LOS SOFISTAS Y SÓCRATES: LA PREOCUPACIÓN POR EL HOMBRE 1. Los sofistas y la convencionalidad de las normas. 1.1. El «Giro Antropológico» de la filosofía: rasgos comunes de los sofistas. En la segunda mitad del siglo V a.C. se produce un notable cambio de intereses intelectuales en el mundo griego: los temas relativos a la filosofía de la naturaleza, a la cosmología, pasan a un segundo plano, y los pensadores de la época centran su atención en cuestiones relacionadas con el ser humano, con la educación, la política y las costumbres. Es decir, los sofistas se diferencian de los anteriores filósofos griegos por el objeto del que se ocupan: se ocupan del microcosmos antes que del macrocosmos. Para denominar a este cambio de intereses se utiliza a menudo la expresión «Giro Antropológico». Esta orientación de la filosofía hacia los asuntos humanos fue llevada a cabo por un conjunto de intelectuales a los que suele denominarse sofistas, y también por Sócrates, filósofo contemporáneo de los sofistas, a quienes se oponía particularmente en temas morales, según la imagen que Platón nos ha transmitido de él. El término «sofista» significa etimológicamente «el más sabio», y originariamente se utilizaba en Grecia para designar a los que sobresalían en cualquier actividad teorética o práctica, sin ningún significado filosófico concreto ni referencia a escuela alguna. Pero para nosotros esta palabra tiene un carácter peyorativo, y llamamos «sofista» al que aparenta saber todo y que, con falsos argumentos, pretende engañar a los demás (embaucador). Sin embargo, los sofistas más antiguos LA ACRÓPOLIS GRIEGA Y EL PARTENÓN (SIGLO V A.C.) consiguieron tal respeto y estimación que no era raro que les escogiera como «embajadores» de sus respectivas polis (ciudades-estado), cosa difícilmente compatible con que fuesen o se les tuviese por meros charlatanes. Esta valoración negativa arranca de la opinión desfavorable que los grandes filósofos griegos, como Sócrates, Platón y Aristóteles, tuvieron de un grupo de pensadores de los siglos V y IV a.C., que hacían ostentación de su sabiduría y la enseñaban a cambio de una remuneración. Las principales razones del viraje que los sofistas dieron a la filosofía fueron las siguientes: 1. Los primeros filósofos griegos habían intentado desentrañar el principio último (fundamento) de todas las cosas: arché. Las sucesivas hipótesis que propusieron se oponían e incluso excluían unas a las otras, por lo que acabaron por producir desconfianza y un cierto escepticismo respecto a la posibilidad de lograr un conocimiento seguro de la naturaleza última de todo lo real. Este escepticismo respecto de la primera filosofía griega, contribuyó a que la atención se dirigiera hacia el hombre, y con una finalidad práctica distinta a la finalidad especulativa propia de la filosofía anterior: la educación. El tener un grupo de discípulos era cosa más o Los sofistas y Sócrates Filosofía II menos accidental para los filósofos presocráticos -entregados por completo a su afán por descubrir la verdad- sin embargo, a los sofistas sí que les fue esencial rodearse de discípulos, puesto que trataron sobre todo de enseñar. 2. Otro factor que contribuyó a dirigir la atención hacia el sujeto fue la creciente reflexión sobre el fenómeno de la civilización, la cultura, las normas, las costumbres, ... propiciada en gran medida por las amplias relaciones que los griegos mantenían con otros pueblos. No sólo habían entrado en contacto con las civilizaciones de Persia, Babilonia y Egipto, sino también con pueblos que se hallaban en fases más primitivas, como los escitas1 y los tracios2. Es normal que este contacto continuado con otras maneras de vivir, estimulara a los griegos a plantearse cuestiones relacionadas con el hombre, su civilización y sus costumbres. 3. 1 Pero sobre todo, fue la nueva situación política ateniense, la democracia, el factor más importante que desencadenó el mencionado cambio de intereses. En Grecia, después de las guerras contra los persas (Guerras médicas) se intensificó la vida política. Y esto ocurrió más que en ningún otro sitio en Atenas, donde se instauró la democracia, en la cual, el ciudadano libre podía siempre tener alguna participación en los asuntos de la polis; y si quería desenvolverse en ella de un modo provechoso, era necesario prepararse, poseer una cierta cultura, porque para ser elegido cargo público ya no basta el linaje, sino que es necesario convencer a los conciudadanos. Los sofistas acudieron a cubrir tal necesidad: de ahí su interés por la educación y su enorme popularidad, sobre todo entre las familias pudientes. Los sofistas eran profesores itinerantes que iban de ciudad en ciudad, con lo que reunían un valioso caudal de noticias y experiencias. Son los primeros profesionales de la enseñanza