Fernando Flores/ Mario Valdivia 25/01/13 Borrador. DISEÑO Y CUIDADO DE MUNDOS EN UNA ERA DE INCERTIDUMBRE. Introducción. Preocupados por el desarrollo de Chile, hablaremos de oportunidades, competitividad y sentido de comunidad. De ampliación sostenida e igualación de oportunidades para todos los chilena/os. De cultivo de una convivencia solidaria. De competitividad, eficiencia o productividad en lo que hacemos. Como nuestra mirada está puesta en el diseño de políticas públicas, una forma de generación de acción colectiva, hablaremos también, y muy especialmente, de cultivar e intervenir en estados de ánimo. Y lo hacemos tomando en cuenta el fenómeno histórico central de nuestro tiempo: la incertidumbre traída por la globalización. Ante la integración mundial de mercados y prácticas comunicativas entre más de siete mil millones de seres humanos, y el emerger disruptivo incesante del mundo que motoriza la tecnología, podemos decir que hablar del desarrollo de Chile es hablar de la manera como recibiremos la globalización. Y hablar de políticas públicas de desarrollo, es hablar de políticas para una época histórica de incertidumbre. Hagamos ahora una breve explicación de esta entrada un tanto abrupta. Preocuparse del desarrollo de Chile no quiere decir, como todos sabemos, tener la vista fija exclusivamente en el crecimiento del producto interno bruto. También nos preocupa su distribución, que no nos gusta y no mejora. Para no impacientarnos demasiado, hablamos habitualmente de avanzar hacia una mayor igualdad de oportunidades, lo que tampoco ocurre a la velocidad imaginada. Y también la dificultad, aparentemente una rebeldía adicional, para dejar atrás un sistema productivo que nos parece excesivamente apegado a la explotación de recursos naturales. No queremos vernos a nosotros mismos principalmente como leñadores, hortelanos, pescadores, mineros y empleados de la banca, el retail y algunas academias locales. Quisiéramos innovar mucho más que lo que conseguimos hacer, a pesar del empeño y los buenos propósitos. Al considerar las oportunidades, nos interesa entender cómo ellas ocurren en el mundo y qué hacer para ampliarlas sistemáticamente y emparejarlas. Y si hemos de tomarlas en 1 serio no debemos considerarlas “exógenas”, dándolas por sentado sin mayor explicación, como si se trataran de iluminaciones que ocurren en la mente de individuos. Sabemos que el horizonte de posibilidades que se nos abre en Santiago, a cualquiera de nosotros, no incluye las oportunidades tras las que se movilizan en este momento – ya - centenares de emprendedores digitales en el Silicon Valley, emprendedores de la biotecnología en San Diego o emprendedores de la fragmentación hidráulica – el fracking – en Texas. (Y no es que todo lo nuevo ocurra en Norteamérica, pero los ejemplos son buenos y llamativos). Sabemos también, o sospechamos con fundamento, que el horizonte de lo posible del estudiante medio de nuestros colegios municipalizados, que es a la vez un poblador de alguna de nuestras poblaciones sociales masivas, no debe ser especialmente amplio ni motivador, salvo en participar en alguna banda o pandilla. Y a todos está alarmando en serio los volúmenes masivos que adquiere nuestra educación superior y los horizontes de posibilidades – esperar una buena pega – que aparentemente produce de manera sistemática entre sus egresados. Muchos piensan: ¿qué pasará cuando el crecimiento de la economía se reduzca un poco? Sin embargo, no queremos quedarnos con intuiciones que parecen más ambiguas que lo conveniente. (Porque, entre otras cosas, están los jóvenes futbolistas de clase mundial que se han producido, y siguen haciéndolo, en esas mismas poblaciones y colegios. Y están esos pocos laboratorios donde se hace biotecnología de buena calidad. Y esas pocas empresas que han posicionado identidades globales. Y más ejemplos variados aquí y allá) Junto con hablar de oportunidades tendremos presente también nuestro sentido de comunidad como chilenos. A fin de cuentas es de Chile - supuestamente el de todos, según todos - y su desarrollo que estamos preocupados. De un tiempo a esta parte nuestra convivencia no nos gusta. Nos produce una marcada ansiedad, y tampoco parece mejorar; quizás empeora. El sentido de solidaridad que se hace presente ocasionalmente en grandes cruzadas, en el fútbol y en los habituales terremotos (Favor olvidar el saqueo en Concepción.), parece haber desaparecido de otros ámbitos. El “modelo” que parecía tenernos tan contentos hasta hace poco, recibe críticas por todos lados y no son muchos quienes lo defienden con todo. Cada proyecto de inversión significativo divide a los interesados, próximos y lejanos, a veces hasta llegar a la violencia. Parecemos ahogados en una convivencia agonística de suma cero, que impide toda negociación desde un mínimo de solidaridad compartida. Y además de convivir solidariamente debemos preocuparnos, obviamente, de competitividad, productividad o eficiencia en lo que hacemos y producimos. Nuestra mirada está puesta en el universo de preocupaciones de las políticas públicas. O sea, en el potencial diseño de - cuando menos - algunas intervenciones de creación de oportunidades, de producción de un sentido de comunidad y de compromiso con la eficiencia y por competir. Con eso nos daríamos por satisfechos de sobra. Para conseguirlo, sabemos que debemos hablar de estados de ánimo, ojala consiguiendo animarnos a tomarlos en serio, sacándolos de la caja negra de lo “exógeno” en que habitualmente los metemos. El temple anímico es esencial para el diseño de acción colectiva, como bien saben los entrenadores, los empresarios, y nosotros mismos en pantuflas y titulados de paternidad. Queremos tomarlo en serio. Nada sale bien en los 2 ánimos inadecuados, cualquiera sea la calidad de las ideas, la inteligencia de sus autores y la santidad de los propósitos. Y lo que sea que digamos o hagamos, debemos hacerlo tomando en cuenta el fenómeno histórico central de nuestro tiempo: la globalización. Se trata de la integración de mercados y prácticas comunicativas entre más de siete mil millones de seres humanos en todo el mundo; pero no solo eso. Consiste, esencialmente, en una nueva época histórica movilizada de arriba a abajo por un incesante desarrollo tecnológico de base científica. La innovación disruptiva - impredecible y contingente - de relaciones de poder planetarias, mercados, industrias y estilos culturales, le da su sello definitorio, caracterizándola como una era de incertidumbre. Es decir, el desarrollo de Chile y sus quince millones de chilenos depende de la manera como nos llega la globalización, como la recibimos, como nos integraremos a ella; o sea, en como preparamos nuestra receptividad al futuro en esta época incierta. Los horizontes de posibilidades emergen desde nuestro apearnos en el mundo encarnando interpretaciones a la mano. Comenzamos diciendo que las posibilidades – oportunidades, desafíos, amenazas – se entienden mejor como horizontes abiertos por la actividad involucrada que realizamos con otros que como productos de mentes individuales consistentes en información sobre el mundo. Por un lado, como resultados colectivos más que individuales. Por otro lado, como emergiendo primordialmente de nuestras actividades involucradas cotidianas más que de una práctica tan derivada y específica como la de recoger y procesar datos del mundo. Aquello que llamamos posibilidades obviamente no son unas “cosas” más del mundo, como los árboles, los edificios o los billetes de mil pesos, que todos podemos ver de una manera que nos resulta homogénea y evidente. Tampoco consisten en información flotando libremente al alcance de todos, como el precio del pan o una fecha en el calendario. Más bien aparecen como el espacio de futuro que se abre hacia delante; como el horizonte de lo que es posible. Constituyen un fenómeno tan primordial que nuestras acciones cotidianas resultan entendibles por completo como un afanarnos por navegar en este horizonte, abriendo y cerrando posibilidades. Trotamos para mejorar nuestra salud, como es nuestra costumbre; leemos este documento con vistas a preparar uno nuestro con más antecedentes; vamos al cine con el propósito divertirnos, como lo hacemos habitualmente, y talvez para conversar con nuestros amigos