El trabajo universitario como acto de pensamiento

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El trabajo universitario como acto de pensamiento
“La lógica de un pensamiento es una ráfaga soplando
sobre nosotros. Como decía Leibniz: cuando creíamos
haber llegado a puerto, nos encontramos de nuevo
arrojados en alta mar.”
Gilles Deleuze
Algo los convoca
Están allí, soportando sometimientos, imprimiendo en sus cuerpos horas y horas de
silencio ante discursos, muchas veces, arrogantes.
Algo los sujeta allí y el histórico dispositivo pedagógico opera. Los enreda, los captura,
los clona, los disuelve.
Muchos vienen de muy lejos. Muchos, de un largo día de trabajo. Muchos están
ansiando irse pero se quedan. Muchos creen que permaneciendo allí, serán alguien.
Insisten, perseveran, persisten en otorgar algún valor al estar allí.
Se los ve inmovilizados. Parecen freezados en sus posibilidades de pensar hasta que
algo los detona. O no.
“Es que no estamos acostumbrados”, “No te lo esperás” explican como excusándose.
“Sabemos repetir”, parecieran decir. “Fuimos enseñados”, podrían justificar.
Saben del éxito de repetir lo esperado, de vender lo leído, de ponerse el cassette para
decir lo que se cree que se espera, de suspenderse en instantes eternos para
disolverse en alguna cita de autoridad.
(Hasta aquí podría tratarse de estudiantes, podría tratarse de docentes, podría tratarse
de funcionarios. Podríamos situar algo de esta escena en algunas aulas, en algunas
oficinas, en algunas reuniones de cátedra, en algunas jornadas…)
Quienes hayan aprendido a anestesiar sus cuerpos y cuya situación socioeconómica
lo permita, llegarán a la universidad. Pareciera ser condición de llegada para la
pertenencia académica, dejar atrás las inquietudes adolescentes1 y entregarse a las
quietudes que los claustros académicos ofrecen. Largas horas sentados en bancos
que incomodan los cuerpos para mantenerlos erguidos. Cuerpos en atención
silenciosa, apoltronados allí, arrinconados.
Pareciera raro pensar en la universidad. Que el pensamiento acontezca en las aulas.
Que el pensamiento irrumpa e interrumpa en el dispositivo pedagógico.
En el libro Conversaciones (1995), Gilles Deleuze dedica un capítulo completo a su
amigo Michel Foucault.
Deleuze y Foucault mantuvieron una amistad filosófica durante largos años.
Compartieron las aulas universitarias como compañeros y como profesores. Fue, por
supuesto, una amistad política, y justamente una mínima diferencia política, los
distanció. Aún así se elogiaban, se leían, se admiraban.
Poco antes de su muerte, Foucault no ocultaba sus intenciones de reencontrarse con
Deleuze. Y será Deleuze el elegido para hablar en las honras fúnebres de Foucault.
Además le dedicará un libro a su obra, llamado sobriamente “Foucault” que fuera
1
Si bien preferimos la categoría juventud, aprovechamos la carga imaginaria que conlleva el concepto de
adolescencia para posibilitar la diferenciación entre aquellas/os jóvenes que transitan las escuelas
secundarias respecto de las/ os jóvenes universitarias /os. No es motivo de este escrito sostener
justificaciones y discusiones respecto de estas dos categorías conceptuales.
escrito “por necesidad propia, por admiración hacia él, por conmoción ante su muerte,
ante su obra interrumpida”.
Tanto en los reportajes compilados en Conversaciones como en el libro sobre su obra,
Deleuze comparte con Foucault las formas de situar el pensamiento.
“Pensar ni consuela ni hace feliz. Pensar se arrastra lánguidamente como una
perversión; pensar se repite con aplicación sobre un teatro; pensar se echa de golpe
fuera del cubilete de los dados. Y cuando el azar, el teatro y la perversión entran en
resonancia, cuando el azar quiere que entre los tres haya esta resonancia, entonces el
pensamiento es un trance; y entonces vale la pena pensar.” escribe Foucault en
Theatrum philosophicum, prólogo al libro Repetición y diferencia (1968) de Gilles
Deleuze.
¿Cómo invocar al azar? ¿Cómo entregarse a él? ¿Cómo crear condiciones para que
algo del deseo pueda desplegarse en las aulas?
La maquinaria de la estupidez
Foucault sitúa al pensamiento como aquello que lucha contra la estupidez. Estupidez
que es considerada por el historiador Ignacio Lewkowicz como una de las
producciones del neoliberalismo.
Algo de esta época, algo del dispositivo pedagógico actual pareciera dar lugar a la
estupidez y, muchas veces, pareciera dejarse atrapar por ella. Decía Lewkowicz que
las prácticas sociales del neoliberalismo producen insensatez inlocalizable, es decir,
sin sentidos dispersos en circulación.