y cobran sumas considerables, pues atribuyen a la educación una finalidad utilitaria o práctica: conseguir el éxito político. Se trataba de una especie de “inversión” que el estudiante hacía para sacarle más adelante un provecho personal. Su programa de enseñanzas era bastante variado: incluía un conjunto de disciplinas humanísticas tales como gramática, interpretación de los poetas, filosofía de los mitos y la religión, moral, derecho... Pero sobre todo profesaban la enseñanza del saber hablar o arte retórica, absolutamente imprescindible para la vida política de la época. Un político necesitaba, indudablemente, ser un buen orador3; en Atenas era imposible abrirse camino como hombre público si no se sabía hablar con elocuencia. Necesitaba, además, poseer ciertas ideas acerca de las leyes, de la justicia, de lo conveniente, de la administración y del Estado... contenidos que, como decíamos más arriba, constituían prácticamente el programa de enseñanzas que ofertaban los sofistas. La práctica de exigir una remuneración, un salario, por las enseñanzas que impartían, aunque legítima de suyo, difería de la que distinguió a los filósofos antiguos y desentonaba de la opinión griega respecto a “lo conveniente”. A Platón le parecía abominable4, y Jenófanes sostiene que “los sofistas no hablan ni escriben sino para engañar, por enriquecerse, y no son útiles para nadie”. Junto a lo anterior, también contribuyó a dar a los sofistas mala reputación la consecuencia de que el arte de la Pueblo nómada procedente de Asia Central y que en los siglos VIII y VII a.C. ocupó el Cáucaso (cadena montañosa entre Europa y Asia Menor) y el norte del Mar Negro. 2 Pueblos que ocupaban la actual zona de los Balcanes. 3 Queda claro, pues, que la base principal de la preparación política consistía en una buena educación retórica, puesto que la retórica consiste en «el arte del bien decir, de embellecer la expresión de los conceptos, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover». 4 Platón en su diálogo Protágoras afirma que los sofistas no son sino «comerciantes que trafican con mercancías espirituales». 2 Filosofía II Los sofistas y Sócrates retórica podría emplearse para poner en circulación un concepto de política que fuese perjudicial para la ciudad, ya que estaría forjado tan sólo para favorecer en su carrera al político. Esto era lo que sucedía especialmente con su enseñanza de la erística o arte de la disputa. Si alguien quería enriquecerse bajo el régimen de la democracia griega, tenía que hacerlo principalmente por medio de litigios judiciales, y los sofistas se dedicaban a enseñar el mejor modo de ganarlos. En la práctica era fácil que la erística equivaliese al “arte de enseñar a los hombres cómo conseguir que la causa injusta pareciese justa”. Es fácil comprender, en este sentido, el trato [intelectual] que recibieron los sofistas por parte de Platón. 1.2. Relativismo, escepticismo y convencionalismo. Los sofistas se diferenciaron de los filósofos precedentes no solamente por el objeto del que se ocupan (el ser humano) sino también por el método. Aunque el método de la vieja filosofía no excluyó en modo alguno la observación empírica, sin embargo era característicamente deductivo: una vez que el filósofo había establecido su principio constitutivo del mundo (arché) se dedicaba a explicar conforme a aquella teoría los fenómenos concretos. En cambio, los sofistas procuraban reunir primero un gran acervo de observaciones sobre hechos particulares; luego, de aquellos datos que habían acumulado, sacaban conclusiones, en parte teóricas y en parte prácticas. Es decir, el método de los sofistas fue, por lo tanto «empírico inductivo». Este método5, junto con el “espectáculo” de la filosofía presocrática6, condujo a estos filósofos a actitudes intelectuales relativistas y escépticas, así como a una doctrina convencionalista acerca del origen y fundamento de las normas y leyes políticas y morales. EL RELATIVISMO. El relativismo es una tesis filosófica que mantiene que existen tantas verdades como opiniones o maneras de ver las cosas. No es relativismo aceptar que existen muchas opiniones acerca de las mismas cosas; esto es obvio y nadie lo niega. El relativismo aparece cuando a continuación decimos que todas las opiniones son igualmente verdaderas. Es decir, el relativismo mantiene que como la verdad depende de la persona o grupo que la formula, existen tantas verdades acerca de las mismas cosas como personas o grupos haya. 5 Así, por ejemplo, del arsenal de datos que lograban reunir acerca de las diferencias entre las opiniones y las creencias, podían sacar la conclusión [teórica] de que es imposible saber nada con certeza; o podían sacar también conclusiones de orden práctico, por ejemplo la de que una sociedad está mejor organizada de esta o de la otra manera. 