mini-biografia de m - Suore Domenicane di Santa Caterina da Siena

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BIOGRAFÍA DE LA M. GÉRINE
Esta biografía es sólo un intento de reconstrucción cronológica y tiene como base el estudio
amoroso de los documentos de archivo. Se propone subrayar momentos y hechos fundamentales
de la vida y obra de la Madre Gérine Fabre, nuestra amada fundadora.
La Madre Gérine nació el 22 de abril de 1811, en Francia, en Saint-Géniez d’Olt, en el
Aveyron, diócesis de Rodez. Fue bautizada con el nombre de Catalina. Era hija de
modestos obreros. La familia que vivía en Saint-Martial, en el Cantal, diócesis de SaintFlour, se encontraba en esa región porque había sido trasladada por motivos de trabajo
estacional ya que el padre era aserrador.
Luego de la Primera Comunión Catalina fue inscripta en un colegio de religiosas en
Chaudes-Aigues para aprender a leer y escribir. Pero permaneció poco tiempo allí dado
que fue llamada por la familia para que ayudara a su madre a cuidar a sus hermanas
más pequeñas puesto que ella era la segunda de siete hijos.
De joven volvió a Chaudes-Aigues en 1830 para formar parte de la Fraternidad de la
Tercera Orden de la Penitencia de Santo Domingo. Profesó en mayo de 1831 con el
nombre de Hermana Gérine.
En esa pequeña ciudad termal las terciarias trabajaban con los enfermos que acudían a
las termas, bastante conocidas, y de esta forma, las improvisadas enfermeras, movidas
por un profundo espíritu dominico, podían ejercer las obras de misericordia prescriptas
por la Regla.
Fue un período importante y decisivo para la hermana Gérine: bajo la guía del párroco,
director de la Tercera Orden, adquirió una profunda vida interior y una confianza
ilimitada en la Providencia. Enriqueció su corazón con mucha compasión meditando
largamente frente a la imagen de la Virgen de la Piedad. Se formó particularmente en la
espiritualidad de Santo Domingo y de Santa Catalina y se preparó para la práctica de la
enfermería. Fue tan dócil a la acción del Espíritu que recibió un don especial, el carisma
de fundadora.
En 1842 pudo llevar a cabo el voto secreto, madurado durante los años de formación y
de escucha de la Palabra de Dios y acogiendo la invitación de algunas damas
benefactoras de Tolosa. Habiendo alquilado un pequeño departamento se instaló junto
con un grupo de terciarias, entre las cuales estaba su hermana Sor M. Luisa. Allí se
dedicaron en seguida a la asistencia de los enfermos en sus domicilios.
La primera casa fue la de Tolosa, inicio de la congregación. Joven e inexperta, la Madre
Gérine, superiora de la comunidad, no suponía que ante tanto entusiasmo las pruebas no
habrían tardado en llegar. El obispo de Tolosa, Monseñor D’Astros, puso dificultades para
otorgar la autorización a las Terciarias Dominicas en la asistencia de enfermos a
dominicilio: ya sea porque según él eran demasiado jóvenes, incluida la superiora, ya sea
porque había otras hermanas que se dedicaban a dicha tarea. Pero finalmente depuso
su actitud y permitió a las jóvenes que trabajaran en los barrios más pobres de la ciudad.
La Madre Gérine y sus hijas se conformaban con lo que las familias podían ofrecerles
como compensación. La Madre volvió varias veces al Cantal para recibir a las jóvenes
dispuestas a seguirla y que eran introducidas por ella misma en la vida religiosa.
En uno de los viajes, pasando por Rodez, se encontró con el vicario general de esa
diócesis quien, luego de conocer a quien le estaba hablando, le rogó que colaborara
por un tiempo con el párroco de Gramond quien aspiraba a fundar una congregación
dominica dedicada a la enseñanza en el campo. Se trataba de la formación de un
pequeño grupo de terciarias maestras que tenían que comenzar el noviciado. La Madre
Gérine, a la escucha de lo que el Espíritu le pedía, se dedicó un año (1843 – 1844) a esta
tarea armonizándola con la propia, como superiora de la comunidad de Tolosa. Durante
toda la vida permanecerá fraternalmente ligada a la Hermana FranÇoise de Sales,
superiora general de Gramond.
