bruner y lejeune

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EL RELATO DE VIDA COMO BUSQUEDA DE SENTIDO Y DE
SIGNIFICADO
En este escrito se expondrán algunas ideas básicas de una parte de Jerome Bruner.
En especial se retomarán ideas expresadas en sus libros de reciente publicación, Actos
de significado: Más allá de la revolución cognitiva y La educación: puerta de la
cultura. De otra parte se retomarán aportes del autor Francés Philippe Lejeune,
quien ha sido uno de los grandes estudiosos de la autobiografía.
Para Bruner, importa mucho qué dicen y qué hacen de verdad las personas.
Importa, además, tener en cuenta lo que las personas dicen que hacen “ y lo que
dicen qué los llevó a hacer lo que hicieron”1. En relación con el escenario de su
vida, interesa esencialmente “cómo dice la gente que es su mundo”.
Se está en busca de una “verdad narrativa”, no de una “verdad científica”. Es verdad
que la Ciencia y la Lógica, en el pensar de Bruner, son quienes definen la Verdad con
mayúscula, pero no lo es menos que la gente construye a cada rato una visión del
mundo, de su mundo, y que esta construcción es tan válida como la que científicos y
lógicos construyen. La gente vive y pocas veces se detiene a examinar su vida; se
deja llevar por los acontecimientos, busca el alimento, entabla relaciones a diversos
títulos con sus semejantes, pero muy pocas de estas personas elaboran teorías a
partir de esa práctica.
Pero ¿cuál es la actitud que asume frente al decir de los otros? Bruner lo expresa de
esta manera:
“Juzgamos lo que la gente dice sobre sí misma y sobre su mundo, o sobre los
demás y sus mundos respectivos, en función casi exclusivamente de si predice o
proporciona una explicación verificable de lo que hace, ha hecho o hará”2.
Relacionando todo lo anterior cuando se trabaja con relatos de vida es pertinente la
pregunta: ¿ cómo se encaran estos textos?. Se busca en ellos una explicación
verificable de sus actos, de su comportamiento, de su pasado. Se parte por reconocer
estatuto de verdad a lo que la gente cuenta de sí y de los otros, y se reconoce
verdadero por cuanto lo narrado está organizado de manera tal que entrega y propicia
esa interpretación. No es necesario triangular la información, asimismo tampoco es
necesario confrontarla con otras fuentes, la forma de decir lo que se dice que se hizo
satisface.
Se vive en una cultura que, por lo menos de palabra, reverencia los hechos casi en
contra o en desmedro del decir. “Del dicho al hecho hay mucho trecho”, sostiene el
proverbio, indicando con ello que entre las palabras (el decir) y los hechos (el hacer)
hay una distancia, a veces insalvable. En italiano se suele decir:“Entre el decir y el
hacer se interpone el mar”.
1
2
Bruner J, “Actos de significado”. Alianza Editorial S.A. Madrid. 1991. pag. 31
Ibid, pag. 32
1
Bruner ha querido llevar la contraria. “Es curioso – dice – que haya pocos estudios
que vayan en la dirección opuesta: ver cómo lo que uno hace revela lo que piensa,
siente o cree”. Se suele exonerar de culpa a la persona que pide disculpas aduciendo
haber hecho lo que hizo sin querer.
El decir, pues, es más definitivo de lo que en la superficie de la cultura suele
admitirse. “No cabe duda –insiste Bruner– de que el significado de los participantes en
una interacción cotidiana atribuyen a la mayor parte de los actos depende de lo que
se dice mutuamente antes, durante o después de actuar; o de lo que son capaces de
presuponer acerca de lo que el otro habría dicho en un contexto determinado”3.
