LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS SE REPRESENTA Joaquín Álvarez Barrientos CSIC (Madrid) Tampoco me pongas,/ con vanidad de docto,/ entre libros y planos,/ entre mapas y globos. Cadalso, "Al pintor que me ha de retratar", 1773. Del mismo modo que del siglo XVII al XVIII varió la idea de lo que era un escritor y de su papel en sociedad, cambió la imagen gráfica que acompañaba esa idea moral. Al mismo tiempo, se habían ido conformando los signos que identificaban su actividad y aquellos elementos que hacían visibles aspectos significativos del imaginario literario, como por ejemplo la geografía del Parnaso. Las siguientes páginas son un acercamiento a la representación de algunos de esos aspectos de la República de las Letras. El Parnaso y sus parodias A medida que se fraguaba el entramado conceptual y simbólico de la República de las Letras, se daba imagen visual a esos conceptos. Así se visualizaban, más o menos artísticamente, árboles de la ciencia, imágenes de la Verdad, de la Sabiduría, de la Razón, del conocimiento. Se creaban motivos que sirvieran para identificar a los que practicaban las letras y las ciencias instrumentos terráqueos, y que se dio una podían compases, utilización identificar plumas, etc. simbólica prácticas Toda esta y a ciertos objetos profesiones: iconografía e globos estaba ya conformada cuando en 1717 se edita el Journal litteraire, en La Haya. El grabador Bernard Picart realizó un frontispicio en el que se concitaban todos los elementos identificativos: Minerva, los símbolos de las diversas ciencias y el árbol, la biblioteca como espacio que recoge la memoria de la República Literaria y mantiene vivos sus valores, la lechuza y las señales de la nobleza intelectual, las cortinas y un edificio clásico, austero, además de algunos bustos de personajes que pueden pertenecer al Parnaso, pero que, en todo caso, están en la línea de las colecciones de personajes ilustres. Una interpretación burlesca de estos elementos aparece en el grabado de Enguidanos que ilustra "La lira de Medellín", la pieza poética de José Iglesias de la Casa, en el tomo segundo de sus Poesías póstumas. En ella se ve al poeta sentado a la mesa, mientras se dispone a escribir esa composición. Tiene detrás la biblioteca; pero el lugar de la lechuza lo ocupa un pájaro ridículo, sobre la mesa un caracol alude a la lenta gestación de la obra, un fauno al lado, rijoso, ta_e la lira, y en lo alto, como parodia de la inspiración, un alce o un ciervo toca la "trompa de Homero", que suena a cuerno y cuya leyenda dice: "La lira de Medellín" (1793). Por la repercusión de la obra, mayor valor tiene el frontispicio de la Encyclopédie de Diderot y D'Alembert, que en 1772 grabó Prévost y en 1765 había dibujado Cochin hijo, que ensalza la Verdad, como objetivo del hombre. Diderot explica interpretación así libre su y significado distinta de en la el Salon de 1765, en una presentada en el Catálogo de la exposición, que se ajustaba más a los presupuestos de la iconografía: se ve en lo alto a la Verdad entre la Razón y la Imaginación; la Razón que intenta arrancarle su velo, la Imaginación que se apresta a embellecerla. Debajo de este grupo, una multitud de filósofos especulativos, más abajo la tropa de los artistas. Los filósofos tienen fijos sus ojos en la Verdad; la Metafísica orgullosa menos busca verla que adivinarla; la Teología le vuelve la espalda y espera su luz de las alturas (1984, p. 319. La traducción es mía). La configuración de este grabado es piramidal y pone de relieve tanto una ordenación del conocimiento como una valoración de los distintos elementos que integran ese conocimiento. Por otro lado, no deja de tener relación, en la forma de proponer "el triunfo de la Verdad", con los cuadros religiosos de exaltación de Dios y de la Virgen: la Verdad semeja a la Inmaculada Concepción entre nubes y con la serpiente a sus pies. Desde este punto de vista, se podría especular con una representación cristianizada del llamado "culto a la Razón". A porque Diderot Cochin tradicionales, no le siguió, como satisfacía con se algunas comprueba absolutamente variaciones, al esta los contrastar, composición, clichés por quizá iconológicos ejemplo, su representación de la Verdad con la que fijó Cesare Ripa en su Iconología, de gran repercusión en Europa en los siglos XVII y XVIII, que había sido traducida al francés y "puesta al día" por Boudart en 1759. La imagen que representa a la Verdad en el frontispicio de la Encyclopédie se ajusta a uno de los modelos ofrecidos por el italiano: "se pintará una jovencita que aparece desnuda, cubierta sólo por algunos blancos velos que la envuelven y ciñen, mostrándose con ello que la verdad debe ir vestida y adornada de tal modo y con tales palabras que no se pierda la apariencia de su cuerpo, hermoso y delicado, que más se adorna y enriquece por sí mismo que con ninguna otra cosa" (1996, p. 393). Diderot, sin embargo, quiere quitarle el velo para que, gracias a la Razón, aparezca desnuda y sin estorbos. Pero, desde luego, lugar especial en este panorama iconográfico merecen las representaciones del Parnaso. Son sobradamente conocidos los textos que han tomado la visita al Monte o a Apolo como excusa para hacer un escrutinio de la producción poética, también lo son algunas de sus imágenes. En la Francia de principios del siglo XVIII existió el proyecto de realizar en bronce un Parnaso Francés, con Luis XIV como Apolo, acompañado de distintos poetas y músicos. El promotor de la idea fue Titon du Tillet y el escultor, que dio fin a un boceto de su ambiciosa obra en 1718, Louis Garnier. El conjunto se ordenaba en las laderas de un monte escarpado, por el que se diseminaban mirtos, palmeras y demás iconografía (Titon du Tillet, 1727. También Roche, 1978, pp. 