Por qué nos quemamos los médicos. Elementos para su comprensión. ¿Qué es lo que ha ocurrido desde aquel primer celo entusiasta para convertirse en amarga insatisfacción o en ese aburrimiento único y estereotipado? J.C. Mingoti Adan Los médicos nos quemamos frecuentemente en nuestra actividad profesional. Cada vez es más cotidiano el término de síndrome de trabajador quemado o burn – out. En diferentes estudios se habla de una prevalencia de entorno a un 10% entre los médicos. La definición clásica de este síndrome la propusieron Maslach y Jackson en 1986: “Es un síndrome de agotamiento emocional, despersonalización y baja realización personal que puede ocurrir entre individuos que trabajan con personas”. Tenemos tres características que lo definen: 1. Agotamiento emocional. Disminución y pérdida de recursos emocionales. 2. Despersonalización deshumanización. Consiste en el desarrollo de actitudes negativas, cinismo, insensibilidad hacia los pacientes. 3. Falta de realización personal. La tendencia a evaluar el propio trabajo de forma negativa: no haber logrado los objetivos propuesto, vivencias de insuficiencia personal y baja autoestima profesional. La primera vez que leí esta descripción me resultó muy familiar. Me pareció que sabía de que se estaba hablando. Como supongo igualmente que sabréis de que estoy hablando, no entraré en más matizaciones descriptivas. Un posicionamiento previo acerca desde que posición voy a hablar. Soy médico. También, como todo médico, soy paciente o familiar de un paciente en algunas ocasiones. Las experiencias que me procura el ser paciente o familiar me enriquecen cara a mi rol de médico. Una anécdota que viví hace no mucho tiempo como familiar de un paciente. Este familiar estaba en una situación delicada para su vida, estaba ingresado y era por la tarde. Como familiar me debatía con los míos acerca de la gravedad del caso. Apareció el residente y valoró el estado del paciente. Pues bien, la manera mas delicada de tratarme y de aproximarme a que había poco que hacer además de esperar, de que podía morir, me la dio este residente. No tuvo prisa, me miró a los ojos, preguntándome la edad me indicó sutilmente que ya había vivido una vida, etc. Una experiencia para aprender y seguir aprendiendo como médico. Parece que hay un cambio progresivo en la actitud de los médicos según pasan los años. Algunos estudios muestran como la cercanía y el interés por el enfermo van desapareciendo con el tiempo. Trabajamos con cuestiones muy delicadas. La vida y la muerte se juegan en nuestras manos en muchas ocasiones. Tomamos continuamente decisiones que tendrán consecuencias importantes para familias enteras. Necesitamos poner distancia, necesitamos cierta frialdad para ser eficaces. No podemos operar a nuestros familiares ni operar a nuestros pacientes como si fueran de nuestra familia. Pero ¿Cómo no irnos demasiado lejos? ¿Cómo evitar una relación mecanizada que ve la enfermedad, el órgano y no a la persona? El distanciamiento la despersonalización tiene un precio para nosotros también. La relación médico – paciente así empobrecida no nos aporta los refuerzos y satisfacciones de una relación personalizada. Falta la sonrisa de agradecimiento que puede dar sentido a nuestro trabajo. Que confirma que lo hemos hecho bien en cuanto a la relación médico – paciente. Leiter (1988) nos dice que la despersonalización tiene como objeto disminuir la vivencia de responsabilidad con la profesión y el compromiso con el usuario pero no puede impedir el coste profesional en forma de daño a la autoestima profesional. Tenemos un trabajo con una alta capacidad de contaminación emocional. Vemos la muerte, la impotencia, la dependencia que genera la enfermedad, la vulnerabilidad, lo aleatorio que es vivir o morir. Y necesitamos poner distancia. El desafío es lograr acercarse a la persona que sufre sin ser dañado por su sufrimiento. Sin entrar en el burn - out. Hay otro tipo de contaminación emocional que podemos vivir en nuestro trabajo. Es la contaminación procedente de rol que nos ponen los pacientes. Del médico que ellos quieren que seamos (de la proyección de sus propias emociones dicho