Es muy saludable reflexionar sobre estas ideas de Bruner, pues ellas permiten
acercarse a los testimonios con una nueva y sugestiva visión del decir. Un poco más
adelante Bruner sostiene que “decir y hacer constituye una unidad funcionalmente
inseparable en una psicología orientada culturalmente”. Y esta psicología, de la cual es
su mentor más esclarecido, parte por reconocer “que existe una congruencia
públicamente interpretable entre el decir, el hacer y las circunstancias en que ocurren
lo que se dice y lo que se hace”. Esta afirmación tiene efectos profundos y
prolongados sobre la nueva psicología cultural, por cuanto el énfasis ya no se pondrá
en la conducta sino en la acción (que es su equivalente intencional”). Pero esta
acción, o mejor la cadena de acciones, se da en una situación dada, rodeada de unas
circunstancias, por lo que Bruner habla de acción situada. Se actúa siempre en el
contexto de una cultura, es decir, en un “escenario cultural” con personas de carne y
hueso frente a nosotros y a nuestras espaldas, con las cuales se mantienen unas
relaciones determinadas con propósitos determinados. Esas personas, a su turno,
interactúan entre ellas y tejen unas circunstancias que inciden en las circunstancias de
los otros.
Lo anterior sirve de marco interpretativo cuando se trata de relatos de vida. Debe
leerse cada testimonio, y cada fragmento del testimonio, atendiendo a las
circunstancias, vale decir al “escenario cultural” (ahora la familia, ahora el jardín, el
Colegio, la Universidad) y sobre todo a las otras personas con las cuales ha
interactuado e interactúa en el presente la relatora de su vida. Su vida se entreteje
con otras vidas en acciones concretas, en cuadrículas de tiempo y espacio.
Las personas que escriben sus relatos de vida, que exhiben una secuencia de
fotografías andan, en tanto seres humanos, a la búsqueda del tiempo perdido y a la
búsqueda de significado. Víktor Frankl entendió al hombre como un ser en busca de
sentido. La psicología cultural lo estudia en tanto ser en busca de significados. Pero
esos significados sólo son posibles hallarlos y reconocerlos en un proceso arduo de
negociación en el marco de una cultura. No bien encaramos a individuos de otros
escenarios culturales y ya el sentido deviene en sinsentido. Tiene sentido estudiar,
desvelarse para dominar unos ejercicios de Álgebra y pasar un examen; tiene sentido
luchar por una amistad, por un amor, tiene sentido levantarse cada día a las cinco de
la mañana para ir a un trabajo, pues al final de la quincena o el mes hay un estipendio
con el cual se pagan deudas, alquileres, etcétera. Y para entender el sentido que los
demás le encuentran a sus actos corresponde interpretar. Entonces la labor de
interpretación es clave en el proceso de comprensión y captación del sentido de los
actos que los demás emprenden.
3
Ibid pag. 33
2
La búsqueda de sentido, en la vía de Frankl, o la búsqueda y negociación de
significados, en la versión de Bruner, es la clave para entender el concepto de
“realidad”. No existe una “realidad” preexistente a esa búsqueda de sentido o
significados; la realidad es un constructo social, la resultante de un complejo proceso
de negociación de significados en cada momento de la vida social. Los pensamientos
comienzan dentro del individuo, pero las conclusiones son constructos del conjunto
social implicado en la búsqueda de significado. La sociedad hace posible al individuo,
lo moldea, lo instala adecuadamente en un escenario dotado de sentido.
En su indagación acerca de las bondades de la narración también Bruner brinda
aportes e intuiciones agudísimas. La narración atenúa la dureza de los hechos, hace
visible la realidad que sin elaboración narrativa sería sencillamente invivible. Es decir,
yendo más lejos, narrar la realidad, narrar lo aparentemente invivible, es un remedio
contra la muerte. En el plano estético, la literatura ennoblece la realidad; los
testimonios de vida, los relatos, el simple acto de sentarse una tarde a contar las
penas a un amigo, a una amiga, hace posible seguir viviendo las mismas penas que
antes de la narración parecían insoportables. Lo insoportable, pues, se torna
soportable, inclusive tolerable y hasta risible, una vez entra en una red narrativa oral
o escritural. Aquí se destaca la función terapéutica, ya señalada antes, de toda
historia de vida. Asimismo la narración de lo real juzgado insoportable desactiva la
agresividad, predispone a la convivencia. Entre personas que suelen contar con
auditorio que les escuche sus cuitas (amigos, cómplices, contertulios) los niveles de
agresividad están normalmente bajo el umbral preocupante.