Con ello se refería a que en época de capitalismo cognitivo mercantil (tomando una
expresión de Suely Rolnik), ya no se trata solamente de la organización disciplinaria
de las sociedades, ya no se trata solamente de la búsqueda de ruptura con lo
establecido como aquello que oprime, aplasta, coacciona. Hoy las sujeciones son
otras. Hoy, lo establecido está dibujado en otra clave, nos encontramos en otro suelo.
Los regímenes disciplinarios intentan operar en sociedades de control, hoy la fluidez
es nuestro medio y hacer pie en ella no es tarea sencilla. Nuestras fórmulas acusan
recibo de su fecha de vencimiento.
Podríamos interrogarnos entonces sobre el sentido de la operatoria de las prácticas
disciplinarias modernas en estos tiempos. De la posibilidad que ellas tienen hoy, en
otras condiciones de posibilidad. Podemos afirmar que aquellas prácticas en este
suelo, son otra cosa. Si bien hoy se repiten algunas formas con aspiraciones
disciplinarias, ya no son lo mismo, ya no sucede lo mismo. Pareciera que lo alienante
hoy asume otras formas. Podría decirse con Lewkowicz que hoy lidiamos “con la
estupidez -que nos impide pensar de cualquier manera-.” Estupidez que no está
territorialmente localizada sino que está virtualmente presente. Estupidez que muchas
veces nos hace actuar, que nos encuentra diciendo aquello que no soportábamos
escuchar, que a veces nos transforma en aquello que no queríamos ser.
Dice Foucault: “La inteligencia no responde a la estupidez: es la estupidez ya vencida,
el arte categorial de evitar el error. El sabio es inteligente. Sin embargo, es el
pensamiento quien se enfrenta a la estupidez, y es el filósofo quien la mira. Durante
largo tiempo están frente a frente, su mirada hundida en este cráneo hueco. Es su
cabeza de muerte, su tentación, tal vez su deseo, su teatro catatónico. En última
instancia pensar sería contemplar de cerca, con extremada atención, e incluso hasta
perderse en ella, la estupidez; y el cansancio, la inmovilidad, una gran fatiga, un cierto
mutismo terco, la inercia forman la otra cara del pensamiento —o más bien su
acompañamiento, el ejercicio cotidiano e ingrato que lo prepara y de súbito lo disipa.”
¿Cómo evitar, en algunos momentos, las capturas de la maquinaria estupidizante?
¿Cómo no dejarse tomar por ciertas prácticas si hemos sido producidos por ellas?
¿Cómo desactivar la operatoria intimidante del miedo, de la transacción, de la
obligación vacía? ¿Cómo no enamorarse del poder2? ¿Cómo evitar la indignidad de
hablar por otros3?
Quizás la posibilidad de situar los dispositivos a través de los que esta maquinaria
opera, nos permita, por instantes, desmontarlos. Quizás en el trabajo con otros
podamos alertarnos de nuestras capturas.
En el reportaje “La vida como obra de arte” (1987) Deleuze, a través de Foucault,
trabaja el pensamiento como archivo audiovisual. Archivo audiovisual en tanto que se
trata de las palabras y las cosas, de las dimensiones de lo visible y lo enunciable. Se
evita reducir la lectura de los discursos sólo a su dimensión de palabras, de no dejarse
atrapar por el juego binario que algunas teorías proponen: verbal-no verbal, verbalcorporal, implícito-explícito, manifiesto-latente. Se trata de situar la necesidad de “abrir
las cosas para extraer de ellas su visibilidad”, “de hender las palabras para extraer de
ellas los enunciados”. Nos desafían a “que el ojo no se quede en las cosas y se eleve
hasta las visibilidades. (…) a que el lenguaje no se quede en las palabras y alcance
los enunciados.”
Sabemos que ambas dimensiones son mutuamente irreductibles, sabemos de la
disyunción entre ver y hablar, pero también sabemos que ver y hablar se abrazan
entretejidos por una dimensión que, al mismo tiempo, se encuentra fuera de ellos. Es
así que Foucault y Deleuze nos interpelan: “¿qué es lo que somos hoy capaces de
decir, qué somos capaces de ver?” Nos desafían a ir más allá de nosotros mismos.
Es posible introducir aquí la discusión que se abre en torno a la interpretación. Y tener
en cuenta que “Si la interpretación no puede acabarse nunca es, simplemente, porque
no hay nada que interpretar.” O quizás estarse alerta ya que “La vida de la
interpretación (…) es creer que no haya sino interpretaciones.”
Sabernos atrapados en una interminable red de interpretaciones puede habilitarnos a
inventar otros sentidos provisorios para esa red o para otra.
