Burning dawn (Angeles de la oscuridad 3)

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3º de Õngeles de la Oscuridad
(Continuación de la saga Señores del Inframundo).
Ardiente amanecer
Un tormentoso pasado ha dejado a Thane con una insaciable necesidad de
violencia, convirtiéndolo en el asesino más peligroso de los cielos.
Él vive bajo un solo código: Ninguna Misericordia. Y como tal desata
su furia en su más reciente captor, el descubre que ninguna batalla podrÃa
haberlo preparado para la esclava que rescata de sus enemigos, una belleza que
aviva el fuego de sus más oscuros deseos.
Elin Vale tiene sus propias cicatrices profundamente arraigadas, y su
atracción por el exquisito guerrero que la liberó desafÃa todos los lÃmites.
Pero la inquebrantable determinación de Thane por protegerla significa
que debe enfrentarse a sus mayores miedos y entrar en un mundo en el que la
pasión es poder, y la victoria significa una impresionante rendición.
CAPÕTULO 1
VivÃa para el sexo. Respiraba sexo. Se alimentaba de sexo.
Él era sexo.
Tal vez ese era su nombre.
No. Asà no era como ella le llamaba. Ella ‑su corazón. Su razón de ser.
Ella se le sentaba a horcajadas sobre la cintura, le alimentaba la dolorida longitud con su
hambriento cuerpo y decÃa:
“Mi esclavo me necesita más que el aire que respira, ¿no?―
Mi Esclavo. SÃ. Ese era su nombre.
Mi Esclavo querÃa a su mujer. La deseaba como el agua para beber.
La necesitaba.
Simplemente la tendrÃa. No podÃa vivir sin su aroma a “humo y sueños...― mmm,
o su calidez “demasiado similar a la del sol...― o sus ardientes uñas. Cuán
profundamente esas pequeñas dagas le perforaban el pecho desnudo. Y sus colmillos de
“aparecer/desaparecer...― que le mordÃan tan deliciosamente la vena del cuello.
Era perfecta, y sólo cuando estaba con él y el sólido cuerpo de ella tomaba y recibÃa
placer, era finalmente cuando el hambre persistente dentro de él se satisfacÃa.
Debo. Tenerla. YA.
Pero... miró alrededor. Ella no estaba. Trató de levantarse de la cama. Algo le ataba las
muñecas y los tobillos de nuevo. No era cuerda. No esta vez. Demasiado frÃo, demasiado duro.
¿Acero? No le importaba lo suficiente como para mirar.
Problema. Solución. Mi Esclavo apretó los dientes y tiró con toda su considerable fuerza.
La piel se abrió, el músculo se desgarró, y el hueso se rompió. Dolor. Libertad. Sonrió. Su
mujer estaba por ahÃ. Pronto la encontrarÃa. La penetrarÃa y saciarÃa la necesidad de ella. Una
y otra vez y otra vez...
Nada ni nadie lo detendrÃa.
—Anda suelto de nuevo —se quejó alguien.
En la poza lavando la ropa y soñando con pastelitos salados con caramelo... y brownies
helados... y, oh, oh, oh, galletas de crema de cacahuete, Elin Vale se movÃa pesadamente por el
agua excesivamente caliente. La quebradiza hierba cubrÃa el pequeño banco proporcionado
por el oasis del magnÃfico desierto de Sahel, raspándole los pies descalzos. A medida que el sol
resplandecÃa inclemente desde el cielo claro de la mañana, las dunas de arena dorada se
ondulaban por todas partes, buscó la sombra bajo uno de los pocos árboles. Una suave brisa se
llevaba los granos de arena que era incapaz de quitar lavando.
Por lo menos habÃa un aspecto positivo. Un exfoliante corporal diario gratuito significaba
que su bronceada y pecosa piel siempre brillaba.
Felicitaciones para mÃ.
Ahora, si tan sólo pudiera lograr sus metas en la vida tan fácilmente. 1º) Escapar de los
guerreros fénix que la mantenÃan cautiva, 2º) dirigirse a un gran banco, y 3º) abrir una
panaderÃa. Iba a vender postres lo suficientemente buenos para provocar orgasmos... excepto las
galletas de crema de cacahuete, porque ella solita se comerÃa el surtido entero.
