Existe la condición humana

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EL TERRORISMO, LA CONDICIÓN HUMANA Y EL RELATIVISMO MORAL
Existe la condición humana? Son iguales los hombres por el sólo hecho de tener una
identidad genética y una equivalencia anatómica? La respuesta a estas inquietudes no
es cosa fácil, pero podemos decir que es uno de los asuntos que suscita mayor
discusión en el campo de las ciencias sociales y de la antropología. Para hablar del
ser humano es mejor hacerlo en plural como lo recomiendan algunos estudiosos, pues
de esa manera identificamos la diversidad de culturas en que están organizados los
hombres. La diversidad de culturas es lo que hace la riqueza de los hombres o de la
humanidad. Sin embargo, en tanto seres que habitamos un mismo lugar que se ha ido
convirtiendo en una especie de “la aldea global”, se han ido configurando identidades
que permiten o facilitan la coexistencia. El sistema de Naciones Unidas es quizá el
esfuerzo orgánico más importante creado por países donde se expresa la policromía
cultural del mundo y en el que se sintetizan una serie de postulados y principios que
dan lugar a hablar de las cosas que unen a los hombres y a los países.
La trágica historia de la humanidad da lugar a visiones pesimistas acerca de la
llamada condición humana. Tantas guerras, tantas injusticias, tanta inequidad hablan a
favor de la unidad de la raza humana? Personalmente me ubico en el campo de los
escépticos acerca de la posible existencia de una aldea global pacífica y amable para
todos. Para mí, los seres humanos estamos constituidos por la diferencia, por el
choque de intereses que surge naturalmente de la existencia de cosmogonías,
creencias y costumbres de distinta naturaleza. Sin embargo, hay que reconocer que
no obstante el fenómeno de la guerra o quizá debido a ella, los seres humanos han
realizado esfuerzos históricos para asegurar la convivencia. Por ello, el principal valor
–no el único- que rige al sistema de Naciones Unidas es la conservación de la paz en
el mundo. Aunque las guerras -que se dan por muy diversas causas y factores- sigan
estando ahí en la realidad de los pueblos y de la historia, con mayor razón se justifican
los esfuerzos por atemperarlas y por evitarlas. Con los conflictos bélicos y la
legislación de guerra ocurre algo similar a lo que ocurre con el delito y la ley, van de la
mano, y los hombres no pueden renunciar al ideal de controlar el delito y de evitar la
guerra así estas conductas se sigan manifestando.
Al margen del escepticismo que muchos podamos tener respecto de la condición
humana, es preciso reconocer que en torno de esta noción se ha construido un
discurso y un conjunto de representaciones sin las cuales la condición de los hombres
sobre la tierra podría ser peor. Por ejemplo, en el siglo XX los hombres crearon las
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armas atómicas, capaces de borrar todo vestigio de vida, el contrapeso a esta
amenaza que fue creada para disuadir al rival de sus apetitos de dominación, es en sí
mismo una paradoja: tratados internacionales de no proliferación nuclear. Con la
conclusión de la guerra fría, la ONU se embarcó en una serie de ambiciosos proyectos
para ampliar el campo de las identidades y los valores comunes entre los pueblos y las
culturas: el medio ambiente, la libertad, la democracia, los derechos humanos, la paz
mundial, el comercio, la equidad, entre otros temas hacen parte de la agenda global.
En uno de los campos donde se han formulado acuerdos de obligatorio cumplimiento
es en el de la lucha contra el terrorismo. Se considera que este fenómeno debe ser
proscrito como medio de lucha y como arma para conseguir cualquier tipo de
objetivos, es considerado como un delito de lesa humanidad, es decir, contra la
humanidad. Más explícitamente, cuando la ONU habla de delitos de lesa humanidad
se está refiriendo a conductas que afectan seria y gravemente los valores elementales
que identifican la unidad de los hombres, porque se pone en peligro, así sea en la
escala particular de un acto o acción el tejido común y se violan acuerdos
fundamentales de la convivencia entre pueblos y culturas.
