11. Fiesta del Bautismo del Señor Reflexión en torno a la fiesta del Bautismo del Señor. 9 de enero 2012 La Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor que, junto con la anterior de Epifanía, termina el ciclo o tiempo de Navidad, para comenzar el Tiempo Ordinario, es decir, el tiempo durante todo el año. Es una fiesta que continúa el misterio de la Manifestación o Epifanía del Señor, desde su infancia (con los magos) hasta los comienzos de su vida pública, en que se manifiesta también, cuando es bautizado por Juan el Bautista. El bautismo de Jesús ¿hecho histórico? Ciertamente Jesús se bautizó. En esto, los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas están de acuerdo y narran aquel acontecimiento. El problema es que tenemos tres relatos del bautismo de Jesús, no uno solo, que coinciden en tres datos básicos (apertura de los cielos, descenso o bajada del Espíritu, voz celeste), pero contienen detalles diferentes y hasta contradictorios (ver Mt 4,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,31-22). Hasta podríamos preguntarnos, si los analizamos con calma y detenidamente: ¿Cuál fue el papel de Juan el Bautista? ¿Quién vio la paloma? ¿Jesús, Juan, la gente? ¿Quiénes escucharon la voz de Dios? ¿Jesús, Juan o el pueblo? De manera que todos estos detalles no podemos interpretarlos al pie de la letra, sin dejar de lado el mensaje que transmiten los textos, que es lo más importante. En todos estos detalles, los evangelistas no se ponen de acuerdo. Y eso no debe extrañarnos. Porque sabemos, y esto es bueno recordarlo, que los evangelios no son una biografía de Jesús, sino un testimonio de fe, una catequesis sobre su persona. Son libros históricos, pero no novelas, ni puros mitos inventados, pero no son libros de historia exacta, que sean cuidadosos en contarnos todos los detalles. No fueron escritos por historiadores, cronistas o periodistas, sino por catequistas creyentes. En otras palabras, lo importante no es saber “cómo” exactamente y con todos los detalles, fue el bautismo de Jesús, sino “qué” me enseña a mí (o a nosotros) el acontecimiento del bautismo del Señor. Lo primero no interesa para nada a los evangelistas; lo segundo evidentemente que sí: es para que creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y creyendo en Él tengamos vida... (Ver Jn 20,31). Tres elementos de aquel momento... Ya hemos dicho que los relatos evangélicos no pretender darnos una crónica periodística detallada del bautismo de Jesús, sino un mensaje de fe sobre su persona: ¡lo que ocurre en su bautismo nos dice quién es Jesús! Por eso, todos los relatos insisten, más que describirnos la escena, en hacer notar su significado. Y lo hacen señalando tres aspectos fundamentales: El cielo se abre o se “rasga”: es una bella expresión utilizada por los profetas (Is 63,19; Ez 1,1), para significar la intervención de Dios, su revelación. Tras un largo tiempo de silencio o de “cielos cerrados”, ha llegado un tiempo de gracia y salvación. Yahvé Dios se decide a hablar y actuar a favor de su pueblo, según sus promesas, pues ya se acercan los tiempos mesiánicos, los tiempos “últimos” de la salvación. Desciende el Espíritu “en forma de paloma”: como en los primeros tiempos de la creación, cuando el espíritu de Dios (en hebreo ruah elohim), se cernía o volaba sobre las aguas (Gén 1,1-2), ahora el Espíritu está sobre Jesús, el siervo elegido por Dios para llevar a cabo la misión liberadora del pueblo en nombre de Yahvé (Is 41,1; 61,1). El mismo Espíritu de fortaleza que se le dio al ungido del Señor y capaz de renovar al mundo. Se escucha una voz que viene del cielo: esta voz proclama a Jesús como Hijo amado, elegido del Padre. Una nueva y clara indicación de que Jesús de Nazaret es el Mesías elegido para salvar a las naciones (salmo 2), cumpliendo con actitud filial su misión de “siervo” en el sentido que anunciaba Isaías (Is 42,1-3) y merecedor por eso, del amor de Dios. Aún más, san