OLTEX SAC e I c/ BENTLEY MOTORS LIMITED s/ cese de

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CAUSA Nº 3.871/98
"OLTEX SAC e I c/ BENTLEY MOTORS LIMITED s/cese de oposición al registro de marca"
En Buenos Aires, a los 13 días del mes de mayo del año dos mil cuatro, hallándose reunidos en
acuerdo los Señores Vocales de la Sala III de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y
Comercial Federal, a fin de pronunciarse en los autos "OLTEX SAC e I c/ BENTLEY MOTORS
LIMITED s/ cese de oposición al registro de marca", y de acuerdo al orden de sorteo el Dr. Antelo
dijo:
I. Oltex Sociedad Anónima -con domicilio social en Corrientes 1291, piso 7º,
de esta Ciudad- promovió la demanda de autos contra Bentley Motors Limited -una sociedad inglesa
con domicilio social en Pyms Lane, Crewe, Cheshire, CW1 3PL, Inglaterra- para que se declarara
infundada la oposición deducida por ésta contra las solicitudes de registro de la marca “BENTLEY”
para distinguir productos en las clases 14, 28 y 39 del nomenclador internacional -actas nº 1.933.756,
1.993.760 y 1.993.763-. Tales oposiciones habían sido sustentadas en la confusión indirecta que
generaría en el público aquélla marca con la homónima registrada por la accionada para distinguir
productos de la clase 12.
II. El Sr. Juez de primera instancia, en el pronunciamiento de fs. 435/439,
después de reconocer el carácter notorio de la marca de la demandada y su identidad con la que
pretendía registrar la actora, concluyó que correspondía apartarse del principio de especialidad que
rige en la materia en la medida en que el signo cuestionado podía sus-citar confusión en el público
consumidor respecto del origen de los productos. Desde esa perspectiva, rechazó la demanda, con
costas a la vencida.
III. Contra dicho fallo, la actora interpuso el recurso de apelación de fs. 448 concedido a fs. 449- y que fundó a fs. 465/479. La demandada contestó los agravios a fs. 481/489. El
perito en informática Fernando Javier Liserre también apeló la regulación de sus honorarios por bajos
(fs. 442/443) la que será examinada al final del presente acuerdo.
IV. La recurrente se queja de que el a quo haya soslayado el principio de
especialidad, que haya juzgado que la marca de la oponente era notoria y, por ende, entendido que la
que se pretende registrar podía generar confusión indirecta en los consumidores; en este sentido pone
de relieve la existencia de registros homónimos de su propiedad en otras clases durante un tiempo
prolongado, sin que mediara oposición alguna.
V. Como es sabido, la protección que la ley confiere a la marca se extiende a
la clase de productos o servicios para la cual fue solicitado su registro; y sólo excepcionalmente se
admite la oposición respecto de otras clases cuando ella se funda en la confusión indirecta que deriva
en el consiguiente aprovechamiento indebido del pres-tigio ajeno por parte del nuevo solicitante
(doctrina de Fallos: 181:378; 187:131; 211:559 y 272:290).
Con tal comprensión, el criterio de esta Cámara ha sido el de declarar
fundadas las oposiciones hechas por los titulares de marcas notorias frente a solicitudes de otras
semejantes u homónimas para clases distintas, en la medida en que entendió que en esos supuestos
se presentaban las consecuencias indicadas (v.gr., Sala I, causa nº 5316, del 6 de mayo de 1977;
Sala II, causa nº 22.168, del 22 de junio de 1999, entre otros).
Se puede decir que estas consideraciones constituyen lugares comunes
dentro del derecho marcario; y quizá sea precisamente por eso que estimo necesario repasar las
razones que las animaron y confrontarlas con las circunstancias de la causa, a fin de evitar que la
solución del pleito derive de una aplicación irreflexiva de pautas generales (Fallos: 247:97).
