XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, 20/7/2014 Sabiduría 12, 13.16-19; Salmo 85; Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-43. Todos somos conscientes de lo que pasa en nuestro mundo gracias a los informativos: niños palestinos que mueren en Gaza a causa de los bombardeos israelíes, Hamas que no cesa de lanzar misiles a Israel, aunque no causan víctimas como los otros, la guerra en Ucrania, con el derribo de un avión civil, los casos de violencia de género y abusos sexuales, los más de doscientos banqueros imputados por ser causantes de la crisis económicas que siguen libres, cobrando grandes sueldos, mientras que dos jóvenes por protestar en una manifestación deben cumplir tres años y un día de cárcel,.., la niña de origen marroquí, del Cuarto Distrito que nació con muchos problemas de salud y que falleció el pasado jueves, al parecer desatendida por los servicios de Salud... Ante todo esto, es fácil que crezca la indignación en nuestro interior, al tiempo que vemos que somos impotentes para solucionar estos y otros muchos problemas, lo que genera nuestro deseo de destruir y acabar con el mal, eliminarlo, como los jornaleros de la primera parábola que leemos en el Evangelio de hoy, dispuestos a empezar a arrancar la cizaña para que no dañara el trigo. Pero ese no es el plan de Dios, no es la respuesta que se debe dar desde el amor. Dios no ha sembrado la cizaña, lo ha hecho otro, Dios ha sembrado el amor, la posibilidad de hacer el bien, de construir un mundo justo y en paz, y, a pesar de nuestros fracasos, de nuestra violencia, sigue confiando en los que Él ha creado, nosotros, para que lo hagamos, y lo hagamos juntos. ¿Quiénes son mejores? ¿Quiénes tienen más razón? Rusos o ucranianos, sunnies o chiitas, palestinos o israelíes, izquierdas o derechas, ateos o creyentes,... Creo que en todos encontramos personas con sentimientos, que han sufrido y que, quizá, también han sido causa de sufrimientos para otros, pero niños hay en todos los grupos, capacidad para hacer el bien también, y también encontramos en todos la capacidad de hacer el mal, de golpear, robar, vivir a costa del sufrimiento de otros, de matar. Dios, el único Dios, pues fuera de Él no hay otro, es bueno y clemente, como respondemos en el salmo 85, y ese Dios nos ha dado su Espíritu no para atacar o eliminar a las personas, a los enemigos, a los rivales, sino para ser capaces de sacando lo mejor de todos construir juntos un nuevo mundo. La solución no está en arrancar, sino en dejar crecer juntos: la humanidad lleva siglos intentando eliminar a los malos, y, siempre hay malos, ¿Por qué no aceptamos la propuesta de Dios de caminar juntos, construyendo un mundo basado en las capacidades buenas de cada uno? No encontraremos la paz con la eliminación del rival (siempre habrá un rival) sino con la conversión de nuestros corazones, que nos haga capaces de vernos como hermanos, de la misma manera que Dios nos ve como hijos. Termino con una novedad en esta homilía, compartiendo tambien una foto, que expresa que una imagen vale más que mil palabras.