La vida serÃa una locura increÃble de “tocar el cielo con las manos―. HarÃa lo que
le viniera en gana y comerÃa lo que quisiera. Excepto, por un pequeñito problema –que aún
no habÃa logrado superar lo primero de su lista. Los fénix eran inmortales con la capacidad de
arder hasta las cenizas y resucitar de los muertos, más fuertes que nunca. Eran feroces. E
irónicamente, eran de sangre frÃa. Disfrutaban del pillaje y del saqueo, y asesinaban con una
sonrisa y un baile.
Elin habÃa visto lo peor de su obra de cerca y de manera muy personal, e incluso ahora, un
año después, los recuerdos eran lo suficientemente formidables para desmoronarla.
Recuerdos que no podÃa dejar de... por favor, por favor para... pero estaban ahÃ, parpadeando a
través de la mente. La cabeza de su padre rodando por el suelo ‑sin su cuerpo. El gemido
lleno de dolor resonando en los oÃdos mientras caÃa al suelo, con una espada saliendo de su
pecho. El silencio descendente. Tan terrible silencio.
Incluso ahora, el ritmo cardÃaco se le disparó a todo gas, con la potencia suficiente para
romper todas las marcas. Voy a vomitar.
—¡Agárralo!
El grito frenético fue una distracción bienvenida y maravillosa, la única tabla de
salvación en un mar de horror, la detención del colapso nervioso que se aproximaba.
Observó los alrededores ‑allÃ.
Ah, caray. Es magnÃfico.
Debido a la boca supuestamente irrespetuosa de Elin ‑algunas personas no podÃan
tolerar la verdad‑ habÃa pasado las últimas dos semanas encerrada dentro de un agujero
pequeño, húmedo, incapaz de ver el nuevo prisionero “vale la pena derrocar un imperio
entero para poder poseerle―.
La cita habÃa venido de todas las mujeres de la aldea.
Por primera vez, Elin estaba de acuerdo con sus captores. El esclavo inmortal de la princesa
era un Dios entre los hombres.
Caminaba con paso firme a través de la arena, arrojando soldados expertos fuera de su
camino como si fueran animales de peluche. Lo hizo a pesar de que sus muñecas y tobillos
parecÃan carne cruda para hamburguesas.
Su ceño era oscuro, aterrador, y ella instintivamente bajó la mirada a pesar de la
fascinación.
Oh, reguau. Hola, enorme erección. La bestia de ninguna manera era ocultada por el
taparrabo de cuero que llevaba el esclavo.
La capacidad de respirar la abandonó. ¿Quién hubiera sabido que los penes realmente
podÃan llegar a ser de tamaño magnum, como proclamaban las novelas románticas? Y, dulce
capricho, mientras el trozo de material se alzaba... y se levantaba... y caÃa hacia un lado, vio un
destello de plata. Estaba en la cabeza de su asta… ¡Asà era! En realidad, estaba atravesado
con una barra larga de plata.
Las rodillas se le debilitaron un poco.
¿Comiéndote con los ojos al esclavo de la princesa, Vale? ¿En serio? ¡Detente!
En primer lugar, entretenerse con pensamientos lujuriosos con el hombre de otra mujer era
un crimen castigable con la muerte. En segundo lugar, era cien por cien de mal gusto.
Por eso mirarÃa hacia otro lado... en un segundo. Un vistazo al resto de él era todo lo que
necesitaba. Era de casi dos metros de cruda agresión masculina, con la masa muscular "atrevete
a desafiarme" de un guerrero consumado y entregado. Pero lo que realmente le llamó la
atención –además del jumbotronco, desde luego‑ fueron las plumas de las alas del perlado
más luminoso y doradas formando un arco detrás de sus anchos y bronceados hombros. Reales
y “verdaderas― alas dignas para los más preciados de los ángeles.
