1 ¿Mi vocación? Dios me llamó en seguida. En mi familia, la fe estaba muy presente, mantenida por una parroquia muy viva en donde participábamos: en la catequesis, en el oratorio los jueves por la tarde y en la escuela. Vivía cerca de una pequeña plaza, el lugar en donde jugaban todos mis amigos. Casi siempre estábamos fuera de casa. Mis amigos siempre pensaban en mí para organizar actividades: marionetas, juegos, trabajos manuales, etc. Me acuerdo también de varios niños con los que jugábamos que iban mal vestidos. Cuando tenía casi once años, un hermano planteó unas preguntas a toda la clase, que respondimos por escrito. A la pregunta «¿Te gustaría ser hermano?», respondí: «Quizá». No debí ser el único, ya que nos llamó a todos, uno a uno, para hablar de ello. Me acuerdo que le dije: «¡No he puesto sí!». No di más importancia a esta conversación, pero cuando volví a casa le dije a mi madre: «¡Me gustaría ir con los hermanos!». Supe luego que ella no quería que entrase en 6.° en La Valla. ¡Hizo bien!… ¡Pero yo seguía pensando en ello! Y un día recibí una tarjeta de un hermano que llevaba el icono de Cristo y esta leyenda: «Ven, sígueme… Pero se fue muy triste». ¡Me hirió el orgullo! No debía dar la espalda a Cristo… En resumen, entré en 4.° en Notre Dame del Hermitage. Pero lo que vi me decepcionó mucho: muchos seminaristas estaban allí por interés. ¡El ambiente parroquial de Chazelles era mucho más llevadero! No obstante, resistí, gracias a unas amistades sólidas, unos hermanos muy atentos y una vida de plegaria intensa. Este clima de rezo, reflexión y educación me ayudó a decidirme por el noviciado a los 18 años. Allí no entré solo, ya que muchos de mis compañeros dieron el mismo paso. Mientras tanto mis padres abandonaron Chazelles, donde ya no podíamos vivir, por el Alto Marne. Y justo llegar, mi madre cogió la tuberculosis. Estuvo seis meses en el hospital y un año en el sanatorio. Sufrí mucho. Mi familia lo pasó muy mal. Nuestro colmadopanadería iba a un ritmo lento. Mi abuela nos echaba una mano porque mi hermano trabajaba fuera de casa y mi hermana pequeña estaba en CM1: echábamos mucho de menos a mi madre. El día de la Anunciación, dije al Señor en mi oración, como María: «Que se haga tu voluntad». El Espíritu Santo apenas esperó veinticuatro horas para demostrármelo. Tras la misa, el responsable del noviciado me llamó: «Volverás a casa, para ayudar a tu familia». ¡Punto y final! En mi cabeza la idea del noviciado se había roto. Pasando por París, que no conocía, fui a rezar a la catedral de Notre Dame. En París pasé cuatro meses como comerciante. Y estaba en contacto con el responsable del noviciado. El trato con la gente y el comercio en sí me fueron muy útiles para mi labor futura. Mi padre pudo contratar a una joven vendedora. Y así pude entrar en el noviciado junto con mi «promoción». 2 De mi año de escolasticado en Saint-Genis-Laval solo me acuerdo de algunos deberes que me abrieron otros horizontes: el orfanato de Saint-Vincent d’Oullins, donde pasamos mucho tiempo con los niños tutelados por la DDASS, y unos cursos de órgano y armonía en la Universidad Católica. Vivíamos en pequeños grupos, y la amistad hizo mella en nosotros. Muchos de mis compañeros no prosiguieron sus deberes. Solo les apasionaban sus estudios. Una vez más, me di cuenta de que si uno no se afianza en un proyecto, si no lo cuida mucho con el rezo y la oración, no se consigue nada. «Dios nos da las nueces, ¡pero no nos las rompe!» o «si el Señor no construye la casa, es inútil el trabajo de los albañiles». Hermano al servicio de los jóvenes desde hace 43 años: 2 años en la enseñanza católica y 41 en la enseñanza pública. Me siento ante todo un servidor. Me dicen muy a menudo que la diferencia de edad no es un problema. Sé escuchar, sirvo de estímulo, soy hermano de todos, acojo a los más pobres y vivo con pocas cosas por respeto a ellos. Siempre he sido un apasionado, empeñado en llegar hasta el final de un proyecto. Para mí, este proyecto es el de Champagnat: vivir con los jóvenes el mayor tiempo posible, para contagiarme de sus preocupaciones, sus alegrías y sus inquietudes. El compañerismo, si permanezco lo más cerca posible de Cristo y María, siempre nos arrastra hacia Él. Sujetar la mano de Jesús, para apretar mejor la de los jóvenes que me envía. ¿Cómo? Muy sencillo: rogar, alabar, interceder al mismo tiempo, leer y releer la Biblia, pasar algún tiempo en la intimidad con Dios, porque es de Él de quien se trata, ¡no de mí! ¿Mi vocación? ¡Es así! Estar atento a las señales que me envía, y dar curso a ello con los pocos medios que tengo. Convertirse en hermano es ser cristiano a jornada completa, es decir, vivir en el Espíritu. ¡Todo lo demás está en segundo lugar, no es secundario! ¿Por qué marista? ¡Porque estaban en mi paisaje! ¡El principio de la Encarnación! La vida religiosa solo es un medio, no un objetivo. Los tres votos son protecciones, no dificultades; ¡una liberación, no una losa! Cuando hice la profesión perpetua, muchos jóvenes estaban allí. Aún veo sus ojos: ¡estaban tocando al altar!… ¡Un auténtico regalo! Es a ellos a quienes me enviaste, Señor; ¡ayúdame a no apagar esta mirada, reflejo de la tuya! Plegaria: ¡Jesús, si quieres que te siga de una forma particular, te ruego que me hagas un signo claro! Dijiste bien: «¡Pedid y recibiréis!». ¡Me conoces mejor que yo! No te preocupes, estoy a tu disposición. Sé que me llenarás. Que tu Espíritu Santo me acompañe, como María, tu madre. Amén.