Rosa M. a Capel Martínez El problema femenino de la España contemporánea 1. La cuestión femenina y la sociedad contemporánea La incorporación de la mujer a todas las tareas comunitarias constituye hoy día una realidad innegable dentro del grupo de naciones desarrolladas, y es el resultado último de una lucha iniciada hace poco más de un siglo. La duración del proceso, extendido sin solución de continuidad hasta nuestros días; su progresiva expansión, incluso hacia países de otras áreas culturales distintas de la occidental, donde nace; la acerada polémica que en todo tiempo y lugar suscita entre quienes lo viven, han hecho de él uno de los rasgos distintivos de la época contemporánea. A mediados del siglo xix, el sexo era criterio dif erenciador de los ámbitos de actividad asignados a cada individuo en el seno de las sociedades burguesas. Al hombre le correspondía velar por los intereses, comunitarios, decidir, dirigir; la mujer, por su parte, tenía otro mundo y otras responsabilidades: el hogar y la familia. Este reparto de funciones aparecía, además, como principio in-cuestionado e incuestionable del orden social establecido, dado el carácter «natural» que se le otorga. Sin embargo, al Cuenta y Razón, núm. 17 Mayo-Junio 1984 responder en última instancia a unas necesidades socioeconómicas concretas, al modificarse éstas, se posibilitó él cuestionamiento de tal división funcional por parte de las interesadas. Nace entonces el feminismo, configurándose desde el comienzo como el medio de reivindicar para la mujer una igualdad legal y real con el hombre, en tanto que miembro de la misma sociedad. Múltiples factores se conjugaron en el origen del movimiento. Desde el punto de vista demográfico, el descenso de la mortalidad, primero; más tarde, de la natalidad y, paralelamente, el retraso en la Edad Media del matrimonio constituyeron hechos decisivos. A nivel económico, el proceso industrializador, el desarrollo social, la situación de la familia y las propias necesidades personales demandaban, por igual, la presencia de la mujer en tareas distintas de las acostumbradas. Al mismo tiempo, la instrucción femenina pasaba de deseable a necesaria e, incluso, imprescindible; sus contenidos y niveles evolucionarán al ritmo que marcan las necesidades comunitarias, hasta conseguir en ambos aspectos la equiparación de los sexos. Por último, los postulados ideológicos triunfantes con la Revolución francesa constituirán el indispensable aporte teó-rico-argumental del feminismo; liberales y socialistas, partiendo de presupuestos distintos, coinciden en demandar la igualdad en derechos y deberes para todos los ciudadanos sin distinción alguna1. De todos los factores enunciados, el que puede considerarse como el activador inicial del movimiento feminista es la incorporación de la mujer al trabajo extradoméstico y, sobre todo, la forma discriminatoria que reviste. Carente de la adecuada capacitación, la desvalorización que se hace de su rendimiento en las «nuevas» tareas, junto con el carácter complementario atribuido a su salario, llevan a que la obrera ocupe los puestos inferiores, perciba por igual jornada y labor un tercio o, en el mejor de los casos, la mitad de la retribución masculina. Terminar con estas diferencias será el móvil de las primeras feministas; la aparición de los restantes factores a lo largo del siglo xix amplía el horizonte de reivindicaciones. La lucha ya no se limita a pedir, como hace Mary Wollstonecraft en las postrimerías del siglo xvín, que las mujeres sean «seres capaces de andar solas por el mundo»2; sus objetivos estarán, en adelante, en conseguirle la plenitud de derechos ciudadanos y el reconocimiento de una personalidad jurídica independiente. Teniendo en cuenta el conjunto de hechos que dan origen al proceso emancipador femenino, resulta lógico que sean Estados Unidos e Inglaterra las naciones que presencien su nacimiento, así como los núcleos expansivos por excelencia. Desde ellos, organizaciones y programas pasarán, a lo largo del ochocientos, a Alemania, Francia, Bélgica, etcétera, conforme aparezcan en ellas los factores precisos. En esta primera etapa, el movimiento feminista tiene su expresión más significada en el sufragismo, y sus manifestaciones iniciales, en la Women's Liberal Federation inglesa, en la reunión de Séneca FaUs (Nueva York, 1848) y las Convenciones de Mujeres de Ohio (1850) y Massachusetts (1851). Cuando finaliza el siglo xix, la lucha por el sufragio ha adquirido una organización más sólida; cuenta con líderes tan significadas como Victoria Woodhull, Enme-lin, Christabel