Que el principio de especialidad determina el marco de la protección es algo
que nadie discute; él deriva de las normas que rigen la materia (arts. 1, 3, incs a y b, 4 y 10 de la ley
22.362 y arts. 1, 11, 12, 24 y 28 del decreto 558/81) y de la “única y verdadera” función de la marca
cual es la de “distinguir un producto o un servicio de otros” (Otamendi, Jorge, “Derecho de marcas”,
LexisNexis, quinta edición, 2003, pág. 9, punto 1.2.2, el subrayado me pertenece; concorde con
Breuer Moreno, Pedro, C. “Tratado de Mar-cas”, editorial Robis, 1946, pág.16, punto 10; Bertone, L.E.
y Cabanellas de las Cuevas, G. “Derecho de Marcas”, Heliasta, 2003, tomo 1, págs. 16 y ss., en
especial las citas de págs. 17 y 19 de autores nacionales y extranjeros, como así también de leyes,
proyectos y directivas de otros países que coinciden en la dirección que apunto). Además, recuerdo
que el art. 6 bis del Convenio de París (aprobado por ley 22.195; B.O. 1/4/80) condiciona la protección
de la marca notoria en los siguientes términos: “si la legislación del país lo permite”, lo que conduce al
respeto preeminente del principio aludido (ver art. 16.3 del A.D.P.I.C y esta Cámara, Sala II, causa
8933, del 23 de setiembre de 1980).
Sentado lo anterior, tengo en cuenta que la actora centró su impugnación en
la ausencia de renombre del signo de su contraparte y en la diversidad de rubros de una y otra (ver,
fs. 468/468, fs. 471, fs. 473 vta y fs. 474 vta., quinto agravio). En atención a ello y a la protección que
la ley y la jurisprudencia le confieren a las marcas notorias (conf. art. 6, inc. 1º, del Convenio de París,
Acta de Lisboa, 1958, aprobado por la ley 17.001 y art. 16.2 del A.D.P.I.C., aprobado por la ley 24.425,
ya citados) corresponde establecer si “Bentley” registrada por Bentley Motors Limited reviste ese
carácter.
Lo primero que debe darse para reunir dicha condición es que el signo sea
reconocido por la casi totalidad del público, sea consumidor o no del producto, (conf. Otamendi, J., op.
cit. pág. 357; Bertone-Cabanellas de las Cuevas, op. y t. cit., pág. 154; Becher, Hans, “The protection
of wellknown trade marks”, Trademark Reporter, nro. 42,pág. 606; Sala II, causa 4.772/00, del 4 de
marzo de 2002). No se me escapa que este aspecto puede suscitar opiniones encontradas, pero ellas
están relacionadas más con el modo en que los jueces valoramos el grado de difusión, que con el
concepto mismo de notoriedad (ver en tal sentido, el voto del Dr. Vocos -al que adherí- y la disidencia
del Dr. Farrell en la causa “Qualitas”, expte. nº 20.032/96 resuelta por esta Sala el 13 de marzo de
2003).
Tampoco ignoro que algún autor (v.gr. Dassas, Gérard “L’elargissement de la
protection des marques”, París, 1976, págs. 40 y ss., en especial, pág. 43) -concorde con algún criterio
expresado en el ámbito de la International Trademark Association y del A.D.P.I.C- estima suficiente
que la difusión se circunscriba al mercado al que pertenece el producto; sin embargo entiendo que
dicha posición suscita repa-ros pues importa atribuirle artificialmente el conocimiento del signo a un
consumidor ajeno al mercado en que aquél es explotado. Así, por ejemplo, el renombre de las marcas
“Lit-man” o “Hiene” en el mercado de los estetoscopios pediátricos, clínicos y cardiológicos, podría ser
valorada como un obstáculo para conferir el registro de signos homónimos para identificar medias
para hombres, lo que implica, como es evidente, la abolición virtual del principio de especialidad y una
protección desmesurada de la marca. Sin perjuicio de esta observación destaco que, al contestar la
demanda, la accionada sustentó su defensa en el concepto tradicional de notoriedad (fs. 51 vta., tres
últimos párrafos) lo que disipa cualquier duda sobre su significado.
