando uno se acerca al matrimonio con cartas escondidas en la manga, por si acaso...no nos va bien, se arriesga poco. Esta búsqueda de seguridades alternativas habla de una gran inseguridad personal en la propia capacidad de amar y de donarse íntegramente al otro, y de una enorme desconfianza en el otro. Con estos cimientos el edificio caerá al primer vendaval de egoísmo por parte de alguno de los dos. En el clásico griego, Ulises luchó por regresar y volver a conquistar a su mujer, su hijo y su trono. Cuando decide embarcar desde Troya, cuando le pide a Calipso que le dejara partir, Homero trataba de explicar lo fuerte que es el amor humano entre hombre y mujer. Él confía en ella aunque les separara un mar infinito. El amor no olvida nunca, nunca. La única distancia invencible habría sido la distancia interior, cuando el corazón busca otros caminos alternativos. Bien decía Garman Wold “Cuando tu mayor debilidad es el amor, eres la persona más fuerte del mundo”. Así el solo pensamiento del otro, les daba fuerzas a ambos para enfrentar dificultades y cansancios. Homero era un buen conocedor de las pasiones y amores humanos. (...) El matrimonio es una apuesta radical que sólo se hace si se está decidido a arriesgar el 100% por el otro, pase lo que pase. Los mantos de Penélope se tejen hoy de muchas clases, pero siguen siendo signo de la fidelidad. Y tejer es cansado y doloroso, pero hay que hacerlo con la certeza de que todo lo que se siembra, se cosecha. Quien siembra fidelidad, cosecha alegría”. Quiero terminar este apartado con un par de poemas que le escribí a mi esposa Maribel: “Confesión” y “Veinte Años”. El primero fue mi regalo cuando ella cumplió 35 años y describo en él brevemente el proceso de nuestros encuentros. Para poder entender bien la estrofa en que se habla de sufrimiento, habría que decir que, a los cuatro años de casados y cuando Manaure, el hijo mayor, acababa de cumplir su primer año, Maribel tuvo un derrame cerebral que casi le llevó a la muerte. Fue operada en dos ocasiones de dos aneurismas cerebrales. La primera operación duró doce horas y el cirujano principal, Dr. Axel Tavares, me confesó después que durante un largo tiempo estuvo luchando desesperadamente creyendo que iba a perder a Maribel. Cuando tras una larga 51 convalecencia, empezaba a recuperarse, se complicó con una hepatitis y otras varias dolencias. Durante casi dos años, nuestras vidas giraron en torno a las clínicas, hospitales, sueros, medicinas, tomografías, arteriografías, cuidados intensivos, médicos, enfermeras, donantes de sangre, presupuestos, facturas, honorarios médicos...Afortunadamente, contamos siempre con una gran solidaridad de familiares y amigos y, en especial, de los compañeros y compañeras de Fe y Alegría. Maribel se recuperó por completo y sin consecuencias que lamentar de todo ese difícil y muy doloroso proceso. Confesión Fue sin duda alguna la explosión de tu belleza juvenil tu cuerpo de guitarra y de naranja, esos ojos cargados de misterios y promesas, tu sonrisa tan pícara y tan tierna los que se metieron en mis sueños. Empezaste a crecer dentro de mí, te hiciste respiración, latido, voz, me recorriste todo en los pasos de mi sangre. Durante muchas noches acaricié en silencio tu recuerdo, reviví tus pasos, tu sonrisa, tus palabras, nutrí con ellas ilusiones, sueños, fantasías. Te quise, me quisiste, nos amamos en largas fiestas de pasión en que mi cuerpo renacía desde el tuyo y tu amor me agigantaba. Unimos nuestras vidas dispuestos a hacer triunfar la primavera. Fruto de ese amor nació Manaure como un desdoblamiento de mi carne, pero más dulce, más tierno, pues fuiste tú quien lo tallaste. Luego vino el largo sufrimiento, la valiente lucha contra el dolor insoportable y las feroces embestidas de la muerte. Te aferraste a la decisión de vivir, para no dejarnos solos, desvalidos, y nos diste vida con tu vida. De esa prueba tan dura y tan difícil salimos más fuertes, más maduros, cincelados por tantos apoyos solidarios 52 y decidimos seguir ahondando en nuestro amor para poder derramarlo en los demás. Nairuma llegó como el arcoiris después de la tormenta, como la flor que anuncia que cesó el invierno y empezó a brotar la primavera. Se parece mucho a ti, pero lleva semillas de Aragón en su cuerpo de formas tan rotundas y en su espíritu rebelde, noble, creativo. Te graduaste de licenciada, pero ya muchísimo antes eras doctora graduada por la vida. Doctora como esposa, como madre, como amiga, como maestra sensible y muy cercana, que ama profundamente a sus alumnos y comparte sus gozos, dolores y esperanzas. Hoy te quiero más que nunca. El tiempo no marchita tu belleza Y más bien la madura y acrecienta. Pero te quiero sobre todo por el modo tan tuyo de querernos, por tu amor que se derrama en múltiples trabajos y detalles, por la totalidad de tus entregas, por tu felicidad haciéndonos felices, por esa bondad tan tuya y tan profunda que nos asoma a Dios desde tus ojos. Veinte Años Veinte años de mezclar latidos, fuegos, sangre, amaneceres, de buscar la luz en tus pupilas y de escuchar mi corazón sobre tu pecho. Veinte años de caminos compartidos, de galopadas de sangre apasionada, de vivir sembrando vida y de ver cómo crecemos en los hijos. 53 Veinte años mirando la vida con tus ojos escuchando la poesía musical de tu palabra, sintiéndome perdido cuando estás ausente, saciándome de vida si apareces. Veinte años: tan sólo un comenzar, un primer latido, un paso apenas de un eterno caminar donde yo avanzo con tus pies y tú sonríes con mis ojos. b) Llegar a ser padre-madre La familia son también los hijos, don de Dios y fruto del amor erotizado compartido. Los padres somos los primeros y fundamentales educadores de nuestros hijos. De hecho, por lo general, uno valora, acepta, rechaza lo que ha aprendido a valorar, aceptar y rechazar en la casa. Hoy, desgraciadamente, muchos padres han renunciado a su misión de primeros y fundamentales educadores, y piensan que su papel llega hasta inscribir a sus hijos en la escuela. Se despojaron del autoritarismo de generaciones pasadas y no han sabido sustituirlo por una verdadera y necesaria autoridad que enrumbe y haga crecer con autenticidad a los hijos, que regule y norme su crecimiento y maduración. Los hijos necesitan experimentar que realmente importan a sus padres, que son queridos y respetados por ellos. Es bueno que los padres se consideren amigos de sus hijos, pero no por ello pueden renunciar a su papel de padres, que deben orientar y establecer en diálogo y comunicación normas y principios. Las normas (Barroso 1987, 115) “son sólo necesarias si se comprende cuál es su significado. El exceso de normas habla de padres inseguros, con afán de ser ‘buenos padres’, con temor para hacerlo y con miedo al fracaso...Estos padres terminan institucionalizando la norma y haciéndola más importante que el niño. El padre que no establece normas es o porque no les da importancia o porque tiene miedo a enfrentarse, a decir no. El padre que no establece normas, no responde al niño como padre, ni asume su responsabilidad como tal. El mismo se descalifica, dejando la sensación de no importarle o no quererlo...Las exigencias excesivas de los padres, sus angustias por el desarrollo antes de tiempo, imponen un indebido stress. Ahí funciona la desvalorización de los padres, negando las necesidades del niño e imponiendo las propias”. De ahí la importancia de aprender a ser padres. No basta engendrar o parir para ser sin más padre o madre. Uno se hace padre o madre por las relaciones de amor que es capaz de anudar con sus hijos. Hay que emprender, con coraje y determinación, el lento proceso de llegar a ser padre o madre, esforzándose por vivir de tal modo que los hijos puedan asomarse en ellos a la bondad infinita de Dios como Padre-Madre. Estoy convencido de que la mejor herencia que uno puede dejar a los hijos es el recuerdo de unos padres unidos y felices. Para llegar a ser padres, debemos (Moingt 1995, II, 273) “distinguir entre el acto genital de la procreación y el acto de paternidad y de maternidad, que es de naturaleza relacional, relación con el niño, una relación que tiene su origen en la mutua relación de los padres, no en el acto físico de la procreación como tal, sino en la relación amorosa. Los 54 genitores tienen que convertirse en padre y madre, aprender a llegar a serlo, a medida que anudan con el niño unas relaciones de amor, de libertad, de palabra, unas relaciones que exigirán de ellos, para empezar, la renuncia a apropiarse y a poseer al niño como un objeto que ellos hubieran fabricado”. 3.2.4.2.- Construir la fraternidad universal y cósmica Dijimos más arriba que toda auténtica vida humana es vida con los otros, es convivencia. Vivimos, sin embargo, tiempos muy violentos, de feroz individualismo y extrema competitividad, donde se impone una especie de darwinismo social: sobreviven sólo los más fuertes, los que logran adaptarse a los cambios continuos. Los débiles, los menos dotados, no tienen cabida en este mundo o deben conformarse con llevar una existencia miserable, al margen de la vida humana. De ahí la necesidad de aprender a vivir con, es decir, aprender a convivir, y no a vivir contra. Aprender a comunicarse, a compartir, a trabajar juntos, a buscar el bien común. Necesitamos, en consecuencia, una educación que enseñe a amar la cultura de la vida compartida. Hay que educar para la austeridad y el compartir, para la búsqueda de un desarrollo humano sostenible, que atienda las necesidades de todos y no de unos pocos, que priorice la calidad de vida sobre la cantidad de cosas, y que enseñe a respetar, amar y cuidar a la naturaleza. Debemos convencernos de que la sobrevivencia de la humanidad pasa por la convivencia, y que el egoísmo y el ecocidio son hoy formas veladas de suicidio colectivo. Hoy se habla mucho de la necesidad de ser tolerantes. Pero yo pienso que hay que superar la mera tolerancia para abrirse a la necesidad de respetar e incluso alegrarse de la diversidad, considerándola como riqueza. Es maravilloso que haya razas, costumbres, culturas, religiones, formas de pensar...diferentes. La diversidad nos permite enriquecernos, adquirir más humanismo. El tesoro de la humanidad está precisamente en su diversidad creadora. Somos diferentes, pero todos pertenecemos con igual derecho a la “ciudadanía planetaria” (Morin) y debemos considerar la Tierra como la Patria de todos. La idea de unidad de la especie humana no debe borrar la de su diversidad. Todos tenemos derecho a ser singulares, derecho a ser diferentes, derecho a aportar y recibir de los demás. De ahí la importancia de aprender a vivir juntos, a convivir, a reconocernos en la humanidad común y a valorar como riqueza la diversidad cultural, de raza, de género, de dones y talentos. Hay que aprender a ver lo mejor de cada persona y de cada pueblo, superando las visiones estrechas y fundamentalistas y todo tipo de racismo, xenofobia, desprecio, dominación. Para ello, se requiere de humildad y de la capacidad de analizar críticamente los propios valores, concepciones y principios: “La práctica mental del autoexamen permanente de sí mismo es necesaria, ya que la comprensión de nuestras propias debilidades es la vía para la comprensión de las de los demás. Si descubrimos que somos seres débiles, frágiles, insuficientes, carentes, entonces podemos descubrir que todos tenemos una necesidad mutua de comprensión” (Morin 1999, 55). Una genuina educación para la convivencia y el respeto debería promover y garantizar los aprendizajes esenciales para el ejercicio de una ciudadanía responsable: 55 a).- Aprender a no agredir y resolver los conflictos sin violencia La agresión, sea física, verbal o psicológica es un signo de debilidad moral e intelectual que imposibilita la convivencia social. Hay que aprender a resolver los conflictos mediante la negociación y el diálogo, de modo que todos salgan beneficiados de él tratando de convertir la agresividad en fuerza positiva, fuerza para la creación y la cooperación, y no para la destrucción. Nunca deberíamos olvidar que el conflicto en sí no es malo. Es expresión de la diversidad de intereses, concepciones y puntos de vista. Por ello, en cualquier relación humana surgen los conflictos. Hay conflictos de pareja y con los hijos, conflictos de género y de generación, conflictos de vecinos, conflictos de grupo, conflictos políticos. Por ello, debemos aprender a vivir con los conflictos y asumirlos con una actitud positiva. Los conflictos, como las crisis, pueden convertirse en oportunidades excelentes para crecer, para salir robustecidos, para aprender, para mejorar las relaciones. Por considerar que los conflictos son malos, la mayor parte de las personas les tienen miedo. Por ello, en vez de enfrentarlos e intentar resolverlos, adoptan una de estas dos actitudes: intentan aplastarlos mediante la fuerza, el poder o la violencia; o se inhiben ante ellos, los ignoran, adoptan una postura de víctima. Estas actitudes no resuelven el conflicto ni permiten que las personas crezcan. Cuando surge un conflicto, la verdad no suele esta toda de parte de una persona o grupo. Ambos pueden tener parte de razón, pues cada uno ve la situación desde su punto de vista. De ahí la necesidad de abrirse a un diálogo sincero, que supone escuchar al otro, para comprender sus razones. Escuchar, como ya dijimos más arriba, intensamente, tratando de ponerse en la situación del otro, no para juzgar, sino para comprender. Escucha atenta, cariñosa, para ser capaz de ver al otro como persona portadora también de verdad. La escucha cariñosa acerca, construye puentes, encuentra soluciones. Si el otro no se siente acogido, se aleja, se endurecen las posturas y así va a ser muy difícil encontrar soluciones al conflicto. Entonces, se recurre a la violencia, de la que ambas partes salen golpeadas y heridas. La violencia no sólo ofende y destruye al que la sufre, sino sobre todo al que la causa. Si intentamos aplastar el conflicto con violencia, no sólo no lo resolvemos, sino que estamos alimentándolo para que luego estalle con más fuerza y mayor capacidad destructiva. En política, es inconcebible la democracia sin conflicto. Ella (Morin 1999, 60) “ necesita tanto conflicto de ideas como de opiniones que le den vitalidad y productividad. La democracia exige consenso, diversidad y conflicto. La democracia constituye la unión de la unión y de la desunión; tolera y se alimenta de conflictos que le dan vitalidad. Vive de pluralidad hasta en la cima del Estado (división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial) y debe conservar esta pluralidad para conservarse ella misma... La democracia supone y alimenta la diversidad de los intereses así como la diversidad de las ideas. El respeto de la diversidad significa que la democracia no se puede identificar con la dictadura de la mayoría sobre las minorías...Así como hay que proteger la diversidad de las especies para salvar la biosfera, hay que proteger la de las ideas y opiniones y también la diversidad 56 de las fuentes de información y de los medios de información (prensa y demás medios de comunicación) para salvar la vida democrática”. Sólo las dictaduras, que imponen por la fuerza un único modo de pensar y de actuar, impiden que afloren los conflictos, porque les tienen miedo. Si la democracia es un poema de la diversidad, los conflictos son parte constitutiva de ella. Lo malo puede venir del modo con que intentemos resolverlos. Ya desde Aristóteles y los pensadores griegos, el arte de la política consistía en resolver los conflictos mediante la palabra, el diálogo, la negociación, desechando cualquier recurso a la violencia, que es lo propio de los pueblos primitivos y de las personas inmaduras. Mandar en vez de persuadir eran formas prepolíticas, típicas de déspotas y tiranos. Los que en nombre de la democracia, están dispuestos a recurrir a la violencia y a la guerra, no entienden lo que es la democracia, y ciertamente no podrán gestarla. El fin no justifica los medios, y ciertos medios imposibilitan el logro de determinados fines. No olvidemos que los frutos deben estar ya en la semilla, la cosecha en la siembra. Será imposible recoger convivencia, unión, inclusión, paz; si sembramos odio, división, exclusión, violencia. Cuando los conflictos se tornan graves, es necesario convencerse de que no hay alternativa al diálogo y a la negociación, y que “la verdad está siempre en el acuerdo” (Victoria Camps). Los negadores del diálogo (Cuerda, 1999, 463), “ los intolerantes, sólo necesitan el discurso preconstituido y dogmático que encontrarán en las diatribas de un demagogo, en los evangelios de su caudillo, o en el fanatismo de su secta. Para ellos, la forma de hacer política es la violencia y su causa está por encima de los demás”. Los educadores debemos ser especialistas en resolver conflictos. Para ello, debemos perderles el miedo y aprender a considerarlos como oportunidades privilegiadas para educar. Los conflictos suelen ser válvulas de escape que deben ser analizadas con cuidado para intentar comprender qué quieren expresar los alumnos con su comportamiento. Pero los conflictos deben trabajarse con ánimo de comprensión y de negociación y no de escándalo y amedrentamiento. ¡Cuánto avanzaríamos en la creación de un clima motivador si alumnos y maestros o profesores se percibieran como colaboradores y no como adversarios! Si nos esforzamos por entender lo que nos quieren decir los alumnos cuando provocan conflictos, estaremos más próximos a resolverlos que si nos limitamos a reprimirlos. De ahí la importancia de una educación que enseñe a conversar, escuchar, expresarse con libertad, aclarar, argumentar, comprender al otro y lo que dice, defender con firmeza las propias convicciones sin agredir ni ofender al que le contradice. Una comunidad que aprende a conversar, aprende a convivir. b)-Aprender a valorar lo propio y respetar lo diferente. La convivencia implica valorar la propia familia, las costumbres y tradiciones, el país, la religión..., reconocer y afincarse en las raíces culturales y sociales; y respetar las familias, costumbres, tradiciones, países, culturas y religiones diferentes, combatiendo los dogmatismos, fundamentalismos e intolerancia de quienes quieren imponer una única forma de pensar, de creer, de vivir. 