Entelequia, nº 12

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Nicolás Angulo Sánchez *
LOS DERECHOS HUMANOS Y EL SIGLO XXI
HUMAN RIGHTS AND THE XXIth CENTURY
Resumen
Los derechos humanos son poderes o facultades que se asignan o atribuyen a los individuos y grupos humanos para exigir o reclamar determinadas conductas o prestaciones de otros individuos o grupos y, en último término, de las instituciones públicas (municipales, regionales, estatales o interestatales) que permitan a los primeros lograr una vida digna. Entre los objetivos a lograr mediante el ejercicio de los derechos humanos, se encuentran mejorar el bienestar, la dignidad y la calidad de vida de todos los seres humanos, así como lograr una mayor igualdad económica y social, atendiendo especialmente a las necesidades de los individuos y grupos más vulnerables, y respetando la diversidad cultural. En este sentido, cobra especial relevancia la satisfacción de las necesidades básicas y humanas, como la alimentación, el agua potable, la vivienda, la salud o la educación.
Palabras clave: Derechos humanos, universalidad, igualdad, necesidades básicas.
Abstract
Human rights are powers or faculties conferred or bestowed upon individuals or human groups, so that they can claim o require from other individuals or groups, and eventually from public authorities (local, regional, state or inter­state) some behaviours or actions in order to achieve a dignified life. We can count, among the goals to be reached through the exercise of human rights, the improve of welfare, dignity and quality of life for all human being, as well as achieving greater economic and social equality, specially meeting the needs of most vulnerable individuals and groups and respecting cultural diversity. In this sense, satisfaction of ba ­
sic and human needs such as food, drinkable water, housing, health or education, becomes paramount.
Keywords: Human Rights, Universality, Equality, basic needs.
JEL: J83, K19, K39.
* Doctor en Derecho, autor de "Derechos humanos y desarrollo al alba del siglo XXI", ed. Cideal, Madrid 2009 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=95478), así como de "El derecho humano al desarrollo frente a la mundialización del mercado", edit. Iepala, Madrid 2005. Enlace: http://www.revistafuturos.info/resenas/resenas13/derecho_desarrollo.htm. Núm. 12
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os derechos humanos en su conjunto deben ser concebidos, interpretados y aplicados de manera complementaria y no contradictoria entre sí, de modo que produzcan una sinergia, es decir, que su concepción, interpretación y aplicación debe efectuarse de manera que se complementen, refuercen y apoyen unos a otros, con el fin de lograr el máximo de bienestar y la dignidad para todos y no sólo para los más privilegiados. En este sentido, cobra especial relevancia la satisfacción de las necesidades básicas y humanas, como la alimentación, el agua potable, la vivienda, la salud o la educación, aunque el modo de satisfacerlas pueda variar según el contexto histórico y cultural en el que los distintos grupos e individuos convivan, como condición previa y como objetivo de todo ejercicio de los derechos humanos y de toda estrategia en su favor. Es decir, deben contemplarse todos los derechos humanos sin discriminar entre ellos: civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y sin olvidar los de más reciente elaboración, los denominados de “solidaridad” o de “tercera generación”: el derecho a la paz, al desarrollo, al medio ambiente, al patrimonio común de la humanidad y a la asistencia humanitaria.
Así pues, todo individuo debe estar en condiciones de ejercer y de disfrutar de todos los derechos humanos y libertades fundamentales, en cuanto universales, indivisibles e interdependientes. Debe estar en condiciones de desarrollar al máximo sus capacidades y sentirse libre y digno de sí mismo. Esta interpretación podemos encontrarla en los preámbulos de los Pactos Internacionales de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales y de los Derechos Civiles y Políticos, adoptados en el marco de las Naciones Unidas en 1966.
Sin embargo, las fuerzas hegemónicas en lo económico, lo político, lo social y lo cultural del mundo actual, y que controlan asimismo los grandes medios de comunicación, han logrado imponer un tipo de "globalización" o "mundialización" de corte neoliberal como paradigma de la sociedad del presente y del futuro. Dicha mundialización o globalización, en realidad, consiste en una extensión generalizada del mercado y de la producción capitalistas, junto con sus valores e intereses, por todos los rincones del planeta y en todos los ámbitos de la actividad humana, incluidas la enseñanza, la investigación científica y social, la sanidad y otras hasta ahora en gran medida protegidas como servicios públicos. Así pues, los derechos humanos deben abrirse camino en un mundo cada vez más mercantilizado y “financiarizado”. La globalización económica actual consiste básicamente en la mundialización de la economía de mercado capitalista y de su sistema financiero. Por ello, una de las principales causas del subdesarrollo de la mayor parte de la humanidad reside en un intercambio comercial desorbitadamente injusto y desequilibrado entre ricos y pobres y entre los países industrializados del centro o metrópoli, donde se refugia y acumula la mayor parte del capital económico y financiero existente, y los países del Tercer Mundo o periferia dependiente. Por este motivo, los pueblos del Tercer Mundo perciben el actual sistema económico actual como una manera de perpetuar su situación de dependencia, dominación y pobreza respecto de las antiguas potencias coloniales. Por todas estas razones, adquiere particular relevancia enfatizar la necesaria dimensión de solidaridad que debe impregnar la concepción, interpretación y aplicación de todos los derechos humanos a fin de que la libertad y la dignidad estén al alcance de todos los seres humanos y no sólo de los más privilegiados. En este sentido, deben crearse las condiciones para que todos puedan satisfacer sus necesidades legítimas y realizar sus proyectos o planes de vida igualmente legítimos. Asimismo, deben tenerse en cuenta no sólo las generaciones presentes, Núm. 12
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sino también las generaciones futuras. De ahí la necesidad, si realmente deseamos un mundo más justo y pacífico, de un reparto más racional y equitativo de los recursos técnicos, económicos y humanos disponibles, así como de los beneficios y de la riqueza que produce el conjunto de la humanidad.
En definitiva, en un mundo como el actual, resulta pertinente reivindicar todos los derechos humanos para todos, especialmente para los más vulnerables y desfavorecidos, y contra la pobreza; a un medio ambiente sano y a preservarlo ante el deterioro grave y progresivo del conjunto de los ecosistemas planetarios; a la existencia de un patrimonio común de la humanidad que, asimismo, debe preservarse y del que debemos beneficiarnos todos, en contra de su privatización; a la asistencia humanitaria ante situaciones de extrema gravedad (desastres naturales, conflictos bélicos u otros), y a la paz y a la seguridad, contra la guerra y contra la violación de los derechos humanos. Dichos derechos suelen denominarse “derechos de tercera generación” o “derechos de solidaridad” porque mediante ellos se pone de relieve la necesaria cooperación y solidaridad que debe existir entre todos los seres humanos a la hora de hacer respetar, proteger y promover aquellos valores y aspiraciones que se consideran comunes a todos (universales), conforme al espíritu y a la letra de la Carta de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Declaración sobre el Derecho al Desarrollo, entre otros. Los derechos humanos
1. Concepto
Los derechos humanos son poderes o facultades que se asignan o atribuyen a los individuos y grupos humanos para exigir o reclamar determinadas conductas o prestaciones de otros individuos o grupos y, en último término, de las instituciones públicas (municipales, regionales, estatales o interestatales) en orden a lograr una vida digna. La titularidad de los derechos humanos corresponde a todos los individuos y grupos humanos, pues dichos derechos tienen una clara vocación universalista, tal y como se indica en el artículo primero de la Declaraciòn Universal de los Derechos Humanos (DUDH) de 1948: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Por esta razón, no admiten exclusiones de ningún tipo, tal y como señala el primer apartado del artículo 2 de dicha Declaración:
“Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.” 1
1 Dicho artículo, en su apartado segundo, añade: “Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.”
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Tampoco son admisibles las discriminaciones negativas que infrinjan el principio de igualdad ante la ley, tal y como se indica en el artículo 7 de dicha Declaración: "Todos son iguales ante la ley, y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación".
Estas exigencias antidiscriminatorias de los derechos humanos son reiteradas en ambos Pactos Internacionales de los Derechos Humanos, adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1966. Concretamente, en el apartado primero del artículo 2 del Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos (PIDCP)2 y en el apartado segundo del artículo 2 del Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC
)3. Como colofón se puede citar el artículo 26 del PIDCP, que establece: "Todas las personas son iguales ante la ley y tienen derecho sin discriminación a igual protección de la ley. A este respecto, la ley prohibirá toda discriminación y garantizará a todas las personas protección igual y efectiva contra cualquier discriminación por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social".
Así pues, los derechos humanos poseen un inequívoco espíritu igualitario e incompatible con cualquier sistema racial, clasista o sexista, por lo que no resultan admisibles ningún tipo de discriminación negativa. En cambio, las discriminaciones positivas no sólo son admisibles, sino incluso legítimas en casos debidamente justificados, como se explicará más adelante.
