El soldado de la prensa: una lectura de la Campaña en el Ejército

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El soldado de la prensa: una lectura de la Campaña en el Ejército Grande de Sarmiento
Es bien sabido que basta dar un breve repaso a sus textos más importantes para verificar la
falta de autonomía de la literatura argentina del siglo XIX respecto de la política. El diálogo
de los textos no se da solamente con otros textos (soportes a su vez de algún
posicionamiento político) sino también con los hechos mismos. Acorde a esta bifurcación,
la Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América de Domingo Faustino Sarmiento
se intercala entre la caída de Rosas y la llegada al poder de Urquiza –hechos a los que
responde- y las Cartas Quillotanas de Alberdi, texto que genera con la burda agresión que
contiene su dedicatoria: “usted sabe, según consta de los registros del sitio de Montevideo,
quien fue el primer desertor argentino de las murallas de defensa al acercarse Oribe” i,
escribe Sarmiento aludiendo al que no se cansa de llamar “querido Alberdi”.
Ahora bien, si la dependencia respecto de la esfera política no conoce excepciones,
si como afirma Ricardo Piglia “la política invade todo, no hay espacio, las prácticas están
mezcladas, no se puede ser solamente escritor”ii, el interés se traslada a la forma que se da
cada texto para ser un eficaz transmisor de ideología, a los procedimientos que lo
singularizan como hecho artístico mientras consiguen una recepción amplia para su
mensaje.
Una de las hipótesis de este trabajo es que, a través del análisis del entramado
textual sarmientino y de los procedimientos literarios con los que Campaña sienta su
posición política, quedan expuestas las estrategias para demostrar que Urquiza es una
variante aumentada de la barbarie de Rosas, demostración que constituye el principal
objetivo de Sarmiento. La otra hipótesis, que se desprende de la ostentación que se hace en
el texto de la presencia de la prensa en el campo de batalla, con la que se pretende evocar
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su larga y tenaz oposición al régimen desde la trinchera del periodismo, es que Sarmiento
reclama para su pluma el mérito mayor en la caída de Rosas. Con esas intenciones abre este
nuevo capítulo de la lucha entre civilización y barbarie que articula toda su obra. Esta vez,
le toca a Urquiza ser el bárbaro de turno, reservándose Sarmiento, como siempre, la
personificación de lo civilizado.
El problema estriba en que no mucho tiempo atrás Sarmiento, quien nunca desdeñó
del todo, en el marco de la lucha contra el rosismo, la posibilidad de aliarse a un caudillo (al
que tras la toma del poder “encauzaría” desde su lugar de letrado), había elogiado
profusamente a Urquiza ¿Cómo explicar entonces el autoexilio a pocos días de lograda la
victoria? Sólo dos meses después de Caseros, en una carta enviada desde Rio de Janeiro a
José Posse, ya se muestra urgido por organizar la resistencia contra Urquiza para prevenir
“diez años de caudillaje”iii ¿Cómo volver creíble un giro tan brusco? Estos eran los grandes
desafíos que el texto tenía que resolver y el minucioso trabajo de escritura realizado sobre
la figura de Urquiza y su ejército demuestra que Sarmiento no los tomó a la ligera.
El Ad Memorandum que inaugura el texto es, como señala Tulio Halperín Donghi
en su prólogo “una escueta transcripción de documentos justificativos de su conducta y
acusatorios de la de Urquiza”iv. Se cierra con la carta que formaliza la ruptura y el regreso a
Chile de Sarmiento. Las desavenencias, que giran alrededor de las importancias respectivas
de la espada y de la pluma en el derrumbe de Rosas ya habían sido expuestas. Contra lo que
podía esperarse, no faltan en esta documentación inicial los elogios dirigidos
oportunamente a Urquiza (siempre más inofensivos expuestos por el propio Sarmiento que
esgrimidos por sus enemigos) tales como “la República Argentina ha hallado al fin su
hombre, su brazo armado, que en su desamparo le preste ayuda, que la levante de su caída”v
y tampoco los que le son retribuidos. En efecto, escribiendo a su circunstancial aliado, el
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caudillo entrerriano alude a “la idea que le manifesté de acompañarme en la próxima
campaña, en las que sus servicios e inteligencia serán de mucha utilidad”vi.
