¿QUÉ HACER EN ARGENTINA EN LOS CUATRO PRÓXIMOS AÑOS?

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¿QUÉ HACER EN ARGENTINA EN LOS CUATRO PRÓXIMOS AÑOS?
Guillermo de la Dehesa
Presidente del CEPR, Centre for Economic Policy Research de Londres
Introducción
Como premisa básica, conviene constatar que la Presidenta electa,
Cristina Fernández de Kirchner, ha ganado las elecciones gracias no sólo a
estos cuatro años de rápida recuperación de la economía argentina, tras su
muy profunda pero relativamente corta depresión, y a la política seguida de
aumentar el empleo y reducir la pobreza, sino también a sus promesas
electorales de mantener una política en esa misma misma dirección.
La grave crisis producida por la salida traumática de la convertibilidad, la
pesificación y el corralito había dejado el país dividido básicamente en dos: en
los ganadores, compuesto por las familias de rentas medias y altas que vivían
de su trabajo y de su capital y que tenían sus activos mayoritariamente
colocados fuera del país y en dólares, (así como los que trabajaban en el
sector público y que no perdieron su empleo) y en los perdedores, compuesto
por las familias de rentas medias-bajas y bajas que tenían sus activos
mayoritariamente en pesos y dentro del país, que trabajaban en el sector
privado formal o en el informal y que muchos de ellos perdieron su empleo.
Ha sido el voto de estas últimas familias, que han podido salir de la
pobreza y mejorar sus ingresos gracias a encontrar un empleo y el de otras
familias que todavía tienen expectativas de conseguirlo en los próximos años,
el que ha inclinado la balanza del voto a favor hacia la victoria electoral de la
Presidenta electa. Las clases medias y altas urbanas han dividido su voto entre
los tres candidatos principales, pero las clases medias bajas y bajas y los
pobres que han mejorado su posición y sus ingresos han votado masivamente
por la Presidenta electa.
Naturalmente, la nueva Presidenta tiene ahora que gobernar para todos
los argentinos, pero también tiene el deber de seguir creando empleo para la
gente que todavía está sin trabajo o en una situación de pobreza y debe seguir
mejorando las condiciones sociales de los todavía perdedores de la crisis para
conseguir una sociedad argentina más justa y más cohesionada. Creo que
tiene una oportunidad única de aprovechar esta coyuntura de mejora de los
términos de intercambio y de mayor crecimiento, que todavía puede durar
varios años, para intentar llevar a cabo un conjunto de importantes medidas de
política económica y social, pactado con las fuerzas políticas, sociales y
económicas, que dejen una economía y una sociedad argentinas más
desarrolladas y cohesionadas que nunca lo que hará que el crecimiento actual
pueda todavía ser sostenible unos años más.
Pacto Social por la Inversión, el Empleo y la Solidaridad
¿Qué puede hacerse en este contexto? Creo que convendría intentar
lograr un gran pacto que podría titularse “Pacto Social por la Inversión, el
Empleo y la Solidaridad” que vuelva a conseguir una nueva y añadida mejora
del nivel de la cohesión social de Argentina, lo que permitiría mantener un
crecimiento elevado y sostenible así como aumentar el apoyo social y la
legitimidad de la política económica. No hay que olvidar que esta última se ha
llevado a cabo, durante muchos años y hasta hace poco, mediante la petición
de poderes especiales al poder legislativo, por parte del ejecutivo, y con
mínima participación y consenso ciudadano. Para conseguir un pacto social es
necesario que tanto los ciudadanos, como sus organizaciones e instituciones,
como el gobierno, como los partidos políticos cedan todos un poco para
progresar en un clima de ausencia de crispación social y política.
Es decir, hay que intentar conseguir con este Pacto Social: Que los
empresarios y los capitalistas inviertan más en su país, que traigan sus
capitales de fuera y relancen la inversión productiva y la tasa de productividad.
Que los sindicatos moderen sus reivindicaciones salariales para que haya más
empleo y menos inflación. Que los trabajadores que se encuentran trabajando
en la economía informal puedan emerger y pasar a la oficial con un contrato de
trabajo menos precario, más estable y registrado. Que todos los ciudadanos y
empresas paguen los impuestos que les corresponden en relación a sus
ingresos y a sus gastos anuales. Que los servicios públicos de educación,
sanidad, seguros de desempleo e incapacidad y los sistemas de pensiones
sean universales o al menos lleguen al mayor número de ciudadanos posible
reduciendo la todavía desigualdad existente. Que la administración pública sea
más eficiente para conseguir que los servicios públicos sean de mayor calidad
y se pueda hacer una mayor y mejor redistribución a favor de los pobres, que
mejore su ineficiente recaudación fiscal y, finalmente que haya menos
corrupción política, sindical, funcionarial y empresarial.