cinéfilos; participamos en un seminario para aprender y prepararnos mejor para lo que viene, como lo hacemos a menudo. En nuestro actuar en el presente estamos permanentemente abriendo y cerrando posibilidades futuras que emergen ante nosotros como un espacio completamente natural y no examinado. Hablamos de algo tan próximo que quizás puede pasar desapercibido de puro obvio. El horizonte de posibilidades abierto ante el economista experto que se encuentra leyendo este documento, emerge desde el conglomerado de prácticas que constituyen su profesión, las que encarnan una interpretación de en qué consiste ser un experto profesional de la economía. Si se trata de un empresario, un periodista, un ministro de 3 Estado, un senador que dirige una campaña electoral, o un joven dirigente estudiantil, obviamente todos ellos lo leerán afanados por posibilidades muy diferentes y distintivas. Mediante una elemental auto-observación podemos darnos cuenta que esto ocurre antes de que nuestro pensamiento delibere. Al descubrirnos - de pronto - leyendo activamente, nos percatamos que ya – con anterioridad - tenemos por delante un horizonte de lo que es posible, que nos llama, por así decirlo, orientando nuestra acción. Que los espacios de posibilidades que se nos abren emergen encarnando interpretaciones a la mano (de lo que es posible) desde nuestros particulares universos de prácticas, es una constatación especialmente gravitante para nuestra preocupación por el desarrollo. Así como apunta al “lugar” donde ellas se producen, nos asegura que habrá ineludiblemente diferenciales de oportunidades. Por un lado, ellas estarán marcadas por diferencias entre los mundos de prácticas en que nos movemos economía profesional, empresa, representación política, liderazgo estudiantil. Por otro lado, por diferenciales en las habilidades para actuar competentemente, así como por diferenciales en las capacidades para hacerlo (p ej. diferencias en las disponibilidad de instrumental), y también por diferencias en las identidades, o reputaciones sociales de los actores. Al hablar del objetivo de construir una sociedad con igualdad de oportunidades, con la liviandad algo olímpica de los buenos deseos de quienes miramos el mundo desde arriba, todos reconocemos su importancia. También cuando insistimos desde hace años en la posibilidad de agregar más valor a nuestros recursos naturales. Sin embargo, inmediatamente después de reconocer que las oportunidades constituyen una cuestión fundamental, prácticamente damos por sentado el fenómeno que ellas son; así al menos lo hace una parte de los estudios aceptados sobre desarrollo. Basándose en una traducción al mundo social de una vieja tradición de las ciencias naturales, aquellos se basan usualmente en enfoques que no tienen especialmente presente el fenómeno de la acción humana como configuradora de posibilidades. Acostumbran lidiar principalmente con hechos observables del mundo, o que pueden reducirse a información elaborada sobre ellos, que de estar a su alcance resultarían evidentes para todos los agentes humanos. Al igual que con las necesidades, deseos y quereres de los seres humanos, en algunos casos sus oportunidades son dadas por sentado como si se trataran de fenómenos psicológicos individuales, o bien, con plena conciencia de su importancia decisiva, tienden a buscar relaciones muchas veces mecánicas y sin fundamento preciso entre éstas y determinadas condiciones económicas o sociales convertidas en variables causales potencialmente cuantificables. Sin embargo, en la actualidad, después de la aparición de las nuevas disciplinas científicas características de fines del siglo pasado - ecología, etnografía, estudios culturales y de género -, cada vez resulta menos aceptable dejar afuera - exógeno – el carácter interpretativo de la acción humana compartida; cuando menos en las llamadas ciencias sociales. (Referencias: Martin Heidegger, Ser y Tiempo. Peter Sloterdijk, Has de Cambiar tu Vida, Sheila Jasanoff, States of Knowledge. Hubert Dreyfus, Estar en el Mundo. Fernando Flores et. al., Disclosing New Worlds.) 4 Las posibilidades están acompañadas esencialmente de estados de ánimo. Los seres humamos actuamos decidiendo “hacia adelante”, con vistas a un futuro de posibilidades que nos afana. Sabemos por experiencia propia, muy especialmente en el inicio de este siglo vertiginoso, que el porvenir no puede predecirse procesando información del mundo pasado y presente. Sin embargo, como hemos argumentado, cada uno se encuentra - ya - “lanzado”, desde sus prácticas cotidianas, hacia un horizonte de lo posible. (O para evitar cualquier connotación negativa o violenta que pueda provenir de la expresión “estar lanzado”, podemos decir habiendo sido “ya recibido” por éste). J.M. Keynes se dio cuenta de este fenómeno esencial y de lo ciega que podía resultar la mirada al ser humano como agente procesador de información, aunque lo hizo de una manera que los pensadores posteriores que quisieron seguirlo quizás no supieron como continuar elaborando de una manera plenamente convincente. Habló de los "espíritus animales" para referirse a un modo de confrontación del mundo por parte de los agentes humanos que los hace interpretar la existencia o inexistencia de oportunidades para actuar. Alude a un estado emocional colectivo fluctuante que, de pronto, lleva a los agentes a decidir llevar adelante o bien detener proyectos de inversión. Al tratarlo como un fenómeno animal, Keynes quiso incorporar en el centro de la acción humana un impulso movilizador que es explícitamente no “racional”, en el sentido de que no proviene de un razonar calculativo; o sea, que no puede ser reducido a información procesada sobre el mundo. No siendo una fórmula explícita, constituye, sin embargo, una convicción definitiva de actuar. Ahora hablamos de estados de ánimo, o predisposiciones colectivas que nos inclinan a configurar posibilidades como invitantes o bien recusantes, tiñéndolas desde su inicio básicamente como oportunidades o amenazas. De nuevo, mediante una elemental autoobservación podemos darnos cuenta de que el temple anímico constituye la manera más primordial en que los seres humanos confrontamos el mundo. Es desde nuestras inclinaciones anímicas que nos encontrarnos con aquello que nos resulta llamativo o patente, y con el hecho que determinada información nos resulta relevante o indiferente, prestándole atención o no. Las oportunidades del futuro se nos presentan llamándonos desde nuestros estados de ánimo. Mientras que se trata de fenómenos que tienden a ser invisibles para la policy making académica establecida, constituyen lo más llamativo y esencial para los emprendedores, los líderes políticos y los artistas; y también para cada uno de nosotros en nuestras acciones cotidianas. Quien se encuentre interesado en producir acción colectiva – acción con otros que puede ser tan simple como una relación de dos - sabe que no confrontamos al mundo fundamentalmente como observadores curiosos que buscan y procesan información con la indiferencia anímica de un experto exclusivamente interesado en obtener conocimiento exacto. “Grandes y exactas verdades” nos dejan muchas veces indiferentes. Expertos de todas las disciplinas – salubristas públicos, moralistas, psicólogas, economistas, climatólogas, ecólogas - experimentan habitualmente este fenómeno, que puede resultar paradojal, si no frustrante. ¿Ocurre esto por la tendencia del experto de proyectar sobre los seres 5 humanos en general, en su actuar habitual y cotidiano, su peculiar vinculación de razonador calculativo con el mundo? Es posible. Seguramente presuponemos, como académicos, que el ser humano se mueve en el mundo de manera semejante a como lo hacemos nosotros cuando operamos como expertos en nuestra disciplina profesional. Constituye un ejemplo más, perfectamente natural, de proyección sin examinar de los horizontes de posibilidades que emergen a la mano en nuestros mundos de prácticas. Vivir es encontrarnos - ya - implicados con otros lidiando con nuestros afanes. Embarcados en proyectos empresariales o profesionales en el mercado, en relaciones de intimidad, de amistad o familiares, comunicándonos, discutiendo y votando en elecciones políticas, producimos nuestra historia de fracasos y éxitos, de ganar y perder