6 Como sugeríamos más arriba, el desarrollo de las teorías griegas acerca del universo hasta mediados del siglo V a.C. (filosofía presocrática de la naturaleza) nos ofrece un espectáculo fascinante, pero también descorazonador (escandaliza la falta de acuerdo entre los filósofos). No tiene nada de extraño que este espectáculo creara una actitud escéptica ante la filosofía de la naturaleza, que se había mostrado incapaz de producir un sistema aceptable para todos. Pero aún hay más. Tal actitud relativista y escéptica no era sólo la postura que un espectador de la filosofía de la naturaleza podía adoptar ante ella al contemplarla desde fuera (como los sofistas, por ejemplo); era también la actitud a que el desarrollo mismo de la filosofía había abocado desde dentro. El atomismo llevaba a negar la posibilidad del conocimiento de la naturaleza, puesto que la realidad es azar para el entendimiento humano: ¿cómo conocer o calcular las infinitas combinaciones y colisiones posibles de infinitos átomos moviéndose en el vacío? Demócrito mismo había llegado a una postura resignadamente escéptica: «la verdad está en lo profundo»; y como la verdad no es asequible al ser humano nos quedan las apariencias. Éste era el clima intelectual en el círculo de Demócrito, y, detalle muy significativo, Protágoras (485-411 a.C.), el gran sofista, era paisano de Demócrito y conocía bien su filosofía. Así, el relativismo (no hay verdad absoluta, toda opinión individual es igualmente verdadera) y el escepticismo (si hay verdad absoluta, es imposible conocerla) se extienden y generalizan como actitudes intelectuales. 3 Los sofistas y Sócrates Filosofía II La expresión más célebre del relativismo es la frase de Protágoras7 (485-411 a.C.): «el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son». La interpretación de la frase de Protágoras ha ocasionado algunas controversias: 1. 2. Cuando Protágoras escribe “hombre”, ¿se refiere al individuo o a la especie humana? ¿Qué debemos entender por “las cosas”: solamente los objetos sensibles, o se incluyen también los valores? PROTÁGORAS La discusión no parece haber tenido una respuesta unánime. En cualquier caso, lo que sí está claro es que la tesis es relativista, y como tal, Protágoras mantiene que no existe La Verdad, La Realidad, La Justicia... independientemente del hombre, sea como individuo, sea como especie. EL ESCEPTICISMO. El escepticismo, del término griego sképsis (duda), es una doctrina filosófica que niega toda posibilidad de conocer la verdad, de todo cabe plantear alguna duda. Gorgias (490-390 a.C.) fue llevado al escepticismo por la dialéctica de Zenón. El sofista reaccionó contra la dialéctica de los eléatas de un modo algo distinto al de Protágoras: pues mientras puede decirse que Parménides mantenía que «todo es verdad», Gorgias sostuvo precisamente todo lo contrario. Su escepticismo lo expresa crudamente en sus famosas tres tesis, instituyendo el nihilismo filosófico: 1. 2. 3. «nada hay o es; si lo hubiera, no podría ser conocido para el hombre; si fuera conocido, no podría ser comunicado su conocimiento a los demás por medio del lenguaje». Para Gorgias las palabras responden a la experiencia que de la realidad tiene el que las pronuncia. Ahora bien, la realidad experimentada por el que habla no es la misma que la realidad experimentada por el que escucha. Luego el que habla no comunica la realidad al que escucha, puesto que no la comparte con él. Es decir, la realidad es la realidad experimentada por cada cual y, por tanto, el hecho de que las palabras sean las mismas no supone ni garantiza que la realidad sea la misma para los distintos hablantes. El escepticismo de Gorgias muestra una ruptura radical con la filosofía griega anterior. Para la filosofía precedente y, luego, para Platón y Aristóteles, la realidad es racional; por lo tanto, el pensamiento y el lenguaje se acomodan a ella, son capaces de expresarla adecuadamente. La desvinculación del lenguaje con respecto a la realidad constituye un pilar importante de la interpretación sofística del ser humano y de la realidad. Si se renuncia al lenguaje como expresión manifestadora de lo real, el lenguaje termina por convertirse en un instrumento de manipulación, en un arma para 7 Respecto a la existencia o no de los dioses, Protágoras se declara agnóstico: ni afirma ni niega su existencia, simplemente rechaza entrar en discusión sobre este tema, porque considera que es un problema que escapa a las posibilidades del conocimiento humano: «En lo que se refiere a los dioses, no estoy en disposición de saber si existen o si no existen, ni a qué se asemejan o cómo son en cuanto a su forma; porque hay muchas cosas que impiden saberlo, la oscuridad del asunto y la brevedad de la vida». PROTÁGORAS. Fragmento 4, Gredos Y si nada podemos afirmar de los dioses es normal que seamos los hombres los que decidamos en cada momento sobre los valores. Su agnosticismo le costó el destierro. 