y Sylvia Pankhurst; incluso vive sus primeras escisiones entre radicales y moderadas unas veces, y entre sufragistas puras y socialistas otras. Tampoco tardará mucho en tener su «mártir» particular en la figura de Emi-ly Davisoñ, quien, en 1913, muere a los pies del caballo del rey Jorge V durante el Derby dé Epsom3. Ahora bien: pese a la vitalidad de las etapas inicíales, la actitud decidida de las feministas a la hora de defender sus ideas, el movimiento tenía el futuro limitado a la conquista de las reivindicaciones pedidas. Cuando éstas se culminaron con la concesión del voto en el período de entreguerras, el feminismo sufrió un largo guadiana hasta que volvió a aparecer, tras la Segunda Guerra Mundial, sobre bases teóricas y con objetivos no tanto nuevos como diferentes en su expresión. 1 Entre estos primeros pensadores, políticos e ideólogos que apoyaron al feminismo con sus escritos y/o actuaciones cabe señalar a John Stuart Mili y León Richier, entre los liberales; Fourier, Saint-Simon, entre los so cialistas, a los que más tarde se unirán Marx, Engels, Flora Tristán, Rosa Luxemburgo, etc. 2 Mary Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer, Madrid, Debate, 1974. 3 Un análisis más detallado de la historia del feminismo internacional lo encontramos, entre otras obras, en Trevor Lloyd, Las sufragistas. Valoración social de la mujer, Barcelona; Nauta, 1970; Richard J. Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en "Europa, América y Australia, 1840-1920, Madrid, Siglo XXI Edits., 1977, 314 págs. 2. La mujer española en la crisis de la Restauración Como sucede en tantas otras parcelas de nuestra historia contemporánea, España va a vivir durante mucho tiempo de espaldas a los acontecimientos europeos en el tema de la situación social de la mujer. Ausencia, o mínima implantación, de los factores que hicieron posible los cambios, inestabilidad política y cierre ideológico durante los primeros dos tercios del siglo xix, convertían la empresa en algo más que improbable. Los cambios experimentados en las tres últimas décadas permitieron que, al menos desde el punto de vista pedagógico y tímidamente, se planteara la posibilidad de introducir «ciertas novedades» que preparasen a la española para enfrentarse con las exigencias de los nuevos tiempos. Las voces que tal defendían eran las de Fernando de Castro, los krausistas y algunas figuras femeninas tan significadas como Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal, entre otras. Pero se encontraban aisladas en un mar de incompresiones. La sociedad española, que vive los años difíciles de fin de siglo, vierte mayoritariamente sobre el feminismo su feroz anatema, porque hablar de él equivalía a hacerlo de la disolución de la familia y, en lógica consecuencia, de la sociedad. La «feminista» era una virago, una mujer desgreñada que, al olvidarse de las sagradas labores del hogar, había perdido su identidad como ser humano; su comportamiento sólo podía constituir piedra de escándalo. Si Europa marchaba por estos derroteros, España estaba aún a tiempo de evitarlo. Sin embargo, nada ni nadie puede frenar el paso inexorable del tiempo ni impedir que nazcan, crezcan y se desarrollen aquellos fenómenos históricos hijos de las coordenadas que señala la marcha de las naciones. Cuando se inicia el siglo xx, entre las revoluciones que tenía pendientes nuestro país se encontraba la de la mujer. El reinado de Alfonso III presenciará, de forma acelerada, las primeras fases de todas ellas; respecto a la que ahora nos ocupa, se van a reunir las circunstancias necesarias que construyan un marco mínimo para su desarrollo. Desde el punto de vista laboral, el primer tercio de nuestra centuria significa la incorporación de la mujer española al trabajo extradoméstico de forma similar a como se produjo durante el siglo xix en otras naciones, si bien los cambios van a ser más de orden cualitativo que cuantitativo 4. El subdesarrollo económico, junto con lo limitado del proceso industrializador, hace que, a lo largo del período, la población activa femenina sea poco más del 10 por 100 del total de trabajadoras. Los síntomas de cambio, por tanto, los vamos a encontrar en otros terrenos. Primeramente, en el espectro profesional. A comienzos del siglo, las obreras se concentraban de forma mayorita-ria en la agricultura (57,8 por 100), seguida del servicio doméstico (19,1 por 100) e industria (12,4 por 100). Para 1930, la agricultura ha pasado a ser el tercer sector mayoritario (23,6 por 100 de la población activa femenina); la industria, gracias a su desarrollo desde 