III Domingo de Pascua

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III Domingo de Pascua
Así convenía que Cristo padeciese y resucitase al tercer día, de entre los muertos
(Lc 24,35-48)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 65, 1-2)
Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya.
ORACIÓN COLECTA
Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la
alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente.
Se dice el Gloria
PRIMERA LECTURA (Hch 3,13-15.17-19)
Matasteis al autor dela vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles
En aquellos días, Pedro dijo a la gente: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de
nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis ante Pilato, cuando
había decidido soltarlo.
Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida,
pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé
que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera
lo que había dicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.»
SALMO RESPONSORIAL (Sal 4, 2. 7. 9)
R/. Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.
Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío;
tú que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mí y escucha mi oración. R/.
Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» R/.
En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo. R/.
SEGUNDA LECTURA (1 Jn 2,1 5a)
Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y por los de todo el mundo.
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Juan
Hijos míos: Os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue
ante el Padre: a Jesucristo, el justo. Él es victima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por
los nuestros, sino también por los del mundo entero.
En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le
conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien
guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos
que estamos en él.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Lc 24,32)
R/. Aleluya, aleluya
Ha resucitado Cristo, el que creó todo, y se compadeció de los hombres
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Lc 24,35-48)
Así convenía que Cristo padeciese y resucitase al tercer día, de entre los muertos
Lectura del Santo Evangelio Según San Lucas
En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían
reconocido a Jesús al partir el pan. Mientras hablaban se presentó Jesús en medio de sus discípulos
y les dijo: «Paz a vosotros.» Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies:
soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis
que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la
alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de
pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba
con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía
que cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así
estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se
predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Vosotros sois testigos de esto.»
Se dice «Credo»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo; y pues la resurrección de su Hijo nos
dite motivo par tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno.
Prefacio pascual
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Lc 24,46-47)
Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre
se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos. Aleluya.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Mira, Señor con bondad a tu pueblo, y ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida
eterna concédele también la resurrección gloriosa.
Lectio
Después de las apariciones a los discípulos de Emaús, Lucas nos narra la aparición de Jesús a la
comunidad. Tiene gran interés en presentar a Jesús resucitado como a alguien real, no es una
imaginación, sueño o quimera. Están todos (no es cosa de alguno); Jesús se presenta como hacía
antes de morir, les da la paz; les muestra los signos de su pasión, no hay nada más real; y come con
ellos. Jesús les quiere “abrir el entendimiento” para que crean en él y en las escrituras, y enviarlos a
evangelizar. La Iglesia tiene que anunciar a Cristo, la vida nueva que es él y el perdón conseguido
con su sacrificio ofrecido por amor.
En este tercer domingo de Pascua la Iglesia nos sigue insistiendo en el acontecimiento de la
resurrección del Señor, verdadero corazón de la fe. Sin ella no habría salvación ni esperanza.
Invocación:
Envía, oh Padre, tu Santo Espíritu para que la noche infructuosa de nuestra vida se transforme en
alba radiante al reconocer a tu Hijo presente en medio de nosotros. Que tu Espíritu aletee sobre las
aguas del mar de nuestras vidas, como al principio de la creación y se abran nuestros corazones para
acoger tu Palabra, tengamos hambre de Cristo Pan de la Vida, y participemos en el Banquete de su
Cuerpo y de su Sangre. Arda en nosotros el fuego de tu Espíritu, para que nos convirtamos en
testigos de Jesús, como Pedro, Juan, como los otros discípulos y tomando las redes en nuestras
manos vayamos a la pesca de tu Reino. Amén.
En los domingos después de Pascua las lecturas del Antiguo Testamento son sustituidas por los
Hechos de los Apóstoles, que a través de la predicación primitiva testimonian la resurrección del
Señor y demuestran cómo la Iglesia nació en nombre del Resucitado.