302- 304), y que habría servido como icono nacional de representación de la historia cultural francesa. Este proyecto francés entraba de lleno en el modelo clásico, pero traeré a colación otras dos representaciones, ambas del siglo XVIII aunque ilustrando textos del XVII, que se salen de la habitual imaginería de carácter cristianizado y también piramidal. El primero es el grabado que aparece al frente del Parnaso español, monte en dos cumbres de Quevedo, edición de 1724. En él se figuran las dos cumbres, las nueve musas a la derecha, Pegaso sobrevolando la escena y a la izquierda Quevedo que es coronado por Apolo y que está detrás y algo por encima del poeta, como si le protegiera y le concediera todos los dones de la poesía. El arroyo que mana de la fuente Castalia discurre tortuoso por el centro del dibujo, mientras en la parte inferior un fauno o sátiro sostiene un retrato oval de Quevedo y una figura femenina, a la derecha del observador, sujeta una cartela con el título de Las nueve musas castellanas L.A. Es un grabado tosco, ingenuo y de torpe ejecución, pero muestra el momento en que el poeta es introducido en la más alta de las instituciones literarias, sin atender a la estructura vertical tradicional, antes al contrario, todos los personajes se encuentran en un mismo plano horizontal. El segundo proviene del Viaje al Parnaso (sic) de Cervantes, en la edición de 1784, de mucha mayor calidad, dibujado por José Jimeno y grabado por Bartolomé Vázquez. El centro de este grabado lo ocupa un resplandeciente Apolo que sostiene su lira mientras sale a recibir a Cervantes rodeado de las musas y con Pegaso a un lado en segundo plano. En primero está el autor del Quijote que llega en barca con Mercurio --cuyas indicaciones sobre cómo ha de conducirse con el dios parece escuchar-- y otros poetas, mientras sirenas y tritones acompañan el atraco de la nave. Incluso con sus grandes diferencias, identificar a estos grabados contienen los habitantes del los monte elementos Parnaso y necesarios para que el para lector comprenda la simbología. Tanto los retratos de Quevedo como de Cervantes eran de sobra conocidos, lo que permite comprender que uno y otro son aceptados por Apolo en su casa. Pero, si bien se abandona la estructura vertical, en el caso del grabado sobre Cervantes se mantienen dos planos y la representación de Apolo está enmarcada por cierto halo cristiano, pues se aprovecha de la simbología que representa a Jesucristo rodeado de rayos que aureolan su cabeza, con túnica y en actitud receptiva. No en vano se entendió la escritura como un sacerdocio. Por otro lado, al contemplar este Apolo es difícil no recordar las representaciones de Cristo saliendo del sepulcro. Aunque el rasgo cristianizante está ausente de la representación que del Parnaso hicieron Mariano Maella y Carmona cuando ilustraron la obra de López de Sedano en 1769, no falta la verticalidad característica que muestra a Apolo en lo alto, en lugar central, rodeado de las musas, Pegaso y Mercurio, ni tampoco la fuente Castalia. Su aspecto y su indumentaria se asemejan más a la de un dios clásico que a la del cristiano y en la ilustración el protagonista es el dios y las actividades que patrocinan las musas, y no poeta alguno. Pero todo este mundo serio y respetuoso, que mostraba el lado institucional de la literatura, tenía su otra cara burlesca y paródica, como existía en el plano de las letras, ya fueran impresas o manuscritas, y como se acaba de ver con el caso de Parodias, polémicas Iglesias de la Casa y su “Lira de Medellín”. sátiras y burlas de escritores tienen también su complemento iconográfico. Así, por ejemplo, al frente de las Memorias de la ilustre Academia Asnal, de 1788, que es una parodia de la República Literaria universal, o, como se escribe en el "Discurso preliminar", del "mundo literario", va un grabado del "Nuevo Parnaso" con tres montes, sin datos de dibujante ni de grabador, en el que toda la simbología alude a la soberbia de los escritores, a la erudición superficial y a otros puntos siempre Martínez críticos bajo el y burlescos pseudónimo que de desarrolla Doctor de su autor, Ballesteros Primo en las Feliciano distintas memorias que integran el tomo,1 y que en el siglo encontraron cultores de la . Para el autor, Palau (1949, p. 40b) y Aguilar Piñal (1989, p. 486). Los datos bibliográficos de esta obra son un problema. En su primera edición figuran así: "En Bi- Tonto, en la imprenta de Blas Antón y se hallará en Bayona de Francia, 3192 de la Era Asnal". Hubo una segunda impresión en Pamplona, Herederos de Martínez, s.a. Ciertas alusiones del texto indican que nos encontramos en el talla de Isla, Iriarte o Cadalso. Apolo es un burro que toca la flauta y seduce, como el falutista de Hamelin, a los escritores que no son sino pavos --símbolo habitual de la erudición superficial y del charlatán pagado de su escaso saber--. Otro asno, sobre dos patas como el flautista, habla con lo que parecen cisnes y un tercero asciende por el Monte, en cuya cima echa a volar Pegaso en forma de borrico con alas. La fuente Castalia se denomina "Fuente de los Asnos" y en su parte superior hay un molino que, seguramente, hace alusión a la inercia y a la repetición, a la imitación en el peor sentido: los jumentos daban vueltas incansables alrededor de norias y molinos. En el ángulo inferior derecho un edificio clásico, la Academia, abre sus puertas y el dintel lo adorna el busto de un asno, quizá tan erudito como el de Forner. Dentro de las Memorias hay varias estampas caricaturescas de distintos hombres de letras: astrólogos, matemáticos, oradores, músicos, etc. El influjo de la República literaria de Saavedra Fajardo y, muy seguramente, de la Charlatanería de los eruditos de Mencke se deja notar en algunos de los