Tratándose de maestras en ejercicio, de estudiantes de Pedagogía Infantil o de lo de
quienes se ocupen de una o de otra forma de los niños, conviene cultivar la
narración, la capacidad de contarse cosas del día a día, aun cuando esto parezca a
simple vista una pérdida de tiempo. El cultivar el hábito de la narración predispone al
individuo para la comprensión de los hechos que uno tras otro constituyeron su vida
hasta ese momento. Además lo predispone para comprender a los demás. El lector de
novelas está entrenado para entender la vida humana aún en las circunstancias más
complejas. Quienes han leído textos como El hombre en busca de sentido, de Víktor
Frankl, psiquiatra, fundador de la Logoterapia, sobreviviente de los campos de
concentración en la II Guerra Mundial, saben que la narración brinda un consuelo al
ensayar una explicación y una indagación en el sentido de lo ocurrido. Negarse a
recordar y hallar un hilo en la aparente maraña de sucesos, en el aparente absurdo de
los hechos, es autoflagelarse.
“En todo caso – vuelve a decir Bruner -, la narración hace comprensible lo sucedido,
contrastándolo con el telón de fondo de lo que es habitual y aceptamos como el
estado básico de la vida, aun cuando el hecho de comprender lo sucedido no haga que
nos resulte más agradable”4.
Al final del Capítulo Tercero, La entrada en el significado, Bruner escribe estas frases:
“Nuestro sentido de lo narrativo se alimenta en la narración, pero lo mismo sucede
con nuestra concepción de la ruptura y de lo excepcional.
Las historias hacen de la “realidad” una realidad atenuada. En mi opinión, los niños
están naturalmente predispuestos a comenzar sus carreras como narradores con ese
espíritu. Y nosotros les equipamos con modelos y procedimientos para que
4
Ibid pag. 106
3
perfeccionen esas habilidades. Sin ellas nunca seríamos capaces de sobreponernos a
los conflictos y contradicciones para vivir dentro de una cultura”.
Narrar no sólo por escrito, sino fundamental y permanentemente de manera oral es la
única manera de inscribirnos en la cultura, es decir, en un escenario provisto de
significado para nosotros. Mantenemos siempre un diálogo con nosotros mismos; nos
contamos las cosas ocurridas mental y silenciosamente, y algunos hasta terminan
hablando solos en voz alta cuando los problemas son muchos y muy complejos y
necesitan vestirlos de palabras para “objetivarlos” y mirarlos más adecuadamente.
“Converso con el hombre que siempre va conmigo”, dejó dicho el poeta Antonio
Machado.
En verdad, narrar lo que nos ha sucedido, narrar lo que ha de sucedernos, anticipar el
porvenir en la narración es, ni más ni menos, narrarnos, sabernos un continuum en el
tiempo y en los diversos escenarios, es vivir y vivirse, sentirse vivo y tender un
puente hacia los otros.
El fenómeno del desplazamiento forzoso, que ha adquirido niveles de catástrofe en el
caso colombiano, exige el cultivo de la narración, de la literatura testimonial, de las
historias y los relatos de vida.