4 Filosofía II Los sofistas y Sócrates convencer e impresionar a las masas, en un medio para imponerse a los demás, si se dominan las técnicas adecuadas. De ahí la importancia de la enseñanza de la retórica. Según Gorgias: «La palabra es un poderoso tirano, capaz de realizar las obras más divinas, a pesar de ser el más pequeño e invisible de los cuerpos. En efecto, es capaz de apaciguar el miedo y eliminar el dolor, de producir la alegría y excitar la compasión» EL CONVENCIONALISMO: LA OPOSICIÓN PHÝSIS-NÓMOS. El convencionalismo es la doctrina política y moral de los sofistas, íntimamente conectada con el relativismo y el escepticismo. La tesis central de los sofistas en temas políticos y morales es: «Tanto las instituciones y leyes políticas como las normas e ideas morales son convencionales». A) EL CONVENCIONALISMO POLÍTICO. En su acepción más general el término griego “nómos” significa la ley, el conjunto de normas políticas e instituciones establecidas que acata y por las que se rige una comunidad humana. Toda comunidad humana posee unas leyes, unas instituciones, y es perfectamente comprensible que los seres humanos se pregunten por su origen y naturaleza. En tiempo de los sofistas la experiencia sociopolítica de los griegos se había ensanchado definitivamente gracias a tres factores de considerable importancia: 1. El contacto continuado con otros pueblos y culturas les permitió constatar que las leyes y costumbres son muy distintas en las distintas comunidades humanas, como ya hemos apuntado más arriba. 2. La fundación de colonias por todo el Mediterráneo implicaba redactar una nueva constitución en cada asentamiento colonizador. 3. Su propia experiencia de cambios sucesivos de constitución. Siguiendo su método empírico inductivo, estas experiencias llevaron a los sofistas a la convicción de que las leyes y las instituciones son el resultado de un acuerdo o decisión humana: son así, pero nada impide que sean o puedan ser de otro modo. Esto es precisamente lo que significa el término “convencional”: algo establecido por un acuerdo (convención) más o menos libre entre las personas y que, por lo tanto, puede cambiarse si se estima conveniente. El término griego nómos vino así a significar el conjunto de leyes y normas convencionales, en oposición a la palabra phýsis, que expresa lo natural, las leyes y normas ajenas a todo acuerdo o convención, que tienen su origen en la propia naturaleza humana. No hay que confundir, pues, «lo que es por ley» (nómos) y «lo que es por naturaleza»8 (phýsis). Las leyes de los Estados existen por nómos y no por phýsis. B) EL CARÁCTER CONVENCIONAL (Y ANTINATURAL) DE LA MORAL. Nuevamente aquí se vuelve a reproducir la tesis general que plasmábamos al principio, al afirmar que: Lo que se considera bueno y malo, justo e injusto no es fijo ni universalmente válido, sino que depende de quién, dónde y cuándo lo considere. ... es decir, la moral también es convencional. Para llegar a esta conclusión los sofistas contaban con un argumento doble: 8 Solamente esto escapa a cualquier convención o acuerdo humano. 5 Los sofistas y Sócrates Filosofía II 1. La falta de unanimidad acerca de qué sea lo bueno, lo justo, ... falta de unanimidad que salta a la vista, no sólo comparando unos pueblos con otros, sino comparando los criterios morales de individuos y grupos distintos dentro de una misma sociedad. 2. La comparación entre las normas de conducta vigentes y la naturaleza humana. Los sofistas están de acuerdo en que lo único verdaderamente absoluto, inmutable (es decir, común a todos los hombres) es la naturaleza humana. Y puesto que la naturaleza es dinámica, es decir, es el principio de las actividades y operaciones propias de un ser, sólo será posible conocer la naturaleza humana observando el modo propio e intrínseco (natural) de comportarse de los hombres. La búsqueda del modo natural de comportarse los seres humanos no es nada fácil, ya que nuestro comportamiento está condicionado por el aprendizaje, las normas sociales, los hábitos adquiridos a lo largo de la vida, ... ¿Qué es, pues, lo natural en el ser humano? De un modo general cabe responder: lo que queda si eliminamos todo aquello que hemos adquirido por las enseñanzas recibidas. Los sofistas, especialmente los de la segunda generación, como Calicles y Trasímaco, utilizan el animal y el niño como ejemplos de lo que es la naturaleza humana al margen de los elementos culturales adquiridos. De estos dos modelos deducen que sólo hay dos normas naturales de comportamiento: la búsqueda del placer (el niño llora cuando siente dolor y sonríe feliz cuando experimenta placer), y el dominio del más fuerte (entre los animales, el macho más fuerte domina a los demás). La moral vigente, al ir contra estas normas, es antinatural. No sólo es convencional (la moral podría ser convencional pero no antinatural, por ejemplo, si las normas fueran un mero acuerdo conforme con las exigencias de la naturaleza; ésta fue la postura de los primeros sofistas, como Protágoras), sino que además es contraria a la naturaleza, según los últimos y más radicales sofistas. Es fácil comprender la trascendencia de estas reflexiones de la sofística. Con ellas se inaugura el eterno debate sobre las normas morales, sobre la ley natural (phýsis) y la ley positiva (nómos). 