Fernando Flores/ Mario Valdivia 25/01/13 Borrador.

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Fernando Flores/ Mario Valdivia
25/01/13
Borrador.
DISEÑO Y CUIDADO DE MUNDOS EN UNA ERA DE INCERTIDUMBRE.
Introducción.
Preocupados por el desarrollo de Chile, hablaremos de oportunidades, competitividad y
sentido de comunidad.
De ampliación sostenida e igualación de oportunidades para todos los chilena/os.
De cultivo de una convivencia solidaria.
De competitividad, eficiencia o productividad en lo que hacemos.
Como nuestra mirada está puesta en el diseño de políticas públicas, una forma de
generación de acción colectiva, hablaremos también, y muy especialmente,
de cultivar e intervenir en estados de ánimo.
Y lo hacemos tomando en cuenta el fenómeno histórico central de nuestro tiempo: la
incertidumbre traída por la globalización. Ante la integración mundial de mercados y
prácticas comunicativas entre más de siete mil millones de seres humanos, y el emerger
disruptivo incesante del mundo que motoriza la tecnología, podemos decir que hablar
del desarrollo de Chile es hablar de la manera como recibiremos la globalización. Y
hablar de políticas públicas de desarrollo, es hablar de políticas para una época histórica
de incertidumbre.
Hagamos ahora una breve explicación de esta entrada un tanto abrupta.
Preocuparse del desarrollo de Chile no quiere decir, como todos sabemos, tener la vista
fija exclusivamente en el crecimiento del producto interno bruto. También nos preocupa
su distribución, que no nos gusta y no mejora. Para no impacientarnos demasiado,
hablamos habitualmente de avanzar hacia una mayor igualdad de oportunidades, lo que
tampoco ocurre a la velocidad imaginada. Y también la dificultad, aparentemente una
rebeldía adicional, para dejar atrás un sistema productivo que nos parece excesivamente
apegado a la explotación de recursos naturales. No queremos vernos a nosotros mismos
principalmente como leñadores, hortelanos, pescadores, mineros y empleados de la
banca, el retail y algunas academias locales. Quisiéramos innovar mucho más que lo
que conseguimos hacer, a pesar del empeño y los buenos propósitos.
Al considerar las oportunidades, nos interesa entender cómo ellas ocurren en el mundo y
qué hacer para ampliarlas sistemáticamente y emparejarlas. Y si hemos de tomarlas en
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serio no debemos considerarlas “exógenas”, dándolas por sentado sin mayor
explicación, como si se trataran de iluminaciones que ocurren en la mente de
individuos. Sabemos que el horizonte de posibilidades que se nos abre en Santiago, a
cualquiera de nosotros, no incluye las oportunidades tras las que se movilizan en este
momento – ya - centenares de emprendedores digitales en el Silicon Valley,
emprendedores de la biotecnología en San Diego o emprendedores de la fragmentación
hidráulica – el fracking – en Texas. (Y no es que todo lo nuevo ocurra en Norteamérica,
pero los ejemplos son buenos y llamativos). Sabemos también, o sospechamos con
fundamento, que el horizonte de lo posible del estudiante medio de nuestros colegios
municipalizados, que es a la vez un poblador de alguna de nuestras poblaciones sociales
masivas, no debe ser especialmente amplio ni motivador, salvo en participar en alguna
banda o pandilla. Y a todos está alarmando en serio los volúmenes masivos que
adquiere nuestra educación superior y los horizontes de posibilidades – esperar una
buena pega – que aparentemente produce de manera sistemática entre sus egresados.
Muchos piensan: ¿qué pasará cuando el crecimiento de la economía se reduzca un
poco?
Sin embargo, no queremos quedarnos con intuiciones que parecen más ambiguas que lo
conveniente. (Porque, entre otras cosas, están los jóvenes futbolistas de clase mundial
que se han producido, y siguen haciéndolo, en esas mismas poblaciones y colegios. Y
están esos pocos laboratorios donde se hace biotecnología de buena calidad. Y esas
pocas empresas que han posicionado identidades globales. Y más ejemplos variados
aquí y allá)
Junto con hablar de oportunidades tendremos presente también nuestro sentido de
comunidad como chilenos. A fin de cuentas es de Chile - supuestamente el de todos,
según todos - y su desarrollo que estamos preocupados. De un tiempo a esta parte
nuestra convivencia no nos gusta. Nos produce una marcada ansiedad, y tampoco
parece mejorar; quizás empeora. El sentido de solidaridad que se hace presente
ocasionalmente en grandes cruzadas, en el fútbol y en los habituales terremotos (Favor
olvidar el saqueo en Concepción.), parece haber desaparecido de otros ámbitos. El
“modelo” que parecía tenernos tan contentos hasta hace poco, recibe críticas por todos
lados y no son muchos quienes lo defienden con todo. Cada proyecto de inversión
significativo divide a los interesados, próximos y lejanos, a veces hasta llegar a la
violencia. Parecemos ahogados en una convivencia agonística de suma cero, que impide
toda negociación desde un mínimo de solidaridad compartida.
Y además de convivir solidariamente debemos preocuparnos, obviamente, de
competitividad, productividad o eficiencia en lo que hacemos y producimos.
Nuestra mirada está puesta en el universo de preocupaciones de las políticas públicas. O
sea, en el potencial diseño de - cuando menos - algunas intervenciones de creación de
oportunidades, de producción de un sentido de comunidad y de compromiso con la
eficiencia y por competir. Con eso nos daríamos por satisfechos de sobra. Para
conseguirlo, sabemos que debemos hablar de estados de ánimo, ojala consiguiendo
animarnos a tomarlos en serio, sacándolos de la caja negra de lo “exógeno” en que
habitualmente los metemos. El temple anímico es esencial para el diseño de acción
colectiva, como bien saben los entrenadores, los empresarios, y nosotros mismos en
pantuflas y titulados de paternidad. Queremos tomarlo en serio. Nada sale bien en los
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ánimos inadecuados, cualquiera sea la calidad de las ideas, la inteligencia de sus autores
y la santidad de los propósitos.
Y lo que sea que digamos o hagamos, debemos hacerlo tomando en cuenta el fenómeno
histórico central de nuestro tiempo: la globalización. Se trata de la integración de
mercados y prácticas comunicativas entre más de siete mil millones de seres humanos
en todo el mundo; pero no solo eso. Consiste, esencialmente, en una nueva época
histórica movilizada de arriba a abajo por un incesante desarrollo tecnológico de base
científica. La innovación disruptiva - impredecible y contingente - de relaciones de
poder planetarias, mercados, industrias y estilos culturales, le da su sello definitorio,
caracterizándola como una era de incertidumbre. Es decir, el desarrollo de Chile y sus
quince millones de chilenos depende de la manera como nos llega la globalización,
como la recibimos, como nos integraremos a ella; o sea, en como preparamos nuestra
receptividad al futuro en esta época incierta.
Los horizontes de posibilidades emergen desde nuestro apearnos en el
mundo encarnando interpretaciones a la mano.
Comenzamos diciendo que las posibilidades – oportunidades, desafíos, amenazas – se
entienden mejor como horizontes abiertos por la actividad involucrada que realizamos
con otros que como productos de mentes individuales consistentes en información sobre
el mundo. Por un lado, como resultados colectivos más que individuales. Por otro lado,
como emergiendo primordialmente de nuestras actividades involucradas cotidianas más
que de una práctica tan derivada y específica como la de recoger y procesar datos del
mundo.
Aquello que llamamos posibilidades obviamente no son unas “cosas” más del mundo,
como los árboles, los edificios o los billetes de mil pesos, que todos podemos ver de una
manera que nos resulta homogénea y evidente. Tampoco consisten en información
flotando libremente al alcance de todos, como el precio del pan o una fecha en el
calendario. Más bien aparecen como el espacio de futuro que se abre hacia delante;
como el horizonte de lo que es posible. Constituyen un fenómeno tan primordial que
nuestras acciones cotidianas resultan entendibles por completo como un afanarnos por
navegar en este horizonte, abriendo y cerrando posibilidades.