1914, ocupa ahora el primer lugar, habiendo pasado de tener 172.198 trabajadoras en 1900 a 350.751 en la actualidad. Además, y por vez primera, el sector fabril supera al de trabajo a domicilio. En cuanto al servicio doméstico, continúa siendo el segundo ámbito mayoritario, pero ya no ejerce dentro 4 Un análisis más detallado de los aspectos que trataremos a continuación lo hemos realizado en nuestro estudio El trabajo y la educación de la mujer en España, 1900-1930, Madrid, Sub. General de Estudios, Ministerio de Cultura, 1982. del sector terciario el monopolio que tenía al iniciarse la centuria. Durante estos treinta años, las cifras de empleadas en el comercio, Administración pública y profesiones liberales se han elevado de manera tan considerable como significativa. Las mujeres dedicadas a las actividades mercantiles han pasado de ser 22.435 a 37.813; las que están en los organismos del Estado, de 141 a 2.788, y las que ejercen una ocupación liberal, de 18.593 a 39.859. Dentro de estas últimas debemos destacar, como índice de progreso, la diversificación producida de los ámbitos de actividad; junto a las maestras, que son quienes poseen un mayor peso, nos encontramos con miembros de los cuerpos técnicos superiores del Estado (inspectores), de los cuerpos de profesores de enseñanza media, algunas abogadas y doctoras, etc. Otro síntoma de cambio en el horizonte laboral femenino lo constituyen las condiciones materiales de trabajo. Realmente duras, como corresponde a las primeras fases de un proceso indus-trializador, se han ido viendo mejoradas con el desarrollo de una abundante legislación que parte de la Ley de 30 de marzo de 1900 y regula los más diversos temas: descanso, higiene del trabajo, maternidad, seguro obrero... Si estas medidas tienden a hacer menos penosa la forma en que se desarrolla la labor cotidiana, la evolución de los salarios tendrá repercusiones similares en las condiciones de vida, aunque, en este caso, los efectos sean menos espectaculares por la creciente, paralela y superior alza de los precios. De acuerdo con las estadísticas que poseemos a partir de 1914, la obrera tenía asignados entonces los salarios-hora más bajos (entre 0,12 y 0,31 ptas.); no debe extrañarnos, pues, que le correspondan las subidas más espectaculares. Para 1930, las retribuciones anteriores se elevaron a 0,37-0,84 ptas., correspondiendo las superiores a la cigarrera y las inferiores al trabajo industrial domiciliario o a las tareas fabriles feminizadas. A pesar de ello, la subida no puso fin a la diferencia que existía respecto a los salarios masculinos. Una obrera especializada cobraba la mitad, o un tercio, que el obrero de igual cualificación, e incluso menos que los aprendices. Estas desigualdades económicas, unidas a las trabas que frenaban la mejora profesional de la mujer y a una creciente toma de conciencia, dan origen, desde la década 1910-1920, a un desarrollo del sindicalismo femenino. Desarrollo que se hará en el sentido y medida que lo permite la realidad sociolaboral de la española. De ahí el eco obtenido por los sindicatos católicos, superior al conseguido por socialistas y anarquistas, aunque carezcamos del apoyo numérico demostrativo de este punto. De ahí también que las cifras de afiliadas, pese a crecer de manera notable, sea siempre exigua y sólo represente una mínima parte de las trabajadoras. No obstante lo que antecede, el progreso sindical se traduce y confirma en un aumento de la conflictividad obrera femenina conforme transcurren los años. En mutua relación y desarrollo paralelo, la otra batalla del feminismo, la de la educación, se vivirá también en España durante los treinta años iniciales de nuestro siglo. Nadie ponía en duda el derecho de la mujer a instruirse; cosa distinta eran la orientación que debía tener la enseñanza y los límites que podía alcanzar. Lejos estaba en 1900 la sociedad española de asumir el principio de igualdad en grados y contenidos de la instrucción de ambos sexos, plenamente aceptado ya en Francia, Inglaterra o Estados Unidos. Para esas fechas, un 71 por 100 de las españolas son analfabetas; las restantes, sólo saben, en su mayoría, leer y escri- bir, siendo muy pocas quienes llegan a la cima del magisterio o escuelas profesionales. En la Universidad, la presencia femenina no pasa de ser un mero testimonio, y aunque el Congreso Pedagógico de 1892 reconoce a la mujer su derecho a estar en este sancta sanc-torum del saber, no consideran sus participantes que fuese oportuno permitir el ejercicio posterior de la licenciatura, salvo el caso de Farmacia o