Esta invitación, tal vez innecesaria a tres años del “yo me apresto, general, ha entrar
en campaña” de la carta a Ramírez con que se abre el ad memorandumvii, conduce a la
solución formal que es clave en el texto: Sarmiento se incorpora al ejército, desde la
campaña escribe su Campaña. El narrador, al escribir como parte de un ejército en marcha,
logra que el lector perciba el andar de las tropas y la mutación de ideas del propio
Sarmiento sobre la situación política como dos movimientos acompasados. Así, al mismo
ritmo que los soldados de Urquiza avanzan, su respeto por ellos y lo que representan
retrocede.
Para nada ajenas a este efecto de lectura son las características que Sarmiento le
imprime a su incorporación. Fiel a su concepción del gaucho como “figura literaria e
ideológica de la Argentina de los caudillos, en la que recubre todas las formas de la vida
social”viii, como oportunamente la calificaran Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, se
presenta a sí mismo como un islote de civilización en medio de un mar de barbarie. De
algún modo constituye un curioso oxímoron: es alguien orgullosamente desubicado: “silla,
espuelas, espada bruñida, levita abotonada, guantes, quepí francés, paltó en lugar de
poncho, todo yo era una protesta contra el espíritu gauchesco”ix. Este yanqui en la corte del
rey Arturo, este personaje que debía parecer a los ojos del resto alguien venido de otro
lugar y de otro tiempo y que seguramente producía una comicidad mucho mayor que la que
se digna admitir, se dedica a pasar meticulosa revista a los innumerables errores que, a su
juicio, Urquiza y su gente cometen. La falta de Estado Mayor, la desconsideración hacia las
tropas brasileñas (a las que les asignaba otro grado de profesionalidad), la vestimenta, la
manera de hacer vadear el río a los caballos, todo es motivo para ejercer una mirada a veces
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dura, a veces irónica, pero siempre crítica. Tantos son los rasgos negativos que disemina a
lo largo del texto, que la ruptura con Urquiza una vez lograda la victoria se naturaliza. Será
abrupta temporalmente –como negarlo- pero estará precedida por una larguísima serie de
signos de la barbarie urquizista.
Los encuentros con Urquiza están construidos de manera de reforzar este sentido. El
primero de ellos es el más importante: “el momento llegaba de ver al General Urquiza,
objeto del interés de todos, el hombre de la época”x. En esa ocasión Sarmiento, el mismo
que en Recuerdos de provincia supo presentarse como el depositario de una suma de
virtudes legadas por un linaje reconstruido bastante arbitrariamente, pinta la personalidad
de Urquiza como una resta de caracteres; puede decirse que a lo largo de la entrevista
Urquiza se va des-personalizando: “nada hay en su aspecto que revele un hombre dotado de
cualidades ningunas, ni buenas ni malas [...] ninguna señal pude observarle de disimulo [...]
ningún signo de astucia, de energía, de sutileza”xi. Sarmiento está componiendo la figura
que le interesa y que se evidenciará en la campaña, donde se verá un general que vence con
pereza, antes por las fallas intrínsecas de un rosismo exhaustoxii que por su sapiencia
militar. La disputa por la autoría de la futura victoria se inicia en este primer encuentro.
Por lo demás Sarmiento, que toma a la palabra oral y escrita como el arma política
correspondiente a la civilización, aun cuando se la utilice en los exasperados términos de su
polémica con Alberdi, destaca la dificultad de sostener una conversación con Urquiza,
hecho que considera una manifestación irrefutable de su incorregible caudillismo: “después
es él quien ha hablado, haciéndome escuchar, en política, en medidas económicas a su
manera, en proyectos o sugestiones de actos para en adelante [...] nunca manifestó deseos
de oír mi opinión sobre nada”xiii. Esta incomunicación, sin duda uno de los factores que
condena a Urquiza a ojos de Sarmiento, se va a acentuar en los encuentros posteriores, una
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vez iniciado el avance sobre Buenos Aires. En estas oportunidades, un nuevo elemento
anula casi por completo un diálogo ya de por sí trabado: en la tienda de campaña, Urquiza
recibe flanqueado por su perro. El animal, can y edecán del entrerriano, muerde al visitante
de turno de no mediar una orden en sentido contrario, constituyendo una presencia
turbadora y amenazante. Estos encuentros durante la campaña, consisten básicamente en las
reprimendas de un jefe militar a su redactor de boletines, y marcan en el texto el momento
de mayor predominio de Urquiza sobre Sarmiento. En la situación bélica el manejo del
caudillo por el letrado se vuelve utópico; en ese terreno el sanjuanino es sólo un subalterno,
posición que lo incomoda y que acostumbra reservar para los demás.