Trotamos para mejorar nuestra salud, como es nuestra costumbre; leemos este
documento con vistas a preparar uno nuestro con más antecedentes; vamos al cine con
el propósito divertirnos, como lo hacemos habitualmente, y talvez para conversar con
nuestros amigos cinéfilos; participamos en un seminario para aprender y prepararnos
mejor para lo que viene, como lo hacemos a menudo. En nuestro actuar en el presente
estamos permanentemente abriendo y cerrando posibilidades futuras que emergen ante
nosotros como un espacio completamente natural y no examinado.
Hablamos de algo tan próximo que quizás puede pasar desapercibido de puro obvio. El
horizonte de posibilidades abierto ante el economista experto que se encuentra leyendo
este documento, emerge desde el conglomerado de prácticas que constituyen su
profesión, las que encarnan una interpretación de en qué consiste ser un experto
profesional de la economía. Si se trata de un empresario, un periodista, un ministro de
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Estado, un senador que dirige una campaña electoral, o un joven dirigente estudiantil,
obviamente todos ellos lo leerán afanados por posibilidades muy diferentes y
distintivas.
Mediante una elemental auto-observación podemos darnos cuenta que esto ocurre antes
de que nuestro pensamiento delibere. Al descubrirnos - de pronto - leyendo activamente,
nos percatamos que ya – con anterioridad - tenemos por delante un horizonte de lo que
es posible, que nos llama, por así decirlo, orientando nuestra acción.
Que los espacios de posibilidades que se nos abren emergen encarnando
interpretaciones a la mano (de lo que es posible) desde nuestros particulares universos
de prácticas, es una constatación especialmente gravitante para nuestra preocupación
por el desarrollo. Así como apunta al “lugar” donde ellas se producen, nos asegura que
habrá ineludiblemente diferenciales de oportunidades. Por un lado, ellas estarán
marcadas por diferencias entre los mundos de prácticas en que nos movemos economía profesional, empresa, representación política, liderazgo estudiantil. Por otro
lado, por diferenciales en las habilidades para actuar competentemente, así como por
diferenciales en las capacidades para hacerlo (p ej. diferencias en las disponibilidad de
instrumental), y también por diferencias en las identidades, o reputaciones sociales de
los actores.
Al hablar del objetivo de construir una sociedad con igualdad de oportunidades, con la
liviandad algo olímpica de los buenos deseos de quienes miramos el mundo desde
arriba, todos reconocemos su importancia. También cuando insistimos desde hace años
en la posibilidad de agregar más valor a nuestros recursos naturales. Sin embargo,
inmediatamente después de reconocer que las oportunidades constituyen una cuestión
fundamental, prácticamente damos por sentado el fenómeno que ellas son; así al menos
lo hace una parte de los estudios aceptados sobre desarrollo.
Basándose en una traducción al mundo social de una vieja tradición de las ciencias
naturales, aquellos se basan usualmente en enfoques que no tienen especialmente
presente el fenómeno de la acción humana como configuradora de posibilidades.
Acostumbran lidiar principalmente con hechos observables del mundo, o que pueden
reducirse a información elaborada sobre ellos, que de estar a su alcance resultarían
evidentes para todos los agentes humanos. Al igual que con las necesidades, deseos y
quereres de los seres humanos, en algunos casos sus oportunidades son dadas por
sentado como si se trataran de fenómenos psicológicos individuales, o bien, con plena
conciencia de su importancia decisiva, tienden a buscar relaciones muchas veces
mecánicas y sin fundamento preciso entre éstas y determinadas condiciones económicas
o sociales convertidas en variables causales potencialmente cuantificables. Sin embargo,
en la actualidad, después de la aparición de las nuevas disciplinas científicas
características de fines del siglo pasado - ecología, etnografía, estudios culturales y de
género -, cada vez resulta menos aceptable dejar afuera - exógeno – el carácter
interpretativo de la acción humana compartida; cuando menos en las llamadas ciencias
sociales.
(Referencias: Martin Heidegger, Ser y Tiempo. Peter Sloterdijk, Has de Cambiar tu
Vida, Sheila Jasanoff, States of Knowledge. Hubert Dreyfus, Estar en el Mundo.
Fernando Flores et. al., Disclosing New Worlds.)
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Las posibilidades están acompañadas esencialmente de estados de ánimo.
Los seres humamos actuamos decidiendo “hacia adelante”, con vistas a un futuro de
posibilidades que nos afana. Sabemos por experiencia propia, muy especialmente en el
inicio de este siglo vertiginoso, que el porvenir no puede predecirse procesando
información del mundo pasado y presente. Sin embargo, como hemos argumentado,
cada uno se encuentra - ya - “lanzado”, desde sus prácticas cotidianas, hacia un
horizonte de lo posible. (O para evitar cualquier connotación negativa o violenta que
pueda provenir de la expresión “estar lanzado”, podemos decir habiendo sido “ya
recibido” por éste).
J.M. Keynes se dio cuenta de este fenómeno esencial y de lo ciega que podía resultar la
mirada al ser humano como agente procesador de información, aunque lo hizo de una
manera que los pensadores posteriores que quisieron seguirlo quizás no supieron como
continuar elaborando de una manera plenamente convincente. Habló de los "espíritus
animales" para referirse a un modo de confrontación del mundo por parte de los agentes
humanos que los hace interpretar la existencia o inexistencia de oportunidades para
actuar. Alude a un estado emocional colectivo fluctuante que, de pronto, lleva a los
agentes a decidir llevar adelante o bien detener proyectos de inversión. Al tratarlo como
un fenómeno animal, Keynes quiso incorporar en el centro de la acción humana un
impulso movilizador que es explícitamente no “racional”, en el sentido de que no
proviene de un razonar calculativo; o sea, que no puede ser reducido a información
procesada sobre el mundo. No siendo una fórmula explícita, constituye, sin embargo,
una convicción definitiva de actuar.
Ahora hablamos de estados de ánimo, o predisposiciones colectivas que nos inclinan a
configurar posibilidades como invitantes o bien recusantes, tiñéndolas desde su inicio
básicamente como oportunidades o amenazas. De nuevo, mediante una elemental autoobservación podemos darnos cuenta de que el temple anímico constituye la manera más
primordial en que los seres humanos confrontamos el mundo. Es desde nuestras
inclinaciones anímicas que nos encontrarnos con aquello que nos resulta llamativo o
patente, y con el hecho que determinada información nos resulta relevante o indiferente,
prestándole atención o no.
Las oportunidades del futuro se nos presentan llamándonos desde nuestros estados de
ánimo. Mientras que se trata de fenómenos que tienden a ser invisibles para la policy
making académica establecida, constituyen lo más llamativo y esencial para los
emprendedores, los líderes políticos y los artistas; y también para cada uno de nosotros
en nuestras acciones cotidianas. Quien se encuentre interesado en producir acción
colectiva – acción con otros que puede ser tan simple como una relación de dos - sabe
que no confrontamos al mundo fundamentalmente como observadores curiosos que
buscan y procesan información con la indiferencia anímica de un experto
exclusivamente interesado en obtener conocimiento exacto.
“Grandes y exactas verdades” nos dejan muchas veces indiferentes. Expertos de todas
las disciplinas – salubristas públicos, moralistas, psicólogas, economistas, climatólogas,
ecólogas - experimentan habitualmente este fenómeno, que puede resultar paradojal, si
no frustrante. ¿Ocurre esto por la tendencia del experto de proyectar sobre los seres
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humanos en general, en su actuar habitual y cotidiano, su peculiar vinculación de
razonador calculativo con el mundo? Es posible. Seguramente presuponemos, como
académicos, que el ser humano se mueve en el mundo de manera semejante a como lo
hacemos nosotros cuando operamos como expertos en nuestra disciplina profesional.
Constituye un ejemplo más, perfectamente natural, de proyección sin examinar de los
horizontes de posibilidades que emergen a la mano en nuestros mundos de prácticas.
Vivir es encontrarnos - ya - implicados con otros lidiando con nuestros afanes.
Embarcados en proyectos empresariales o profesionales en el mercado, en relaciones de
intimidad, de amistad o familiares, comunicándonos, discutiendo y votando en
elecciones políticas, producimos nuestra historia de fracasos y éxitos, de ganar y perder
relaciones, de crear quienes somos en privado y en público. Nuestro estar en el mundo
nos afecta; tenemos estados de ánimo que nos inclinan a lo que viene.