Pediatría. Verdaderamente no hacía falta reconocer de forma tan explícita tales limitaciones; de hecho, eran práctica cotidiana. A lo largo del primer tercio del siglo xx el panorama cultural de la mujer, como hemos indicado, se modifica a impulso de las necesidades internas, así como de la influencia exterior. El ritmo de las transformaciones lo va a señalar, al igual que sucediera en otros lugares, la evolución general del país en este ámbito, y van a ser agentes de ellas tanto la esfera oficial como la privada. Aquélla, haciendo uso de sus atribuciones legales e instando a la apertura de centros para la mujer. En cuanto a la segunda, desarrollará una intensa labor fundacional de instituciones educativas, en la que participan todos los sectores ideológicos y en la que a veces cuentan con el apoyo del Estado o los municipios. Destaquemos, a modo de ejemplo, por su importancia, la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, obra de Fernando de Castro, en 1869; el Instituí de Cultura i Biblioteca Popular pera la Dona, ubicado en Barcelona, y la Institución Teresiana. Aunque no se dedique a la enseñanza, merece la pena que señalemos también, por su carácter excepcional y labor realizada, la Residencia de Señoritas, nacida en 1915 como rama femenina de la Residencia de Estudiantes, y en la que se alojará parte de esa minoría de universitarias que llegó a constituir la avanzadilla del movimiento reivindicador femenino en España. Los efectos de este nuevo talante no se hicieron esperar. La tasa de analfabetismo desciende para 1930 al 47,5 por 100, y aunque sigue siendo en sí misma muy alta, se ha acercado de forma notable a la masculina (36,9 por 100), y, lo que es más importante para el futuro, el avance fundamental se ha producido en el grupo de población comprendida entre seis y veinte años. Ello concuerda perfectamente con el hecho de que la población femenina alcanza, en la fecha anterior, niveles de escolaridad similares a los de la masculina. De otra parte, las enseñanzas medias han pasado de tener 5.557 alumnas en 1900 a 37.642 para los cursos 1927-1930 s; si éstas significaban entonces el 9,6 por 100 de los alumnos del nivel, ahora son el 26 por 100. En la Universidad hay una alumna al comienzo de siglo y 1.724 en 1930. El significado de progreso que en sí mismo tiene el crecimiento cuantitativo de las mujeres estudiantes va a ir acompañado de un cambio de mentalidad que lo consolida y, sobre todo, lo convierte en factor de transformación social. La educación igualitaria para ambos sexos es, a la altura de los años treinta, principio comúnmente aceptado, aunque aún encuentre serias barreras a su práctica. En las escuelas primarias la ley impone, ya desde los años diez, el sistema 5 Queremos señalar el carácter sólo aproximado que poseen las cifras que damos en el texto, obligados a ello por los problemas y el vacío que en este aspecto presentan las fuentes. Además, por iguales razones, tuvimos que tomar para el final del período los datos de tres años académicos, pues faltaba la secuencia completa de ellos para uno solo; por otra parte, teniendo en cuenta el nivel de la enseñanza en estas fechas, no creemos que se distorsione en exceso la realidad que trata de reflejarse. coeducativo y el programa único. Dentro de los niveles medios, se ha producido una redistribución del alumnado femenino. Las aulas de Magisterio siguen siendo las más concurridas, pero el Bachillerato ha pasado de 44 a 8,000 alumnas; en las enseñanzas profesionales, Conservatorio de Música y Escuelas de Arte ven seriamente comprometido su liderazgo en las preferencias de las estudiantes con el incremento sutancial de las que eligen los cursos de Matronas, Practicantes, Comercio e Idiomas, todas ellas ramas que abren el camino a profesiones cualificadas. Incluso aparece una nueva opción: la de enfermera, que a partir de 1915 recibe el reconocimiento de un título oficial. A nivel universitario, las Facultades más concurridas son Farmacia, Filosofía y Letras, Ciencias; detrás se sitúa Medicina y, por último, Derecho. Los hechos significativos están en ese crecimiento numérico reseñado, que sorprende a cuantos lo viven, incluidos los propios alumnos 6, y en el uso creciente que las universitarias hacen de las nuevas oportunidades que el título obtenido les ofrece. Aunque dentro siempre de límites pequeños, sin dejar de ser una minoría, las mujeres que a partir de los años treinta se deciden a proseguir su formación tras la licenciatura u optan por el ejercicio profesional son cada vez más numerosas. Así lo prueba el aumento del porcentaje de