Unidad 11 “LA GUERRA CIVIL (1936-1939)” Fechas: 18 de Julio de 1936 y 1º de Abril de 1939 Personajes: M. Azaña, J. Calvo Sotelo, José Antonio Primo de Rivera y F. Largo Caballero. Términos: Batalla de Teruel, Batalla del Ebro, Brigadas Internacionales, Falange, Fuero del Trabajo, Guernika y Movimiento Nacional. Texto: Ley Responsabilidades Políticas, 1939. Cuestiones: El desarrollo de la Guerra Civil. La dimensión internacional del conflicto. La Guerra Civil en Extremadura. La Guerra Civil constituye sin duda el acontecimiento más dramático de la historia reciente del país. Supuso el colofón a un proceso de agudización de tensiones iniciado veinte años atrás, en la crisis de 1917. La victoria del bando franquista en 1939 truncó el proceso democrático abierto en 1931, y se resolvió con la implantación de una dictadura personal que duró cuatro décadas. La guerra española fue también un acontecimiento internacional en torno al cual, y al apoyo de cada uno de los bandos, se polarizó la opinión pública mundial y la actitud de las potencias. 1.- EL DESARROLLO DE LA GUERRA: SUS ETAPAS. 1- 1.- La sublevación militar Son múltiples las causas que llevan a la Guerra Civil. Hay unas causas internas: pérdida de poder del bloque dominante, tradición intervencionista del ejército, bajo nivel cultural y de la población, débil presencia de voluntad democrática y escasa política de la república frente a la crisis económica. También hay causas externas: crisis económica mundial y el enfrentamiento ideológico entre fascismo, comunismo y democracias burguesas. En cuanto al golpe, precipitado por el asesinato de Calvo Sotelo, contaba con Mola como organizador, junto con otros jefes, falangistas y monárquicos. El jefe de gobierno debía ser el general Sanjurjo. Aunque no contaban con la mayoría de los generales, sí tuvieron el apoyo de la oficialidad. El plan consistía en levantar las guarniciones seguras y luego converger rápidamente en cuatro columnas sobre Madrid, contando con la quinta columna en el interior de la ciudad. Así, en la tarde del 17 de julio se inicia la sublevación en la guarnición de Melilla, sin excesivas dificultades. Franco emprendía vuelo desde Canarias y llegaba a Tetuán para ponerse al frente del Ejército de África. El jefe de Gobierno, Casares Quiroga, perdió unas horas decisivas sin tomar medida alguna. En la mañana del día 18, Queipo de Llano se sublevó en Sevilla y consiguió dominar la ciudad. El golpe triunfó en casi todas las capitales de Castilla, Navarra, en algunas ciudades gallegas, y en zonas de Andalucía occidental y Extremadura. También Baleares, Canarias Granada, Zaragoza estaban en manos de los sublevados. En la tarde del día 18, abrumado por la situación, Casares Quiroga dimitió. En Andalucía, los sublevados consiguieron desembarcar algunas unidades del Ejército de África, que iniciaron una marcha hacia el norte con el objetivo de enlazar las dos zonas en que había triunfado el golpe. La rebelión fracasó, sin embargo, en otros puntos importantes: la mayor parte de Aragón, Badajoz, Asturias, toda Cantabria, Cataluña, Levante, buena parte de Andalucía oriental, Vizcaya y Guipúzcoa permanecieron leales a la República. Pero sin duda los fracasos más graves se produjeron en Madrid y Barcelona. El día 19, en la capital catalana, la CNT 1 lanzó a los obreros a las calles y se hizo con armas para enfrentarse a las tropas golpistas. Con la colaboración de los Guardias de Asalto y la Guardia Civil, que permaneció leal al Gobierno de la Generalitat, derrotaron a los insurrectos, quienes se rindieron al gobierno de Companys. En Madrid, el nuevo presidente del Gobierno, José Giral, entregó armas a las milicias obreras, formadas apresuradamente por socialistas y comunistas con ayuda de algunos oficiales. El día 20 estas unidades consiguieron vencer a los golpistas en el Cuartel de la Montaña. Los demás cuarteles sublevados fueron reducidos rápidamente. En general, el golpe tuvo éxito en la España conservadora, junto a la unión de los militares golpistas y la ineficacia de las autoridades republicanas. Fracasó en la España más progresista, a la que se unió la desunión de los sublevados y la eficacia de las autoridades de la República. También fue fundamental la actitud, leal o rebelde, que tuvieron las unidades de la Guardia Civil, que en varias ciudades inclinaron la decisión hacia uno u otro bando. En el conflicto bélico se sucedieron varias etapas cuya evolución estuvo ligada a la iniciativa de los sublevados. 