Todo esto puede conseguirse si se establecen los incentivos adecuados
para que cada uno de los grupos que participe en este Pacto llegue a
comprender que todos ellos van a terminar ganando y alcanzando una
situación mejor que la de partida, ya que se trata de generar mayor inversión y
mayor empleo con menor inflación. Este gran Pacto debería contar, a su vez,
con cinco Pactos o Pilares: uno para relanzar la inversión, otro para aumentar
el empleo asalariado formal, otro para reducir la inflación y sus expectativas
futuras, otro para reformar la tributación y hacerla más eficiente y menos
regresiva y otro para focalizar el gasto social en las actividades y las personas
que realmente lo necesitan para hacerlo más progresivo.
Pacto por la Inversión
1) Para que haya más inversión, que va a ser el elemento clave para que
en los próximos años se consiga mantener un crecimiento sostenible con
mayor productividad y con menor inflación, hace falta ofrecer unas fuertes
deducciones fiscales, aunque limitadas en el tiempo (a las inversiones que se
inicien en los siguientes cuatro años, por ejemplo) a todas las empresas y
familias que reinviertan sus ganancias y su ahorro acumulado. Dichas amplias
deducciones fiscales serán un incentivo para que las empresas, ya sean
nacionales o extranjeras, reinviertan sus utilidades en aumentar su capacidad
productiva y su productividad a través de una renovación de sus bienes de
equipo, de una mejora de su nivel tecnológico y de su innovación en todos sus
sistemas de producción, distribución y exportación. Estos incentivos deben
también aplicarse igualmente a las familias que inviertan en su formación, su
educación, su salud, sus pensiones o su vivienda.
Ahora bien, para conseguir mayores niveles de inversión en los servicios
públicos regulados, habrá que, además, establecer un marco claro y estable a
largo plazo de subida de las tarifas públicas que permita generar una
retribución de su inversión que sea razonable. Si esto no se consigue, seguirá
habiendo poca inversión en aquellos servicios públicos en los que la oferta
actual es, no sólo ya insuficiente, sino incluso declinante en algunos casos, lo
que puede llegar a generar una restricción o incluso una falta de suministro y
provocar una reacción ciudadana de repercusiones políticas insospechadas. Es
mucho más eficiente y también rentable a largo plazo, para sostener la tasa de
crecimiento en el futuro, incentivar fiscalmente la inversión privada y permitir un
rendimiento de la inversión razonable en los servicios públicos regulados, que
utilizar la recaudación fiscal disponible a subvencionar empresas y personas,
como se ha hecho en buena medida hasta ahora para evitar situaciones
complicadas.
Como no va a ser suficiente para Argentina estimular sólo la inversión
nacional, hace falta hacer un esfuerzo extraordinario para conseguir mayores
flujos de inversión extranjera directa, aunque hay que reconocer que ya se han
logrado, en 2006, flujos brutos superiores a los de la media de los años
noventa (si se excluyen los relacionados por las privatizaciones por ser de una
sola vez). Para ello, no sólo hay que estimular la inversión extranjera de las
empresas extranjeras ya establecidas reinvirtiendo parte de sus ganancias,
sino de otras nuevas dando prioridad a las que establezcan plantas y oficinas
exnovo (greenfield) sobre las que compren otras ya existentes. Sin duda, si hay
voluntad política para resolver los tres temas pendientes de cara a los
mercados internacionales de capitales, (lo que parece ser ahora muy claro), es
decir: los atrasos en el Club de Paris, los holdouts y las tarifas públicas
pendientes, auguro otra fuerte ola de entradas netas de inversión extranjera en
los próximos cuatro años.
Pacto por el Empleo
2) Para conseguir una mayor creación de empleo no informal y
asalariado, no basta sólo con que aumente la inversión privada, que es una
condición necesaria, sino también que continué la reducción iniciada de la
excesiva y compleja trama de regulaciones del mercado de trabajo que se
introdujeron en los años 1990 con la introducción de contratos por tiempo
definido con bajos o nulos costos de despido que produjeron (como en España)
un mercado dual que ha originado parte de la informalidad y ha desalentado la
oferta de trabajo de los que salen peor parados de dichas regulaciones como
son los jóvenes y las mujeres.