Para unas políticas públicas dedicadas al diseño y cuidado de mundos, los estados de
ánimo constituyen fenómenos afectivos colectivos fundamentales. Será imprescindible
intervenir en los estados de ánimo, cerrando el paso a la resignación y sus derivados
habituales – tranquilización, cinismo, victimización, desolación - que impiden abrir
nuevos espacios de posibilidades y tomar responsabilidad por ellos. De no hacerlo,
flotaremos como uno más en medio del torbellino colectivo presente, a pesar de nuestras
buenas ideas e intenciones.
(Martin Heidegger, Ser y Tiempo. Pierre Bourdieu, Meditaciones Pascalianas. Pierre
Bourdieu, El Sentido Práctico. Peter Sloterdijk, Sin Salvación.)
Los estados de ánimo pertenecen al carácter holístico de nuestro estar
- ya - (“lanzados”) en el mundo.
Una somera auto-observación nos permite reconocer que nos afectan estados de ánimo
que pertenecen a las situaciones grupales o colectivas más inmediatas en las que nos
encontramos involucrados, dotándolas del interés o relevancia, atracción o aversión, que
tienen para nosotros. Estar “lanzado” como estudiante, profesor o apoderado en el
“mundo” de la educación básica municipal chilena, que ha sacado patente pública de
mala calidad incorregible, está teñido de ciertos estados anímicos que lo definen como
un todo. Hasta hace poco predominaba una victimización como resignación pasiva. En
años recientes hemos visto emerger ánimos de rebeldía y resentimiento activo, desde los
cuales emergen las oportunidades a la mano de protestar, marchar masivamente; hasta
violentarse. En cambio, estudiar en serio y responsablemente, quizás no tanto. Nos
trasladamos desde Santiago a vivir a una región y somos “recibidos” por ánimos que la
tiñen por entero – hay impotencia e irritación - con respecto al poder central de la
capital. Desde ellos emergen algunas oportunidades de ser-de-región: soñar con irse
algún día a Santiago puede estar a la mano, tomar plena responsabilidad por la calidad
de vida del lugar, quizás esté más distante. Encontrarnos operando una empresa que, de
pronto se ve muy intensivamente utilizadora de energía, nos pone en un ánimo de
ansiedad con respecto al futuro del abastecimiento energético, lanzándonos hacia
determinadas posibilidades que pueden representar oportunidades nuevas o bien
evitación de amenazas. La política y el ser político hoy en Chile están orlados de
estados anímicos que nos predisponen a ver de cierta manera a nuestros representantes
cuando aparecen en la TV. La desconfianza es uno de ellos, y podemos darnos cuenta
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cuánto nos deprime encontrarnos - ya - en un ambiente político en el cual se ha perdido
la credibilidad de nuestros propios representantes. Y cuando pensamos en eso con más
detención, puede poseernos un ánimo de alarma por el futuro de nuestra democracia. ¿Y
qué decir de los estados de ánimo que percibimos en las masivas poblaciones de
subsidio en la periferia de nuestras principales ciudades…, y de los nuestros cuando
circulamos por su cercanía?
Además, y de manera simultánea, podemos reconocer que nos afecta el momento
histórico en que nos ha tocado vivir. En Chile, las manifestaciones de descontento
masivo, especialmente juveniles, con el “modelo” que considerábamos tan exitoso, ha
producido un ánimo casi de “acabo de mundo” en varios círculos, acompañado de un
temor o entusiasmo, según sea el caso. El fantasma del populismo a la latinoamericana,
el de la deslegitimación del sistema, cuando no de la vieja revolución, rondan de pronto
nuevamente por las calles, con sus rostros ambiguos. Y nuestro estar “lanzados” al
mundo en este momento histórico se contagia de ansiedad por la crisis económica
financiera del mundo desarrollado, un mal agüero que pende sobre nuestros mercados
mundiales y nuestra seguridad económica. El medioambiente destruido y el
calentamiento atmosférico global vienen constituidos de un estado anímico ominoso,
vago y persistente, como ocurría con la Guerra Fría hace algunos años atrás, así como la
emergencia de China y Asia, el cruce de especies biológicas, la prolongación de la vida
humana – la mía y la nuestra -, el fundamentalismo y la posibilidad de un terrorismo
global le dan a la vida una tonalidad de ansiedad perpleja. Colectiva e individualmente
no podemos evitar las inclinaciones del temple del momento que vivimos juntos.
Y también podemos darnos cuenta de que en el trasfondo de todo, hay simultáneamente
una tonalidad o inclinación afectiva omnipresente que pertenece al estilo general de la
época histórica globalizada que vivimos. Nos arrastra la euforia de estos tiempos
vertiginosos, cuando no nos abruman. La disolución de todo lo sólido nos llena de
entusiasmo o terror. Nos predisponemos a lo por-venir incierto desde la apertura o la
cerrazón, habitualmente disfrazadas de una indiferencia que nos tranquiliza mientras no
levantamos la vista de las tareas cotidianas que hemos decidido nos mantengan tan
ocupados.
Estas son tres sintonizaciones anímicas que nos afectan de manera simultánea: las del
estilo epocal nos predisponen anímicamente ante la situación histórica presente, cuyos
estados de ánimo, a su vez, nos inclinan el temple con que enfrentamos las situaciones
de los “mundos locales” en que estamos involucrados de manera más próxima. Una
cerrazón general a lo por-venir seguramente nos llenará de temor y ansiedad ante la
situación presente, y tenderá a teñir de ánimos cerradores de oportunidades a nuestros
universos “locales” de prácticas. Al revés, una apertura general a lo por-venir
probablemente convertirá en desafiante el momento presente, seguramente
multiplicando las oportunidades que emergen en nuestros “mundos locales”.
Queremos destacar que no poseemos estados anímicos originalmente propios o
individuales. Cualquiera sea aquel en que nos encontramos, lo podemos reconocer como
una predisposición afectiva disponible para los demás participantes en nuestros
universos de prácticas. Debido a eso podemos reconocerlos y nos resultan familiares;
porque todos hemos estados en su cercanía. O sea, no debemos convertir los estados de
ánimo en fenómenos psicológicos individuales, que en seguida podamos dar por
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sentado como se hace normalmente con los deseos, preferencias y quereres de los
agentes humanos, metiéndolos en la caja negra de lo exógeno.
Finalmente queremos decir que si bien los estados de ánimo son colectivos, eso no
quiere decir que no hay espacio para la individualidad. Sin embargo, en cada caso, cada
uno de nosotros puede darse cuenta que debe lidiar con los ánimos grupales que - ya nos están afectando a todos; y es completamente discutible si alguna vez logramos
desembarazarnos de ellos, objetivándolos por completo.
(M. Heidegger, Ser y Tiempo, Primera Sección, Cap. 5)
Configuramos y habitamos “mundos locales” con otros.
Hemos hablado repetidamente de constituir y habitar mundos, o mundos de prácticas;
en otras ocasiones los hemos llamado universos de prácticas. De manera más o menos
intuitiva hemos aludido a profesiones, localidades, industrias, prácticas políticas,
sistemas y prácticas educacionales, etc. Vale la pena detenernos aquí un poco.
Constituye un hecho elemental que experimentamos personalmente, que nuestra
existencia posee una unidad holística. Y tenemos esta convicción a pesar de que
nuestros saberes expertos dividen el mundo en sectores, dominios, géneros y
subgéneros, especialidades y disciplinas múltiples etc. Sin hacer mucha cuestión, ni
examinar demasiado el fenómeno, los seres humanos nos tenemos a nosotros mismos
por una sola persona; hasta tal punto que lo consideramos un signo de normalidad. Por
otra parte, sin embargo, nos damos cuenta de que nuestro ser profesional, por ejemplo –
empresario, cientista social, economista, médico, estudiante etc. –, posee una cierta
unidad que podemos segmentar parcialmente del resto de nuestra existencia, como
también podemos hacerlo con nuestro ser familiar, nuestro ser político, nuestro ser
religioso, nuestro ser sexual, etc. Existe un conglomerado más o menos bien definido más o menos cerrado -, de prácticas desde las cuales podemos entender en qué consiste
ser un economista, o bien un empresario, un sacerdote, un padre de familia
monogámico, un militante político etc.
