Réquiem al político “espotero”

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Réquiem al político “espotero”
Álvaro Bracamonte Sierra*
Si algo nos fastidió en el 2006 fue la excesiva difusión de anuncios, jingles y “spots” que promovían a políticos
o aspirantes a políticos.
A la era de la globalización y de la economía del conocimiento México aportó una novedad perversa: El
político “espotero”. Éste se gastó millones y millones de pesos con tal de enterar a los ciudadanos de que
existía.
No importaba si había propuesta, menos si tenía los antecedentes, la formación, capacidad y oficio para
desempeñarse en la función pública.
En la época de la política “espotera” lo que cuenta son los recursos para comprar espacios en radio y televisión
y proyectar hasta el cansancio una imagen de ciudadano correcto, digno de la confianza de los electores.
Más del 70% de los gastos de los partidos en el 2006 fue a parar a las tesorerías de los grandes consorcios
mediáticos.
Estamos hablando de cerca de 3 mil millones de pesos; es decir, cerca de 300 millones de dólares lo cual,
considerando el gasto de cada candidato a la Presidencia de Estados Unidos (150 millones de dólares) da una
idea de lo costoso de nuestra democracia y de cómo, siendo un País pobre, se organizaba un proceso electoral
propio de economías prósperas.
Para bien de la salud de la República dicha desmesura quedará sepultada con la reforma electoral. Con ésta se
prohíbe la adquisición por parte de los partidos y particulares de pautas y tiempos en los medios electrónicos.
Sólo se usará el tiempo disponible por el Estado para promover las fórmulas propuestas por los partidos. El
gran negocio de las televisoras parece derrumbarse.
En el auge del político de los “spots” era frecuente la complicidad entre los periodistas estrella y los políticos.
Las entrevistas en TV y radio no eran fruto del olfato periodístico; nada más alejado de la realidad: Aquél que
compraba más tiempo aire obtenía a cambio entrevistas a modo para el lucimiento del político acaudalado y
generoso.
También se incluía la cobertura de sus actividades proselitistas en los noticieros de la televisora y de la radio.
Para que todo esto surtiera efecto, los políticos o los particulares nada más tenían que comprar espacios; lo
demás corría por cuenta de los concesionarios. También los dueños se sentían los amos del proceso político.
Tenían tanto poder que eran capaces de vetar anuncios de tal o cual político porque no se ajustaban a lo
“políticamente correcto”.
Con la reforma, el reino de la mediocracia, esto es, el poder de los medios para decidir quién era buen
candidato y quién malo, se extinguirá como poco a poco está desapareciendo el presidencialismo mexicano.
Ese poder que se les escurre a los medios de comunicación es lo que explica su “alzamiento” del martes 11
durante la comparecencia ante las comisiones unidas del Senado que preparaban el dictamen sobre la nueva ley
electoral.
Es el poder que pierden y no la defensa de la autonomía del IFE lo que en el fondo subyace. Fue patético ver
cómo las televisoras, especialmente TV Azteca, prepararon programas de discusión cuyos panelistas eran
prácticamente todos los locutores de sus medios informativos e incluso de la barra de chismes de espectáculos.
Lo vergonzante es el nivel intelectual de la mayoría de ellos. Para llorar. La famosa Paty Chapoy exclamando
barbaridades como “si pierde la libre expresión se pierde la libertad”.
Así, con esa defensa, es mejor darle el beneficio de la duda a los senadores que contra viento y marea se han
sostenido en una reforma electoral que es indispensable para reconstruir el andamiaje institucional, para que
los resultados de los próximos comicios electorales gocen de la confianza y legitimidad perdidas en el pasado
proceso.
Si la reconciliación nacional implica la salida de los consejeros del actual IFE y por supuesto la regulación y
disminución de uno de los poderes fácticos que con mayor visibilidad influyó en el 2006, creo que esa
reconciliación nacional estaría saliendo barata.
¿DÓNDE ESTÁ CALDERÓN?
Mientras el país se cimbraba con el debate en torno a las reformas electoral y hacendaria, mientras el País
despertaba convulsionado con los atentados contra las instalaciones de Pemex en Veracruz y mientras amplias
zonas sufren los estragos de los huracanes y resienten la secuela de lluvias, mientras el País se reconstruye
física e institucionalmente, Felipe Calderón seguía en uno de esos periplos presidenciales que, a juzgar por
experiencias anteriores, nada aportan a la prosperidad nacional.
En estas circunstancias conviene recordar, por interesante, aquello que un candidato presidencial decía: La
mejor política exterior es una buena política interior; seremos respetados en el extranjero si internamente
estamos bien.
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