Hay que reconocer que ya en 1998 y en 2000 empezó a darse marcha
atrás para evitar abusos, limitando los contratos de duración determinada a las
pasantías y el aprendizaje e introduciendo un período de prueba de 3 meses,
extensible a 6, sin indemnización pero con cargas sociales. El hecho es que se
ha conseguido, en estos cuatro años de rápido crecimiento, aumentar el nivel
de empleo hasta el 62% de la población en edad de trabajar y reducir el
desempleo hasta el 8% de la población activa y la duración del desempleo a 10
meses, que son similares a los niveles y tasas medios de la Unión Europea de
27 miembros. De hecho, tanto los niveles de protección del empleo como los
costes no salariales (contribuciones a la SS en % del salario) son muy
parecidos en Argentina y en España.
El mayor reto está hoy en conseguir que aumente el porcentaje de
contratos de empleo asalariado, registrados y formales, y en continuar
aumentando el de los contratos permanentes sobre los de duración definida.
Para ello, hay que negociar y pactar con las organizaciones empresariales y los
sindicatos, que, a cambio de dar deducciones fiscales a las empresas para
aumentar su inversión y su empleo, es necesario continuar estimulando el
empleo asalariado formal, (que es el que se afilia en mayor medida a los
sindicatos) y para ello hay que continuar desarrollando el empleo estable y
permanente frente al de duración determinada, manteniendo los incentivos y
dando mayores facilidades a la conversión de los contratos de tiempo definido
en indefinidos.
Asimismo hay que tomar medidas importantes para reducir la tasa de
informalidad urbana que en Argentina según la CEPAL, aun siendo menor que
la media de Latinoamérica (51%) es todavía del 42% del empleo urbano total.
Paradójicamente, en la última década se ha dado una expansión del empleo
sin contrato o no registrado, principalmente en las microempresas mientras que
las empresas más grandes han utilizado casi exclusivamente contratos a
tiempo fijo, y los contratos permanentes o indefinidos han caído. Según MTES,
los asalariados no registrados del sector privado han pasado del 33,4% en
1990 al 50% en 2005. Al parecer la causa principal es que las microempresas
no pueden absorber los costos involucrados en los contratos ya que los costos
laborales no salariales son la mitad que en los contratos permanentes y de dos
tercios que en los contratos de tiempo definido.
Su afloración e inclusión en la economía formal es necesaria ya que en
ella se niegan a muchos trabajadores la titularidad de derechos básicos
sociales y laborales. Para ello, por un lado, es conveniente reconocer dicha
informalidad e intentar adaptar las regulaciones existentes a las posibilidades
de cumplimiento de los informales, antes de exigir su cumplimiento, y proponer
mecanismos que incluyan el reconocimiento de sus títulos de propiedad, de la
separación patrimonial entre empresa y empresario informal, su habilitación
tributaria, el reconocimiento de su relación laboral y el desarrollo del comercio
ambulante en condiciones de mayor estabilidad y seguridad.
Por otro lado, hay que promover métodos que permitan determinar la
existencia de una relación de trabajo (remuneración periódica, horario,
provisión de materiales y herramientas) para garantizar la protección a dichos
trabajadores informales y perseguir las relaciones de trabajo ocultas. También
es conveniente restringir la subcontratación laboral a los trabajos de corta
duración y a las tareas excepcionales. Si hay sanciones, estas no deben de ser
pecuniarias sino de obligar a que den una mayor capacitación de sus
empleados.
Finalmente, hay que intentar reducir no sólo la precariedad en el empleo,
sino también la todavía elevada proporción del empleo asalariado sin contrato o
con contrato a corto plazo así como el subempleo, que hace que, según la
CEPAL, todavía un 25% de los empleos urbanos y más de un 35% de los
urbanos tengan ingresos insuficientes para que su hogar pueda superar la
pobreza.