6 Filosofía II Los sofistas y Sócrates 2. La autoexperiencia moral en Sócrates. BOSQUEJO DE UNA BIOGRAFÍA Hijo de escultor (Sofronisco) y comadrona (Fenáretes), Sócrates nació en Atenas en el mes de abril del año 470 a.C. Xantipa, mujer temperamental e impetuosa, fue su esposa, y con ella tuvo tres hijos. Sócrates era austero en su tener y en su desear; se cuenta que afirmaba: «¡cuántas cosas hay en el mercado que yo no necesito!» No escribió ninguna obra porque consideraba que el diálogo (la comunicación directa e interpersonal) es el único método válido para la filosofía. En los últimos años del siglo V, Sócrates es miembro del Senado de Atenas, bajo el gobierno oligarca de los “Treinta tiranos”. Éstos intentaron mezclarlo en asuntos poco claros con el fin de comprometerlo y en previsión de que hubiera cambio de gobierno. Sócrates se negó a cooperar en sus crímenes, y así salvó su vida cuando se restauró la democracia. Pero muy pronto fue llevado a juicio por el poder democrático recién instaurado (años 400-399 a.C.) acusado de no honrar a los dioses de la ciudad e introducir nuevas y extrañas prácticas religiosas, y también de corromper a la juventud, fomentando entre ellos un espíritu de crítica a la democracia. Tras las acusaciones oficiales parece que se escondían otras inconfesables tales como el deseo de venganza de gente importante a la que había puesto en ridículo, y el resentimiento de ciertos padres por la influencia de Sócrates en sus hijos. Se pedía la pena de muerte. El primero de los cargos contra Sócrates había sido objeto de una amnistía tres o cuatro años antes, por lo que la acusación se centró especialmente en el de corruptor de los jóvenes. Sócrates, en lugar de marcharse al destierro, se quedó en Atenas para defenderse personalmente ante el Tribunal. Tras la votación del jurado, resultó condenado a muerte. Le correspondía a él solicitar la conmutación de la pena capital por otra, como el destierro, pero lo que propuso al Tribunal fue que la ciudad le recompensara por su labor educadora con una especie de pensión vitalicia. Esto irritó al jurado que se mantuvo firme en su sentencia de muerte. La ejecución se retrasó un mes, y en ese tiempo tuvo la oportunidad de huir (y así se lo propusieron sus amigos), pero Sócrates se negó a ello alegando que iba en contra de sus principios y del respeto a las leyes del Estado que siempre había enseñado. Su último día nos lo relata Platón en el Fedón: Sócrates se dedicó a discutir con unos amigos sobre la inmortalidad del alma, hasta que el veneno de la cicuta acabó con su vida. 2.1. El problema socrático. Diferencias con los sofistas. El problema socrático es el de fijar con exactitud cuáles fueron sus enseñanzas filosóficas, ya que Sócrates no dejó nada escrito porque pensaba que la palabra escrita era palabra muerta. Sobre Sócrates encontramos las siguientes fuentes: ARISTÓFANES: En su comedia Las nubes presenta a un Sócrates totalmente ridiculizado. En esta obra, Sócrates es un sofista más, maestro en el arte de la erística, que cree en otras divinidades. JENOFONTE: Según este historiógrafo, a Sócrates le interesaba sobre todo formar hombres de bien y buenos ciudadanos, pero no le importaban las cuestiones lógicas ni metafísicas; se trataría de un moralista popular. PLATÓN: Sócrates aparece como interlocutor principal, en la mayoría de sus diálogos, pero no se puede saber con exactitud si las ideas defendidas por el personaje Sócrates se corresponden con el Sócrates histórico. Muchos especialistas afirman que los diálogos de juventud representan las ideas de su maestro. Se basan en que muchos de las personas que conocieron directamente a Sócrates todavía vivían, por lo tanto, Platón no hubiera podido utilizar a su maestro como portavoz suyo. La imagen que se presenta en los diálogos de Platón es la de un Sócrates idealizado. ARISTÓTELES: Para Aristóteles, a pesar de que Sócrates no dejó de interesarse por cuestiones teóricas, la doctrina de las Formas no es defendida por él sino por su discípulo Platón. Es una fuente indirecta, pues nunca conoció a Sócrates. 