57 Todos (Albó, 2003) nacemos y aprendemos en una determinada matriz cultural. Todos pertenecemos a algún grupo cultural que marca lo que somos y hacemos, lo que pensamos y creemos. Todos tenemos cultura, en consecuencia, no hay personas incultas; todos somos parte de una determinada civilización, por ello, no hay “incivilizados”, ni hay culturas superiores a otras. La cultura particular de un grupo determinado es el sustento y uno de los instrumentos más poderosos para la creación y ulterior desarrollo de las diversas identidades personales y grupales. De ahí la importancia de aprender a valorar lo propio y valorar también lo diferente, esforzándose por no convertir las normales diferencias (geográficas, culturales, de raza, de género...) en desigualdades. Valorar lo diferente y a los diferentes implica tratar con cortesía, saber interactuar, trabajar juntos, respetar. La diversidad y el respeto a las minorías es tan importante como el gobierno de las mayorías. El fanatismo es odio a la inteligencia, miedo a la razón. c).- Aprender a colaborar, compartir y ser solidarios. La genuina convivencia implica aprender a colaborar, es decir, a trabajar juntos, a decidir en grupo, a considerar los problemas como retos a resolver y no como excusas para culpar a otros. Aprender a esforzarse y a trabajar con responsabilidad y calidad, medio esencial para garantizar a todos unas condiciones de vida digna (vivienda, alimentación, educación, trabajo, recreación...), como exigencias esenciales para la convivencia pacífica. Si gran parte de la población no cuenta con condiciones adecuadas de vida y apenas sobrevive penosamente no será posible la convivencia. La paz verdadera se afinca sobre las bases de la justicia, la inclusión y la equidad. Por ello, hay que combatir la hipocresía que proclama los derechos de todos e impide su realización. La defensa de los derechos humanos esenciales se transforma en el deber de hacerlos posibles y reales para todos. Si queremos que los bienes alcancen a todos, debemos combatir la cultura del derroche y del consumismo y aprender a compartir, a vivir con austeridad, a impulsar un desarrollo humano integral y sustentable, que atienda las necesidades fundamentales de todos más que los caprichos de las minorías. Lo que fue creado para todos, debe servir a la vida de todos. No podemos seguir identificando calidad de vida con cantidad de cosas, ni nivel de desarrollo con capacidad de consumo. Esto supone un profundo cambio cultural , la osadía y el empeño tenaz de trabajar sin descanso por globalizar la sobriedad y la solidaridad y establecer la civilización de la justicia y la fraternidad universal. Supone también impulsar unas políticas vigorosas que promuevan la productividad, la eficiencia, la calidad y combatan la mentalidad limosnera, facilista y mesiánica. Para crear esa nueva civilización, necesitamos de una genuina educación profética que, porque ve la realidad con los ojos y el corazón de Dios, opta por los pobres, pero no de un modo paternalista y asistencialista, que perpetúa su situación, sino asumiéndolos (Peresson 1998, 119) “como sujetos históricos, capaces de participar activamente en la búsqueda y en la construcción de una civilización alternativa, capaces de plantear una nueva organización del mundo que rompa las estructuras excluyentes y crea en la utopía de una nueva era de los pueblos, apostando confiadamente en sus posibilidades y potencialidades...Por eso sentimos la urgencia y necesidad de impulsar procesos de democracia participativa en todas nuestras sociedades y redes de solidaridad a todos los 58 niveles. Se trata de favorecer el surgimiento de nuestros pueblos, hoy marginados y silenciados, como protagonistas de las transformaciones, para de esta manera rescatar la democracia de los estrechos límites de la apropiación indebida que se le ha hecho desde el poder existente...Frente a la globalización desde arriba y desde afuera impuesta por el poder creciente de las transnacionales, la opción por los pobres nos plantea una globalización desde abajo y desde adentro, que parta del potencial histórico de los pueblos pobres, de sus raíces culturales y de sus necesidades y aspiraciones más profundas”. Esta educación profética que cree en las potencialidades creativas de todos, especialmente de los más débiles y excluidos, debe cultivar la autonomía personal, la confianza, el respeto, la responsabilidad y la corresponsabilidad, el compromiso personal y social, la cooperación y la solidaridad. En definitiva, sólo será posible convivir, es decir, vivir con los demás, si hay personas dispuestas a vivir para los demás. Educar en la solidaridad supone despertar la compasión, el amor, el sentido de justicia actuantes. La solidaridad verdadera nos libera de la demagogia y de la retórica, del afán desmedido de poder y de tener. El dinamismo de la verdadera solidaridad comienza cuando el otro deja de ser extraño y entra a formar parte de nuestra propia vida, de nuestros sentimientos y afectos. Hay que atreverse a educar para sentir el hambre de los otros como nuestra propia hambre, la falta de trabajo de los otros como nuestro desempleo, el fracaso de los demás como nuestra derrota. La solidaridad no es sólo compasión, sino acción. Es servicio, ayuda eficaz. La opción por los pobres debe traducirse en políticas eficaces que combatan la pobreza. d)-Aprender a respetar, cuidar y querer la naturaleza. Hoy la tierra, patria y patrimonio común de toda la humanidad, gime herida de muerte. En su afán de aumentar la productividad y la ganancia, los seres humanos la saqueamos y destruimos con saña, sin descanso. Muere la tierra y todos los seres vivos vamos muriendo con ella. Olvidamos que la naturaleza no nos pertenece, sino que somos parte de ella. El maltrato o destrucción de la naturaleza se revierte inevitablemente sobre nosotros. El futuro de la humanidad está seriamente amenazado si continuamos despreciando y maltratando la tierra. La supervivencia de la especie humana exige que desarrollemos con la naturaleza unas relaciones de ternura, respeto y cuidado. Para ello, la educación profética que anuncia al Dios de la Vida, debe cultivar en los alumnos la fraternidad cósmica y enseñarles a ser “ángeles guardianes del ambiente y no ángeles exterminadores” (Peresson). Debemos aprender de los indígenas americanos el amor a la madre tierra y considerarnos hermanos del árbol, del agua, de los animales. En 1854, el Presidente de los Estados Unidos pretendió comprarles la tierra a los indios pieles rojas. Su cacique, Seathl, le contestó con esta emotiva carta que resultó extraordinariamente profética y algunos consideran la declaración más bella que jamás se haya escrito sobre el medio ambiente: “¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, Ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos? 59 Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo; cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas en los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas. Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas .Somos parte de la tierra, y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia. Por todo ello, cuando el gran jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros. El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras, deben recordar que el agua es sagrada y, a la vez, deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano. Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y, una vez conquistada, sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto. No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vida de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizás esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave 60 susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento –la bestia, el árbol, el hombre-, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días, él es indiferente al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras, deben recordar que el aire debe ser estimado, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas. Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de gran soledad, porque lo que le suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado. Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos, todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida, él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizás el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que El les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. El es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirían, quizás antes que las demás tribus. Contaminen sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios excrementos. 61 Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza de Dios que los trajo a esta tierra y que, por algún designio especial, les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes. ¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde está el águila? Desaparecida. Termina la vida y empieza la supervivencia. Nosotros tal vez entenderíamos si supiéramos qué es lo que el hombre blanco sueña, qué esperanza describe él a sus niños en las noches largas de invierno, qué visiones les queman en sus mentes para que ellos puedan desear el mañana. Pero nosotros somos salvajes. Los sueños del hombre blanco están ocultos para nosotros. Y porque ellos están escondidos iremos por nuestro propio camino. Si nosotros aceptamos será para asegurar la reservación que nos ha prometido. Allí tal vez podremos vivir los pocos días que nos quedan como nosotros lo deseamos. Cuando el último piel roja haya desaparecido de la tierra, y su memoria sea solamente la sombra de una nube cruzando la pradera, estas costas y estas praderas aún contendrán los espíritus de mi gente, porque ellos aman esta tierra como ama el recién nacido el latido del corazón de su madre. Si nosotros vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la hemos amado. Cuídenla como nosotros la hemos cuidado. Retengan en sus mentes el recuerdo de la tierra, tal como esté cuando ustedes la tomen, y con todas sus fuerzas, con todo su poderío, y con todos sus corazones, consérvenla para sus hijos y ámenla así como Dios nos ama a todos. Una cosa nosotros sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes. Esta tierra es preciosa para El. Aun el hombre blanco no puede quedar excluido de su destino”. Varios siglos antes de que se escribiera esta maravillosa carta, Francisco, el pobrecito de Asís, que fue capaz de ver y alabar a Dios en todo y se hizo hermano no sólo de todas las personas , sino de los animales y hasta de las cosas, compuso y cantó el himno al hermano sol. Estaba prácticamente ciego, agonizaba en medio de unos terribles dolores, y sin embargo, la luz profunda de su espíritu iluminó su agonía y cantó con el corazón henchido de agradecimiento este hermosísimo poema de la fraternidad cósmica: “Altísimo, omnipotente, bondadoso Señor, tuyos son la alabanza, la gloria y el honor; tan sólo tú eres digno de toda bendición; y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención. Alabado seas por toda criatura, mi Señor, y en especial alabado por el hermano sol, que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor 62 y lleva por los cielos noticia de su autor. Y por la hermana luna, de blanca luz menor y las estrellas claras, que tu poder creó, tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son, y brillan en los cielos: ¡Alabado mi Señor! Y por la hermana agua, preciosa en su candor, que es útil, casta, humilde: ¡Alabado mi Señor! Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol, y es fuerte, hermoso, alegre: ¡Alabado mi Señor! Y por la hermana tierra, que es toda bendición, la hermana madre tierra, que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color, y nos sustenta y rige: ¡Alabado mi Señor! Y por los que perdonan y aguantan por tu amor los males corporales y la tribulación: ¡Felices los que sufren en paz con el dolor, porque les llega el tiempo de la consolación! Y por la hermana muerte: ¡alabado mi Señor! (...) Servidle con ternura y humilde corazón, Agradeced sus dones, cantad su creación. Criaturas todas, alabad a mi Señor. Amén”. 63 3.2.4.3.- La necesidad de recuperar la política como servicio al bien común Construir la convivencia exige asumir en serio la formación ciudadana y recuperar el verdadero sentido de la política como servicio al bien común 5. Siguiendo a José Ángel Cuerda Montoya (2001, 460), “podríamos definir la política como el modo de organizar y vivir la vida en común, pero con el ideal de conseguir una sociedad justa y feliz, que es la sociedad que posibilita a todos y a cada uno de sus miembros la libertad suficiente para llevar a cabo una vida plena y satisfactoria”. El bienestar de la población, que no es otra cosa que la más plena realización de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, se constituye en el objetivo de la política. Esta concepción supone superar esa visión negativa de la política que se asocia al arte de seducir y engañar, de hacer teatro, de mentir con el mayor cinismo. Política disociada por completo de la ética y carcomida por el clientelismo, la corrupción, la ineficacia, los abusos de poder. Política que privatiza el Gobierno y el Estado para fines personalistas o partidistas, lo que ha ocasionado su descrédito y que los políticos sean percibidos cada vez más como oportunistas, arribistas, inmorales, personas que voceando su vocación de servicio, utilizan la política como palanca para hacer carrera y favorecer sus intereses personales, familiares o grupales. Por ello, son cada vez más numerosos los que se marginan de la política y se desentienden del ejercicio de su ciudadanía lo que, a su vez, está ocasionando que tengamos democracias meramente formales o electorales, democracias huecas, sin ciudadanos. De ahí, la necesidad de recuperar el sentido originario de la política como búsqueda del bien común y de impulsar una verdadera educación ciudadana, asumiendo que el ciudadano es aquella persona que prefiere el interés general al particular. Al ciudadano le duelen los asuntos comunes de la sociedad y participa activamente en la toma de decisiones para encontrar los mejores caminos para satisfacer los intereses generales. El ciudadano (Sosa, 2004) “evalúa la situación en función del bien común porque entiende que no es posible, a largo plazo, que un individuo, grupo o clase social esté bien, mientras el conjunto de la sociedad no lo está... La vida humana no es posible sino en sociedad y la sociedad requiere el reconocimiento de lo público como el ámbito de lo común y de la política como las relaciones que se establecen tanto para definir los intereses comunes como para llevarlos a la práctica”. Aristóteles definió al ser humano como “animal político” y a los griegos, la vida privada en exclusiva les parecía “idiota”, porque les privaba de hablar y de involucrarse en la solución de los problemas comunes. Cada ciudadano, cada miembro de la polis, tiene su familia, sus intereses, sus negocios, en suma, su vida privada. Pero si se queda en ella resultará un ser incompleto, porque estará prescindiendo de la posibilidad e incluso necesidad de una segunda vida, que le va a permitir ser plenamente libre y servir al interés general, sin el que la condición humana se desdibuja y mutila. Según Montes (2001, 448), fue Pericles el que llevó estas ideas a su máxima expresión: “El ciudadano ateniense no descuida los negocios públicos por atender sus asuntos privados, y cuando un ciudadano se distingue por su valía, entonces se le prefiere para las 5 Trabajé estas ideas junto a Luisa Pernalete, cuando ella estaba preparando el folleto “Democracia, Participación, Ciudadanía” de la Colección Programa Internacional de Formación de Educadores Populares de Fe y alegría. Por ello, algunos párrafos coinciden con el texto del folleto. 