pasajes, así como, desde el principio, el magisterio del padre Isla y de Cadalso, además de otros faros de erudición y crítica. Es sabido que Goya se valió también culturales, de pero asnos el en los carácter Caprichos de unos para burlar grabados y algunos otros no aspectos permite compararlos. En todo caso, el burro como sinónimo de ignorancia era símbolo de sobra asentado en el XVIII, como también lo eran los pavos a los que se hace referencia en el grabado, que aparecerán también años más tarde en la portada de Los eruditos a la violeta de 1818, al igual que el mono, que suele ser sinónimo de pocos conocimientos. La identificación mono- títerehombre viene desde los tiempos clásicos, pero se había puesto de moda en el XVII con las "singeries" del flamenco David Téniers el Joven --del que se conservan en el Museo del Prado su Mono pintor y su Mono escultor-- y luego con Watteau, Huet, Lancret y Chardin, que se inspiran en el primero. En la misma edición de Los eruditos a la violeta aparece el mono rodeado de varios indicadores, entre ellos un globo terrestre, libros, recado de escribir y paloma, que quizá aluda a la candidez de los violetos (o de los que creen lo que dicen). De 1729 es una lámina que muestra la vera efigies de Martinus Scriblerus, el ficticio escritor ideado por Swift, Pope, Arbuthnot, Parnell y Gay para ridiculizar la erudición presuntuosa y la jerga académica: un año 1788, y que la reimpresión fuera hecha en Pamplona puede inducir a creer que también la primera fuese en esa ciudad. Ambas son idénticas. mono con cabeza de hombre (que se asemeja a Pope), sujetando una pluma en actitud pensativa mientras se apoya sobre una pila de libros. A su lado, un burro. Inseparables (Pope, 1729), como también en los trabajos de Hogarth y Goya. Los retratos Los antiguos tratados de pintura, como el de Carducho (1979), señalaban --siguiendo una tradición iniciada en la Roma clásica-- que sólo debía retratarse a aquellas personas que tuvieran algún tipo de importancia y pertenecieran a las clases poderosas. Con el paso del tiempo, el espectro de personajes susceptibles de ser retratados se amplió, llegando a posar para los pinceles del pintor artesanos, zapateros y otros que tenían dinero para pagar su retrato (Burke, 1994). En ambos casos, fuesen nobles o artesanos, el retrato tenía un mismo significado moral, vinculado a menudo al deseo de dejar para las generaciones futuras una imagen modélica, como símbolo, del antepasado que supo mejorar su estrato social. Así el retrato respondía más a la imagen que se quería ofrecer o que se tenía de uno mismo, que a la realidad personal del retratado; respondía a una identificación psicológica de carácter social, de clase o profesión: acreditaba prestigio, estimulaba la emulación de las virtudes en los descendientes, y además tenía un uso privado como recordatorio de eventos familiares. El parecido no importaba. Consecuencia de su objetivo moralizante y de la idea de que la práctica literaria servía para mejorar al individuo, son las galerías de retratos de hombres ilustres y el coleccionismo que esa afición generó. Desde el siglo XIV menudean, en las bibliotecas, retratos de personajes famosos por algún motivo. Políticos, marinos, artistas, humanistas, etc., colgaban de las paredes, pero otras veces se hacían colecciones de grabados de esos personajes. Hubo algunas dedicadas a hombres de letras, a modo de representación visual de la República Literaria, aunque lo habitual era la convivencia de unos personajes con otros, así, para España, el Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, de 1599, inédito hasta 1985, y, ya en el siglo XVIII, la de Retratos de los españoles ilustres, de 1791.2 Coincidiendo con el auge de estas colecciones, . Contra estas colecciones que adornaban las bibliotecas mostraba Mayans cierto recelo, ya que "muchísimos retratos que los antiguos acostumbraban poner en sus bibliotecas fueron fingidos, porque los autores de muchos libros vivieron largo tiempo antes, y de algunos de ellos no quedaron retratos ni podían quedar" (1996, p. 135). el retrato del escritor se hizo cada vez más frecuente, menos como estampa suelta, y sobre todo en los preliminares de los libros, por lo que se ha llegado a hablar del retrato como parte de la retórica de dichos preliminares (Balsinde y Portús, 1997). Existe biografía, aunque una que clara se conviene relación vincula señalar al que entre el desarrollo "las auge de del retrato procesos identidades que de y el de la individualismo, sustentaban eran más colectivas o institucionales que individuales" (Burke, 1994, p. 109). En esta época, hasta el XVII, el retrato se emplea para mostrar el papel social desempañado por el individuo, por lo que, según parece, importaba poco el parecido (Francastel, 1978); como se ha se_alado ya, el retrato era el símbolo de un estatus y de una condición moral. En el caso de los escritores, no debemos olvidar que la cultura era algo parecido a poseer un rango y que dedicarse a las letras implicaba un modelo moral. De esta manera se privilegia la representación del escritor trabajando (al servicio de Dios), y se muestra al humanista en su celda, convertido en un estereotipo, sentado, rodeado de libros en su studiolo, en actitud de escribir, representación cristianizada de la imagen de San Jerónimo (Checa Cremades, 1987). Aunque primaba la representación simbólica del literato, había excepciones, como los retratos que tenemos de Dante y Petrarca, en los que sí se buscaba semejanza médicos, y el parecido. aparecerán políticos, Paulatinamente, también actores, los comenzará retratos militares, de grupos gremios--, y a valorarse la profesionales -- desde el XVIII en España también de escritores, en tertulias, cafes y otras reuniones. En Europa estas