7 Los sofistas y Sócrates DIFERENCIAS ENTRE: Filosofía II SOFISTAS SÓCRATES Cobraban por sus enseñanzas No cobraba por enseñar Impartían conocimientos (organizaban cursos completos). No impartía conocimientos sino que invitaba a sus oyentes a reflexionar, planteándoles constantemente cuestiones. FORMA DE PRACTICAR LA FILOSOFÍA Pronunciaban largos discursos y Cultivaba el diálogo9 directo conferencias eruditas. con cualquiera que quisiera entablar conversación con él sobre cualquier tema. Para los sofistas la sociedad y el Estado son escenarios donde los ciudadanos compiten por el éxito y el poder, y lograrlos constituye el objetivo último de la vida. La tarea del educador, como vimos, por tanto, consistirá en dar a sus alumnos los instrumentos necesarios para que consigan tal objetivo. ACTITUD HACIA LA VIDA POLÍTICA Y LOS VALORES RELATIVOS A LA VIDA HUMANA A la búsqueda del éxito, Sócrates opone el cuidado de sí mismo. Ahora bien, ¿qué significa cuidar de sí mismo? Puesto que para Sócrates, la esencia del hombre es su alma (es lo que nos distingue específicamente de otros seres), cuidar de sí mismo no puede ser afanarse por el éxito o el placer, ni por los bienes materiales, ni siquiera por el propio cuerpo, sino preocuparse o cuidar de la propia ((psiqué, de traducción compleja y diferente a lo que se suele denominar “alma” en la tradición judeo-cristiana). Ésta es la tarea suprema del educador: enseñar a los hombres el cuidado de su propia alma. De ahí la importancia del llamamiento a la interioridad: «conócete a ti mismo», porque en nosotros está la fuente de la verdad y de la conducta moral que nos conduce hasta la felicidad. 2.2 La actividad filosófica de Sócrates: las definiciones universales y los razonamientos inductivos. A Sócrates pueden atribuírsele dos adelantos científicos: los razonamientos inductivos y el empleo de la definición universal. A/ LAS DEFINICIONES UNIVERSALES. El interés principal de Sócrates era alcanzar la definición (fin al que tendía su método), es decir, plasmar en conceptos fijos y precisos las verdades descubiertas con el diálogo. Los sofistas proponían doctrinas relativistas, rechazando las doctrinas necesarias y universalmente válidas. Pero a Sócrates le llamó la atención el 9 Para Sócrates el diálogo interpersonal es el único método válido para filosofar, ya que en él cada interlocutor puede objetar al otro y argumentar a favor de sus propias posiciones. 8 Filosofía II Los sofistas y Sócrates hecho de que el concepto universal siga siendo siempre el mismo. Por ejemplo, según Aristóteles, al hombre se le define como “animal racional”. Ahora bien, cada hombre posee distintas dotes: unos tienen mucho talento, otros no; unos guían su conducta con la razón, otros se entregan atolondradamente a los instintos... Sin embargo, la definición de hombre se cumple en ellos y esta definición permanece constante, válida para todos. Cualquier hombre es “animal racional” y cualquier “animal racional” es hombre. El concepto universal o la definición se nos presenta con un algo de constante y de permanente que le hace destacarse del mundo de las particularidades perecederas, del cual proviene. Aún cuando desaparecieran todos los hombres, la definición de hombre como “animal racional” permanecería idéntica. De forma similar, decimos de algunas cosas que son más o menos bellas, dando a entender que se aproximan en mayor o menor grado al prototipo de la belleza, a un modelo que no cambia o varía como los objetos que llamamos bellos de nuestra experiencia. Claro está que podemos equivocarnos al suponer que conocemos el modelo de la belleza, pero lo que sí está claro es que si hablamos de cosas más o menos bellas es que damos por supuesto que hay un modelo. Se da, por tanto, un contraste entre los objetos imperfectos y cambiantes de nuestra experiencia cotidiana y el concepto universal o la definición de esos objetos. Pero, ¿por qué es tan importante la definición para Sócrates? Porque, interesado como estaba en los asuntos éticos, la definición se presentaba como una sólida roca a la que asirse en medio de las doctrinas relativistas de los sofistas. Para una ética relativista, la justicia, por ejemplo, varía de una ciudad a otra; en cambio, si logramos de una vez para siempre una definición universal de la justicia, que sea válida para todos, entonces contaremos con algo seguro sobre lo que construir y juzgar, no sólo las acciones individuales, sino también los códigos morales de los distintos Estados, en la medida en que tales códigos encarnen la definición universal de justicia o, por el contrario, se alejen de ella. Este interés también está directamente relacionado con su teoría del intelectualismo moral, según la cual el saber y la virtud se identifican, en el sentido de que el sabio, el que conoce lo recto, actuará también con rectitud. En otras