64 tareas públicas, no a manera de privilegio, sino en reconocimiento de sus virtudes, y en ningún caso constituye obstáculo la pobreza, porque admitir la propia pobreza no tiene nada de vergonzoso. En cualquier caso, aquellos ciudadanos que no se interesan por la polis no son considerados inofensivos, sino inútiles”. Político y ciudadano vienen a significar lo mismo. Político es habitante de la polis griega, que el latín tradujo como civitas o ciudad. El ciudadano o el político ejercen y defienden su libertad en el horizonte de la convivencia. Combaten por igual la tiranía y el desinterés por lo público, como opuestos a la esencia del ser humano. Desde sus remotos orígenes en la Grecia clásica, y siempre según Montes (2001,447 y 451), “las ideas de libertad y política han aparecido entretejidas y hoy, en la política democrática, están consustanciadas y resultan inseparables. La libertad sin política deviene una utopía, un supuesto imposible..., y la política sin libertad se transforma en una manifestación de la fuerza bruta, en un mero fenómeno de la dominación del hombre por el hombre... Lo que distinguía la convivencia humana en la polis, de otras formas de convivencia humana que los griegos conocían muy bien era la libertad, por lo que ser libre y vivir en una polis eran en cierto sentido uno y lo mismo...Basada e identificada la vida política en la libertad, el hombre que la realiza, el ciudadano, transciende el mero egoísmo personal, se ocupa del interés común, habla y debate con los demás sobre las cosas que conciernen a todos , y ello determina que eleve su plano vital y discurra por un espacio que lo ennoblece y dignifica. La polis, dice Aristóteles, da a cada individuo, además de su vida privada, una especie de segunda vida, que él denomina ‘vida buena’...” En consecuencia, necesitamos de la política “para ser libres, para garantizar la libertad, porque sin actividad política, sin participación política, la libertad se agosta como planta sin agua, pues difícilmente cabe considerar a una persona libre si la misma se margina del proceso político y renuncia a sus prerrogativas de ciudadano. Sin libertad no hay política, pero sin política, tampoco hay libertad”. Es evidente que la ciudadanía implica la participación. Todos pueden y deben participar, ocuparse de los asuntos públicos, y debatir las cosas que conciernen al común, todos deben tener palabra y voto y velar porque se cumplan los derechos de las mayorías. Pero la participación, para ser efectiva, requiere organizaciones e instituciones que la posibiliten. Por eso, es necesario superar las actuales democracias, meramente representativas, formales o electorales, selectivas y excluyentes, donde la calidad del ciudadano se equipara con su capacidad de consumir, y avanzar hacia democracias participativas o fundamentales, donde todos puedan participar, como sujetos activos, en el plano político, cultural y productivo, y ejercer así su derecho a ser coautores del mundo. La autonomía o posibilidad de decidir y controlar los procesos en que estamos involucrados, es una condición necesaria para un desarrollo humano de calidad. Mientras sean otros los que decidan y dicten los rumbos que debemos transitar, no será posible crear las condiciones para que todos podamos vivir de la forma digna que nos corresponde como seres humanos. La democracia debe también garantizar el acceso a los bienes y servicios en igualdad de oportunidades a toda la población, pues la genuina democracia sólo es posible en el marco de la justicia y de la equidad. El primer requisito de una verdadera democracia tiene que ser asegurar la vida y el bienestar de todos, lo que va a suponer privilegiar y atender prioritariamente a los más desfavorecidos. Una supuesta democracia que no combata con políticas eficaces la miseria y la exclusión es una falsa democracia. 65 Pero la genuina democracia no se agota en estos aspectos porque es una cultura, un modo de ser y de actuar que, porque penetra la mente y el corazón, se traduce en relaciones participativas, cooperativas y solidarias en todos los ámbitos de la vida y del actuar humano: familia, trabajo, iglesia, sociedad. Todo tipo de discriminación, sea por motivos raciales, religiosos, de género, económicos, culturales o sociales..., atenta contra la genuina democracia. 3.2.4.4.- La escuela democrática Es evidente que si queremos cosechar unos determinados valores, debemos sembrarlos y cultivarlos en la práctica. Si pretendemos que nuestros alumnos sean participativos, críticos, cooperativos, solidarios, el ejercicio educativo tiene que ser participativo, crítico, cooperativo, solidario. De ahí que el énfasis educativo no puede colocarse meramente en Educar para, si no en Educar en: educar en y para la participación, en y para la cooperación, en y para la convivencia, en y para la democracia. Los centros educativos deben concebirse y estructurarse como lugares de encuentro en la diversidad de género, de oportunidades, de razas, de culturas. De bien poco va a servir que proclamemos las bondades de la participación y entonemos loas a la diversidad y la democracia, si mantenemos estructuras, tanto en el centro educativo como en las aulas, autoritarias, discriminatorias, individualistas. Desgraciadamente, la educación que hoy domina y se propone no prepara a los educandos para la cooperación, sino para la competencia, fomenta mucho más el individualismo y la sumisión que la solidaridad y la libertad. De ahí que las escuelas y centros educativos difícilmente podrán enseñar a amar y construir genuinas democracias si no están estructurados como verdaderas comunidades democráticas, que en lugar de reproducir las desigualdades, las combaten y superan. Comunidades educativas en las que se aprende porque se vive, porque se participa, se construyen cooperativamente alternativas a los problemas individuales y colectivos, se fomenta la iniciativa y el respeto, se toleran las discrepancias, se integran las diferentes visiones y propuestas, se respira un ambiente de amistad, servicio, colaboración, solidaridad. Si realmente estamos convencidos de los beneficios de la participación y la cooperación, los centros educativos deben estar estructurados sobre el trabajo participativo y cooperativo. Todos los miembros de la comunidad educativa aprenden democracia no escuchando y recitando sus características esenciales, sino viviendo y construyendo su comunidad democrática de aprendizaje, trabajo y vida. Aprenden a participar, participando en la planificación, organización, gestión y evaluación del centro educativo que se va configurando, con los aportes de todos, en una especie de microcosmos de una sociedad profundamente participativa y solidaria. En consecuencia, la gestión democrática promueve la motivación y la participación de todos los miembros de la comunidad educativa: docentes, alumnos, representantes y padres de familia; el poder y la autoridad se orientan a empoderar a los demás, a hacerlos crecer, a dotarlos de las competencias esenciales para que puedan ejercer plenamente sus derechos ciudadanos; los conflictos y diferencias se resuelven no de un modo autoritario, sino mediante el diálogo y la negociación; en el centro se practica la discriminación positiva, es decir, se atiende con especial cuidado y esmero a los alumnos con mayores problemas y dificultades; cada 66 miembro del centro educativo asume con entera responsabilidad sus tareas y obligaciones, se asume como parte de un equipo y se esfuerza por dar lo mejor de sí; el currículo parte de los saberes adquiridos y se orienta a alfabetizar críticamente a todos los miembros de la comunidad educativa; las normas, reglamentos y programas se construyen de un modo participativo y están siempre al servicio de las personas y de su crecimiento integral; en breve, los modos de convivencia, trabajo, producción y celebración expresan y anticipan ya los valores de la nueva sociedad que pretendemos. Sociedad que garantice a todos una vida digna, que reconozca y respete las diferencias individuales, de género, culturales, sociales y religiosas sin convertirlas en desigualdades; que posibilite y promueva la participación en la toma de decisiones y en la vida cívica y política cotidiana. Una sociedad que reconozca la diversidad como riqueza, que combata todo tipo de discriminación, violencia e injusticia y considere el desarrollo humano como base de todo desarrollo. 3.2.5.- Alcanzar la plenitud espiritual: Vivir como un regalo para los demás. La fe es para simplificar la vida. El evangelio es de una dulzura y sencillez increíbles. Jesús nos trae la Buena Noticia de un Dios Padre-Madre que nos ama entrañablemente y quiere que vivamos como hermanos. Jesús, la alegría de los pobres y menesterosos, nos vino a traer la libertad, el perdón, el amor. El Dios de Jesús es el Padre del hijo pródigo que celebra la vuelta al hogar con una gran fiesta. El hijo menor de la parábola pide su herencia y se aleja de la casa paterna en busca de su plenitud y felicidad. Las busca donde todos dicen que se encuentra: en el dinero, en el placer, en el derroche... Cuando se queda solo y sin dinero, añora el hogar paterno y decide volver a solicitarle al Padre que lo acepte ya no como hijo, sino como peón. El hijo menor no conocía al Padre y por eso estaba convencido de que ya no lo aceptaría como hijo. Como tampoco lo conoce el hermano mayor que se niega a entrar en la fiesta, que no puede entender la bondad y ternura de ese padre que no sólo no castiga los desmanes del hijo que malgastó la fortuna, sino que celebra con alegría el regreso y el perdón. Lo más duro de la fe es convertirse a la humildad de Dios (Moingt), renunciar a las falsas imágenes que nos hemos hecho de El. La Buena Noticia que nos trajo Jesús aportaba una increíble novedad sobre Dios. El Dios de Jesús no es un dios justiciero que premia a los buenos y castiga a los malos, sino que es el Dios de entrañas misericordiosas, con una increíble debilidad por los pecadores, por los pobres, por los desvalidos. Es el Dios de la alegre misericordia, el Dios del amor incondicional, que nos quiere porque somos hijos y no por lo que hacemos, que celebra el regreso con una fiesta. Jesús nos vino a liberar del temor de Dios, de las leyes inhumanas creadas en su nombre, y del peso de una religión que exige sacrificios y plegarias para calmar la cólera divina y alcanzar el perdón. Jesús nos libera del yugo de la religión: no se trata ya de expiar, sino de amar, ni de consagrarse a Dios, sino de dedicarse al prójimo. El Dios de Jesús no es el Dios Todopoderoso, milagrero, lejano e insensible, sino el Dios mínimo, cercano. Es un Dios que se despoja de sus atributos, para que el hombre sea, para que pueda entregarse por entero a la construcción de un mundo fraternal. La revelación es más bien develación: Dios se esconde en un niño que tiembla de frío sobre un pesebre, en un pobre carpintero amigo de los pobres y los pecadores, en un crucificado que, en medio de terribles sufrimientos, grita su desamparo y aun así, es capaz de perdonar: ‘Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen’. Jesús tiene enemigos pero no odia a sus enemigos, porque él no es enemigo de nadie. Ama a los que no le aman. Ni cuando le 67 crucifican son sus enemigos: son ignorantes, si supieran lo que hacen, no lo harían. Se porta con todos como Hijo del Padre, no como los demás se portan con él (Galarreta). Toda la historia de la revelación (Moingt 1995, 230 y ss) “ es más bien la de la ocultación de Dios, que se despoja de los prestigios que nosotros atribuimos a la divinidad... Dios se muestra en la pequeñez y no en la grandeza. Dios se vela más que se descubre...Muere como imagen de Dios Poderoso, para revelarse como pequeño, débil, crucificado. Dios desaparece para que el hombre sea. Frente al sufrimiento del Hijo, Dios se calla, renuncia a la cólera y la venganza...Al renunciar a intervenir en la historia, Dios la entrega a la libre disposición de los hombres” La Buena Noticia que Jesús nos trajo aportaba también una increíble novedad sobre el hombre. La plenitud humana no se encuentra en el poder, el dinero, el éxito, sino en el servicio y el amor. Nos toca a los hombres construir la historia según el plan de Dios, no según el plan de los hombres. Seguir a Jesús es portarse con los demás como el se portó, portarse como hijo y proseguir su misión que nos convoca al encuentro y la fraternidad, a combatir todo lo que amenaza e impide la vida para que todos puedan alcanzar su plenitud. La fe es sobre todo cuestión de movimiento, de acción, de compromiso. Creer en Jesús es aceptarlo como modo de vida, como revelación de Dios. El evangelio no es lugar de especulación, es una tarea urgente que hay que llevar a cabo. El proyecto de Jesús sigue vivo y necesita de valientes que lo impulsen. Exige una profunda conversión , cambiar el corazón, la mirada, aceptar ir por un camino distinto al que nos propone el mundo. Hacer mío el modo de vida, los valores de Jesús que rechazó el poder, el tener, la figura de un mesías victorioso y predicó las bienaventuranzas, la dulzura, la ternura, el perdón. Para seguir a Jesús hay que estar dispuesto a caminar hacia abajo, al encuentro del pobre, del desvalido, del marginado; combatir las estructuras de pecado que impiden que todos tengan vida, trabajar sin descanso para que la sociedad cambie su rumbo, se convierta. Ya desde el comienzo de su ministerio, en su discurso de las Bienaventuranzas, Jesús (Moingt 1995, II, 153) “había hecho comprender que su misión era, como la de Moisés, del orden de una liberación. Al presentar el Reino de Dios a los pobres, a los mansos, a los afligidos, a los sedientos de justicia, a los misericordiosos, a los rectos de corazón, a los perseguidos por la justicia (Mt. 5,1-12) beatificaba unas categorías concretas de hombres, no simplemente a gente víctima de una suerte desgraciada, sino sobre todo a gente que había realizado una opción de vida, una opción política, podríamos decir, el rechazo de la voluntad de poder, de la violencia, de las vías tortuosas, la voluntad de combatir la injusticia, la opción de vivir pobremente en vez de enriquecerse a costa de los otros, la opción por una vida oscura prefiriéndola a la ostentación del poder; tomaba el partido de los humildes, de los expoliados, de las víctimas de todo tipo de injusticia y de opresión; se comprometía con el camino de la resistencia a todos los poderes que desprecian la dignidad del hombre”. La espiritualidad cristiana es, en definitiva, encontrar a Dios en el hermano, sobre todo el más pequeño y miserable. Se trata de hacerse prójimo (próximo, acercarse) del desvalido, del desconocido, del golpeado, del débil, del enfermo, del que sentimos lejos. Ellos son los bienaventurados, los preferidos de un Dios Amor, que los prefiere no porque tengan más méritos, sino precisamente por su debilidad y su carencia. 