relaciones, de crear quienes somos en privado y en público. Nuestro estar en el mundo nos afecta; tenemos estados de ánimo que nos inclinan a lo que viene. Para unas políticas públicas dedicadas al diseño y cuidado de mundos, los estados de ánimo constituyen fenómenos afectivos colectivos fundamentales. Será imprescindible intervenir en los estados de ánimo, cerrando el paso a la resignación y sus derivados habituales – tranquilización, cinismo, victimización, desolación - que impiden abrir nuevos espacios de posibilidades y tomar responsabilidad por ellos. De no hacerlo, flotaremos como uno más en medio del torbellino colectivo presente, a pesar de nuestras buenas ideas e intenciones. (Martin Heidegger, Ser y Tiempo. Pierre Bourdieu, Meditaciones Pascalianas. Pierre Bourdieu, El Sentido Práctico. Peter Sloterdijk, Sin Salvación.) Los estados de ánimo pertenecen al carácter holístico de nuestro estar - ya - (“lanzados”) en el mundo. Una somera auto-observación nos permite reconocer que nos afectan estados de ánimo que pertenecen a las situaciones grupales o colectivas más inmediatas en las que nos encontramos involucrados, dotándolas del interés o relevancia, atracción o aversión, que tienen para nosotros. Estar “lanzado” como estudiante, profesor o apoderado en el “mundo” de la educación básica municipal chilena, que ha sacado patente pública de mala calidad incorregible, está teñido de ciertos estados anímicos que lo definen como un todo. Hasta hace poco predominaba una victimización como resignación pasiva. En años recientes hemos visto emerger ánimos de rebeldía y resentimiento activo, desde los cuales emergen las oportunidades a la mano de protestar, marchar masivamente; hasta violentarse. En cambio, estudiar en serio y responsablemente, quizás no tanto. Nos trasladamos desde Santiago a vivir a una región y somos “recibidos” por ánimos que la tiñen por entero – hay impotencia e irritación - con respecto al poder central de la capital. Desde ellos emergen algunas oportunidades de ser-de-región: soñar con irse algún día a Santiago puede estar a la mano, tomar plena responsabilidad por la calidad de vida del lugar, quizás esté más distante. Encontrarnos operando una empresa que, de pronto se ve muy intensivamente utilizadora de energía, nos pone en un ánimo de ansiedad con respecto al futuro del abastecimiento energético, lanzándonos hacia determinadas posibilidades que pueden representar oportunidades nuevas o bien evitación de amenazas. La política y el ser político hoy en Chile están orlados de estados anímicos que nos predisponen a ver de cierta manera a nuestros representantes cuando aparecen en la TV. La desconfianza es uno de ellos, y podemos darnos cuenta 6 cuánto nos deprime encontrarnos - ya - en un ambiente político en el cual se ha perdido la credibilidad de nuestros propios representantes. Y cuando pensamos en eso con más detención, puede poseernos un ánimo de alarma por el futuro de nuestra democracia. ¿Y qué decir de los estados de ánimo que percibimos en las masivas poblaciones de subsidio en la periferia de nuestras principales ciudades…, y de los nuestros cuando circulamos por su cercanía? Además, y de manera simultánea, podemos reconocer que nos afecta el momento histórico en que nos ha tocado vivir. En Chile, las manifestaciones de descontento masivo, especialmente juveniles, con el “modelo” que considerábamos tan exitoso, ha producido un ánimo casi de “acabo de mundo” en varios círculos, acompañado de un temor o entusiasmo, según sea el caso. El fantasma del populismo a la latinoamericana, el de la deslegitimación del sistema, cuando no de la vieja revolución, rondan de pronto nuevamente por las calles, con sus rostros ambiguos. Y nuestro estar “lanzados” al mundo en este momento histórico se contagia de ansiedad por la crisis económica financiera del mundo desarrollado, un mal agüero que pende sobre nuestros mercados mundiales y nuestra seguridad económica. El medioambiente destruido y el calentamiento atmosférico global vienen constituidos de un estado anímico ominoso, vago y persistente, como ocurría con la Guerra Fría hace algunos años atrás, así como la emergencia de China y Asia, el cruce de especies biológicas, la prolongación de la vida humana – la mía y la nuestra -, el fundamentalismo y la posibilidad de un terrorismo global le dan a la vida una tonalidad de ansiedad perpleja. Colectiva e individualmente no podemos evitar las inclinaciones del temple del momento que vivimos juntos. Y también podemos darnos cuenta de que en el trasfondo de todo, hay simultáneamente una tonalidad o inclinación afectiva omnipresente que pertenece al estilo general de la época histórica globalizada que vivimos. Nos arrastra la euforia de estos tiempos vertiginosos, cuando no nos abruman. La disolución de todo lo sólido nos llena de entusiasmo o terror. Nos predisponemos a lo por-venir incierto desde la apertura o la cerrazón, habitualmente disfrazadas de una indiferencia que nos tranquiliza mientras no levantamos la vista de las tareas cotidianas que hemos decidido nos mantengan tan ocupados. Estas son tres sintonizaciones anímicas que nos afectan de manera simultánea: las del estilo epocal nos predisponen anímicamente ante la situación histórica presente, cuyos estados de ánimo, a su vez, nos inclinan el temple con que enfrentamos las situaciones de los “mundos locales” en que estamos involucrados de manera más próxima. Una cerrazón general a lo por-venir seguramente nos llenará de temor y ansiedad ante la situación presente, y tenderá a teñir de ánimos cerradores de oportunidades a nuestros universos “locales” de prácticas. Al revés, una apertura general a lo por-venir probablemente convertirá en desafiante el momento presente, seguramente multiplicando las oportunidades que emergen en nuestros “mundos locales”. Queremos destacar que no poseemos estados anímicos originalmente propios o individuales. Cualquiera sea aquel en que nos encontramos, lo podemos reconocer como una predisposición afectiva disponible para los demás participantes en nuestros universos de prácticas. Debido a eso podemos reconocerlos y nos resultan familiares; porque todos hemos estados en su cercanía. O sea, no debemos convertir los estados de ánimo en fenómenos psicológicos individuales, que en seguida podamos dar por 7 sentado como se hace normalmente con los deseos, preferencias y quereres de los agentes humanos, metiéndolos en la caja negra de lo exógeno. Finalmente queremos decir que si bien los estados de ánimo son colectivos, eso no quiere decir que no hay espacio para la individualidad. Sin embargo, en cada caso, cada uno de nosotros puede darse cuenta que debe lidiar con los ánimos grupales que - ya nos están afectando a todos; y es completamente discutible si alguna vez logramos desembarazarnos de ellos, objetivándolos por completo. (M. Heidegger, Ser y Tiempo, Primera Sección, Cap. 5) Configuramos y habitamos “mundos locales” con otros. Hemos hablado repetidamente de constituir y habitar mundos, o mundos de prácticas; en otras ocasiones los hemos llamado universos de prácticas. De manera más o menos intuitiva hemos aludido a profesiones, localidades, industrias, prácticas políticas, sistemas y prácticas educacionales, etc. Vale la pena detenernos aquí un poco. Constituye un hecho elemental que experimentamos personalmente, que nuestra existencia posee una unidad holística. Y tenemos esta convicción a pesar de que nuestros saberes expertos dividen el mundo en sectores, dominios, géneros y subgéneros, especialidades y disciplinas múltiples etc. Sin hacer mucha cuestión, ni examinar demasiado el fenómeno, los seres humanos nos tenemos a nosotros mismos por una sola persona; hasta tal punto que lo consideramos un signo de normalidad. Por otra parte, sin embargo, nos damos cuenta de que nuestro ser profesional, por ejemplo – empresario, cientista social, economista, médico, estudiante etc. –, posee una cierta unidad que podemos segmentar parcialmente del resto de nuestra existencia, como también podemos hacerlo con nuestro ser familiar, nuestro ser político, nuestro ser religioso, nuestro ser sexual, etc. Existe un conglomerado más o menos bien definido más o menos cerrado -, de prácticas desde las cuales podemos entender en qué consiste ser un economista, o bien