Los derechos humanos son derechos inalienables, es decir, no son transmisibles o enajenables como una mercancía, por lo que no pueden ser objeto de comercio. Son también irrevocables (irrenunciables) e inviolables. Asimismo, dichos derechos se caracterizan por su universalidad, interdependencia e indivisibilidad. Además, a la hora de interpretar y aplicar las normas que reconocen los derechos humanos, en particular en lo que se refiere a la prohibición de las discriminaciones negativas y el fomento de las discriminaciones positivas, debemos tener muy presentes los principios o valores de igualdad, equidad y solidaridad con los más vulnerables y desfavorecidos. 2 Artículo 2, apartado 1, del PIDCP: “Cada uno de los Estados partes en el presente Pacto se compromete a respetar y a garantizar a todos los individuos que se encuentren en su territorio y estén sujetos a su jurisdicción los derechos reconocidos en el presente Pacto, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión pública o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.”
3 Artículo 2, apartado 2, del PIDESC: “Los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a garantizar el ejercicio de los derechos que en él se enuncian, sin discriminación alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.”
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2. Universalidad La dimensión universal de los derechos humanos ha sido proclamada reiteradamente en el sistema de las Naciones Unidas. De hecho, la DUDH incluye en su propio título la denominación de "universal", es decir, aplicable a todo ser humano en cualquier lugar. Dicha universalidad pretende reflejar y, a su vez, fortalecer el consenso de la comunidad internacional respecto de dichos derechos, sin que ello tenga que suponer, en principio, la imposición de ningún tipo de hegemonía jurídica, política o cultural, en particular la occidental, eurocéntrica o atlantista. Sin embargo, esto no resulta nada fácil ante la diversidad cultural nuestro planeta. Esta manera de considerar los derechos humanos fue corroborada en la II Conferencia Internacional de Derechos Humanos, celebrada en Viena, en 1993, de la que emanó la Declaración y Programa de Acción de Viena:
"todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes y están relacionados entre sí" (párrafo I.5).4
Según el principio de universalidad de los derechos humanos, cada Estado en el ejercicio de la soberanía que su pueblo supuestamente le confía, más o menos democrática o coactivamente, tiene la potestad de adaptar dichas normas a las peculiaridades políticas, religiosas y culturales de dichos pueblos, pero en ningún caso contradecir abiertamente lo dispuesto en los tratados internacionales sobre derechos humanos. El derecho de actuar conforme a las propias convicciones culturales o religiosas no debe servir de pretexto, es decir, no deben invocarse e interpretarse los derechos culturales de modo que supongan la violación o denegación de otros derechos humanos. Pero, ya se ha señalado, esto no resulta nada sencillo en el mundo actual.
En efecto, la universalidad es contestada por el denominado “relativismo” cultural, quien sostiene que no puede imponerse un determinado modelo (el “occidental”) y que todas las realidades y tradiciones históricas, culturales y religiosas merecen igual respeto y consideración. En la Declaración de Bangkok (1993) los Estados asiáticos advirtieron que no pueden ignorarse las realidades históricas y culturales, así como las tradiciones, normas y valores de cada pueblo. En el mismo sentido se pronunciaron los países no alineados (108) en la Declaración adoptada con motivo de su Conferencia mundial en 1992, celebrada en Yakarta, poniendo de relieve las diferencias entre culturas, lo que conlleva diversidad en la interpretación de los derechos humanos.5
Más controvertida aún es la Declaración de Derechos Humanos en el Islam, adoptada en la XIX Conferencia Islámica (1990), en la que se subordinan los derechos humanos al Islam y a la Sharía, lo que implica, entre otras cosas, negar la libertad religiosa y condenar la apostasía y el ateísmo, por ejemplo. En el mismo sentido se redactó en 1994 la Carta Árabe de los Derechos Humanos, aunque no ha entrado todavía en vigor.
Otro hecho preocupante se refiere a que los promotores de la actual globalización neoliberal, es decir, las fuerzas hegemónicas del mundo actual, lideradas por Estados Unidos (EE.UU.) y la Unión Europea (UE), bajo la batuta de los bancos y empresas transnacionales por medio de sus 4 Véase VILLÁN DURÁN, Carlos: Significado y alcance de la universalidad de los derechos humanos en la Declaración de Viena, en “Revista Española de Derecho Internacional, Vol. XLVI, núm. 2, 1994.
5 Una relación de documentos donde pueden observarse los diferentes posicionamientos respecto de este tema en la actual comunidad internacional figura en el capítulo dedicado a la universalidad de los derechos humanos del libro La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de Jaime ORAÁ y Felipe GÓMEZ ISA, publicaciones de la Universidad de Deusto, Bilbao 2008, págs 113­114.
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“lobbies” y organizaciones patronales, así como de las instituciones financieras y comerciales internacionales (Fondo Monetario Internacional, FMI, Banco Mundial, BM, y Organización Mundial de Comercio, OMC), niegan o relegan el carácter de derechos humanos a los derechos económicos, sociales y culturales (segunda generación) y a los de tercera generación (derecho a la paz, al desarrollo, al medio ambiente, al patrimonio común de la humanidad y a la asistencia humanitaria). De hecho, su actitud respecto de estos derechos va poco más allá de la caridad o generosidad por su parte, lo que no obsta para su uso retórico. Así pues, aunque los derechos humanos pretendan ser universales, de hecho no son aceptados universalmente. Queda mucho camino por recorrer aunque haya que reconocer el avance, poco o mucho, conseguido en favor de dicha universalidad desde la aprobación de la DUDH por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1948. 3. Interdependencia e indivisibilidad
La interdependencia e indivisibilidad de los derechos humanos han sido asimismo proclamadas reiteradamente en el contexto de las Naciones Unidas. Por ejemplo, la Proclamación de Teherán, de 13 de mayo de 1968, enunciada con motivo de la I Conferencia Internacional de Derechos Humanos, celebrada en dicha ciudad, declaraba:
"como los derechos humanos y las libertades fundamentales son indivisibles, la realización de los derechos civiles y políticos sin el goce de los derechos económicos, sociales y culturales resulta imposible" (párrafo 13).
Esta manera de considerar los derechos humanos fue corroborada veinticinco años después en la II Conferencia Internacional de Derechos Humanos, celebrada en Viena en 1993, de la que emanó la Declaración y Programa de Acción de Viena:
"todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes y están relacionados entre sí. La comunidad internacional debe tratar los derechos humanos en forma global y de manera justa y equitativa, en pie de igualdad y dándoles a todos el mismo peso" (párrafo I.5). De este modo, la indivisibilidad e interdependencia constituyen principios del derecho internacional de los derechos humanos según los cuales todos los derechos humanos son iguales en importancia, por lo que en la práctica deben contemplarse de manera global y equilibrada, sin conceder preeminencia a unos sobre otros. Por ello, debe superarse la arbitraria separación entre derechos humanos y asumir que categorizar un tipo de derechos como más prioritarios que otros afecta negativamente al conjunto de los derechos en su interpretación, protección y promoción. Esto se explica por la unidad conceptual del conjunto de los derechos humanos. Cabe recordar que la división entre derechos civiles y políticos, por un lado, y derechos económicos sociales y culturales, por otro, cristalizó en la elaboración de dos Pactos Internacionales en el marco de las Naciones Unidas: el PIDCP y el PIDESC. Ambos fueron aprobados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1966 aunque no entraron en vigor casi diez años más tarde, en 1976, cuando por fin se alcanzó el número de Estados signatarios requerido para su entrada en vigor. Las normas y derechos que figuran en Núm. 12
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ambos Pactos tienen carácter jurídico internacional y, por lo tanto, obligan a los Estados que los ratifican. La explicación del porqué de esta división en dos pactos de derechos humanos reside principalmente en razones históricas, en concreto en el contexto de "guerra fría" entre las dos superpotencias dominantes en la época, es decir, EE.UU. con sus aliados, por un lado, y la URSS con los suyos, por otro. EE.UU. daba –y sigue dando– prioridad a los derechos civiles y políticos aunque, en realidad, insisten sobre todo en los derechos más directamente vinculados con el denominado "libre comercio" o "libre competencia" y, por supuesto, el derecho de propiedad. La URSS, en cambio, insistía más en los derechos económicos, sociales y culturales, pero impedía todo cuestionamiento de su régimen político, al igual que los países capitalistas, mediante la negación o limitación del ejercicio de derechos fundamentales como la libertad de expresión, de información y el pluralismo político, que se ubican preferentemente entre los derechos civiles y políticos. Hoy en día, la confrontación se da principalmente entre la interpretación y aplicación de los derechos humanos por parte de los países más ricos e industrializados, con EE.UU. a la cabeza, junto con Japón y la Unión Europea, quienes conforman la denominada "triada", frente a la de los países empobrecidos y endeudados, es decir, el que se sigue denominando como "Tercer Mundo", aunque el "segundo" (el bloque de la URSS y sus aliados) haya desaparecido. Los Estados de los países más ricos e industrializados tienden a primar los derechos civiles y políticos (derechos de propiedad y mercantiles, sobre todo), relegando los derechos económicos, sociales y culturales. Frente a ellos, los países empobrecidos denuncian el subdesarrollo y las desfavorables condiciones económicas y comerciales a nivel internacional que dificultan e impiden el cumplimiento de los derechos humanos, en general, y los derechos económicos y sociales, en particular. A nivel teórico, la clasificación de los derechos en civiles y políticos, por un lado, y económicos, sociales y culturales, por otro, puede resultar oportuna a ciertos efectos pedagógicos o analíticos, pero, en ningún caso, significa que estemos hablando de conceptos diferentes. En este sentido, Héctor Gros Espiell señala al respecto que:
"las diferencias entre estos dos tipos o categorías de derechos humanos, diferencias que, sin embargo, no alcanzan a afectar su esencial unidad conceptual, consecuencia de que la totalidad de ellos resultan de la dignidad eminente de la persona humana", por lo cual "los derechos humanos constituyen un complejo integral, único e indivisible, en el que los diferentes derechos se encuentran necesariamente interrelacionados y son interdependientes entre sí"6.