más técnicamente). Frecuentemente necesitan un Dios omnipotente que les salve de la enfermedad y la muerte. Y nos ven así, como ellos necesitan. La capacidad contaminante de esto, está en que podamos llegar a sentirnos en cierto modo omnipotentes. El mecanismo se llama identificación proyectiva. Por medio de él nos identificamos con lo que el paciente nos proyecta. En otras ocasiones necesitan una culpable, un malo que sea el responsable de la desgracia. Y nos lanzan la culpa. Y si no separamos el grano de la paja, nuestra responsabilidad de lo que no es nuestro (incluida la responsabilidad de la institución) nos iremos a casa sintiéndonos profundamente culpables. Los médicos nos quemamos también porque sentimos un entorno social hostil. Podemos vivir la amenaza de demanda en nuestro hacer médico. Con esta amenaza no podemos ver al paciente como alguien a quien ayudar sino como a alguien de quien defenderse. Si no entendemos el porqué de las denuncias, de la hostilidad viviremos que todo nuestro esfuerzo es mal entendido y no reconocido y nos desmotivaremos. En algunas cosas ni nosotros mismos creemos en la calidad de nuestro trabajo diario. Una anécdota en este sentido. Hace unos meses tenía unas molestias en un ojo. Me fui a urgencias. Me atendió estupendamente el oftalmólogo de guardia. No tuve que esperar mucho. A la salida me crucé con un colega conocido y le conté que había estado en urgencias. Él me preguntó: “¿te han tratado bien?” Creí entender con esa pregunta una cierta duda acerca de que en urgencias me hubieran tratado bien. Tengo la impresión de que muchos médicos no son del todo conscientes de la calidad de la atención que dan. (Falta de realización profesional. Tendencia a evaluar de forma negativa el propio trabajo). Estamos en una región con un buen nivel de atención sanitaria. Cuando habéis escuchado este comentario, ¿Habéis sentido alguna vez un cierto escepticismo, o incredulidad, o ganas de responder: “si pero ...”..?. En Sanfermines se atendió en Pamplona a un ciudadano inglés. Quedó encantado de la atención recibida y escribió sus impresiones en un periódico inglés. Yo pensé que lo tenía que haber escrito en un periódico local. Necesitamos ese feed – back para no quemarnos. A veces el feed back social que recibimos consiste en denuncias, juicios, déficit, etc. Y esto es un círculo vicioso: cuanto más nos sentimos amenazados más nos encerramos y menos permitimos que se nos conozca, que se conozca nuestra disposición. Y el miedo nos va quemando. No se puede trabajar con miedo. El equipo ¿Qué equipo? escucho que diréis algunos cuando leáis esto del equipo. El equipo es una fantástica prevención contra el estrés. O puede ser, un elemento que lo acrecienta. Muchas veces sentimos problemas con compañeros, que son un reflejo de la tensión que estamos viviendo con los pacientes con la demanda, con el dolor y la muerte. El burn – out es más frecuente en especialistas con patologías crónicas, graves, incurables o terminales (Catalán y cols 1992). Es característico culpar al jefe de los problemas y tensiones que conlleva nuestro trabajo cotidiano. He visto como en centros de salud el equipo elegía como coordinador a la persona menos competente para esa tarea. De esta forma el equipo no se arriesga a coordinarse. Este jefe nunca les recordará la tarea, nunca transmitirá los objetivos de la gerencia, etc. En general veo la negación que hacemos los médicos del poder que tenemos en cuanto a influir en nuestros jefes. Esto no es algo diferente de lo que pasa en otros sectores de la administración. Recuerdo otro caso de un equipo con un jefe particularmente incompetente e irrespetuoso. Era poco coherente planteando el trabajo y no colaboraba. Yo veía su enorme fragilidad. Si alguien no es coherente y responsable es muy frágil. Solamente hay que confrontarle con su incoherencia. Pues bien, el equipo nunca le confrontó, nunca le pidió responsabilidades. Por el contrario, siempre calló. Yo me puse a pensar en los posibles beneficios que las personas a su cargo podrían tener. Y digo me puse a pensar, porque en el equipo nadie los reconocía. Por el contrario todo eran quejas hacía el