Pigafetta, el lenguaraz

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Reseñas
geramente retocada, sino que la obra ha sido verdaderamente
mejorada y revisada con gran atención.
Otra idea de la amplitud de miras del autor nos la da la bibliografía ofrecida al final del libro. En ella aparecen referencias de todo tipo, desde artículos breves hasta grandes obras
de referencia, tanto en inglés como en español, como cabría
esperar. Lo que ya es más sorprendente es que se incluyan referencias de obras escritas en otros idiomas, como el alemán,
el francés, el portugués o el catalán. No cabe duda de que el
autor ha bebido de todas las fuentes de la traducción a las que
ha tenido acceso. También sorprende un anexo de diecisiete
páginas con las iniciales y siglas utilizadas en oncología para
algunas pautas de poliquimioterapia antinenoplásica, con su
desarrollo en inglés y su correspondiente traducción al español. Quizá demasiado extenso para ser siglas solamente de un
campo muy específico de la medicina.
En cuanto al formato del libro en sí, merece dos observaciones. La primera, muy útil para el lector, que ha aumentado
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el cuerpo de la letra de todo el texto, lo que facilita mucho la
lectura. La segunda es que un libro de referencia como éste,
de volumen y peso apreciables y que va a ser consultado con
frecuencia, esté encuadernado con tapas blandas. Lo que en
la primera edición pudiera estar justificado por el formato, en
ésta parece inadecuado.
En resumen, se trata de un magnífico diccionario de
referencia, absolutamente recomendable, una inversión que
merece la pena. Para los que nos dedicamos al arte, la técnica
y la pelea diaria de la traducción médica, este diccionario se
convierte muy fácilmente en algo que el autor pretendía: un
utensilio imprescindible de tercer nivel. Porque, tal como él
mismo dice en su prólogo, «el traductor [...] no tiene en el
diccionario, sino en la inteligencia y en el sentido común, sus
principales utensilios de trabajo». Dado que los principales
utensilios de cada cual son los que son y con ellos hemos de
arreglarnos, conforta saber que además disponemos de ayudas de esta categoría.
Pigafetta, el lenguaraz
Juan V. Fernández de la Gala
Médico y profesor de Biología, El Puerto de Santa María (Cádiz, España)
Un domingo de buena mar de 1519 zarpó del puerto de Sanlúcar de
Barrameda una flotilla de cinco navíos. Al mando iba un tal Fernando
de Magallanes. Era el comienzo del primer viaje de circunnavegación
de la Tierra. Los resultados de aquella expedición fueron francamente
cruciales: se inició una nueva ruta occidental hacia el Extremo Oriente (que acabó con el monopolio portugués sobre el comercio de las
especias), se pudo valorar la verdadera extensión del océano Pacífico
y se comprobó, de forma práctica y definitiva, la cuestionada esfericidad de la Tierra. Desde entonces los geógrafos comenzaron a denominarla, ya sin ambages, el globo terráqueo o, simplemente, el Globo.
En aquella expedición viajaba también un joven italiano, Antonio
Pigafetta, que se encontraba en España como parte del séquito del nuncio papal, monseñor Chiericati. Al tener noticias de la expedición, que se preparaba entonces en Sevilla, lleno de curiosidad,
Pigafetta quiso enrolarse y logró convencer al propio Magallanes de que lo admitiera a bordo. Es muy posible que los conocimientos de cartografía, astronomía y lenguas del joven animaran a Magallanes a aceptarlo. Y, desde luego, muchas fueron
las aportaciones de Antonio Pigafetta a la expedición. Fue adquiriendo en ella responsabilidades crecientes, especialmente
como astrónomo y como lenguaraz, es decir, como intérprete. Resulta curioso como esta palabra, lenguaraz, evoca hoy los
mismos tintes negativos que deslenguado, lenguaz o lengüilargo (en el sentido de persona atrevida en el hablar, descarada o
indiscreta) y está perdiendo, en cambio, su sentido primigenio para designar a quien domina varias lenguas.
Algunos atribuyen también a Pigafetta la descripción astronómica de dos galaxias irregulares próximas a la Vía Láctea,
que hoy llamamos precisamente Nubes de Magallanes y que, al parecer, ya habrían descrito algunos astrónomos persas en
el siglo x. En cualquier caso, la mayor aportación de Pigafetta a la historia del conocimiento estaba contenida en un original
regalo que entregó personalmente a Carlos V tras su epopeya: «le obsequié un libro escrito de mi mano, en el cual había apuntado día por día todo lo que nos había acontecido durante el viaje». Lamentablemente, ese manuscrito original se ha perdido.