Pacto por la Desinflación
3) Para evitar que se desate una espiral inflacionista hace falta conseguir
que los salarios no reaccionen en exceso a los aumentos de inflación. Por
ejemplo, se podría pactar con los sindicatos y las organizaciones empresariales
que la negociación anual o bianual de salarios se haga sobre la inflación
esperada y no sobre la pasada y, a cambio de ello, que el Gobierno y el Banco
Central se comprometan a llevar a cabo una política antiinflacionista que
reduzca tanto su tasa actual sino como las expectativas de inflación en los
próximos años. Esta misma medida, que formó parte en España de los Pactos
de la Moncloa, redujo notablemente la espiral inflacionista que se estaba
gestando y que, de no haberlo hecho, se hubiera desbordado.
En todo caso, es justo reconocer que la política fiscal del gobierno
Argentino ha sido anticíclica durante todo el período de sus cuatro años de
gobierno, pero también hay que reconocer que no ha sido de por sí suficiente
para detener el aumento de la inflación, provocada por el fuerte crecimiento de
la demanda de consumo nacional pública y privada y por la inflación importada,
ya que el gasto público ha tenido que ser procíclico para atender a las
necesidades de las capas más pobres de la población tras haber sufrido una
depresión. De ahí que, a partir de ahora, haya que actuar también a través de
una política monetaria antiinflacionista, que es la más adecuada para ello,
como parece que ha empezado ya incipientemente a apuntar el Banco Central.
Este mayor protagonismo de la política monetaria, sumado al de la
política fiscal, es necesario ya que existe el peligro de que, al subir el banco
central los tipos de interés para mejor controlar la demanda, en un contexto en
el que el Consejo de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo pueden
seguir bajándolos, o empiecen a bajar sus tipos de intervención, Argentina
tendría un mayor ingreso de capitales a corto plazo y una mayor presión para
apreciar su tipo de cambio. Para poder seguir manteniendo el tipo de cambio
ligeramente subvaluado o mejor, neutral, no cabría descartar el tener que
aplicar alguna restricción a la entrada de capitales a corto plazo, si ello fuera
indispensable.
Es decir, las causas de la inflación han sido varias: Existe, desde hace
años, un crecimiento de la demanda de consumo privada muy fuerte, por otro
lado la oferta nacional y de importación no ha podido crecer al ritmo apropiado
para atenderla, por falta de inversión suficiente y también por los elevados
precios de las materias primas energéticas que, con un tipo de cambio
depreciado, han importado también inflación. De ahí que haya que actuar
ahora, al mismo tiempo, tanto sobre la oferta, aumentando el crecimiento de la
inversión, como sobre la demanda, moderando el ritmo de crecimiento del
consumo y aumentando el del ahorro y evitando tener una mayor inflación
importada. Tengo que reconocer que la experiencia muestra que los procesos
de desinflación son difíciles y llevan tiempo y que hay que ser pacientes ya que
pueden tener algún coste político a corto plazo, pero es absolutamente
necesario llevarlo a cabo.
Un paso necesario y previo a este pacto a tres bandas es acabar de una
vez por todas con la incertidumbre y falta de credibilidad que rodea hoy al
sistema estadístico nacional en lo referente a la tasa de inflación ya que de no
ser así, no se podría alcanzar el antedicho pacto antiinflacionista. La solución
es relativamente fácil. Basta con nombrar un Consejo Asesor o Rector de dicho
organismo que esté compuesto por un grupo de estadísticos y economistas de
elevada reputación (de los que Argentina posee en abundancia) y dejar que
ellos mismos propongan los cambios necesarios para que dichas estadísticas
sean más fiables y creíbles.
Pacto Fiscal
4) Para conseguir los recursos necesarios para hacer frente a un mejor
estado de bienestar solidario se necesita una mayor y mejor y menos regresiva
recaudación fiscal por lo que el cuarto pilar del “Pacto para la Inversión, el
Empleo y la Solidaridad” debe de ser un Pacto Fiscal para aumentar y mejorar
la recaudación tributaria y hacerla más igualitaria. Por un lado, según el Banco
Mundial, Argentina es el país, entre los grandes países de Latinoamérica, en el
que la diferencia entre su recaudación tributaria real y su recaudación tributaria
potencial es mayor (un -12% del PIB) mientras que en Brasil y Chile es del -1%,
en Perú del -4,6%, en México del -5,2%, en Venezuela del -6,45 y en Colombia
del -8,9% del PIB.