El segundo requisito se refiere al inmediato poder de asociación entre la
marca y el producto (conf. Otamendi, op y lug. cit.; Montiano Monteagudo, “La protección de la marca
renombrada”, Editorial Civitas S.A., Madrid, 1995, pág. 45). O dicho con las palabras de mi apreciado
colega el Dr. Recondo “el grado de aptitud distintiva que tenga” (conf. su voto, como juez de la Sala II
de esta Cámara, en la causa 957/99, fallada el 17 de setiembre de 2002).
Algunos autores enfatizan en el nivel de reputación alcanzado por el producto,
esto es, su alta calidad dentro del mercado (v.gr. Montiano Monteagudo; op cit pág. 45 y ss.); sin
embargo, creo que esa es una circunstancia que se da generalmente pero que, si falta, no afecta la
notoriedad; por otro lado, si se presenta sin estar acompañada de las otras condiciones, tampoco
determina la celebridad del signo. Así, por ejemplo, la marca “Mark Levinson” de amplificadores de
clase “A” pura, suele ser inmediatamente asociada al producto por parte de los audiófilos; su prestigio
en el mercado es enorme en razón de la alta calidad de sus componentes y de la tecnología aplicada,
mas no podría decirse que es notoria en los términos definidos precedentemente. Inversamente, revisten ese carácter algunas marcas de hamburguesas, pero esa circunstancia se debe -más que
cualquier otra cosa- a que el producto está destinado al consumo masivo y a que la intensa y continua
publicidad comercial y el bajo precio encuentran favorable acogida en el público por la mutación de
hábitos culturales (ver, en sentido análogo, Otamendi, op. cit, pág. 342). Corolario de ello es que, la
indudable calidad de los automóviles “Bentley” no es determinante para considerar a esta marca como
notoria.
Aclarados estos aspectos, cabe preguntarse si quien invoca la cualidad que
vengo examinando -en este caso, la demandada- debe acreditarla (art. 377 del Código Procesal).
Otamendi se inclina por la negativa porque en-tiende que “La notoriedad de
una marca no requiere prueba. Si fuera necesario, entonces tal notoriedad no existe” (ver op. cit, pág.
366, punto 8.2.5). Tanto la lógica de la conclusión como la autoridad de quien la emite son evidentes;
sin embargo, al comentar el art. 6 bis del Convenio de París dicho autor expresa: “Vencido el plazo
legal, el titular de la marca notoria puede presentar un llamado de atención y las pruebas que
acrediten la notoriedad” (pág. 362, el subrayado no corresponde al original). En la misma dirección
Mathély entiende que el renombre de un signo marcario puede demostrarse, por ejemplo, mediante
sondeos de opinión: “Le meilleur moyen de prouver la notoriété serait sans doute de recourir à des
sondages” para agregar “Ce serait un mode de démonstration directe de la notoriété” (Mathély, Paul
“Le droit francais des signes distinctifs”; Librairie du journal del notaires et des avocats, París, 1984,
pág. 19; ver además, págs. 18 y 310); en tanto que el Dr. Recondo, en su voto en el expediente ya
referido, dejó sentado que el mayor o menor conocimiento que el público pueda tener de un
determinado signo -sea por un esfuerzo publicitario significativo, por un acontecimiento de difusión
masiva de carácter deportivo, o por su calidad excepcional o precio bajo- era “...una situación de
hecho que debe ser comprobada” (conf su voto en el expte. cit, considerando IV, párrafo segundo,
parte final). A su vez, el Dr. Vocos Conessa dijo: “No encuentro ocioso señalar, a esta altura, que la
notoriedad de una marca es un hecho de experiencia al alcance de un amplio sector de la población y
no requiere, por lo común, de prueba específica” (Sala II, su voto en la causa nº 4.772 del 21 marzo de
2002, considerando XI, cuarto párrafo, el subrayado no corresponde al original), lo que implica que, a
veces, puede ser necesario acreditarla por cualquier medio (conc. con su voto en la causa nº 2.554/
93, del 27 de agosto de 1996).
