Érase una vez, en la isla de Mallorca… un hombre bueno

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ANEXO 1
Érase una vez, en la isla de Mallorca… un hombre bueno, inteligente, audaz, preocupado por el futuro del
mundo y la educación de la mujer… Su nombre era Bernardo, y era el obispo. La gente lo conocía como el
obispo Nadal, pues ese era su apellido. Bernardo Nadal, se llamaba. Quedaos bien con ese nombre porque
va a ser muy importante en la historia que os voy a contar…
Estamos en 1809, hace exactamente 200 años. El obispo está sentado ante el Sagrario, consultándole a
Jesús una idea que se le ha ocurrido, y que a veces le parece una locura: fundar un colegio para niñas, en el
que además de leer y escribir, aprendan las ciencias y las artes, cómo ser buenas esposas, cómo cuidar una
casa, cómo ser constructoras de la sociedad desde la justicia, la honestidad y la fe. Eso quiere D. Bernardo. Y
eso quiere también Jesús. Así que se pone manos a la obra…
Lo primero que hay que hacer es encontrar un lugar donde establecer el colegio. El obispo consigue
hacerse con una pequeña casita que, para empezar, puede servir. Pero… ¿quién lo dirigirá? ¿Quiénes serán
sus maestras? En esas está D. Bernardo, cuando conoce a dos buenas señoras, que parece serán las
personas adecuadas: María Arbona y su hija, María Ferrer. Son mujeres entregadas, que dominan el arte del
bordado y están bien instruidas. No hace falta pensar más: el obispo Nadal se acerca a ellas y les cuenta su
proyecto. Ellas, entusiasmadas, se unen a la aventura. Y así es como comienza esta bonita historia… la del
Colegio Pureza de María.
Con María Arbona como rectora y María Ferrer como vicerrectora, comienzan las clases en ese mismo año
1809. El colegio se llena de vida, de risas, de juegos, de niñas que sueñan con ser mujeres, con cambiar el
mundo, con crecer y formar una familia.
Pero pronto comienzan los problemas. Llegan años de guerra, y eso provoca que haya mucha hambre en
todo el país. El obispo no tiene dinero para seguir pagando la casita que se está utilizando como colegio…
¿qué hacer? Ponerlo en manos de Jesús. Y enseguida aparece la solución. La sobrina de D. Bernardo,
Antonia Nadal, le regala una nueva casa, situada en el centro de Palma, y allí se traslada el colegio en 1815.
El nombre de la casa tampoco conviene olvidarlo: se llama Can Clapers.
En su nueva sede, el colegio sigue creciendo y prosperando. Su fama se extiende pronto a toda la isla de
Mallorca, y desde todos los pueblos llegan niñas y jóvenes que desean educarse en un colegio tan bueno, tan
bonito, tan alegre… En muy poco tiempo, ¡llegan a ser nada menos que 200 alumnas! ¿Verdad que es
increíble? Hay que pensar que, en ese tiempo, muy pocas mujeres conseguían ir al colegio; la mayoría se
tenía que quedar en casa, aprendiendo de sus propias madres las labores del hogar… En el Colegio Pureza
de María aprenden a coser, bordar, lavar, planchar… pero también Lengua, y Matemáticas, y Geografía, y
Dibujo, y Ciencias… ¡y hasta idiomas! Es, lo que diríamos hoy, un cole bien moderno.
Pasan algunos años, y esta vez una tristeza grande llena el colegio: en diciembre de 1818 muere el buen
obispo Bernardo Nadal. Niñas y maestras lloran su pérdida. ¡Era tan bueno, D. Bernardo! Él había sido su
fundador, su protector, su padre espiritual… Y ahora que no está, parece que todo será diferente… Pero no,
el colegio no queda huérfano. Ya desde el comienzo, el obispo lo había encomendado a unas manos mejores
que las suyas: las de nuestra Madre, la Virgen María. Y ella, desde el cielo, ayuda a María Arbona y a su hija
a sacarlo adelante. Mientras la Virgen de la Pureza cuide de ellas, no hay nada que temer.
Vaya, otra mala noticia. Unos años después que el obispo, muere también María Arbona. ¿Quién será la
nueva rectora del colegio? El nuevo obispo decide que la mejor candidata es María Ferrer, la hija de María
Arbona. Ya hemos dicho que era una mujer buena, trabajadora, inteligente, entregada… y además, quería
muchísimo a Jesús. Tanto, que deseaba entregarle su vida como religiosa. Así pues, junto con el grupo de
maestras que educaban en el Colegio de la Pureza, pide permiso al obispo para hacer los tres votos de
pobreza, castidad y obediencia, y él se lo concede.
31 de enero de 1829: ¡Llega una carta del rey! ¿Del rey? ¿Qué querrá decirnos? ¡Qué emoción! Vamos
¡abrámosla ya! Por fin, una buena noticia… Su majestad, el rey Fernando VII, concede a nuestro querido
colegio el título de “Real”. A partir de ahora, pasará a llamarse “Real Colegio de la Pureza de María”…
¿verdad que suena bien? ¡Esto hay que celebrarlo! Y claro que lo celebran, por todo lo alto…
Pero bueno, ¿qué pasa ahora? Nuevos problemas… Otra vez, falta dinero. No tienen ni siquiera para pagar a
las maestras… ¿Y qué creéis? ¿Se rendirán María Ferrer y sus hermanas? Nada de eso. Si hay que trabajar
más, se trabaja, pero el colegio saldrá adelante. Y así es como María Ferrer se pone a hacer trabajos
manuales para poder ir pagando los gastos. Tanto trabaja, que reúne el dinero suficiente para hacer las
reformas que necesita el colegio e incluso para comprar una casa de convivencias para las niñas en
Valldemossa, un pueblecito hermoso y tranquilo.