jefe. Encontré algunas ventajas: descontrol en los horarios(“si el jefe no cumple yo tampoco”), imposibilidad de hacer evaluaciones del trabajo, de la calidad, de las quejas, etc. Las agendas podían llenarse con comodidad para los profesionales. Este director no había sido elegido por su equipo. Había sido designado por la gerencia. ¿Pero no es elegirlo, el no confrontarle? Había un pacto, una complicidad inconsciente. Recalco lo de inconsciente. No es algo que uno haga conscientemente. Todo el equipo se estructura de alguna manera de esta forma, y es necesaria la reflexión y la autocrítica para darse cuenta de ello. Pues bien y volviendo al estrés, en este equipo hubo un alto porcentaje de bajas por estrés, ansiedad, depresión, etc. Algunas de ellas podrían entenderse como una protesta o llamada de atención inconsciente. Es bien sabido que el porcentaje de absentismo es un indicador exterior de la marcha de las instituciones y equipos. Y que los jefes y gerentes suelen tener en cuenta para evaluar su funcionamiento. No es raro encontrar esta dinámica en los equipos. Yo lo he vivido varias veces. Los médicos necesitamos jefes que hagan bien su tarea. Generalmente tenemos por jefe a un compañero que durante un periodo de tiempo toma ese rol. Un jefe adecuado nos recuerda nuestro compromiso con la tarea y nos vincula con el exterior. “El líder debe mirar a la vez dentro y fuera de la organización, una posición difícil que conlleva el riesgo de ser criticado desde dentro y desde fuera por no atender a sus respectivos intereses. Concentrándose solamente en uno de ellos se encuentra en una posición más confortable pero debilita la posición del líder y por ello la fuerza de representación de la institución en el mundo exterior” (Obholzer L y Zagier V, 1994). Dicho de otro modo el jefe, el coordinador de un centro de salud, debe mirar con un ojo a sus compañeros y a su equipo y con el otro a los ciudadanos, a sus reclamaciones, a los gestores, al dinero disponible, etc. Es un puente de comunicación entre el servicio, el equipo, el centro y el resto del hospital, la comunidad, etc. Una posición incomoda indudablemente. Por ello debe estar bien apoyada, pagada y reconocida por la administración. Me decía el otro día un colega que está en funciones directivas: “Un director de hospital está en un puesto unos 15 – 17 meses. Permanece el tiempo que tardan los jefes de servicio en pillarle el punto débil e inmovilizarlo”. Con esa precariedad en el tiempo, con esa provisionalidad, es difícil que se comprometan en tareas tan delicadas. Necesitamos tender puentes con los gestores. Debemos asumir las consecuencias económicas de nuestro trabajo. De otro modo vivimos en la irrealidad. Por otro lado si reducimos pruebas diagnósticas en pro del ahorro y erramos el diagnóstico, las consecuencias legales pueden ser para nosotros. Las personas encargada de administrar del gasto deben hacernos partícipes de su problema. Y nosotros debemos hacerles partícipes del nuestro. Otra cosa genera conflictos y estrés. Otro fenómeno frecuente en los equipos sometidos a presión es de la creación del chivo expiatorio. Se busca un culpable en el equipo. Alguien a quien se echa la culpa de que los cosas no funcionen. El más obvio es el del jefe a quien se culpa frecuentemente de todo. El chivo expiatorio puede ser un compañero que por su estilo personal no es muy popular. “ Se selecciona al miembro menos competente y más vulnerable. Es así fácil adjudicarle los problemas personales en vez de asumir la propia responsabilidad y poder del grupo en la tarea ..... . Es él, no yo, quien se ha quemado”. (Obholzer A y Zagier V; 1994) A veces son personas periféricas al equipo: secretarías, telefonistas, etc. Evidentemente esto genera un gran estrés en la persona designada. Toda la frustración toda la insatisfacción es canalizada hacía esa persona. La expectativa es lograr echarla del equipo en la fantasía de que con ella se irán todos los problemas. Frecuentemente tras lograr que se vaya se busca otro que cumpla la función. (Hischorn 1988). Dice J. Stokes (Obholzer A y Zagier V, 1994) que la tarea subliminal que nos encarga la sociedad es la