He transcripto las opiniones para evitar tergiversaciones sobre este punto. A
mi juicio, es claro que existen casos paradigmáticos en los que la exigencia de prueba sería
innecesaria; pero ellos no son frecuentes. La práctica forense enseña que la mayoría de los procesos
judiciales no concuerdan con los ejemplos académicos -casi siempre, extremos-, pues están llenos de
matices que dificultan su en-cuadramiento legal. Y este es un problema de matices (ver voto del Dr.
Vocos Conesa, en la causa 4772/00 cit., considerando X) porque el renombre de un signo se va
adquiriendo gradualmente y no depende sólo de la difusión que de ella se haga sino también de la
receptividad que tenga en el común de la gente a lo largo del tiempo.
Por ello, entiendo que no se debe sentar un principio rígido que descarte -en
supuestos como el de autos- la prueba del renombre; de lo contrario, los litigantes que-darían
expuestos a la mera opinión personal del magistrado
sin posibilidad de confrontarla con otros
elementos objetivos. Lo que es notorio para quienes han gozado de una buena educación o de una
elevada posición económica y social puede no serlo para otros; y los subjetivismos derivados de esos
contrastes no crean las condiciones más propicias para fijar un criterio jurisprudencial uniforme e
imparcial.
La propia demandada ha entendido que debía acreditar los hechos sobre los
que basó su defensa; y a ese fin, ofreció prueba documental, informativa y pericial (fs. 354/354 vta) a
la que me referiré seguidamente, en la medida en que los planteos de la recurrente importan restarle
todo valor.
A fs. 37 obra una copia de la noticia aparecida en internet en el artículo
titulado “BMW y Volkswagen pactan repartirse Rolls en el 2003" correspondiente al sitio
www.recoletos es/expansión/archivo/290798/empresas/expem03. htm" (Anexo 1, instrumental de la
demandada, fs. 52).
A
fs.
38/42,
se
encuentra
copia
de
la
página
de
internet
en
wwwdarkforce.com/royce/w.o.b.htm, de la surge la biografía de Walter Owen Bentley, un inglés afecto
al cricket y al motociclismo que en agosto de 1919 constituyó Bentley Motors Ltd. (Anexo 2,
instrumental de la demandada, fs. 52).
Como Anexo 3 la accionada acompañó el libro “The Illustrated Motocard
Legens Rolls-Royce” de Roy Bacon (fs. 52, vta) y como Anexos 4 y 6 la lista de modelos y precios de
los autos “Bentley” (fs. 43/48) y un menú con toda la información sobre éstos (fs. 44/48).
Para recalcar sobre la amplia difusión de “Bentley” como distintivo de
automóviles lujosos, acompañó copias de la tapa y de la página 56 de la revista de historietas
D’Artagnan, de febrero de 1999, en la que se la menciona (fs. 53).
Ahora bien, las copias presentadas -sobre las que, no tengo duda, son fiel
reproducción de sus originales (fs. 393/394)- remiten al universo especializado de los auto-móviles
lujosos y, por ende, a un mercado de compradores restringido. El precio de un Bentley ‘99 modelo
“Arnage”, clase “Luxury Sedan” -el más barato de la lista- es de U$S 203.000, mientras que el del ‘99
Azure es de U$S 335.000 (fs.45).
Podría decirse que ello no obsta a la conclusión del magistrado de primera
instancia, porque el producto y el signo con el que se lo asocia pueden ser ampliamente conocidos
aunque estén reservados a un grupo selecto de personas. Empero, la instrumental acompañada nada
aporta sobre el grado de conocimiento que el público argentino, en general, tiene de “Bentley” como
vocablo asociado indiscutiblemente al producto de la accionada. Al respecto recuerdo que la
notoriedad de una marca debe existir en el país en que se preten-de la protección (art. 6 bis del
Convenio de París cit.), principio éste ratificado por el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de
Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (art. 16.2); y no podría ser de otra manera, ya
que los eventuales compradores sólo pueden confundirse si relacionan la marca nueva con la notoria,
lo que sería imposible si ignoraran la existencia de esta última; tampoco habría posibilidad de que un
particular se aprovechase indebidamente del prestigio de una marca ajena si ella es desconocida en el
país en el que se la pretende explotar.