un empresario, un sacerdote, un padre de familia monogámico, un militante político etc. Llamamos “mundos locales” a estos complejos de prácticas que proveen un determinado entendimiento holístico a la mano – más o menos autocontenido - de qué quiere decir tener esta identidad social o tal otra. Podemos darnos cuenta de que la constelación de “mundos locales” en que vivimos – profesión, familia, política, religión, nacionalidad, localidad geográfica o social, etnicidad, etc -, constituye una coordinación de las diversas versiones “locales” de quienes somos, articulando un entendimiento de qué quiere decir ser el individuo que somos. Al hablar de mundos lo hacemos de espacios de habitar que no son necesariamente geográficos, por cierto; para lo que debemos dejar atrás el hábito - casi un reflejo - de interpretar la noción de mundo de manera geográfica. El mundo del retail es un “mundo local” - una industria más -, si miramos las demás esferas en que constituimos nuestra existencia, aunque se trate de un mundo geográficamente globalizado: constituido en todas partes por las mismas preocupaciones de fabricación a costos bajos, la logística planetaria, el “estar a la moda”. El mundo de las grandes mineras es local en todas partes, geográficamente hablando, pero existe como una conexión global de estas 8 localidades. La industria forestal constituye un mundo local que se extiende geográficamente de manera global, incluyendo a Chile, Escandinavia, Nueva Zelandia, EEUU, etc. Lo que nos resulta familiar en los “mundos locales”, permitiéndonos orientarnos confiadamente en ellos, no es necesariamente un paisaje geográfico que nos resulte conocido. Es más bien la red de instrumentos y equipamiento que los caracteriza, los roles que desempeñan los seres humanos, y las relaciones que podemos establecer con ellos lo que los hace familiares y reconocibles. (Una vez que hemos visto un hotel moderno, un aeropuerto, un hospital, una consulta médica, un restaurante de comida rápida y un metro, en cierto sentido se los ha visto a todos). Nada de esto quiere decir que no haya mundos locales también en un sentido geográfico. Lo es La Nación, como país delimitado en el mapa del mundo, así como las poblaciones sociales de la periferia santiaguina también constituyen un mundo local con un marcado sentido de localidad geográfica, lo mismo que algunas de nuestras regiones y poblados – Freirina, por ejemplo - y nuestros liceos municipales. Sin embargo, por la globalización de los mercados, las redes comunicacionales y los estilos culturales, quedan pocos lugares que no estén influidos por estándares y expectativas globales. O sea, nuestros “mundos locales” son todos globales - en buena medida - porque están íntimamente conectados con otros mundos similares equivalentes en el resto del planeta. Por este carácter simultáneo de local y global, a primera vista podría parecer conveniente usar el término “mundos sectoriales”, más que “mundos locales”, pero la palabra sector sugiere la existencia de una totalidad primordial – un gran “mundo” único - que no queremos presuponer. Por la misma razón, y otras adicionales que son evidentes, no usamos el término sub-mundos; no queremos sugerir la existencia de una totalidad primordial. Por el contrario, el sentido de totalidad de nuestra existencia proviene, queremos decir, de la agregación, articulación y coordinación de la multiplicidad de “mundos locales” en los que existimos. Para concluir: podemos decir ahora que cuando señalábamos que nuestros horizontes de posibilidades emergen desde nuestro apearnos en el mundo encarnando interpretaciones a la mano, eso ocurre en nuestros “mundos locales”. Nos constituimos como los individuos que somos al desempeñar junto con otros una constelación de roles sociales – familiares, profesionales, sociales, políticos, religiosos y demás – en los que producimos, junto a nuestras habilidades y competencias, gustos, necesidades y quereres, las oportunidades de hacer y llegar-a-ser que nos movilizan. En estos mundos configuramos nuestras ofertas, como capacidad reconocida por otros de producir valor (en un sentido amplio), y su posible futuro. Y en ellos se nos abren determinados horizontes de posibilidades para construir nuestra identidad. Transformar un “mundo local” implica permitir que sus habitantes (o, usando un lenguaje desgastado, empoderarlos para que) reconfiguren sus ofertas y reconstituyan sus identidades. (Referencias. Peter Sloterdijk, Esferas. Tomo III. Fernando Flores et al., Disclosing New Worlds.) 9 Existimos en constelaciones de múltiples “mundos locales”, parcialmente articulados y parcialmente separados entre sí. Por una elemental experiencia propia sabemos que no existen seres humanos que no sean alguien en particular, y que todos ellos se encuentran siendo parte de un “mundo” específico en alguna parte. Siempre que nos encontramos con un ser humano, lo hacemos con un chileno o un francés; un hombre o una mujer; un economista, una médico, una peluquera, un ingeniero industrial o un chef de cocina; un empleado en una tienda, un rostro en la televisión, un profesor, una alumna, un garzón en tal restaurante, el sacerdote católico de tal parroquia, una empresaria de catering; joven o viejo; casada, separado, madre, abuelo o hija; con diversas reputaciones, etc. El dictum de Margaret Thatcher que no existe la sociedad sino que solamente individuos, nos resulta hoy día discutible no tanto por el hecho de la existencia de una sociedad (nacional o global) que nos envuelve a todos, sino que más bien por la existencia de innúmeros mundos sociales, parcialmente articulados y estancos entre sí, en los que desarrollamos nuestras vidas y constituimos nuestras identidades. Nos resulta difícil imaginar a individuos sueltos moviéndose contra el trasfondo de un mundo homogéneo e idéntico para todos; más bien los seres humanos individuales aparecemos como el producto de múltiples “mundos locales” que constituimos colectivamente. Ahora podemos decir con más precisión lo que queríamos concluir en la sección sobre estados de ánimo: los seres humanos existimos relacionándonos e interactuando unos con otros en variadas constelaciones de “mundos locales”, en momentos históricos dados, e inmersos en el estilo de esta época global. Corresponden a tres sintonizaciones siempre presentes que - ya - nos inclinan anímicamente. La familiaridad activa y diestra en una constelación de “mundos locales” en momentos históricos determinados, es decisiva. Podemos decir que ella nos hace receptivos a lo que viene, al futuro de posibilidades que emergen en su seno. Al margen de tal receptividad, cogidos por la sorpresa, correremos tras cambios que ya ocurrieron, más que anticipándonos y participando de ellos. O bien, como dice el poeta, “lanzándonos de repente a vientos, para caer en estanques sin compasión”; es decir, desprovistos de receptividad, fracasando en proyectos quiméricos y posibilidades imaginarias. ¿No fueron así nuestros viejos intentos históricos de industrialización? (R.M. Rilke, Elegías de Duino, Cuarta Elegía) Podemos escuchar la palabra “biotecnología” en el colegio o en la televisión, pero la posibilidad de hacer algo con la biotecnología nos será distante y ajena si no comenzamos por incorporamos, aunque sea marginalmente, a un espacio donde exista la práctica de esta disciplina. Admiramos a nuestra selección de fútbol cuando la vemos ganando con clase, sabemos que existe el fútbol en el mundo, pero para hacernos receptivos a sus posibilidades es necesario participar activamente y en serio en ese deporte desde que somos niños. En el mundo bancario y en la gran industria forestal o minera, podemos tener información sobre las complejas tecnologías informáticas y de control automático que manejan los procesos, a fin de cuenta hemos invertido en ellas y las usamos como productos (tal como un automovilista puede conducir un automóvil sofisticado), pero 10 seremos ciegos a la posibilidad de participar en su desarrollo mientras no tengamos alguna conexión práctica con el mundo donde ellas se producen. Por otra parte, las oportunidades para avanzar, como ya lo han hecho otros en el mundo, hacia producciones más sofisticadas y valiosas – con más valor agregado – se abren de manera casi natural como posibilidades