68 Según el plan de Dios, que nos reveló Jesús, el amor vuelto servicio es el camino para alcanzar la plenitud humana. Lo que nos hace más humanos es cuidar y proteger al débil, al necesitado, al anciano, al desvalido. Jesús, el Hombre Pleno, Luz del Mundo, Camino, Verdad y Vida, vivió siempre y hasta las últimas consecuencias su opción radical de dedicar su vida a anunciar a un Dios Padre-Madre de todos que nos convoca a construir la fraternidad. Porque vivió como nadie la experiencia y cercanía de Dios, comprendió que sólo es posible llegar a El, a través del hermano. Y su vida se convirtió en servicio: La pasó haciendo el bien: curando a los enfermos, consolando a los afligidos, dando vista a los ciegos, sembrando esperanza en los corazones rotos. Jesús nos enseñó con su palabra y con su vida que Dios se oculta y se revela en el vecino, en el drogadicto, en el enfermo de sida, en el pobre, en el necesitado. A Dios nadie le ha visto pero se manifiesta y está siempre presente en el hermano. Quien no ama al hermano que ve, no puede amar al Dios que no ve. Lo importante no es en qué Dios creemos, sino a qué Dios servimos. Tenemos que demostrar con hechos no sólo que creemos en Dios, sino que le creemos a Dios, que tomamos en serio sus palabras y las convertimos en normas de vida, y que si lo hacemos, alcanzaremos la alegría plena. Sólo es posible llegar a Dios mediante el servicio al hermano. Aunque, como lo expresa Mateo 25, lo hagamos ignorando o incluso rechazando al propio Dios. Los que son declarados “benditos” no lo son por haber hecho bien en su nombre, por motivos religiosos o de fe, sino simplemente por compasión con los que sufren; los “malditos” lo son a causa de su falta de corazón. La fe sin obras, sin caridad, no sirve de nada. Los pobres y desvalidos no son sólo los bienaventurados, sino los que nos salvan a los demás, los que nos hacen benditos en cuanto dediquemos la vida a su servicio. La experiencia religiosa sólo es verificable en sus frutos. Es un estilo de vida: vivir a lo Jesús, es decir, vivir como lo quiere el Padre, vivir divinamente. Dios se hizo hombre para mostrarnos el camino de ser dioses. Humanizar es divinizar. Nos dio la vida para que nos atrevamos a darla. Vivir como un regalo permanente a los demás, vivir según el espíritu de Jesús, es el medio de alcanzar la plenitud. Si creemos que esto es cierto, que el evangelio sigue siendo Buena Noticia hoy, para nuestro mundo, los educadores cristianos debemos tener el valor para proponerlo con vigor y con entusiasmo. Es urgente y necesario que “gritemos el evangelio con la vida” (Galarreta), y que anunciemos con una invencible esperanza que Dios sigue a nuestro lado invitándonos al valor de la conversión para que lleguemos a ser plenamente humanos. El evangelio no es para timoratos y pusilánimes. Servir siempre, perdonar siempre, salvar siempre, vivir derramándose en servicio sobre los demás, requiere una enorme fortaleza. Por eso, los educadores cristianos necesitamos también orar mucho para ver las cosas desde la perspectiva de Dios y seguir fieles tras las huellas de Jesús que suple con su fortaleza nuestra debilidad y cobardía. 69 4.-Las Cinco Vocales de la Pedagogía La pedagogía (Frabboni 2001) forma parte –junto con la sicología, biología, sociología, antropología y didáctica- de las ciencias de la educación, entre las que ocupa, por su bagaje histórico y científico, el puesto más relevante. El objetivo de la pedagogía es reflexionar la teoría y la práctica educativa para impulsar acciones concretas de transformación y lograr un modelo congruente que responda, tanto en la teoría como en la práctica, a las intencionalidades y a los contextos. El pedagogo es un estudioso del problema educativo que reflexiona y revisa continuamente lo que hace para que responda cada vez mejor a lo que busca. Toda pedagogía responde necesariamente a la filosofía educativa, es decir, a la concepción que se tiene de la educación y de la persona que se pretende formar. Una genuina educación profética, orientada al desarrollo pleno e integral de la persona, requiere de una pedagogía comprometida en la transformación de la cultura tradicional de los centros y de las prácticas autoritarias, bancarias y transmisivas que imposibilitan que las personas puedan alcanzar su plenitud. Pedagogía de la indignación y el desacuerdo, que combate todo tipo de discriminación, autoritarismo, rutina y sinsentido pero también pedagogía propositiva que ayuda a reflexionar y transformar las prácticas, a superar las incoherencias, y es capaz de construir caminos educativos alternativos, que promuevan la autonomía y el crecimiento. En este capítulo quiero bajarme de toda pretensión academicista y voy a esforzarme por ser especialmente sencillo y claro. Por ello, he construido el capítulo sobre las cinco vocales y he espigado en torno a ellas una serie de principios pedagógicos simples, esenciales y muy fáciles de recordar. Sobre ellos, podemos construir sesudas elucubraciones y teorías. Sin ellos, todo puede resultar erudición hueca y estéril. No olvidemos que lo más culto es siempre sencillo. Para promover la reflexión y el cuestionamiento, después de cada principio pedagógico incluyo una serie de preguntas, que pueden ayudar a los educadores a leer críticamente sus prácticas y a promover los cambios necesarios. A, E, I, O, U: Posiblemente fueron ellas lo primero que aprendimos en la escuela o incluso antes de llegar a ella. Tal vez nos traigan todavía recuerdos de canciones y juegos de infancia. Están presentes en todas las palabras. Sin ellas no es posible la expresión ni la verdadera comunicación. Ellas iluminan los sonidos y permiten escuchar la música del lenguaje y disfrutar del abrazo de la poesía. Dejémonos interpelar por las vocales. Escuchémoslas con atención porque tienen muchas cosas interesantes que decirnos a los educadores. A Amor: Es el principio pedagógico esencial. De nada sirve que un docente se haya graduado con excelentes calificaciones en las universidades más prestigiosas, si carece de este principio fundamental. En educación es imposible ser efectivo si no se es afectivo. Ningún método, ninguna técnica, ningún currículo por abultado que sea, puede reemplazar al afecto en educación. Amor se escribe con “a” de ayuda, apoyo, ánimo, acompañamiento, amistad. El educador es un amigo que ayuda a cada alumno, especialmente a los más 70 débiles y necesitados, a superarse, a crecer, a ser mejor. El amor crea seguridad, confianza, es inclusivo, no excluye a nadie. Es paciente y sabe esperar, por eso respeta los ritmos y modos de aprender de cada uno y siempre está dispuesto a brindar una nueva oportunidad. El amor verdadero no etiqueta a las personas, no guarda rencores, no promueve venganzas; perdona sin condiciones, recibe con alegría, no pierde nunca la esperanza. Amar no es consentir, sobreproteger, alcahuetear, dejar hacer. El amor no crea dependencia sino que da alas a la libertad e impulsa a ser mejor. Busca el bien-ser y no sólo el bienestar de los demás. Ama el maestro que cree en cada alumno, lo acepta y valora como es, con su cultura, sus carencias, sus talentos, sus heridas, sus problemas, su lenguaje, sus sueños, miedos e ilusiones; celebra y se alegra de los éxitos de cada uno aunque sean parciales; y siempre está dispuesto a ayudar a cada uno para que llegue tan lejos como le sea posible en su crecimiento y desarrollo integral. La evaluación, en consecuencia, ya no es un medio para clasificar, aprobar o reprobar a los alumnos, sino que es un medio para conocer qué sabe cada uno, cuáles son sus fortalezas y sus debilidades, para brindarle la ayuda que necesita. El error no se castiga sino que se asume como una excelente oportunidad de aprendizaje. Además de amar a sus alumnos, el verdadero educador ama la materia que enseña (por ello siempre está buscando, investigando, actualizándose) y ama el enseñar, es educador por vocación. Comprende y asume que la educación no puede ser meramente un medio de ganarse la vida, sino que tiene que ser un medio de ganar a los alumnos a la vida, de provocarles las ganas de vivir intensamente, de buscar su plenitud. Una genuina pedagogía del amor se vale de todos los recursos y oportunidades para acrecentar la confianza de los educadores en los educandos, que hará posible el nacimiento de la confianza que estos deben tener en sí mismos. Junto con la confianza, hay que cultivar profundamente la amistad. En la amistad busca sediento todo ser humano la satisfacción del aprecio, confianza y convivencia que, con frecuencia, no encuentra en el hogar. Y aunque la tenga en su casa, le es necesaria porque la amistad otorga otros niveles de seguridad, consideración y estima de sí mismo. Cada centro educativo debería proponerse ser un lugar en el que crezcan y se cultiven amistades duraderas, donde vaya madurando la amistad como aceptación del otro por lo que es, y que niega por consiguiente la utilización de la amistad para egoísmos y chantajes. Amigo verdadero es alguien que te conoce, te acepta como eres, te comprende y está siempre dispuesto a ayudarte a ser mejor. El amigo espera, comprende, está dispuesto a tender la mano cuando más se necesita. No mira con mirada enjuiciadora, sino comprensiva, cariñosa. Cuando duele mirar atrás y tienes miedo de mirar al frente, puedes mirar a tu lado...Tu mejor amigo estará allí, esperando en silencio, siempre dispuesto a ayudarte. ¿Quiero realmente a todos y cada uno de mis alumnos, especialmente a los más débiles y necesitados? ¿Se sienten ellos queridos por mí? ¿Preparo con ilusión mis clases y me actualizo continuamente para desempeñar mejor mi labor? ¿Cuál –y cuándo- fue el último libro que leí sobre los contenidos que enseño o sobre pedagogía? ¿Asumo la evaluación como un medio de conocer qué sabe cada alumno para poderle brindar la ayuda que 71 necesita? ¿Me evalúo a la luz de los resultados de las evaluaciones que propongo a los alumnos? ¿Permito y estimulo que ellos me evalúen? ¿Qué debo mejorar en mi práctica educativa para practicar con mayor énfasis la pedagogía del amor? Alegría: Si hay alegría, hay motivación, hay deseos de aprender. Si en los centros educativos brilla la alegría, habremos conseguido lo más importante. La pedagogía de la alegría parte de las cosas que conocen e interesan a los alumnos, evitando la sensación de estar sumergidos en un mundo lejano y absurdo. Debemos buscar y meter la alegría en todas las actividades que planificamos y hacemos. Las aulas y todos los recintos escolares deben invitar a la alegría y ser atractivos en lo físico y en el ambiente irradiador de aceptación, comprensión, ayuda. La educación actual es demasiado fastidiosa y aburrida. Muchos alumnos desertan porque no encuentran en el centro educativo respuesta a sus intereses, preocupaciones y problemas. El objetivo principal de las planificaciones debe ser tener a los alumnos motivados y contentos. Hay que volver al saber con sabor, a la escuela (scholé) como lugar del disfrute en el trabajo gratificante y compartido. Quedan prohibidas las caras largas, las palabras ofensivas y desestimulantes, las amenazas, los ejercicios tediosos y aburridos, las memorizaciones sin entender, los aprendizajes sin sentido. Desrutinicemos la educación, abramos las ventanas del aula a la vida, recuperemos el valor educativo del recreo, el deporte, las actividades culturales, los grupos musicales, las convivencias y excursiones. Este tipo de actividades que fortalecen la voluntad, desarrollan la expresión, la iniciativa, la sensibilidad y el goce estético, que satisfacen la necesidad de protagonizar algo, son las que calan más hondo en el espíritu. Ellas marcan a la persona para toda la vida. Cuando uno hace su balance positivo de su paso por el sistema escolar, recuerda este tipo de actividades como las más profundamente educativas. Y casi me atrevería a afirmar que en los centros educativos donde están ausentes o se les da una importancia mínima, difícilmente se gestarán personas en plenitud. Atrevámonos a proponer y vivir el servicio como fuente de alegría. El egoísmo divide y separa. La solidaridad y el servicio unen. Donde hay solidaridad, hay alegría. Las personas generosas suelen ser felices. Los egoístas viven encerrados en sí mismos, son unos amargados que amargan las vidas de los demás. A todos nos embarga una gran dicha cuando logramos las cosas después de esforzarnos, cuando inventamos, cuando alcanzamos metas difíciles, cuando nos vencemos, cuando ayudamos a otros, cuando nos sentimos útiles, cuando hacemos el bien. Convirtamos nuestros salones en lugares de trabajo cooperativo, de ayuda, de servicio. Y brillará en ellos la verdadera alegría, la que proviene del deber cumplido, del trabajo solidario, del don a los demás. No olvidemos nunca que “ser más –y no tener más- es el camino a la perfecta alegría”. ¿Me considero un educador ameno o aburrido? ¿Qué opinarían los alumnos si se les preguntara? ¿Disfruto de mi trabajo educativo? Cuando planifico, ¿busco conscientemente tener a los alumnos motivados y felices? ¿Lo logro? ¿El aula y el centro educativo refleja alegría, creatividad, colaboración? ¿Le damos la debida importancia en nuestro centro educativo a las celebraciones, los actos culturales, el deporte? ¿Qué propongo y estoy dispuesta a hacer para avanzar en una pedagogía de la genuina alegría? 72 Asombro: Desterremos la rutina, los rituales grises, las jornadas monótonas, siempre iguales. Cada día debe ser una sorpresa, cada actividad una fuente de asombro. Los alumnos acuden al centro educativo no a repetir rituales aburridos sino a dejarse sorprender por la innovación y la creatividad. La biblioteca debe ser la casa de la magia, los libros unos amigos ansiosos de contar historias, aventuras. Ir a la biblioteca debe considerarse un premio. La maestra bibliotecaria debe ser la más soñadora, la más creativa, capaz de hacer volar la imaginación de los alumnos, de despertar sus ganas de aprender. Atrevámonos a innovar, a proponer, a soñar, a convertir nuestras actividades en una fiesta. Estimulemos en los alumnos la capacidad de creer y de crear para que nunca se dejen atrapar en el fango rastrero, sin alma, del materialismo que nos domina y aplasta, que no nos deja soñar. Ser maestro es alimentar la fantasía de los alumnos para que visiten estrellas y países encantados, hablen con las mariposas y turpiales, descubran horizontes insospechados y se acuesten a descansar en el pecho de la luna. Ayudemos a los alumnos a mirar, a admirar, a contemplar, a descubrir el misterio que se oculta en cada cosa, en cada flor, en cada persona. Seamos capaces de “acorazar” sus corazones contra la vulgaridad, el mal gusto, la violencia, la banalidad. Volvamos a ser capaces de vivir con ilusión nuestra vocación de educadores: “Si no se hicieren como niños, no entrarán en el reino de la pedagogía”. El genuino maestro, más que inculcar respuestas e imponer la repetición de normas, conceptos y fórmulas, orienta a los alumnos hacia la creación y el descubrimiento, promueve su inventiva, los guía para que galopen sin ataduras por los caminos de su libertad. ¿Acudo cada día al centro educativo con ilusión, dispuesto a sorprender y dejarme sorprender por mis alumnos? ¿Me esfuerzo por hacer de cada jornada algo sorprendente y nuevo? ¿Qué propongo para acabar con la rutina, con esos rituales escolares monótonos y aburridos? Autoridad: La palabra proviene del verbo latino augere, que significa, alentar, animar, ayudar. Las palabras auge y aupar son primas hermanas de autoridad. Todos los educadores tienen poder pero no todos tienen autoridad. Tienen poder para mandar callar al alumno, para sacarlo del salón y mandarlo a la dirección, para bajarle puntos, castigarlo o ponerle una mala nota. Poder dado por la institución, por el cargo, pero la autoridad sólo se la pueden dar los alumnos. Y en palabras de Carbó (1999, 82) “sólo la darán si ven coherencia en el educador, si se sienten queridos, si sienten que, en definitiva, se trata de su propio bien: La disciplina que ayuda, gusta y es aceptada. La que reprime resulta odiosa”. Sólo es deseable la autoridad que auxilia, que sirve, que aúpa, que empodera, que hace crecer. La genuina autoridad se esfuerza por crear una disciplina consensuada, que norma y regula el trabajo y la convivencia y por ello, está siempre al servicio del alumno, de su crecimiento y formación. Disciplina que no impone, humilla y cercena, sino que surge de la convicción personal y de las exigencias de la vida grupal. Disciplina