1. En los Hch 3,13-15.17-19 Pedro presenta la resurrección de Jesús encuadrada en la historia de su
pueblo como cumplimiento de todas las profecías y promesas hechas a los Padres: “El Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros Padres [que es lo mismo que decir el Dios de las
promesas] ha glorificado a su siervo Jesús [el Salvador presentado como Siervo de Yahvé] a quien
vosotros entregasteis y negasteis en presencia de Pilato… Dios lo resucitó de entre los muertos, de
lo cual nosotros somos testigos”. Y por si su testimonio y el de cuantos vieron al Resucitado no
fuera suficiente, nos ofrece una “señal” en la curación milagrosa del tullido que acababa de
realizarse en la puerta del templo. Para Hacer resaltar la Resurrección, Pedro no duda en recordar
los hechos dolorosos que la precedieron: Vosotros negasteis al Santo y al justo y pedisteis que se os
hiciera gracia de un homicida. Disteis muerte al príncipe de la vida (ibíd. 14-15).Las acusaciones
son apremiantes, casi despiadadas; pero Pedro sabe que él está también incluido en ellos por haber
negado al Maestro; lo están igualmente todos los hombres que pecando siguen negando al “Santo” y
rechazando “al autor de la vida” posponiéndole a las propias pasiones, que son causa de muerte.
Pedro no ha olvidado su culpa que llora toda la vida, pero ahora siente en el corazón la dulzura del
perdón del Señor. Esto lo hace pasar de la acusación a la excusa: “Ahora bien, hermanos, ya sé que
por ignorancia habéis hecho esto, como también vuestros príncipes”(17) ¿cuántos de nosotros nos
decimos cristianos y desconocemos totalmente al Señor?
Luego la invitación al arrepentimiento: “Por tanto arrepentíos y convertíos para que se borren
vuestros pecados” Si la Pascua es un camino que lleva a un cambio, la conversión será la constante
y el resultado continuo de una verdadera experiencia cuaresmal.
2. A esto mismo se refiera la conmovedora exhortación de San Juan “Hijitos míos, os escribo esto
para que no pequéis” (1Jn 2,1) ¿cómo volverá al pecado quien ha penetrado en la pasión del Señor?
Sin embargo, conscientes de la fragilidad humana, el Apóstol prosigue: “Pero si alguno peca,
abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, el Justo”, Juan, que había oído en el calvario a Jesús
agonizante pedir el perdón del Padre para quien lo había crucificado, sabe hasta qué punto Jesús
defiende a los pecadores. Víctima inocente de los pecados de los hombres, Jesús es también su
abogado más valeroso, pues “él es la propiciación por nuestros pecados” (2)
3. En el Evangelio presenta a Jesús entre los Once trayéndoles la Paz (Lc24, 35-48) y vemos que su
sola presencia es garantía de paz. Estos creen en la Resurrección y están hablando de ella: “El Señor
es verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón”; además ha escuchado el relato de los dos de
Emaús. Y sin embargo cuando Jesús se aparece en medio de ellos, se quedan “aterrados y llenos de
miedo” “Creyendo ver un fantasma”. La manifestación de lo divino deslumbra la mente humana y
viene espontáneamente la duda: ¿será verdad?... ¡dichosa duda de los Discípulos! Ella prueba que
su fe en el Resucitado no es efecto de credulidad, de entusiasmo o de sugestión, sino que se funda
en datos objetivos examinados con sentido realístico. Jesús mismo les ayuda a darse cuenta de la
verdad de las cosas: “Ved mis manos y mis pies, que soy yo. Palpadme y ved, que un fantasma no
tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” No solo ver, sino también tocar; lo que se palpa no
puede ser imaginario. Pero es tan grande la alegría de ver de nuevo vivo al Maestro que no osan
todavía creerse a sí mismos. Y el Señor adaptándose cada vez más a su psicología, dice: “¿Tenéis
aquí algo que comer?” Tomando un poco de pez, lo come “delante de ellos” Su estado glorioso lo
libra de cualquier necesidad física, y sin embargo toma el alimento para demostrar a los suyos la
realidad concreta de su persona. Está allí en medio de ellos con su cuerpo glorificado, y aunque este
tiene propiedades especiales como el aparecer y el desparecer de repente, sin embargo es un
verdadero cuerpo, como lo atestiguan las señales de los clavos en las manos y en los pies (Jn. 20,
25-27).