Asimismo, Philip Alston afirma:
"la idea de que los dos conjuntos de derechos son interdependientes está ampliamente confirmada y expresada de modo claro en los instrumentos internacionales relativos a los derechos humanos"7, y añade que "solamente un Estado ha puesto en duda de modo constante la idea de que los derechos económicos, sociales y culturales sean derechos: a 6 Véase GROS ESPIELL, Héctor: Estudios sobre derechos humanos (II), ed. Civitas, Madrid 1988. 7 Véase ALSTON, Philip: Importancia de la interacción entre los derechos económicos, sociales y culturales por una parte, y los derechos civiles y políticos, por otra, doc. de Naciones Unidas A/CONF.157/PC/66/Add.1, de 16 de abril de 1993.
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partir de 1981 los EE.UU. han intentado a menudo definir estos derechos como objetivos o aspiraciones, sin considerarlos en absoluto derechos humanos"8.
Para Hubert Wieland Conroy, la indivisibilidad, por un lado, refleja el carácter unitario del conjunto de los derechos humanos a pesar de su diversidad, es decir, existe una indisoluble unidad entre ellos que tiene su fundamento precisamente en el carácter simultáneamente unitario y diverso de la persona humana. En cuanto a la interdependencia, procede señalar que va más allá de una mera interrelación, puesto que se trata de una dependencia recíproca en la medida en que tanto el menoscabo como el progreso de uno de ellos incidirá en el alcance de los demás. Es decir, se trata de una sinergia en la que el mayor disfrute de unos derechos permitirá el mayor disfrute de los otros y viceversa:
"un desarrollo negativo en relación con el goce de algunos derechos implicará un menoscabo en el goce de otros, de suerte que lo más indicado es promover activa, integrada y de manera simultánea el disfrute de todos los derechos humanos"9. Asimismo, el derecho al desarrollo, en tanto que derecho humano, es indivisible e interdependiente respecto de los demás derechos humanos, de tal manera que la denegación de alguno de estos derechos implica la denegación a su vez del derecho al desarrollo10. Ejemplos que ponen de relieve la sinergia existente entre los derechos humanos se manifiestan, por ejemplo, en que el derecho a estar debidamente informado se corresponde con el derecho a recibir una educación adecuada y suficiente que permita adquirir los conocimientos y la formación necesarios para estar en condiciones de entender e interpretar dicha información. Asimismo, recibir una buena educación exige que los individuos, especialmente los niños, que la reciben se encuentren en condiciones de asimilar e integrar conocimientos en su mente, lo cual implica, entre otras cosas, tener acceso a una alimentación adecuada y a la asistencia sanitaria necesaria para gozar de buena salud. Del mismo modo, una madre bien alimentada y educada facilitará que su hijos de corta edad gocen de buena salud y de una alimentación adecuada, con la importante repercusión que ello tendrá en su futuro. Por otro lado, una persona bien educada e informada estará en mejores condiciones de hacer valer sus derechos civiles y políticos, así como de reivindicar sus derechos económicos, sociales y culturales. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud depende en gran medida de la cantidad y calidad del trabajo que se desempeñe, de la vivienda, de la alimentación, de la educación y del bienestar social, dentro de un ambiente de paz y desarrollo social. En este sentido, la experiencia internacional en campañas de educación sanitaria encaminadas a cambiar comportamientos resulta muy limitada cuando no se cambian las bases materiales 8 También añade que "a pesar del problema fundamental que plantea esta posición para el consenso normativo internacional sobre los derechos humanos, la mayoría de Estados (en especial los del grupo occidental) han guardado un silencio incomprensible. Esta debilidad ha facilitado a su vez una desvalorización general de estos derechos, en directa contradicción con la posición oficial" (Ibíd., párrafo 10).
9 Véase CONROY, Hubert Weyland: Sobre la relación entre el desarrollo y el disfrute de todos los derechos humanos, reconociendo la importancia de crear condiciones en que todos puedan disfrutar de esos derechos, documento preparatorio para la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena de 1993, doc. A/CONF.157/PC/60/Add. 2, Nueva York 1993. 10 Véase el primer informe del Experto Independiente de las Naciones Unidas sobre el Derecho al Desarrollo, doc. E/CN.4/1999/WG.18/2.
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(trabajo, vivienda o educación, por ejemplo). A ello cabe añadir las consecuencias que en la salud puede ocasionar un medio ambiente natural deteriorado por la actividad industrial, por ejemplo. Así pues, la interdependencia y sinergia entre los distintos derechos humanos se observa entre derechos humanos de ambos bloques, es decir, entre los derechos civiles y políticos, por un lado, y entre los derechos económicos, sociales y culturales, por otro, y también entre los derechos humanos de distintas personas y grupos. Sin embargo, hay que reconocer que, incluso en el seno de las propias Naciones Unidas, existe un gran desequilibrio entre ambos conjuntos de derechos y hasta ahora se han promovido más los derechos civiles y políticos que los derechos económicos, sociales y culturales 11. Tal desequilibrio se refleja también en la DUDH, al dedicar con gran detalle los derechos civiles y políticos en dieciocho artículos, mientras que solamente seis se ocupan de los derechos económicos, sociales y culturales. A partir del decenio de los años sesenta del pasado siglo, merced a la descolonización que ocasionó el surgimiento de numerosos Estados y que posteriormente se hicieron miembros de las Naciones Unidas, la presencia de los países del Tercer Mundo se convirtió en mayoritaria en la Asamblea General, razón por la que en dicho órgano comenzó a reflejarse con mayor notoriedad las preocupaciones e intereses de estos países, principalmente las cuestiones relativas al desarrollo económico y social. Asimismo, en la labor de la Comisión de Derechos Humanos, precedente del actual Consejo de Derechos Humanos, también comenzaron a reflejarse las nuevas prioridades, prestando mayor atención, por ejemplo, a los obstáculos que se interponen a la efectividad de los derechos económicos, sociales y culturales, sobre todo en dichos países. A nivel regional o continental, la Carta Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos (Carta de Banjul, 1981) señala en su preámbulo la universalidad, interdependencia e indivisibilidad (indisociabilidad) de los derechos humanos, así como la necesidad de tener en cuenta el derecho al desarrollo:
“Convencidos de que en lo sucesivo es esencial prestar especial atención al derecho al desarrollo y de que los derechos civiles y políticos no pueden ser disociados de los derechos económicos, sociales y culturales en su concepción y en su universalidad, y de que la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales constituye una garantía del disfrute de los derechos civiles y políticos”
Este nuevo rumbo culminará con la elaboración del proyecto de Declaración sobre el Derecho al Desarrollo (DDD), adoptada por la Asamblea General en 1986, y en la que se reconoce explícitamente el derecho al desarrollo como un derecho humano fundamental e inalienable en su artículo primero. Asimismo, en su preámbulo formula las siguientes 11 Philip Alston, que fue presidente del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, se queja en estos términos: "Tanto si se mide el número de resoluciones aprobadas, la duración e intensidad de los debates, la perseverancia en la investigación de los hechos, el punto de vista con que se realizan los estudios, los puntos principales del programa de servicios de asesoramiento y asistencia técnica, las cuestiones tratadas en los resúmenes analíticos y otros documentos de información para el público, como si se aplica cualquier otro patrón, se observa que los derechos económicos, sociales y culturales se descuidan y desconocen en gran medida. A pesar de todo, no ignoro la importancia de los progresos realizados, como la creación en 1987 del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales" (véase ALSTON, Philip, Importancia de la interacción entre los derechos económicos, sociales y culturales por una parte, y los derechos civiles y políticos, por otra, op. cit., párrafo 14).