representaciones de grupo son anteriores. Una muy interesante aparece en la Politiae Literariae (1540), de Decembrio, en la que están reunidos varios humanistas. Además del autor, que ocupa el centro y es quien comenta el libro que hay sobre la mesa, están Guarino --que habla en ese momento con Decembrio--, Aretino, Poggio, Gualengo y Vegio. Los escritores se reúnen alrededor de un texto, aislados por unas cortinas y sobre la mesa tienen recado de escribir. Guarino es el único destocado, todos van honestamente vestidos y la mesa está cubierta por un tapete, que parece valioso por el escudo y los adornos. Todo en este grabado rezuma aristocraticismo, didacticismo, capacidad de diálogo. Un modelo ponderado de conducta, que además se muestra aislado por la cortina. Los grabados posteriores de grupos de literatos nos los presentarán dentro del marco social: o en tertulias y cafés, conversando, o en actitud de preparar y discutir los contenidos de un periódico, como el que en 1769 representa a los "redactores" de la gaceta florentina Notizie del mondo. De nuevo, los personajes están correctamente vestidos; unos leen un texto, otros lo redactan, mientras al lado los operarios manejan la prensa.3 En el caso de los escritores, el retrato "modelo" de carácter moral se ajusta en principio a la idea de que el literato está al servicio de Dios y su sabiduría, concedida por Él, tiene como objetivo difundir el conocimiento de la divinidad. posteriores de Empezando los por humanistas, las los imágenes retratos de se San Jerónimo cargan de y las elementos y símbolos que sirven para reconocer su actividad (poeta, dramaturgo, erudito, matemático, arquitecto), y llevan además, en el caso de los literatos, pues no es así en los otros, una carga ética que porta el mensaje edificante contra la soberbia, la envidia y la vanidad, peligros que acosan al que trabaja con su pensamiento, y por él puede ganar distinción y haberes. Un mensaje básicamente estoico, pero también cristiano, que, a menudo, contrastaba con la realidad del retratado. Uno de los casos más claros es el de Lope de Vega: la disparidad entre su carácter y los mensajes morales que adornan sus muchos retratos es palmaria (Portús, 1992). Gracias a éstos, reproducidos en los libros en forma de grabados, el hombre de letras hace publicidad de sí mismo, ofrece a sus contemporáneos y a la posteridad la imagen que quiere que permanezca (una imagen no sólo física) y además da señales de su real o supuesta condición social.4 Para ofrecer esta información los dibujantes y grabadores se servían de una iconografía ya asentada en el siglo XVIII. Se les ve leyendo, escribiendo, contemplando, pues la melancolía fue uno de los estados privilegiados entre artistas y escritores, que se extiende sobre todo en la segunda mitad del siglo, como se puede observar en el segundo retrato que Goya hizo de Jovellanos, de 1798, o en el Autorretrato en el estudio, de Paret y de 1786.5 La actitud melancólica y de ensoñación, además de obras sobre la materia o . El grabado, en Venturi (1979). Recuérdense, para el siglo XIX, los cuadros de Antonio Mª Esquivel, "Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor" y "Una lectura de Ventura de la Vega a los actores del Teatro del Príncipe". . Carnicero confeccionó un grabado que ilustraba Los aires fijos de Viera y Clavijo, en el que se ve al autor de perfil sosteniendo en la mano izquierda su propio libro y con el dedo índice de la derecha indica el título de la obra. Fuera de ese retrato en óvalo se encuentran distintos instrumentos de laboratorio, y un pájaro negro que inicia el vuelo. La composición es muy original, al margen de lo acostumbrado en este tipo de representaciones. . A este respecto, Calvo Serraller (1996, pp. 36- 37) relata una ilustrativa anécdota: Diderot reprocha a Van Loo en 1767 que en su retrato no le deje "solo y en brazos de su ensoñación". que usan el sueño como excusa, va a dejar algunos de los mejores grabados de tema literario: el famoso de Goya El sueño de la razón produce monstruos o un aguafuerte, anónimo flamenco, que muestra a Francisco de Quevedo soñando sentado e ilustra Los sueños de Quevedo y la Vida del gran tacaño, enriquecida con lindas estampas, de 1699. En el siglo XVII y también durante parte del XVIII, para mostrar la dignidad del escritor, se le viste con ropas nobles, se coloca a su espalda un rico cortinón, no falta la mesa y el recado de escribir y, detrás, la apretada biblioteca. Así representaron Maea y Vázquez a Feijoo en 1791, para los Retratos de los españoles ilustres, que además está en actitud de escribir.6 En no pocas ocasiones el orgullo del autor se manifiesta en los títulos que ilustran los lomos de algunos de esos volumenes que descansan en las baldas de la librería; es el caso de Mayans en el grabado de 1755 realizado por excelente factura, mirando de Joaquim Giner, muestra frente, en que al pintó José “generoso actitud de Vergara. valenciano” escribir, con Este grabado, noblemente una de vestido, columna detrás (tradicional símbolo de poder y dignidad), escudo y en los lomos los títulos de algunos de sus libros. Existen otros retratos de Mayans, como el que pintó Van Loo cuando se encontraba en Madrid como bibliotecario real (hacia 1736), que se iconografía sale de literaria la práctica --más habitual, frecuente en pues los simplifica grabados-- toda para la dejar exclusívamente una pluma en manos del intelectual, como único símbolo de su actividad. Mayans parece haber abandonado por un tiempo el trabajo que tiene sobre la mesa y se vuelve hacia el pintor.7 Para diferenciar a un dramaturgo de un erudito, a un científico de un tratadista símbolos catalejos, militar, que etc., pudieran plumas, se colocaban contribuir globos a terráqueos, alrededor identificar