Llamamos “mundos locales” a estos complejos de prácticas que proveen un
determinado entendimiento holístico a la mano – más o menos autocontenido - de qué
quiere decir tener esta identidad social o tal otra. Podemos darnos cuenta de que la
constelación de “mundos locales” en que vivimos – profesión, familia, política, religión,
nacionalidad, localidad geográfica o social, etnicidad, etc -, constituye una coordinación
de las diversas versiones “locales” de quienes somos, articulando un entendimiento de
qué quiere decir ser el individuo que somos.
Al hablar de mundos lo hacemos de espacios de habitar que no son necesariamente
geográficos, por cierto; para lo que debemos dejar atrás el hábito - casi un reflejo - de
interpretar la noción de mundo de manera geográfica. El mundo del retail es un “mundo
local” - una industria más -, si miramos las demás esferas en que constituimos nuestra
existencia, aunque se trate de un mundo geográficamente globalizado: constituido en
todas partes por las mismas preocupaciones de fabricación a costos bajos, la logística
planetaria, el “estar a la moda”. El mundo de las grandes mineras es local en todas
partes, geográficamente hablando, pero existe como una conexión global de estas
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localidades. La industria forestal constituye un mundo local que se extiende
geográficamente de manera global, incluyendo a Chile, Escandinavia, Nueva Zelandia,
EEUU, etc.
Lo que nos resulta familiar en los “mundos locales”, permitiéndonos orientarnos
confiadamente en ellos, no es necesariamente un paisaje geográfico que nos resulte
conocido. Es más bien la red de instrumentos y equipamiento que los caracteriza, los
roles que desempeñan los seres humanos, y las relaciones que podemos establecer con
ellos lo que los hace familiares y reconocibles. (Una vez que hemos visto un hotel
moderno, un aeropuerto, un hospital, una consulta médica, un restaurante de comida
rápida y un metro, en cierto sentido se los ha visto a todos).
Nada de esto quiere decir que no haya mundos locales también en un sentido
geográfico. Lo es La Nación, como país delimitado en el mapa del mundo, así como las
poblaciones sociales de la periferia santiaguina también constituyen un mundo local con
un marcado sentido de localidad geográfica, lo mismo que algunas de nuestras regiones
y poblados – Freirina, por ejemplo - y nuestros liceos municipales. Sin embargo, por la
globalización de los mercados, las redes comunicacionales y los estilos culturales,
quedan pocos lugares que no estén influidos por estándares y expectativas globales. O
sea, nuestros “mundos locales” son todos globales - en buena medida - porque están
íntimamente conectados con otros mundos similares equivalentes en el resto del planeta.
Por este carácter simultáneo de local y global, a primera vista podría parecer
conveniente usar el término “mundos sectoriales”, más que “mundos locales”, pero la
palabra sector sugiere la existencia de una totalidad primordial – un gran “mundo”
único - que no queremos presuponer. Por la misma razón, y otras adicionales que son
evidentes, no usamos el término sub-mundos; no queremos sugerir la existencia de una
totalidad primordial. Por el contrario, el sentido de totalidad de nuestra existencia
proviene, queremos decir, de la agregación, articulación y coordinación de la
multiplicidad de “mundos locales” en los que existimos.
Para concluir: podemos decir ahora que cuando señalábamos que nuestros horizontes de
posibilidades emergen desde nuestro apearnos en el mundo encarnando interpretaciones
a la mano, eso ocurre en nuestros “mundos locales”. Nos constituimos como los
individuos que somos al desempeñar junto con otros una constelación de roles sociales
– familiares, profesionales, sociales, políticos, religiosos y demás – en los que
producimos, junto a nuestras habilidades y competencias, gustos, necesidades y
quereres, las oportunidades de hacer y llegar-a-ser que nos movilizan. En estos mundos
configuramos nuestras ofertas, como capacidad reconocida por otros de producir valor
(en un sentido amplio), y su posible futuro. Y en ellos se nos abren determinados
horizontes de posibilidades para construir nuestra identidad.
Transformar un “mundo local” implica permitir que sus habitantes (o, usando un
lenguaje desgastado, empoderarlos para que) reconfiguren sus ofertas y reconstituyan
sus identidades.
(Referencias. Peter Sloterdijk, Esferas. Tomo III. Fernando Flores et al., Disclosing
New Worlds.)
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Existimos en constelaciones de múltiples “mundos locales”, parcialmente
articulados y parcialmente separados entre sí.
Por una elemental experiencia propia sabemos que no existen seres humanos que no
sean alguien en particular, y que todos ellos se encuentran siendo parte de un “mundo”
específico en alguna parte. Siempre que nos encontramos con un ser humano, lo
hacemos con un chileno o un francés; un hombre o una mujer; un economista, una
médico, una peluquera, un ingeniero industrial o un chef de cocina; un empleado en una
tienda, un rostro en la televisión, un profesor, una alumna, un garzón en tal restaurante,
el sacerdote católico de tal parroquia, una empresaria de catering; joven o viejo; casada,
separado, madre, abuelo o hija; con diversas reputaciones, etc.
El dictum de Margaret Thatcher que no existe la sociedad sino que solamente
individuos, nos resulta hoy día discutible no tanto por el hecho de la existencia de una
sociedad (nacional o global) que nos envuelve a todos, sino que más bien por la
existencia de innúmeros mundos sociales, parcialmente articulados y estancos entre sí,
en los que desarrollamos nuestras vidas y constituimos nuestras identidades. Nos resulta
difícil imaginar a individuos sueltos moviéndose contra el trasfondo de un mundo
homogéneo e idéntico para todos; más bien los seres humanos individuales aparecemos
como el producto de múltiples “mundos locales” que constituimos colectivamente.
Ahora podemos decir con más precisión lo que queríamos concluir en la sección sobre
estados de ánimo: los seres humanos existimos relacionándonos e interactuando unos
con otros en variadas constelaciones de “mundos locales”, en momentos históricos
dados, e inmersos en el estilo de esta época global. Corresponden a tres sintonizaciones
siempre presentes que - ya - nos inclinan anímicamente.
La familiaridad activa y diestra en una constelación de “mundos locales” en momentos
históricos determinados, es decisiva. Podemos decir que ella nos hace receptivos a lo
que viene, al futuro de posibilidades que emergen en su seno. Al margen de tal
receptividad, cogidos por la sorpresa, correremos tras cambios que ya ocurrieron, más
que anticipándonos y participando de ellos. O bien, como dice el poeta, “lanzándonos de
repente a vientos, para caer en estanques sin compasión”; es decir, desprovistos de
receptividad, fracasando en proyectos quiméricos y posibilidades imaginarias. ¿No
fueron así nuestros viejos intentos históricos de industrialización?
(R.M. Rilke, Elegías de Duino, Cuarta Elegía)
Podemos escuchar la palabra “biotecnología” en el colegio o en la televisión, pero la
posibilidad de hacer algo con la biotecnología nos será distante y ajena si no
comenzamos por incorporamos, aunque sea marginalmente, a un espacio donde exista la
práctica de esta disciplina. Admiramos a nuestra selección de fútbol cuando la vemos
ganando con clase, sabemos que existe el fútbol en el mundo, pero para hacernos
receptivos a sus posibilidades es necesario participar activamente y en serio en ese
deporte desde que somos niños.
En el mundo bancario y en la gran industria forestal o minera, podemos tener
información sobre las complejas tecnologías informáticas y de control automático que
manejan los procesos, a fin de cuenta hemos invertido en ellas y las usamos como
productos (tal como un automovilista puede conducir un automóvil sofisticado), pero
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seremos ciegos a la posibilidad de participar en su desarrollo mientras no tengamos
alguna conexión práctica con el mundo donde ellas se producen.