Las pruebas restantes tampoco ilustran sobre el conocimiento generalizado
dentro del mercado argentino del signo de la accionada ni respecto de la dilución que causaría el de la
actora.
Así, por ejemplo, el testigo Rubén César Roges -ex presidente de Seven up
de Argentina y propietario de un “Bentley” 3 litros de 1927- declara que el auto fue, en su momento,
producto de una alta tecnología y que comparado con el Ford T americano “hay años luz de diferencia.
El Ford tiene una mecánica precaria. El avance tecnológico que Bentley tiene posiblemente no los
tenga hoy en día un auto de la Ford. Agrega que Ford era un auto para la ‘masa’ mientras que Bentley
era un coche hecho para quien amaba un automóvil” (fs. 367/368, respuestas a la décima y a la
décimoprimera); agregó que en la Argentina hay cuatro autos fabricados por Bentley cuyos dueños
conoce, mientras que en lo concerniente al precio de una unidad contestó que “son muy difíciles de
precisar debido a que el mercado de los coches antiguos está limitado a un grupo de coleccionistas
que valoran el coche como si fuera una obra de arte” (fs. 367 vta, respuesta a la quinta).
Según este testimonio, es fácil de advertir que, en nuestro país, la cantidad de
personas que -por motivos culturales y refinamiento individual- pueden apreciar el producto de la
accionada no es muy numerosa.
Corrobora esta conclusión la prueba informativa producida en autos. En la
contestación del “Club Amigos de Automotores Antiguos” -una entidad fundada el 14 de mayo de
1978 “con el fin de promover el conocimiento de automviles antiguos originales”- se afirma que los
automóviles de la demandada son reconocidos en el mercado de coches de alta tecnología mecánica,
y que existen cuatro autos en la República Argentina (fs. 393). Es cierto que el “Club de Automó-viles
Sport de la Argentina” estima un número mayor pero que no sobrepasaría las 20 o 30 unidades (fs.
409/410, en particular, fs. 410, punto “e”). Por otro lado la “Asociación Cordobesa de Autos Antiguos”
no da ningún dato concreto sobre los eventos deportivos relacionados con el automovilismo en los
cuales participarían los autos de la demandada, aunque si da cuentas de que no existe dentro de la
Asociación ningún poseedor de vehículos de la marca “Bentley” (fs.411). Consideraciones análogas
hace el Sr. Miguel Devoto, presidente del “Club de Automotores Clásicos” (fs. 403/405).
Pongo de relieve que todas las entidades referidas circunscriben la fama de la
marca al campo automovilístico y, dentro de éste, al de los autos de lujo y deportivos (fs. 396, punto
“c”; fs. 409, punto “c”; fs. 411, punto “c” y fs. 404, puntos “b”, “c” y “d”), que es el único en el cual
aquéllas pueden informar con conocimiento (arts. 386 y 403 del Código Procesal).
La revista de D’Artagnan, en la que se menciona la marca “Bentley”,
demuestra más la cultura mundana del autor de la historieta que la notoriedad de dicho signo.
Prescindo del peritaje cibernético porque el experto se ha limitado a encender
la computadora y buscar en internet las páginas aludidas anteriormente para corroborar que todavía
existen (fs. 393/394), lo que, obviamente, no agrega nada al tema en debate.
Por otra parte, es evidente que los productos que comercializan las partes no
pertenecen al mismo género (esta Cámara, Sala II, causa 1854, del 7/12/72) ni son elaborados con la
misma materia prima (causa 6098, del 9/8/68), ni los de la actora son las partes o accesorios de los de
la demandada (Sala II, causa 529 del 16 de marzo de 1971) ni son usados por los compradores en
forma conjunta (causa 25.129 del 16/6/65 y Sala II, causa 4239, del 9/3/76), pues no tienen el mismo
destino y carecen de afinidad (Sala III, causa 105, del 24/3/82 y Sala II, causa 8825, del 11/2/92), ni por último- se venden en el mismo negocio (Sala II, causa 8054, del 21/8/79). Además, apunto que
Oltex S.A. tiene registradas las marcas “Bentley” y “Bentley-Express” en 20 clases distintas que, por lo
visto, no han producido mengua alguna en el signo de la oponente (fs. 141 a 164 y peritaje de fs.