máscaras del su de personaje aquellos actividad: Talía, etc. mapas, Para significar la fama, no faltan la trompa, la rama de olivo o la palma. Los grabados que ilustran el Parnaso español de López de Sedano, burilados por . De Feijoo se conservan otros anteriores. Destacan el que en 1764 hizo Jacobo Lavan, un medallón ovalado y orlado por laurel, en el que aparece con pluma y cartapacios, y otro de 1765, con cincuenta y siete años, que grabó Joaquín Ballester, e ilustró las ediciones del Teatro Crítico Universal de 1768, 1773 y 1779. . Hay al menos dos retratos más del valenciano. Uno, apicarado, que nos lo muestra viejo y desdentado, con la cortina y la biblioteca detrás (del que se desconocen los datos), que pudo haber sido grabado por un artista en la vieja escuela, y otro de 1764, aparecido en Ad Triginta Jurisconsultorum Omnia Fragmenta, de cuyo no parecido se queja en carta a Meerman. Manuel Salvador Carmona (Carrete Parrondo, 1989), hacen además diferencias más sutiles, dentro del ejercicio de las letras.8 El marco de los retratos es rigurosamente clasicista, así como sus adornos; Carmona diferencia según el autor retratado sea poeta épico (Ercilla), lírico (Garcilaso de la Vega), comediógrafo (Lope de Vega), etc., colocando o no ciertos objetos: coronas de laurel, máscaras de Talía, armas, polichinelas, caduceos, liras, flautas, libros. Como ya se señaló, para indicar su nobleza intelectual aparecen bien vestidos, con sus cruces de Santiago cuando las tienen y con aquellos símbolos que puedan contribuir a ensalzarlos. Coincidiendo con el despunte del retrato en la segunda mitad del XVIII y con la valoración creciente del parecido, señalada entre otros por Glendinning (1992), López de Sedano escribe las siguientes palabras en el prólogo del tercer tomo de su Parnaso: se hace necesario advertir al público [...] que los retratos de los ilustres poetas españoles que se le van fascilitando, y no es el adorno menos estimable de nuestro Parnaso, son verdaderas efigies, sacadas con la mayor puntualidad y con la perfección que ellos mismos demuestran, de pinturas o dibujos originales y no fingidos o voluntarios [...]; y esta misma exactitud es causa de que los que se publiquen sean muchos menos de los que todos quisiéramos, porque, aunque se sabe que los ha habido de todos los célebres sabios poetas de la nación [...], la escasez que vemos de ellos y la dificultad de adquirir los pocos que existen, acreditan que han corrido la misma fortuna que muchas de sus obras (1770, pp. v- vi).9 Estos grabados que aparecen en la compilación de López de Sedano no llevan cartela ninguna, salvo la que indica el nombre del autor, a diferencia de los retratos que dan cuenta de la efigie de algún hombre de letras ya desaparecido. En este caso, estos grabados, sin adornos externos, muestran al personaje con sus libros, etc., pero en la parte baja, ya en el zócalo, ya en el plinto, incluyen información sobre las fechas y lugares de nacimiento y muerte, así como sobre sus aportaciones a las letras. Por ejemplo, los de Diego de Covarrubias, Fray José de Sigüenza, Alfonso de Cartagena y otros (Pueden verse en Carrete Parrondo, 1989; otros en Paez, 1969). Interés aparte tienen el que grabó Carmona con motivo de la muerte del . También hay diferencias entre los grabados que se realizan del escritor en vida o ya desaparecido. En el segundo caso, en el zócalo de la composición aparecen los datos que identifican al personaje y resumen su actividad. Cierta excepción es el retrato, que dibujó A. Crua y grabó M. Peleguer, de Juan Andrés, de 1818 --había muerto un año antes--, pues se le ve sentado escribiendo. . Mayans que, como se ha visto, se quejó de la falta de parecido de uno de sus retratos, consideraba que para que un retrato fuera verdadero, debía "ser bien parecido al original, aunque no esté bien pintado" (1996, p. 132). padre Flórez, el de Jorge Juan para sus Observaciones astronómicas y físicas, en colaboración con Antonio de Ulloa, y el que dedicó a Tomás de Iriarte, inspirado en el retrato de Joaquín Inza. En este grabado, de 1792, aparece el menor de los Iriarte mirando de frente, pero lo interesente es la iconografía que acompaña al retrato. La lira y la trompa de la fama lo coronan, a sus pies los libros, las plumas y el tintero, la máscara de la comedia sin sonrisa y un amorcillo que llora sobre una resma de papel mientras apaga una antorcha que simboliza el fuego poético, acabado pues el poeta había muerto un año antes. Contrasta la viveza y vitalidad que muestra el modelo con todos esos símbolos que evocan su final.10 El caso Cervantes En la construcción de la imagen gráfica del escritor español merece capítulo aparte el caso de Cervantes. Los grabadores españoles en general siguieron los modelos europeos, como se señaló ya y se manifiesta en los fondos y en las posturas, pero para Cervantes nos encontramos ante la sorpresa de que los primeros que intentaron captar su efigie fueron los holandeses. Givanel Mas (1944) estudió este aspecto del cervantismo, ofreciendo como primera representación en grabado del autor del Quijote una de 1705 que ilustra la edición de las Novelas ejemplares en aquel país y año. En ella aparece sentado a una mesa, dispuesto a escribir mientras le llega la inspiración en forma de angelote que le acerca la pluma. Pero el primer intento de representación del "verdadero" aspecto de Cervantes, siguiendo la descripción que él mismo hizo de sí, es de 1738, y aparece en la edición inglesa del Quijote, en la que colaboró, como se sabe, Gregorio Mayans. En ese grabado, don Miguel está sentado en actitud de escribir y ve por un ventanal --imaginando la escena-- cómo pasan su caballero y Sancho, mientras de lo alto de la habitación cuelgan las armas y una cortina oculta parte de la