Es bueno traer a cuento estas reflexiones en momentos en que en el mundo,
académicos, dirigentes políticos, gobernantes e intelectuales han abierto un
espectacular y profundo debate acerca de los alcances del atentado terrorista sufrido
por los Estados Unidos el pasado 11 de septiembre. Y digo que vale la pena pues una
mirada de bulto a lo que está circulando por las redes de internet y a lo que se está
publicando en diarios y revistas permite apreciar la existencia de una posición de
relativismo moral dominante según la cual tal atentado fue una acto de justicia de los
débiles contra los opresores o es una acción antiimperialista contra los yanquis o es
producto del odio acumulado por los árabes y musulmanes por las políticas opresivas
de EE.UU. y de occidente. Los comentaristas y opinadores evocan desde las bombas
atómicas contra Japón, la guerra del Vietnam, la guerra del Golfo, el golpe a Pinochet
en Chile, el apoyo a las dictaduras sanguinarias en América Latina hasta un larguísimo
etcetera de acciones del imperio del norte en contra de los pueblos del mundo. Tal
evocación y tales argumentos esgrimidos por muchos analistas, observadores y hasta
por jerarcas de la Iglesia, cumplen la función, aunque los autores no lo adviertan, de
proporcionar justificaciones éticas a la acción terrorista del martes 11 en EE.UU. El
relativismo moral surge precisamente cuando en vez de asumir las cosas desde
aquello que Naciones Unidas ha construido con tanta dificultad, la filosofía de los
derechos humanos y la condena a los delitos de lesa humanidad, sean perpretados
por quien sea y en nombre de la causa que sea, y contra cualquier miembro de la
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comunidad de naciones llámese Egipto, Argentina, Colombia o Estados Unidos, se
califican las cosas dependiendo a quién afecten o quién las haga.
Sacar a relucir argumentos de tipo político y social sobre conflictos que tienen los
pueblos y los países con los Estados Unidos en otros asuntos no viene en justo
derecho al caso en esta ocasión pues el terrorismo no puede ser bueno en unas
circunstancias y malo en otras. El atentado terrorista en EE.UU es por tanto y en
concordancia con los postulados de las Naciones Unidas, no en nombre de una
abstracta y universal condición humana, un atentado contra la humanidad, contra el
género humano, pues allí se ofendió en lo más profundo el tejido más elemental que
nos une: el valor de la vida. En esa acción murieron además personas pertenecientes
a más de 20 nacionalidades, todos ellos civiles desarmados y desprevenidos que no
estaban en guerra contra nadie.
Contra quienes se vienen refiriendo a este hecho como expresión de un ideal de
justicia cabe decir que los fundamentalistas islámicos son financiados y preparados
por ricos jeques y oligarcas petroleros y por algunos gobernantes que no se distinguen
propiamente por la aplicación de la justicia social. Pero además hay que recordarles
que el marxismo –que es por excelencia la teoría de la lucha de clases- en sus
versiones más aceptadas siempre condenó las prácticas terroristas. La miseria y las
desigualdades sociales en los países en donde tienen asiento los grupos
fundamentalistas es horrorosa y no es necesariamente por culpa del imperialismo o
del neoliberalismo.
Pero si cabe alguna duda respecto de la naturaleza terrorista del ataque a EE.UU
como un ataque contra la humanidad,
hay que refrescarle la memoria a quienes
quieren encontrarle fundamento ético al terrorismo: el ataque a turistas civiles en Luxor
Egipto, el atentado en Buenos Aires contra la sede de una caja mutualista israelí, los
ataques sangrientos a pueblos cristianos e islámicos moderados en Argelia, los
secuestros con final sangriento en Filipinas, etc., indican que estamos en presencia de
un conjunto de grupos fanáticos y fundamentalistas que quieren llevar al mundo a una
confrontación entre culturas y destruir los lazos que se han forjado a través de la ONU.
Esos grupos fanáticos quieren llevarse de calle incluso a muchos gobiernos de la
región porque supuestamente han transado con el
estadounidense, es decir, con el demonio.
enemigo occidental o
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Cada quien en el mundo de hoy está en la libertad de profesar las creencias religiosas
que quiera, pero lo que no se admite es que se use la fuerza física, militar y el terror
para imponer una determinada visión del mundo o de la religión. Y esa es, por
desgracia para aquellos que pretenden ver justicia donde sólo hay horror, la lógica y el
ideal de quienes cometieron los atentados del 11 de septiembre. El terrorismo no
puede ser malo y criminal cuando somos nosotros los afectados y bueno cuando va
dirigido a otros, así entre esos otros se encuentre un supuesto enemigo. Creo que
aquellos que se dan golpes de pecho, desde los del interior de EE.UU. hasta algunos
radicales de la vieja izquierda (no todos por fortuna) amparados en su relativismo
moral, no sólo se equivocan al no reconocer la naturaleza de la acción terrorista como
una acción contra la humanidad, sino que son profundamente ingenuos en cuanto a
precisar las características de los responsables de la misma. A lo mejor no tienen en
alta estima ciertos valores respetables de nuestra cultura, con todos los defectos que
ellos tengan. Vale la pena preguntarles si estarían dispuestos a aceptar la cosmogonía
fanática y suicida que le quieren imponer al mundo que ellos consideran pagano y
pecador y si a estas alturas de la vida no nos percatemos de lo azaroso que es
encontrar gentes que se consideren enviados de dios.
Darío Acevedo Carmona
Historiador, profesor titular Universidad Nacional de Colombia sede Medellín
E-mail: [email protected]
Medellín septiembre 22 de 2001
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