El domingo 18 de junio hay actividad, y como es... reunión con el orden del día. Tradicional es, igualmente, que...

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El domingo 18 de junio hay actividad, y como es habitual, el martes anterior se celebra la
reunión con el orden del día. Tradicional es, igualmente, que yo no acuda. Siempre lo dejo todo
para última hora. Improvisar debe ser mi verbo favorito.
El jueves comienza a picarme el gusanillo por abrazarme a la plena y gozosa naturaleza.
Para ello, como en los concursos televisivos, debo superar la prueba.
Ring, ring... Marco el número de Pedro:
-
Dígameeeeee
-
Pedro, soy Miguel Serrano. Quiero saber si estoy a tiempo de apuntarme a la ruta y
la comida del domingo –anuncio-.
-
No te oigoooo, hay interferencias –responde-.
Pipipipipi... La comunicación se corta. Al cabo recibo una “gentil” llamada suya:
Migueeeeeee, ¿qué coño quieres...? Le cuento las intenciones de unirme a la expedición para el
domingo. Aceptado.
El relato podría seguir como todos, que el sábado salí, que me acosté un poco tarde y que
apenas descansé. Pero no, éste, a diferencia me quedé en casita. Lo curioso es que dormí peor
que si me hubiera ido de fiesta. Moraleja: SALIR SIEMPRE.
Una treintena de aventureros nos distribuimos en coches y tomamos la carretera de Peñas.
Desvío hacía Bogarra y Paterna. A continuación dirección Las Mohedas por un caminillo
estrecho. Una aldea, conocida como Casa Rosa es testigo de nuestro paso. Aparcamos en el
restaurante Peñalta, lugar elegido para la comilona. Tras dejar la cafetera echando humo nos
ponemos en marcha. Del paseo poco puedo comentar. El sol calienta de lo lindo anunciando
posible tormenta, que felizmente no se produce. Que todos, incluido Venancio –ha debido
calzarse las piernas diesel en vez de las acostumbradas GTI- nos lo tomamos con mucha
tranquilidad. Ritmo suave para un grupo muy agrupado y animado. Que las amapolas lucen
hermosísimas y agradecidas por las últimas lluvias caídas, vestidas para la ocasión con sus
mejores galas, reverenciando educadamente sus tallos a nuestro paso. Que encaramados al
punto geodésico del Peñalta columbras lujosas vistas de Paterna, mientras tomamos un bocado
sin prisas, aunque Pedro, por inercia castrense se empeña en lanzar su grito de en
marchaaaaaaa que nadie hace caso. Que el descenso nos lleva a un prado verdísimo, donde el
césped acaricia las plantas de los pies, el gorjeo de cientos de alegres gorriones amenizan el
paso y el revoloteo de animadas mariposas de colores acarician el aire. Tras abandonar aquel
oasis de esplendor, y hasta llegar al Batán todo es descenso, castigando mis maltrechas rodillas.
Unos bonitos chales guarecidos por el río Endrinales, por frondosos abetos y algunas huertas
ponen punto y final a la larga bajada.
Al llegar al hotel Peñalta están dispuestas dos mesas paralelas bajo un toldillo de
fabricación casera y grandes agujeros por el que se ve un cielo poco amistoso. Comienza el
deambular de platos. La comilona está compuesta por ensalada sin mucha gracia, migas, olla de
aldea, caldereta de cordero, fruta del tiempo, café y orujitos, todo ello aderezado con mucha
guasa. Y con los estómagos y los espíritus bendecidos, ching, ching, brindamos por la exitosa
temporada culminada.
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