biblioteca. Su mano izquierda tiene forma de muñón y está envuelta por vendas. Otras dos representaciones, de 1739 (La Haya) y 1742 (Londres), idénticas salvo en el detalle de la mano y algunos otros, nos muestran a Cervantes en un mismo fondo de cortinas y librería, vestido con elegancia y riqueza, sentado mientras deja de escribir por un momento. En la de La Haya conserva su mano inservible, mientras en la de Londres esa mano está cortada a la altura de la muñeca. En ambos grabados se observa la intención de ajustarse a la . Maella y Carmona produjeron también el retrato de Juan de Iriarte que va al frente de sus Obras sueltas, de 1774. No faltan las coronas de laurel, la Fama, los libros, etc. descripción de su persona que el autor dio en el prólogo de las Novelas ejemplares: "Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de ojos alegres y de nariz corva, aunque bien proporcionada [...]; los bigotes grandes, la boca pequeña", etc. Estos grabados de Cervantes se asemejan en fondo, actitud, mirada, a lo que era el modelo del retrato del hombre de letras en Europa desde el siglo XVII, pues son muy similares a los de, entre otros, Jean de Clerc y, más tarde, de Sauveur François Morand, de la Academia de Ciencias de París, Feijoo, Mayans, etc., con su biblioteca y cortina detrás, pluma o libro en la mano. El conjunto es clásico, majestuoso, noble, y aúna los signos externos de la aristocracia del saber y de la sangre. Para la edición del Quijote de 1780 de la Academia Española, José del Castillo dibujó un retrato, a pesar de lo señalado por los estudiosos en sentido contrario, inspirado en el de la edición inglesa, que grabó Carmona, y que tiene todos los símbolos que solían acompañar al escritor reconocido: corona en lo alto, trompa de la fama, espada, laurel, libros, escribanía, máscara.11 Los retratos de Goya Contamos con numerosos retratos de escritores del siglo XVIII, pero en ese grupo hay que hacer un hueco especial para los que son obra de Goya porque en ellos no se indica su profesión de hombres de letras, primando lo que el retrato pueda mostrar de su condición de burgueses o aristócratas ilustrados. Los tan famosos de Moratín, Meléndez Valdés, Vargas Ponce, Llorente o Jovellanos resaltan su aspecto de hombres políticos, militares, religiosos y burgueses, pero no su dimensión de escritores.12 Glendinning explica esta ausencia de rastros iconográficos indicando que en los retratos a pincel hay menos retórica que en los grabados (1992, p. 97), lo que ejemplifican bien el retrato que de Tomás de Iriarte hizo Joaquín Inza y su posterior grabado de Carmona, inspirado en dicho retrato, y el que Rivelles y Blanco hicieron de Meléndez, basándose en el de Goya, pero añadiendo la lira de poeta, el limbo con resplandores, carcaj, cayado y otros elementos . La bibliografía sobre el retrato de Cervantes es amplia, así como sobre el proceso de edición de 1780. De entre toda ella, véase el prólogo a la misma y González Palencia (1947). . Uno de los grabados que acompaña la edición de 1830 de obras de Moratín, le muestra sentado y empuñando la lira, mientras las musa Talía le ense_a el templo de la inmortalidad. Lo dibujó Vicente López y lo litografió Juan Antonio López. Los demás que se conocen del dramaturgo están ayunos de simbología. alusivos. Al mismo tiempo, se pintaban más retratos y de muchas más personas que no eran nobles, lo que potenciaría la tendencia al parecido, a la identificación social y contra el simbolismo. Estos retratos de Goya adelantaron, como en otras ocasiones, lo que sería la forma característica de retratar en el siglo XIX, en el que ha desaparecido la simbología. Sin embargo, encontramos otros retratos, anteriores y contemporáneos de los realizados por Goya, que ya dan señales de ese cambio: no muestran la condición de literato (o no sólo) y sí otras, como la de eclesiástico, así en el grabado de Iglesias de la Casa y en el retrato de Lista. 13 Torres Villarroel, en el almanaque El mesón de Santarén de 1735, como en otros, aparece aureolado, astrólogo, es pero decir, los como símbolos lo catedrático identifican de como matemáticas (lo matemático que y supone prestigio) y como autor de pronósticos y almanaques (su importante fuente de ingresos), aunque en alguno se rodea de varias obras suyas. En este plano iconográfico, evidencia la relación entre Quevedo y Torres el grabado que se publica en la segunda parte de los Desahuciados del mundo y de la gloria, 1737, en el que se le ve sentado, bien vestido, en actitud pensativa, apoyado el codo en una mesa en la que hay libros, esfera y otros elementos. A su espalda, los estantes de la biblioteca y una amplia ventana, y a sus pies un perro que dormita. El grabado se titula Sueños del doctor don Diego de Torres Villarroel, se señala su edad, treinta y dos años, y es similar (aunque la composición está invertida) al que adorna la edición ya citada de los Sueños de Quevedo (Amberes, 1699). Compendia ambas actitudes el retrato de Forner, en el que aparece vestido con su indumentaria de abogado (toga y golilla, aunque sin la ostentación de Campomanes en el que le hizo Carnicero), dejando para el zócalo, fuera del cuadro, los elementos que le hacen pasar por hombre de letras: tintero, plumas, resmas de papel y libros.14 La coronación del escritor Si algunos prefirieron mostrarse a sus contemporáneos y a la posteridad privilegiando una simbología no literaria, quizá porque en su . El de Iglesias puede verse en sus Poesías póstumas, de 1793 (también en 1798). En este, que lleva la iconografía propia del poeta (fama, libros, plumas, etc.), se señala que es "presbítero", como en el de Roca (grabador) y Ribó (dibujante), de 1856, que no lleva atributos. El más temprano conocido de Lista es de 1835, obra de Federico de