Sarmiento parece extraer de ello una lección definitiva. Es por eso que antes de
seguir argumentando contra la figura de Urquiza, el texto vuelve a centrarse sobre el
Ejército Grande, el que es narrado como una prolongación o una metáfora del caudillo.
Hacer hincapié en este ejército que ya avanza a través de la pampa abre dos caminos para la
estrategia textual de Sarmiento. Por un lado retoma la palabra el soldado culto y
pertrechado a la europea desde su insólita pero privilegiada ubicación en el interior de las
columnas de guerreros emponchados. Esta vez, siempre diestro para ilustrar con anécdotas
lo que juzga encontronazos entre civilización y barbarie, narra cómo su carta topográfica,
despreciada en un primer momento ante el respeto que inspira el saber práctico del
baqueano, termina exhibiendo una mayor precisión para detectar las aguadas. El
“boletinero” (siempre según su propio testimonio) empieza a ser mirado de otra manera
luego de este triunfo del saber libresco sobre la experiencia concreta del gaucho. Pero por
otro lado es en la marcha de la tropa donde luce, a su modo, como hombre de acción. Esto
fortalece su proyecto de mostrarse como el verdadero autor de la caída de Rosas: Sarmiento
lleva la imprenta al campo de batalla. Esta no es en realidad otra que su verdadera función
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operativa en el ejército, encomendada por el propio Urquiza, pero no puede dejar de leerse
como un fuerte gesto simbólico. La prensa que batalló en soledad desde Chile durante
tantos años, no cede su lugar a la espada en el momento del triunfo definitivo. Sarmiento, si
es necesario, arrastrará esa imprenta hasta el mismísimo Palermoxiv. Cada vez que resalta en
el texto su presencia física entre las tropas, está resaltando la de la letra escrita.
De hecho, es notoria la excesiva importancia que le atribuye a sus boletines en la
marcha de la campaña, creencia que no duda en transmitir al propio Urquiza (“Estoy
contento con el boletin. Distrae los ocios del campamento, pone en movimiento a la
población, anima al soldado, asusta a Rosas”) y que en su momento será blanco de los
dardos de Alberdi: “Decir que el boletín y no un cuerpo de treinta mil hombres (cumplía
todas esas funciones) y decírselo al general en jefe del ejército, era una impertinencia que
naturalmente debía enfadarlo”xv. Pero todo vale en el texto para minar la figura de Urquiza
y exaltar el papel de la escritura de Sarmiento en el derrumbe de Rosas. En efecto, el
narrador llega al extremo de decir que el propio diario que sirviera de base a Campaña,
fugaz botín de guerra en manos de Rosas, en vísperas del tres de febrero le auguraba al oído
la derrota.
Finalmente, esta derrota se consuma. La batalla de Caseros es en Campaña una
patética escaramuza en la que la victoria se logra porque “no había enemigo que
combatir”xvi y en el boletín, esta vez escrito a dúo con Mitre, una gran hazaña bélica.
Comparten espacio en esta zona del texto, la alegría por el poder conquistado y el ya
indisimulable hartazgo que Urquiza le provoca a Sarmiento.
Instalados los protagonistas en Buenos Aires, Sarmiento hace estallar todas las
contradicciones urquizistas que fue enhebrando a lo largo del texto. Condensado en el
conflicto generado alrededor del uso o abandono de la cinta colorada, se juega el tema de la
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continuidad o no del caudillismo, ahora bajo la égida de Urquiza. La adopción o el
abandono de la cinta no es un tema menor. Martín Kohan señala que la victoria de
Sarmiento sobre Rosas es ante todo una victoria semiológicaxvii; partiendo de ese concepto
se comprende la continuidad que existe entre realzar el valor de la prensa y combatir no
sólo al enemigo sino también a sus símbolos. Aceptar la supervivencia de la cinta colorada
sería para Sarmiento opacar la contundencia de su triunfo.
Por esto es que finalmente para Sarmiento no hay dudas: si a la dictadura de Rosas
le asignaba un cero, la calificación de Urquiza está todavía por debajo del cero. La
“expectativa de ilustrar déspotas”, como la llamó Julio Schvartzmanxviii, se ha clausurado
definitivamente.