Porque es preciso realizar el gran relato de las violencias, las cuales sin el recurso de
la narración quedarían por fuera del marco interpretativo. Narrar puede ser
representar en el teatro, dramatizar para, de paso, desdramatizar la “realidad” y
construir una realidad atenuada, como quiere Bruner. Es necesario contar, y las
mujeres de los barrios periféricos de las grandes ciudades y de las aldeas lo saben
muy bien. Eso que se condena con el nombre de chisme es una pieza clave de nuestro
modo de ser como especie. Siempre que dos mujeres se sientan en un pretil
sombreado a contarse sus penas están desactivando el rencor, están apaciguando sus
fuegos interiores, están no sólo construyendo otra versión de su drama, sino
desdramatizando la vida.
Narrar también suscita la narración del otro. Y así se tiende un puente de
comunicación, se enteran los hablantes de que todos, en últimas, llevamos un
pequeño o un gran dolor por dentro. Gracias a las confidencias se deja la pretensión y
la maña de magnificar nuestros dolores. Saber que los otros también tienen sus
historias nos permite relativizar nuestros problemas. La narración no sólo atenúa la
dureza de la realidad, sino la naturaleza de algunos caracteres.
Así como la realidad es un constructo, Bruner también habla del Yo como un producto
de las situaciones en las que opera. Citando a Perkins, “como un enjambre de sus
participaciones”. Y aquí el narrar siempre en qué situaciones se está y buscar una
explicación, inclusive justificarse a cada rato, juega un papel esencial. Traer a la
memoria los yoes antes sido, que son en tanto se sigue siendo, hace parte de esa
narración implícita que todo ser humano hace a los demás y se hace a sí mismo.
Temeroso de las generalizaciones, Bruner no deja de considerar dos universales en el
ser humano (vale decir, valores o cualidades transhistóricos): la reflexividad
(capacidad de volvernos al pasado y alterar el presente en función de él, o de alterar
el pasado en función del presente) y nuestra deslumbrante capacidad intelectual
para imaginar alternativas.
Finalmente, para terminar estos comentarios de la interesante obra de Jerome Bruner,
conviene apropiarnos del concepto de verdad narrativa. La expresión ha sido acuñada,
en verdad, por Donald Spence. En sus tratos con pacientes sometidos a análisis se dio
4
cuenta que en vez del paciente recobrar su pasado (como lo quería Proust ) gracias a
la memoria, más bien, “el análisis nos permite crear una nueva narración que, aunque
no sea más que un recuerdo encubridor o incluso una ficción, esté no obstante lo
suficientemente cerca de la realidad como para permitir el comienzo de un proceso de
reconstrucción”5.
Importaba para Spence, según Bruner, no la verdad histórica, sino la verdad
narrativa.
De esta “verdad narrativa “, de Spence, se va a la definición del “Yo de una vida”,
como producto de nuestra narración, “en lugar de una “cosa” fija pero oculta que sería
su referente”. El autor del relato de su vida se engaña cuando no produce un relato
“coherente, viable y apropiado tanto externa como internamente”. Siempre que la
persona logre hacer coherente, en el relato, la cadena de acciones y sus diversas
posturas ha logrado construir una “verdad narrativa”, la única posible.
De todo lo anterior, queda claro que en todo ser humano existe una dicotomía. De
seguro, las personas que escriban sus relatos de vida se dirigirán a sí mismos, como
única forma de dirigirse a los demás. Y escribirán quizá, lo que íntimamente quieren
escuchar del “yo generalizado”, de su familia, de sus grupos de amigos, de sus
profesores.
El acto y el pacto autobiográficos
Para el trabajo de autobiografía son importantes los aportes de Philippe Lejeune, en
su libro, Moi aussi publicado por Éditions du Seuil, París. En la parte final del epígrafe
nos asalta una idea de Paul Valéry: “En verdad, no hay teoría que no sea un
fragmento, cuidadosamente preparado, de alguna autobiografía”.
En la página 220 del extenso libro, Lejeune dice: “Es difícil aprender a ‘redactar’, pero
es indispensable. Es el lado ‘pensum’ del asunto”. Allí mismo expone una idea
fundamental: ningún manual sugiere que la escritura pueda ser un medio de
invención, siempre es tratada como un medio de exposición de un material ya hallado
por otras vías. En realidad, la escritura (aún la autobiográfica) es un medio de
invención, diríamos nosotros. Todo acto de escritura, inclusive todo acto del habla, es
una invención en estado de nacimiento.
