Gérine Fabre la madre de todas

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EN
NUESTRAS RAÍCES: ESTUDIOS E INVESTIGACIONES
Gérine Fabre
la madre de todas
Nació en 1811 y la bautizaron con el nombre de Catalina, signo profético. Inicio
de la actividad de asistencia en Tolosa en 1842 . Llegada a Albi en 1852. Las casas
en Italia. Oración, trabajo y la prueba terrible: la dificultad y la dimisión. La muerte en 1887. La división de la Congregación.
A
nticipo que esta biografía es
sólo un intento de reconstrucción cronológica y tiene como base el
estudio amoroso de los documentos
de archivo. Se propone subrayar
momentos y hechos fundamentales de
la vida y obra de la Madre Gérine
Fabre, nuestra amada fundadora.
La Madre Gérine nació el 22 de abril
de 1811, en Francia, en SaintGéniez d’Olt, en el Aveyron,
diócesis de Rodez. Fue bautizada con el nombre de Catalina. Era hija de modestos
obreros. La familia que vivía
en Saint-Martial, en el Cantal,
diócesis de Saint-Flour, se
encontraba en esa región
porque había sido trasladada
por motivos de trabajo estacional ya que el padre era
aserrador.
Luego de la Primera Comunión Catalina fue inscripta en
un colegio de religiosas en
Chaudes-Aigues para aprender a leer y escribir. Pero permaneció
poco tiempo allí dado que fue llamada
por la familia para que ayudara a su
madre a cuidar a sus hermanas más
pequeñas puesto que ella era la
segunda de siete hijos.
De joven volvió a Chaudes-Aigues en
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1830 para formar parte de la Fraternidad de la Tercera Orden de la Penitencia de Santo Domingo. Profesó en
mayo de 1831 con el nombre de Hermana Gérine.
En esa pequeña ciudad termal las terciarias trabajaban con los enfermos
que acudían a las termas, bastante
conocidas, y de esta forma, las impro-
Vista aérea de la casa madre de Albi
y de la Iglesia, la “Grande Chapelle”
visadas enfermeras, movidas por un
profundo espíritu dominico, podían
ejercer las obras de misericordia prescriptas por la Regla.
Fue un período importante y decisivo
para la hermana Gérine: bajo la guía
del párroco, director de la Tercera
Orden, adquirió una profunda vida
interior y una confianza ilimitada en la
Providencia. Enriqueció su corazón con
mucha compasión meditando largamente frente a la imagen de la Virgen
de la Piedad. Se formó particularmente en la espiritualidad de Santo Domingo y de Santa Catalina y se preparó
para la práctica de la enfermería. Fue
tan dócil a la acción del Espíritu
que recibió un don especial, el
carisma de fundadora.
En 1842 pudo llevar a cabo el
voto secreto, madurado durante los años de formación y de
escucha de la Palabra de Dios y
acogiendo la invitación de
algunas damas benefactoras
de Tolosa. Habiendo alquilado
un pequeño departamento se
instaló junto con un grupo de
terciarias, entre las cuales estaba su hermana Sor M. Luisa. Allí
se dedicaron en seguida a la
asistencia de los enfermos en
sus domicilios.
La primera casa fue la de Tolosa, inicio
de la congregación. Joven e inexperta,
la Madre Gérine, superiora de la comunidad, no suponía que ante tanto entusiasmo las pruebas no habrían tardado
en llegar. El obispo de Tolosa, Monseñor D’Astros, puso dificultades para
otorgar la autorización a las Terciarias
Dominicas en la asistencia de enfermos a dominicilio: ya sea porque
según él eran demasiado jóvenes,
incluida la superiora, ya sea porque
había otras hermanas que se dedicaban a dicha tarea. Pero finalmente
depuso su actitud y permitió a las jóvenes que trabajaran en los barrios más
pobres de la ciudad. La Madre Gérine
y sus hijas se conformaban con lo que
las familias podían ofrecerles como
compensación. La Madre volvió varias
veces al Cantal para recibir a las jóvenes dispuestas a seguirla y que eran
introducidas por ella misma en la vida
religiosa.