Por otra parte, las oportunidades para avanzar, como ya lo han hecho otros en el mundo,
hacia producciones más sofisticadas y valiosas – con más valor agregado – se abren de
manera casi natural como posibilidades invitantes, ante quienes se muevan en un
“mundo” industrial que ya alcanzó un cierto nivel de desarrollo. Desde la receptividad
al futuro cultivada en un “mundo local” industrial, podemos tomar riegos fundados para
avanzar hacia configuraciones industriales más sofisticadas. La diferencia esencial con
respecto a algunas de nuestras viejas políticas quiméricas de industrialización, estriba en
nuestra conciencia de la necesidad de cultivar la receptividad al futuro desde el cuidado
de nuestra participación activa en “mundos locales” industriales presentes. Nos
podemos preguntar hacia adónde han avanzado industrialmente países semejantes a
nosotros (en dotación de recursos) después de pasar por etapas parecidas a las nuestras.
Y esta interrogante, desde la receptividad que adquirimos en nuestro desarrollo
industrial presente, abrirá posibilidades fundadas de cambios. No nos enfocamos en
resolver el problema de producir industrias con más valor agregado, sino que en diseñar
y cuidar “mundos” industriales que preparen receptividad a su rediseño futuro.
Economistas industriales chinos han sugerido esta ruta como una lección importante de
su propio desarrollo manufacturero.
Nuestros jóvenes en los cinturones de poblaciones sociales de Santiago – un “mundo
local” que emergió como producto no intencional, ciego, de políticas públicas de
resolución del problema de escasez de vivienda –, se preparan en sus prácticas
cotidianas para recibir un mundo adulto caracterizado no tanto, como sugieren las
prédicas habituales de imaginarios mandamientos morales, por la honestidad, el
cumplimiento y el respeto a todos, sino donde lo valioso y creador de oportunidades
resultan ser las virtudes de la guerra de pandillas.
¿Y qué decir de la receptividad al futuro de los habitantes de Freirina que a la espera de
“una pega”, recibieron finalmente una desde elevados poderes centrales interesados
también en resolver ese problema, para recibir como acompañante inesperado un nuevo
mundo local de hedores insoportables que la hicieron imposible, y terminar una vez más
a la espera?
Y podemos hablar de respeto a minorías sexuales o étnicas, pero quizás no lucimos muy
bien si nos comparamos con estándares mundiales, que son los que espera la
receptividad generalizada en esos “mundos” en Chile; no tanto que se resuelva este
problema o aquel otro, sino que diseñemos “mundos locales” plenamente dignos, y los
cuidemos.
(Referencias. Jutin Lifu Lin, New Structural Economics. F Flores, Disclosing New
Worlds.)
Las políticas públicas como diseño y cuidado de mundos, y no como
resolución de problemas.
No visualizamos hoy el mundo que habitamos como un gran trasfondo social en el cual
se mueven individuos genéricos dispersos confrontando y resolviendo problemas, como
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nos hacía creer un pensamiento económico y sociológico excesivamente racionalista.
Más bien nos encontramos con seres humanos situados históricamente en “mundos
locales”, configurándolos y cuidándolos junto con otros, y constituyéndose a sí mismos
al hacerlo: sus identidades, sus emociones, sus valores, sus habilidades, sus
oportunidades...
Podemos extraer una conclusión importante para el diseño de políticas públicas: su
punto no consiste tanto en resolver problemas, sino que en abrir y cuidar mundos. Más
que poner el foco de atención exclusivo en agentes humanos individuales afanados en
un razonar calculativo, dando por descontada su emocionalidad, sus gustos y afectos, las
normas que respetan y las costumbres que siguen, así como los horizontes de
oportunidades a su alcance, haríamos bien en poner en el centro de nuestra
preocupación a los diversos “mundos” donde los individuos se constituyen.
En el libro Disclosing New Worlds, F. Flores et al., el año 1997, se dan a la tarea de
investigar qué quiere decir diseñar “mundos” y cuidarlos. No necesitamos entrar en esto
aquí, pero referimos a esa obra a quienes se encuentren cogidos por la pregunta de
“como hacerlo”. Por el momento basta con señalar que nuestros “mundos locales”
pueden ser trasformados – de hecho mutan así permanentemente - mediante la
incorporación a ellos de prácticas que provengan de afuera – de otros mundos locales -,
y que reconfiguren el espacio de prácticas existentes. La localidad de Freirina es un
ejemplo trágico, como muchos otros por el estilo. El cultivo del salmón en Chiloé y la
Patagonia es un ejemplo que puede resultar más virtuoso. La presencia de grandes
proyectos mineros cambia aceleradamente el “mundo local” Atacama. A este tipo de
innovación industrial se refiere Justin Lifu Lin, al insistir en la posibilidad de incorporar
prácticas que están un paso más delante de nuestras prácticas industriales actuales. Los
autores la llaman apropiación cruzada. Opera cotidianamente modificando el estilo de
nuestras ciudades, los restaurantes de moda, la vestimenta, los modelos de automóviles
que circulan en ellas, por la simple toma y daca permanente del mercado y la cultura
abierta.
Cuando las nuevas prácticas pueden considerarse marginales a nuestras diversas
constelaciones de mundos, podemos hablar de un cambio re-configurador de “mundos
locales”, que aparece muchas veces dramático y de proporciones históricas. Las
tecnología digitales han reconfigurado, y lo siguen haciendo, especialmente los
“mundos locales” de la comunicación y la producción cultural, entendidas en sentido
muy amplio. La Internet ha cambiado por completo las distancias y el tiempo en casi
todos nuestros “mundos locales”. Proyectos de desalinización de agua basados en la
energía fotovoltaica – unas prácticas combinadas aun marginales en el mundo –
transformarían por completo el “mundo local” agricultura y demografía del Norte
Grande. Prácticas educativas marginales como Chile Va! han mostrado capacidad
potencial para reconfigurar el “mundo local” educación municipalizada y básica, como
ha quedado de manifiesto en variadas experiencias regionales específicas.
Finalmente, los autores distinguen la rearticulación, como el fenómeno transformador
consistente en la re-focalización de las prácticas de un “mundo local” que, por cualquier
razón, pierden coherencia y se desarticulan. Cambios en los valores que permitan
superar ambivalencias o tensiones entre ellos, son típicos. Los nuevos valores asociados
a los derechos sexuales, son característicos, así como los derechos de la mujer. Pero
también la emergencia, en Chile hace poco, del valor del involucramiento del habitante
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de “mundos locales” y de su derecho a negociar y decidir su cuidado y su
transformación; especialmente en el caso de proyectos que afecten su medio ambiente.
Auque no solamente en estos casos; también cuando el valor del derecho a negociar se
ve arrasado en cualquier terreno, como es el caso de los planes de salud privados.
Ejemplos: Chile Va! como innovación de mundos ya en acción en la que se combinan la
apropiación cruzada de prácticas educacionales con la incorporación de prácticas
marginales reconfiguradoras. Mostrar.
Norte, agua y energía solar. Oportunidad de diseñar nuevos mundos de asentamientos y
productivos sobre la base de la incorporación de una combinación marginal de prácticas
de producción energética fotovoltaica y desalinización de aguas saladas o salobres.
Mostrar.
Necesidad de reconfigurar lo mundos locales de las poblaciones masivas. Hay
pensamiento arquitectónico contemporáneo sobre esto. Mostrar.
Mundo de la producción de energía: diseñar un mundo sin carbón, y uso intensivo de
shale gas norteamericano. Explorar.
Una era de incertidumbre.
La gran diferencia práctica entre la interpretación de la acción a la mano y el
procesamiento racional-calculativo de información es que la primera no es controlable,
salvo autoritariamente, por supuesto. En el segundo caso, en cambio, basta con
modificar los datos de entrada. Cualquier empresario que ofrece un nuevo producto en
un mercado mínimamente competitivo, lo sabe: éste será finalmente interpretado por los
compradores. También lo sabe de sobra cualquier político democráticamente electo. Y
lo experimentamos todos diariamente cuando establecemos relaciones personales con el
otro género. Este fenómeno esencial constituye una dificultad especialmente turbadora
para los enfoques tradicionales aceptados de diseño de políticas de desarrollo.