1
Un segundo ejemplo de generosidad lo dio en 1850 cuando confió, o mejor dicho,
ofreció dos novicias, quienes ya se habían postulado de manera voluntaria al obispo
dominico Monseñor Alemany. Éste, al ir a tomar posesión de su diócesis en California,
tenía in mente fundar una congregación que lo ayudase en la evangelización de la
gente de aquellas tierras. La Madre Gérine las acompañó personalmente hasta París,
confiándolas a una religiosa que partía con las jóvenes y que se transformó luego en la
fundadora de dicha congregación.
En ese período la Madre Gérine fundó tres nuevas casas: en Tarbes, en Pau y en
Carcassona, porque las hermanas eran solicitadas para ejercer la obra tan apreciada
como es la asistencia domiciliaria a los enfermos.
Durante la permanencia en Tolosa conoció, no se sabe cómo, a un padre dominico
español, Fray N. Palol, con el cual tuvo un intercambio de ideas sobre el noviciado y
mantuvo correspondencia con el convento de Chalon-sur-Saone para obtener
informaciones sobre las constituciones. Ella se refería siempre y únicamente a la Regla de
la Tercera Orden. En Tolosa conoció también al Padre E. Lacordaire quien había
regresado a Francia poco tiempo antes luego de su profesión dominica en Viterbo en
1840. El reconoció en ella el espíritu de Domingo y el deseo de seguir las huellas del santo
en la propagación del evangelio.
A fines de agosto de 1852 la Madre Gérine se trasladó a Albi para abrir una casa por
expreso pedido del alcalde. El 2 de septiembre el arzobispo E. De Jerphanion, informado
de ello, la recibió paternalmente, la bendijo y la autorizó a abrir otras casas en su diócesis.
La Madre y otras dos hermanas, - normalmente eran tres las hermanas que intervenían en
el momento de las fundaciones –, se alojaron en un pequeño departamento llamado “La
Marmitte”, amueblado con lo necesario. Era la pobreza que tanto amaba su corazón.
Mientras se ocupaba de la maduración espiritual y de la actividad de su comunidad, se
dedicó a buscar un ambiente más amplio, necesario para la comunidad en permanente
crecimiento. Después de algunos años encontró algo mejor de cuanto se permitiera
desear. Se trataba de una propiedad amplia que había sido parte del terreno donde
durante muchos años había existido el convento de los dominicos, expulsados en tiempos
de la Revolución de 1789 y que había sido loteado. La Providencia acudió en su ayuda,
pudo firmar el contrato de compra venta, mediante un préstamo que le fuera ofrecido
por la superiora de las hermanas de Notre-Dame.
En el terreno comprado existía una pequeña construcción al lado de la cual corría un
arroyo que la delimitaba antes de confluir en el Tarn. Allí se trasladó la comunidad. Hoy,
restaurada, es la pequeña casa de la Madre Gérine. Sobre ese terreno se levanta en la
actualidad la casa madre de la congregación.
En esa sede se formaron las hermanas que a su vez se convirtieron en formadoras en las
casas que se iban fundando. La vida comunitaria se caracterizaba por la pobreza,
nutrida bajo la guía espiritual de la Madre Gérine y de los padres dominicos.
En el año 1856 la Madre Gérine se decidió a cambiar el uniforme de terciaria por el
hábito blanco y negro dominico, a pedido del Padre Lacordaire y aceptó su regalo que
consistía en una pieza de tela de lana blanca para túnicas y escapularios. Los padres de
Tolosa concurrían a la comunidad en ocasión de festividades litúrgicas, de encuentros
formativos o para asistir al arzobispo en ceremonias de toma de hábito y profesión.
En 1862 la expansión de la congregación fue de tal magnitud que zurcó las fronteras: la
Madre Gérine había aceptado el pedido de un funcionario de la casa imperial porque
Napoleón III y su esposa deseaban que las hermanas dominicas abrieran una sala de
jardín de infantes y una sala para la asistencia diurna a ancianos. Dichas casas, situadas
en las Marcas, eran herencia de Napoleón. Las hermanas debían vivir allí y trabajar en
ambientes del palacio imperial de Civitanova, antiguo convento de clarisas,
anteriormente confiscado por Bonaparte. Las religiosas eran tres y una de ellas, Sor
Agostina Pratviel había ya recibido directivas de una célebre pedagoga parisina por
encargo de la casa imperial.