Por otro lado, la recaudación tributaria del gobierno central de Argentina,
según la base de datos de ILPES, fue del 17% del PIB en 2006, 1 punto
porcentual menos que la de Chile, 2 menos que la de Colombia, 8 menos que
la de Brasil y 9 menos que la de Uruguay y Bolivia. Si se incluyen las
contribuciones sociales, Argentina sube al 26,7% del PIB y se sitúa muy por
encima de Chile, de Colombia y de Bolivia. Sin embargo, existe una correlación
bastante elevada entre un mayor peso de los impuestos para financiar el gasto
público y una mayor legitimidad fiscal por parte de los ciudadanos.
Según el Latino-barómetro, sólo un 18% de los argentinos considera que
dicha recaudación tributaria se gasta adecuadamente, frente a un 32% y 33%
de Uruguay y Chile aunque todavía sigue siendo un porcentaje ligeramente
superior al de Colombia y Brasil y muy superior al de México, Perú, Ecuador,
Guatemala y Bolivia.
La necesidad de mejorar el sistema tributario argentino y su recaudación
es clara. Existe una regla: la regla de Barro (por el famoso economista
norteamericano Robert J. Barro) que establece que una recaudación tributaria
(excluyendo las contribuciones a la Seguridad Social) inferior al 20% del PIB es
negativa para el crecimiento ya que no permite ni siquiera suministrar los
bienes públicos básicos que necesitan sus ciudadanos para prosperar, en
términos de educación, salud, seguridad, infraestructuras etc. Y que una
recaudación superior al 40 por ciento tampoco ayuda al crecimiento ya que ya
empieza a suponer una presión excesiva sobre el ahorro y el gasto privado. Si
además esta regla se pondera por la renta por habitante, Argentina queda
situada en un nivel todavía inferior al 20% (aunque superior al de México).
¿Qué puede contener el Pacto Fiscal? En primer lugar, habría que
mejorar los sistemas de recaudación en general ya que su eficiencia
(recaudación real sobre recaudación potencial) se ha constatado que es muy
baja. Sólo con unos funcionarios muy bien formados y mejor pagados que el
resto de los de la administración pública es posible lograrlo. Para ello sería
preferible tener una Agencia Especial Tributaria con mucha autonomía que
pueda separarse del sistema general de remuneración de la Administración
Pública.
En segundo lugar, habría que modificar la estructura del sistema
impositivo. Por un lado, mientras que los impuestos sobre las exportaciones
han ido cayendo en toda la región como porcentaje de la recaudación total, sin
embargo, han aumentado recientemente en el caso de Argentina. Existe una
cierta contradicción entre la política de tipo de cambio y la impositiva, ya que
parte de lo que se estimula la exportación manteniendo un tipo de cambio
depreciado, lo que considero en general una política apropiada, mientras se
pueda, se des-estimula a través de retenciones sobre dicha exportación.
Habría que, aprovechando la creciente depreciación del dólar, intentar empezar
a reducir ambos (estímulo y contra estímulo) en paralelo y paulatinamente, lo
que ayudaría a reducir la tasa de inflación y también a facilitar la política
monetaria del banco central, a cambio de una menor recaudación que puede
compensarse con otras ya que existe mucho margen para aumentar la base
tributaria.
Por otro lado, de acuerdo con la CEPAL y KPMG, la recaudación de los
impuestos indirectos (IVA) es del 7,2% del PIB, frente al 6,4% del PIB en la
media de Latinoamérica, pero con un tipo general del 21% frente a un 14,8%
promedio en Latinoamérica. Hay algo de contradictorio en esta relación, ya que
otros países con una tasa general más baja, como Chile (19%) o mucho más
baja como Colombia o Venezuela (16% y 11%) logran recaudar más que
Argentina (un 7,3%, un 7,4% y un 8,7%, respectivamente). Y por otro lado
Uruguay, con una tasa general del 23% recauda el 10,7% del PIB, mucho más
que Argentina con sólo dos puntos porcentuales más.
Es decir, la productividad del IVA (medida dividiendo la recaudación
sobre PIB por su tasa) es en Argentina del 34%, en Chile del 38%, en Colombia
del 46% y en Venezuela del 79%. Quizá la explicación pueda estar en que
Argentina utiliza un sistema de tasas múltiples que reducen la eficiencia de su
recaudación, mientras que los otros países logran mejores resultados con una
o dos tasas uniformes que aumentan la sencillez de su recaudación.