Estamos habituados a diseñar políticas públicas fundándolas sobre verdades científicas
(menos pretenciosamente podemos hablar de conocimiento preciso, pero es lo mimo)
que permitan predecir (y dirigir o controlar) las acciones de los agentes humanos sujetos
a ellas. En el espacio aislado del experimento en el laboratorio y utilizando técnicas
estadísticas multi-variadas que permiten “aislar y pesar factores”, establecemos precisas
cadenas causales unidireccionales entre fenómenos. Sobre la base de estas recurrencias
diseñamos tecnologías y políticas públicas de cuyos efectos podemos sentirnos bastante
seguros.
Sin embargo, como ellas deben operar en el mundo más allá de los laboratorios y las
categorías estadísticas, y el mundo que habitamos no tiene un afuera trivial que pueda
ser aislado garantizadamente, las tecnologías y las políticas públicas segmentan y
desgajan el mundo – “natural” y “social” - para poder asegurar el control de sus
efectos. Grandes chimeneas deben poder lanzar “hacia afuera” los gases de combustión,
líneas de transmisión de todo tipo deben poder conducir hacia afuera cargas y descargas
de toda naturaleza, tsunamis y terremotos tienen la mala costumbre de no quedarse
afuera, los químicos tienen efectos inesperados que nadie anticipó adentro del
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laboratorio, los OGM tienen la tendencia a no quedarse confinados donde nos gustaría.
Y en el mundo “social” el estar afuera es una interpretación bien práctica, que al
segmentar y categorizar poblaciones, grupos y etnias en nombre de la focalización del
control, regresa con venganza en la forma de guetos, apartheids, violencia y crimen,
pérdida de dignidad, abusos, envidias y resentimientos. Los seres humanos tienen el mal
hábito de no querer sentir que son dejados afuera.
Uno de los aportes científicos más característicos de finales del siglo pasado es la
ecología y las ciencias ambientales. Surgen de encontrarnos, de pronto, con un
medioambiente delicado y finito, organizado en nichos ecológicos fáciles de
desestabilizar, que no son comprensibles ni manejables mediante políticas de
segmentación, predicción y control, sino que por el cuidado, el respeto y la
preservación. Un ejemplo en casa: todavía no tenemos una única interpretación
científica de la muerte de los cisnes de cuello negro en Valdivia hace pocos años atrás,
ni la habrá. Sin embargo, careciendo de información terminante, y contando solamente
de interpretaciones conflictivas, se actuó tomando una decisión esencialmente política.
¿Y qué decir de los grandes proyectos de generación eléctrica, de disposición de
residuos y alimentarios que han desatado recientes movilizaciones dispuestas a llegar a
la violencia de quienes no quieren ser dejados afuera?
Al terminar el siglo pasado, en todas partes del mundo los seres humanos se dan cuenta
de que una multiplicidad de espacios de fenómenos no pueden ser entendidos, ni
intervenidos, sobre la base de enfoque analíticos separadores o lógicas causales
unidireccionales de control; la ecología, lo medioambiental local, regional y global, lo
cultural, lo etnográfico, la vida urbana local, etc; en cierto sentido la totalidad de lo
humano. Iniciando el nuevo siglo estamos seguros de lo que hace poco era solo una
sospecha: el mundo, los “mundos”, más que estar hechos de verdades claras e
indiscutibles, consisten de interpretaciones “locales” diversas quizás ineludiblemente
conflictivas.
Por otra parte, desde el trasfondo histórico están emergiendo sistemáticamente nuevas
realidades motorizadas por los cambios incesantes de la tecnología de base científica.
En la era de la revolución digital, por la velocidad de avalancha de ellos (Ley de Moore,
detallar) y el carácter omnipresente que la digitalización tiene en todas las prácticas
humanas, esa emergencia adquiere el carácter de una permanente disrupción de todos
los “mundos locales”. Industrias, mercados, deseos y quereres de los consumidores,
valores culturales y éticos, y relaciones de poder y geopolíticas, están sujetas a tal
disrupción recurrentemente. No hay en esta época nada significativo que no esté tocado
de manera directa por este fenómeno, siendo el masivo desplazamiento de poder desde
Norteamérica y Europa a China y Asia, uno de los más notables.
No hay manera de navegar en esta era desde la predicción y el control, como resultó
posible hacerlo durante los años dorados después del término de la segunda gran guerra
del siglo pasado; ni para los individuos, ni los gobiernos nacionales y sus instituciones
derivadas. La vieja ingeniería y la vieja planificación, basadas en verdades que son
consideradas indiscutibles, científicas, se encuentran desprestigiadas y se desconfía de
ellas. A nuestros gobiernos les resulta muy difícil recurrir, como antes, a su prestigio
para implantar políticas y soluciones. Una larga serie de promesas incumplidas, algunas
de magnitudes catastróficas (Chernobil, Bhopal, Talidomide, Fukushima, Mar de Aral,
calentamiento climático, agujero de ozono, crisis de la ingeniería financiera del 98), las
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bajaron de su viejo sitial. En Chile podemos traer a colación el Transantiago, Freirina,
los cisnes de Valdivia, varios vertederos de residuos, casas Copeva, tsunami, colegios
municipalizados, universidades, errores médicos, manejo del tsunami reciente…
Algunos han llegado a hablar de la producción sistemática de riesgo como característica
esencial de la sociedad y la era actuales. Otros, apuntando a la desaparición de las viejas
verdades gravitantes y sólidas, hablan de sociedad líquida.
Todo apunta a pensar que entramos en una nueva era histórica en el mundo
caracterizada por el fin de la confianza pública ilimitada en el conocimiento experto. Lo
vemos a diario en nuestros medios de comunicación: expertos discutiendo
interminablemente entre ellos sobre cualquier materia, y el ciudadano o consumidor
medio que no se muestra convencido de la razón experta, ni la reverencia como antes,
más bien desconfiando de las posiciones de poder que ella le ha asegurado a sus
portadores. Esta pérdida de confianza indiscutida en la razón experta como fundamento
de la razón pública, constituye un cambio histórico de grandes proporciones. La razón
experta, basada en conocimiento exacto, comprobado y bien establecido científicamente
resulta crecientemente incapaz de servir de fundamento a las políticas públicas, como lo
hizo hasta hace poco. Y esta no es un resultado de algún defecto especial de los
expertos, o de nuestros expertos en Chile, que podría ser quizás reparado fácilmente,
sino que es consecuencia de la incertidumbre de la era.
La predicción y el control ya no la llevan. No hay manera de predecir los efectos que
nuevas tecnologías y productos, y nuevas políticas, tendrán en los diversos “mundos
locales”; en gran parte porque lo que acostumbrábamos a llamar efectos los entendemos
ahora como interpretaciones que emergen en ellos. Y, por otra parte, porque, para
empezar, no es posible predecir la emergencia de nuevas tecnologías ni controlar su
dirección ni sus ritmos.
No estamos hablando del agotamiento de una ciencia exacta o mecánica y su reemplazo
por una probabilística, con la cual se puede recuperar nuevamente la capacidad de
predicción en otro nivel, ni por una de fenómenos complejos, como está de moda hablar
en ciertos círculos, que puede, a su vez, manejarse sistemáticamente mediante
aproximaciones suficientes. Usamos el término contingencia para caracterizar estos
cambios que emergen de pronto “desde la nada”, por así decirlo, apareciendo
inesperadamente “desde la oscuridad” histórica. Ejemplos a la mano: la molécula de
DNA, los materiales semiconductores, el agujero de ozono, la posibilidad de la
computadora personal, la mujer del feminismo, el cambio de sexo, la aparición de
monstruos, como bienes libres - espacio de memoria en nuestros correos electrónicos –
incentivos morales de alta competitividad – Wikipedia, Firefox, Código Abierto –
quimeras como el ciudadano - periodista, el escritor - editor, el lector – bibliotecólogo,
el comunismo – capitalista de China. Nadie pensó en algo así antes de tiempo;
solamente quizás algunos visionarios de la ciencia ficción. Podemos pensar en la
contingencia como el verdadero tiempo histórico operando; como quien dice, brotando
desde sí mismo.