Pero los problemas siguen aumentando. Cada vez hay menos hermanas en el Colegio, mientras que, por el
contrario, el trabajo crece y crece, y también los gastos. El nuevo obispo de Mallorca, D. Miguel Salvá, trata
por todos los medios de salvar la situación. Casi va de puerta en puerta, de convento en convento, buscando
unas religiosas que quieran hacerse cargo del colegio. Llama a las religiosas del Sagrado Corazón, a las de
Nuestra Señora de Loreto, a las de Jesús-María… Y nada. Un fracaso. Ninguna congregación parece estar
dispuesta a encargarse de un colegio tan pobre y falto de personal. María Ferrer sigue, a pesar de todo,
trabajando con empeño.
Pero claro… pasan los años y ella también se va haciendo mayor. En 1865, cuando tenía 87 años de edad,
se marcha al cielo. La sustituyen dos rectoras más, pero tanto una como otra, terminan abandonando el
Colegio. ¿Qué pasará ahora?
Parece que se acerca un final triste para un Colegio tan querido… El obispo no sabe ya qué más hacer…
¿habrá que cerrar el colegio? Esa idea le duele en el corazón. Recordad que el colegio de la Pureza había
sido fundado por el obispo Nadal, un obispo bueno y valiente, y era por lo mismo mimado y protegido por
todos los obispos que vinieron detrás. Además, si lo cierran… ¿qué harán las niñas? ¿Se quedarán sin
colegio? ¿Se verán obligadas a dejar de estudiar para siempre? No, no puede ser… El obispo Salvá está
muy, muy triste. Y al igual que hizo el obispo Nadal en 1809, se sienta delante del Sagrario, a preguntar a
Jesús qué quiere que haga.
Y Jesús lo tiene bien claro. Suerte que el obispo sabe escucharlo en el corazón… Así es como le viene a la
mente un nombre, una persona ejemplar, una mujer fabulosa, una maestra, de las mejores que tiene
Mallorca… Se trata, nada menos, que de Madre Alberta. Bueno, mejor dicho de Doña Alberta, porque como
sabrás todavía no era religiosa, sino sólo una buenísima maestra, viuda, madre de cuatro hijos, de los cuales
sólo uno le quedaba vivo. Y el resto de la historia ya lo sabes: El obispo manda un encargado a casa de Doña
Alberta para que vaya, junto con el alcalde de Palma, a pedirle casi un milagro: que se haga cargo del Colegio
de la Pureza y lo haga de nuevo florecer.
Hagamos memoria por un momento: el colegio está casi en ruinas, no le queda dinero, ni material; cuenta
sólo con cuatro maestras, ya ancianas. Nadie ha querido hacerse cargo de él, pues lo han dado por
imposible. Muchas de las alumnas se han ido, y toda la buena fama que tenía se ha perdido. Vamos, un
desastre. Y esto, precisamente esto, es lo que le ofrecen a Doña Alberta. Y dice que sí. Pero bueno, ¿es que
está loca? ¿Cómo acepta algo así? ¿Es que ella sola va a ser capaz de levantar un colegio en ruinas, un
colegio que todo el mundo ha dado por imposible? No, ella sola no. Pero ella con Jesús sí. Y con María. No
olvidéis que ella, la Virgen de la Pureza, es la verdadera “reina” del colegio, la que lo va dirigiendo y
acompañando. Y ella está de parte de Doña Alberta. Juntas, podrán. Vaya que sí. El 23 de abril de 1870, un
poco asustada pero llena de confianza en Dios, Alberta Giménez entra por primera vez en el colegio de la
Pureza.
Lo demás no te lo cuento, porque lo sabes. El colegio no sólo resurge, sino que se multiplica. Mallorca,
Valencia, Madrid, Sant Cugat, Tenerife, Bilbao, Granada, Roma, Nicaragua, Panamá, Venezuela, Colombia,
el Congo… Todos estos lugares tienen algo en común: ¡La Pureza vive en ellos! En ellos late el espíritu de D.
Bernardo, el buen obispo que fundó el primer colegio; y de María Arbona y María Ferrer, valientes
colaboradoras suyas. Y, sobre todo, de Madre Alberta, la mujer fuerte, arriesgada, que con amor de madre
dio vida al colegio cuando nadie apostaba ya por él. Ella supo mirarlo con cariño y, como lo hacen las madres
con sus hijos, lo cuidó con esmero y lo ayudó a crecer. Gracias a ella estamos nosotros aquí. Y gracias, por
supuesto, a Jesús. Y a la Virgen de la Pureza. Que ella siga siendo la Reina de cada uno de nuestros
colegios, de nuestras casas, de nuestros corazones.
Y a cada uno de vosotros, los que sois y os sentís parte de esta gran familia de la Pureza, que hoy cumple
200 años, os digo… ¡¡felicidades!!
Y colorín colorado, esta historia… no ha terminado… ¡a por los 300!
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