Bobby Aizenberg. por Italo Calvino - No-IP

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Bobby Aizenberg
Lo vacío y lo lleno decidieron intercambiar sus papeles. Todo lo que era vacío se
volvió lleno y todo lo que era lleno, vacío. Las casas se convirtieron en bloques
compactos cuyos intersticios vacíos ocupaban el lugar de las paredes interiores y
de los cielos rasos, separando habitaciones en forma de cubos sólidos, perforados
por cavidades vacías que reproducían las formas de los objetos y de los muebles.
Que las puertas y las ventanas estuvieran abiertas o cerradas no hacía diferencia
alguna, porque el aire de las habitaciones era cemento inmóvil y en cambio las
cosas que habitualmente se pueden robar, eran aire.
Las personas eran envoltorios vacíos, pero había pocas dispuestas a perder la
rigidez y la gravedad que caracterizaban su autoridad y firmeza de carácter: más
aún, su empaque era mayor que nunca y dilataban sus propias dimensiones, ya
no constreñidas en los limites de su consistencia corporal. Uno puede disponer del
propio vacío con mas facilidad, estirándose o ramificándose, y cuanto más sea el
vacío de que se dispone, mejor parado quedará. En cambio los que hubieran
querido poseer un espacio interior donde recogerse, inútilmente buscaban en el
fondo de la propia alma: el refugio que esperaban encontrar estaba obstruido,
relleno de ripio, emparedado.
Todos estos fenómenos afectaban más el adentro que el afuera. Las superficies
exteriores habían conservado toda su importancia, y hasta se puede decir que el
mundo era sólo superficie debajo de la cual había el vacío o una densidad espesa
y homogénea. Ambos modos de ser, vacío y lleno, deparaban en su uniformidad
pocas sorpresas: y como el adentro era inerte e insípido, lo único interesante que
quedaba era el afuera. Del mundo no existía más que una cáscara delgada: todas
las formas se podían reducir al tegumento chato, abigarrado y articulado que
revestía su engañosa apariencia tridimensional, como una caparazón de
crustáceo. Toda presencia física (entre lo viviente y lo inanimado no subsistía
ninguna diferencia) se podía descomponer en láminas, losetas, escamas,
ensambladas por presión recíproca como las duelas de una barrica que se sueltan
si se rompen los cercos de hierro que las sujetan.
Que en un mundo así dominara la madera (alfajías cepilladas, tarugos macizos) o
el metal (en láminas o en lingotes), Es cuestión secundaria.
Más importante sería saber cuáles eran las pasiones dominantes –ambición,
angustia de soledad, arrebato de crueldad, de aniquilamiento, deseo de posesión,
nostalgia- que agitaban los corazones, llenos o vacíos.
Hay quien dice que todo era como esto. Hay quien dice que el mundo no es sino
éste donde habitamos nosotros, que no lo sospechamos distinto de lo que debería
ser, y no nos damos cuenta de nada. Hay quien dice que Bobby Aizenberg supo
todo esto, y que se ve al mirar sus dibujos y pinturas.
Italo Calvino
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