de mantener controlada la muerte aportando a los miembros de la sociedad la fantasía de que la muerte puede ser evitada. Y cita un ejemplo en el cual un arquitecto se olvidó de incluir el tanatorio en el diseño del hospital y nadie se dio cuenta de ello. Si esta es la función que se nos da, no es extraño que nos manejemos mal y nos sintamos frustrados cuando la muerte acontece. Bellfer (1989) plantea que a los médicos se nos pide que funcionemos siempre al máximo nivel de competencia. Y argumentos no faltan: trabajamos con vidas, con cosas muy delicadas. Pero no somos máquinas somos personas. Y a veces se organiza nuestro trabajo sin contar con nuestra participación. Sin una participación, sin una explicación y comprensión de los que se nos pide, es difícil que se nos pida que nos responsabilicemos. Tenemos muchas distancias que salvar con gerentes y directores. Y muchas responsabilidades que asumir consecuentemente. “La persona “quemada” no se siente valorada o querida por sus colegas o por la organización y por eso se defiende pagando con la misma moneda con la que se siente pagado” (J. C. Mingote Adan, 1997) ¿Nos cuidamos los médicos? Yoen 1947 Dublin y Spiegelman destacan que: “Es notable descubrir que los hombres y las mujeres de la profesión dedicada a mejorar la salud de los demás, fracasan en proteger la de ellos.” Destacan que el 80% de los muertes de médicos son de origen cardiovascular y varones, más alta que la de la población de varones blancos de la misma edad. Wright y Roberts (1996) estudiaron la edad de muerte de los médicos. Encontraron que los anestesistas mueren antes (66,4 años) que los médicos de asistencia primaria (74,2 años) y estos antes que los médicos del hospital general (77,5 años). Los psiquiatras mueren a los 70,8 años, los ginecólogos a los 73,1 años, los cirujanos a los 75,5 años, los radiólogos a los 78,1 años. Podemos analizar estas cifras a la luz del estrés que conllevan las diferentes especialidades. Los anestesistas están sometidos a condiciones particularmente estresantes. Los médicos de asistencia primaria carecen del soporte y apoyo del hospital. Alguien me habló hace poco a propósito del fuerte estrés que soportan los médicos de asistencia primaria en las guardias, sin residentes que reciban el primer impacto de la urgencia, ni compañeros o jefes clínicos con quien comentar. También me decía que hay un cierto consumo de ansiolíticos en las guardias y que las mujeres lo dicen y los hombres no. Los radiólogos tienen un trabajo con unas condiciones poco estresantes. Su media de vida es 78,1, la más alta de esta estadística. Ya en 1955 Dowling descubrió el bien conocido triple signo de ignorancia, indiferencia y falta de cuidado de los médicos hacía su propia salud. J.C. Mingote Adan (1997) comenta que por ser pacientes especiales, médicos y enfermera reciben peor tratamiento farmacológico así como un insuficiente periodo de seguimiento. A los médicos nos cuesta dejar de serlo cuando vamos como pacientes. También nos cuesta ponernos en el rol de médico cuando tratamos a un paciente que es médico. Y todo esto redunda en una peor calidad de la atención médica que recibimos y que damos. Y para terminar al hilo de la cita con que empezaba, una frase de un colega y amigo: “Quizá con el paso de los años pueda haber una tendencia a la rutina y al anquilosamiento, pero considero que simplemente con pensar lo que el paciente espera de nosotros (que le ayudemos cuando no tiene salud, casi nada) es estímulo suficiente para continuar superándonos en el día a día” Gregorio Armañanzas Ros REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Catalan J, Burgess A, Pergami AP y cools: The psychological impact on staff of coping for people with sesious disease: the care of Hiv infection and on cology. Journal of Psychosomatic Research 1996, 40 (4): 425 – 435. Costa M, López E: “Los secretos de la dirección” Pirámide. Madrid, 1996. De Board R: “The psychoanalysis of organizations” Routledge. London, 1990. Hirschhorn 1: The work place within. Psychodinamics of organizational life. The MIT Press. Massachusetts 1988. 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