Los estándares internacionales, como las Reglas de Bangkok, reconocen que... mujeres afrontan ciertos factores de riesgo y antecedentes particulares, necesitan...

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Iberoamérica: Mujeres, presas y languideciendo sin cuidados dignos
Martes, 12 de Enero de 2016 11:22
Los estándares internacionales, como las Reglas de Bangkok, reconocen que como las
mujeres afrontan ciertos factores de riesgo y antecedentes particulares, necesitan una atención
médica específica con perspectiva de género. Los derechos humanos de las mujeres privadas
de libertad contemplan una situación mejor, que debe promoverse a escala nacional e
internacional.
Por IPS.- Es un hecho lamentable que en la mayoría de los países, las personas privadas de
libertad tienen peores condiciones de salud que las que no lo están y que no siempre se
protege su derecho a la atención médica. Pero algunos sectores están más postergados que
otros, como ocurre con las mujeres.
La situación se hizo evidente al visitar la clínica de una gran cárcel de mujeres en el sur de
Filipinas y observar a una mujer flaca enrollada e inmóvil en un estrecho banco de madera.
Movía las manos sobre su tenso y abultado abdomen con los ojos apretados.
La enfermera explicó que era una adicta detenida por posesión de droga, con un embarazo
avanzado y cuyo bebé había muerto pocos días antes en un hospital estatal a consecuencia
del abuso de drogas y después de un parto complicado.
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Las condenas por posesión de drogas crean condiciones de hacinamiento lamentables en las
cárceles de ese país.
Con la escasez de personal, de medicamentos y de camas en la cárcel, el mejor tratamiento
para el duelo, para el dolor de estar separada de su familia y para los posibles años de espera
de un juicio son paracetamol, palabras agradables y un banco. Esa mujer vivirá en un
purgatorio particular y específico a su condición de género.
Conversando con presas y personal médico en cinco países, el equipo de investigación de
Dignity encontró respuestas perjudiciales y trabas a la atención médica por tratarse de mujeres
privadas de libertad.
Eso incluye mujeres presas en Jordania recuperándose de brutales actos de violencia de
género (como crímenes de honor y violación) sin recibir un tratamiento adecuado ni
rehabilitación, otras preparándose para, o recuperándose de, un parto en habitaciones sucias
con cantidades de agua, jabón y raciones por debajo de un estándar mínimo, y otras más,
aisladas y castigadas por tratar de lastimarse o suicidarse.
“Una muchacha utilizó el filo de una concha marina para cortarse las muñecas”, relató
una presa en Filipinas. “La regañaron diciéndole ‘¡si quieres morir, adelante, hazlo
ahora!’”, añadió.
Los estándares internacionales, como las Reglas de Bangkok, reconocen que como las
mujeres afrontan ciertos factores de riesgo y antecedentes particulares, necesitan una atención
médica específica con perspectiva de género.
Más mujeres que hombres sufren ciertas enfermedades, como VIH/sida, hepatitis y otras como
cáncer. Tienen distintas necesidades en materia de salud sexual y reproductiva, como las
relacionadas al parto, el aborto y la menopausia. Y también son más susceptibles a problemas
psicológicos particulares.
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Numerosos estudios revelan que la daño autoinfligido en prisión es 10 veces mayor entre
mujeres que hombres, y el suicidio también es proporcionalmente más elevado y la lista sigue.
Las mujeres, en especial las que están en conflicto con la ley, también tienen más
probabilidades de haber sido víctimas de violencia de género y de abuso sexual sostenido. Sin
embargo, las cárceles tienen cada vez más presas y rara vez están preparadas para responder
a esas formas de traumas.
“Casi todas las mujeres aquí son madres y muchas tienen antecedentes de malos tratos y de
abuso”, relató una trabajadora de la salud de una cárcel, mientras señalaba un patio con unas
30 reclusas.
“Puedo echar una mirada y contar más de 10 mujeres que fueron violadas. Algunas
fueron obligadas por sus familias a prostituirse. Luego, llega el abuso de drogas y se
forma un círculo vicioso”, añadió.
A eso se suman otros factores culturales que impiden una adecuada atención médica.
Por ejemplo, en Jordania, Zambia y Filipinas, algunas presas relataron que solían evitar
informar de infecciones urinarias o de problemas de salud sexual y reproductiva al personal
médico masculino. Y, sin embargo, muchas cárceles no emplean médicas, lo que les crea
condiciones debilitantes.
Las conclusiones de la investigación de Dignity subrayan la urgente necesidad de que las
cárceles y los centros de detención cuenten con un marco de salud con perspectiva de género
y sensible a los traumas y que atiendan las necesidades específicas de las mujeres y capaciten
al personal.
En ciertos lugares encontramos algunas iniciativas en esa dirección. Pero no todas las
respuestas sanitarias con perspectiva de género son médicas. El modelo tradicional de cárcel,
pensado como una dura respuesta penal contra hombres violentos, sigue siendo la base de
muchas instituciones, aun cuando son para grupos no violentos ni varones.
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En muchos centros donde las mujeres se refirieron a las duras estructuras disciplinarias,
relaciones negativas entre las presas y el personal y su separación de relaciones positivas,
solían registrar baja moral, formas de depresión y otros signos de problemas importantes como
autolesiones o huelgas de hambre.
La situación fue notoriamente diferente en algunas instituciones, como una en Albania, que
vinculaba a las mujeres con la comunidad, en especial con niños y niñas y les daba
herramientas para hacer frente a ese contexto, aprender, comunicarse y prepararse para el
futuro.
El ejercicio se considera un elemento importante para la salud y un buen estado de ánimo,
además de ser un derecho contemplado por la legislación internacional, como las Reglas de
Mandela.
Sin embargo, solo en uno de los cinco países estudiados, Filipinas, se alentaba y se permitía a
las presas realizar actividad física todos los días. En otros, las instalaciones deportivas solo
eran comunes en cárceles para varones.
Muchas de las conclusiones de este estudio coinciden con las observadas en 2013 por
el relator de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la Violencia contra las
Mujeres sobre la detención de mujeres y evidencian ejemplos claros y dañinos de
discriminación.
Al revisar asuntos planteados por informes de tratados de la ONU encontramos que la salud de
las mujeres está en el debe; los expertos del foro mundial no le prestan la atención necesaria.
Los derechos humanos de las mujeres privadas de libertad contemplan una situación mejor,
que debe promoverse a escala nacional e internacional.
Como dijo el escritor ruso Fiódor Dostoyevsk, la sociedad debe ser juzgada por la forma en que
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trata a sus presos. O como dijo una madre, sobreviviente de violencia doméstica y recluida en
una cárcel de Zambia: “Si cometes un delito, debes aceptar ciertas cosas. Pero no
merezco experimentar algunas de estas. Llegué sana a la prisión. No pretendo salir
enferma”.
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