graduadas que obtienen becas para estudiar en el extranjero, la apertura a la mujer de los cuerpos especializados de la Administra6 Ramón Ezquerra, alumno de la Universidad madrileña, lleva a cabo en 1923 un estudio sobre la penetración de la mujer en la Universidad, hecho que al autor le parece «uno de los fenómenos que merecen llamar la atención». El trabajo se había realizado sobre las respuestas de alumnas de varias facultades a una encuesta previamente elaborada y se publicó en agosto y septiembre de 1926 en la revista Renovación Social de Oviedo. ción pública, de los de catedráticos de enseñanzas medias y auxiliares universitarios, de las profesiones liberales, etc. El ejemplo de las pioneras ejerce indudable efecto mimético en las sucesivas promociones. 3. El lento amanecer del feminismo español Los cambios operados en los niveles laboral y educativo de la mujer española iban a ir acompañados, en íntima relación causa-efecto mutua, de los que acaecen en las funciones tradicionalmen-te atribuidas a este sexo. Digamos desde ahora que las repercusiones de tales cambios poseen un reducido espacio social; que para la mayoría de la población femenina, su puesto sigue estando en el hogar, su cumbre de valores la constituye la familia, su primordial preocupación es cómo sobrevivir con un salario masculino que se devalúa día a día en su capacidad real adquisitiva. Sin embargo, el horizonte vital de la mujer se estaba modificando. Las funciones de esposa y madre se definen en términos de prioridad, no ya con carácter exclusivo ni excluyente como antes. A la mujer se le reconocen aptitudes y capacidades para realizar tareas hasta entonces muy alejadas de su radio de acción, incluso se considera oportuno que las ejerza, sobre todo si es soltera, viuda o necesita ayudar al sostenimiento de la familia. En medio de este panorama no debe extrañamos que, como sucediera en Europa, en la España del primer tercio del siglo xx aparecieran los primeros grupos feministas 7., Su constitución se 7 Sobre los comienzos del feminismo en España pueden verse, entre otras, las obras de Condesa de Campoalange, La mujer en España. Cien años de su historia, Madrid, 1964; M.a Aurelia Capmany, El feminismo ibérico, inicia a partir de los años diez, asentándose en los núcleos urbanos^ de manera primordial Madrid y Barcelona. La década de los veinte constituye una etapa de afianzamiento y definición, quedando delimitadas en su seno tres corrientes: 1) La conservadora, opuesta a cualquier cambio que pudiese suponer un trastrueque del ordenamiento vigente. Su ideal de mujer sigue estando en el pasado, aunque lo innegable de la realidad que viven les obligue a expresarlo en términos distintos. 2) La comente reformista, por su parte, sin olvidar lo que denominan «esencia» de los presupuestos vitales femeninos ni la confesio-nalidad católica mayoritaria, asumirá la defensa de todas aquellas reivindicaciones que sitúen a la mujer a la altura de lo que de ella exigen los tiempos modernos. De esta corriente, el grupo con mayor implantación va a ser la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, creada en Madrid por María de Espinosa en 1917, y que constituirá el Consejo Superior Feminista de España. 3) Por último está la corriente revolucionaria, representada por la Asociación Femenina Socialista, de escaso eco. A medio camino entre la reforma y la revolución se sitúa el Lyceum Club, asociación nacida en 1926. La integran la intelectualidad femenina del momento —María de Maeztu, Zenobia Cam-prubí, Victoria Kent...—-, es aconfesio-nal y sus objetivos se sitúan en conseguir que la mujer obtenga el reconocimiento legal de su individualidad, que alcance dentro de la sociedad el puesto que le corresponde por derecho propio. El feminismo español, atemperado en sus formulaciones y minoritario en los apoyos que recibe, pondrá el énfasis en reivindicar la igualdad educativa, un Barcelona, 1974, y El feminisme a Catalunya, Barcelona, 1973; Geraldine Scanlon, La polémica feminista en la España contemporánea (1868-1974), Madrid, 1976. trabajo que no sea degradante ni discriminatorio, una reforma de los Códigos que termine con las desigualdades civiles entre los sexos y la tutela a que se ve sometida la mujer casada. En ningún momento se abordó el tema de los derechos políticos; el movimiento sufragista no puede decirse que encontrase su paralelo en nuestro país, y, pese a ello, los políticos otorgaron el voto femenino-guiados por la influencia exterior y consideraciones ajenas, en esos momentos,. al sentir mayoriario de las interesadas.. Primero fue