Hoy se concentra en la Cruz toda nuestra atención

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HOMILÍA DEL VIERNES SANTO. Abril 2006
“Padre a tus manos encomiendo mi espíritu”. El
Viernes Santo, centrado en la Pasión, es un día de ayuno y
penitencia, orientado a la contemplación de la Cruz. Las lecturas
proclamadas afirman que “el Siervo de Dios” fue ultrajado por
nosotros; “el sumo sacerdote” se ha ofrecido como víctima a Dios
para convertirse en autor de salvación; “el rey de los judíos” con la
sangre y agua que brotó de su costado traspasado fundó la Iglesia
para la salvación del mundo. A través de la fe hemos de descubrir
lo trascendente en el relato de la pasión, percibiendo la vida misma
que brota del árbol de la cruz, la luz que vence las tinieblas, la
verdad que sobrevive a las mentiras. El misterio de la cruz del
Señor es fundamento de nuestra esperanza, y fuente de salvación.
“Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que muertos al
pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado” (1Pt
2,24). Por eso, la misericordia de Dios nunca tarda en llegar: “En
verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43).
La relación paterno-filial
La pasión de Cristo hemos de entenderla en esa relación
paterno-filial por la que el Hijo se entrega a si mismo por amor al
Padre, “haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de
cruz” y el Padre entrega al Hijo por amor. En el misterio del
Crucificado “se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al
entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor
en su forma más radical” (Deus caritas est, 12). Hoy vemos cómo
el amor de Dios no puede llegar a más, contemplando la figura de
Cristo como hombre doliente. “Desfigurado no parecía hombre ni
tenía aspecto humano. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado
y evitado por los hombres, como un hombre de dolores. El Señor
quiso triturarlo con los sufrimientos”. El orgullo es vencido por la
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humildad, el odio por el Amor, la violencia por la mansedumbre.
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto”. “El que
pierda su vida, la ganará; el que pretenda guardarla, la perderá”.
La cruz, fuente de vida eterna
En este silencio meditativo surge la pregunta: ¿Por qué
el dueño y el autor de la vida, por qué el inocente debía de morir?
Esto escandaliza a unos y para otros es una necedad. Sin embargo
la cruz de Cristo es el amor de Dios hecho certeza victoriosa
porque “tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito para
que el que cree no muera sino que tenga la vida eterna”. Esta era la
voluntad del Padre y Cristo la cumplió para liberarnos del pecado y
hacernos partícipes de la vida divina. “Murió de una vez para
siempre por los pecados, el justo por los injustos, con el fin de
llevarnos a Dios” (2Pe 2,22-25).
La cruz, luz para nuestro sufrimiento
“Mirarán al que traspasaron” (Juan 19, 37). Vino a
compartir el sufrimiento y darle sentido con su presencia. El amor
de Dios no nos protege de todo sufrimiento pero nos acompaña en
todo sufrimiento. Por eso San Pablo predica “a Jesucristo, y éste
crucificado” (1Cor 2, 2) y proclama que nuestra gloria es la cruz de
nuestro Señor Jesucristo. Sin esta bendita cruz sería difícil
convencer al hombre del amor de Dios. Los que se ven afectados
por cualquier clase de sufrimiento, los que se ven agobiados por
los reveses de la vida, aquellos para quienes las lágrimas son su
pan noche y día, todos encontramos en la cruz de Cristo una fuerza
que actúa en nosotros, nos da ánimo y alienta nuestra esperanza. El
mal con sus efectos parece desbordarse sembrando por doquier
destrucción y muerte, injusticia y dolor. Pero el mal no tiene la
última palabra. La mentira, las tinieblas y la muerte habían colgado
de un madero la verdad, la luz y la vida, pero éstas vencieron
precisamente en la cruz.
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Cruz y seguimiento de Cristo
“El que quiera venir en pos de mí, cargue con su cruz y
me siga”. El seguimiento de Cristo que se contrasta por el sello de
la cruz como garantía de la resurrección, conlleva reconocerle
como único Señor de nuestra existencia, ofrecer nuestra vida como
entrega al Padre en el servicio a los demás, defender con todo
esfuerzo la cultura de la vida y la civilización de la paz. El "Ecce
homo" es el signo de la humanidad doliente a la que Dios exaltará
(Fil 2,6-9). “Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré todo
hacia mi”. Dios cumple siempre sus promesas. El amor es el que
salva, el que redime, venciendo el odio y el pecado.
Cristo padeció por nosotros dejándonos ejemplo para
que sigamos sus huellas. Acompañemos el silencio y el dolor de
María que permaneció fiel a la voluntad de Dios confiando en su
Palabra de vida. Ella es nuestro estímulo y apoyo. Ante esta
suprema manifestación del amor de Dios, el hombre sólo puede
prosternarse en actitud de adoración pues en El “están ocultos
todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 3).
Mirando a Cristo en la cruz nada falta. Lo dio todo. No se le puede
pedir ya más amor, ni más sacrificio ni mayor entrega. Mirando
desde la cruz de Cristo a la humanidad vemos que aún falta mucho:
nosotros, miembros del cuerpo de Cristo, no lo hemos dado todo
por Cristo y por los hermanos. Señor, descansa en paz. Tu verdad
es descanso, es nuestro descanso. La Cruz de Cristo, escribe en el
siglo V el Papa san León Magno, “es manantial de todas las
bendiciones, y causa de todas las bendiciones” (PL 54, 340-342).
“Mirad el árbol del la cruz, donde estuvo clavada la salvación del
mundo. Venid a adorarlo”.
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