Y aquí es donde debemos revalorizar el rol político, y las habilidades y sensibilidades
políticas. La política es esencial en permitirnos anticipar potenciales interpretaciones
conflictivas, y también como capacidad de negociación. Por decirlo en términos
familiares: el político sabe que no hay manera de explicitar todos los factores que toman
en consideración y sopesan cuidadosamente cada vez que toman una decisión; y sin
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embargo lo hacen permanentemente. Siempre habrá incompletitud y finitud, a pesar de
lo que a veces pudieran pensar y querer algunos expertos. Esas capacidades definen
precisamente a los buenos políticos, a los buenos emprendedores, y quizás de manera
especial, a los jueces, cuyo rol consiste en hacer veredictos en medio de situaciones
imperfectamente definidas.
Para navegar en un mundo incierto es necesario anticipar, y mientras con más antelación
se haga, mejor. No se trata tanto de una habilidad intelectual o de imaginación de
individuos especialmente perceptivos, cuanto de una social que hemos llamado
receptividad. Se adquiere participando activamente en constelaciones de “mundos
locales” y sus redes donde la acción innovadora está ocurriendo y nuevos horizontes de
posibilidades emergen cotidianamente. La receptividad puede cultivarse como habilidad
personal; es una cuestión de diseño de las constelaciones que habitaremos y de nuestra
localización en ellas. Y también podría ser cultivada sistemáticamente en Chile como
una acumulación y articulación de habilidades nacionales. Requiere tomar riesgos y
decidir las constelaciones de mundos locales de los que no podemos quedar fuera, e
invertir los recursos y movilizar los estados de ánimo requeridos para que ciudadanos
chilenos se posicionen en ellos.
Muy elementalmente podemos decir que la recepción de espacios emergentes puede
referirse a los espacios abiertos por nuevos principios tecnológicos (el chip, el ADN, la
nanotecnología) que generan nuevos horizontes de posibilidades; a la emergencia de
redes de emprendedores que convierten dicho espacio en uno de oportunidades
empresariales emergentes; y a las olas de constelaciones de mundos locales surgentes, o
ciudades, donde las redes de oportunidades emergentes ocurren como empresas y
ofertas en el mercado.
Pensadores chinos – ej. Justin Lifu Lin, comentado precedentemente - han destacado la
sistemática producción de receptividad al futuro como uno de los pilares de la acelerada
industrialización de su país, destacando la apropiación cruzada de espacios de prácticas
emergentes a “mundo locales” de carácter nacional.
El cultivo de receptividad social a los espacios de por-venir es una misión en la
que el Estado Nacional es imprescindible.
(B. Latour We have never been moderns. B Latour, Politics of Nature. Sheila Jasanoff,
Science and Public Reason. Sheila Jasanoff, States of Knowledge. Ulrich Beck,
Sociedad del Riesgo. Zigmunt Bauman, Liquid Modernity., Isaiah Berlin, El Sentido de
la Realidad)
Nuestra convivencia es esencial.
Excepto en lugares o momentos autoritarios, cada vez más el fundamento obligado de
las políticas públicas reside en la negociación de interpretaciones que encarnan
diferencias en los “mundos locales” que habitamos; o sea, con variadas formas de vida y
estilos históricos. Y como precondición o trasfondo – una suerte de capital previamente
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acumulado - está la calidad de nuestra convivencia. La confianza mutua es esencial, así
como la convicción de compartir una mínima solidaridad.
En Chile oscilamos entre las barricadas y la judicialización. La presión callejera
constituye la confesión de algunos de la imposibilidad de negociar, de su pérdida de
confianza en los demás; a menudo una queja por la ausencia de solidaridad. Por otra
parte, la judicialización, en un sistema legal diseñado para aplicar la ley, y carente de
instrumentos significativas para interpretarla, es una demostración de lo mismo. Hemos
visto a jueces intachables, y con alto sentido de su responsabilidad social, procurando casi forzados por la importancia para el país de lo que debe ser decidido - crear espacios
de negociación estirando al límite las posibilidades de su rol de aplicadores de códigos
preestablecidos; a veces inútilmente. Hemos inventado una situación que combina la
parálisis con el descontento ciudadano persistente.
Si nuestros jueces se ven forzados a intentar gobernar, o legislar, quiere decir que algo
falla en el sistema institucional que tenemos. Y seguramente no se trata solamente de un
mero fallo simultáneo de nuestros ejecutivos y nuestros legisladores recientes. Los
gobiernos, abocados a la aplicación de soluciones basadas en diseños expertos – ¿en
necesario hablar del sistema de evaluación social de proyectos o del sistema de
evaluación ambiental de proyectos? –, enardecen fatalmente a comunidades locales, que
si descubren cómo hacerlo, los detendrán en la calle. En algunos casos, el Transantiago
es uno no único, esas comunidades están demasiado dispersas como para saber cómo
ejercer una protesta articulada eficaz. Pero en otros, Freirina o Hidroaysén vienen a la
mente, la manera de componer fuerzas resulta casi obvia. Y en todos ellos el rol
negociador de nuestros representantes políticos resulta manifiestamente irrelevante.
Nuestra convivencia parece ir de mal en peor. Sin embargo, donde el sistema
institucional lo facilita, y hay estados de ánimo favorables, la negociación entre partes
directamente enfrentadas en conflictos masivos, ha abierto cursos de salida y de
resguardo de una convivencia respetuosa y confiable. Podemos recordar casos de
conflictos y negociación entre empresas de consumo masivo y sus clientes.
(F. Flores et al, Building Trust)
Estados de ánimo para convivir en nuestra era.
Participamos de un momento de transición histórica; vivimos un acontecimiento. El
futuro deja de ser una pequeña variación de una misma recurrencia, para abrir paso a un
por-venir abierto. Se termina una manera de diseñar nuestro estar en el mundo
afirmándonos en el conocimiento preciso e indiscutido de leyes de funcionamiento de lo
“natural” y lo “social”. A nuestro alrededor nos encontramos ineludiblemente solo con
las variadas interpretaciones de seres humanos viviendo en “mundos locales”; o sea, con
diversas formas de vida y estilos. Entre ellos, por supuesto, hay también expertos que
aportan como uno más con sus interpretaciones.
En momentos así, cuando lo sólido y gravitante parece líquido y vaporizado ante
nuestros ojos, se hacen manifiestos estados anímicos que resultan muy importantes,
pudiendo hacer toda la diferencia. O nos cerramos o nos abrimos a lo por-venir; nos
inclinamos afectivamente en su dirección, o en contra de ella. Y de ser efectivo el
cambio histórico, ésta es una diferencia esencial: terminará siendo inconducente
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oponerse a lo que va a ocurrir de todas maneras. Por eso la cerrazón, nacida quizás del
miedo a la súbita ausencia de puntos de referencia “objetivos” indudables, como los que
nos afirmaban hasta hace poco, puede conducir a un conservadurismo rígido. En moral
y ética, a una intolerancia sitiada; en política, a un autoritarismo ataxofóbico; en
economía, a fantasmagorías populismo-fóbicas.
La apertura también puede tener sus problemas, por cierto. Acompañada de obsesiones
neofílicas, puede llevarnos a un hiper-optimismo ingenuo. En moral y ética, al desprecio
de toda norma y tradición; en política, al desprecio a cualquier institucionalidad
establecida; en economía, al infantilismo de una sociedad sin costos ni opciones
ineludibles.
Necesitamos ánimos de plena afirmación del por-venir, que al mismo tiempo sean
plenamente cuidadosos del “mundo” humano - la comunidad y su historia - que hemos
inventado y hace que la vida nos resulte acogedora, valiosa, desafiante y atractiva.
Cuidadosos como proyección, como voluntad comprometida y no tanto como
conservadores de un pasado glorioso. Por experiencia propia sabemos muchos de
nosotros que la existencia desprovista de una comunidad es insoportablemente desolada.
Y hemos recibido a Chile como regalo completamente contingente; simplemente porque
aquí nos tocó nacer y construir nuestras primeras relaciones de afecto. Quizás fue una
desgracia – podemos imaginar lugares más atractivos para hacer nuestra entrada al
mundo -, pero decidimos acoger a éste, acogiéndonos en él.
Confianza mutua y solidaridad.