Pigafetta debió de conservar, no obstante, alguna copia para sí, gracias a la cual conocemos hoy al detalle los avatares del viaje.
Hasta la fecha, han aparecido solo cuatro versiones manuscritas, tres en francés y una en italiano. Esta última fue descubierta
en la Biblioteca Ambrosiana por Carlo Amoretti, quien la publicó en Milán en 1800 con el sugestivo título de Relazione del
Primo Viaggio intorno al Globo Terracqueo. Se trata de una crónica apasionante y, desde luego, también apasionada, es decir, no excluye las subjetividades, las exageraciones, la recreación de leyendas medievales, las hipótesis pintorescas e incluso
algunos traspiés geográficos muy llamativos. Pero es, desde luego, una fuente inagotable de curiosidades; en ella se habla del
fuego de san Telmo y sus presagios protectores, del escorbuto que afectó a la marinería en el largo trayecto por el Pacífico, del
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espíritu religioso que alentaba en la expedición, del contacto con los indígenas y, por supuesto, de la muerte de Magallanes en
1521, durante una refriega con los nativos de la isla de Mactán, acción en la que el propio Pigafetta resultó herido. Lo real y
lo maravilloso se amalgaman en esta obra de forma indisoluble, al estilo de las paradoxografías clásicas. No es extraño que el
propio García Márquez lo cuente entre sus libros favoritos. Y, aunque el narrador se despreocupa bastante del paisaje natural,
la peripecia humana que relata es tan atractiva y el estilo tan evocador que uno queda seducido ya desde las primeras líneas.
Por si todo esto no bastase a los lectores de Panace@, diré que mis pasajes preferidos son los anexos lingüísticos que
Amoretti publicó también: cuatro vocabularios donde Pigafetta fue anotando términos usuales en el contacto con los indígenas. Se incluye así un «Vocabulario de los pueblos de Brasil», el «Vocabulario de los gigantes patagones», el «Vocabulario
de las islas Filipinas» y el «Vocabulario de las islas Molucas». Todos ellos, salvo la brevísima relación dedicada a los pueblos
de Brasil, incluyen sistemáticamente las denominaciones propias de la anatomía elemental del cuerpo humano (ojos, nariz,
boca, brazo, pierna, genitales...). He tenido la precaución de revisar especialmente la versión española del «Vocabulario de
las islas Filipinas» y compararla con la versión italiana, y he descubierto que se han pasado por alto algunos términos y otros
se han traducido mal, cosa esperable tras el azaroso trasvase del italiano al francés y del francés al español. También he
comprobado que la lengua filipina que Pigafetta recoge no es el tagalo, sino el cebuano o sugbuanon, en consonancia también
con el itinerario seguido por las naves. Suponemos que la ayuda de Enrique de Molucca, esclavo de Magallanes en un viaje
anterior por la zona, debió de ser decisiva en la confección de estos vocabularios. Lo que sí resulta evidente, en cualquier
caso, es que el lenguaraz Antonio Pigafetta se muestra cada vez más interesado en este oficio de cronista de las lenguas,
de modo que el número de vocablos que recopila en cada atraque crece considerablemente a medida que el viaje avanza, y
añade incluso algunas observaciones fonéticas, del tipo de «pronúnciese con la garganta, porque así lo hacen ellos». Algunas
ediciones incorporan además los vocabularios de Malaca y de las islas vecinas. Amoretti advierte que estos últimos no son
obra de Pigafetta, sino de navegantes de la expedición de James Cook, como Haex y Foster, que los recopilaron posteriormente, ya en 1772.
Por increíble que parezca, hasta 1888 no hubo una versión española del Primer viaje alrededor del Globo, que debemos
al historiador chileno José Toribio Medina y que fue incluida entonces en el tomo II de su Colección de documentos inéditos
para la Historia de Chile. Vinieron después las traducciones de Walls y Merino (1899), Ruiz Morcuende (1922) y Félix Ros
(1957). Más recientemente, en 1986, la editorial Orbis, de Barcelona, reeditó la traducción chilena de Toribio. Existe también
una versión italiana disponible en la red, dentro del Progetto Manuzio, en la que los vocabularios se insertan en el propio
texto narrativo, en lugar de presentarlos como anexo final. (Puede consultarse en la dirección: <www.liberliber.it/biblioteca/p/
pigafetta/relazione_del_primo_viaggio_intorno_al_mondo/pdf/relazi_p.pdf>.)
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