Droga y sociedad Entre el morbo de los medios de

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DEIA 20040706
Droga y sociedad
Rafael Redondo
Entre el morbo de los medios de comunicación de la Corte, y el mérito propio por
llegar a ser noticia, el caso es que no dejamos de estar en el candelero. Repaso un
estudio sociológico: los jóvenes vascos arrojan las cotas más altas de
drogodependencia del Estado.
En sus orígenes, a la altura de los emblemáticos años sesenta, el fenómeno
drogodependiente fue interpretado como fruto del ansia de liberación frente a la
coactiva sociedad tecnocrática. Vino a ser algo así como la alternativa del goce
individual frente al colectivismo consumista; la rehabilitación de lo sensible
frente a el racionalismo tecnológico,y la espontaneidad frente al utilitarismo de
unas organizaciones económicas diseñadas por y para la eterna minoría
ostentadora del poder. Como hoy.
En ese contexto, la droga fue concebida como una bomba contracultural. Pero,
claro, todo eso lo entendíamos así en aquel año de gracia de 1968, porque ahora a
los jóvenes calvitos de aquel mitificado mayo la vida nos ha enseñado que a
semejante bomba le faltaba la espoleta. Aquellas ansias de liberación nos
muestran hoy su contrapartida: cuando una persona, joven o adulta, se aferra a un
goce inmediato, es debido a una radical carencia de ilusión por el futuro; carencia
inconcebible en 1968. Entonces, los jóvenes, aquí, en Euskadi, “tenían futuro”:
podían, por ejemplo, despreciar un banco para colocarse en una cooperativa de
Mondragón. Había dónde elegir. Eso en el plano económico, porque en el plano
político el Che daba la cara en Hispanoamérica, sembrando la esperanza de un
socialismo liberador; en el plano religioso, Juan XXIII, a diferencia del Vaticano
de hoy, creía en el Evangelio. Efectivamente, en ciertos sectores aunque no tan
amplios como se ha hecho saber existía una ilusión de cambio.
Mas nada cambió. Y ésa es la razón por la que siguen en vigor las preguntas de
entonces: ¿Qué tiene esta sociedad, que, lejos de fomentar la confianza,
promueve el escapismo? ¿Por qué razón si aquí cabe más la razón que el interés
se ceba de ese modo en lo jóvenes vascos, y no vascos, esta plaga? ¿Qué
estímulos, para que apuesten por la vida, aportan los que gobiernan esta vida?
La realidad es que la generación siguiente a los jóvenes calvitos de 1968 vive de
los sueldos de sus padres; y, en términos globales, sólo el 45% de los parados
inscritos en el Inem cobra algún subsidio. Mientras la macroeconomía aumenta,
disminuyen las subvenciones por desempleo. Sólo uno de cada cuatro
desempleados vascos (el 25,59%) cobra prestaciones contributivas. Ellos
constituyen la stock option de la vergüenza. Mientras exista esta gente sin patria,
sin raza, sin derechos, sin lengua que clame en las columnas periodísticas,
distraídas por ‘‘el monotema patriótico’’, tanto el central como el periférico, la
libertad será una pura música celestial, que no alcanza a distraer los campamentos
de la pobreza. Y parece que, como si de un inevitable sino se tratara, ese
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monotema haya devenido en una no menos inevitable droga. La política es vivida
como una religión sustitutoria de la enorme vaciedad de una sociedad
desorientada que tiene los medios pero ignora los fines.
Los pobres (porque, guste o no, aquí hay pobres, y muy pobres) no tienen futuro,
ni les pertenece el presente, y su pasado es el pasado de sus amos. Pero uno
sostiene que los pobres, a pesar de ellos mismos, son los portadores de una nueva
esperanza. Porque los que no tienen ni pasado, ni presente ni futuro, son los más
capacitados para poder soñar. Nuestra sociedad atontada, la que traga con
fruición “Marca”, “Hola” y los cotilleos televisivos (incluida ETB, claro); la que
arroja un índice del 77% de neurosis ansiedad y estrés, no tiene otro remedio que
rescatar la importancia social del sueño, soñar otro mundo. Porque la fantasía
representa la razón no-domesticada. A través de la fantasía, la sociedad, en
general y los oprimidos en particular, encuentra la posibilidad de entrever un
mundo que trascienda la prisión que les niega respirar la vida. Si no alcanza el
ámbito de la empresa, de la fábrica y de la universidad, la Democracia es una
mentira.
La fantasía es el principal patrimonio de los creadores, pero también de los
enfermos, de los hambrientos y de los oprimidos por mil ataduras. La fantasía
facilita que se convierta en sujeto histórico ese universo de dos tercios de
acosados y de marginados, que sueñan la demolición de las fronteras; que sueñan
la igualdad para que nos podamos llamar humanos, que sueñan la desaparición de
este muro que divide el Norte del Sur, a los acosadores y a los acosados; un muro
más implacable que el de Berlín.
Lo que en todo caso está claro, es que no es decente intentar poner fin al uso de
los medios que apuntan a evadirse de este mundo (vg. la droga, o el botellazo) sin
ponerse a trabajar por un mundo distinto que no de lugar a tales deseos.
Rafael Redondo es profesor de la Universidad del País Vasco
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