1.2. La «guerra de columnas» y la marcha hacia Madrid Esta etapa se desarrolló entre julio y noviembre de 1936. En ella participaron diversas columnas militares de ambos bandos (del ejército regular, en el caso de los sublevados, y de milicianos, en el de los republicanos). Estos últimos fueron respaldados por algunos militares profesionales, como José Miaja y Vicente Rojo. Siguiendo las pautas habituales en los pronunciamientos del siglo XIX, la toma de Madrid se convirtió en el objetivo primordial para los sublevados. Las columnas mandadas por Mola, sin embargo, fueron detenidas al norte del Sistema Central por una inesperada resistencia miliciana. Por esta razón, las tropas de Franco y Yagüe tenían más posibilidades de entrar en Madrid por el sur. Gracias a la colaboración alemana e italiana, lograron cruzar el estrecho y, tras unirse a los soldados de Queipo de Llano en Sevilla, avanzaron a través de Extremadura sin que el Gobierno republicano (carente de un ejército operativo y de un mando unificado) pudiera detenerlos. Las columnas procedentes del sur (formadas mayoritariamente por soldados marroquíes) tomaron Badajoz, Talavera y Toledo, y liberaron a la guarnición rebelde que se había hecho fuerte en el Alcázar de esta última ciudad, uniendo así las dos zonas de la península que dominaban los sublevados. En el frente norte, la toma de Irún por las tropas del general Mola lograba cortar el acceso del ejército republicano del norte a la frontera con Francia e impedía la llegada de refuerzos por tierra. Poco después, San Sebastián se rindió. 1-3. La batalla de Madrid En esta etapa (noviembre de 1936, marzo de 1937), el conflicto se convirtió en una guerra de desgaste. Los frentes se estabilizaron, se incrementó la intervención extranjera y se creó aceleradamente un nuevo ejército popular republicano. La causa de la guerra de desgaste fue, sin duda, la inesperada resistencia de Madrid, bombardeada por aire (uno de los primeros bombardeos masivos de la historia sobre una población civil) y asediada por todos lados, excepto por la carretera de Valencia. El Gobierno republicano, por su parte, se trasladó a Valencia. La resistencia fue dirigida a partir de ese momento por una improvisada Junta de Defensa, que tuvo un éxito total en su empeño. Presidida por el general Miaja, contó como gran estratega con el comandante Vicente Rojo, esta Junta recibió los primeros refuerzos extranjeros favorables a la República: los voluntarios de las Brigadas Internacionales, además de armamento soviético. El ejército republicano rechazó un primer ataque frontal de la ciudad por el oeste, a la altura de la Ciudad Universitaria, donde pereció Durruti. Al no lograr la toma rápida de la ciudad, Franco decidió poner en marcha una operación para rodearla, en la que se sucedieron tres batallas: la de la carretera de La Coruña, la del río Jarama y la de Guadalajara (marzo de 1937), que no lograron quebrar la resistencia de Madrid. 1.4. La campaña del norte y las ofensivas republicanas Entre marzo de 1937 y marzo de 1938, Franco cambió de estrategia y decidió atacar el territorio republicano del norte, rico en infraestructura industrial y minera. Esta zona estaba 2 aislada, por lo que su bloqueo no resultaría complicado gracias a la superioridad aérea y naval de los sublevados. En primer lugar, el ejército de Franco ocupó Vizcaya: Bilbao cayó en junio de 1937; las industrias pasaron prácticamente intactas a los rebeldes. Durante esta etapa se produjo un episodio dramático, el bombardeo de Guernika (abril de 1937), uno de los primeros genocidios de una población civil perpetrados desde el aire. Tras Bilbao, cayeron Santander y, por último, Asturias (agosto y octubre de 1937, respectivamente). Una vez finalizada la conquista del norte, Franco dispuso de todas sus unidades militares y de más recursos humanos e industriales para marchar de nuevo sobre Madrid. El reconstruido ejército popular de la República emprendió varias ofensivas (Brunete, Belchite, Teruel) para intentar detener o, al menos, retrasar el avance franquista desde el norte de la península; no obstante, solo lo lograron parcialmente sin obtener resultados decisivos. 