Entrevista a Roberto Alvarez

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Al estilo de Mario Roberto Alvarez
Yo creía desde niño en mis talentos como un propietario en su dinero, o un militar
en sus actos de guerra.
Domingo F. Sarmiento, Recuerdos de provincia
Al pie de la escalera
Aventurarse a decir algo sobre él impone el gesto tímido de cederle
la palabra una y otra vez. Porque nadie como él conoce los detalles
de una trayectoria extensa y abultada en experiencias que merecen
la pena compartirse; y porque nadie como él, tampoco, podría
organizar esas vivencias en un relato tan lúcido y articulado. Mario
Roberto Alvarez es un erudito en arquitectura y un sabio también en el arte de
contar su vida. Posee el don de la memoria o mejor, la memoria lo posee a él:
cada pregunta lo remite a un nombre, a un tiempo, a un plano. Lujo del biógrafo,
su carrera es la sucesión perseverante de instancias fechadas cuya figura visual
podría ser la arquitectónica -y ascendente- imagen de una escalera.
"Siempre de chico me daba por hacer maquettes, siempre me interesó el volumen.
Estudié arquitectura a pesar de todas las opiniones. Mi padre me decía "Pero,
¿quién te va a dar trabajo, si te llamás Alvarez?" No me importaba. Yo quería
trabajar en lo que me gustaba, y ser, aunque fuera, el dibujante de un buen
arquitecto".
Las cosas se dieron de tal forma que Alvarez se convirtió en el arquitecto del que
muchos quisieron ser dibujante. Varios factores confluyeron en ese éxito rotundo:
talento e inteligencia descollantes; una madre que decidió respaldarlo en su
decisión de hacer el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires, con las
exigencias que eso implicaba; y mucho esfuerzo combinado con una férrea
disciplina desde la que se vencieron todo tipo de tentaciones.
Sí, tentaciones, porque el joven arquitecto se trazó un camino que hoy explica en
términos de "no claudicación de mis ideales" y apartó de sí todo aquello que
pudiera desviarlo. Deshizo un compromiso con una mujer, por ejemplo, porque "yo
en esos años tenía una mano atrás y la otra también. Y pensé que si me casaba, si
tenía una familia, iba a tener que emplearme, iba a tener que claudicar". Libre, en
cambio, para realizar sólo los trabajos que pudiera firmar con orgullo, persistió en
la soltería hasta que su propio nombre era figurita repetida entre los ganadores de
concursos de arquitectura. Pero para llegar a los premios faltaban varios peldaños.
Pruebas superadas
Los comienzos habían sido como trabajador a sueldo. Aunque no era sencillo
sostener empleo y carrera a la vez, los sesenta y nueve pesos que cobraba como
pinche en el célebre Colegio del que había egresado con medalla de oro, eran
necesarios para vivir y colaborar con el hogar familiar. Fue aquél fue un tiempo
especialmente sacrificado. "Era muy difícil trabajar y estudiar. A las clases de
Análisis matemático yo no podía ir porque eran a la mañana, en mi horario de
trabajo. Cuando voy a dar el examen, para el que me había estudiado todos los
libros -tenía terror-, me ponen un problema en el pizarrón; cuando lo termino, el
profesor me hace un gesto negativo. "¿Qué, está mal?"; "No, está bien, pero esa
no es la nomenclatura de clase". "Señor, yo trabajo, a su clase no puedo ir".
"Jovencito, o se estudia o se trabaja" fue su respuesta. Me puso distinguido. Y al
año siguiente también. Son los únicos dos distinguidos que tengo". Se impone una
aclaración: se trata de las dos excepciones en un boletín que solo conoció la
soberbia S del sobresaliente.
Semejantes calificaciones y la feliz intervención de Hugo Armesto, un compañero
que lo instó a presentarse como alumno regular en una materia que Alvarez
pensaba dar libre, lo habilitaron a su segunda medalla dorada. El premio al mejor
promedio de Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires trajo la beca para un
viaje, y el viaje le alcanzó el mundo. Así de lógico, así de encadenado todo.