palabras, nadie obra mal a sabiendas. Más adelante retomaremos esta doctrina. Sócrates no desarrolló nunca la inducción desde el punto de vista de la lógica (eso lo haría Aristóteles más tarde). Entonces, ¿en qué consistía el método práctico de Sócrates? Su forma era la de la “dialéctica”. Sócrates trababa conversación con alguien y le sacaba las ideas que tuviera sobre un tema. Por ejemplo, podía declararse ignorante sobre qué es la valentía y preguntaba a su interlocutor si tenía alguna idea sobre el tema, manifestando su propia ignorancia. Cuando le daban como respuesta una definición, Sócrates parecía, en un principio, muy satisfecho, pero pronto reparaba en ciertas dificultades. Consecuentemente, iba haciendo preguntas, dejando que el otro fuera el que más hablase, pero dirigiendo el curso de la conversación, mostrando finalmente lo inadecuado de la argumentación. El interlocutor proponía una definición nueva y de este modo avanzaba el proceso hasta llegar, o no, al éxito final. Así pues, la dialéctica procedía desde una definición menos adecuada hasta otra más adecuada, o de la consideración de ejemplos particulares a una definición universal. Como el método procede de lo particular a lo general, puede decirse que se trata de un método inductivo. El método socrático lo podríamos resumir en los siguientes pasos: B/ LOS RAZONAMIENTOS INDUCTIVOS. 1. Ironía. Consiste en realizar una serie de preguntas al interlocutor hasta conducirlo a una situación sin salida aparente, donde todos los conocimientos se tornan problemáticos, y se es consciente de la propia ignorancia (“sólo sé que no sé nada”). Es la denominada “docta ignorancia”: el reconocimiento de la propia ignorancia representa el principio fundamental de la sabiduría, porque el que sabe que no sabe, procura saber; mientras que quien se cree en posesión de la verdad 9 Los sofistas y Sócrates 2. 3. Filosofía II no estima necesario investigar más. El más sabio es quien es consciente de su propia ignorancia. Mayéutica10. Consiste en sacar a la luz la verdad que todos llevamos dentro; para Sócrates la verdad no se aprende (ni se enseña) sino que la descubrimos nosotros mismos. Sócrates, por lo tanto, sostiene el innatismo de las ideas, que luego completará su discípulo Platón. Definición. Consiste en plasmar en conceptos la verdad recién descubierta mediante la mayéutica. Esta es la parte más importante del método, por ser el fin al que tiende todo el proceso, y por ser una alternativa al relativismo y escepticismo de los sofistas. Es cierto que para Sócrates, como para los sofistas, es un hecho que no hay acuerdo en el significado de los términos morales. Pero este hecho no implica que sea imposible llegar a un acuerdo, más bien sugiere que hay que dialogar y esforzarse para lograrlo. Y lo podemos lograr intentando buscar lo que son las cosas en sí mismas (esencia): la justicia en sí misma, el bien en sí mismo... más allá de las opiniones subjetivas de cada uno. El hecho de que no tengamos ideas claras ahora, no quiere decir que no podamos tenerlas algún día; sólo demuestra que somos perezosos e ignorantes. Se trata de: (a) llegar a un acuerdo sobre el significado de los términos morales, pero (b) estableciendo qué es realmente cada cosa, porque sólo esto posibilita lo anterior. Ambas tareas conforman el programa socrático de restauración del valor del lenguaje como vehículo de significaciones objetivas y válidas para todos los hombres. Tal programa se basa en una afirmación fundamental: «la aplicación de un predicado general a una pluralidad de individuos o cosas, supone la presencia de ciertos rasgos idénticos e identificables»11. De ahí que Sócrates sea presentado por Platón dialogando con sus alumnos en la búsqueda de una definición rigurosa de los conceptos morales, esto es, localizando el factor o carácter que hace buenos y virtuosos los hechos, factor del que deben carecer las malas acciones. 2.3. El intelectualismo moral. Así pues, es necesario esforzarse por definir con rigor los conceptos morales para restablecer la comunicación y hacer posible el diálogo y el acuerdo racional sobre temas morales y políticos. Además, es necesario esforzarse en definirlos con precisión por una segunda razón: porque, según Sócrates, Sólo sabiendo qué es la justicia se puede ser justo, sólo sabiendo qué es lo bueno se puede obrar bien. Sócrates tiende a identificar la virtud con el saber. Esta identificación suele denominarse intelectualismo moral. 10 La mayéutica es el arte de las parteras o matronas. Como su madre, que ayudaba a dar a luz a las mujeres, Sócrates pretendía auxiliar a los hombres para que saliera a la luz la verdad que llevamos “escondida” dentro de nosotros mismos. 