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consideraciones, las cuales deben tenerse siempre presentes a la hora de establecer prioridades en las políticas, estrategias y programas de actuación encaminados hacia la efectividad de los derechos humanos:
"Todos los derechos humanos y libertades fundamentales son indivisibles e interdependientes y que, a fin de fomentar el desarrollo, debería examinarse con la misma atención y urgencia la aplicación, promoción y protección de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, y que, en consecuencia, la promoción, el respeto y el disfrute de ciertos derechos humanos y libertades fundamentales no pueden justificar la denegación de otros derechos humanos y libertades fundamentales".
Más adelante, la Declaración y Programa de Acción de Viena de 1993 confirma el reconocimiento del derecho al desarrollo como un derecho humano fundamental, tratando de corregir el desequilibrio, tanto en el plano doctrinal como en el práctico, entre los derechos civiles y políticos, por un lado, y los derechos económicos, sociales y culturales, por otro, en la medida en que el derecho al desarrollo implica un enfoque integrado y global de todos los derechos humanos. Resoluciones de la Asamblea General relativas al derecho al desarrollo posteriores a la Conferencia Mundial de Viena de 1993 confirman esta tendencia, como por ejemplo la Resolución 53/155, de 9 de diciembre de 1998, al recordar:
"que, con objeto de fomentar el desarrollo, debe otorgarse igual atención y urgencia a la aplicación, promoción y protección de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, y reconociendo que todos los derechos humanos son universales, indivisibles, interdependientes e interrelacionados y que debe garantizarse la universalidad, objetividad, imparcialidad y no selectividad en la consideración de los asuntos relativos a los derechos humanos"12. Asimismo, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), organismo de las Naciones Unidas especializado en la tarea del desarrollo humano, considera que su enfoque de los derechos humanos debe ser universal y "holístico", es decir, de forma integrada y conjunta, haciendo hincapié en la indivisibilidad e interdependencia de todos los derechos humanos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos13. En este sentido, deben contemplarse los derechos civiles y políticos como instrumento para combatir la pobreza:
"deben promoverse los derechos civiles y políticos a fin de potenciar a los pobres para que reivindiquen sus derechos sociales, económicos y culturales" y que "la garantía de los derechos civiles y políticos no es sólo un fin en sí misma, constituye además un buen medio para erradicar la pobreza"14.
Sin embargo, lo cierto es que, hoy por hoy, el fortalecimiento de la protección de los derechos económicos, sociales y culturales a nivel mundial sigue siendo una asignatura pendiente porque, entre otras cosas, los mecanismos internacionales del control y vigilancia del respeto de estos derechos y su uso está lejos del nivel logrado por los derechos civiles y políticos. 12 Doc. A/RES/53/155, 25 de febrero de 1999.
13 Véase el documento del PNUD: Integrating human rights with sustainable human development, enero de 1998.
14 Véase informe sobre desarrollo humano para el año 2000 del PNUD, p. 8.
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4. Prohibición de la discriminación negativa e igualdad ante la ley
El principio de igualdad ante la ley significa que las diferencias o desigualdades en las diferentes situaciones de los individuos o grupos humanos no justifican un trato desigual, lo cual se identifica con el principio de no discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra circunstancia, tal y como se formula en el artículo 2, apartado 1, y artículo 7 de la DUDH y que se corresponden con el artículo 2, apartado 1, y artículo 26 del PIDCP, y artículo 2, apartado 2, del PIDESC. Otras disposiciones relevantes relativas a la no discriminación en sentido negativo están contenidas en la Carta de las Naciones Unidas (artículos 1 y 55), así como en otros instrumentos más especializados, como son el Convenio 111 de la OIT (1958), relativo a la no discriminación en materia de empleo y ocupación (artículo 1), la “Convención internacional relativa a la eliminación de todas las formas de discriminación racial” de 1965 (artículo 1), la “Convención relativa a la lucha contra la discriminación en el ámbito de la enseñanza”, de 1960, elaborada en el marco de la UNESCO (artículos 1, 2 y 3), la “Declaración sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación basadas en la religión u otro tipo de creencias”, de 1981, (artículo 2) y la Convención de los Derechos del Niño, de 1989, (artículo 2).
Respecto del racismo, hay que destacar la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, adoptada por la Asamblea General en su Resolución 2106 A (XX), de 21 de diciembre de 1965, y que entró en vigor del 4 de enero de 1969. Prohíbe la discriminación por motivos raciales en el goce de los derechos humanos. Existe también la Convención Internacional sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid, adoptada por la Asamblea General en su resolución 3068 (XXVIII), de 30 de noviembre de 1973 y que entró en vigor el 18 de julio de 1976. Hasta ahora los Naciones Unidas han convocado cuatro conferencias mundiales, la última de las cuales se celebró del 20 al 24 de abril de 2009 en Durban, que es continuación de la “Conferencia mundial contra el racismo, la discriminación racial, xenofobia y las formas conexas de intolerancia” y que tuvo lugar también en Durban en 2001. En las anteriores15, el apartheid fue la principal preocupación, en cambio, en 2001 y 2009, las cuestiones que se plantearon fueron reflejo de las complejas formas en que se manifiestan actualmente los prejuicios raciales y la intolerancia, las secuelas de la esclavitud, los conflictos étnicos, la situación de los pueblos indígenas, la discriminación por razón de creencias, el conflicto palestino­israelí, la discriminación por descendencia y casta, por raza y por sexo. Estas conferencias han sido en gran medida silenciadas, e incluso "boicoteadas", por los grandes medios de comunicación de los países más ricos y poderosos16. Respecto del clasismo, el artículo 4 de la DUDH declara:
15 1983: A/CONF.119/26 (83.XIV.4) ­ 1978: A/CONF.92/40 (79.XIV.2).
16 En efecto, los Estados “occidentales” y sus medios de comunicación, presionados por EE.UU. e Israel, tratan de boicotear dichas conferencias en la medida en que se les acusa de comportamientos racistas. No es el único caso en que los Estados hegemónicos a nivel internacional tratan de marginar a las Naciones Unidas cuando éstas por mayoría adoptan decisiones que les son adversas. Situaciones análogas se produjeron con motivo de las sucesivas condenas por parte de las Naciones Unidas al régimen de “apartheid” en Sudáfrica, el cual perduró gracias al apoyo, más o menos encubierto, de los Estados “occidentales” (para mayor información a este respecto, consúltese el sitio Internet:
http://www.choike.org/nuevo/informes/6576.html).
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“Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.”
Los tratados para la abolición de la esclavitud a lo largo del siglo XIX se consideran precursores del actual proceso de internacionalización de los derechos humanos. La abolición de la esclavitud se formalizó mediante la Convención sobre la Esclavitud, firmada en Ginebra el 25 de septiembre de 1926 por la Sociedad de Naciones, y que entró en vigor el 9 de marzo de 1927. Asimismo se establece un mecanismo internacional para perseguir a quienes la practican. Por su parte, las Naciones Unidas, además del artículo 4 de la DUDH citado, aprobó la “Convención suplementaria sobre la abolición de la esclavitud, la trata de esclavos y las instituciones y prácticas análogas a la esclavitud”, adoptada por una Conferencia de Plenipotenciarios convocada por el Consejo Económico y Social en su Resolución 608 (XXI), de 30 de abril de 1956, y que entró en vigor el 30 de abril de 1957. La Convención define la esclavitud y la trata de esclavos como aquella situación en la que se ejercen derechos de propiedad sobre el individuo y se capturan o adquieren para el comercio de los hombres. Además, equipara el trabajo forzoso en cualquiera de sus formas con la esclavitud. En opinión del autor, habría que añadir que muchos tipos de trabajo asalariado son equiparables de hecho, aunque no en su formalidad jurídica, al trabajo forzoso o esclavizado, en la medida en que las condiciones de trabajo son infrahumanas (escaso salario, negación de derechos y condiciones leoninas o arbitrarias impuestas por el empleador, por ejemplo). Este tipo de trabajo asalariado se generalizó durante la revolución industrial en Europa y Norteamérica durante los siglos XIX y XX y actualmente persiste en los países del Tercer Mundo, así como en muchos de los contratos de trabajo de trabajadores emigrantes. Este fenómeno se ha dado en llamar “precariedad laboral”.
