PATRICIO HERNÁNDEZ PÉREZ

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La mayor provocación (Cara y Cruz de la política cultural) (La Verdad 24/10/09)
PATRICIO HERNÁNDEZ PÉREZ
Poco más de dos años ha bastado para que el consejero de Cultura haya transitado de la
categoría de solución a la de problema. Es verdad que en el inusitado activismo de este
periodo no todo se ha hecho mal, pero las expectativas que su nombramiento pudo suscitar en
el verano de 2007 se han desvanecido casi por completo para ser sustituidas por una nueva,
fundada y muy extendida preocupación sobre la deriva de la consejería. Pese al fuerte control
institucional de la vida cultural de la región y la perversa dinámica de las subvenciones y los
encargos de trabajo -¡ay de los liberales!-, el descontento se extiende.
Pedro Alberto Cruz llegó aureolado por su juventud, su perfil de hombre interesado por el arte
contemporáneo y la presunción generalizada de que podía aportar ideas frescas -ahí estaba el
CENDEAC como aval y ejemplo- que sacudieran la irrelevante y esclerotizada gestión cultural
pública en una región que mostraba en este ámbito sangrantes atrasos comparativos, grandes
desigualdades, fuerte atonía social y un pacato y provinciano conservadurismo institucional.
Sus declaraciones iniciales, que incluían referencias a la necesidad de abrir cauces de
participación, de crear instrumentos de planificación cultural que sirviesen para analizar con
rigor nuestra situación y fijasen un horizonte claro de actuación con nuevos objetivos, su
aparente prevención contra la espectacularización de la cultura y a favor de la creación de
ciudadanos críticos, o afirmaciones como que «mi obsesión durante estos cuatro años va a ser
hacer política a ras de suelo, e intentar que aquellas bolsas de población que son
absolutamente ajenas al ámbito cultural se vuelvan porosas al mismo» (La Verdad, 10/07/07),
han caído por completo en el olvido y, lo que es más grave, han sido radicalmente desmentidas
por los hechos.
Transcurridos algo más de dos años, y en contra lo que dice el consejero, son los propios
ciudadanos y la autonomía del sector cultural los grandes damnificados de su gestión.
La espectacularización y la mediatización se han adueñado casi por completo de la acción de
una consejería que maneja más recursos que nunca, gestionados de la forma más discrecional
y menos transparente, en un modelo hiperpersonalizado puesto al servicio de un
consejero-estrella que exhibe un irritante estilo personal entre displicente y soberbio, y que se
ha revelado fascinado por los grandes espectáculos mediáticos donde el gasto incontrolado
reproduce un consumo cultural pasivo y contemplativo.
Sigue sin haber espacios para la participación en la gestión cultural -ni siquiera se ha vuelto a
reunir el nada vinculante Foro Regional de la Cutura-; no hay abierto un verdadero debate
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público sobre nuestras necesidades que permita una jerarquización planificada de objetivos de
actuación cultural -el Plan Estratégico no ha pasado de algunas reuniones internas y no parece
que en toda la legislatura vaya a ofrecer otros frutos útiles-; y aquel propósito declarado de
"hacer política a ras de suelo" ha sido sustituido por la obsesiva obstinación de hacer política
cultural de prestigio, esto es, utilizar ilimitadamente la palanca del presupuesto público para
buscar la relación mercantil con iconos y nombres emblemático que condensan el prestigio
cultural nacional o internacional en una original relectura del turismo cultural.
Esta apuesta -que llegó a definirse tramposamente como elitismo de masas pero a la que han
faltado unas masas que no se han enterado de que estaban invitadas-, ha quedado reducida a
un comercio de franquicias culturales que en tiempos difíciles han encontrado aquí su tierra de
promisión, y cuyo único destino es aparecer en suplementos culturales (ahí está La
Conservera, donde cada uno de los escasos ciudadanos que la visitan cuesta al erario público
casi 200€), todo ello aderezado por eslóganes publicitarios que reproducen argumentos
sociales y culturales comprometidos (el diálogo intercultural y el mestizaje, la diversidad sexual,
la sostenibilidad, etc.) pero completamente descontextualizados y orientados a producir réditos
políticos y rentas de imagen, e incapaces de provocar, por su implícita banalización, ningún
mínimo cuestionamiento de la realidad social.
Pero ahora empezamos a saber que además se ha gestionado de forma opaca, con
arbitrariedad y probable abuso del amiguismo, eludiendo arteramente los controles
administrativos y las exigencias de la legalidad, hipertrofiando y degenerando un instrumento
-como la empresa pública Murcia Cultural S.A-, creado para agilizar la gestión y devenido en
comodín para materializar y conformar decisiones tomadas al margen de las garantías que
caben esperar en el manejo de los recursos públicos.
Y, lo que es tan grave o más que lo anterior, se ha entrado en una dinámica de disparatado
despilfarro de unos recursos públicos aumentados pero siempre escasos justo cuando la crisis
está obligando a todos a la contención y la restricción. Seamos claros: cualquier esfuerzo del
Gobierno regional por hacernos creer que se adoptan eficaces medidas de austeridad carecerá
de toda credibilidad mientras la Consejería de Cultura y Turismo mantenga sus anunciados
"grandes proyectos" para 2010.
Estos proyectos -SOS 4.8, PAC, MANIFESTA 8- de presupuesto multimillonario (entre 7 y 10
millones de euros), importados, efímeros, ajenos y superpuestos a las dinámicas del propio
tejido cultural, condenados a resolverse de la manera más convencional posible a pesar de que
en algún caso puedan albergar buenas intenciones, constituyen, en el contexto actual,
directamente la mayor provocación para el sector cultural de la región y para muchos
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ciudadanos que no van a tener más remedio que levantar su voz el mismo día en que se
conozcan los presupuestos regionales para el año próximo y se compruebe que todos los
programas básicos para la vida cultural de los ciudadanos y para el mantenimiento del trabajo y
la actividad cultural en la región van a ser drásticamente recortados en sus menguados
recursos, sacrificados para que los grandes proyectos puedan otorgar sus 15 minutos de gloria
al consejero de Cultura.
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