Primo de Rivera en 1924, quien, atendiendo a sus proyectos políticos, reconoce a la mujer su derecho a participar en las elecciones municipales-y nacionales8, si bien sólo podrían ejercerlo las solteras, las viudas y las casadas incluidas en uno de los cuatro supuestos siguientes: estar separada, tener el marido en la cárcel o enajenado, haberse declarado judicialmente la ausencia de aquél. Al proclamarse la II República, el Gobierno provisional reconoció a la española el voto pasivo, permitiéndole ser elegida para las futuras Cortes, aunque no podía elegir. La Constitución de 1931 determinará, en su artículo 36, la igualdad de derechos electorales para todos los ciudadanos de uno y otro sexo* mayores de veintitrés años. En esta ocá^ sión, la fidelidad a los principios ideológicos del Partido Socialista y las consideraciones de orden práctico de los. grupos conservadores fueron los elementos decisivos a la hora de resolver favorablemente una debatida cuestión que muchos consideraban un peligro-para la vida del nuevo régimen. Esta concesión, unida al desenvolvimiento político del período, activó la toma de conciencia por parte de la mujer, y su presencia en la esfera pública 8 Estatuto Municipal de 8 de marzo de 1924 y Real Decreto de 12 de abril de 1924. se hizo más notoria. El feminismo ganaba terreno día a día, siendo un buen sensibilizador y movilizador de aquellas a quienes se dirige, sobre todo en momentos tan cruciales como pudieron ser las elecciones de 1933 y 1936 o, poste^ nórmente, durante la guerra civil. El final de ésta significó, como en otros terrenos, un corte en la trayectoria de cambio iniciada. 4. La España actual: el replanteamiento de un «viejo» problema Desde 1939 el movimiento feminista entra en un prolongado letargo, dada la situación del país, que permite el triunfo de los ideales más tradicionales sobre las coordenadas en que debe desenvolverse la mujer. La evolución general, una vez superado el período de autarquía, va a crear un clima propicio al renacer de los esfuerzos reivindicadores. A ello contribuirán: el desarrollo económico; la incorporación creciente de la mujer a la esfera laboral y educativa; la apertura ideológica al exterior, aunque fuese relativa; el contacto a través del turismo y la emigración con otros ambientes, otras costumbres, otras sociedades donde el sexo femenino poseía un status diferente, gozaba de mayores libertades. Las transformaciones ocurridas al socaire de las nuevas circunstancias permiten que, a finales de los sesenta, se vuelva a plantear en España, con un decenio de retraso respecto a otros países, lo que los hombres del xix habían denominado «cuestión femenina»; desde la perspectiva de 1983, puede decirse que nos hemos incorporado al resto de las naciones occidentales en «ste tema. Desde el punto de vista de la situación real, la mujer ha alcanzado la igualdad jurídica con el hombre y su presencia en todos los ámbitos del vivir comunitario constituye una realidad innegable, cuya evolución señala una trayectoria ascendente. Ello trae consigo importantes consecuencias, generando la respuesta de los más diversos sectores, entre los que se encuentra incluido, por supuesto, la clase política. Todos los partidos, desde su constitución, mostrarán gran interés por hacerse eco de las necesidades de este sexo, por asumir sus reivindicaciones. Interés que ha llegado, en lógica consecuencia, a las esferas de poder, desde las que se tratará, también, de recoger las inquietudes femeninas e impulsar las posibles soluciones a las demandas que se hacen; en aras de tales objetivos, se han adoptado medidas, se han tomado decisiones por parte de los organismos competentes y se han creado instituciones dirigidas específicamente a la mujer. Este interés de partidos y gobernantes por la situación social femenina, la presencia cada día más extensa e intensa de las españolas en la vida del país, contrasta con la escasa representación que tienen en las altas esferas de la política, tanto a nivel de puestos ministeriales como de las Cortes. Entre las causas originales de este hecho, que por sí mismo merece una profunda reflexión y análisis minucioso, pudieran citarse: la juventud del régimen democrático, la cercanía de los inicios del proceso emancipador de la mujer, las resistencias, conscientes o inconscientes, de los españoles a facilitar -—incluso tolerar— la presencia de este sexo en ámbitos de actividad que tradicionalmente le resultaron lejanos; sin olvidar el desinterés que, fruto del desconocimiento y la falta de costumbre, se deja sentir todavía entre una parte numerosa