"Brutal violación de una joven india de 23 años por seis hombres en

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"Brutal violación de una joven india de
23 años por seis hombres en un
autobús de nueva Delhi". "Secuestro y
violación de una niña de nueve años
por dos hombres en Pakistan".
"Violación de una menor de 17 años
por tres jóvenes en el barrio de Egia
de Donostia". "Dos chicos intentan
agredir sexualmente a dos chicas de
19 años en Elgoibar, Gipuzkoa".
Cotidianamente nos toca lidiar con la
rabia y la indignación que nos
despierta tanta violencia machista
brutal contra las mujeres. Es imprescindible para nuestra propia
supervivencia que nosotras, el gran blanco de esa violencia, creemos
discursos rebeldes, que no dejen ninguna agresión sin respuesta. Porque si
agreden a una mujer, nos agreden a todas.
Los ataques a mujeres en Gipuzkoa que han saltado a los medios de
comunicación en las últimas semanas han motivado un sinfín de artículos.
Lejos de los análisis excesivamente simplistas que reducen la violencia
machista a casos puntuales, nos gustaría contribuir a este debate
proponiendo reflexiones acerca de las verdaderas causas de esta realidad,
que son complejas, y de la dirección que debemos seguir para que las
mujeres, algún día, podamos vivir en paz.
Las agresiones sexuales y, entre ellas, las violaciones, son realidades
cotidianas para todas las mujeres en nuestro territorio y en cualquier parte
del mundo, aunque nos guste más colocarlas en el extranjero. Resulta
imposible cuantificar la magnitud de las agresiones sexuales masculinas
contra las mujeres. Las que se conocen son únicamente las que trascienden
a lo público a través de los medios de comunicación, o aquellas que han sido
denunciadas previamente. El resto, la inmensa mayoría, no transciende,
entre otras cosas, porque es un delito difícil de denunciar para las mujeres.
No hay una "tecla mágica" que permita acabar con la violencia machista
contra las mujeres, como se sugiere en algunos análisis recientes, porque la
tecla es, ni más ni menos, un sistema capitalista, sexista y patriarcal (legal,
jurídico, social, cultural…) que ampara y legitima las desigualdades entre
mujeres y hombres.
Desde esta perspectiva, los ataques machistas no se explican por una
conducta aislada de algunos individuos, sino que son parte de un sistema
que permite la existencia de un clima de permisividad, mayor o menor, en el
ejercicio de la violencia contra las mujeres. Ese clima se construye a través
de la legitimidad dada a una infinidad de comportamientos violentos y
machistas, de distinto tipo y gravedad, pero que constituyen, al fin y al cabo,
agresiones que vivimos las mujeres a lo largo de nuestra vida. Unas
agresiones sexuales que se confunden, en muchas ocasiones, como formas
legítimas de ligar, y se relativiza su gravedad porque parecen formar parte de
los códigos naturales del cortejo heterosexual.
Pues no. Los hombres agreden sexualmente a las mujeres para mostrar su
dominación sobre estas en el plano más íntimo, la sexualidad, y porque
creen poder hacerlo. Esto nos recuerda a todas que, en el fondo, somos un
agujero, un objeto, un cuerpo violable.
Todas las mujeres tenemos miedo a ser violadas y, siguiendo el guión del
miedo en el que hemos sido socializadas, creemos tener la responsabilidad
de prevenir que esto nos ocurra. Así, la sociedad en su conjunto evaluará si
la agresión era justificable o no, se nos preguntará cómo íbamos vestidas,
por qué pasamos por allí, si estuvimos coqueteando con el agresor, que por
qué nos fuimos a su casa… La culpa, el estigma de la violada y la duda
sobre la veracidad de lo sucedido explica, en última instancia, por qué tan
pocas mujeres se atreven a denunciar.
¿Y qué pasa con los agresores? ¿Para cuándo educar a los hombres
explicándoles que no se grita guarradas entre cinco a una chica que va sola
por la calle a las tres de la mañana, que no hay que tocar el culo en los
bares, que los roces con los genitales son un ataque, que hay distancias
mínimas que respetar al hablar y, sobre todo, que cuando una mujer dice no
es no?
Se hace urgente que todos los hombres reflexionen y se planteen su
protagonismo en la violencia machista: sus dificultades para identificar qué es
una agresión y qué no, su participación activa en las mismas, así como su
papel como mero espectador pasivo de una agresión, pese al rechazo de
esta. Por tanto, la "tecla" consiste, sencillamente, en que la prioridad de
organizar la vida en común de todas y todos sea colocar a las personas en el
centro y en igualdad. Así es cómo se crean las condiciones para que
podamos vivir vidas libres de violencias machistas. Las campañas de
concienciación e información, la autodefensa feminista, los mapas de la
ciudad prohibida, la coeducación son instrumentos necesarios,
imprescindibles, pero no suficientes si las políticas de igualdad son
marginales. Tomemos nota o jamás acabaremos con la violencia machista
hacia las mujeres.
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