1.5. La batalla del Ebro y la toma de Cataluña Esta etapa (marzo de 1938-febrero de 1939) constituyó la ofensiva final que decidió la suerte de la guerra. Franco cambió de criterio y, en lugar de avanzar hacia Madrid, desplegó un ataque (batalla de Aragón) a lo largo del frente de Aragón con la intención de alcanzar el Mediterráneo y dividir la zona republicana. En abril de 1938 logró este objetivo a la altura de Vinaroz (Castellón). A continuación, emprendió el camino de Valencia y ocupó Castellón. La guerra parecía decidida a favor de los sublevados. Sin embargo, y ante el asombro de la España de Franco y de la opinión pública extranjera, desde julio de 1938 el ejército republicano lanzó una furiosa ofensiva y logró cruzar el Ebro por sorpresa. La ofensiva, conocida como la batalla del Ebro, se prolongó hasta noviembre de 1938 y tuvo como consecuencia el quebrantamiento definitivo del ejército popular. Como había hecho en ocasiones anteriores, Franco concentró sus tropas para rechazar el ataque y recuperar el terreno perdido. Este proceder, que mantuvo durante toda la contienda, era poco brillante, pero muy seguro. Así pues, para recuperar una porción de terreno bastante reducida, se invirtieron cuatro meses en el que, probablemente, fue el enfrentamiento más sangriento y duro de toda la Guerra Civil, pues se produjeron más de 100.000 bajas sumando las de los dos bandos. Tras la batalla del Ebro se llevó a cabo la conquista de Cataluña; en febrero de 1939, Barcelona cayó en manos de los sublevados. Era la última gran campaña de la Guerra Civil. El Gobierno y el presidente de la República, que se habían trasladado a Barcelona meses antes, cruzaron la frontera, acompañados por el gobierno de la Generalitat. También se produjo un gran éxodo de tropas y civiles fieles a la República. 1.6. El fin de la guerra Entre febrero y abril de 1939 se desarrollaron los últimos episodios de la Guerra Civil. Juan Negrín, presidente del Gobierno, y el PCE propusieron una política de resistencia a ultranza. A su entender, la única negociación que Franco aceptaría sería la rendición total de los republicanos. Esta actitud chocó, sin embargo, con la oposición de importantes militares y políticos republicanos, que buscaron una salida negociada al conflicto, ya que entre las tropas de retaguardia y la población civil reinaba el cansancio y el desánimo. Este grupo, encabezado por el coronel Casado, el general Miaja y algunos políticos socialistas, como Julián Besteiro, organizó un golpe de Estado en marzo de 1939. Este acontecimiento provocó una breve guerra civil en el bando republicano, de la que salieron triunfantes el coronel Casado y sus partidarios, quienes decidieron entregar a Franco toda la zona que aún estaba en manos de los republicanos; esta entrega se realizó de forma tan apresurada por parte de los partidarios de Casado que no hubo tiempo siquiera para la evacuación de los que querían escapar de la represión franquista. El 1 de abril Franco emitía el conocido último parte de Guerra. Aunque son muchos los factores de la victoria franquista, entre ellos el apoyo exterior, el desequilibrio militar fue uno de los principales. Frente a un enemigo organizado y con mandos profesionales suficientes, la República inició la guerra con un conjunto de restos de unidades, sin apenas mandos, los milicianos sólo eran una solución de urgencia. 3 2.- LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DEL CONFLICTO La coyuntura internacional desempeñó un papel muy importante en la crisis que iba a desencadenar la tragedia española. En la década de 1930, cuando se desarrolla la Segunda República Española, Europa se halla inmersa en una profunda crisis económica de graves consecuencias sociales, y dividida políticamente en países democráticos, fascistas y el único país comunista del mundo, la URSS. La difícil convivencia entre estos tres tipos de regímenes encuentra su eco en España durante la Guerra Civil y no antes, puesto que la importancia de los grupos fascistas (Falange) y comunistas (PCE) en el conjunto de las derechas y las izquierdas, respectivamente, es prácticamente irrelevante antes de 1936. En la contienda española se forman bandos que se van a repetir en la Segunda Guerra Mundial, iniciada tan sólo cinco meses después del fin del Guerra Civil. De un lado, los regímenes fascistas; de otro, el pacto del Frente Popular sellado entre los gobiernos democráticos y los comunistas. En España se ponen a prueba las estrategias ofensivas que se emplearán en la Segunda Guerra Mundial, como el bombardeo sobre las poblaciones civiles por la aviación de la Alemania nazi (Legión Cóndor). Pero mientras en la guerra española la intervención fascista en apoyo de los sublevados es inmediata (envío de aviones italianos y alemanes para cruzar el Estrecho en agosto, complicidad de la dictadura portuguesa de Salazar), la inhibición e incluso la neutralidad favorable a los rebeldes de las potencias democráticas (EEUU, Francia y el Reino Unido), denominada eufemísticamente política de no intervención, debilita la República y favorece claramente a los insurrectos. Hasta noviembre de 1936, cuando ya la guerra está definida en lo esencial y la capital, Madrid, está siendo asediada, la URSS rompe la farsa de la no intervención y comienza su apoyo a la República. Esta circunstancia contribuyó a prolongar la guerra y fortaleció claramente la posición del Partido Comunista. Pero tampoco estará exenta de polémica por las contraprestaciones de las reservas de oro, ofrecidas por la República. Los sublevados, que comenzaron a autodenominarse nacionales a partir de primeros de agosto de 1936, aludiendo a su voluntad de uniformidad centralista y castellanizadora que identificaban con la nación española, recibieron el auxilio de tropas italianas y técnicos alemanes a lo largo del conflicto, además de los mencionados suministros de armamento y municiones. Por su parte, la ayuda soviética y la oleada de simpatía que despertó la causa de la República en Europa y América dieron paso a la formación de unidades de voluntarios extranjeros de diversas nacionalidades, denominadas brigadas internacionales, integradas por soldados veteranos de la Primera Guerra Mundial, obreros, estudiantes o intelectuales que vinieron a España a luchar contra el fascismo y que habían sido reclutados por la Komintern, aunque muchos de ellos no eran comunistas. 3.- LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE LAS DOS ZONAS 3.1. La evolución política de la República. Las primeras medidas del gobierno Giral estuvieron mediatizadas por la iniciativa de los Comités y de los partidos y sindicatos obreros, que se hicieron en la práctica con el control de recursos e infraestructuras. En el campo, la ocupación masiva de fincas se generalizó. En las zonas de predominio socialista o comunista, el proceso llevó a la socialización de la tierra y de la producción, mientras que en las regiones de arraigo anarquista surgieron colectivizaciones y comunas. También fueron incautadas todas las propiedades de la Iglesia, muchos de cuyos miembros sufrieron la represión de esas primeras semanas. La mayor parte de la Iglesia apoyó la sublevación y presentó la lucha como una “cruzada” para salvar a España del ateísmo. En conjunto, durante el verano del 36 se produjo una auténtica revolución social, dentro de un ambiente de caos y desorden, donde tampoco faltó la represión incontrolada. El 5 de septiembre se formó un nuevo gobierno de unidad, con socialistas, comunistas, republicanos y nacionalistas, y presidido por Largo Caballero. El nuevo gobierno trató de reorganizar las milicias para integrarlas en el ejército y de encauzar el proceso de 4 colectivización de la tierra. A primeros de noviembre se incorporaron cuatro ministros anarquistas al gobierno, entre ellos Federica Montseny, la primera mujer que fue ministra en la historia de España. Pero las dramáticas circunstancias del asedio de Madrid obligaron al gobierno a trasladarse a Valencia y a crear una Junta de Defensa que asumió todo el protagonismo de la resistencia de la capital. A partir de esos momentos se abrió una división clara sobre la política que había que seguir para ganar la guerra, y que ponía de relieve