En uno de los viajes, pasando por
Rodez, se encontró con el vicario
general de esa diócesis quien, luego
de conocer a quien le estaba hablando, le rogó que colaborara por un
tiempo con el párroco de Gramond
quien aspiraba a fundar una congregación dominica dedicada a la enseñanza
en el campo. Se trataba de la formación de un pequeño grupo de terciarias maestras que tenían que comenzar
el noviciado. La Madre Gérine, a la
escucha de lo que el Espíritu le pedía,
se dedicó un año (1843 – 1844) a esta
tarea armonizándola con la propia,
como superiora de la comunidad de
Tolosa. Durante toda la vida permanecerá fraternalmente ligada a la Hermana FranÇoise de Sales, superiora general de Gramond.
Un segundo ejemplo de generosidad
lo dio en 1850 cuando confió, o mejor
dicho, ofreció dos novicias, quienes ya
se habían postulado de manera voluntaria al obispo dominico Monseñor
Alemany. Éste, al ir a tomar posesión
de su diócesis en California, tenía in
mente fundar una congregación que lo
ayudase en la evangelización de la
gente de aquellas tierras. La Madre
Gérine las acompañó personalmente
hasta París, confiándolas a una religiosa que partía con las jóvenes y que se
La edificación donde vivió Madre Gérine, ubicada en el fondo del jardín de la casa madre
transformó luego en la fundadora de
dicha congregación.
En ese período la Madre Gérine fundó
tres nuevas casas: en Tarbes, en Pau y
en Carcassona, porque las hermanas
eran solicitadas para ejercer la obra tan
apreciada como es la asistencia domiciliaria a los enfermos.
Durante la permanencia en Tolosa
conoció, no se sabe cómo, a un padre
dominico español, Fray N. Palol, con el
cual tuvo un intercambio de ideas
sobre el noviciado y mantuvo correspondencia con el convento de Chalonsur-Saone para obtener informaciones
sobre las constituciones. Ella se refería
siempre y únicamente a la Regla de la
Tercera Orden. En Tolosa conoció también al Padre E. Lacordaire quien había
regresado a Francia poco tiempo antes
luego de su profesión dominica en
Viterbo en 1840. El reconoció en ella el
espíritu de Domingo y el deseo de
seguir las huellas del santo en la propagación del evangelio.
A fines de agosto de 1852 la Madre
Gérine se trasladó a Albi para abrir una
casa por expreso pedido del alcalde.
El 2 de septiembre el arzobispo E. De
Jerphanion, informado de ello, la recibió paternalmente, la bendijo y la
autorizó a abrir otras casas en su diócesis.
La Madre y otras dos hermanas, - normalmente eran tres las hermanas que
intervenían en el momento de las fundaciones –, se alojaron en un pequeño
departamento llamado “La Marmitte”,
amueblado con lo necesario. Era la
pobreza que tanto amaba su corazón.
Mientras se ocupaba de la maduración
espiritual y de la actividad de su comunidad, se dedicó a buscar un ambiente
más amplio, necesario para la comunidad en permanente crecimiento. Después de algunos años encontró algo
mejor de cuanto se permitiera desear.
Se trataba de una propiedad amplia
que había sido parte del terreno
donde durante muchos años había
existido el convento de los dominicos,
expulsados en tiempos de la Revolución de 1789 y que había sido loteado.
La Providencia acudió en su ayuda,
pudo firmar el contrato de compra
venta, mediante un préstamo que le
fuera ofrecido por la superiora de las
hermanas de Notre-Dame.
En el terreno comprado existía una
pequeña construcción al lado de la
cual corría un arroyo que la delimitaba
antes de confluir en el Tarn. Allí se trasladó la comunidad. Hoy, restaurada, es
la pequeña casa de la Madre Gérine.
Sobre ese terreno se levanta en la
actualidad la casa madre de la congre-
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gación.
En esa sede se formaron las hermanas
que a su vez se convirtieron en formadoras en las casas que se iban fundando. La vida comunitaria se caracterizaba por la pobreza, nutrida bajo la guía
espiritual de la Madre Gérine y de los
padres dominicos.
En el año 1856 la Madre Gérine se
decidió a cambiar el uniforme de terciaria por el hábito blanco y negro
dominico, a pedido del Padre Lacordaire y aceptó su regalo que consistía
en una pieza de tela de lana blanca
para túnicas y escapularios. Los padres
de Tolosa concurrían a la comunidad
en ocasión de festividades litúrgicas,
de encuentros formativos o para asistir
al arzobispo en ceremonias de toma
de hábito y profesión.