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Las hermanas llegaron a Civitanova para Navidad y encontraron dentro del personal del
palacio a quienes las ayudaron tanto en la interpretación como en el aprendizaje de la
lengua italiana.
En 1863, la Madre Gérine se dirigió a Civitanova donde encontró al emperador quien le
manifestó su satisfacción por la obra que las hermanas desarrollaban de manera
ejemplar. Antes de regresar a Francia la Madre visitó Roma donde fue recibida por Pío IX
quien, al final de la audiencia y luego del intercambio del solideo, la bendijo
despidiéndola con estas palabras: “Vaya, hija mía, esmérese en extender su instituto
tanto cuanto pueda”. Palabras por cierto proféticas que penetraron en el corazón de la
Madre porque confirmaban su deseo.
El número de casas en Italia aumentó con rapidez: Ascoli, Bologna, Génova, Florencia,
Turín, etc., y constituyeron la Provincia italiana desde 1867, dirigida por Sor Agostina
Pratviel, priora de Civitanova. El sistema de gobierno en Italia era el mismo que en
Francia, con las mismas tradiciones, las mismas costumbres conjugadas con las
realidades locales; los vínculos con Francia eran muy estrechos y la Madre Gérine visitó
las casas italianas en siete oportunidades, desde 1863 hasta 1876. En dichas ocasiones se
desarrollaban las tomas de hábitos y las profesiones con la presencia del obispo y de los
padres dominicos. Estos últimos asumieron también la dirección espiritual de muchas
casas de las Terciarias Dominicas de Albi por expreso pedido de los obispos.
En 1874, durante una de sus estadías en Italia la Madre Gérine, autorizada por el
arzobispo de Génova, hizo partir desde ese puerto a algunas hermanas italianas hacia el
Uruguay para satisfacer los reiterados pedidos de un sacerdote francés de la
congregación de Betharram quien, en Montevideo, había conocido y apreciado los
trabajos de enfermería de las dominicas francesas. En América Latina la obra se extendió
a la Argentina y en 1875 el arzobispo de Albi, Monseñor J. P. Lyonnet instituyó el noviciado
de Montevideo para recibir a las jóvenes que abrazaban la vida religiosa en nuestra
congregación.
La Madre Gérine no viajó a América Latina. Pero en 1876 envió como visitadora a Sor
Agostina Pratviel, provincial de Italia, junto con el tercer grupo de hermanas que partían
de Francia. La expansión en el continente americano luego de la que se produjera en
Italia, da testimonio inequívoco de la fecundidad del espíritu carismático de la Madre
Gérine. Espíritu dominico por certo, dado que como Domingo, mandaba a las hijas a
anunciar la salvación a los hermanos más alejados.
Ello revela además el coraje indomable basado en la confianza en la Providencia quien
le hacía afrontar con audacia todos los desafíos. No sólo los de la pobreza, sino todas las
pruebas y las dificultades que no detuvieron nunca sus ansias de misión, ansias que supo
comunicar a las hijas y que ellas llevaron a cabo.
Pero en la congregación comenzaba a respirarse un cierto malestar, justamente en el
momento de la expansión y la multiplicación de las casas. Toda la obra de nuestra
Fundadora se basaba en el convencimiento de que para su congregación era necesario
seguir la Regla de la Tercera Orden en la cual ella misma se inspiraba y que había sido
aprobada por los Sumos Pontífices. La Madre Gérine no se daba cuenta del error: no sólo
porque en la Regla no había ninguna norma de gobierno sino porque no contemplaba
la vida comunitaria y los lazos de las casas con la Casa Madre. Es justamente esta última
laguna la causa de la ruptura con la casa de Perpignan lo que tuvo probablemente un
peso relevante aunque no explícito en los hechos de Carcassona.