la diferencia entre los dos modelos revolucionarios que hasta entonces habían coexistido en el lado republicano. El primero, defendido por los comunistas, la mayoría de los socialistas y los republicanos, partía de la idea de que para ganar la guerra era necesario concentrar la autoridad y el mando políticomilitar y controlar la producción de las tierras y empresas expropiadas, encaminándola directamente hacia la organización de una economía de guerra. Para la otra tendencia, esa idea de “primero ganar la guerra, para hacer la revolución”, era tanto como abandonar la revolución: los anarquistas y el POUM (antisoviético y opuesto al PCE) defendían la inmediata colectivización de tierras y fábricas; se oponían a la concentración de la producción, a la militarización de las milicias y al control del orden público. La tensión entre ambas tendencias fue intensificándose hasta estallar el enfrentamiento el día 3 de mayo en Barcelona. La ciudad se llenó de barricadas y tiroteos entre grupos de anarquistas y miembros del POUM, por un lado, y comunistas y cuerpos de seguridad, por otro. Tras varios días de tensión, el 7 se recuperó la normalidad. La insurrección había ocasionado más de 200 muertos, y fue esgrimida por el PCE para exigir la disolución del POUM, acusándole de trabajar para el fascismo. Estos sucesos también provocarían la caída del gobierno de Largo Caballero. El socialista Juan Negrín formaba un gobierno de mayoría socialista, con Prieto en la cartera clave de defensa, poco después el POUM fue declarado ilegal, clausurados sus locales y prensa y detenidos sus dirigentes (también desaparecería su líder Andreu Nin). El gobierno Negrín se prolongó durante el resto de la guerra; con el apoyo de los republicanos, socialistas y comunistas, y con el acuerdo tácito de la CNT, fue capaz de centralizar la dirección militar (Vicente Rojo pudo culminar la formación del ejército Popular) y de organizar una economía de guerra más efectiva. Pero ya los reveses militares estaban minando la moral de la retaguardia; y el cansancio de la guerra y la escasez de alimentos en las ciudades hacían muy difícil la situación. Finalmente el golpe de Casado acabó con el gobierno de Negrín, partidario de continuar la guerra, para propiciar las negociaciones con Franco, quien impuso su voluntad: rendición incondicional. 3.2. La España franquista: la creación del nuevo estado. El 24 de julio de 1936 se formó la Junta de Defensa Nacional como órgano provisional del estado; presidida por el general Cabanellas, estableció la ley marcial (casi todos los delitos pasaron a ser de jurisdicción militar y las autoridades civiles fueron sustituidas por gobernadores castrenses), y una rígida censura de prensa; y disolvió todos los partidos y sindicatos del Frente Popular y se incautaron sus bienes. También los partidos que habían colaborado con el golpe vieron limitada su libertad de actuación; de hecho sólo Falange y los Requetés continuaron su actividad, pero subordinada al predominio del ejército, en un proceso de centralización del mando, ante la necesidad de un mando único, que culminó el 1 de octubre de 1936 con el nombramiento de Franco como “jefe del gobierno del estado español y Generalísimo de los Ejércitos españoles”. Se establece así un modelo político nuevo, basado en la afirmación del militarismo como rasgo esencial. Al acumular todo el poder en su figura, Franco se convierte en un dictador: la presencia de la Junta Técnica de Estado sólo sirve para asesorar y ejecutar las decisiones que dimanan directamente del Caudillo (nombre que aparece pocas semanas después para designarle) y de un entorno íntimo de colaboradores. Sin embargo, el fracaso en la conquista de Madrid, que se consideraba hecha, obligará al nuevo régimen a iniciar un lento pero sistemático proceso de institucionalización, al hacerse evidente que la guerra se prolongaba. En abril de 1937, Franco dio a conocer el decreto de Unificación por el que se creaba un partido único, Falange española tradicionalista y de las 5 JONS, unificando a falangistas y carlistas, en el cual se integrarían todos los demás. Franco sería, además, el jefe del partido. Paulatinamente se irían adoptando símbolos fascistas. Antes de que acabara la guerra se promulgó una de sus leyes fundamentales, el Fuero del Trabajo, base de la organización corporativa del Estado y del sindicalismo vertical. 