Mateo y san Lucas (Mt 3,15; Lc 3,21), añaden dos elementos de especial significado: Jesús se bautiza para cumplir con la justicia querida por Dios (un nuevo signo mesiánico), y está orando cuando el Espíritu baja o desciende sobre Él (modelo de la actitud del cristiano). El mensaje o enseñanza de los relatos del bautismo de Cristo ¡Es realmente difícil enseñarnos más cosas sobre Jesús en tan pocas palabras y con sólo algunos signos! El cielo se abre, el Espíritu viene, Dios se comunica con los seres humanos. Tres bellas maneras de darnos un mismo mensaje: han llegado los últimos tiempos, se cumplen las promesas, Jesús es el Mesías esperado, el Redentor, el Siervo de Yahvé, el profeta de los tiempos de la plenitud, el Hijo amado del Padre Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,36). Así lo presenta Juan el Bautista a sus discípulos y así los proclaman los evangelistas a sus lectores, con esta escena. El niño Jesús que un día fue adorado por el pueblo judío (los pastores en Belén) y por los paganos (los magos de Oriente), se manifiesta ya adulto y se presenta públicamente ahora a Israel. A partir del bautismo, Jesús comienza su vida pública y su actuación mesiánica, después de su casi treinta años de vida oculta en el taller de su padre José y de su familia, con sus padres José, María y sus parientes, habiendo sido uno más en Galilea. Significado del bautismo de Jesús El bautismo de Jesús es por eso un misterio, un hecho histórico pero cargado, a la vez, de un hondo contenido de fe. Es necesario que profundicemos en esto, para conseguir lo que pretenden los evangelistas al presentarlo: alimentar nuestra fe en Jesucristo, presentar toda una verdadera catequesis sobre su figura y dar testimonio de su condición de Mesías e Hijo de Dios. Jesús no fue bautizado por las razones que los evangelios ponen como motivación para el bautismo de la gente que iba en masa a hacerlo: confesar sus pecados, pedirle perdón a Dios o significar la conversión. Jesús de Nazareth, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15), no necesitaba pedir perdón por sus pecados ni convertirse. Tampoco Jesús se bautizó para ser el Mesías o el Hijo de Dios (ya la era desde su nacimiento), sino por las siguientes razones: Jesús quiso ser bautizado para poner de manifiesto su acuerdo y comunión con la línea profética de Juan Bautista, con su mensaje de conversión, con su crítica a la falsa religiosidad del culto y del templo de Jerusalén en su tiempo. Jesús quiso ser bautizado para manifestar su solidaridad, comunión y compromiso con su pueblo pobre, pecador y necesitado de redención. Jesús no fue un pecador, pero se hace solidario con los pecados de su pueblo. Él es el Siervo de Yahvé, que lleva sobre sí los pecados de su pueblo y del mundo, para liberarnos de ellos (Is 53,5). Jesús quiso ser bautizado para manifestar su condición de Mesías, asumirla personalmente y aparecer públicamente ante el pueblo al que era enviado. Este es el contenido principal y el mensaje teológico de los relatos del bautismo que nos conservan los evangelios. El bautismo de Jesús como Epifanía Hemos dicho la palabra manifestar. “Manifestación” se dice en griego epifanía. De allí que la Iglesia, cuando celebra la fiesta de la Epifanía del Señor en el tiempo de Navidad (la adoración de los magos), une al bautismo de Jesús su celebración, porque es toda una “epifanía” o manifestación del Señor. Por eso, los cuatro evangelios, aunque dos de ellos no nos cuentan la infancia de Jesús (Marcos y Juan), subrayan sí su bautismo. Al escribirse los evangelios, a la luz de la Pascua de Cristo Resucitado, se presenta este bautismo como el momento de la proclamación del Mesías prometido: él bautizaría en el Espíritu y actuaría con la fuerza del mismo. Es el Padre Celestial quien proclama a Jesús como su “ungido”, con palabras únicas y solemnes: ¡Tú eres mi Hijo, el amado, tú eres mi Elegido! (Mc 1,11). Es así como el bautismo de