invitantes, ante quienes se muevan en un “mundo” industrial que ya alcanzó un cierto nivel de desarrollo. Desde la receptividad al futuro cultivada en un “mundo local” industrial, podemos tomar riegos fundados para avanzar hacia configuraciones industriales más sofisticadas. La diferencia esencial con respecto a algunas de nuestras viejas políticas quiméricas de industrialización, estriba en nuestra conciencia de la necesidad de cultivar la receptividad al futuro desde el cuidado de nuestra participación activa en “mundos locales” industriales presentes. Nos podemos preguntar hacia adónde han avanzado industrialmente países semejantes a nosotros (en dotación de recursos) después de pasar por etapas parecidas a las nuestras. Y esta interrogante, desde la receptividad que adquirimos en nuestro desarrollo industrial presente, abrirá posibilidades fundadas de cambios. No nos enfocamos en resolver el problema de producir industrias con más valor agregado, sino que en diseñar y cuidar “mundos” industriales que preparen receptividad a su rediseño futuro. Economistas industriales chinos han sugerido esta ruta como una lección importante de su propio desarrollo manufacturero. Nuestros jóvenes en los cinturones de poblaciones sociales de Santiago – un “mundo local” que emergió como producto no intencional, ciego, de políticas públicas de resolución del problema de escasez de vivienda –, se preparan en sus prácticas cotidianas para recibir un mundo adulto caracterizado no tanto, como sugieren las prédicas habituales de imaginarios mandamientos morales, por la honestidad, el cumplimiento y el respeto a todos, sino donde lo valioso y creador de oportunidades resultan ser las virtudes de la guerra de pandillas. ¿Y qué decir de la receptividad al futuro de los habitantes de Freirina que a la espera de “una pega”, recibieron finalmente una desde elevados poderes centrales interesados también en resolver ese problema, para recibir como acompañante inesperado un nuevo mundo local de hedores insoportables que la hicieron imposible, y terminar una vez más a la espera? Y podemos hablar de respeto a minorías sexuales o étnicas, pero quizás no lucimos muy bien si nos comparamos con estándares mundiales, que son los que espera la receptividad generalizada en esos “mundos” en Chile; no tanto que se resuelva este problema o aquel otro, sino que diseñemos “mundos locales” plenamente dignos, y los cuidemos. (Referencias. Jutin Lifu Lin, New Structural Economics. F Flores, Disclosing New Worlds.) Las políticas públicas como diseño y cuidado de mundos, y no como resolución de problemas. No visualizamos hoy el mundo que habitamos como un gran trasfondo social en el cual se mueven individuos genéricos dispersos confrontando y resolviendo problemas, como 11 nos hacía creer un pensamiento económico y sociológico excesivamente racionalista. Más bien nos encontramos con seres humanos situados históricamente en “mundos locales”, configurándolos y cuidándolos junto con otros, y constituyéndose a sí mismos al hacerlo: sus identidades, sus emociones, sus valores, sus habilidades, sus oportunidades... Podemos extraer una conclusión importante para el diseño de políticas públicas: su punto no consiste tanto en resolver problemas, sino que en abrir y cuidar mundos. Más que poner el foco de atención exclusivo en agentes humanos individuales afanados en un razonar calculativo, dando por descontada su emocionalidad, sus gustos y afectos, las normas que respetan y las costumbres que siguen, así como los horizontes de oportunidades a su alcance, haríamos bien en poner en el centro de nuestra preocupación a los diversos “mundos” donde los individuos se constituyen. En el libro Disclosing New Worlds, F. Flores et al., el año 1997, se dan a la tarea de investigar qué quiere decir diseñar “mundos” y cuidarlos. No necesitamos entrar en esto aquí, pero referimos a esa obra a quienes se encuentren cogidos por la pregunta de “como hacerlo”. Por el momento basta con señalar que nuestros “mundos locales” pueden ser trasformados – de hecho mutan así permanentemente - mediante la incorporación a ellos de prácticas que provengan de afuera – de otros mundos locales -, y que reconfiguren el espacio de prácticas existentes. La localidad de Freirina es un ejemplo trágico, como muchos otros por el estilo. El cultivo del salmón en Chiloé y la Patagonia es un ejemplo que puede resultar más virtuoso. La presencia de grandes proyectos mineros cambia aceleradamente el “mundo local” Atacama. A este tipo de innovación industrial se refiere Justin Lifu Lin, al insistir en la posibilidad de incorporar prácticas que están un paso más delante de nuestras prácticas industriales actuales. Los autores la llaman apropiación cruzada. Opera cotidianamente modificando el estilo de nuestras ciudades, los restaurantes de moda, la vestimenta, los modelos de automóviles que circulan en ellas, por la simple toma y daca permanente del mercado y la cultura abierta. Cuando las nuevas prácticas pueden considerarse marginales a nuestras diversas constelaciones de mundos, podemos hablar de un cambio re-configurador de “mundos locales”, que aparece muchas veces dramático y de proporciones históricas. Las tecnología digitales han reconfigurado, y lo siguen haciendo, especialmente los “mundos locales” de la comunicación y la producción cultural, entendidas en sentido muy amplio. La Internet ha cambiado por completo las distancias y el tiempo en casi todos nuestros “mundos locales”. Proyectos de desalinización de agua basados en la energía fotovoltaica – unas prácticas combinadas aun marginales en el mundo – transformarían por completo el “mundo local” agricultura y demografía del Norte Grande. Prácticas educativas marginales como Chile Va! han mostrado capacidad potencial para reconfigurar el “mundo local” educación municipalizada y básica, como ha quedado de manifiesto en variadas experiencias regionales específicas. Finalmente, los autores distinguen la rearticulación, como el fenómeno transformador consistente en la re-focalización de las prácticas de un “mundo local” que, por cualquier razón, pierden coherencia y se desarticulan. Cambios en los valores que permitan superar ambivalencias o tensiones entre ellos, son típicos. Los nuevos valores asociados a los derechos sexuales, son característicos, así como los derechos de la mujer. Pero también la emergencia, en Chile hace poco, del valor del involucramiento del habitante 12 de “mundos locales” y de su derecho a negociar y decidir su cuidado y su transformación; especialmente en el caso de proyectos que afecten su medio ambiente. Auque no solamente en estos casos; también cuando el valor del derecho a negociar se ve arrasado en cualquier terreno, como es el caso de los planes de salud privados. Ejemplos: Chile Va! como innovación de mundos ya en acción en la que se combinan la apropiación cruzada de prácticas educacionales con la incorporación de prácticas marginales reconfiguradoras. Mostrar. Norte, agua y energía solar. Oportunidad de diseñar nuevos mundos de asentamientos y productivos sobre la base de la incorporación de una combinación marginal de prácticas de producción energética fotovoltaica y desalinización de aguas saladas o salobres. Mostrar. Necesidad de reconfigurar lo mundos locales de las poblaciones masivas. Hay pensamiento arquitectónico contemporáneo sobre esto. Mostrar. Mundo de la producción de energía: diseñar un mundo sin carbón, y uso intensivo de shale gas norteamericano. Explorar. Una era de incertidumbre. La gran diferencia práctica entre la interpretación de la acción a la mano y el procesamiento racional-calculativo de información es que la primera no es controlable, salvo autoritariamente, por supuesto. En el segundo caso, en cambio, basta con modificar los datos de entrada. Cualquier empresario que ofrece un nuevo producto en un mercado mínimamente competitivo, lo sabe: éste será finalmente interpretado por los compradores. También lo sabe de sobra cualquier político democráticamente electo. Y lo experimentamos todos diariamente cuando establecemos relaciones personales con el otro género. Este fenómeno esencial constituye una dificultad especialmente turbadora para los enfoques tradicionales aceptados de diseño de políticas de desarrollo. Estamos habituados a diseñar políticas