Pero si los susurros y risitas tontas que habÃa oÃdo sobre el macho debÃan ser creÃdos,
no era en realidad un ángel, y calificarlo de uno serÃa un insulto, ya que los ángeles estaban
por debajo del tótem. Era un heraldo. Un hijo adoptivo del AltÃsimo, el gobernante supremo
del reino de los cielos.
Los Heraldos eran rastreadores expertos y asesinos despiadados de demonios. Los
defensores de los débiles y desvalidos. Eran honestos hasta el punto de la brutalidad. Y, bueno,
guau, eso era igual a una lista de criterios estupendos. Pero las cosas que eran supuestamente
especÃficas del carácter de este macho: frÃo, calculador y demente. No eran estupendas.
Al parecer, él se echó a reÃr cuando mató a sus enemigos... y se rió cuando él mató
a sus amigos.
Pero... eso no podÃa ser cierto. ¿PodrÃa? Era demasiado hermoso para ser tan cruel.
¿Totalmente superficial?
¿Qué? Estaba muerta de hambre. Una mente descarriaba cuando el cuerpo tenÃa
hambre.
Según las malas lenguas, él formaba parte del ejército de la Desgracia, una de las siete
fuerzas defensivas celestiales del AltÃsimo. Seis de esas fuerzas eran respetadas y admiradas
también. El ejército de la Desgracia, no tanto. Eran un grupo de mercenarios salvajes e
indomables en peligro de perder su hogar, las alas y la inmortalidad, en otras palabras, tiempo
libre permanente por mal comportamiento.
La veintena de hombres y mujeres estaban en un perÃodo de prueba de un año, cada una
de sus acciones escudriñada. Una metedura de pata más, y adiós para siempre.
El radio macuto no se habÃa detenido ahÃ. El hombre directamente por debajo del AltÃsimo se llamaba Germanus, y era el jefe de los Heraldos. O más bien, lo habÃa sido.
Recientemente Germanus habÃa sido asesinado por los demonios. Pero antes de su muerte
–obviamente‑ controló la Élite de los Siete, los siete hombres y mujeres que eran los más
feroces de los feroces, y los lÃderes de las siete fuerzas defensivas. Después de su muerte, el
AltÃsimo nombró a un nuevo "segundo al mando", Clerici, y este tipo Clerici habÃa modificado
algunas reglas antiquÃsimas.
Antes: No dañar a personas, ni cosas salvo demonios.
Después: A no ser que un Heraldo esté detenido contra su voluntad.
Entonces, y sólo entonces, la raza entera podrÃa jugar la Carta Matar a Todos.
Un punto significativo para Elin: Una vez que los compañeros del ejército de Sexo
Andante averiguaran lo que le habÃa pasado, todos en el pueblo se bañarÃan en sangre. Y –si
lo de rastreadores expertos resultaba ser cierto‑ la hora del baño llegarÃa pronto.
Tengo que estar muy lejos para entonces.
—Mujer —bramó, su voz más humo que sustancia. Y aun asÃ, la palabra destilaba
mando, expectativa y cruda carnalidad animal.
Se estremeció con anticipación vibrante.
¿Reaccionando a él, también? ¿Por qué no te cortas tu propia cabeza y lo calificas de
bueno?
Él pertenecÃa a Kendra la Viuda Alegre, la princesa del Clan Firebird, lo habÃa hecho
adicto al veneno que su cuerpo producÃa, una sustancia no mortal peor que cualquier droga,
haciéndole ansiar su toque. Asà se aseguraba de mantenerlo engañado para que matara en
su nombre.
Con Kendra, todo comenzaba y terminaba con la muerte.
Poco después de su último suspiro, ella ardÃa hasta las cenizas, resurgÃa y se alzaba
de nuevo, el vÃnculo entre la amante y el esclavo firmemente en su lugar.
Al parecer, ella habÃa hecho lo mismo con seis de sus maridos ‑y actualmente se lo estaba
haciendo al séptimo, quien estaba ausente del campamento en este momento, el gilipollas
suertudo. Porque, cuando se cansaba de sus hombres, los troceaba… y se comÃa… sus
corazones, asegurándose de que se mantuvieran muertos.