En 1862 la expansión de la congregación fue de tal magnitud que zurcó las
fronteras: la Madre Gérine había aceptado el pedido de un funcionario de la
casa imperial porque Napoleón III y su
esposa deseaban que las hermanas
dominicas abrieran una sala de jardín
de infantes y una sala para la asistencia
diurna a ancianos. Dichas casas, situadas en las Marcas, eran herencia de
Napoleón. Las hermanas debían vivir
allí y trabajar en ambientes del palacio
imperial de Civitanova, antiguo convento de clarisas, anteriormente confiscado por Bonaparte. Las religiosas
eran tres y una de ellas, Sor Agostina
Pratviel había ya recibido directivas de
una célebre pedagoga parisina por
encargo de la casa imperial.
Las hermanas llegaron a Civitanova
para Navidad y encontraron dentro del
personal del palacio a quienes las ayudaron tanto en la interpretación como
en el aprendizaje de la lengua italiana.
En 1863, la Madre Gérine se dirigió a
Civitanova donde encontró al emperador quien le manifestó su satisfacción
por la obra que las hermanas desarrollaban de manera ejemplar. Antes de
regresar a Francia la Madre visitó Roma
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La tumba de Madre Gérine en la “Grande Chapelle”
donde fue recibida por Pío IX quien, al
final de la audiencia y luego del intercambio del solideo, la bendijo despidiéndola con estas palabras: “Vaya,
hija mía, esmérese en extender su instituto tanto cuanto pueda”. Palabras
por cierto proféticas que penetraron
en el corazón de la Madre porque confirmaban su deseo.
El número de casas en Italia aumentó
con rapidez: Ascoli, Bologna, Génova,
Florencia, Turín, etc., y constituyeron la
Provincia italiana desde 1867, dirigida
por Sor Agostina Pratviel, priora de
Civitanova. El sistema de gobierno en
Italia era el mismo que en Francia, con
las mismas tradiciones, las mismas costumbres conjugadas con las realidades
locales; los vínculos con Francia eran
muy estrechos y la Madre Gérine visitó
las casas italianas en siete oportunidades, desde 1863 hasta 1876. En dichas
ocasiones se desarrollaban las tomas
de hábitos y las profesiones con la presencia del obispo y de los padres
dominicos. Estos últimos asumieron
también la dirección espiritual de
muchas casas de las Terciarias Dominicas de Albi por expreso pedido de los
obispos.
En 1874, durante una de sus estadías
en Italia la Madre Gérine, autorizada
por el arzobispo de Génova, hizo partir desde ese puerto a algunas hermanas italianas hacia el Uruguay para
satisfacer los reiterados pedidos de un
sacerdote francés de la congregación
de Betharram quien, en Montevideo,
había conocido y apreciado los trabajos de enfermería de las dominicas
francesas. En América Latina la obra se
extendió a la Argentina y en 1875 el
arzobispo de Albi, Monseñor J. P.
Lyonnet instituyó el noviciado de Montevideo para recibir a las jóvenes que
abrazaban la vida religiosa en nuestra
congregación.
La Madre Gérine no viajó a América
Latina. Pero en 1876 envió como visitadora a Sor Agostina Pratviel, provincial
de Italia, junto con el tercer grupo de
hermanas que partían de Francia. La
expansión en el continente americano
luego de la que se produjera en Italia,
da testimonio inequívoco de la fecundidad del espíritu carismático de la
Madre Gérine. Espíritu dominico por
certo, dado que como Domingo, mandaba a las hijas a anunciar la salvación
a los hermanos más alejados.
Ello revela además el coraje indomable basado en la confianza en la Providencia quien le hacía afrontar con
audacia todos los desafíos. No sólo los
de la pobreza, sino todas las pruebas y
las dificultades que no detuvieron
nunca sus ansias de misión, ansias que
supo comunicar a las hijas y que ellas
llevaron a cabo.
Pero en la congregación comenzaba a
respirarse un cierto malestar, justamente en el momento de la expansión y la
multiplicación de las casas. Toda la
obra de nuestra Fundadora se basaba
en el convencimiento de que para su
congregación era necesario seguir la
Regla de la Tercera Orden en la cual
ella misma se inspiraba y que había
sido aprobada por los Sumos Pontífices. La Madre Gérine no se daba cuenta del error: no sólo porque en la Regla
no había ninguna norma de gobierno
sino porque no contemplaba la vida
comunitaria y los lazos de las casas con
la Casa Madre. Es justamente esta última laguna la causa de la ruptura con la
casa de Perpignan lo que tuvo probablemente un peso relevante aunque
no explícito en los hechos de Carcassona.
Sin hacerlo notar a las interesadas, el P.