Respecto del sexismo, no existe en la DUDH un artículo específico para prohibirlo, aparte de lo establecido en el artículo 2, ya citado. Sin embargo, ambos Pactos Internacionales de los Derechos Humanos de 1966 disponen en su artículo 3: PIDCP: “Los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a garantizar a hombres y mujeres la igualdad en el goce de todos los derechos civiles y políticos enunciados en el presente Pacto.”
PIDESC: “Los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a asegurar a los hombres y a las mujeres igual título a gozar de todos los derechos económicos, sociales y culturales enunciados en el presente Pacto.”
La “Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer” fue adoptada por la Asamblea General en su Resolución 34/180, de 18 de diciembre de 1979, y entró en vigor el 3 de septiembre de 1981. Dicha convención confirma el derecho de las mujeres a participar plenamente en la vida política y social, incluyendo artículos específicos que prohíben concretamente la discriminación en materia de empleo y de salud. Además, en el marco de las Naciones Unidas, se han celebrado diversas conferencias mundiales dedicadas a la situación de las mujeres: México (1975), Copenhage (1980), Nairobi (1985) y Pekín (1995). Resultado de esta última es la Declaración y Plataforma de Acción de Pekin, donde se manifiesta la necesidad de abordar los problemas de la sociedad en general desde una perspectiva de género y que ésta se refleje en todas las políticas y programas a escala nacional, regional e internacional, dado que Núm. 12
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persisten en todo el mundo actitudes y prácticas profundamente arraigadas que perpetúan la desigualdad y la discriminación contra la mujer.
5. Discriminación positiva y principios de igualdad, equidad y solidaridad con los más vulnerables y desfavorecidos
La igualdad, la equidad y la solidaridad o fraternidad constituyen principios muy presentes en toda política o estrategia en favor de los derechos humanos y se encuentran estrechamente vinculados con la idea de justicia social. La equidad procura reducir el impacto de la desigualdad económica, politica y social y exige atender prioritariamente la satisfacción de las necesidades de los más vulnerables y desfavorecidos 17. En este sentido, debe prestarse especial atención a aquellos individuos y grupos vulnerables que se encuentran en condiciones de inferioridad o de desventaja respecto del resto, como es el caso de los más pobres. Dicha situación se ve agravada en el contexto del modelo económico dominante en la actualidad, el cual tiene como una de sus características el aumentar la desigualdad económica y social, así como la precariedad de las condiciones de vida y de trabajo de los más pobres. La equidad puede consistir tanto en tratar igualmente a los iguales como desigualmente a los desiguales, en un determinado sentido, con el propósito de eliminar progresivamente la desigualdad preexistente y sus efectos. Esto nos lleva a distinguir entre la igualdad para evitar la discriminación negativa, es decir, la igualdad ante la ley (que se ha tratado en el apartado precedente) de la igualdad que requiere de la discriminación positiva. En el segundo caso las diferencias o desigualdades sí justifican un trato desigual, lo cual implica la atribución de derechos específicos a los sujetos que se encuentran en inferioridad de condiciones con el fin de superar o compensar dicha inferioridad. En efecto, se trata de otorgar una protección especial a determinados individuos y sectores, como las mujeres, los niños, las personas mayores o con algún tipo de discapacidad, los consumidores, los trabajadores con contratos precarios, las minorías, los pueblos indígenas y, en general, los más pobres. La situación de desventaja de estos sectores e individuos más vulnerables se ve agravada por la despiadada competitividad reinante en el mundo actual y fomentada por el actual modelo de globalización comercial y financiera, la cual viene a regirse por la ley del más fuerte, y que trae como consecuencia inevitable que estos individuos y grupos queden relegados, marginados e incluso excluidos del disfrute de muchos de los derechos humanos reconocidos universalmente. No se trata, de otorgar privilegios a determinados individuos, sino de derechos legítimos atribuidos en base a razones éticas de primer orden como son la solidaridad o la fraternidad con los más vulnerables y desfavorecidos. A este respecto procede recordar el artículo 1 de la DUDH: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros".
Para el principio de justicia social y distributiva no basta con reconocer formalmente la dignidad o la igualdad de todos ante la ley en abstracto, es decir, no es suficiente proclamar la igualdad formal cuando se está tratando con personas social y económicamente desiguales, sino que debemos procurar la igualdad real, reduciendo las profundas desigualdades existentes.
17 Véase el Informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en relación con el derecho al desarrollo y titulado La importancia del principio de la equidad, tanto a nivel nacional como internacional, E/CN.4/2003/25, de 30 de diciembre de 2002, párrafo 32.
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La distribución de los ingresos constituye un buen indicador acerca del grado de igualdad real existente a nivel internacional y, por lo tanto, de las oportunidades existentes para los individuos y grupos de una determinada población o zona geográfica, así como un instrumento idóneo para fiscalizar el grado de efectividad de los derechos humanos 18. Sin embargo, desde el punto de vista liberal de mercado, como el que defienden los neoliberales, la igualdad sólo se contempla en su aspecto formal y abstracto, es decir, para cualquier acto o supuesto de hecho contemplado en una norma jurídica la consecuencia jurídica será la misma sea quien sea el autor de dicho acto y sean cuales sean las circunstancias personales específicas del autor o el contexto en que el acto o el supuesto de hecho contemplado en la norma se produzca. Es obvio que esta igualdad aparente y meramente formal sirve de argumento fácil para propósitos nada igualitarios por parte de las fuerzas hegemónicas del mundo actual. En efecto, así sucede cuando estos sectores privilegiados se encuentran en una situación dominante en el contexto de un acto o negocio jurídico determinado frente a ciudadanos de condición más débil, lo cual facilita todo tipo de comportamientos abusivos. Por el contrario, la igualdad real no se reduce a la igualdad meramente formal y abstracta, puesto que sí tienen relevancia determinados aspectos y elementos diferenciales, bien del autor del acto o de las partes intervinientes en el contrato o negocio jurídico bien de las circunstancias o del contexto en que sucede dicho acto o negocio jurídico, con el fin de aplicar de entre las diferentes consecuencias normativas aquella que sea más favorable a la igualdad real, es decir, a los sectores más vulnerables y desfavorecidos. En definitiva, debemos tratar desigualmente a los desiguales en determinado sentido si pretendemos lograr sinceramente la igualdad. Así, por ejemplo, estaría plenamente justificado proporcionar la adecuada asistencia jurídica por parte de los poderes públicos a quienes carecen de medios y recursos para costearse dicha asistencia a la hora de hacer valer sus derechos, principalmente frente a fuerzas muy superiores como las administraciones públicas o las empresas transnacionales. La meta a lograr con este trato desigual respecto de los desiguales consiste en corregir la exclusión, la marginación y la discriminación que padecen los individuos y grupos más vulnerables y desfavorecidos y, por consiguiente, en peores condiciones para afrontar por sí solos la satisfacción de sus necesidades y la defensa de sus derechos. En definitiva, no debemos considerar al ser humano como un ente genérico y abstracto al modo “neoliberal”, sino que debemos contemplarlo en su particularidad y en la concreción de sus diversas maneras de existir en la sociedad, como mujer, como menor, como persona mayor, como enfermo, como emigrante o cualquier otra condición de vulnerabilidad. La atribución de derechos específicos, según las circunstancias particulares del individuo o grupo y de su situación en la sociedad, está estrechamente vinculada con la filosofía y los valores que inspiran los derechos humanos y su universalidad, entre ellos la solidaridad, con el propósito de que sean realidad para todos sus titulares, y no sólo para los más privilegiados, ni se queden en una mera declaración o proclamación retórica en abstracto. La solidaridad en este sentido consiste en el deber de cada cual de contribuir al desarrollo y expansión de la autonomía y de la libertad de todos los individuos y grupos, especialmente de los más vulnerables y desfavorecidos, con el propósito de que puedan al menos satisfacer sus necesidades básicas. Ello no implica un detrimento de la autonomía y de la libertad propias tal 18 Ibíd., párrafo 33.
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que le deje a uno en condiciones de menor autonomía que los individuos asistidos, pues esto implicaría sacrificar unas personas por otras, es decir, no se tratar de actos “superegotarios” o “supermeritorios”, pues la solidaridad no consiste en eso 19. No es la santidad ni la heroicidad lo que se persigue con la solidaridad, sino la búsqueda de una mayor igualdad. Resulta, pues, razonable y justificable considerar que aquellos que no tienen asegurada la satisfacción de las necesidades básicas dispongan de unos derechos específicos respecto de aquellos que sí tienen asegurada dicha satisfacción. 6. Derechos humanos de tercera generación
Los derechos humanos de tercera generación han surgido a través de la toma de conciencia y de la movilización ciudadana para tratar de dar respuesta y soluciones a nuevos problemas y dificultades, con el propósito de mejorar la convivencia en el mundo actual. Desde los inicios de la modernidad, nuestro planeta está sufriendo un proceso de industrialización acelerado, desordenado, inequitativo, desequilibrado y agresivo para el medio humano y natural que pone en duda que sus efectos y consecuencias sean tan beneficiosos como proclaman sus dirigentes. Los derechos humanos de tercera generación constituyen derechos configurados en torno a las reivindicaciones en favor de la paz, contra la guerra; del desarrollo para todos, contra la pobreza; de la asistencia humanitaria en cualquier parte del mundo ante situaciones de extremada gravedad (catástrofes, conflictos bélicos, etc.); de un medio ambiente sano y de conservar la naturaleza frente al deterioro grave de nuestro entorno natural, así como de la existencia de un patrimonio común de la Humanidad natural e histórico que debe preservarse.