En las prácticas pedagógicas, las modas teóricas nos hacen hablar, nos invitan a
conjugar nuevos verbos, a intentar nuevas acciones.
Quizás la sospecha pueda transformarse en nuestra aliada. Quizás la compañía de los
pensamientos que Foucault despliega acerca de los filósofos de la sospecha nos
aventure en ensayar posibilidades, sabiendo del riesgo de las rigideces, de la infinidad
de sentidos fijos, poderosos, llenos.
Quizás el temblor del abrazo entre ver y hablar nos acompañe en un viaje hacia
algunas sensibilidades.
Si algo se corporiza en los trabajos de Michel Foucault es la estética de la existencia.
Un modo de vivir, de escribir, de investigar desde dónde buscó perderse cada vez en
la potencia de nuevos pensamientos, desde donde la impaciencia de la libertad4 se
hizo escritura.
En la Introducción a La arqueología del saber (1969) ironiza y discute con algunos
intelectuales que lo increpan interpretándolo como estructuralista, que buscan fijarlo en
una tradición francesa que lo atravesó y a la que él ha logrado atravesar: “¿No está
usted seguro de lo que dice? ¿Va usted de nuevo a cambiar, a desplazarse (…)? ¿Se
prepara usted a decir una vez más que nunca ha sido lo que se le reprocha ser? Se
está preparando ya la salida que en su próximo libro le permitirá resurgir en otro lugar
y hacer burla como la está haciendo ahora: “No, no, no estoy donde ustedes tratan de
descubrirme, sino aquí, desde donde los miro, riendo”. (…) ¿Se imaginan ustedes que
Foucault, M. “Introducción a una vida no fascista”, prefacio a la edición en inglés de “El Anti-Edipo.
Capitalismo o esquizofrenia” de Gilles deleuze y Félix Guattari, fue publicado en el Magazine Litteraire
de setiembre de 1988.
3
Foucault, M. (1972) “Los intelectuales y el poder”. Ed. La piqueta.
4
Expresión usada por Michel Foucault en el año 1984. Fuente: Suplemento Clarín Cultura Edición
especial a 10 años de la muerte de Foucault, 9 de Junio de 1994.
2
me tomaría tanto trabajo y tanto placer al escribir, y creen que me obstinaría, si no
preparara (…) el laberinto por el que aventurarme, (…) el laberinto donde perderme y
aparecer finalmente a unos ojos que jamás volveré a encontrar? Más de uno, como yo
sin duda, escriben para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que
siga siendo el mismo: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación.
Que nos deje en paz cuando se trata de escribir”.
Perderse en la posibilidad vital de dejarse sostener por un pensamiento artista para
“superar el saber y resistir el poder” (Deleuze, 1995)
Algo insiste
En la historia de la carrera de psicología de la UBA han existido muchos docentes,
muchos estudiantes que han encarnado compromisos éticos, estéticos y políticos.
Muchas veces pareciera que la fuerza de los dispositivos pedagógicos pudiera ir
contra esta historia, pero “algo anda por ahí”, en algunas aulas, en los pasillos, en
algunas discusiones. Algo insiste.
Cuenta la historia que Fernando Ulloa realizaba reuniones plenarias con los más de 80
alumnos anotados en el Seminario sobre grupos operativos, a principios de los ‘60.
Cuentan que “promovía que, en determinados momentos, nos quedáramos en
silencio, pensando en algo que había sido particularmente interesante.”
Cuenta Ulloa que una vez entra Risieri Frondizi, el rector de la universidad, los ve a
todos callados, sin hojas en los bancos, sin estar en situación de examen y pregunta
“¿Qué está haciendo, profesor?”. “Estamos pensando”, contesta Ulloa. Y el rector, al
irse, irónicamente dice: “¿En la universidad?”.
Lic. Verónica P. Scardamaglia
- 2010 -
Bibliografía
Deleuze, G. (1995) Conversaciones, Editorial Pre textos. Valencia
Deleuze, G. (1987) Foucault. Paidos, Buenos Aires.
Eribon, D. (1989) Michel Foucault, Editorial Anagrama. Barcelona, 1992.
Foucault, M. (1964) Nietzsche, Marx, Freud. Editorial Anagrama y Editorial La Página.
Buenos Aires, 2009.
Foucault, M. (1969) La arqueología del saber. Siglo XXI, Madrid 1997.
Foucault, M. (1972) Theatrum philosophicum, Anagrama, Barcelona. 1995.
Lewkowicz, I.: (2004) Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez.
Paidós, Buenos Aires.
Ulloa, F. (2007) “La ética del deseo debe balancearse con la ética del compromiso”
Reportaje por Pedro Lipcovich. Edición 23 de abril, Página 12, Buenos Aires.
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