que convierte al educando en copartícipe de la programación, desarrollo y evaluación del proceso y que le estimula a construir su personalidad. Disciplina orientada a crear un ambiente de trabajo, 73 respeto y comunicación, donde los alumnos puedan expresarse con toda libertad, y los conflictos se resuelvan mediante la negociación para convertirlos en fuente de avance y desarrollo personal. Por lo general, los maestros y maestras que quieren a sus alumnos y son queridos por ellos, no suelen tener graves problemas de disciplina y, si los tienen, son capaces de resolverlos sin graves inconvenientes. ¿Y no es cierto que los castigos con frecuencia son muy poco educativos y suelen ser más bien una forma velada de venganza? Por ello, como nos aconseja Carbó, “no castiguemos nunca a no ser que estemos convencidos de que el castigo es absolutamente imprescindible y, en este caso, preguntemos siempre a la persona sancionada si acepta el castigo, si le parece justo y si cree que le ayudará a corregir el problema”. La mayor parte de los conflictos en educación surgen porque las normas no están claras o no han sido suficientemente analizadas o asumidas. De ahí la importancia de construir con los alumnos las normas de disciplina, basándola en el respeto y la comprensión. La disciplina es necesaria. El problema está en cómo ejercerla. Es urgente que se reflexione y analice con los alumnos las normas disciplinares, el reglamento, buscando consensos y responsabilidades. La razón del cumplimiento de los deberes y obligaciones, del respeto mutuo, no está centrada en el poder del docente, en las exigencias del reglamento, sino en la corresponsabilidad, en el acuerdo común, y en los objetivos y metas señalados comunitariamente. ¿Tengo autoridad ante los alumnos o simplemente poder? ¿Siento que me respetan y aprecian? ¿Hay normas claras en el salón y en el centro educativo? ¿Han sido construidas con la participación de los alumnos? ¿Están realmente al servicio de los alumnos? ¿Qué me propongo y propongo para avanzar en la creación de una disciplina consensuada al servicio de la convivencia y del crecimiento de todos? Alumno: Es el personaje más importante del centro educativo, sin importar su sexo, raza, familia, color, religión, aspecto, peinado, forma de vestir... Todos son iguales y al mismo tiempo diferentes, con el derecho y la obligación de realizarse en plenitud. Los directivos, los maestros, los gremios, los administrativos y obreros, los programas, la distribución de los horarios, tiempos y espacios, las actividades, ¡todo! (hasta el Ministerio de Educación) debe estar al servicio del alumno, de todos y cada uno de los alumnos, en función de sus aprendizajes, de su crecimiento integral. Del derecho de los alumnos a recibir una educación de calidad, dimanan los derechos de los maestros, de los directores, de los administrativos y obreros…quienes, en defensa de sus derechos, no pueden pisotear la fuente de donde brotan. Una pedagogía centrada en el alumno necesariamente debe ser una pedagogía del aprendizaje, más que de la enseñanza. Es urgente que avancemos “del aprendizaje de la cultura a la cultura del aprendizaje” (Pozo). Para la pedagogía del aprendizaje, buen maestro o profesor no es el que enseña muchas cosas, el que ha logrado varios títulos importantes, sino el que logra que los alumnos aprendan efectivamente lo que deben aprender. El que logra la motivación y atención de los alumnos y es capaz de suscitar su 74 reflexión sobre lo que aprenden y sobre el modo como aprenden. Los alumnos aprenden realmente cuando dejan de ser aprendices pasivos y acríticos que reproducen mecánicamente conocimientos elaborados por otros, y se convierten en aprendices activos y autónomos, capaces de construir sus aprendizajes de un modo significativo. Un educador que busca fomentar el aprendizaje de sus alumnos promueve prácticas pedagógicas que promueven la reflexión, la solución de problemas, la investigación, la colaboración, la autonomía. ¿Son realmente los alumnos lo más importantes en el centro educativo? ¿Lo perciben ellos así? Los horarios, los cargos, las actividades..., ¿se organizan para favorecer sus aprendizajes? ¿Algunas veces hemos pisoteados los derechos de los alumnos por defender los nuestros? ¿Gira la práctica pedagógica en torno al docente y la enseñanza, o en torno al alumno y su aprendizaje? ¿Cómo lo demostraríamos? ¿Qué propongo para avanzar en una pedagogía del aprendizaje? Audacia: para superar la tentación del acomodo y la mediocridad, para ir más allá de lo posible, para superar el pragmatismo y la sensatez de los pusilánimes y cobardes. Audacia para innovar, para proponer, para emprender caminos siempre nuevos. Audacia que contagie y sea capaz de provocar el atrevimiento y el riesgo, las ganas de vivir de un modo fecundo, dando vida a los demás. Para hacer la vida nueva, para levantarse de la mediocridad, para reemprender siempre nuevos y más arriesgados vuelos, hace falta mucho valor y coraje. Hace falta tomar riesgos. Las personas pusilánimes, que no arriesgan nada, dejan de crecer y renuncian a la plenitud. Prisioneros de sus miedos, son esclavos que han renunciado a la libertad, pues sólo cuando una persona se arriesga, llega a ser libre Uno de los fallos principales del actual sistema educativo es que ha descuidado la formación de la voluntad y la capacidad de riesgo. Vivimos en una cultura hedonista, vana, sensiblera, que rehuye el esfuerzo, el sacrificio, el vencimiento de sí mismo. Es por ello urgente enseñar el coraje para enfrentar con valor y decisión los problemas, para ser capaz de superar las dificultades y levantarse de las caídas. Coraje es estar dispuesto a enfrentar lo que haga falta para convertir en realidades los sueños y esperanzas. Los grandes hombres, los que han sobresalido en lo político, en lo científico, en lo cultural, en la santidad, lo hicieron porque quisieron con radicalidad algo y comprometieron sus vidas a lograrlo, sin importar lo que costara, ni los esfuerzos y sacrificios que exigiera. La mayor parte de los problemas desaparecen o se debilitan con tan sólo la decisión firme de enfrentarlos. Por el contrario, si uno se acobarda, problemas y dificultades se agigantan. El miedo paraliza, impide salir de sí, debilita y empequeñece, imposibilita la creación. El miedo nunca ha sido capaz de cambiar nada importante. Con personas miedosas o mediocres no va a ser posible cambiar el mundo. ¿Me considero una persona audaz o una persona pusilánime? ¿Cómo me perciben los demás? ¿Qué mensajes transmito con mi vida? ¿Estoy siempre en búsqueda o me dejo llevar por la rutina? ¿Soy constante en mis búsquedas y propuestas? ¿Me acobardo ante 75 los problemas y dificultades o los asumo como retos para crecer? ¿Qué hago para formar el carácter, la voluntad, el coraje de mis alumnos? ¿Qué innovaciones o cambios importantes he incorporado a mi práctica educativa en los últimos meses? ¿El ambiente del centro educativo invita a la superación permanente, o fomenta la mediocridad? ¿Qué propongo para avanzar en una pedagogía de la audacia? E Escucha: En educación, se habla mucho, pero se escucha y se dialoga muy poco. En general, es el maestro el que habla y los alumnos repiten sus palabras. La pedagogía está penetrada por una gran verborrea hueca. Si queremos comprender y comunicarnos con los alumnos, los educadores debemos aprender a escucharlos. Escuchar las palabras, el tono, los silencios, los gestos, la timidez, la inseguridad, la rebeldía, los dolores del alma, los gritos de sus miedos. Escuchar lo que expresan y lo que callan, lo que traen de la casa, la calle, la familia. Escuchar lo que piensan, sin decirlo, de cada uno como maestro o profesor, de la materia, del centro educativo. Escuchar antes de diagnosticar, de opinar, de juzgar. Escuchar para comprender y así poder dialogar. El diálogo exige respeto al otro, humildad para reconocer que uno no es el dueño de la verdad, que el alumno acude al acto educativo con saberes, vivencias y puntos de vista que el educador debe tomar en cuenta. El diálogo implica búsqueda, disposición a cambiar, a “dejarse tocar” por la palabra del otro. Saber escuchar para saber decir, para superar las trampas de la apariencia de la comunicación. La palabra construye realidad. Una palabra o una frase, un gesto, pueden influir sobremanera en el crecimiento o en el estancamiento de los procesos de desarrollo que vive el alumno. El ser humano ha sido creado para comunicarse. Para comunicar, se necesita acoger al otro, respetándolo, sin imponerle nada, sin violencia. Sólo la escucha verdadera, que nace del amor, abre las puertas de la comunicación. Para comunicarse, hay que aprender a escucharse, a escuchar el silencio, para ser capaz de engendrar en él palabras verdaderas, coherentes, germinadoras de aliento y vida. Frente a un mundo y una cultura en la que triunfan los charlatanes y los mentirosos, debemos cultivar una pedagogía de la escucha y de la palabra como expresión de vida, palabra-testimonio. ¿Escucho realmente a los alumnos, a los compañeros, a los padres y representantes? ¿Escucho para comprender y así poder dialogar y ayudar? ¿Soy capaz de escuchar mi silencio para conocer qué se oculta detrás de mis acciones, mis poses, mis palabras? ¿Me siento realmente escuchado y comprendido por mis directivos y compañeros?¿Enseño a mis alumnos a escuchar, qué hago para ello? ¿Qué propongo para avanzar realmente en una pedagogía de la escucha? Éxito: No hay alumnos incapaces, que no sirven. Todos tenemos talentos, dones, posibilidades. Somos distintos, pero todos valiosos. Todos somos buenos para algo. El reto está en descubrirlo y potenciarlo. Cada uno debe encontrar su propio camino de realización. Todos nacimos para triunfar. El verdadero educador cultiva con tenacidad la pedagogía del éxito, tiene expectativas positivas de cada uno y considera el fracaso de sus alumnos también como su propio fracaso. Evitar el fracaso supone ayudar a cada alumno a 76 descubrir, valorar y potenciar sus dones y cualidades positivas, de modo que pueda realizar su misión en la vida: “Conócete a ti mismo, confía en ti, sé tú mismo”. La pedagogía del éxito es inclusiva y combate con tenacidad todos los mecanismos de exclusión. Es también una pedagogía de la equidad, de modo que privilegia más a los que menos tienen y se esfuerza por compensar las desigualdades de origen. Pedagogía orientada también a garantizar que todos los alumnos adquieran el dominio de las herramientas esenciales de aprendizaje (lectura, escritura, expresión, cálculo, pensamiento, ubicación en el espacio y en el tiempo…), y de las actitudes esenciales (curiosidad, exigencia, superación, reflexión permanente...) que le permitirán seguir aprendiendo siempre. No olvidemos que el éxito exige esfuerzo, constancia, coraje, vencimiento. Éxito se escribe con e de empeño, de esfuerzo, de empuje. Ayudemos a los alumnos a exigirse, a dar lo mejor de sí mismos, a fructificar al máximo sus talentos, a no desanimarse ante los fracasos y caídas y asumir las dificultades y problemas como retos. Se trata de que cada uno busque su propia excelencia, que no se conforme con la mediocridad, que dé lo mejor de sí en todas las cosas, que compita consigo mismo, más que contra los demás. ¿Siento que si uno de mis alumnos fracasa, yo estoy fracasando también con él?¿Hago siempre todo lo posible para evitar su fracaso? ¿Me esfuerzo por descubrir las cualidades y valores de cada alumno para ayudarle a potenciarlos? ¿Asumo que todos y cada uno tienen derecho a triunfar? ¿Me esfuerzo para garantizar que todos los alumnos adquieran las herramientas y actitudes esenciales para un aprendizaje permanente? ¿Cómo entiendo y cultivo la excelencia? ¿Qué cambios me propongo hacer en mi práctica pedagógica para practicar la pedagogía del éxito? Entusiasmo: Etimológicamente, la palabra significa “tener un dios dentro”: estar lleno de energía, de creatividad, de vida, de ilusión. Es sinónimo de jovial, poseído por Júpiter (Iovis). El verdadero maestro busca generar el entusiasmo de sus alumnos en todas y cada una de las actividades, de los ejercicios, de las prácticas, de los ambientes, de las relaciones, de los resultados, incluso de los errores. Por eso, no los castiga, sino que los asume como oportunidades privilegiadas para ayudar a cada uno a avanzar, a superar las dificultades, a crecer. La pedagogía del entusiasmo, muy ligada a la del asombro y la alegría, supone que el maestro o profesor se asume como un animador , como la persona más motivada y motivadora del salón, capaz de dejar fuera del aula sus problemas y dificultades para no contaminar con ellos a los alumnos. Es una persona orgullosa y feliz de ser maestro, que contagia vocación, ganas de aprender, ganas de vivir. Más que transmitir sus conocimientos, comunica sus deseos y habilidades para que los alumnos los adquieran. Vive con sus alumnos la aventura del aprendizaje cotidiano, convierte su salón en un taller, en un laboratorio, en un lugar de búsqueda, de encuentro y convivencia, de construcción de nuevos conocimientos y valores. ¿Qué hago para entusiasmar a mis alumnos? ¿Soy yo una persona entusiasmada? ¿Pierdo fácilmente el entusiasmo? ¿Acudo al centro educativo con ilusión? ¿Asumo el error como 77 una maravillosa oportunidad de aprendizaje? ¿Qué puedo hacer para vivir con mayor entusiasmo mi vocación de educador? Equipo: La unidad básica de la organización y el trabajo, no es el individuo, sino el equipo. Equipo directivo, equipos de docentes, equipos de representantes, equipos de alumnos que valoran la diversidad de raza, género, talentos..., como riqueza, que participan, colaboran y se ayudan. Todo el centro educativo es un gran equipo, unidos en la identidad y en la misión, en el que cada uno asume su tarea con entera responsabilidad y cuida y se preocupa por todos los demás. En educación no puede haber lugar ni para solitarios ni para insolidarios. Trabajar en equipo implica saber dar y recibir, corresponsabilizarse, estar abierto a descubrir lo positivo del otro, tener conciencia de las propias necesidades y carencias, comprender para ser comprendido. Necesitamos con urgencia una educación que cultive la cultura de la cooperación y la solidaridad. Con frecuencia, alabamos teóricamente la cooperación, el compartir, pero la práctica real impone la competencia, el individualismo, el triunfo de los mejor dotados o con mayores ventajas, el “sálvese el que pueda”. De ahí la necesidad de analizar no tanto los discursos y proclamas, sino el currículo oculto, el clima organizacional, las prácticas de premios y castigos. Ello nos mostrará si en verdad los centros son lugares donde todos aprenden juntos y aprenden unos de otros, donde se aprende a compartir, a colaborar, a ser solidarios, o son más bien, lugares donde se fomenta el trabajo individual y el triunfo exclusivamente personal. ¿Estamos organizados en el centro educativo como un verdadero equipo unidos en la identidad y en la misión o cada uno anda por su lado? ¿Me considero miembro de un proyecto educativo o simplemente un maestro de un determinado grado o un profesor de algunas materias? ¿Considero a los bedeles, secretarias, padres y representantes como miembros del equipo? ¿Siento como míos los logros o problemas de mis compañeros? ¿Organizo a los alumnos en verdaderos equipos de trabajo? ¿En el centro educativo, fomentamos la cooperación o el individualismo? ¿Qué valores expresa el currículo oculto? ¿Qué propongo para fomentar la cooperación y el trabajo en equipo? Expresión: oral, gestual, corporal, estética, dramática, escrita. Expresar: sacar fuera lo que uno tiene adentro. Comunicar, manifestar, hacer público. Expresar ideas, sueños, sentimientos. La educación tradicional niega la expresión: el maestro habla, el alumno escucha y tiene que oír sin interrumpir, y luego decir y hacer lo que el maestro le ordena. Se aburre, se le condena al quietismo, a la pasividad, a la repetición. Se le niega la palabra, la posibilidad de ser. Quien no se expresa, lo suprimen, se reprime, le imprimen el sentido, le impiden ser él. La pedagogía de la expresión promueve un ambiente motivador, de confianza, acogida, respeto, donde cada alumno se siente motivado a decir su palabra y a comunicarla de todas las formas posibles. Por ello, desarrolla la oralidad y la escucha, cultiva el buen decir, la oratoria, las habilidades comunicativas