Lacordaire había comprendido esta
situación desde 1854 al escribir a un
hermano que necesitaba hermanas
para el colegio. En ese entonces el
padre le había expresado que entre las
casas de Tolosa, de Carcassona y de
Albi no existían lazos jurídicos. ¡Y sin
embargo estas casas estaban gobernadas por tres hermanas Fabre!
Monseñor De Jerphanion, quien conocía las divergencias entre la Madre
Gérine y la superiora de Perpignan y
habiendo sido informado de la ruptura
por intermedio de Monseñor Gerber,
arzobispo de dicha ciudad, escribía en
estos términos a la Madre el 8 de abril
de 1862: “Cuando el alcalde me presentó a la Madre Gérine ... le pregunté
sobre su instituto, sobre sus constituciones. Respecto de este último punto
no hallé una información explícita.
Pero como la obra había sido encaminada en otra parte la acepté como
estaba ... Comprendí que llegó el
momento de poner orden entre las
relaciones de estas fundaciones con la
Casa Madre. Me ocuparé de este trabajo...”. Encargó a los padres dominicos de Tolosa para que preparasen un
texto de constituciones. Se hizo cargo
de ello el nuevo provincial, el Padre N.
Saudreau, sucesor de Lacordaire quien
había muerto en 1861. El Padre Saudreau tomó contacto con Albi y se dirigió varias veces allí mientras trabajaba
en el tema de las constituciones. Estas
estaban ya adelantadas cuando Monseñor De Jerphanion murió. Su sucesor, Monseñor J. P. Lyonnet, habiéndose establecido en Albi en marzo de
1865, aprobó el texto manuscrito en
septiembre de ese año. Dicho manuscrito contiene la Regla de San Agustín,
la de la Tercera Orden de la Penitencia
de Santo Domingo y las constituciones
de las hermanas de la Tercera Orden
de Santo Domingo de la Congregación de Santa Catalina de Siena. En el
texto se encuentra también con fecha
18 de septiembre el 1865 el nombramiento de la Madre Gérine como
Madre general vitalicia. Se concluye
con la firma del arzobispo quien aprueba las constituciones y funda
canónicamente la congregación diocesana de la que se
declara Superior Mayor.
Según dichas constituciones
la Madre Gérine emitió su
profesión en forma inmediata y por el lapso de cinco
años. En 1872 hará los votos
perpetuos junto con el primer grupo. Se llevaron a
cabo inmediatamente las
elecciones regulares correspondientes a los diferentes
cargos, en las casas.
El arzobispo hizo publicar las
constituciones en 1872, agilizadas por la Regla de la Tercera Orden y por la citaciones y las aprobó nuevamen-
te. En ese mismo año las Dominicas de
Albi con un decreto firmado por M.
Thiers, presidente de la República francesa, obtuvieron el reconocimiento
jurídico.
La Madre Gérine gozó de las metas
logradas gracias a su constante adhesión a Cristo Crucificado y a la Providencia de Dios. Pero la Congregación
no tenía todavía la afiliación a la Orden
Dominica. ¡Habían pasado ya 23 años
desde los inicios en Tolosa! Ahora que
la congregación estaba organizada
conforme a las constituciones, la
Madre estaba serena y feliz y se sentía
gratificada por la benevolencia de
Monseñor Lyonnet quien le traía a la
memoria a Monseñor De Jerphanion,
que había sido como un padre para
ella. Sin embargo, este bienestar moral
no habría de durar. Monseñor Lyonnet
murió y en 1876 le sucedió el arzobispo de Albi Monseñor E. Ramadié, proveniente de Perpignan donde había
destruido practicamente la comunidad. Las hermanas habían tenido que
partir de noche hacia Auch donde fueron recibidas por el obispo y donde
permancieron para siempre. El nuevo
arzobispo de Albi, galo declarado,
Particular de la “Grande Chapelle”
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tenía muchos prejuicios respecto de la
Madre Gérine. No sabemos en qué
modo se manifestó la tensión que se
había creado entre ellos. Bonhomme(1) supone que las condiciones de
salud de la madre habían empeorado
por los esfuerzos, las pruebas y la
edad, al punto de desear el ser liberada de la tarea. Los documentos encontrados, muy atendibles, nos dicen lo
contrario y nos inducen a formular la
hipótesis que ella temía por la existencia de la congregación. Probablemente el arzobispo hacía pesar su autoridad sobre la congregación diocesana,
que le fuera reconocida por las constituciones de 1872. Madre Gérine no
podía resignarse a este estado de
cosas. No sabemos cómo pero tomó la
resolución de obtener de la Santa
Sede la aprobación pontificia para su
Institución. Una vez más la Providencia
había puesto a la persona justa delante de sus pasos: Padre R. Bianchi, Procurador General de la Orden Dominica
y Consultor de la Santa Congregación
de los Obispos y Regulares. La Madre
Gérine no lo nombra pero habla de él
en estos términos en una carta que
enviara el 30 de marzo de 1877 a Sor
Santa Cruz Gayda, priora de Ascoli
Piceno: “La Providencia nos ha puesto
en el camino a un padre dominico muy
cercano al General para llevar a término la gran obra de la aprobación de
nuestra congregación... Nosotras
escribimos a todos los obispos y cuando hayamos recibido sus cartas,
irá a Roma.