La lista o catálogo de los derechos humanos no es inmutable ni se establece de una vez para siempre, sino que posee un carácter y una dimensión históricas, por lo que a través del tiempo se producen modificaciones e innovaciones en su concepción, interpretación y aplicación. De este modo, reflejan el grado de conciencia y de consenso logrados en torno a qué y cuáles son los derechos humanos en un momento histórico determinado, con el propósito de dar respuesta a una problemática y unas circunstancias históricas concretas. De ahí la oportunidad de hablar, hoy en día, de dicha generación de derechos humanos.
Se suelen citar como derechos de primera generación los derechos civiles y políticos, o derechos de libertad, por ser principalmente de esta naturaleza los derechos proclamados en las primeras declaraciones históricas de derechos humanos. Son derechos proclamados frente a los límites impuestos por los regímenes despóticos y de monarquía absoluta, y consisten principalmente en la reivindicación del respeto de las libertades individuales mediante la no intromisión o intervención del Estado en la esfera de lo que se considera patrimonio exclusivo del individuo. Son, por tanto, derechos de los individuos oponibles al Estado y a los otros individuos. Los derechos de segunda generación, en cambio, exigen de los poderes públicos y del Estado su intervención con objeto de que los individuos, especialmente los más pobres y desfavorecidos (los obreros asalariados, por ejemplo, en los comienzos de la revolución 19 Según Carlos S. NINO, el deber de solidaridad consiste en "maximizar la autonomía de cada individuo por separado en la medida en que ello no implique poner en situación de menor autonomía comparativa a otros individuos. Esto implica una directiva de expandir siempre la autonomía de aquellos cuya capacidad para elegir y materializar planes de vida esté más restringida" (Véase NINO Carlos S.: Ética y derechos humanos, edit. Ariel, Barcelona 1989. Núm. 12
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industrial), puedan hacer realidad sus derechos, dado que carecen de medios para lograrlo por sí solos. Son los denominados derechos económicos, sociales y culturales, o derechos de igualdad, que históricamente fueron surgiendo a lo largo de los siglos XIX y XX al calor de las luchas y revueltas de dichos obreros (proletariado) frente a las duras condiciones laborales impuestas por la burguesía propietaria de los medios de producción, como por ejemplo salarios con los que apenas podían alimentar a sus familias. Su plasmación incipiente en textos legales se dejó ver, por ejemplo, tras la Revolución de 1848 en Francia, como señala el profesor Diego Uribe Vargas 20, o el reconocimiento de determinados seguros sociales en la Alemania de finales del siglo XX. Sin embargo, fueron la Revolución Socialista en Rusia y la Revolución Mejicana, a principios del siglo XX, los acontecimientos históricos decisivos para que estos derechos comenzaran a ser reconocidos en diferentes constituciones y ordenamientos jurídicos de distintos países. Los derechos de tercera generación, como se ha señalado, ponen de relieve la necesaria solidaridad o fraternidad que debe existir entre todos los seres humanos para respetar y proteger los valores y aspiraciones que se consideran comunes a todos, es decir, universales. Es decir, se requiere la contribución por parte de todos los individuos y pueblos en un esfuerzo común y coordinado y, por lo tanto, se reconoce la existencia de una responsabilidad solidaria y conjunta por parte de todos con el fin de hacer realidad estos derechos y estos valores comunes. Según Karel Vasak, estos nuevos derechos son a la vez oponibles y exigibles al Estado, es decir, comparten las características específicas de la primera y de la segunda generaciones. Todo esto viene condensado en el preámbulo del "Anteproyecto de Tercer Pacto Internacional relativo a los Derechos de Solidaridad", elaborado con objeto de facilitar la comprensión de lo que se refiere a este tipo de derechos:
"Considerando que esta cooperación internacional resulta esencial en lo que se refiere a los derechos humanos relativos a la paz, al desarrollo, al medio ambiente, al patrimonio común de la humanidad y a la asistencia humanitaria, dado que su realización sólo será posible mediante el concurso de los esfuerzos solidarios por parte de todos: Estados, individuos y otras entidades públicas y privadas ...".21
Sin embargo, en mi opinión, las características específicas señaladas para las distintas generaciones de derechos humanos, es decir, la "oponibilidad" para los derechos de la primera generación (civiles y políticos), la "exigibilidad" para los de la segunda (derechos económicos, sociales y culturales), y la "solidaridad" para los de la tercera, no confluyen solamente en los derechos de tercera generación, sino que confluyen en todos los derechos humanos, es decir, en las tres generaciones. Es decir, todos los derechos humanos son oponibles, exigibles y requieren de la solidaridad de todos para hacerlos efectivos. De este modo, lo que identificaría cada una de las generaciones de derechos humanos no es solamente la incorporación de nuevos derechos, sino también la incorporación de nuevos modos de concebir, interpretar y aplicar tanto los nuevos derechos como los tradicionales. Así, por ejemplo, los derechos civiles y políticos (primera generación) no deben interpretarse y aplicarse de manera individualista y exclusivista, tal y como planteaban las doctrinas liberales 20 Véase Diego URIBE VARGAS, "La troisième génération des droits de l'Homme", en "Récueil des Cours de l'Académie de Droit International de La Haye" (RCADI), vol. 184, 1984­I, p. 359.
21 Véase Karel VASAK: "Revisiter la troisième génération des droits de l'Homme avant leur codification", op. cit., p. 1673.
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burguesas en el siglo XIX y actualmente plantean los neoliberales, sino que deben ser compatibles con los derechos de segunda (derechos económicos, sociales y culturales) y de tercera generación (derecho a la paz, al desarrollo, a un medio ambiente sano y al patrimonio común de la humanidad), cuyos titulares son todos los seres humanos.
En este sentido, los derechos civiles y políticos no requieren solamente la no intervención de los poderes públicos, pues entonces sólo podrían hacerlos efectivos aquellos titulares que posean recursos económicos y políticos suficientes para hacer valer por sí solos tales derechos, sino que dichos derechos requieren la intervención de los poderes públicos en aquellos casos en que sus titulares carecen de recursos suficientes y por ello no pueden hacer valer por sí solos tales derechos. Es el caso, por ejemplo, del derecho de tutela judicial, el cual cada vez es más evidente que sólo los más privilegiados pueden hacer valer de manera efectiva, por mediio de un asesoramiento jurídico cada vez más especializado y costoso. Es obvio que las disposiciones legales en materia de “abogados de oficio” o en materia de pago de “costas judiciales” son notoriamente insuficientes y los recursos presupuestarios asignados para ello más insuficientes todavía. Asimismo, son escasos los jueces sensibles a ello. El resultado es que mientras quien tiene sobrados motivos para recurrir a la justicia no puede hacerlo en muchas ocasiones por falta de recursos, por el contrario, los más privilegiados no dudan en hacerlo con motivo o sin él.