orales, gestuales, corporales, pictóricas, dramáticas, mímicas, escritas de cada uno. Una pedagogía de la expresión promueve por todos los 78 medios y en todos los espacios educativos, la comunicación entre maestro y alumnos y de los alumnos entre sí. Para ello, reorganiza los ambientes, evitando una distribución del espacio que pueda favorecer la palabra del profesor y la recepción pasiva de los alumnos, o impedir la comunicación entre ellos. La pedagogía de la expresión espolea la imaginación y la fantasía, cultiva la literatura, la música, la pintura, las artes y artesanías, la fotografía, el cine, el contacto con la naturaleza. Se promueven los grupos de danza, música, teatro, títeres, pintores, cuentacuentos, cine, fotografía, creación literaria, periódico, folklore, ecológicos.... Se rescatan las fiestas y tradiciones y los centros y programas educativos se unen a las celebraciones de la comunidad. Todo el espacio físico y los alrededores del centro se convierten en un gran taller, un museo, un enorme mural. ¿Cultivo con tenacidad las múltiples formas de expresión de los alumnos? ¿Convierto el aula en un taller de creatividad y de expresión? ¿La organización del aula fomenta la expresión y la comunicación? ¿Qué cambios debo introducir en mi práctica pedagógica para fomentar más y mejor la expresión de los alumnos? ¿Qué propongo para fomentar más la expresión en mi centro educativo? Experiencia: Una de las mayores fatalidades de la escuela actual es su alejamiento de la vida. El mundo escolar ha hecho un mundo artificial dentro del mundo real y la mayoría de las cosas que se exigen y se aprenden en la escuela sólo sirven para permanecer o continuar en la misma escuela, para seguir ascendiendo en una carrera de obstáculos que, con demasiada frecuencia, no lleva a ninguna parte. La escuela gira y gira en un mundo irreal e intrascendente, de conocimientos muertos, donde el saber, en vez de ser capacidad para vivir más plenamente, se concibe como acumulación de datos inconexos, fechas, conceptos, fórmulas, números, recital de un rito sin sentido. Sólo educaremos para la vida, si la escuela, los programas, los contenidos están inmersos en la realidad y en la vida cotidiana del alumno, su familia, el barrio, el caserío, la ciudad, el país. La auténtica planificación parte siempre de la experiencia, saberes, sentimientos y necesidades de los alumnos, de tal modo que sumerge la práctica escolar en la práctica social cotidiana de sus vidas. La pedagogía de la experiencia es una pedagogía inculturada en la realidad de los alumnos. Es, en consecuencia, una pedagogía del encuentro entre profesor y alumnos, entre padres y maestros, entre escuela y familia, entre educación y vida. Los educadores deben entender que cada alumno tiene un saber, una forma de expresarse y de comunicarse, unos valores, unas costumbres y tradiciones que deben ser valorados y reconocidos. Para ello, deben esforzarse por conocer y comprender el mundo de sus alumnos para así poderles ayudar mejor. Esto va a exigir mirar la realidad desde los ojos de los jóvenes. Sólo si estos se sienten aceptados y acompañados en su crecimiento y realización personal; si perciben que los educadores parten de sus experiencias y conocimientos y valoran su cultura, su lenguaje, sus lógicas, saberes y percepciones; si experimentan que se les acompaña en su crecimiento y realización personal, podrán echar raíces hacia adentro y fortalecer su identidad. 79 La pedagogía de la experiencia se esfuerza por introducir el currículo en la vida de los alumnos, de modo que estos sientan y experimenten lo que aprenden y sean capaces de adentrarse, con la inteligencia y también con el corazón, en el fondo de los hechos y los acontecimientos. Sólo hay verdadero aprendizaje cuando se involucran también los afectos y los sentimientos. De ahí la necesidad de movilizar los corazones de los alumnos, de hacerlos reflexionar y reaccionar ante lo que ven y lo que estudian, de modo que adquieran una visión personal y objetiva que les lleve a involucrarse como sujetos activos en la creciente humanización y transformación de la realidad. ¿Valoro realmente el saber y la cultura diversos de cada uno de los alumnos? ¿Parto siempre de su experiencia? ¿Promuevo su reflexión y reacción sobre los hechos y acontecimientos? ¿Cómo lo hago? ¿En el centro educativo los programas están al servicio de los alumnos, o más bien los alumnos al servicio de los programas? ¿Qué propongo para que en el centro educativo vayamos avanzando hacia una pedagogía cada vez más enraizada en la experiencia de los alumnos? I. Inteligencia: Como dijimos más arriba, capacidad de leer por dentro (intus-legere), de pensar con la propia cabeza, de analizar los hechos y problemas de forma rigurosa para dar una opinión pensada y razonada. Inteligencia para comprenderse, comprender a los demás, comprender el mundo y dar respuestas apropiadas a los acontecimientos y problemas, de modo de contribuir a su transformación. Capacidad crítica, analítica, creativa, innovadora, de resolución de problemas. Capacidad de aprender a desaprender, a aprender, a comprender, a emprender, que hoy supone la multialfabetización y el desarrollo de la curiosidad y el deseo de aprender. Inteligencia como capacidad de escucha y de expresión clara que dialoga y argumenta con precisión, que cree en las propias capacidades de percepción, comprensión, interpretación y creación. Dominio de la lectura de todo tipo de textos, del contexto, de imágenes y lenguajes digitales. La genuina lectura supone la comprensión, el diálogo entre el texto del lector, sus conocimientos previos, con el texto escrito. Leer es capacidad de buscar la información de manera crítica y selectiva, para tomar las decisiones más adecuadas y convertir la mera información en conocimiento. Desarrollar la inteligencia supone pasar de la pedagogía de la copia y reproducción, a la pedagogía de la creación y producción. De la pedagogía del individualismo a la pedagogía de la cooperación. De la pedagogía de la repetición de hechos y conceptos a la pedagogía de la solución de problemas. Las aulas se van transformando en verdaderos talleres y laboratorios, en lugares de búsqueda, experimentación, creación. ¿Mi pedagogía se orienta a cultivar la memoria o la inteligencia, la reproducción o la producción, la repetición de datos y conceptos o la solución de problemas? ¿Qué me dicen en este sentido las evaluaciones que propongo? ¿Me esfuerzo por hacer de mis alumnos, sin importar su nivel o modalidad, lectores cada vez más autónomos y eficientes? ¿Soy yo un verdadero lector de todo tipo de textos? ¿Qué cambios debo impulsar en mi práctica pedagógica para desarrollar más y mejor la inteligencia de mis alumnos? ¿Qué propongo para que en el centro educativo vayamos avanzando hacia una pedagogía orientada a desarrollar la inteligencia? 80 Investigación: (In vestigia ire: ir tras los vestigios o huellas). Ir a la raíz de los problemas y acontecimientos siguiendo los indicios, las pistas, las huellas. Para investigar se requiere curiosidad, inquietud, búsqueda, ganas de saber y de aprender, de querer solucionar problemas. Si no se tiene problemas, no hay investigación. De ahí la necesidad de una pedagogía de la problematización, que promueva la curiosidad e inventiva de los alumnos. No se aprende escuchando al maestro o profesor y repitiendo lo que dice. Ni se aprende memorizando guías y lecciones. Se aprende buscando, experimentando, reflexionando, discutiendo, confrontando, creando, inventando, resolviendo. El educador, como un buen entrenador, ayuda, aconseja, corrige, anima, descubre talentos y posibilidades…, pero el que juega es el alumno o, mejor, los alumnos organizados en equipos de investigación. Investigar no es copiar de libros, enciclopedias o del internet. Toda investigación supone una búsqueda consciente, un descubrimiento y la adquisición o profundización de nuevos saberes. Investigar supone practicar más la pedagogía de la pregunta que la de la respuesta, cultivar la curiosidad, el deseo de saber. La base de toda genuina investigación es tener una buena pregunta. El alumno se convierte en un investigador cuando se encuentra con una situación problemática que no puede resolver con los conocimientos que posee. Si alguien la resuelve por él, se habrá perdido una gran oportunidad de aprender. Pero la investigación sólo puede surgir en un ambiente en el que se le proporciona al alumno tiempo para experimentar, manipular, preguntar; materiales que proporcionan información, datos pertinentes, y la oportunidad de comprobar algunas de las soluciones. Esto requiere de un docente que sea también él investigador, que le guste experimentar, descubrir, buscar. ¿Cómo concibo yo la investigación, cómo la practico personalmente? ¿Qué he investigado en mi vida? ¿Qué he aprendido de las investigaciones que he hecho? ¿Qué estoy investigando actualmente? ¿Cómo fomento, acompaño y guío las investigaciones que propongo a los alumnos? ¿Qué investigaciones importantes hemos realizado juntos? ¿Me considero en el salón de clase un entrenador que ayuda a que cada alumno juegue su propio partido lo mejor posible, o me considero el jugador más importante? ¿Qué propongo para que en el centro educativo vayamos avanzando hacia una pedagogía de la investigación? Integral: No es suficiente educar a todas las personas. Hay que educar a toda la persona. A la educación tradicional sólo le interesa la cabeza del alumno, y de ella sólo la capacidad de memorizar y repetir. El resto del cuerpo y de la persona los soporta la escuela porque no tiene otro remedio, pero no los asume en su propuesta educativa. Por ello, hay que educar los ojos, para saber observar, contemplar y admirar la belleza del universo; para saber mirar con cariño y comprensión; para ver la realidad sin miedo. Educar los oídos para saber escuchar antes de hablar y así poder comprender y dialogar; escuchar el silencio para poder reflexionar y construir en él palabras testimonio. Educar la lengua para ser hombres y mujeres de palabra responsable, para pronunciar palabras que alienten, que acerquen, que construyan puentes. Educar la nariz para saber olfatear lo que está sucediendo, lo que se oculta detrás de las apariencias, para no contentarse con la primera explicación. Educar las manos para que sean honestas y trabajadoras, y siempre estén dispuestas a dar y a recibir, a tenderse a quien las necesite. Educar los pies para que sean fuertes y solidarios, listos para marchar al encuentro del prójimo, para labrarse el 81 propio camino con autenticidad y libertad. Educar la sexualidad para que sea asumida con madurez y responsabilidad, para que el sexo se viva como una comunión profunda de los cuerpos en el diálogo sublime de la entrega y el amor. Educar el estómago para saber comer y beber con moderación, sin esclavizarse a la comida ni a la bebida. Educar el corazón, el sentimiento, los afectos, los valores; corazón grande, con las puertas abiertas, para que puedan entrar todos y quedarse en él; corazón generoso, solidario, capaz de compadecerse del prójimo y correr en su ayuda. Educar la imaginación, la creatividad, los sueños, la esperanza para imaginar un mundo distinto y comprometerse en su construcción. ¿Asumo en mi práctica educativa a todos los alumnos y la totalidad de cada alumno? ¿Educo sus sentidos, sentimientos, afectos, potencialidades? ¿Cómo lo hago? ¿Qué reflejan las evaluaciones que propongo y las calificaciones de los alumnos? ¿Qué podríamos hacer para avanzar en una pedagogía cada vez más integral e integradora? O Organización. No es posible una buena educación sin una organización eficaz y el compromiso con ella de todos los miembros. La organización supone unidad de propósitos, ayuda mutua, unión en la identidad, en la misión y en la vivencia de los valores. Todo en el centro educativo (horarios, tiempos, reglamento, reuniones, actividades especiales, jornadas de formación de los maestros, selección de cargos…) debe estar orientado a lograr el aprendizaje y crecimiento de los alumnos. Todo el personal (directivos, maestros, bedeles, secretarias, personal de la cantina...) tienen una función educadora. La organización del centro educativo y de cada uno de los salones debe responder a la pedagogía de la comunicación, la responsabilidad, el trabajo, la expresión y la investigación. De nada sirve sustituir los pupitres por mesas u organizar a los alumnos en círculo, si el educador sigue acaparando la palabra, o si practica una pedagogía bancaria y transmisiva. La organización supone desarrollar las habilidades de planificación, ejecución, revisión y evaluación permanente de tareas y logros. Cada uno tiene que saber bien lo que tiene que hacer y asumirlo con responsabilidad. “Quien no sabe dónde va, es posible que no llegue”. “Si no sabemos dónde vamos, no tiene sentido el ir juntos”. La genuina educación se opone a la improvisación, al espontaneismo y a la anarquía. La planificación explicita lo que queremos lograr y lo que necesitamos para lograrlo. La evaluación formativa tiene como finalidad conocer si estamos logrando lo que nos proponíamos, para reorientar los procesos organizativos y pedagógicos de modo que superemos las dificultades, cambiemos lo que no funciona y seamos capaces de brindarle a cada alumno la ayuda que necesita. ¿Me considero una persona organizada? ¿Tengo claro lo que espero que logren los alumnos? ¿Lo tienen ellos claro? ¿Cómo están organizados los alumnos en el salón? ¿Planifico bien todas las actividades que realizo? ¿Asumo la evaluación como una estrategia para revisar los procesos y conocer cómo va cada uno de los alumnos, para así brindarle la ayuda que necesita? ¿Estamos verdaderamente organizados en el centro educativo? ¿Evaluamos permanentemente lo que hacemos y los resultados que logramos? ¿Qué cambios propongo y me propongo para trabajar más organizadamente? 82 Observar: Mirar, estar atento para conocer lo que sucede en el salón y fuera de él. Mirada que se esfuerza por comprender a cada alumno, y es capaz de acercarse a su dolor, su fastidio, su agresividad, sus dificultades. Mirada profunda, que no se contenta con explicaciones superficiales y trata de ir al fondo de las conductas, de los problemas, de los conflictos, para hacer de ellos oportunidades educativas. “Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve bien con el corazón” (S. Exupery). Mirar con ojos cariñosos, que acogen, que estimulan, que superan las barreras, que dan fuerza. Preguntarse no sólo quién es el que miro, sino por qué lo veo así. Mirada atenta para descubrir las posibilidades, los talentos ocultos, las fortalezas de cada uno, para que las convierta en vida, en dignidad. Mirada que acompaña, que orienta, que respeta, que genera confianza, que ayuda a cada alumno a encontrar su rumbo, a superar sus fracasos. Mirar y enseñar a mirar. Educar la mirada para no considerarnos como rivales o amenazas, sino para ser capaces de reencontrarnos como compañeros y hermanos. ¿Soy capaz de mirar a cada alumno con los ojos del corazón? ¿Me esfuerzo por descubrir sus posibilidades, sus fortalezas, más allá de las apariencias? ¿Se sienten ellos acogidos, comprendidos, queridos en mis ojos? ¿Asumo los conflictos como oportunidades privilegiadas para ir al fondo de las cosas y salir robustecidos de ellos? ¿Cómo educo la mirada de los alumnos? ¿Qué propongo para que en el centro educativo avancemos hacia una pedagogía de la mirada? Ocio: Aprender a disfrutar, a gozar del tiempo libre, a encontrar la calma y la paz. Tiempo libre para encontrarse consigo mismo, para dedicarse tiempo, para reflexionar y plantearse con radicalidad el sentido y el proyecto de la propia vida, para cultivar la interioridad. La cultura del espectáculo nos impone un tipo de diversión centrada sobre todo en el consumo, en la evasión. Ocupamos el tiempo libre comprando, consumiendo, viendo televisión, llenándonos de ruidos. Huimos de la paz, del silencio, de la soledad. Tenemos pánico a estar con nosotros mismos. La felicidad se entiende como tener , consumir, emborracharse, estar de fiesta hasta la madrugada, gritar en el fútbol, en el béisbol, y pasar toda la semana pendientes del próximo partido. Nos llaman aburridos si no hacemos lo que todo el mundo hace, si no nos la pasamos fuera, si nos quedamos en casa disfrutando de un buen libro, si salimos de paseo a disfrutar de la naturaleza, a