de las propias interesadas. Los cambios acaecidos en el horizonte vital femenino permitieron que el movimiento feminista se desarrollase y consiguiera estar representado en todas sus tendencias. De un lado, la reformista, que trata de conseguir un difícil equilibrio entre los deberes familiares y las ocupaciones que se desarrollan fuera del hogar. De otro lado, la postura defendida por socialistas, anarquistas y comunistas, para los que un cambio en la situación de la mujer sólo es posible de forma definitiva si corre paralelo al de toda la sociedad; quienes así piensan, ven el feminismo como creación de la burguesía que sirve para dividir fuerzas, distraer atenciones y demorar el inevitable cambio del orden establecido. Por último, tenemos las corrientes radicales, que conciben a la mujer como clase social distinta, con intereses propios, diferenciados, y, en consecuencia, su lucha para defenderlos ha de ser independiente de cualquier otra. Las peticiones maximalistas que contienen sus programas sitúan al feminismo radical más allá de lo que la realidad del país demanda y puede asumir, lo que hipoteca seriamente las conquistas prácticas inmediatas que pueda lograr. Por el contrario, lo mismo que sucede en otros países, provocan reacciones igual de extremistas, pero de signo contrario, al tiempo qué otorgan a los sectores más retardatarios argumentos desde los que justificar sus opiniones peyorativas sobre las feministas, razones en las que fundamentar los frenos que tratan de poner a la presencia de este sexo en tareas distintas de las doméstico-familiares. Digamos, sin embargo, que quienes mantienen posturas tan límites, en uno y otro sentido, son una minoría dentro de un talante general más abierto y en íntima comunión con las necesidades existentes para el conjunto de la comunidad en cada momento. Reflejo de los cambios ocurridos en nuestra sociedad respecto a la mujer, del desarrollo del feminismo, de la acerada polémica que ambos hechos susci- tan, así como de la creciente toma de conciencia, por parte de todos, acerca de la nueva situación que está emergiendo lo constituye la abundante bibliografía que sobre el tema se ha generado. A partir, sobre todo, de los años setenta, el proceso emancipador femenino se ha convertido en España, siguiendo el ejemplo exterior, en objeto de estudio para un amplio abanico de investigadores, que lo analizan de forma global o parcial, desde presupuestos ideológicos o comentes metodológicas diferentes 9 . El grupo más numeroso lo constituyen aquellos trabajos que hacen referencia al momento actual y, de forma especial, los que consideran, desde un punto de vista teórico, las funciones atribuidas por la sociedad a la mujer. Estos estudios poseen todos una estructura interna similar. Tras dibujar los rasgos tradicionales del status femenino, pasan a defender o cuestionar las justificaciones que se le han dado; los argumentos biológicos, por las connotaciones de in-evitabilidad que poseen, merecen especiales atenciones y generan los más fervientes alegatos tanto si se trata de defender su veracidad como de rebatirla. Por último, se intenta fijar cuáles deben ser en nuestros días, y sobre todo de cara al futuro, las funciones de esta mitad de la población. Hijos de su tiempo, los autores o autoras de estas publicaciones reflejarán a través de ellas el sentir de toda la sociedad y las transformaciones que experimenta. De ahí que podamos detectar, 9 Véase al respecto la obra de Julio Iglesias de Ussel, Elementos para el estudio de la mujer en la sociedad española: análisis bibliográfico, 1939-1980, Madrid, 1980. En ella se recoge la bibliografía sobre la mujer aparecida entre las fechas que se indican. Actualmente, Julio Iglesias y Rosa M. a Capel tienen en imprenta la reedición de la obra precedente actualizada y completada con los escritos aparecidos entre 1900 y 1939. desde 1939 hasta hoy, una clara tendencia diversificadora en cuanto a las corrientes de pensamiento representadas. El período anterior a los años sesenta muestra un predominio casi absoluto de las actitudes más tradicionales, defendidas y argumentadas desde posiciones católicas conservadoras. En la etapa del desarrollo (1960-1970) aparecen las primeras publicaciones de tono reformista y algunas que defienden ya la actitud radical. Estas últimas posiciones se convierten a partir de los setenta en una corriente bibliográfica más extensa, aunque en ningún momento su eco pueda considerarse mayoritario. El aumento de las ediciones que recogen las nuevas comentes de pensamiento sobre el papel de la mujer en el mundo