165/167); en tal sentido, tengo en cuenta que este Tribunal ha rechazado las oposiciones deducidas
por titulares de marcas notorias, cuando las actividades comerciales de las partes eran totalmente
disímiles y los signos en cuestión habían coexistido pacíficamente a lo largo del tiempo (conf esta
Sala, causa 29.535/95, del 14/10/99).
En lo concerniente a la alegación de la accionada relativa a que “algunos
componentes de los automotores ‘Bentley’ contienen en su diseño metales preciosos que integran la
clase 14" -una de las clases pretendidas por Oltex S.A.- (fs. 482) carece de rigor lógico porque, si se
aceptara esa tesis, cada uno de los materiales con que están construidos el automóvil “Bentley” y sus
accesorios -madera, goma, vidrio, etc.- constituirían soportes válidos para que la protección marcaria
se extendiera a cada una de las industrias que los proveen, lo que configura una patente exorbitancia.
En cuanto a la imagen empleada por la demanda-da tendiente a relacionar a
“Bentley” con “Rolls Royce” afirmando que es su “hermana menor” (fs. 486, vta., segundo p-rrafo),
debo decir que si cupiera trazar un paralelismo entre la fama de las personas y la celebridad de los
signos marcarios, habría que estar a las consecuencias de ese parangón; y lo cierto es que la fama o
el prestigio no se transmiten hereditariamente ni se comparten por consanguinidad; valga como
ejemplo el de Shakespeare, que tuvo dos hermanas, una que murió a los cinco meses de edad, y la
otra de la que -con excepción de su nacimiento- no se tiene registro alguno por no haber sido
conocida más que en el ámbito de su familia (“Shakespeare” E.E. Halliday; Salvat; Barcelona, 1985,
pág. 21). Ejemplos como estos huelgan en el ámbito del arte, de las ciencias e, inclusive, del derecho.
Debo concluir, entonces, que a pesar de la calidad técnica y estética de los
automóviles “Bentley”, esta marca no es notoria en los términos pretendidos por la oponente.
La consecuencia que se deriva de esta conclusión es que los potenciales
compradores de los productos del actor no serán presa de confusión alguna sobre su origen, lo que
equivale a decir que el prestigio del signo de la demandada obtenido en el mercado de los automóviles
lujosos no podrá ser aprovechado indebidamente.
Sin perjuicio de lo expuesto, estimo conveniente agregar que esta Cámara ha
resuelto que la notoriedad de una marca no determina, por sí sola, que se haga extensiva la
protección a otras clases cuando ella misma impide la con-fusión indirecta (ver considerando IV,
párrafos octavo y siguientes, del voto del Dr. Recondo en la causa nº 957/99, del 17/9/02, antes
citada).