Chile no es una entelequia que figura en el mapa del globo terráqueo (tampoco en el de
la FIFA o El Dakar), posee una bandera y ocupa un lugar en las cartas del FMI con un
determinado PIB per-cápita. Chile es ustedes, aquellas y aquellos que están leyendo este
documento ahora mismo y se sienten apestados o atraídos, pensativas o fastidiadas,
algunos quizás ofendidos; hasta aburridas, pero no indiferentes. Intentan anticipar
conclusiones, sabiendo ya que les van a gustar o bien enojar; y ya pueden saber que lo
van a recomendar para ser o no ser leído.
Chile no nos es indiferente.
Y Chile también es los estudiantes que nunca leerán semejante texto, pero que sabemos
están angustiados por la educación que reciben, el costo presente que abruma a sus
padres (aunque procuren disimularlo) y el valor futuro que los llena de ansiedad; ¡a
pesar de todas sus manifestaciones! Y también es los vecinos de Freirina, horquillados
por un mundo en alturas inalcanzables que les impide encontrar caminos que concilien
el progreso y la calidad de vida de sus familias y vecinos. Y Chile también es los
ancianos solos que recuerdan con emociones nostálgicas, su pasado, 18 de septiembre,
el combate de Iquique, el Mundial de 62. Y los exitosos empresarios que miran este tipo
de papeles con una gran pizca de sal, y que no saben bien cómo aportar inteligentemente
al país que aman – a pesar suyo, deben confesarlo -, sin saber bien por qué no se han
llevado todavía su bártulos a algún lugar menos esquinado del mundo, donde la vida sea
más atractiva y más conectada. Y los mapuche, y los habitantes de regiones extremas, y
los gay, y las vecinas de los guetos sociales de las periferias urbanas, y los
consumidores y micro-traficantes; los que no podemos alejar de nuestra localidad – en
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el barrio, la televisión y los mall - y nos caen bien y mal, los de este lado y del otro, los
amables y los insoportables.
Chile nos importa; Chile nos afecta.
Somos una colección de seres humanos y las historias que nos envuelven, unidos todos
por la total contingencia de habernos encontrado en una nave compartida y no querer o
no poder abandonarla. Hay espacio para el amor y el odio, para la indiferencia y la
solicitud, la cercanía y la distancia, pero debemos convivir. Este “mundo local”, La
Nación, nos resulta ineludible. Sabemos que debemos interactuar entre nosotros, que
nos encontraremos diariamente colaborando en redes de intercambio, ciudadanía y
sociabilidad, atados en una misma red de convivencia.
Confiar o no confiar; he ahí la interrogante. Podemos combinar indiferencia y
tolerancia, como si nos encontráramos en este suelo exclusivamente como ciudadanos
del mundo global. Pero al haber reconocido y aceptado ser chilenos – decisión no
menor; ni fácil, ni indudablemente conveniente -, confesamos que queremos más.
Queremos una comunidad, un nosotros, que le de densidad y reconocimiento de
identidad a nuestra existencia. Entonces la confianza mutua es esencial. En cierto
sentido, todo surge desde aquí.
Así que las políticas públicas – y nuestras instituciones - deben cuidar especialmente la
confianza; orientarse al cultivo de ánimos societales de confianza. No solamente con
vista a la calidad de nuestras interacciones y la satisfacción mutua con nuestra
convivencia en el presente, sino que especialmente para atarnos en la navegación hacia
un futuro más amplio para todos. Construir como trasfondo para nuestras competencias
y disputas una solidaridad básica que se proponga abrir espacios para todos, y
respetarlos - parecido a como lo hacemos con nuestros seres queridos más cercanos,
cualquiera sean sus estilos y opiniones -; ése es un gran desafío.
Con un sentido de comunidad, la negociación no es nunca exclusivamente una
rigidización de interpretaciones en juegos de suma cero. Siempre descubriremos
posibilidades de re-interpretar y re-alinear lo que parecía divergente. Estamos
dispuestos a abrimos a los demás como acompañantes y miembros de un nosotros, y a la
posibilidad de ensayar interpretaciones que no entendemos bien pero que parecen
comprometer activa y apasionadamente a otros. Y obviamente al poner en práctica un
estilo de negociación así de flexible y apreciador de lo otro, la calidad de nuestra
convivencia crecerá de manera sostenida.
Responsabilidad y compromiso.
Bien. Digamos que orientamos nuestras políticas al cuidado de mundos locales (y sus
estados de ánimo), en los cuales se generan las oportunidades que nos interesa ampliar y
distribuir mejor. Y también al cultivo de una convivencia de calidad, que conduzca a un
sentido solidario en medio de una diversidad negociada desde el aprecio. Aun queda por
cultivar un sentido de responsabilidad con el futuro personal y la comunidad.
Las nuevas oportunidades pueden verse pasar a la espera de que otros de apropien se
ellas. Se pueden entregar las responsabilidades de solidaridad al Estado o
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exclusivamente a otros, quizás más poderosos. Podemos dejarnos llevar por estados
anímicos de expectativa y quedarnos a la espera; un enemigo demasiado familiar y
asiduo.
La economía de mercados abiertos y competitivos, y las buenas prácticas de manejo
macroeconómico constituyen una institucionalidad básica fundamental para facilitar,
por la vía de grandes y desafiantes incentivos, la toma de acción emprendedora de los
agentes económicos privados para hacer suyas las nuevas oportunidades que emergen.
Existe una probada tradición de conocimiento económico y legal que permite cuidar y
rediseñar este espacio; sin duda. En el mismo sentido opera nuestra apertura cultural y
política, y nuestra abierta conexión con el mundo global.
Sin embargo, ellas solamente pueden abrir posibilidades; nadie puede asegurar que
efectivamente muchos tomen responsabilidad apropiándose de las oportunidades
abiertas. Muchas veces el compromiso constituye un estado anímico de pocos.
Pero, como todo, la responsabilidad también puede ser cultivada. Vimos hacerlo con
nuestros ojos con un racimo de jóvenes futbolistas noveles que jugaban en equipos
locales, algunos pequeños y desconocidos, y que hoy son destacas figuras mundiales,
con ocasión de la formación de la Selección de Fútbol que fue a Sudáfrica. Las
oportunidades estaban abiertas por el solo hecho de la existencia de un sistema de
clasificatorias mundial estrictamente meritocrático competitivo. También el espíritu de
respeto a la comunidad nacional que se representaba. Solo restaba la toma de
responsabilidad, la libre y completa aceptación del compromiso por parte de cada uno
de los jugadores, la negativa a disculparse de antemano, la rigurosa preparación que los
hizo a todos llegar sin trabajo a medias, con la plena aceptación de lo hecho y no hecho.
Y esta parte fue decisiva; algunos jugadores experimentados quedaron a la vera del
camino, y se buscaron otros, menos maduros y sin experiencia, que hicieron suya la
responsabilidad. Como pocas veces, su comunidad se sintió orgullosa de ellos.
Puede hacerse. Es desafiante. Pero no hay razón para resignarnos y quedarnos a la
expectativa de que la responsabilidad florezca por su cuenta y el compromiso
eventualmente se de o no. La expansión de la calidad, la competitividad, la excelencia,
la productividad, dependerán de que lo hagamos.
El mérito, ser competitivos y alcanzar niveles de excelencia, cuando se trata de un
propósito exclusivamente individual, con todo lo que tiene de admirable, representa una
fuerza motivadora para pocos. Hasta es posible que pueda lindar con una patología; algo
así como la disciplina por sí misma, o ganar sin importar los costos ni la ética. En
cambio cuando la meritocracia se conecta con el servicio a la comunidad, con la
creación de identidad con un sentido solidario, con la excelencia para la comunidad, las
cosas cambian. La mayoría de los seres humanos distingue entre la disciplina, el
compromiso y la responsabilidad como valores en sí mismos, exclusivamente
personales, y la excelencia para el cuidado de otros.
Terminamos trayendo a mano la experiencia de Chile Va! Cuando los jóvenes
estudiantes municipales consiguen ver y sentir que la vida les abre la posibilidad para sí
mismos de reconstituir su oferta futura y reconfigurar por completo su identidad en la
comunidad, todo cambia: el “mundo local” educacional del poblador se reconfigura por
completo.
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