actual corre paralelo, hasta íntimamente vinculado en sus formulaciones, al de las obras sobre feminismo. Aparecidas las primeras en los años sesenta, será el decenio siguiente el que presencie su incremento numérico de forma importante, atrayendo la atención de intelectuales, escritoras, sociólogos, miembros de partidos políticos, militantes feministas, etc. Respecto al valor intrínseco de los grupos de publicaciones hasta ahora señalados, muestran, en la gran mayoría de los casos, coherencia argumental y rigor metodológicos al exponer sus tesis, aunque, por el carácter ensayístico de los estudios, lo polémico del tema y las implicaciones personales que contiene, no faltan obras plagadas de generalizaciones excesivas, argumentos falaces o lugares comunes que ni resisten ni permiten un análisis profundo de sus contenidos. La bibliografía sobre la situación de la mujer española en la actualidad presenta otro bloque importante dedicado a estudiar aspectos concretos de aquélla. La temática es variada, abarcando los terrenos laboral, educativo, político, jurídico, cultural, literario, biográfico... Por su volumen y continuidad temporal destacan los relativos al status jurídico y a la actividad productiva. Los primeros dedican especial atención al derecho de familia y al derecho laboral, pidiéndose la total igualdad de los sexos ante la ley. Por su parte, los estudios sobre trabajo han sido de forma mayo-ritaria, hasta muy recientemente, consideraciones acerca de la «bondad» o no de la actividad femenina por las repercusiones que de ella emanan para la vida del hogar. En la actualidad, cuando esa actividad constituye un hecho irreversible, el estudio de la presencia femenina en los distintos sectores económicos, la descripción de las condiciones que reviste y la elaboración de guías profesionales constituyen otros tantos caminos de investigación y análisis. La abundancia de obras sobre nuestro presente o pasado inmediato contrasta con la escasez de estudios históricos e históricos-sociológicos. Hasta ia primera mitad de los sesenta, las obras de este carácter eran contadísimas y solía tratarse de síntesis descriptivas, de biografías o de reediciones de autores «clásicos» sobre el tema femenino. Es a partir de 1975 cuando se dejan notar los primeros síntomas de cambio. Por una parte, el número de estudios se multiplica^ acentuándose la tendencia al comienzo de la actual década. Ello ha permitido que hoy día casi todas las etapas tradicionalmente distinguidas para estudiar el pasado cuenten con alguna aportación sobre la mujer en la sociedad de la época, si bien el número de tales aportaciones disminuye conforme nos retrotraemos en la historia. Por otra parte, el espectro de cuestiones abordadas se ha ampliado, al tiempo que se ha ido modificando la metodología seguida en la elaboración de los trabajos de acuerdo con las líneas que marca la evolución de las investigaciones en el terreno histórico, sociológico, económico, etc. El interés que existe por conocer el papel del sexo femenino en el pasado y en el presente, por reconstruir su participación en la historia, no se encierra sólo en la abundante producción editorial brevemente comentada en sus líneas generales. Ha llegado también a las Facultades universitarias, y en algunos casos, como Madrid y Barcelona hasta el momento, se han creado centros de investigación sobre la mujer, en los que la dirección de trabajos corre paralela a la confección de bancos de datos y exhaustivos repertorios bibliográficos. Pionero de ellos es el Seminario de Estudios sobre la Mujer que existe en la Universidad Autónoma de Madrid, y que organiza todos los años, desde 1980, en colaboración con la Complutense, unas Jornadas Interdisciplinarias a las que asisten especialistas en el tema femenino, nacionales y extranjeras. Desde las primeras que se celebraron hasta las que acaban de terminar hace unos días se ha producido un claro ascenso en el número de asistentes y comunicantes, así como una notable mejora de la calidad de los trabajos presentados, que, además, han diversificado su temática y las parcelas de estudio abordadas. Así, pues, la incorporación de la mujer a las tareas sociales es hoy en España una realidad innegable y está llegando a constituirse, a impulsos de ese presente, en una línea de investigación con entidad y fuerza propia. Aunque no contemos todavía, como sucede en Estados Unidos, con una cátedra universitaria de estudios sobre la mujer, el camino recorrido para hacerla factible es importante. R. M. a C. M.* * Profesora de Historia Moderna. Universidad Complutense.