Asimismo, la recaudación de los impuestos directos está demasiado
sesgada hacia el gravamen sobre las empresas y muy poco hacia el gravamen
sobre la renta de las personas físicas, lo que genera distorsiones claras y falta
de equidad. Argentina recauda por impuestos de sociedades el 3,9% del PIB, la
más elevada de Latinoamérica, frente a un 2,6% de media en Latinoamérica,
cuando la media de la OCDE está en el 3,4% del PIB, Sin embargo, se recauda
por impuestos sobre las personas físicas sólo un 1,5% del PIB, frente a un
1,6% de media en Latinoamérica, a un 4,3% de Brasil, a un 2,4% de México y a
un 9,0% del PIB de media en la OCDE y de EEUU.
Lo lógico sería intentar equilibrar más dicha relación para acercarse algo
a las de los países desarrollados y conseguir que el sistema tributario sea algo
más progresivo. Lo lógico sería reducir las tasas sobre el impuesto de
sociedades, que es lo que ha hecho Irlanda con extraordinario éxito en
términos de atracción de la inversión extranjera y de creación de empresas
locales y también reducir algo las tasas del impuesto sobre la renta, lo que
permitiría aumentar y extender más fácilmente su base imponible y recaudar
mucho más. Habría asimismo que reducir los tramos de tasas de renta para
hacerlo más sencillo y, sin embargo, aumentar el mínimo exento para hacerlo
más progresivo.
Un cuarto elemento de cambio estructural del sistema impositivo sería el
de gravar, aunque sea en una pequeña proporción, las rentas del capital que
hoy no se gravan en Argentina. Es verdad que, de acuerdo con la imposición
óptima, los impuestos sobre el capital deben de ser bajos (y también los
impuestos sobre el ingreso altos, como ambos lo son ya en los países
nórdicos) ya que pueden acabar perjudicando a propios trabajadores puesto
que tienden a reducir la acumulación de capital y, de ahí, su productividad
laboral y, por tanto, sus salarios. Pero también es meridiano que casi ningún
país ha dejado de gravar las rentas del capital, tanto los intereses y los
dividendos como las plusvalías y no parece que en Argentina su ausencia haya
estimulado mucho la inversión y la acumulación de capital, por lo menos hasta
ahora.
Finalmente, existe otro elemento que genera una elevada distorsión y
complejidad en el sistema tributario argentino que es el de los gastos
tributarios: es decir, el de la gran maraña de exenciones, exoneraciones,
créditos fiscales, deducciones, aplazamientos y devoluciones que alcanzan el
2,4% del PIB, de los que un 80% están recogidos en las leyes de los distintos
impuestos y un 20% se dedican a los diversos regímenes de promoción
económica sectorial y regional. Habría que volver a replantearse todos ellos a
la luz de su efectividad y su equidad, ya que muchos de ellos benefician en su
mayoría a las clases más altas.
Pacto por la Solidaridad
5) El quinto y último pilar del Pacto Social sería el de la Solidaridad, es
decir el de la extensión y focalización del gasto público re-distributivo, que es
mucho más eficiente en su efecto de redistribución que el derivado de intentarlo
a través del sistema tributario, es decir, de los ingresos. Esta política permitiría
reducir, al mismo tiempo, el carácter regresivo de los ingresos tributarios y de
los gastos públicos argentinos. Los cálculos del Banco Mundial que se han
realizado sobre el coeficiente de Gini que mide la desigualdad de distribución
de la renta (siendo 0 la igualdad total y 100 la desigualdad total), para el caso
de Argentina demuestran que, siendo 54 antes de impuestos, empeora hasta
56 después de impuestos, empeoramiento sólo superado por los de Brasil,
Guatemala, Honduras y Panamá.
Lo mismo se puede decir del coeficiente de Gini antes y después de
impuestos y transferencias del gasto público. Según la CEPAL, en el caso de
Argentina el coeficiente de Gini baja de 50 antes de impuestos y transferencias
a 48 después de ellas, cuando, por poner dos ejemplos europeos cercanos, en
España, baja de 47 a 35 y en Portugal de 49 a 38. Es decir, hay todavía mucho
por hacer en las transferencias y gastos sociales para mejorar la distribución de
la renta y reducir la pobreza en Argentina.