públicas fundándolas sobre verdades científicas (menos pretenciosamente podemos hablar de conocimiento preciso, pero es lo mimo) que permitan predecir (y dirigir o controlar) las acciones de los agentes humanos sujetos a ellas. En el espacio aislado del experimento en el laboratorio y utilizando técnicas estadísticas multi-variadas que permiten “aislar y pesar factores”, establecemos precisas cadenas causales unidireccionales entre fenómenos. Sobre la base de estas recurrencias diseñamos tecnologías y políticas públicas de cuyos efectos podemos sentirnos bastante seguros. Sin embargo, como ellas deben operar en el mundo más allá de los laboratorios y las categorías estadísticas, y el mundo que habitamos no tiene un afuera trivial que pueda ser aislado garantizadamente, las tecnologías y las políticas públicas segmentan y desgajan el mundo – “natural” y “social” - para poder asegurar el control de sus efectos. Grandes chimeneas deben poder lanzar “hacia afuera” los gases de combustión, líneas de transmisión de todo tipo deben poder conducir hacia afuera cargas y descargas de toda naturaleza, tsunamis y terremotos tienen la mala costumbre de no quedarse afuera, los químicos tienen efectos inesperados que nadie anticipó adentro del 13 laboratorio, los OGM tienen la tendencia a no quedarse confinados donde nos gustaría. Y en el mundo “social” el estar afuera es una interpretación bien práctica, que al segmentar y categorizar poblaciones, grupos y etnias en nombre de la focalización del control, regresa con venganza en la forma de guetos, apartheids, violencia y crimen, pérdida de dignidad, abusos, envidias y resentimientos. Los seres humanos tienen el mal hábito de no querer sentir que son dejados afuera. Uno de los aportes científicos más característicos de finales del siglo pasado es la ecología y las ciencias ambientales. Surgen de encontrarnos, de pronto, con un medioambiente delicado y finito, organizado en nichos ecológicos fáciles de desestabilizar, que no son comprensibles ni manejables mediante políticas de segmentación, predicción y control, sino que por el cuidado, el respeto y la preservación. Un ejemplo en casa: todavía no tenemos una única interpretación científica de la muerte de los cisnes de cuello negro en Valdivia hace pocos años atrás, ni la habrá. Sin embargo, careciendo de información terminante, y contando solamente de interpretaciones conflictivas, se actuó tomando una decisión esencialmente política. ¿Y qué decir de los grandes proyectos de generación eléctrica, de disposición de residuos y alimentarios que han desatado recientes movilizaciones dispuestas a llegar a la violencia de quienes no quieren ser dejados afuera? Al terminar el siglo pasado, en todas partes del mundo los seres humanos se dan cuenta de que una multiplicidad de espacios de fenómenos no pueden ser entendidos, ni intervenidos, sobre la base de enfoque analíticos separadores o lógicas causales unidireccionales de control; la ecología, lo medioambiental local, regional y global, lo cultural, lo etnográfico, la vida urbana local, etc; en cierto sentido la totalidad de lo humano. Iniciando el nuevo siglo estamos seguros de lo que hace poco era solo una sospecha: el mundo, los “mundos”, más que estar hechos de verdades claras e indiscutibles, consisten de interpretaciones “locales” diversas quizás ineludiblemente conflictivas. Por otra parte, desde el trasfondo histórico están emergiendo sistemáticamente nuevas realidades motorizadas por los cambios incesantes de la tecnología de base científica. En la era de la revolución digital, por la velocidad de avalancha de ellos (Ley de Moore, detallar) y el carácter omnipresente que la digitalización tiene en todas las prácticas humanas, esa emergencia adquiere el carácter de una permanente disrupción de todos los “mundos locales”. Industrias, mercados, deseos y quereres de los consumidores, valores culturales y éticos, y relaciones de poder y geopolíticas, están sujetas a tal disrupción recurrentemente. No hay en esta época nada significativo que no esté tocado de manera directa por este fenómeno, siendo el masivo desplazamiento de poder desde Norteamérica y Europa a China y Asia, uno de los más notables. No hay manera de navegar en esta era desde la predicción y el control, como resultó posible hacerlo durante los años dorados después del término de la segunda gran guerra del siglo pasado; ni para los individuos, ni los gobiernos nacionales y sus instituciones derivadas. La vieja ingeniería y la vieja planificación, basadas en verdades que son consideradas indiscutibles, científicas, se encuentran desprestigiadas y se desconfía de ellas. A nuestros gobiernos les resulta muy difícil recurrir, como antes, a su prestigio para implantar políticas y soluciones. Una larga serie de promesas incumplidas, algunas de magnitudes catastróficas (Chernobil, Bhopal, Talidomide, Fukushima, Mar de Aral, calentamiento climático, agujero de ozono, crisis de la ingeniería financiera del 98), las 14 bajaron de su viejo sitial. En Chile podemos traer a colación el Transantiago, Freirina, los cisnes de Valdivia, varios vertederos de residuos, casas Copeva, tsunami, colegios municipalizados, universidades, errores médicos, manejo del tsunami reciente… Algunos han llegado a hablar de la producción sistemática de riesgo como característica esencial de la sociedad y la era actuales. Otros, apuntando a la desaparición de las viejas verdades gravitantes y sólidas, hablan de sociedad líquida. Todo apunta a pensar que entramos en una nueva era histórica en el mundo caracterizada por el fin de la confianza pública ilimitada en el conocimiento experto. Lo vemos a diario en nuestros medios de comunicación: expertos discutiendo interminablemente entre ellos sobre cualquier materia, y el ciudadano o consumidor medio que no se muestra convencido de la razón experta, ni la reverencia como antes, más bien desconfiando de las posiciones de poder que ella le ha asegurado a sus portadores. Esta pérdida de confianza indiscutida en la razón experta como fundamento de la razón pública, constituye un cambio histórico de grandes proporciones. La razón experta, basada en conocimiento exacto, comprobado y bien establecido científicamente resulta crecientemente incapaz de servir de fundamento a las políticas públicas, como lo hizo hasta hace poco. Y esta no es un resultado de algún defecto especial de los expertos, o de nuestros expertos en Chile, que podría ser quizás reparado fácilmente, sino que es consecuencia de la incertidumbre de la era. La predicción y el control ya no la llevan. No hay manera de predecir los efectos que nuevas tecnologías y productos, y nuevas políticas, tendrán en los diversos “mundos locales”; en gran parte porque lo que acostumbrábamos a llamar efectos los entendemos ahora como interpretaciones que emergen en ellos. Y, por otra parte, porque, para empezar, no es posible predecir la emergencia de nuevas tecnologías ni controlar su dirección ni sus ritmos. No estamos hablando del agotamiento de una ciencia exacta o mecánica y su reemplazo por una probabilística, con la cual se puede recuperar nuevamente la capacidad de predicción en otro nivel, ni por una de fenómenos complejos, como está de moda hablar en ciertos círculos, que puede, a su vez, manejarse sistemáticamente mediante aproximaciones suficientes. Usamos el término contingencia para caracterizar estos cambios que emergen de pronto “desde la nada”, por así decirlo, apareciendo inesperadamente “desde la oscuridad” histórica. Ejemplos a la mano: la molécula de DNA, los materiales semiconductores, el agujero de ozono, la posibilidad de la computadora personal, la mujer del feminismo, el cambio de sexo, la aparición de monstruos, como bienes libres - espacio de memoria en nuestros correos electrónicos – incentivos morales de alta competitividad – Wikipedia, Firefox, Código Abierto – quimeras como el ciudadano - periodista, el escritor - editor, el lector – bibliotecólogo, el comunismo – capitalista de China. Nadie pensó en algo así antes de tiempo; solamente quizás algunos visionarios de la ciencia ficción. Podemos pensar en la contingencia como el verdadero tiempo histórico operando; como quien dice, brotando desde sí mismo. Y aquí es donde debemos revalorizar el rol político, y las