Por otro lado, para poder reivindicar y hacer valer los derechos económicos, sociales y culturales es necesario ejercer determinados derechos y libertades fundamentales que se ubican entre los derechos civiles y políticos, como por ejemplo, la libertad de pensamiento, de opinión, de expresión, de reunión, de asociación, etc., es decir, que los poderes públicos no intervengan impidiendo el ejercicio de tales derechos aunque sí es exigible que intervengan para que otros individuos o grupos no lo impidan. En todos los casos se requiere que el Estado y los poderes públicos, tanto para intervenir cuando proceda como para decidir cuándo no se debe intervenir, dispongan de medios y recursos suficientes, humanos y económicos. Ello exige, en definitiva, que todos los individuos y grupos que configuran una comunidad humana organizada contribuyan solidariamente, según las posibilidades de cada cual, para establecer unos poderes públicos y un Estado con capacidad, medios y recursos suficientes para hacer plenamente efectivos todos los derechos humanos reconocidos para todos los individuos y grupos. Además, para hacer válido y efectivo con carácter general y universal cualquier derecho humano, incluidos los que requieren la no interferencia por parte de los poderes públicos o de otros individuos respecto de un individuo particular, se requiere del consenso general y universal, es decir de la solidaridad, de los individuos y de los pueblos que configuran la humanidad entera. La libertad, la igualdad y la solidaridad son conceptos que se encuentran entre sí de tal manera entrelazados e interdependientes que no se pueden entender ni hacer realidad cualquiera de ellos aisladamente, es decir, sin tener en cuenta los otros. Pretender lo contrario, es decir, interpretar antagónicamente uno de ellos respecto de los otros (por ejemplo: la libertad contra la igualdad y la solidaridad) constituye precisamente uno de las características de la doctrina liberal burguesa de los derechos humanos. Por ejemplo, mientras una minoría privilegiada, los más ricos y poderosos, pregona las excelencias de la libertad individual, principalmente la de enriquecerse sin límites, otra parte de la humanidad, mucho más numerosa, carece de lo más Núm. 12
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mínimo para poder vivir dignamente. De ahí la pertinencia de postular las tres dimensiones como características de todos los derechos humanos. Otra observación, que refuerza la toma de posición de que las generaciones de derechos humanos constituyen más bien etapas o fases históricas en cuanto a la manera de concebir, interpretar y aplicar los derechos humanos hasta entonces reconocidos, se refiere, por ejemplo, al hecho de incluir entre los derechos de primera generación a los derechos políticos o de participación política. Lo cierto es que derechos como el sufragio universal no sólo masculino, sino también femenino, no han sido reconocidos en muchos textos constitucionales hasta bien entrado el siglo XX. La “Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos es un texto pionero en prestar especial atención al derecho a la paz y al desarrollo, y a que los derechos civiles y políticos no sean disociados de los derechos económicos, sociales y culturales, además de reafirmar la lucha contra todo tipo de colonialismo. Se trata, sin duda, del texto más avanzado en materia de derechos humanos y, junto con el precedente del artículo 1 de los dos Pactos de Derechos Humanos de 1966 (derecho de libre determinación de los pueblos), confirma la entrada en escena de los derechos colectivos y solidarios de tercera generación.
Dichos derechos se refieren básicamente al derecho a la paz, al desarrollo humano, al medio ambiente (desarrollo ecológicamente sostenible), al patrimonio común de la humanidad y a la asistencia humanitaria. Se caracterizan por ser necesaria la solidaridad y la cooperación de todos en un esfuerzo común y coordinado para hacerlos efectivos, y su nombre se debe a que la solidaridad se corresponde con el ideal de “fraternidad” que completa la trilogía de la Revolución francesa de 1789: “Libertad, igualdad y fraternidad” 22. Asimismo, la DUDH en su artículo primero prescribe que “todos los seres humanos deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Respecto del derecho a la paz, en la Carta de las Naciones Unidas, tanto en su preámbulo como en su artículo primero, por ejemplo, se destaca la importancia de la paz y de la seguridad internacionales como contexto necesario para hacer efectivos los derechos humanos. Esta evidencia es reiterada en numerosos textos y declaraciones de alcance internacional, como fue el caso de la I Conferencia Mundial de los Derechos Humanos (Teherán, 1968) y la II (Viena, 1993). Asimismo, existe la Declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas relativa al Derecho de los Pueblos a la Paz, que resulta ser una de las declaraciones más breves de las Naciones Unidas, y en ella se subraya el estrecho vínculo entre la paz y los derechos humanos23.
Respecto del derecho al desarrollo, debe mencionarse la Declaración sobre el Derecho al Desarrollo (DDD), adoptada mediante la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 4 de diciembre de 1986, donde se considera el derecho al desarrollo como: 22 Véase VASAK, Karel: Revisiter la troisième génération des droits de l.Homme avant leur codification, en el libro « Héctor Gros Espiell Amicorum Liber » ed. Bruylant, Bruxelles 1997. Véase también el borrador de Anteproyecto de Tercer Pacto Internacional Relativo a los Derechos de Solidaridad que se formula como propuesta en dicho texto.
23 Adoptada mediante la Resolución 39/11, de 12 de noviembre de 1984. Al respecto, véase: Las Naciones Unidas ante el nuevo escenario preventivo. El reto de los derechos humanos, de Carlos VILLÁN DURÁN, curso en San Sebastián los días 12 y 13 de septiembre de 2005, capítulo V, titulado El derecho a la paz como derecho humano. Asimismo, La Declaración de Luarca sobre el derecho humano a la paz, de 30 de octubre de 2006.
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“un derecho humano inalienable en virtud del cual todos los seres humanos y todos los pueblos tienen derecho a participar en un desarrollo económico, social, cultural y político en el que puedan realizarse plenamente todos los derechos humanos y libertades fundamentales, y a beneficiarse de este desarrollo” (Artículo 1).24
En cuanto al derecho al medio ambiente, estrechamente vinculado a la idea de “desarrollo sostenible”, su origen se remonta a 1972 con motivo de la Conferencia sobre Medio Ambiente celebrada en Estocolmo y se consolida en 1992 con motivo de la Conferencia sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro, donde se adoptan en mayor o menor grado las conclusiones del Informe “Brundtland”25 relativas a la sostenibilidad ecológica, es decir, deben satisfacerse las necesidades de las generaciones presentes sin poner en riesgo la posibilidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas. Ello exige un uso racional y no abusivo de los recursos naturales o medioambientales disponibles en el presente. Estas conclusiones se han corroborado en la Conferencia sobre medio ambiente y desarrollo celebrada en Johannesburgo en 2002.
El patrimonio común de la humanidad también constituye un derecho en la medida en que los bienes comunes de la humanidad deben ser para disfrute de todos y, por lo tanto, no privatizables. A este respecto, existe en el marco de la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura (UNESCO), la "Convención para la protección del Patrimonio Cultural y Natural del Mundo", adoptada por su Conferencia General el 16 de noviembre de 1972 y ratificada por 184 Estados. Asimismo, también en el marco de la UNESCO, existen la “Convención sobre las medidas que deben adoptarse para prohibir e impedir la importación, la exportación y la transferencia de propiedad ilícitas de los bienes culturales” de 1970 y la “Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial” de 2003.26
Y en cuanto al derecho a la asistencia humanitaria, como ya hemos señalado, debemos remitirnos a labores como las que realizan la Cruz Roja y al derecho internacional humanitario, con base en las citadas Convención de La Haya (1907), de Ginebra (1949) y sus protocolos (1977)27. Asimismo, es de resaltar la labor que se realiza desde el sistema de las Naciones Unidas por parte del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios. Debe señalarse que se trata del derecho a ser asistido en casos como catástrofes naturales (terremotos, huracanes, por ejemplo) o humanas (guerras, epidemias, hambrunas u otras) y no de “injerencia humanitaria”, como distorsionadamente quieren interpretar ciertas potencias militares para tratar de legitimar intervenciones militares que obedecen más bien a particulares intereses geoestratégicos de dichas potencias. 24 Véase ANGULO SÁNCHEZ, Nicolás: El derecho humano al desarrollo frente a la mundialización del mercado, edit. Iepala, Madrid 2005.
25 Denominado así en honor a la presidenta de la Comisión sobre Medio Ambiente, Gro Harlem Brundtlandt, que presentó a la Asamblea General de las Naciones Unidas el citado informe en 1987, bajo el título “Nuestro futuro común”(editado en castellano con dicho título en la editorial Alianza, Madrid, 1988). 26 Véase PUREZA, José Manuel: El patrimonio común de la humanidad. ¿Hacia un derecho internacional de la solidaridad?, editorial Trotta, Madrid 2002. Asimismo, BLANC ALTEMIR, Antonio (ed.): El patrimonio común de la humanidad. Hacia un régimen jurídico para su gestión, editorial Bosh, 1992.
27 Véase CRUZ ROJA: Manual básico de derechos humanos y derecho internacional humanitario, edit.Cruz Roja Española (www.cruzroja.es), Madrid 2003.
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Como se ha dicho, la trilogía de la Revolución Francesa de 1789, “Libertad, igualdad y fraternidad”, se utiliza para clasificar los derechos humanos según generaciones, aunque ello resulte un tanto artificioso. En este sentido, los derechos de primera generación, es decir, los civiles y políticos, se corresponderían con la “libertad”; los de segunda generación, es decir, los económicos, sociales y culturales, se corresponderían con la “igualdad”, y los de tercera generación, que acabamos de mencionar, con la “fraternidad” o solidaridad.
Esto puede resultar un tanto simplista y esquemático, pero no por ello deja de ser orientativo y didáctico de cara a comprender que todos los derechos humanos conforman un conjunto unitario por ser indivisibles e interdependientes en su elaboración, interpretación y aplicación, además de dar una idea aproximada de su cronología, en particular frente a la visión liberal burguesa e individualista, la cual discrimina unos derechos humanos respecto de otros, y que predomina en los países ricos y en las clases privilegiadas. Esto se refleja en el hecho de que los derechos civiles y políticos, sobre todo los derechos mercantiles y de propiedad, poseen muchos más mecanismos de protección y promoción que el resto.