En el aparte ¿Por dónde comenzar?, el autor sugiere que no se debe partir de las
definiciones ni de la lectura de obras maestras. Dice algo hermoso:
“Cuando de tarde subo a un autobús, tengo la impresión de entrar en un
taller de autobiografía. Las gentes rumian su vida. Rememoran su jornada.
Repasan las historias de otros que leen en el periódico. Retocan esos
borradores de relatos de vida que cada hombre porta en sí y que desarrollan
desde su infancia hasta su muerte. Una clase de autobiografía es el autobús
tomando conciencia de sí mismo” (página 224).
Lejeune dice que viene estudiando la autobiografía desde 1970. Ha explorado toda la
producción francesa de libros “para ver qué era y qué no era autobiografía”. Y es así
como cayó en la cuenta de que “la autobiografía es el relato que una persona
hace de su propia vida”.
“Después de 1978 –comienza diciendo Lejeune en el Capítulo III, En famille - he
empezado a explorar la memoria de mi familia. La memoria oral, interrogando
5
Ibid pag. 111
5
largamente a mis padres, y a numerosas personas de mi familia, con grabadora. La
memoria escrita, estudiando con mi padre los manuscritos dejados por XavierÉdouard Lejeune, mi tatarabuelo”. Se trata, como el mismo autor señala, de escribir
la “novela familiar”.
Una primera recomendación, para quienes acometen la escritura de su autobiografía,
es reconstruir la memoria oral y la memoria escrita de los padres, abuelos y, ojalá,
bisabuelos y tatarabuelos.
Así como en el pensar de Bruner, la inteligencia no reside en una cabeza, sino
distribuida en muchas cosas y personas con las cuales se mantienen relaciones
permanentes, así la memoria está distribuida en fotografías, documentos,
baúles, lugares, casas, barrios y calles. Conviene, entonces, revisitar lugares
particularmente significativos en el pasado del autor. Revisitar el barrio, la manzana,
la casa donde funcionaba el Jardín Infantil, y en el cual se pasaron dos o tres años de
la primera infancia, es una buena manera de recobrar el pasado, o de reinventarlo,
que es lo mismo. Por diversos medios es bueno estimular el recuerdo. Las
conversaciones con los abuelos, los padres, los hermanos, los amigos de la familia, los
vecinos de otras épocas son formas de acercarnos a las personas que fuimos.
Para un (una) estudiante de la universidad es saludable aprender a “redactar”, como
lo declara Lejeune, aunque esto no sea propiamente un ejercicio agradable y tenga
mucho de tarea, de castigo. La palabra pensum se empleaba en la Edad Media como
castigo, carga, sufrimiento. La Salle y los padres encargados de sus colegios le
llamaban pensum a las tareas que debía hacer el estudiante en el hogar y que
generalmente eran puestas como castigo por la comisión de alguna falta grave.
Una recomendación suplementaria tiene que ver con esa necesidad de aprender a
escribir, de emplearse a fondo en la producción textual.
En síntesis si la narración ha de convertirse en un instrumento de la mente al servicio
de la creación de significado, si participa en la sublimación de las violencia y restituye
un lugar humano a los poderes desatados de las tecnologías, necesariamente requiere
trabajo pedagógico: escucharla y volverla a escuchar, gozarla, ser interprete de ella,
transcribirla, leerla y releerla, analizarla, entender su arte, percibir sus usos y
cultivarla como parte fundamental del sentido de la existencia humana, de las
personas que crecen subjetivamente entretejiendo sus vidas con sus comunidades en
un diálogo sin fin de vivencias, de contactos y encuentros, en los que se hilan sensible
y afectivamente las experiencias cotidianas”.
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