Juan, que originalmente era un rito con sentido penitencial, es presentado en los evangelios, en el caso de Jesús, con un claro sentido mesiánico. Más aún, como una teofanía de Dios (una manifestación) y una epifanía de Jesús (una manifestación pública). Jesús de Nazareth llega al río Jordán, como un hombre comprometido personalmente con Dios y con el mensaje proclamado por el Bautista. En el momento del bautismo, recibe la confirmación definitiva de su vocación mesiánica, que en su momento debe manifestarse públicamente (Lc 4,14-21). Desde entonces, se convierte en misionero y predicador del Evangelio, llevando a su plenitud el mensaje del profetismo con sus palabras, sus obras y su vida, estando plenamente investido del Espíritu. Compromiso, vocación y misión se unen en el bautismo de Jesús. También deberían estar unidos en la vida de todos los bautizados en la Iglesia. Jesús no recibió el bautismo “cristiano” Claro está que Jesús no recibió como nosotros, el sacramento del bautismo. Su bautismo no es el mismo que el nuestro, que es un sacramento cristiano, que lo recibimos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19). Las razones son evidentes. No existía aún el sacramento del bautismo – Juan bautizaba con agua, no en el Espíritu (Lc 3,16)-, que sólo el mismo Jesús pudo instituir y encomendar a sus discípulos a administrar, después de su resurrección (Mc 16,15). Ni Jesús necesitaba ser bautizado, como nosotros, para que se le perdonaran los pecados y llegar a ser hijo de Dios. ¡Él lo era por naturaleza y no tenía ningún pecado! Resulta absurdo y casi ridículo por eso usar el bautismo de Jesús, tal y como lo hacen equivocadamente algunos cristianos no católicos, como “modelo” del bautismo cristiano y argumento para defender que este sacramento sólo lo deberían recibir los adultos y no los niños y, además, en un río. La relación entre el bautismo de Jesús y nuestro bautismo Pero esto no quiere decir que no exista ninguna relación entre el bautismo de Jesús y el nuestro, el de los cristianos. Hemos dicho del compromiso, de la vocación y de la misión como aspectos importantes y significativos en el bautismo de Jesús. Compromiso, vocación y misión que también se significan y realizan en el sacramento del Bautismo, la Confirmación y en toda la iniciación cristiana. También el cristiano es, en Cristo, como le gusta decir a san Pablo: hijo de Dios, ungido por el Espíritu, elegido y enviado al mundo. No simplemente un bautismo de agua, sino en el Espíritu del Señor resucitado. En nuestro bautismo y confirmación, compartimos el compromiso de Jesús, cuya vida fue una total entrega a Dios. Y en virtud de su resurrección gloriosa, nos brindó la fuerza del Espíritu Santo para que, a la luz de nuestro bautismo cristiano, podamos “activar” nuestra existencia con la esperanza de compartir su triunfo pascual. Nuestro bautismo habla, pues, de compromiso, esperanza y triunfo. El relato del bautismo de Jesús ilumina así el sentido de toda la iniciación cristiana. Y podemos afirmar que el bautismo de Jesús ayuda a valorar nuestro bautismo, en lo que tiene de inmersión en el agua como fuente de la vida, de inmersión (muerte) y emersión (nacimiento a una vida nueva, como apunta Rom 6). El bautismo de Juan o de Jesús supone un cambio de vida, un deseo de ajustarse al programa salvador de Dios, rechazando el pecado. El bautismo cristiano supone el compromiso de compartir con Jesús la vida y proclamación del mensaje del Reino, que Él inició en el río Jordán. El cristiano bautizado queda penetrado, como Jesús, por el Espíritu y recibe la fuerza para luchar por el Reino. Es el mismo Espíritu, el que descendió sobre Jesús en el Jordán, bautizó a la Iglesia en Pentecostés (Hech 2,1-4) y sigue actuando en quienes, por el bautismo, decidan llamarse y ser cristianos. De manera que la Iglesia continúa el compromiso de vivir el ideal de Jesús, pues como creyentes, nuestro Jordán está en el bautismo.