Desgajado del ejército del que fuera tan estrafalario integrante, lo que lo libera de
obediencias; excluido del nuevo gobierno, vuelve a ocupar un rol que conoce: el del
opositor intransigente sobre quien se cierne un nuevo e inminente destierro. El texto de
Campaña será siempre una herramienta eficaz para utilizar ante quienes, como Alberdi,
cuestionen su actuación. En el texto, la toma de conciencia acerca de la barbarie urquizista,
y la constatación del protagonismo del letrado en el final del rosismo, están presentadas
como ocurridas dentro del propio ejército. Saber libresco, intervención periodística y
participación directa en las batallasxix. Sarmiento siempre sacará provecho político de la
elaboración literaria de este estratégico ángulo de visión.
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Notas:
Sarmiento, D.F., Campaña en el Ejército Grande aliado de Sud América, México, F.C.E,
1958, p. 75
ii
Piglia, R., “Sarmiento,escritor” en Filología, XXXI, 1-2, 1998
iii
Sarmiento, D.F., “Carta a Posse” en Amante,A., Sarmiento remitente, Buenos Aires,
OPFyL, 2000
iv
Halperín Donghi, T., “Prólogo” en Sarmiento, D.F., Campaña en el Ejército Grande
Aliado de Sud América, México, F.C.E., 1958, p. XLIV
v
Sarmiento, D.F., op. cit., p. 18
vi
Sarmiento, D.F., op. cit., p. 45
vii
Sarmiento, D.F., op. cit., p. 4
viii
Altamirano, C. y Sarlo, B., Literatura/Sociedad, Buenos Aires, Hachette, 1983
ix
Sarmiento, D.F., op. cit., p. 141
x
Sarmiento, D.F., op. cit., p. 106
xi
Sarmiento, D.F., op. cit., p. 106
xii
Sarmiento introduce así uno de sus tópicos predilectos: el caudillismo impide el
desarrollo de las fuerzas productivas del país. Prueba de esto es que, ante una emergencia,
Rosas no puede garantizar una efectiva leva de hombres ni recaudar fondos para ponerlos
en condiciones de combatir. Su sistema es, a la larga, inviable y autodestructivo.
xiii
Sarmiento, D.F., op. cit., p.
xiv
En alguna medida lo hace. La carta a sus amigos escrita con la pluma y sobre el
escritorio de Rosas, es su firma como autor de la victoria.
xv
Alberdi, J.B., Cartas Quillotanas, Buenos Aires, Claridad, p.33
xvi
Sarmiento, D.F., op. cit., p. 203
xvii
Kohan, M., “Animales domésticos” en Ana María Zubieta (comp.) Letrados iletrados,
Buenos Aires, Eudeba, 1999, p. 78
xviii
Schvartzman, J., Microcrítica. Lecturas Argentinas (cuestiones de detalle), Buenos
Aires, Biblos, 1996, p. 58
xix
“El 20 de abril fui de los primeros que me presenté con mi rifle en el lugar del combate,
por la misma razón que Alberdi se fugó de Montevideo, a saber: porque cada uno es dueño
de su pellejo” en Las ciento y una, Buenos Aires, Claridad, p. 39
i
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Bibliografía:
Alberdi, J.B., Cartas Quillotanas, Buenos Aires, Claridad, 1922
Altamirano,C., Sarlo, B., “Una vida ejemplar: la estrategia de Recuerdos de provincia en
Literatura/Sociedad, Buenos Aires, Hachette, 1983
Amante, A., Sarmiento remitente, Buenos Aires, OPFyL, 2000
Halperín Donghi, T., “Prólogo” a Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América,
México, F.C.E., 1958
Iglesia, C., “La ley de la frontera. Biografías de pasaje en el Facundo de Sarmiento” en
AA.VV., Nuevos territorios de la literatura latinoamericana, Buenos Aires, Instituto de
Literatura Hispanoamericana, OPFyL, 1997
Piglia, R., “Sarmiento, escritor” en Filología, XXXI, 1-2, 1998
Sarmiento, D.F., Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América, México, F.C.E.,
1958
Sarmiento, D.F., Las ciento y una, Buenos Aires, Claridad, 1922
Schvartzman, J., “Pólvora y tinta. La estrategia polémica de Las ciento y una”,
Microcrítica. Lecturas argentinas (cuestiones de detalle), Buenos Aires, Biblos, 1996
Rodríguez Pérsico, A., Un huracán llamado progreso. Utopía y autobiografía en Sarmiento
y Alberdi, Washington, Interamer, OEA, 1993
Zubieta, A.M. (comp.), Letrados iletrados, Buenos Aires, Eudeba, 1999
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