Trinidad

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Domingo de la Santísima Trinidad, ciclo C
EL MUNDO NO SE ENCUENTRA EN EL VACÍO
por KARL RAHNER
El Evangelio de hoy es un fragmento de la santa cena o discurso de despedida del Señor. Se trata, efectivamente, de una partida, que es retorno al Padre, y también de la existencia en el mismo Espíritu Santo.
No se trata de imaginarnos que Jesús se va, ya que dice en seguida, para consuelo de
los apóstoles: No tengáis miedo, yo os envío al Espíritu Santo. Lo hace, naturalmente; pero sólo podemos entender este paso si presentimos —al menos por la fe—, según las palabras que aquí dice el Señor, que irse es, en el fondo, la venida del Espíritu Santo. Podemos decir que ni en el mundo, ni en el corazón no se produce el vacío. Y donde se hace
un lugar verdadero por la separación, por la muerte, por la renuncia, por el vacío aparente;
donde ese vacío, que no puede ser permanente, no se llena por el mundo, por el ajetreo o
por el parloteo, o por la tristeza humana que mata, ahí está Dios. Cuando Dios está así en
el corazón, lo nombramos Espíritu Santo, porque se nos ha abierto desde la plenitud de la
divinidad y nos ha sido enviado como el Espíritu del Hijo. Y viene, si tenemos fe en él —en
el Espíritu Santo— cuando Jesús nos priva de su presencia, aparentemente tangible, que
nosotros neciamente tenemos por la sola presencia válida; llega cuando nos quita el consuelo de lo que se puede decir y palpar, de todo aquello que es visible. Por eso dice: Os
conviene que me vaya. Si me voy, os enviaré al Espíritu.
Pero ese Espíritu no puede venir a los corazones que no quieren abrirse. Cuando llegue, dice Jesús, convencerá al mundo que hay pecado, justicia y juicio. ¿Cómo lo hace
esto, el Espíritu? Por razón de su tristeza pecadora, el hombre se da cuenta en el fondo
del corazón, por más que proteste, que no está en la verdad, ni en la justicia, sino en el
pecado. Se da cuenta de su pecado porque no cree en Jesús, que es dado por el Espíritu.
Así, en ese vacío, que es mortal porque no se llena por el Espíritu de Dios, el mundo
queda convencido que la única justicia consiste en decir sí al hecho de que el Hijo se vaya
hacia el Padre y que ya no lo veamos más; y que solamente vivimos en la verdad cuando
admitimos esto. Pero entre vosotros, discípulos míos —dice Jesús—, ocurre de otro modo,
porque en esta experiencia, aparentemente tan oscura, el Espíritu siempre vuelve. Cuando
venga el Espíritu de verdad, es decir, yo mismo, os introduciré —¿en qué?— no sólo en la
verdad parcial sino en toda la verdad. Porque este Espíritu no dice una cosa cualquiera,
sino que lo que recibe de mí, que he entrado con vuestro destino a la infinitud del Padre.
Habla de lo que oye, de quien es la eterna sabiduría del mismo Dios, que nace en el silencio y en la experiencia de nuestra propia y crucificante finitud.
No hablará por su cuenta, sino que hablará de lo que oye y os anunciará el futuro: precisamente Dios mismo. Siempre nos estamos acercando a la ida de Jesús al Padre y
siempre nos parece que eso es separación. Siempre se cumple ese destino de Jesús en
nuestra propia vida.
El Espíritu de Dios siempre viene así, con su vida, con su justicia y con toda la verdad,
y nos introduce en la luz y en la vida eterna de Dios.
Homiliario bíblico, Barcelona : Herder, 1967, 79-83
MONESTIR DE SANT PERE DE LES PUEL·LES
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