Sin hacerlo notar a las interesadas, el P. Lacordaire había comprendido esta situación
desde 1854 al escribir a un hermano que necesitaba hermanas para el colegio. En ese
entonces el padre le había expresado que entre las casas de Tolosa, de Carcassona y de
Albi no existían lazos jurídicos. ¡Y sin embargo estas casas estaban gobernadas por tres
hermanas Fabre!
Monseñor De Jerphanion, quien conocía las divergencias entre la Madre Gérine y la
superiora de Perpignan y habiendo sido informado de la ruptura por intermedio de
Monseñor Gerber, arzobispo de dicha ciudad, escribía en estos términos a la Madre el 8
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de abril de 1862: “Cuando el alcalde me presentó a la Madre Gérine ... le pregunté sobre
su instituto, sobre sus constituciones. Respecto de este último punto no hallé una
información explícita. Pero como la obra había sido encaminada en otra parte la acepté
como estaba ... Comprendí que llegó el momento de poner orden entre las relaciones de
estas fundaciones con la Casa Madre. Me ocuparé de este trabajo...”. Encargó a los
padres dominicos de Tolosa para que preparasen un texto de constituciones. Se hizo
cargo de ello el nuevo provincial, el Padre N. Saudreau, sucesor de Lacordaire quien
había muerto en 1861. El Padre Saudreau tomó contacto con Albi y se dirigió varias veces
allí mientras trabajaba en el tema de las constituciones. Estas estaban ya adelantadas
cuando Monseñor De Jerphanion murió. Su sucesor, Monseñor J. P. Lyonnet, habiéndose
establecido en Albi en marzo de 1865, aprobó el texto manuscrito en septiembre de ese
año. Dicho manuscrito contiene la Regla de San Agustín, la de la Tercera Orden de la
Penitencia de Santo Domingo y las constituciones de las hermanas de la Tercera Orden
de Santo Domingo de la Congregación de Santa Catalina de Siena. En el texto se
encuentra también con fecha 18 de septiembre el 1865 el nombramiento de la Madre
Gérine como Madre general vitalicia. Se concluye con la firma del arzobispo quien
aprueba las constituciones y funda canónicamente la congregación diocesana de la
que se declara Superior Mayor.
Según dichas constituciones la Madre Gérine emitió su profesión en forma inmediata y
por el lapso de cinco años. En 1872 hará los votos perpetuos junto con el primer grupo. Se
llevaron a cabo inmediatamente las elecciones regulares correspondientes a los
diferentes cargos, en las casas.
El arzobispo hizo publicar las constituciones en 1872, agilizadas por la Regla de la Tercera
Orden y por la citaciones y las aprobó nuevamente. En ese mismo año las Dominicas de
Albi con un decreto firmado por M. Thiers, presidente de la República francesa,
obtuvieron el reconocimiento jurídico.
La Madre Gérine gozó de las metas logradas gracias a su constante adhesión a Cristo
Crucificado y a la Providencia de Dios. Pero la Congregación no tenía todavía la
afiliación a la Orden Dominica. ¡Habían pasado ya 23 años desde los inicios en Tolosa!
Ahora que la congregación estaba organizada conforme a las constituciones, la Madre
estaba serena y feliz y se sentía gratificada por la benevolencia de Monseñor Lyonnet
quien le traía a la memoria a Monseñor De Jerphanion, que había sido como un padre
para ella. Sin embargo, este bienestar moral no habría de durar. Monseñor Lyonnet murió
y en 1876 le sucedió el arzobispo de Albi Monseñor E. Ramadié, proveniente de Perpignan
donde había destruido practicamente la comunidad. Las hermanas habían tenido que
partir de noche hacia Auch donde fueron recibidas por el obispo y donde permancieron
para siempre. El nuevo arzobispo de Albi, galo declarado, tenía muchos prejuicios
respecto de la Madre Gérine. No sabemos en qué modo se manifestó la tensión que se
había creado entre ellos. Bonhomme(1) supone que las condiciones de salud de la
madre habían empeorado por los esfuerzos, las pruebas y la edad, al punto de desear el
ser liberada de la tarea. Los documentos encontrados, muy atendibles, nos dicen lo
contrario y nos inducen a formular la hipótesis que ella temía por la existencia de la
congregación. Probablemente el arzobispo hacía pesar su autoridad sobre la
congregación diocesana, que le fuera reconocida por las constituciones de 1872.