La Resurrección es la clave de todo el cristianismo y por eso el Resucitado quiere dar todas las
garantías de ella a la Iglesia naciente para que a través de los siglos, la fe de los creyentes se apoye
sobre un sólido fundamento “¿El Señor en verdad ha resucitado!” Sobre esta grande realidad cada
uno de los creyentes puede fundar su propia vida.
4. A los Once reunidos en Jerusalén Jesús les explica también las Escrituras. No basta que lo
reconozcan y crean en su Resurrección; deben comprender la íntima conexión que existe entre los
hechos de que han sido testigos y cuanto está escrito a cerca de él “en la ley de Moisés y en los
Profetas y en los Salmos” (Lc 24 ,44) .Existe absoluta identidad entre el Mesías de las profecías y el
Jesús de la Historia con el cual han vivido y al que han visto morir en la cruz y ahora vuelven a
encontrar resucitado. Esta identidad es la que hace validas su fe y su esperanza. Jesús les había
explicado estas cosas durante su vida terrena: “Esto es lo que yo os decía estando aún con vosotros”
Pero los discípulos no lo habían comprendido. Es necesario que el Resucitado les abra ahora “ la
inteligencia" para que comprendan finalmente lo que las Escrituras habían anunciado, esto es, “que
el Mesías debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día” (46).
Muerto para destruir el pecado y reconciliar a los hombres con Dios, él les ofrece la paz para
asegurarles su perdón y su amor. Y antes de despedirse de ellos los hace mensajeros de conversión
y de perdón para todos los hombres: “será predicada en su Nombre la penitencia para la remisión
de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén” (47) [En el nombre de Jesús, es
decir, Jesús, actúa en la vida de la comunidad y en ese Nombre los cristianos encuentran la
salvación; su nombre cura, salva, restituye, perdona, convierte]. De esta manera la paz de Cristo es
llevada a todo el mundo precisamente porque “él es la propiciación por nuestros pecados” ¡Misterio
de su amor infinito!
¡Oh Cristo, nuestra Pascua! Te has inmolado por nuestra salvación. Rey de gloria, no cesas de
ofrecerte por nosotros, de interceder por todos ante el Padre; inmolado, ya no vuelves a morir;
sacrificado, vives para siempre. (Cfr. Misal Romano, Prefacio Pascual).
Apéndice
El sacramento de la Eucaristía
1328: La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le
da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
1329: (…)
Fracción del Pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando
bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia, sobre todo en la ultima Cena. En este gesto los
discípulos lo reconocerán después de su resurrección, y con esta expresión los primeros cristianos
designaron sus asambleas eucarísticas (ver Hech 2, 42. 46; 20, 7. 11). Con él se quiere significar
que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con Él y
forman un solo cuerpo en Él.
Cristo se hace verdaderamente presente “en la Fracción del Pan”
1373: «Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros»
(Rom8, 34), esta presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su
Iglesia, «allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre» (Mt 18, 20), en los pobres, los
enfermos, los presos, en los sacramentos de los que El es autor, en el sacrificio de la Misa y en la
persona del ministro. Pero, «sobre todo (está presente), bajo las especies eucarísticas» (SC 7).
1374: El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía
por encima de todos los sacramentos y hace de ella «como la perfección de la vida espiritual y el fin
al que tienden todos los sacramentos». En el santísimo sacramento de la Eucaristía están
«contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la
divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero» (Concilio de Trento).
«Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen
“reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace
totalmente presente» (MF39).
1375: Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en
este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la
Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S. Juan
Crisóstomo declara que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo,
sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas
palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra
transforma las cosas ofrecidas.
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la
bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque
por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada… La palabra de Cristo, que pudo hacer de
la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela.
1376: El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: «Porque Cristo, nuestro Redentor,
dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido
siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración
del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de
Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia
católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación».
1377: La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el
tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las
especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo.
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