Respecto de los nuevos derechos relacionados con el uso de nuevas tecnologías, principalmente informática e Internet (protección de datos personales), así como con la manipulación genética (Declaración universal sobre el genoma y los derechos humanos, Unesco, 1997), en mi opinión deberían incluirse en una nueva generación: la cuarta.
Conclusiones
El siglo XXI se ha inaugurado en un contexto económico, político, social y cultural marcado por lo que se ha dado en denominar "globalización" o "mundialización", es decir, un fenómeno consistente en la cada vez mayor repercusión a escala global o mundial de los distintos eventos económicos, políticos, sociales y culturales. Sin embargo, en realidad, este fenómeno se centra en una mundialización o globalización de la ideología “neoliberal”, es decir, una generalización de los valores e intereses de las fuerzas y grupos hegemónicos que dominan la producción y el mercado capitalistas a escala planetaria. Por el contrario, los derechos humanos deben abogar por un modelo de sociedad que no se reduzca al intercambio comercial, financiero o económico ni se centre en la ganancia, rentabilidad o el afán de lucro a toda costa, sino que prime el respeto, la protección y la promoción del conjunto de los derechos humanos para todos los grupos e individuos, y en especial para los más pobres, vulnerables y desfavorecidos. Es decir, se trata de globalizar o generalizar todos los derechos humanos para todos, teniendo en cuenta no sólo las necesidades y los derechos de las generaciones presentes, sino también los de las futuras.
Debe prestarse especial atención a los individuos y sectores más vulnerables y desfavorecidos, como es el caso de las mujeres, los niños, las personas mayores, las personas con discapacidad, los trabajadores migrantes, los refugiados y los desplazados, sin que esta enumeración sea exhaustiva. Todo ello exige la aplicación de medidas de igualdad o equidad compensadora, es decir, medidas específicas en favor de estos individuos y sectores discriminados y marginados con el propósito de superar o, al menos, paliar la situación o condición de desventaja y desigualdad que el actual modelo económico y social imperante acentúa y agrava.
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Son documentos particularmente relevantes en lo que se refiere a los derechos humanos:
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La Carta de las Naciones Unidas de 1945, que es el documento constituyente de las Naciones Unidas y es, asimismo, un tratado internacional que codifica los principios fundamentales de las relaciones internacionales. Los preceptos de dicha Carta relativos a los propósitos y a la cooperación internacional (preámbulo, párrafo 3 del artículo 1 y artículos 55 y 56) constituyen normas particularmente relevantes a la hora de determinar los medios para hacer efectivos el conjunto de los derechos humanos.
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La Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) de 1948, el texto más conocido y divulgado relativo a los derechos humanos, es una Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas respecto de la cual muchos autores consideran que algunos de sus artículos y derechos han adquirido por vía consuetudinaria un grado de obligatoriedad similar al de un tratado internacional como consecuencia de una aceptación generalizada en la práctica de los Estados y demás sujetos del Derecho Internacional.
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Los Pactos Internacionales de Derechos Humanos de 1966, es decir, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP), los cuales constituyen textos normativos donde se confirman los derechos humanos contemplados en la DUDH y se añaden otros, como el derecho de libre determinación de los pueblos. Desde el punto de vista jurídico formal, tras su entrada en vigor en 1976, dichos Pactos poseen rango de tratado internacional, con la consiguiente fuerza de obligar para los Estados signatarios, que son actualmente la mayoría de los existentes. Desde el punto de vista de la efectividad de los derechos humanos contemplados en dichos Pactos, debe reseñarse el apartado 1 del artículo 2 del PIDESC, de contenido similar al apartado 2 del artículo 2 del PIDCP, donde se prescribe que los Estados partes se comprometen a adoptar medidas, tanto por separado como mediante la asistencia y la cooperación internacionales, para lograr por todos los medios apropiados, además de la adopción de medidas legislativas, la plena efectividad de los derechos reconocidos en dichos Pactos.
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La Declaración sobre el Derecho al Desarrollo (DDD) contempla los derechos humanos en conjunto, como universales, interdependientes e indivisibles. Son especialmente relevantes los derechos más directamente vinculados con la satisfacción de las necesidades básicas, de ahí que quepa destacar los derechos relativos a la alimentación adecuada, al agua potable, a una vivienda digna, a la salud, a la educación y a disponer de servicios sociales básicos para todos, y primordialmente para los más pobres y vulnerables.
Respecto de la financiación de las políticas en favor de los derechos humanos y del desarrollo social y sostenible, hemos señalado la necesidad de que los países ricos cumplan el compromiso adquirido en reiteradas ocasiones de destinar el 0,7% de su PNB para Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) en favor de los países del Tercer Mundo. Asimismo, debe establecerse un sistema tributario de alcance internacional, de carácter proporcional y progresivo, es decir, que incida principalmente sobre los grandes patrimonios y fortunas y que, gracias a los medios tecnológicos de que se dispone hoy en día, resultan fácilmente aplicables. También serían fácilmente aplicables impuestos sobre las transacciones financieras (Tasa Tobin) o similares que, además de recaudar fondos para financiar programas en favor de los derechos humanos, servirían Núm. 12
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para frenar la especulación financiera, principal causa de la reciente crisis, y desincentivar actividades económicas lesivas para el medio ambiente y el bienestar social.
El objetivo principal a la hora de hacer realidad todos los derechos humanos consiste en mejorar el bienestar, la dignidad y la calidad de vida de todos los seres humanos, procurando una mayor igualdad económica y social, y prestando especial atención a los más pobres y vulnerables, así como al respeto y protección de la diversidad cultural. Son particularmente prioritarias las medidas encaminadas a erradicar la pobreza, el hambre, la malnutrición, el analfabetismo y el disponer de una vivienda digna, preservando el medio ambiente. También deben considerarse como objetivos el establecimiento, mantenimiento y fortalecimiento de la paz y la seguridad internacionales, concibiendo la paz como una paz justa, en la que se respeten y protejan todos los derechos humanos para todos, pues de lo contrario sería una paz aparente que oculta una situación de opresión y violencia ejercida desde los poderes dominantes. Ésta es la mejor garantía de la seguridad para todos, a la cual debe unirse un desarme progresivo que disminuya la capacidad de amenazar y destruir, y que libere recursos económicos y humanos para actividades pacíficas. El comercio debe ser compatible con la equidad y la justicia social y no basarse exclusivamente en el afán de lucro del comerciante. En este sentido, los beneficios de la actividad comercial deben ser equitativamente repartidos entre todos los individuos y grupos humanos para atender sus necesidades. La personas humanas y los colectivos donde conviven y desarrollan su personalidad no deben considerarse meras mercancías o meros agentes, más o menos solventes y “competitivos”, de la oferta y la demanda del mercado global. Tampoco deben convertirse en meros consumidores ni meros deudores de préstamos contraídos en circunstancias de desigualdad e indefensión manifiestas que, a toda costa, deben reembolsar. Debe destacarse la cada vez mayor responsabilidad del sector privado, en particular de las empresas y bancos transnacionales, como sujetos obligados por el conjunto de los derechos humanos, debido al enorme capital económico que acaparan, a la gran presión que ejercen sobre el poder político y a la importante cantidad de recursos humanos y de conocimiento de que disponen. Los gobiernos y las empresas, y principalmente los gobiernos de los Estados más ricos e industrializados y las grandes empresas transnacionales, son los primeros responsables del actual deterioro social y medioambiental, y en particular del aumento de la pobreza en que malvive una gran parte de la humanidad, así como de la pérdida continuada de biodiversidad, a causa de los modelos de producción y consumo que imponen. Garantizar, ahora y en el futuro, la satisfacción de las necesidades básicas, así como la preservación de un medioambiente sano y saludable del que podamos disfrutar todos y, por consiguiente, el logro de un nivel o calidad de vida y de bienestar dignos para todos requiere otro tipo de políticas. Así pues, hacer efectivos los derechos humanos requiere un modelo de desarrollo humano que sea social y sostenible, lo cual exige la reorientación de las actuales políticas económicas, tanto a escala nacional como internacional, así como de las relaciones económicas, financieras y comerciales entre los países “desarrollados” y “subdesarrollados”, con el propósito de que sean más equitativas y menos abusivas. Además del sistema de las Naciones Unidas y de sus organismos especializados, las instituciones financieras y comerciales internacionales, como el FMI, el BM y la OMC, los Estados más ricos y poderosos que las controlan, así como los grandes bancos privados y las empresas transnacionales, tienen una especial responsabilidad en esta tarea Núm. 12
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