Madre Gérine no podía resignarse a este estado de cosas. No sabemos cómo pero tomó
la resolución de obtener de la Santa Sede la aprobación pontificia para su Institución.
Una vez más la Providencia había puesto a la persona justa delante de sus pasos: Padre
R. Bianchi, Procurador General de la Orden Dominica y Consultor de la Santa
Congregación de los Obispos y Regulares. La Madre Gérine no lo nombra pero habla de
él en estos términos en una carta que enviara el 30 de marzo de 1877 a Sor Santa Cruz
Gayda, priora de Ascoli Piceno: “La Providencia nos ha puesto en el camino a un padre
dominico muy cercano al General para llevar a término la gran obra de la aprobación
de nuestra congregación... Nosotras escribimos a todos los obispos y cuando hayamos
recibido sus cartas, iremos a Roma.
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Tres días antes la Madre había escrito al arzobispo de Fermo: “Estoy avanzada en años y
me parece que moriría más contenta si ya hubiese visto al menos el comienzo de esta
gran obra que debe darnos una existencia segura en la Iglesia”. La Congregación
contaba con treinta y tres casas de las cuales 17 , en Francia, 13 en Italia, 3 en América
Latina. Todos los obispos de Italia y de América Latina escribieron la carta, sólo dos de
francia, el de Mende y el de Bayonne. Los demás, entre ellos Ramadié, no respondieron.
Las cartas recibidas, con doble ejemplar, están en el archivo de la Casa Madre de Albi.
Pienso que Ramadié no quiso ceder su autoridad ante la de Roma. La Madre Gérine no
fue a Roma. ¡Comienza así su calvario!
No conocemos ningún detalle excepto los actos que hablan por sí mismos. La Madre no
reveló nada y hasta la muerte se sumió en un doloroso silencio, tanto por el sueño
destruido cuanto por lo sucedido luego.
Estos son los hechos: durante un curso de ejercicios espirituales en la Casa Madre de Albi,
la Madre Gérine dimitió en forma escrita el 3 de septiembre de 1879. Ramadié había sido
muy hábil en no pedirle la renuncia pero la indujo a hacerlo. El 7 de diciembre, (después
de cuatro días) motu propio y contra las constituciones, sin convocar al Capítulo, de 18
hermanas presentes, incluida la Madre Gérine, Ramadié hizo elegir como General a la
Madre Alberta Laverne. Enviaron comunicación inmediata de ello tanto a Italia como a
América Latina.
La Madre Gérine se dirigió a Chaudes-Aigues pero regresó a Albi: en pocos días se dio
cuenta de que no había lugar para ella en esa casa. Entonces, vencida pero vencedora
como Jesucristo en la Cruz, tomó la resolución más amarga de su vida y partió, exiliada,
hacia Carcassone, donde fue acogida amorosamente por las pocas terciarias que allí
había. Vivió en modo ejemplar ofreciendo al Señor el secreto de su martirio interior
durante siete años.
Durante los últimos meses de vida y ya enferma, fue asistida por las últimas tres terciarias
entre las que se encontraba Sor María Luisa, la hermana que le sobrevivió por diez meses.
Con las sonrisa entre los labios recibió los últimos sacramentos y con un suspiro
desgarrador exclamó: “¡Albi! ¡Albi!” Y Expiró. Eran cerca de las 18.00 del 31 de diciembre
de 1887. Los funerales se llevaron a cabo en la iglesia parroquial el 2 de enero de 1888 y
fue sepultada en el cementerio de la ciudad. Ya solas las últimas terciarias, Hna. Agostina
Delrieu y Hna. Angélica Soulet dejaron Carcassona y se trasladaron a Agen. A
continuación fueron recibidas en la congregación de Albi; en 1890, fue comprada una
tumba donde colocaron los restos de las hermanas Fabre.
En 1925, exhumados los restos mortales de la Madre Gérine, las hermanas de Albi los
depositaron con gran veneración a los pies del altar mayor de la gran Capilla
inaugurada poco tiempo antes.
Hna. M. Germana Pandolfo o.p.
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