Existen dos formas de hacer frente a este problema. El primero es a
través de dar universalidad a la educación, a la salud y a la cobertura de
pensiones, lo que es necesario pero quizá todavía muy caro para realizarlo en
una sola legislatura de cuatro años. Otra, que es menos ambiciosa y no
sustitutiva sino complementaria de la anterior, es focalizar el gasto social allí
donde más se necesita para evitar su falta de progresividad.
En términos de educación, Argentina es uno de los países de
Latinoamérica mejor situados en su clasificación relativa. El promedio de años
de asistencia a la escuela es de 12,1, el más elevado de la región, junto con
Chile. El promedio de años completados es de 9,8, el segundo mayor de la
región después de Chile. Ahora bien, aunque Chile, Uruguay y Argentina son
los que mejor transforman dicho elevado número de años de escolaridad en
conocimiento dentro de la región, sin embargo, cuando se comparan
internacionalmente a través de la evaluación de sus resultados en PISA
(Program for Internacional Student Assessment) se quedan en lugares
rezagados, por ejemplo en matemáticas, tanto en relación con su renta por
habitante como en su gasto por estudiante tanto en relación con los países del
Este como con los países asiáticos emergentes. Finalmente, existe una brecha
todavía muy grande entre las familias más ricas y más pobres en cuanto su
acceso a la educación secundaria y universitaria.
Hay muchos factores que influyen en la educación: la evidencia empírica
demuestra que la familia cuenta mucho en la educación ya que es el principal
medio de su transmisión; las restricciones de ingresos de las familias pobres
aumentan la probabilidad de no terminar la escuela secundaria y empezara
trabajar; la dificultad de acceso físico a la escuela cuenta mucho en las zonas
rurales donde las distancias son muy largas; cuenta más como se inviertan los
recursos disponibles que cuanto se invierte para mejorar la educación; no
siempre pagar más a los profesores y tener escuelas más dotadas mejora la
educación; la calidad rinde mucho más que la cantidad; cuando la toma de
decisiones sobre la escuela se deja en manos de la escuela misma, las familias
y las comunidades la educación mejora más que cuando los niveles de
decisión son más elevados, etc.
Parece claro que en el caso de Argentina hay que focalizar el gasto en
educación en varios factores fundamentales: Primero, en el nivel de
conocimiento y de salud de los padres y en los impedimentos físicos y de
nutrición en la edad temprana de los niños. Segundo, en las transferencias de
dinero y de comida y medicinas a las familias pobres condicionadas a que sus
hijos asistan a la escuela. Tercero, en la educación primaria y sobre todo en la
secundaria y en la formación profesional, en lugar de en la educación superior,
que es mucho menos cara e incluso gratuita lo que la hace ser muy regresiva.
Cuarto, en becas basadas tanto en la renta como en los méritos de los
estudiantes que llegan a la Universidad para permitir que estudiantes de bajos
niveles ingresos y elevados resultados de comprensión y conocimiento puedan
acceder a la educación terciaria.
Estas son las algunas de las formas que permiten que mejore la
igualdad entre unos estudiantes y otros y por tanto los resultados de la
inversión en educación, ya que una buena parte de la desigualdad en argentina
es de origen educacional y se debe a que la parte de la población más pobre
se ve obligada a dejar la escuela y ponerse a trabajar, por falta de ingresos
familiares suficientes, a final de la primaria o en medio de la secundaria con lo
que consigue ingresos más bajos que aquellos otros, con mayores ingresos,
que la terminan y empalman con la superior, con lo que la brecha de ingresos
aumenta en lugar de disminuir.
Lo mismo se puede decir de la salud. Hay que focalizar el gasto en
salud en centros de atención básica o primaria gratuita con capacidad
resolutiva cerca de las poblaciones más necesitadas y no en grandes, pero
escasos, hospitales urbanos. Un buen sistema de atención primaria es la mejor
forma de prevenir las enfermedades y de ahorrar gasto en salud. El caso de
Argentina es paradigmático, ya que, de acuerdo con la OMS, su gasto en salud
es del 9,6% del PIB, ligeramente más elevado que en la media de la OCDE
(9,2%) y 3,2 puntos porcentuales de PIB superior al del promedio mundial.