habilidades y sensibilidades políticas. La política es esencial en permitirnos anticipar potenciales interpretaciones conflictivas, y también como capacidad de negociación. Por decirlo en términos familiares: el político sabe que no hay manera de explicitar todos los factores que toman en consideración y sopesan cuidadosamente cada vez que toman una decisión; y sin 15 embargo lo hacen permanentemente. Siempre habrá incompletitud y finitud, a pesar de lo que a veces pudieran pensar y querer algunos expertos. Esas capacidades definen precisamente a los buenos políticos, a los buenos emprendedores, y quizás de manera especial, a los jueces, cuyo rol consiste en hacer veredictos en medio de situaciones imperfectamente definidas. Para navegar en un mundo incierto es necesario anticipar, y mientras con más antelación se haga, mejor. No se trata tanto de una habilidad intelectual o de imaginación de individuos especialmente perceptivos, cuanto de una social que hemos llamado receptividad. Se adquiere participando activamente en constelaciones de “mundos locales” y sus redes donde la acción innovadora está ocurriendo y nuevos horizontes de posibilidades emergen cotidianamente. La receptividad puede cultivarse como habilidad personal; es una cuestión de diseño de las constelaciones que habitaremos y de nuestra localización en ellas. Y también podría ser cultivada sistemáticamente en Chile como una acumulación y articulación de habilidades nacionales. Requiere tomar riesgos y decidir las constelaciones de mundos locales de los que no podemos quedar fuera, e invertir los recursos y movilizar los estados de ánimo requeridos para que ciudadanos chilenos se posicionen en ellos. Muy elementalmente podemos decir que la recepción de espacios emergentes puede referirse a los espacios abiertos por nuevos principios tecnológicos (el chip, el ADN, la nanotecnología) que generan nuevos horizontes de posibilidades; a la emergencia de redes de emprendedores que convierten dicho espacio en uno de oportunidades empresariales emergentes; y a las olas de constelaciones de mundos locales surgentes, o ciudades, donde las redes de oportunidades emergentes ocurren como empresas y ofertas en el mercado. Pensadores chinos – ej. Justin Lifu Lin, comentado precedentemente - han destacado la sistemática producción de receptividad al futuro como uno de los pilares de la acelerada industrialización de su país, destacando la apropiación cruzada de espacios de prácticas emergentes a “mundo locales” de carácter nacional. El cultivo de receptividad social a los espacios de por-venir es una misión en la que el Estado Nacional es imprescindible. (B. Latour We have never been moderns. B Latour, Politics of Nature. Sheila Jasanoff, Science and Public Reason. Sheila Jasanoff, States of Knowledge. Ulrich Beck, Sociedad del Riesgo. Zigmunt Bauman, Liquid Modernity., Isaiah Berlin, El Sentido de la Realidad) Nuestra convivencia es esencial. Excepto en lugares o momentos autoritarios, cada vez más el fundamento obligado de las políticas públicas reside en la negociación de interpretaciones que encarnan diferencias en los “mundos locales” que habitamos; o sea, con variadas formas de vida y estilos históricos. Y como precondición o trasfondo – una suerte de capital previamente 16 acumulado - está la calidad de nuestra convivencia. La confianza mutua es esencial, así como la convicción de compartir una mínima solidaridad. En Chile oscilamos entre las barricadas y la judicialización. La presión callejera constituye la confesión de algunos de la imposibilidad de negociar, de su pérdida de confianza en los demás; a menudo una queja por la ausencia de solidaridad. Por otra parte, la judicialización, en un sistema legal diseñado para aplicar la ley, y carente de instrumentos significativas para interpretarla, es una demostración de lo mismo. Hemos visto a jueces intachables, y con alto sentido de su responsabilidad social, procurando casi forzados por la importancia para el país de lo que debe ser decidido - crear espacios de negociación estirando al límite las posibilidades de su rol de aplicadores de códigos preestablecidos; a veces inútilmente. Hemos inventado una situación que combina la parálisis con el descontento ciudadano persistente. Si nuestros jueces se ven forzados a intentar gobernar, o legislar, quiere decir que algo falla en el sistema institucional que tenemos. Y seguramente no se trata solamente de un mero fallo simultáneo de nuestros ejecutivos y nuestros legisladores recientes. Los gobiernos, abocados a la aplicación de soluciones basadas en diseños expertos – ¿en necesario hablar del sistema de evaluación social de proyectos o del sistema de evaluación ambiental de proyectos? –, enardecen fatalmente a comunidades locales, que si descubren cómo hacerlo, los detendrán en la calle. En algunos casos, el Transantiago es uno no único, esas comunidades están demasiado dispersas como para saber cómo ejercer una protesta articulada eficaz. Pero en otros, Freirina o Hidroaysén vienen a la mente, la manera de componer fuerzas resulta casi obvia. Y en todos ellos el rol negociador de nuestros representantes políticos resulta manifiestamente irrelevante. Nuestra convivencia parece ir de mal en peor. Sin embargo, donde el sistema institucional lo facilita, y hay estados de ánimo favorables, la negociación entre partes directamente enfrentadas en conflictos masivos, ha abierto cursos de salida y de resguardo de una convivencia respetuosa y confiable. Podemos recordar casos de conflictos y negociación entre empresas de consumo masivo y sus clientes. (F. Flores et al, Building Trust) Estados de ánimo para convivir en nuestra era. Participamos de un momento de transición histórica; vivimos un acontecimiento. El futuro deja de ser una pequeña variación de una misma recurrencia, para abrir paso a un por-venir abierto. Se termina una manera de diseñar nuestro estar en el mundo afirmándonos en el conocimiento preciso e indiscutido de leyes de funcionamiento de lo “natural” y lo “social”. A nuestro alrededor nos encontramos ineludiblemente solo con las variadas interpretaciones de seres humanos viviendo en “mundos locales”; o sea, con diversas formas de vida y estilos. Entre ellos, por supuesto, hay también expertos que aportan como uno más con sus interpretaciones. En momentos así, cuando lo sólido y gravitante parece líquido y vaporizado ante nuestros ojos, se hacen manifiestos estados anímicos que resultan muy importantes, pudiendo hacer toda la diferencia. O nos cerramos o nos abrimos a lo por-venir; nos inclinamos afectivamente en su dirección, o en contra de ella. Y de ser efectivo el cambio histórico, ésta es una diferencia esencial: terminará siendo inconducente 17 oponerse a lo que va a ocurrir de todas maneras. Por eso la cerrazón, nacida quizás del miedo a la súbita ausencia de puntos de referencia “objetivos” indudables, como los que nos afirmaban hasta hace poco, puede conducir a un conservadurismo rígido. En moral y ética, a una intolerancia sitiada; en política, a un autoritarismo ataxofóbico; en economía, a fantasmagorías populismo-fóbicas. La apertura también puede tener sus problemas, por cierto. Acompañada de obsesiones neofílicas, puede llevarnos a un hiper-optimismo ingenuo. En moral y ética, al desprecio de toda norma y tradición; en política, al desprecio a cualquier institucionalidad establecida; en economía, al infantilismo de una sociedad sin costos ni opciones ineludibles. Necesitamos ánimos de plena afirmación del por-venir, que al mismo tiempo sean plenamente cuidadosos del “mundo” humano - la comunidad y su historia - que hemos inventado y hace que la vida nos resulte acogedora, valiosa, desafiante y atractiva. Cuidadosos como proyección, como voluntad comprometida y no tanto como conservadores de un pasado glorioso. Por experiencia propia sabemos muchos de nosotros que la existencia desprovista de una comunidad es insoportablemente desolada. Y hemos recibido a Chile como regalo completamente contingente; simplemente porque aquí nos tocó nacer y construir nuestras primeras relaciones de afecto. Quizás fue una desgracia – podemos imaginar lugares más atractivos para hacer nuestra entrada al mundo -, pero decidimos acoger a éste, acogiéndonos en él. Confianza mutua y solidaridad. Chile no es