Madrazo, para El Artista, y no lleva símbolos. . José Altarriba fecit. Se encuentra en el ms. 9582 de las obras del extremeño, conservadas en la Biblioteca Nacional de Madrid. apreciación personal eso fuera secundario frente a otros valores, hubo quien, como Quintana, fue retratado en el momento grandioso de su carrera como poeta (como intelectual, en realidad) al ser coronado por la reina Isabel II en el Senado el día 25 de marzo de 1855. El cuadro que Luis López Piquer terminó en 1859 muestra el momento en que el poeta, acompañado por Martínez de la Rosa, llega hasta la reina que, según Cueto, le dijo: "me asocio a este homenaje en nombre de la patria, como reina; en nombre de las letras, como discípula", pues Quintana fue ayo suyo (1953, p. 187). La corona de oro que recibió fue donada por el poeta a la Academia de la Historia. De Quintana se conocen otros retratos: uno de ellos joven, obra de José Ribelles (1806), en el que no hay iconografía alusiva, como tampoco en el posterior grabado de Legrand.15 Representaciones del Parnaso, retratos de escritores, iconografía que identifica emblemas la de práctica la literaria República de y ciertos autores las Letras: Dante, que se Petrarca, toman como Virgilio, Cervantes, etc. Sólo se conoce un caso en el siglo XVIII en el que se quisiera identificar a la literatura con un escritor vivo y hacer que éste fuera el símbolo de la República. Ese hombre de letras fue Voltaire, a quien se quiso levantar una estatua. La ejecutó Pigalle y se encuentra en el Louvre, el proyecto surgió en abril de 1770, en varios salones parisinos, y se llevó a cabo por suscripción tanto de escritores como de público. En este grupo se encontraban algunos de los magnatarios europeos. Voltaire aparece sentado, viejo, desnudo, con la pluma en una mano y un rollo de papel en la otra. Era la primera vez que alguien que no era un rey, en vida y por suscripción, propuesta se de forma consideró popular, como un recibía el desafío de honor de miembros ser esculpido. influyentes de La la República Literaria, que veía en Voltaire a su patriarca. La escultura no gustó prácticamente a nadie, pero se aprecia en su desnudez la igualdad teórica que debía de existir en la República Literaria y, por extansión, en la sociedad (Goodman, 1986). Sin embargo, la estatua y el proceso de su realización muestran los valores del nuevo orden literario y político: entre el privilegio y la igualdad, entre la protección y la independencia, ese estado intermedio del hombre de letras que el mismo Voltaire indicó en 1765 al comparar al escritor con un pez volador en su Dictionnaire philosophique (1994, p. 351). En este proyecto había un algo de democrático y de desafío a la . Para la coronación de Quintana, Palenque (19 ). monarquía, al no contar con el rey; en las coronaciones de poetas sucedía lo contrario. Aunque se pudiera colocar al creador a la misma altura del monarca, pues ostentaba como éste corona, el poeta laureado se encontraba al servicio del rey por el que era distinguido y consentido. La coronación era una gracia real que, además, contaba con muy digna tradición. A este respecto, un liberal moderado como Félix Enciso Castrillón escribía en su Oración inaugural de 1839 en la Universidad Literaria de Madrid que “la nación literaria” debía tener independencia, pero sobre todo debía estar al servicio de la monarquía y hermosearla. Parodia del retrato Ironizó toda esta codificación iconográfica Cadalso, en 1773, cuando publicó en los Ocios de mi juventud su poema "Al pintor que me ha de retratar", en el que primero repasaba los elementos típicos del caso, para después pedir que se le representase de un modo muy concreto. Cadalso rompe en su anacreóntica el molde establecido, el modelo ético y moral de escritor al servicio de los otros y del conocimiento, para pedir una representación frívola y amatoria: no me pongas ceñudo con iracundos ojos, en la diestra el estoque de Toledo famoso, y en la siniestra el freno de algún bélico monstruo, ardiente como el rayo, ligero como el soplo; ni en el pecho la insignia que en los siglos gloriosos alentaba a los nuestros, aterraba a los moros; ni cubras este cuerpo con militar adorno, metal de nuestras Indias, color azul y rojo; ni tampoco me pongas, con vanidad de docto, entre libros y planos, entre mapas y globos. Reserva esta pintura para los nobles locos que honores solicitan en los siglos remotos (1993). A este modelo opone el joven Cadalso otro en el que desea aparecer, dionisíaco, con el pecho desnudo, alegre y gozoso, la cabeza adornada de "tomillo oloroso", mirto o "pámpano beodo", con el cabello suelto, en la mano derecha un vaso de jerez o valdepeñas, mientras en la izquierda sostiene un tirso, "que es bacanal adorno", y, por último, bailando o con su Filis amoroso. Contrasta desde luego el modelo que propone --dentro de una tradición sensual, libertina y natural, pero también clásica-- con el que niega, institucional y serio, como contrasta con el retrato que P. de Castro Romero le hizo en 1855, en el que aparece precisamente con todo lo que rechaza: casaca, medallas, pluma, globos, mapas, compases, etc. Rechaza el gaditano el tópico social y "gremial" de la representación del hombre de letras y del noble, en beneficio de otro más personal y menos moral según los parámetros clasicistas, pero que no niega, sin embargo, la actividad literaria, pues se incardina desde su individualidad en una tradición goliárdica, pagana y sensual. Se ha visto que algunos hombres de letras y ciencias se retratan con los elementos que les pueden identificar como tales, que otros lo hacen sin dichos signos y que un grupo, del que Cadalso puede ser el representante, se burla de esas representaciones, pero no desdeña ser retratado. En todo caso, lo que parece claro es