observar, sin necesidad de comprar y consumir. Somos “pichirres” o tacaños si no compramos todo lo que nos ofrecen, si no botamos el dinero, si somos austeros o nos conformamos con lo necesario. La pedagogía del ocio debe enseñar a los alumnos a encontrarse consigo mismos, a disfrutar de las cosas sencillas, a valorar la familia, la amistad, como lugares de acogida y fuentes de plenitud y de dicha. Pedagogía capaz de cuestionar la cultura de los medios y de la calle, y de enfrentar la trivialidad y el mal gusto. Pedagogía que enseña a discernir lo que realmente nos brinda alegría y dicha. Pedagogía también de la austeridad para contentarse con lo necesario y desechar lo superfluo y el derroche. ¿A qué dedico el tiempo libre? ¿Cuáles son las actividades que más me gustan, que me producen alegría profunda? ¿Soy una persona consumista o austera, superficial o profunda? ¿Cómo creo que me ven los demás? ¿Promuevo con los alumnos la pedagogía del ocio para ayudarles a encontrarse consigo mismos y plantearse en serio la búsqueda 83 de su genuina felicidad? ¿Cómo lo hago? ¿Qué propongo para que en el centro educativo se practique la pedagogía del ocio? U Único: Cada persona es única e irrepetible, y sólo si somos capaces de observarla y valorarla en su peculiaridad, nos dejaremos tocar por ella, nos interesaremos en ella, la querremos. Y si la queremos, entrará en nuestra vida, nos ocuparemos de ella, nos interesaremos por ella, seremos capaces de descubrir sus talentos y posibilidades. ¡Cómo cambian las personas en el momento en que empiezan a gustarnos!. No existen los alumnos ni “el alumno” tipo. Existen alumnos concretos, de carne y hueso, con nombre y apellido, con una historia, una familia determinada, unas circunstancias específicas. No hay dos alumnos iguales. Cada uno es diferente, único, con unos saberes, expectativas, miedos, ansias y deseos, fortalezas y debilidades, con su ritmo y modo propio de aprender. Con una misión en la vida que le tenemos que ayudar a descubrir y realizar. De ahí que todos tienen derecho a la diversidad cultural y a la igualdad de oportunidades. Derecho al respeto y a la equidad. Educar es ayudar a cada alumno a ser lo que está llamado a ser. A quererse, aceptarse y potenciar sus talentos y posibilidades, sabiendo que es único en el mundo, que no hay nadie como él. Vivir es construirse. La vida exige una lucha tenaz por llegar a ser uno mismo. Si aceptamos que cada alumno es diferente a los demás, no podemos compararlo con los otros, y debemos ayudarle a que vaya tan lejos como pueda en su desarrollo personal. Si cada alumno inicia su proceso de aprendizaje en un punto diferente y avanza a su propio ritmo, no podemos exigir a todos el mismo punto de llegada. Cada alumno deberá ser evaluado a partir de sus dificultades y avances. Deberá ser evaluado respecto a sí mismo, no respecto a los demás. Esforcémonos en ayudar a cada uno a ser competente y cooperador, de modo que pueda vivir su realización en el servicio a los demás. La genuina convivencia supone superar la mera tolerancia, para asumir la diversidad como riqueza. No olvidemos nunca que precisamente porque todos somos iguales, todos tenemos derecho a ser diferentes. ¿Me esfuerzo por comprender, aceptar y querer a cada alumno como es? ¿Respeto su ritmo y su modo de aprender? ¿Evito las comparaciones, tengo preferencias, trato a algunos mejor que a otros? ¿Le exijo a cada uno según sus posibilidades? ¿La evaluación tiene presente la realidad de cada alumno? ¿Ayudo a cada uno a conocer y realizar su misión en la vida? ¿Qué cosas debo cambiar y mejorar en mi práctica pedagógica a la luz de estos principios? Utopía: Para no perder nunca la ilusión, para no conformarse con los pequeños logros, para superar la tentación de la rutina, el acomodo, la mediocridad, la desesperanza. Sobre todo en estos tiempos en que se ha puesto de modo el pesimismo y abundan los sepultureros de la esperanza. Utopía para confrontar la crisis de fe, crisis de esperanza, crisis de compromiso que carcome nuestra cultura. Utopía que se niega a aceptar que no son 84 posibles las transformaciones y cambios profundos, la posibilidad de construir una sociedad más humana y un futuro digno para todos. Utopía que, porque espera, se compromete, y se transforma en osadía y fuerza para afrontar los nuevos retos. Utopía que asume la educación como una tarea humanizadora, capaz de tocar las fibras más sensibles del ser humano e invitarle a la valentía del servicio, la solidaridad y la libertad. Utopía que nace y se sustenta en una gran fe comprometida. En palabras de Freinet: “No podemos preparar a nuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si nosotros ya no creemos en esos sueños. No podemos prepararlos para la vida, si no creemos en ella. No podemos mostrar el camino, si nos hemos sentado, cansados y desorientados, en la encrucijada de los caminos”. En nuestro mundo tan materialista , insensible y frío, que ha reducido la vida a una mezcla de teleconsumo (televisión y compras), que reniega de las utopías y asfixia la esperanza, los educadores profetas debemos ejercitar continuamente la capacidad de imaginar y soñar de los alumnos. Soñar que es posible un mundo mejor, donde las personas volvamos a mirarnos a los ojos y seamos capaces de vernos como hermanos y no como rivales, amenazas o enemigos. Soñar una educación alegre y pertinente, llena de sentido, orientada a formar personas autónomas y ciudadanos responsables y solidarios. Soñar, imaginar mundos nuevos y entregarse con ilusión a hacerlos posibles. Un sueño soñado por muchos y la decisión de encarnarlo en la vida, pronto comenzará a hacerse realidad. Por ello, frente al pragmatismo reduccionista y ramplón del “Compro, luego existo”, que tratan de imponernos en estos días, levantamos con Fernando González Lucini un valiente “Sueño, luego existo”, capaz de sacudir nuestro letargo, nutrir nuestra esperanza y fortalecer nuestro compromiso. No es posible ser un genuino educador si uno ha perdido la esperanza y anda por el mundo amargado e infeliz. No podremos enseñar la alegría de vivir si nosotros la hemos perdido. Educar es apostar al cambio, estar convencido de que los alumnos y el mundo pueden ser mejores. Cerrarse al cambio es darle la espalda a la vida. El que cambia, puede equivocarse; el que no cambia, vive equivocado. El mundo cambiará cuando cambies tú. ¿Me considero una persona de fe, esperanza e ilusión? ¿Me perciben así los demás? ¿Estoy comprometido en la transformación profunda de este mundo? ¿Asumo la educación como una siembra de esperanza y compromiso? ¿Qué podría hacer para aumentar mi fe, mi esperanza y mi compromiso? ¿Qué propongo para aumentar la fe, la esperanza y el compromiso de los compañeros? 85 5.-Se buscan maestros La educación está adquiriendo una importancia cada vez mayor en todo el mundo, pues se la considera el elemento clave para abatir la pobreza, aumentar la productividad y formar personas autónomas y ciudadanos honestos y responsables. La educación puede formar personas egoístas o solidarias, convertir a los alumnos en asesinos o santos, enseñar a ver a los otros como rivales o enemigos, o como compañeros y hermanos. De ahí la nobleza de la educación pues es o puede llegar a ser la tarea humanizadora por excelencia, el medio privilegiado para que cada persona se plantee y alcance una vida en plenitud. En la actual sociedad del conocimiento y en este nuestro siglo del saber, la carrera económica, cultural y geopolítica pasa a ser una carrera entre sistemas educativos. La fortaleza de un país radica en el grado de educación de sus habitantes. La educación es el supremo aporte al futuro del mundo actual, puesto que tiene que contribuir a prevenir la violencia, la intolerancia, la pobreza, el egoísmo y la ignorancia. Una población bien informada y educada es crucial si se quiere tener democracias prósperas y comunidades fuertes. La educación es el pasaporte a un mañana mejor. Si realmente estamos convencidos de que la educación es el pasaporte al mañana, la condición de cultura, libertad, dignidad, clave de la democracia política, del crecimiento económico y de la equidad social, debería ocupar el primer lugar entre las preocupaciones públicas y entre los esfuerzos nacionales e internacionales. Si es un derecho, es también un deber de todos. De ahí la necesidad de asumir la educación como tarea de todos, como proyecto de nación, objeto de consensos sociales, amplios y duraderos. El Estado debería liderar la puesta en marcha de un verdadero proyecto educativo nacional, en coherencia con el proyecto de país que queremos, capaz de movilizar las energías creadoras y el entusiasmo de toda la sociedad. Si realmente estamos convencidos de la importancia de la educación, de que es el instrumento fundamental del progreso, deberíamos asumir una economía de guerra en pro de la educación. Guerra frontal contra la ignorancia, contra la pobreza, contra la ineficiencia, contra la retórica, contra la mediocridad. Hay que convertir las proclamas y buenas intenciones, en políticas. Hay que superar la mentalidad clientelar y politiquera, y convocar a las mentes más preclaras y a los que han demostrado con hechos que, desde hace tiempo, les viene preocupando la educación y tienen algo importante que aportar. No puede ser que los cargos en educación se sigan otorgando como pagos por favores y fidelidades políticas. Esto equivale a seguir apostando a la derrota. 5.1.-El liderazgo de los educadores El problema educativo es tan serio y tan grave que no podemos darnos el lujo de prescindir de nadie. Todos somos necesarios para resolverlo. Pero deben ser los educadores los protagonistas de los cambios educativos necesarios. Hoy todo el mundo está de acuerdo en que, si queremos una educación de calidad, necesitamos educadores de calidad, capaces de liderar las transformaciones necesarias. Ninguna reforma educativa ha triunfado en el mundo si los educadores no la han asumido con entusiasmo y creatividad. Para asumir el protagonismo que les corresponde, los educadores deben transformar profundamente el rol que desempeñan. Ya no pueden percibirse como meros dadores de 86 clases o como cuidadores de niños y de jóvenes mientras sus padres trabajan, sino como educadores socialmente comprometidos con el país, que convierten las aulas y centros educativos en lugares de trabajo, participación, formación y producción. Necesitamos educadores sólidamente formados, que entiendan que su misión primordial es estimular el aprendizaje y la formación humana y ciudadana de sus alumnos, de todos sus alumnos, y que el fracaso de sus alumnos implica su propio fracaso. La educación fracasa no sólo cuando los alumnos no adquieren las competencias esenciales, sino cuando no es capaz de transmitir a los alumnos la motivación y el interés por construir un mundo y una sociedad más humanos, más equitativos y más justos. Necesitamos, en definitiva, MAESTROS. Tenemos muchos licenciados, profesores, y hasta magisters y doctores, pero escasean cada vez más los maestros: hombres y mujeres que conciben la educación como un proyecto ético, expertos en humanidad y ciudadanía; que encarnan estilos de vida, ideales, modos de realización humana, que con su ejemplo y con su vida promueven una vida plena, que ayudan a ser (Mardones). Personas orgullosas y felices de ser maestros, que asumen su profesión como una tarea humanizadora, vivificante, como un proceso de desinstalación y de ruptura con las prácticas rutinarias y sin vida. Que buscan la formación continua ya no para acaparar títulos, credenciales y diplomas, y de esta forma creerse superiores, sino para servir mejor a los alumnos; capaces, por ello, de liberarse de la seducción de los papeles y de la enfermedad de la titulitis y que, en consecuencia, aceptan ser evaluados por los resultados de los alumnos y no meramente por sus credenciales. Maestros que (Barrero Díaz 2001, 702) “ayudan a buscar conocimientos sin imponerlos, que guían las mentes sin moldearlas, que facilitan una relación progresiva con la verdad y viven su tarea como una aventura humanizadora en colaboración con otros”. Maestros identificados con la misión de su centro educativo, que se conciben como miembros de un proyecto colectivo y comunitario, no meramente de una materia o de un grado, que entienden la identidad como fidelidad creativa que se afinca en las raíces y promueve la innovación y transformación permanentes. Maestros humanos, cercanos a los alumnos, gestores democráticos de la vida del aula, que promueven la creciente participación de todos. Maestros comprometidos con revitalizar la sociedad, empeñados en superar mediante la educación la actual crisis de civilización que estamos sufriendo; capaces de reflexionar y de aprender permanentemente de su hacer pedagógico. Maestros preparados y dispuestos a liderar los cambios necesarios, que se esfuerzan cada día por ser mejores, y por mejorar la educación y la sociedad. Maestros que se conciben como educadores de humanidad, de unos valores determinados, de una forma de ser y de sentir. Ser maestro, educador, es algo más complejo, sublime e importante que enseñar matemáticas, biología, lectoescritura, electricidad o inglés. Educar es alumbrar personas autónomas y solidarias, dar la mano, ofrecer los ojos para que los alumnos puedan mirarse en ellos, verse bellos y queridos, de modo que puedan mirar a los demás y a la realidad sin miedo. El quehacer del educador es misión y no simplemente profesión. Implica no sólo dedicar horas, sino dedicar alma. Exige no sólo ocupación, sino vocación. El educador está dispuesto no sólo a dar tiempo, dar clases, sino a darse. 87 Cuentan que en cierta ocasión entró un niño en el taller de un escultor. Y con la curiosidad de todos los niños, estuvo por un largo rato disfrutando de todas las cosas maravillosas que había en ese taller: martillos, formones, troncos de madera, pelotas de arcilla, bocetos, esculturas a medio hacer, otras a las que sólo les faltaba los últimos toques, algunas ya terminadas y listas. Pero lo que más le impresionó a ese niño fue ver una enorme piedra en el centro del taller. Era una piedra tosca, desigual. Todavía tenía las marcas de los fogonazos de las cargas de dinamita con que la habían arrancado en la montaña, y tenía también las magulladuras de las cadenas con las que le habían traído desde la lejana sierra hasta el centro del taller. El niño estuvo acariciando la piedra largo rato con sus ojos y se fue. Volvió el niño a los pocos meses y vio que, en lugar de esa piedrota que él tanto había admirado, se erguía un hermosísimo caballo que parecía quererse liberar de la fijeza de la estatua y ponerse a galopar por la llanura. Entonces, el niño se dirigió al escultor y le preguntó: “¿Y cómo sabías tú que, dentro de esa piedra, se escondía ese caballo?”