"Con esa beca viví en Europa cerca de un año haciendo una especie de posgrado.
Conocí ciudades, conocí arquitectos. Fui desde Escocia hasta Grecia. Me recibieron
Gropius, Mendehlsson, Speer -el arquitecto de Hitler-. Aprendí muchísimo, en mis
cuadernos de viaje tengo dibujado todo. Sin ese viaje mi vida hubiera sido otra.
¿Cómo? Y, más baja, más chata".
Manos a la obra
Después de ver y tocar las formas consagradas de la arquitectura universal, la
vuelta propició el momento de empezar a moldear volúmenes propios. El primer
trabajo se lo consiguió el padre de un amigo del colegio; era un puesto en el
Ministerio de Obras Públicas, "donde trabajé unos cuantos años hasta que me
cansé de que la arquitectura que me hacían hacer no fuera la que yo creía que
correspondía". Un tiempo después un pariente lejano lo acercó a unas obras en
Monte Grande que no le dejaron honorarios pero sí un trabajo fijo, que Alvarez
prefirió.
Fue así como se convirtió en el arquitecto de la Municipalidad de Avellaneda, desde
donde diseñó cientos de obras. "Hice, por ejemplo, un proyecto de túnel Buenos
Aires - Avellaneda que fracasó, porque me dijeron que yo era un ingenuo: los
políticos querían puentes, no túneles que no se veían". Entre los que en cambio se
concretaron están un asilo de huérfanos, el primer jardín de infantes de la
República, un hogar de ancianos, construcciones en el cementerio local, el primer
corralón de basura de Lanús y la lista no termina. Estos proyectos y todos los que
siguieron constituyen historias evocadas al detalle: nombres y apellidos, duración,
características espaciales y contractuales, diálogos y hasta notas de color. Una
desinteligencia con el intendente de turno -uno de los tantos momentos en que
seguir la ética profesional le trajo problemas- marcó el fin de la dependencia.
"Entonces renuncié, y me empezó a ir bien", afirma con seguridad.
La frase asocia naturalmente libertad con éxito. Y así fue. Una vez puesta en
práctica, la concepción de Alvarez sobre la arquitectura fue absolutamente prolífica
y permitió la penetración de la modernidad en la ciudad de Buenos Aires. Sin
embargo, no fue fácil imponer las sobrias líneas rectas aprendidas en los años de
formación entre un público acostumbrado al gustó francés. El proceso fue lento y
no le valió pocas críticas: una vez más, la perseverancia fue una virtud necesaria.
El dogma
Importancia vital de la estructura; simpleza en las formas y ornamentación nula;
búsqueda de la permanencia y no del efectismo. Convertido en un dogma laico
seguido con devoción religiosa, este ideario atraviesa desde el primero hasta el
último de los proyectos de Alvarez y su estudio, hoy el más importante de
Latinoamérica según la revista World Architecture . "Permanencia, función,
síntesis, sobriedad, ésos son los conceptos básicos que han perdurado", subraya.
Si es éste el tipo de arquitectura que merece su adscripción fiel, otros estilos son
categóricamente denostados, como la estética afichesca de algunos shoppingcenters porteños y las escultóricas volutas del Guggenheim de Gehry en Bilbao.
"Creo que era Confucio que decía que la búsqueda de la perfección es una forma
de ser feliz, y lo anoté por ahí porque creo que me calza. Buscar la felicidad, si no
te contrariás y lo hacés contento, es ser feliz. Yo me he considerado un hombre
feliz". Mario Roberto Alvarez habla desde lo más alto de la escalera de la vida y
también desde la cúspide de la arquitectura nacional. ¿Podría deseársele algo
mejor?
Sol Dellepiane A.
D&D 71
Para la reproducción parcial o total de este texto debe figurar el nombre del autor y la siguiente leyenda:
"Texto de la revista D&D Diseño y Decoración en Argentina. Registro de Propiedad Intelectual Nro 130324"
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