que los escritores utilizaron el grabado y la pintura para dar publicidad a sus obras y a sus propias personas, al tiempo que se consolidaba la actividad literaria y se cargaban de ritual aquellos signos que podían contribuir a la dignificación de su actividad. El mismo hecho de la coronación es quizá la forma más digna de representación. Mediante estas representaciones se producía una sacralización de la escritura y del producto literario, el libro, que aparece valorado en los grabados, al tiempo que esos signos distintivos ennoblecedores, que se han forjado con trabajo, reciben descargas de burla y parodia que, a la larga y como siempre, contribuían a aumentar el valor de lo caricaturizado. Aquellos escritores que se retrataron sin los signos externos de su actividad quizá lo hicieron porque no la consideraban su profesión, teniéndola por algo secundario, o quizá porque, conocidos o no del público, se sintieran miembros de hecho de la República literaria, aunque pusieran por encima su condición de individuos frente a la de integrantes de esa colectividad. Es decir, se retrataban en cuanto persona individual y no como pertenecientes a un grupo. Por otro lado, la desaparición, en el cuadro, de símbolos como libros y bibliotecas, que eran elementos que cohesionaban a la República de las Letras, quizá tenga que ver con el hecho de que el libro se convertía en un objeto de uso más frecuente y familiar entre la población, y con que los hombres de letras, lenta pero paulatinamente, iban ocupando puestos en la sociedad en la que se señalaban individualmente o con los símbolos de la mejora social, no por pertenecer a un grupo profesional. De hecho, los iconos que representaban a otros grupos profesionales también desaparecieron de los retratos en beneficio de las señales que los identificaban como pertenecientes a un estatus positivo. Con el ascenso de la burguesía y el afianzamiento del individuo interesaba más señalar la adscripción a esa clase social que una actividad artística, que, por otra parte, sólo era aceptada cuando ya se había triunfado (había resultado económico) y se asumían los patrones burgueses. De este modo, se mostraban más los rasgos que indicaban la adscripción social del retratado que lo que era, y así desaparecía también la iconografía del retrato pictórico (aunque todavía permaneciera en el grabado, de índole más didáctica). BIBLIOGRAFIA AGUILAR PIÑAL, Francisco. 1981- . Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII, Madrid, CSIC, 8 vols. BALSINDE, Isabel y PORTÚS, Javier. 1997. "El retrato del escritor en el libro español del siglo XVII", Reales Sitios, 131 (1997), pp. 41- 57. BURKE, Peter. 1994. "La sociología del retrato renacentista", en El retrato en el Museo del Prado, ed. Javier Portús, Madrid, Anaya, pp. 99115. CADALSO, José. 1993. Ocios de mi juventud, en Obra poética, ed. Rogelio Reyes Cano, Universidad de Cádiz. CALVO SERRALLER, Francisco. 1996. Luis Paret y Alcázar. 1746- 1799, Madrid, Fund. Amigos del Museo del Prado. CARDUCHO, Vicente. 1979 [1633]. Diálogos de la pintura, ed. Francisco Calvo Serraller, Madrid, Turner. CARRETE PARRONDO, Juan. 1989. El grabado a buril en la España ilustrada: Manuel Salvador Carmona, Madrid, Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. CHECA CREMADES, Fernando. 1987. "La imagen impresa en el Renacimiento y el Manierismo", en El grabado en España (siglos XV- XVIII). Summa Artis, 31, ed. Juan Carrete Parrondo, Madrid, Espasa- Calpe, pp. 11- 200. DIDEROT, Denis. 1984 [1765]. Salon de 1765, eds. Else Mª Bukdahl y Annette Lorenceau, Paris, Hermann. GIVANEL MAS, Juan. 1944. Catálogo de la Exposición de Iconografía Cervantina celebrada en mayo de 1942, precedido de un estudio acerca de los retratos de Cervantes por ..., Barcelona, Dip. Provincial. GLENDINNING, Nigel. 1992. Goya. La década de los Caprichos. Retratos 1792- 1804, Madrid, Real Ac. de Bellas Artes/ B. Central Hispano. GONZALEZ PALENCIA, Angel. 1947. "Las ediciones Quijote", Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, académicas del (1947), pp. 123- 196. GOODMAN, Dena. 1986. "Pigalle's 'Voltaire nu': The Republic of Letters Represents Itself to the World", Representations, 16 (1986), pp. 86- 109. IGLESIAS DE LA CASA, José. 1793. Poesías póstumas, Salamanca, Imp. de F. Tójar. LÓPEZ DE SEDANO, Juan José. 1786. Parnaso español. Colección de poesía escogidas de los más célebres poetas castellanos, I, Madrid, Joaquín Ibarra. MAYANS, Gregorio. 1996 [h. 1776]. Arte de pintar, ed. Aurora León, Madrid, Cátedra/ Universidad de Huelva. PAEZ retratos RíOS, de Elena. personajes 1966- 70. españoles Iconografía de la Hispana: Biblioteca catálogo Nacional, de los Madrid, Biblioteca Nacional, 5 vols. PALAU Y DULCET, Antonio. 1749. Manual del librero hispanoamericano, II, Barcelona, Lib. Anticuaria de A. Palau. PALENQUE, decimonónica; Marta. las 1991. 'coronas' "La a persistencia Manuel José clasicista Quintana" en (1855)", la poesía Philologia Hispalensis, 6 (1991), pp. 237- 247 POPE, Alexander. 1729. Pope Alexandre's Supremacy and Infallibility examin'd; and the Errors of Scriblerus and his Man William Detected, London, J. Roberts. PORTÚS PÉREZ, Javier. 1992. Lope de Vega y las artes plásticas, Madrid, Un. Complutense. RIPA, Cesare. 1996 [1593- 1603]. Iconología, ed. Adita Allo Manero, Madrid, Akal ediciones, 2 vols. ROCHE, Daniel. 1988. Les Républicains des lettres. Gens de culture et Lumières au XVIIIe siècle, Paris, Fayard. TITON exécuté en DU TILLET, bronze, Évrad. suivie 1727. d'une Description Liste du Alphabétique Parnasse des François, Poètes et des Musiciens rassemblés sur ce Monument, Paris. VENTURI, Franco. 1969. Settecento riformatore, I, Milano, Einaudi, pp. 645- 747. VOLTAIRE. Gallimard, 1994. Dictionnaire philosophique, ed. Alain Pons, Paris,