Un estremecimiento recorrió lentamente toda la columna de Elin.
Como castigo, el difunto Rey Krull, el padre de Kendra, la habÃa colocado bandas de
esclavo para invalidar sus capacidades y la vendió en el mercado negro.
Dónde y cuándo el Heraldo habÃa entrado en juego, Elin no estaba segura. Sólo sabÃa
que él retornó con Kendra décadas después, descendiendo del cielo y volando. Krull,
pensando que el tiempo que habÃa pasado alejada la habÃa suavizado, le habÃa quitado las
bandas y se la habÃa entregado a su “tercero al mando―, Ricker la War Ender.
Pero con sus habilidades totalmente restauradas, habÃa sido capaz de hacer adicto a Ricker
a su veneno, y conseguir su permiso para dejar el campamento y dar caza al Heraldo.
La princesa era tan dulce como eso.
—¡Mujer! ¡Ya!
Elin tragó un suspiro soñador. Incluso mezclada con ira y enojo, la voz del Heraldo
suscitaba imágenes de fresas bañadas de rico y caliente chocolate. Mmm. Chocolate.
Tal vez deberÃa ayudarle.
El pensamiento la golpeó, sorprendiéndola. No estaba exactamente en condiciones para
hablar con valentÃa, y para ser eficaz, tendrÃa que poner en peligro su propia vida. Pero si podÃa liberar al hombre de su vinculación a la princesa, podrÃa usarlo para escaparse.
Elin estudió minuciosamente cada pedacito de información que habÃa podido recoger
durante su esclavización pero sólo se le ocurrÃan unas pocas maneras de liberarlo. Nada
particularmente provechoso. PodrÃa matarlo, pero eso era una pequeña zancadilla al plan,
porque él no volverÃa a la vida. PodÃa matar a Kendra (otra vez), pero la princesa volverÃa
a la vida, y Elin tendrÃa una enemiga muy decidida para el resto de su (probablemente) corta y
(definitivamente) miserable vida. Al igual que para el Heraldo, la muerte era el fin para ella.
Elin era mitad fénix, mitad “débil y humilde humana―, con cero habilidades que
mostrar por su doble estirpe. Y eso jodÃa, porque aquà –o en cualquier colonia inmortal,
realmente‑ los mestizos eran una abominación. Una mancha para la raza. Una amenaza para
el vigor del linaje.
HabÃa sabido que era medio inmortal, pero inconsciente de que era despreciada, viviendo
en una ignorancia feliz hasta que un grupo de fénix emboscó a su madre, Renlay, hace poco
más de un año. Todo porque su madre –una guerrera de pura sangre‑ se habÃa
enamorado del padre de Elin –un humano‑ y habÃa abandonado a su clan para estar con
él. Como castigo, el grupo asesinó al padre de Elin, asà como al dulce, inocente Bay.
Tanta pérdida... Trató de ignorar el nudo creciendo en la garganta.
Renlay y ella fueron tomadas como prisioneras. Luego, hace cuatro meses, Renlay
experimentó la muerte definitiva. Tarde o temprano les pasaba a todos los fénix –incluso si
sus corazones no eran comidos‑ dejando a Elin sola, tan sola, sufriendo del modo más cruel,
luchando contra la soledad, la pena, el dolor. El desconsuelo.
Oh, el desconsuelo. Era un compañero constante. Cruel y despiadado, oscureciéndole
los dÃas y empapándole las noches con las lágrimas.
Para ser honesta, los golpeos y la degradación no tenÃan comparación con la tortura de
las emociones. Ni siquiera cuando era tratada como un perro, ordenándola que comiera a cuatro
patas, sin utilizar las manos. Ni cuando se la obligaba a atender las necesidades de su vejiga
delante de una risueña audiencia.
Elin parpadeó para contener las lágrimas.
SuponÃa que de una manera enferma y retorcida, de alguna manera… daba la bienvenida
al abuso. Después de todo, se lo merecÃa. Sus padres y Bay habÃan sido fuertes y valientes.
Ella era una débil cobarde.
¿Por qué ella habÃa sobrevivido y ellos no?