una entelequia que figura en el mapa del globo terráqueo (tampoco en el de la FIFA o El Dakar), posee una bandera y ocupa un lugar en las cartas del FMI con un determinado PIB per-cápita. Chile es ustedes, aquellas y aquellos que están leyendo este documento ahora mismo y se sienten apestados o atraídos, pensativas o fastidiadas, algunos quizás ofendidos; hasta aburridas, pero no indiferentes. Intentan anticipar conclusiones, sabiendo ya que les van a gustar o bien enojar; y ya pueden saber que lo van a recomendar para ser o no ser leído. Chile no nos es indiferente. Y Chile también es los estudiantes que nunca leerán semejante texto, pero que sabemos están angustiados por la educación que reciben, el costo presente que abruma a sus padres (aunque procuren disimularlo) y el valor futuro que los llena de ansiedad; ¡a pesar de todas sus manifestaciones! Y también es los vecinos de Freirina, horquillados por un mundo en alturas inalcanzables que les impide encontrar caminos que concilien el progreso y la calidad de vida de sus familias y vecinos. Y Chile también es los ancianos solos que recuerdan con emociones nostálgicas, su pasado, 18 de septiembre, el combate de Iquique, el Mundial de 62. Y los exitosos empresarios que miran este tipo de papeles con una gran pizca de sal, y que no saben bien cómo aportar inteligentemente al país que aman – a pesar suyo, deben confesarlo -, sin saber bien por qué no se han llevado todavía su bártulos a algún lugar menos esquinado del mundo, donde la vida sea más atractiva y más conectada. Y los mapuche, y los habitantes de regiones extremas, y los gay, y las vecinas de los guetos sociales de las periferias urbanas, y los consumidores y micro-traficantes; los que no podemos alejar de nuestra localidad – en 18 el barrio, la televisión y los mall - y nos caen bien y mal, los de este lado y del otro, los amables y los insoportables. Chile nos importa; Chile nos afecta. Somos una colección de seres humanos y las historias que nos envuelven, unidos todos por la total contingencia de habernos encontrado en una nave compartida y no querer o no poder abandonarla. Hay espacio para el amor y el odio, para la indiferencia y la solicitud, la cercanía y la distancia, pero debemos convivir. Este “mundo local”, La Nación, nos resulta ineludible. Sabemos que debemos interactuar entre nosotros, que nos encontraremos diariamente colaborando en redes de intercambio, ciudadanía y sociabilidad, atados en una misma red de convivencia. Confiar o no confiar; he ahí la interrogante. Podemos combinar indiferencia y tolerancia, como si nos encontráramos en este suelo exclusivamente como ciudadanos del mundo global. Pero al haber reconocido y aceptado ser chilenos – decisión no menor; ni fácil, ni indudablemente conveniente -, confesamos que queremos más. Queremos una comunidad, un nosotros, que le de densidad y reconocimiento de identidad a nuestra existencia. Entonces la confianza mutua es esencial. En cierto sentido, todo surge desde aquí. Así que las políticas públicas – y nuestras instituciones - deben cuidar especialmente la confianza; orientarse al cultivo de ánimos societales de confianza. No solamente con vista a la calidad de nuestras interacciones y la satisfacción mutua con nuestra convivencia en el presente, sino que especialmente para atarnos en la navegación hacia un futuro más amplio para todos. Construir como trasfondo para nuestras competencias y disputas una solidaridad básica que se proponga abrir espacios para todos, y respetarlos - parecido a como lo hacemos con nuestros seres queridos más cercanos, cualquiera sean sus estilos y opiniones -; ése es un gran desafío. Con un sentido de comunidad, la negociación no es nunca exclusivamente una rigidización de interpretaciones en juegos de suma cero. Siempre descubriremos posibilidades de re-interpretar y re-alinear lo que parecía divergente. Estamos dispuestos a abrimos a los demás como acompañantes y miembros de un nosotros, y a la posibilidad de ensayar interpretaciones que no entendemos bien pero que parecen comprometer activa y apasionadamente a otros. Y obviamente al poner en práctica un estilo de negociación así de flexible y apreciador de lo otro, la calidad de nuestra convivencia crecerá de manera sostenida. Responsabilidad y compromiso. Bien. Digamos que orientamos nuestras políticas al cuidado de mundos locales (y sus estados de ánimo), en los cuales se generan las oportunidades que nos interesa ampliar y distribuir mejor. Y también al cultivo de una convivencia de calidad, que conduzca a un sentido solidario en medio de una diversidad negociada desde el aprecio. Aun queda por cultivar un sentido de responsabilidad con el futuro personal y la comunidad. Las nuevas oportunidades pueden verse pasar a la espera de que otros de apropien se ellas. Se pueden entregar las responsabilidades de solidaridad al Estado o 19 exclusivamente a otros, quizás más poderosos. Podemos dejarnos llevar por estados anímicos de expectativa y quedarnos a la espera; un enemigo demasiado familiar y asiduo. La economía de mercados abiertos y competitivos, y las buenas prácticas de manejo macroeconómico constituyen una institucionalidad básica fundamental para facilitar, por la vía de grandes y desafiantes incentivos, la toma de acción emprendedora de los agentes económicos privados para hacer suyas las nuevas oportunidades que emergen. Existe una probada tradición de conocimiento económico y legal que permite cuidar y rediseñar este espacio; sin duda. En el mismo sentido opera nuestra apertura cultural y política, y nuestra abierta conexión con el mundo global. Sin embargo, ellas solamente pueden abrir posibilidades; nadie puede asegurar que efectivamente muchos tomen responsabilidad apropiándose de las oportunidades abiertas. Muchas veces el compromiso constituye un estado anímico de pocos. Pero, como todo, la responsabilidad también puede ser cultivada. Vimos hacerlo con nuestros ojos con un racimo de jóvenes futbolistas noveles que jugaban en equipos locales, algunos pequeños y desconocidos, y que hoy son destacas figuras mundiales, con ocasión de la formación de la Selección de Fútbol que fue a Sudáfrica. Las oportunidades estaban abiertas por el solo hecho de la existencia de un sistema de clasificatorias mundial estrictamente meritocrático competitivo. También el espíritu de respeto a la comunidad nacional que se representaba. Solo restaba la toma de responsabilidad, la libre y completa aceptación del compromiso por parte de cada uno de los jugadores, la negativa a disculparse de antemano, la rigurosa preparación que los hizo a todos llegar sin trabajo a medias, con la plena aceptación de lo hecho y no hecho. Y esta parte fue decisiva; algunos jugadores experimentados quedaron a la vera del camino, y se buscaron otros, menos maduros y sin experiencia, que hicieron suya la responsabilidad. Como pocas veces, su comunidad se sintió orgullosa de ellos. Puede hacerse. Es desafiante. Pero no hay razón para resignarnos y quedarnos a la expectativa de que la responsabilidad florezca por su cuenta y el compromiso eventualmente se de o no. La expansión de la calidad, la competitividad, la excelencia, la productividad, dependerán de que lo hagamos. El mérito, ser competitivos y alcanzar niveles de excelencia, cuando se trata de un propósito exclusivamente individual, con todo lo que tiene de admirable, representa una fuerza motivadora para pocos. Hasta es posible que pueda lindar con una patología; algo así como la disciplina por sí misma, o ganar sin importar los costos ni la ética. En cambio cuando la meritocracia se conecta con el servicio a la comunidad, con la creación de identidad con un sentido solidario, con la excelencia para la comunidad, las cosas cambian. La mayoría de los seres humanos distingue entre la disciplina, el compromiso y la responsabilidad como valores en sí mismos, exclusivamente personales, y la excelencia para el cuidado de otros. Terminamos trayendo a mano la experiencia de Chile Va! Cuando los jóvenes estudiantes municipales consiguen ver y sentir que la vida les abre la posibilidad para sí mismos de reconstituir su oferta futura y reconfigurar por completo su identidad en la comunidad, todo cambia: el “mundo local” educacional del poblador se reconfigura por completo. 20 21 22