11 Por ejemplo, el hecho de que llamemos “árboles” a ciertos seres vivos, supone que en todos ellos, a pesar de su diversidad, se halla presente uno o varios rasgos comunes en virtud de los cuales todos ellos son árboles y no otra cosa. Pues bien, del mismo modo, si denominamos “justas” a diversas acciones, personas o instituciones, en todas ellas ha de encontrarse aquel rasgo (o rasgos) que identificamos con “justicia”. 10 Filosofía II Los sofistas y Sócrates Esta manera de concebir la moral resulta chocante y rechazable, sin duda, para muchos: estamos habituados a ver personas ignorantes que, sin embargo, son buenas y actúan con rectitud, aun cuando no sean capaces de definir qué es lo bueno y qué es rectitud; estamos igualmente habituados a ver, por el contrario, personas instruidas que realizan conductas moralmente rechazables. ¿Qué tiene que decir Sócrates a SÓCRATES con sus discípulos, antes de tomar la cicuta esto? Partamos de un ejemplo: un zapatero es aquel que hace zapatos (que los hace bien, se entiende. Cualquiera puede intentar hacerlos, pero seguramente los hará mal. Zapatero es el que los hace bien y, cuanto mejor los haga, mejor zapatero será). Ahora bien, es evidente que sólo es capaz de hacer zapatos el que sabe qué es un zapato, cuáles son los materiales apropiados y la forma adecuada de ensamblarlos. Pasemos ahora al ámbito de la moral. Un hombre justo, diremos, es aquel que realiza acciones justas, da consejos justos, dicta leyes justas, ... Análogamente habremos de decir, según Sócrates, que solamente es capaz de hacer leyes, acciones o consejos justos aquél que sabe qué es la justicia. Alguien puede actuar justamente sin saber qué es la justicia, pero en tal supuesto se tratará de un acierto puramente casual (a veces «suena la flauta» por casualidad, solemos decir). Si el que acierta por casualidad con un remedio para una dolencia no puede ser considerado médico, ya que desconoce el oficio, de la misma manera, tampoco puede decirse que es justo quien realiza acciones justas sin saber qué es la justicia. Además, el intelectualismo moral nos lleva a la siguiente PARADOJA. Decimos que, por ejemplo, un buen arquitecto es aquel que sabe hacer edificios. Por tanto, aquel que sabiendo hacer bien un edificio lo hace mal intencionadamente es mejor arquitecto que el que lo hace mal porque no sabe hacerlo bien. ¿No hemos de concluir, por analogía 12, que el que obra injustamente sabiéndolo es más justo que el que lo hace por ignorancia? El sentido común y la sensibilidad moral se rebelan ante esta conclusión inevitable. Sócrates propone esta paradoja en un diálogo de Platón, el Hipias Menor, con toda la crudeza, pero también con toda ironía. La conclusión alcanzada (si alguien cometiera injusticia sabiéndolo sería más justo que otro que la cometiera sin saberlo) es correcta, pero plantea un caso teóricamente imposible: nadie obra mal a sabiendas de que obra mal, ya que el conocimiento (de la virtud) es condición no sólo necesaria, sino también suficiente para una conducta virtuosa. Por tanto, ante el caso hipotético de alguien que obrara mal intencionadamente, Sócrates respondería una y mil veces que tal sujeto no sabía realmente que obraba mal, por más que pensara que lo sabía: de haberlo sabido no podría haber obrado mal en absoluto. Todos buscamos nuestro propio bien y felicidad, y no el mal y la desgracia. Los que obran mal, en realidad, desconocen que el alma es la esencia del ser humano, y confunden lo bueno, lo justo y lo virtuoso con las cosas externas y relacionadas con el cuerpo. Pero la felicidad no puede venir de las cosas externas ni del cuerpo, sino sólo del alma y su cuidado, porque ésta y sólo ésta es la esencia del hombre. O sea, son ignorantes (de la virtud), no malvados. 12 Relación de semejanza de cosas distintas. 11 Los sofistas y Sócrates Filosofía II Nadie, pues, obra mal voluntariamente. El que obra mal lo hace sin querer. En el intelectualismo socrático no hay lugar para las ideas de pecado o culpa. El que obra mal no es, en realidad, culpable, sino ignorante (de la virtud). Un intelectualismo moral llevado a sus últimas consecuencias traería consigo la exigencia de suprimir las cárceles: al ser ignorantes, los criminales habrían de ser enviados, no a la cárcel, sino a la escuela. Para finalizar, añadamos el principio socrático de que nunca se debe actuar injustamente contra los demás, ni siquiera cuando uno ha sido tratado injustamente por ellos. Con este principio se oponía Sócrates de modo expreso a la tradicional ley del talión, al “ojo por ojo y diente por diente”, a la institucionalización de la venganza y la represalia: nunca, proclamaba Sócrates, se debe devolver daño por daño, ni injusticia por injusticia. De ello dio muestra con su propia vida: aunque lo condenaron injustamente a muerte, no respondió a la condena con una acción malvada o inmoral (como huir de la ciudad). 12