¿Por qué seguÃa viviendo?
Como si no lo supieras.
Las últimas palabras de su madre le hicieron eco en la mente. “Lo que resulte necesario,
cariño, hazlo. Sobrevive. No permitas que mi sacrificio sea en vano―.
—¡Mujer! Necesidad. Ya. —El Heraldo la arrancó otra vez del pasado. Se acercaba por
el agua… se aproximaba a ella…
Pronto, él pasarÃa, y la oportunidad se perderÃa…
La mano le temblaba mientras se debatÃa si realmente extraer o no el fragmento de cristal
que otro preso –escapado‑ le habÃa dado. Un fragmento que habÃa escondido en la tela de
su vestido de cuero, por si acaso uno de los hombres decidÃa dejar de mirar y empezar a tomar.
TendrÃa que hacer algo drástico para romper la obsesión del Heraldo el tiempo suficiente para
captar su atención. Tal vez cortar servirÃa. Tal vez no. Quizás lo enfurecerÃa y le romperÃa
el cuello con un rápido movimiento de su muñeca.
¿DebÃa correr el riesgo del castigo? ¿De la muerte?
Tiempo de decidir.
Pro: No habÃa mejor momento para una fuga. Muchos en el campamento estaban distraÃdos, como el Rey Ardeo –quien habÃa reemplazado al difunto Krull‑ que se habÃa llevado
a sus hombres de confianza a quién sabe dónde para cazar a Petra, la tÃa de Kendra, la fénix
que habÃa asesinado a Malta, la viuda y madre de Kendra Krull, y durante un breve periodo de
tiempo, la concubina más amada de Ardeo.
¡Ugh! Que laberinto mental de nombres.
Ardeo habÃa esperado siglos para reclamar a Malta, sólo para perderla dos dÃas más
tarde cuando la celosa Petra la apuñaló mientras dormÃa… y tomando una página de
Kendra Cómo Para Ser Un Libro de Psicópata, se comió su corazón.
Contra: Elin no estaba en posesión del Frost, un nuevo "medicamento" para los inmortales,
y lo único capaz de diluir el veneno de Kendra.
Pro: PodrÃa ser capaz de conseguir un poco.
Krull habÃa comprado un puñado de terrones a raÃz del matrimonio de Kendra con
Ricker. Kendra ahora los guardaba dentro de un relicario que llevaba encima en todo momento.
Si Elin pudiera robar el relicario...
Un pro más: Nunca más tendrÃa que preocuparse de Orson.
Estaba ausente con Ardeo, pero cuando volviera…
Se estremeció al recordar sus palabras de despedida para ella. "Te tendré, mestiza, y por
el modo en que te tomaré, no habrá oportunidad de un bebé. ¡Coño mestizo!―
En contra: PodrÃa morir horriblemente.
El Heraldo estaba casi en frente de ella. En cualquier momento...
Si su madre estuviera viva, le dirÃa a Elin que diera el paso, a pesar del riesgo.
Asà que, bien. Decisión tomada.
Moviéndose tan rápido como le permitieron los reflejos, Elin extrajo el fragmento y
golpeó con el borde dentado el brazo del Heraldo.
Mientras las gotas carmesà goteaban por su piel, ella sintió nauseas. El mareo la apaleó
y una sensación de ardor y opresión en el pecho florecieron.
Pánico... amenazando con consumirla... y cerrarle las vÃas respiratorias...
¡No! No esta vez. Se concentró en los objetivos de su vida –la libertad, el dinero, la
panaderÃa‑ inspirando y expirando con cada objetivo, y la tormenta pasó.
El Heraldo se paralizó.
Es un esclavo, como yo, y soy su única esperanza. Infiernos, es mi única esperanza. Yo puedo
hacer esto. Por mi familia.
Volvió la cabeza, mirándola por encima del arco de su ala, y ella se estremeció. El pelo
rubio y rizado enmarcaba inocentemente la cara de un seductor nato... exquisito, impecable. Por
el contrario, sus adormilados ojos estaban a media asta, instando a una mujer a la travesura.
...
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