Sus principales problemas son los siguientes: primero, es bastante
ineficiente en relación a su gasto total si se compara con el de los países
europeos de parecido gasto total. Segundo, es algo regresivo ya que un 28%
del gasto total es gasto privado de bolsillo pagado por parte del enfermo,
mientras que en el promedio de la OCDE es del 18%, diez puntos porcentuales
menos y en algunos países europeos es menor del 10%. Tercero, es un gasto
público regresivo, ya que de acuerdo con la CEPAL, la distribución del mismo
entre los quintiles de renta muestra que el 20% de mayores ingresos recibe tres
veces más gasto público en salud que el 20% de menores ingresos que suele
tener mayores problemas de salud que el primero.
Cuarto, parte de su menor eficiencia deriva de que no existe una
integración de los sistemas financiados con impuestos y de los sistemas
contributivos, de la Seguridad Social, es decir que existen distintos tipos de
prestación y vinculación entre el sector público y privado, lo que implica una
menor solidaridad y gestión de riesgos y una duplicidad de funciones y un uso
ineficiente de los recursos. Por un lado, la cobertura de la Seguridad Social
(personas empleadas que cotizan) es del 56% en las zonas urbanas y del 69%
en el sector urbano formal (incluyendo sólo asalariados y excluyendo
trabajadores por cuenta propia) siendo mucho más baja en las zonas rurales.
Por otro, la población cubierta por el seguro social es sólo del 38% en el quintil
de mayores ingresos (que puede optar por su nivel de ingresos por un seguro
privado) y de más del 92% en el de menores ingresos (que no tiene opción).
Finalmente, existe un paquete básico de prestaciones de salud pero sólo
en el sistema público PMOE, ya que en el OS y en el privado varía de acuerdo
con el convenio. Por todo ello, parece que lo más lógico es que hubiese una
mayor integración de los sistemas y que además se separase la integración
vertical existente entre el financiamiento y la prestación, lo que facilitaría que
las instituciones que gestionan el financiamiento no se vean obligadas a
comportarse como cajas pagadoras, sino más bien como administradores de
riesgos de salud ejerciendo una función activa en la compra de servicios de
salud para sus afiliados.
Por último, en el caso de los sistemas de pensiones de Argentina hay
que focalizar el mayor esfuerzo en las pensiones asistenciales más que en las
contributivas, ya que estas todavía no cubren a un elevado porcentaje de la
población. Por ejemplo, el porcentaje de la población en edad de trabajar activa
que está cubierto tanto por el sistema de reparto como por el de capitalización
ha descendido desde la reforma desde el 50% al 22% según un reciente
estudio con cifras de 2004. Lo mismo ha pasado en casi todos los países de la
región. Naturalmente, la caída en la cobertura afecta especialmente a los
grupos de trabajadores de salarios más bajos, a aquellos que no están
obligados a cotizar, al sector rural a los trabajadores autónomos y a las
mujeres. Más todavía, muchos de los que cotizan en los nuevos planes de
pensiones dado que llevan cotizando pocos años no van a conseguir ni siquiera
la pensión mínima cuando se jubilen.
De ahí que en un país donde los niveles de informalidad alcanzan cerca
de la mitad de la fuerza laboral y donde existe todavía inestabilidad laboral y
trabajo precario, el objetivo de prevención de la pobreza en la vejez debe de
estar respaldado por un sólido componente no contributivo. Este pilar debe de
diseñarse de tal forma que minimice los incentivos negativos a la participación
en la economía formal, mantenga un alto grado de eficiencia en su
administración de sus recursos y asegure su viabilidad financiera en base a
proyecciones demográficas y financieras prudentes.
Además, los sistemas de capitalización argentinos fueron prácticamente
expropiados durante la crisis de la convertibilidad aunque luego se hayan
recuperado, luego hay que evitar que vuelva a darse una injerencia política en
una pensión privada. Finalmente, también es importante que las AFJP gasten
menos en comercialización ya que su coste no justifica los resultados en
términos de captar nuevos contribuyentes ya que la competencia no es tan
elevada como se pensaba.
El nuevo pilar de “Pensiones Solidarias” de Chile puede ser un ejemplo a
imitar ya que los chilenos se han dado cuenta de que, por un lado la mitad de
los afiliados no van a haber cotizado un mínimo de 20 años y no van a alcanzar
la pensión mínima y de que la cobertura de ambos sistemas contributivos sólo
llega al 57% del total de la población activa. Este nuevo sistema garantiza un
complemento no contributivo a todos los ciudadanos que lleguen a la edad de
jubilación (65 años) con una pensión por debajo de los 200.000 pesos
mensuales que equivalen al 150% del salario mínimo.
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