. Educar viene de la palabra latina educere, que significa sacar de adentro. Es educador quien no ve en cada alumno la piedra tosca y desigual que vemos los demás, sino la obra de arte que se encuentra adentro, y entiende su misión como el que ayuda a limar las asperezas, a curar las magulladuras y heridas, el que contribuye a que aflore el ser maravilloso que todos llevamos dentro, en nuestras potencialidades. ¡Cómo cambia la relación educativa si cada mañana el educador se dirige a un salón de clases convencido de que allí le están esperando, 20, 30, 35 obras de arte, verdaderos tesoros, todos distintos, pero todos igualmente maravillosos! La educación implica una tarea de liberación y de responsabilización. El educador (González de Cardedal, 1977) tiene una irrenunciable misión de partero de la personalidad y del espíritu. Es alguien que entiende y asume la transcendencia de su misión, consciente de que no se agota con impartir conocimientos o propiciar el desarrollo de habilidades y destrezas, sino que se dirige a formar personas, a enseñar a vivir con autenticidad, con sentido y con proyecto, con valores definidos, con realidades, incógnitas y esperanzas. La vocación docente reclama, por consiguiente, algo más importante que títulos, diplomas, técnicas pedagógicas. Formar personas sólo es posible desde la libertad ofrendada y desde el amor que crea seguridad y abre al futuro. Cuando un docente vive su diaria tarea no como un saber que le otorga un poder, o como una función que tiene que cumplir, sino como una capacidad que le obliga a un servicio, está no sólo ayudando a adquirir determinadas competencias, sino que está dando un sentido profundo a su práctica educativa, está educando, está enseñando a ser. Esto presupone, como ha señalado bien Olegario González de Cardedal, una madurez honda, una coherencia de vida y de palabra. Y esta coherencia es imposible sin un permanente cuestionamiento de la práctica pedagógica y del propio proyecto de vida. Sólo quien reconoce sus limitaciones, sus propias contradicciones, sus carencias, y las acepta como propuestas de superación, de crecimiento, es decir, de formación, será capaz de amarse y por ello podrá amar realmente al otro, será capaz de recibir amor y por ello podrá darlo. Será capaz de aprender y por ello de enseñar. El que cree que lo sabe todo, el que se coloca con autosuficiencia frente al alumno, el que piensa que no necesita de los demás, 88 será incapaz de establecer una verdadera relación comunicativa, será incapaz de entender la necesidad de su propia educación, será por ello incapaz de educar. Si educar es ayudar a los demás a ser persona, esto sólo es posible en la medida en que se transmiten fuerzas para ser, saberes para descubrir lo que somos, podemos ser y vamos siendo, esperanzas y sentimientos para perdurar en el empeño de ir siendo cada vez mejores. Sólo si tenemos claro qué significa ser persona en plenitud y nos empeñamos en irlo siendo, podremos educar; del mismo modo que sólo si sabemos o sospechamos cuál es la sociedad que hace verdadero y fraternal al hombre y a la mujer, tenemos la posibilidad de iniciar una transformación profunda de la sociedad presente a la luz de aquella todavía por crear. Sin estos maestros con esperanza en el ser humano, actitud abierta y solidaria, compasión efectiva, sentido crítico frente a lo dado y búsqueda de un ejercicio de la libertad responsable, verdaderos EDUCADORES PROFETAS, no hay futuro para la educación ni para el mundo. 5.2.-Ser maestro es la profesión más importante y más digna Si ninguna otra profesión tiene, a la larga, consecuencias tan importantes para el futuro de la humanidad como la profesión de maestro, la sociedad debería abocarse a considerar esta profesión de un modo tan especial que los mejores ciudadanos la sintieran atractiva. Resulta muy incoherente alabar en teoría la labor de los maestros y maltratarlos en la práctica. La sociedad exige cada vez más a sus maestros y les da muy poco. Los maestros se encuentran con frecuencia desorientados ante el papel que deben desempeñar. No se sienten suficientemente reconocidos ni valorados. Se perciben solos y sin apoyo ante la ingente tarea que la sociedad pone en sus manos. Algunos han tirado la toalla y vegetan. Perdieron la curiosidad y el entusiasmo, y se dedican a realizar rutinariamente una tarea meramente instructiva. No se sienten comprometidos con los resultados, con las finalidades educativas, con la formación de valores. Tal vez sigan estudiando, pero lo hacen para amontonar credenciales y papeles, para trepar en el escalafón, para si es posible, huir del aula y refugiarse en cargos burocráticos. Raramente los nuevos títulos y diplomas se traducen en mayor entusiasmo, en desarrollo de su vocación, en mejores aprendizajes de los alumnos. Pero también son muchos los maestros y maestras que se sobreponen día a día a los acosos de la desmotivación y desesperanza y trabajan con entusiasmo y entrega en ambientes cada vez más difíciles. Maestros y maestras a quienes les toca sanar las heridas del desamor de sus alumnos y llenar la ausencia afectiva de unos padres que nunca fueron tales. Maestros y maestras capaces de compartir su escaso sueldo regalando el desayuno o lápices, cuadernos, a alumnos que nada tienen. Maestros y maestras que siguen soñando y trabajando con tesón a pesar de ser maltratados por un Estado sordo a escuchar sus justos reclamos. Maestros y maestras que se sobreponen al ambiente de mediocridad y sufren la tragedia de ver cómo los cargos importantes en educación se otorgan a políticos y no a educadores. Valorar la educación implica valorar a los que la imparten, especialmente a los maestros y maestras a quienes, como decíamos antes, se les exige mucho y se les da muy poco. Se les 89 exige incluso que tengan éxito en asuntos, como la enseñanza de valores, en los que las familias, las iglesias y la sociedad han fracasado estrepitosamente. Todo el mundo desea el mejor maestro para sus hijos, pero muy pocos desean que sus hijos sean maestros, lo que evidencia la contradicción que reconoce por un lado la importancia de los maestros y, por otro lado, los desvaloriza y maltrata en la práctica. Si es evidente la importancia de la educación para transformar la sociedad, pues sin una buena escuela sólo lograremos una mala sociedad, y si se viene insistiendo en que la educación debe ser entendida como la inversión más importante, tenemos que tratar a los maestros de acuerdo a la importancia de su función, su misión y su trabajo. Si queremos que la educación contribuya a acabar con la pobreza, debemos acabar primero con la pobreza de la educación y con la pobreza de los educadores. Aunque resulta imprescindible, no es suficiente, sin embargo, pagar bien a los maestros para transformar la educación. Es urgente que, junto a esta política de remunerar y tratar apropiadamente a los maestros, se emprenda una verdadera cruzada formativa que transforme las prácticas de formación inicial de las universidades y promueva la formación continua en los propios centros escolares. Esto supone pasar de un grupo de maestros que enseñan cada uno por su lado o incluso juntos, a un equipo de maestros en formación, lo que exige un ambiente de comunicación y cercanía, percibir al otro como un compañero que me quiere ayudar y que está dispuesto a recibir mi ayuda. De este modo, crece la corresponsabilidad de unos por otros, cada uno se esfuerza por ser mejor y hacer mejor lo que hace y ayuda a los demás a ser mejores y hacer mejor lo que hacen. En un mundo que cambia vertiginosamente, la formación continua debe concebirse como una forma constitutiva del ser educador, que sólo así podrá responder a los desafíos del mundo actual y a las exigencias de los educandos. La formación inicial debe ordenarse a la formación continua y desarrollar, en consecuencia, las ganas, actitudes y capacidades para seguir aprendiendo permanentemente. La educación secundaria e incluso la educación universitaria no es un fin en sí misma, sino un pasaje a la educación continua. La formación nunca termina e implica todas las dimensiones y etapas de la persona. Formarse es construirse, inventarse, llegar a ser la persona plena que uno se propone. Cuanto más educada sea una persona, más formación seguirá necesitando a lo largo de su vida. La persona que no crece y en cuya vida no hay lugar para lo nuevo, está ya como muerta y no podrá evidentemente suscitar vida en los demás. La vida humana (Kolvenbach 2002 ) “es continuidad y cambio, y cuando estos se conjugan armoniosamente garantizan la maduración y el desarrollo de la persona. La formación permanente capacita a las personas a vivir el cambio en la continuidad y la continuidad en el cambio...De esta manera, se crece y madura, se va construyendo la vida humana, como un proceso progresivo de crecimiento cualitativo, como un perfeccionamiento que supone inventiva y creatividad”. 5.3.-Formar para transformar Si bien hemos insistido en la necesidad de la formación continua, no es suficiente cualquier tipo de formación. Hay experiencias supuestamente formativas que más bien deforman a los maestros que, trepados a los nuevos títulos y convencidos de su superioridad, se van 90 alejando cada vez más de sus alumnos e incluso de los compañeros que no han adquirido sus niveles de titulación . Por eso hablamos de la necesidad de una formación que en vez de elevar a los maestros, les haga bajar al nivel de los alumnos más necesitados para poderles ayudar a levantarse. Junto a esto, es evidente que sirve de muy poco ese tipo tan generalizado de formación que se limita a impartir una serie de cursos y/o talleres descontextualizados de la realidad concreta del docente y del alumno, y que carecen del debido seguimiento. La formación adecuada del educador supone un cambio radical para transformarlo de consumidor de cursos y repetidor de conocimientos y teorías, en productor de conocimientos, propuestas y soluciones a los problemas o situaciones problemáticas que le plantea la práctica. Hay que convertir a los maestros en los sujetos de su formación-transformación permanente. Toda genuina propuesta formativa debe asumir una metodología que supere la concepción bancaria y transmisiva de formación y privilegie la reflexión sobre el ser, sobre el hacer y sobre el acontecer; sobre la persona del docente, sobre su acción pedagógica cotidiana y su impacto transformador, de modo que el centro educativo se vaya asumiendo como un espacio para la reflexión, para aprender a reflexionar y para aprender a enseñar. El maestro debe entender que el centro educativo no es tanto el lugar donde él va a enseñar, sino que es el lugar donde él va a aprender a enseñar. La práctica y la reflexión sobre ella es el elemento primordial para construir el proceso de la propia formación-transformación. La práctica educativa tiene que entenderse como un proceso de investigación más que como un procedimiento de aplicación. La escuela, el liceo y la universidad, más que ofrecer información, deben provocar su reconstrucción crítica, su propia y permanente transformación. El reto es lograr un maestro que investiga y reflexiona en la acción y sobre la acción, para transformarla y transformarse. Un maestro que cuestiona continuamente lo que hace, aprende de esa reflexión y ese aprendizaje promueve cambios cualitativos en su actuar. Un maestro que somete a una crítica severa su relación con el saber, con el enseñar y con el aprender. De ahí que la propuesta formativa debe orientarse a lograr educadores que más que aplicar conocimientos y rutinas burocráticas, sean capaces de pensar sobre el país, sobre la educación, sobre la escuela; y pensarse como personas, como ciudadanos y como educadores. Un pensamiento que promueva cambios, que vaya generando soluciones a los problemas. En definitiva, la propuesta formativa se debe orientar a convertir al maestro en un educador, un agente democratizador y un provocador del hambre de aprender de sus alumnos. Formarlo como persona, como ciudadano y promotor de ciudadanía, y como profesional de la enseñanza. Formarlo para que enseñe a ser, enseñe a convivir y enseñe a aprender. Sólo podrá enseñar a ser persona, el educador que se esfuerza por serlo plenamente, por crecer hacia adentro, que se reconoce como educando de por vida. No podemos olvidar nunca que si bien uno explica lo que sabe o cree saber, UNO ENSEÑA LO QUE ES. Como ha escrito Santos Guerra (2001), “los alumnos no sólo aprenden de sus profesores, sino que aprenden a sus profesores... Un profesor de cualquier materia imparte muchas lecciones al mismo tiempo: de respeto o de falta de respeto, de ayuda o de insensibilidad, 91 de autoestima o desprecio de sí mismo, de igualdad o discriminación, de ilusión o pesimismo, de humildad o soberbia, de escucha o desatención, de curiosidad o de rutina”. Enseñar a convivir exige que uno conviva al enseñar, es decir, que convierta su clase en una vivencia permanente y un ejercicio cotidiano de democracia genuina. Por otra parte, sólo enseñará realmente a aprender el que aprende de su enseñar, es decir, el que somete a reflexión y crítica permanentes su ejercicio de enseñanza para convertirlo también en ejercicio de aprendizaje. Se buscan, en definitiva, maestros o personas dispuestas y comprometidas en llegar a serlo. 92 Bibliografía Albó, Xavier (2003). Cultura, interculturalidad, inculturación. Colección Programa Internacional de Educadores Populares. Federación Internacional de Fe y Alegría, Caracas. Alemany, José Joaquín (2001). “Misterio de la muerte, misterio pascual”. Miscelánea Comillas, Vol. 59, N. 115, Madrid. Alemany, Jesús María (2001). “Mecanismos de justificación de la violencia y cultura de la paz” en La paz es una cultura. Centro Pignatelli, Zaragoza. Antoncich, Ricardo (2003). “Antropología y valores en San Ignacio”. Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina (mimeo). Apple, M. y Beane, J (1997). Escuelas democráticas. Morata, Madrid. 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La cultura de la violencia........................................................................ a)Violencia política y militar.................................................................. b)Violencia de la superexplotación en el trabajo.................................... c)Violencia en el hogar........................................................................... d)Violencia contra las culturas y la naturaleza....................................... e)Violencia en los medios de comunicación.......................................... 13 14 15 16 16 17 20 20 21 3.-Educación que enseñe a vivir humanamente................................................. 25 3.1.- La vida como don...................................................................................... a) Cultivar el asombro.............................................................................. b) Cultivar el agradecimiento................................................................... c) Cultivar la humildad............................................................................. 26 27 29 30 3.2.-La vida como proyecto: Alcanzar la plenitud............................................ 32 3.2.1.-Alcanzar la plenitud afectiva y la verdadera alegría................................ 35 3.2.2.-Alcanzar la plenitud intelectual................................................................. 37 3.2.3.-Alcanzar la plenitud corporal. Aprender a vivir es también aprender a envejecer y aprender a morir.................................................................. 41 3.2.4.-Alcanzar la plenitud sociopolítica: Convivir con los otros y con la naturaleza................................................................................................. 48 3.2.4.1.-Aprender a vivir en familia.................................................................... 48 a) Dos en una carne................................................................................. 48 b) Llegar a ser padre-madre..................................................................... 54 3.2.4.2.-Construir la fraternidad universal y cósmica.......................................... 55 a) Aprender a no agredir y a resolver los conflictos sin violencia.......... 56 b) Aprender a valorar lo propio y respetar lo diferente............................ 58 c) Aprender a colaborar, compartir y ser solidarios................................ 58 d) Aprender a respetar, cuidar y querer a la naturaleza............................ 59 3.2.4.3.-La necesidad de recuperar la política como servicio al bien común........ 64 3.2.4.4.-La escuela democrática............................................................................. 66 3.2.5.-Alcanzar la plenitud espiritual: vivir como un regalo para los demás......... 67 99 4.- Las cinco vocales de la pedagogía..................................................................... A: Amor, Alegría, Asombro, Autoridad, Alumno, Audacia............................. E: Escucha, Éxito, Entusiasmo, Equipo, Expresión, Experiencia..................... I: Inteligencia, Investigación, Integral............................................................... O: Organización, Observar, Ocio...................................................................... U: Único, Utopía............................................................................................... 70 70 76 80 82 84 5.-Se buscan maestros............................................................................................. 5.1.-El liderazgo de los educadores......................................................................... 5.2.-Ser maestro es la profesión más importante y más digna................................ 5.3.-Formar para transformar.................................................................................. 86 86 89 90 Bibliografía............................................................................................................... 93 100