Ello es así, porque el aprovechamiento indebido que deriva de la confusión
indirecta sólo es posible si el consumidor asocia los productos con un mismo fabricante (ver art. 16.3
del A.D.P.I.C.); y esa operación mental no se da cuando la calidad y la forma de comercialización del
producto, y el sector del público a que está destinado se identifican con la marca de tal modo que
resulta difícil vincular-los a un signo homónimo que no sea la expresión de la misma “filosofía
empresaria”. Es que en los supuestos a los que me refiero, “el peso de la propia historia” de la marca
célebre constituye un valladar eficaz contra la confusión (ver esta Cámara, Sala II, causa 26.165/94,
fallada el 22/11/01); además, el público consumidor es, en general, “normal, lúcido y con moderada
desconfianza” (Sala II, causa 3118, del 16/12/ 74). Por esta razón, quien conoce la marca “Bentley” de
automotores ingleses y está imbuido del criterio con que el producto fue concebido y elaborado, jamás
la asociará mecánicamente con boinas, calzas, “bodys chiffon” o musculosas “canelón”,
confeccionados en la Argentina, aunque estén identificados con el mismo signo marcario (conf
artículos 8355, 2310, 6065, 2685 individualizados en el Anexo “E” del peritaje contable de fs. 131/167
y puntos “c” y “d” de éste, fs. 165). Por lo demás, es Otamendi quien aclara que “Según esta norma
(se refiere al art. 6º bis del Convenio de París), el titular de una marca notoria para automóviles no
podría oponerse a que se la use o registre para distinguir ropa o perfumes” (autor y obra citados quinta edición-, punto 8.2.2., párrafo segundo, pág. 364, que se corresponde con el de la cuarta
edición de pág. 350). Cabe extender esta línea de razonamiento a las restantes clases en conflicto
(v.gr. 14, 28 y 39) con una aclaración complementaria: respecto de los artículos de gimnasia y
deporte, la tesis de la oponente se funda más en los éxitos deportivos logrados por los autos “Bentley”
(fs. 482) que en la amplia difusión de este signo; empero los hitos significativos fueron las carreras en
Brooklands y los récords de la clase B en 1913 y 1914, mientras que el modelo “Speed Six”- “el
Bentley de carrera más exitoso” con dos victorias consecutivas en Le Mans- es de 1928 (fs. 86 y 89),
lo que circunscribe la posibilidad de la con-fusión al universo de consumidores que se dedican a la
historia del automovilismo deportivo, o que han sobrevivido hasta el presente y guardan memoria de
aquellos sucesos.
Por los fundamentos expuestos voto por la re-vocación del fallo apelado, con
la consiguiente admisión de la demanda, con costas a la vencida (arts. 68, primera parte y 279 del
Código Procesal).
El Dr. Recondo, por análogos fundamentos adhiere al voto precedente. Con lo
que terminó el acto fir-mando los Señores Vocales por ante mí que doy fe. Fdo.: Guillermo Alberto
Antelo - Ricardo Gustavo Recondo. Es copia fiel del original que obra en el T
4, Registro N
del
Libro de Acuerdos de la Sala III de la Excma. Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial
Federal.
Buenos Aires,
de mayo de 2004.
Y VISTO: Lo deliberado y conclusiones establecidas en el Acuerdo
precedentemente transcripto, el Tribunal RESUELVE: revocar la sentencia apelada con costas a la
demandada vencida (arts. 68, primera parte y 279 del Código Procesal).
De conformidad con lo dispuesto en el artículo 279 del Código Procesal,
teniendo en cuenta la naturaleza del asunto, la extensión, calidad e importancia de los trabajos
realizados y las etapas cumplidas, fíjase en conjunto los honorarios de los doctores Ernesto O´Farrell,
Carlos María Gallo, Gustavo Giay y Carlos A. Mercuriali en la suma de pesos TRES MIL CIENTO
CINCUENTA ($ 3.150), y determínase los emolumentos del doctor Mario Enrique Barrasa –letrado y
apoderado de la actora– en la cantidad de pesos SEIS MIL TRESCIENTOS ($ 6.300)(artículos 6, 9, 37
y 38 de la ley 21.839, modificada por la 24.432).
Por las tareas de alzada, ponderando los escritos de fojas 465/479 vta. y
481/489 vta., regulase los honorarios de los doctores Mario Enrique Barrasa, Ernesto O´Farrell y
Gustavo Patricio Giay en las cifras de pesos DOS MIL DOSCIENTOS ($ 2.200), pesos
CUATROCIENTOS CUARENTA ($ 440) y pesos UN MIL CIEN ($ 1.100) (artículo 14 y citados de la
ley de arancel).
En atención al carácter de las cuestiones sobre las que debieron expedirse
los peritos, contador Ricardo Alberto Raimondi y Fernando Javier Lissere, así como a la entidad de su
dictámenes, se confirma sus emolumentos.
Firman los suscriptos por hallarse vacante la restante vocalía de la Sala (art.
109 del RPJN).
Regístrese, notifíquese y devuélvase.
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