Tres días antes la Madre había escrito
al arzobispo de Fermo: “Estoy avanzada en años y me parece que moriría
más contenta si ya hubiese visto al
menos el comienzo de esta gran obra
que debe darnos una existencia segura en la Iglesia”. La Congregación contaba con treinta y tres casas de las cuales 17, en Francia, 13 en Italia, 3 en
América Latina. Todos los obispos de
Italia y de América Latina escribieron la
carta, sólo dos de francia, el de Mende
y el de Bayonne. Los demás, entre
ellos Ramadié, no respondieron. Las
cartas recibidas, con doble ejemplar,
están en el archivo de la Casa Madre
de Albi. Pienso que Ramadié no quiso
ceder su autoridad ante la de Roma. La
Madre Gérine no fue a Roma.
¡Comienza así su calvario!
No conocemos ningún detalle excepto
los actos que hablan por sí mismos. La
Madre no reveló nada y hasta la muerte se sumió en un doloroso silencio,
tanto por el sueño destruido cuanto
por lo sucedido luego.
Estos son los hechos: durante un curso
de ejercicios espirituales en la Casa
Madre de Albi, la Madre Gérine dimitió en forma escrita el 3 de septiembre
de 1879. Ramadié había sido muy hábil
en no pedirle la renuncia pero la indujo a hacerlo. El 7 de diciembre, (después de cuatro días) motu propio y
contra las constituciones, sin convocar
al Capítulo, de 18 hermanas presentes,
incluida la Madre Gérine, Ramadié hizo
elegir como General a la Madre Alberta Laverne. Enviaron comunicación
inmediata de ello tanto a Italia como a
América Latina.
La Madre Gérine se dirigió a ChaudesAigues pero regresó a Albi: en pocos
días se dio cuenta de que no había
lugar para ella en esa casa. Entonces,
vencida pero vencedora como Jesucristo en la Cruz, tomó la resolución
más amarga de su vida y partió, exiliada, hacia Carcassone, donde fue acogida amorosamente por las pocas terciarias que allí había. Vivió en modo
ejemplar ofreciendo al Señor el secreto de su martirio interior durante siete
años.
Durante los últimos meses de vida y ya
enferma, fue asistida por las últimas
tres terciarias entre las que se encon-
traba Sor María Luisa, la hermana que
le sobrevivió por diez meses. Con las
sonrisa entre los labios recibió los últimos sacramentos y con un suspiro desgarrador exclamó: “¡Albi! ¡Albi!” Y
Expiró. Eran cerca de las 18.00 del 31
de diciembre de 1887. Los funerales se
llevaron a cabo en la iglesia parroquial
el 2 de enero de 1888 y fue sepultada
en el cementerio de la ciudad. Ya solas
las últimas terciarias, Hna. Agostina
Delrieu y Hna. Angélica Soulet dejaron
Carcassona y se trasladaron a Agen. A
continuación fueron recibidas en la
congregación de Albi; en 1890, fue
comprada una tumba donde colocaron los restos de las hermanas Fabre.
En 1925, exhumados los restos mortales de la Madre Gérine, las hermanas
de Albi los depositaron con gran veneración a los pies del altar mayor de la
gran Capilla inaugurada poco tiempo
antes.
¡Descansa, oh Madre, bajo esa cruz
blanca: se cumplió tu último deseo
para ti y para todas nosotras!
Sr. M. Germana Pandolfo o.p.
Albi, la entrada de la casa madre
1. Bonhomme G., “Les Dominicaines de la Congregation de Sainte Catherinne de Sienne d’Albi”, Albi, 1913.
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