4.- LA REPRESIÓN EN AMBOS BANDOS En todas las guerras se cometen actos contrarios al “derecho de gentes” y la guerra civil española no fue una excepción. En este asunto, que todavía hoy levanta polémicas, es innegable que en ambas zonas (la republicana y la controlada por los sublevados) la represión, en forma de paseos, sacas,…fue una práctica generalizada, aunque difieran de un bando a otro. Tras la sublevación militar, la zona republicana se sumergió en un caos revolucionario y por todas partes surgieron nuevos organismos que detentaron el poder real durante los primeros meses de la guerra. Los primeros asesinatos en esta zona se produjeron en Barcelona y Madrid, donde la masa incontrolable se adueño de las calles y luego se produjeron en otras poblaciones. El paseo alcanzó a políticos de derecha, terratenientes, empresarios, burgueses y, especialmente, a los sacerdotes. Pero tal vez, las prácticas más aterradoras fueron las llamadas sacas de las cárceles. A medida que el gobierno retomaba el control, la represión indiscriminada fue desapareciendo. Aunque el avance de los sublevados y el auge de sabotajes fue de tal magnitud que la policía “política” (SIM, Servicio de Investigación Militar cuyos centros de detención, eran conocidos con el nombre de «chekas»), controlada por los comunistas, obtiene nuevas competencias para luchar contra dichas acciones y la represión se extendió no sólo contra los fascistas sino también contra la disidencia interna (proceso contra el POUM y la “desaparición” de su presidente, Andreu Nin.). A pesar de estos excesos, la reconstrucción del Estado permitió que, desde mediados de 1937, la mayoría de los detenidos pasaran a disposición judicial con todas las garantías procesales y que el cumplimiento de las sentencias de muerte requiriese el visto bueno del Consejo de Ministros. Sólo hacia el final de la guerra, en una situación de desbandada y descontrol total, se volvieron a producir asesinatos. A diferencia de lo sucedido en la zona republicana, la represión formó parte, desde el primer momento, de la estrategia diseñada por los sublevados para alcanzar el poder1 y se centraría fundamentalmente en cargos políticos republicanos, militares leales a la República, intelectuales, dirigentes políticos, sindicales y líderes obreros y de las casas del pueblo. En las zonas proclives a la rebelión y rápidamente dominadas por los sublevados, se instauró un régimen de terror indiscriminado para evitar que el enemigo pudiera organizar la resistencia. En estas zonas, la Falange asume, con el beneplácito militar, la responsabilidad de llevar a la práctica las consignas fascistas. Mientras, en la zona conquistada se organizan la limpieza de la retaguardia según avanzan sus fuerzas. Se producen sacas con el consentimiento del mando militar, y tras ellas numerosos fusilamientos. Conforme la sublevación derivaba en una guerra y las zonas ocupadas se constituían en un nuevo Estado, la represión fue institucionalizándose. Se pretendió enmascarar esta situación con la emisión de diversos decretos y disposiciones legales, que culminaron con la publicación el 9 de febrero de 1939 de la ley de “Responsabilidades Políticas”2. Amparados en estas disposiciones, los consejos de guerra dictaron, en ausencia de cualquier garantía procesal, numerosas sentencias de muerte. Una vez finalizada la guerra, el proceso de “normalización” continuó desarrollándose, la represión se consolida, bajo cobertura legal, como instrumento político para asegurar y defender el nuevo Estado, siendo las propias autoridades las que inician y extienden el terror por toda España como medio para alcanzar sus objetivos políticos. 1 La instrucción reservada nº 1, firmada en Madrid el 25 de mayo de 1936, dirigida a los futuros jefes del pronunciamiento decía: “Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no adictos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas”. Una vez iniciada la revuelta en Pamplona, Mola insiste: es necesario propagar una atmósfera de terror (…). 2 Texto número 11 de las P.A.U. 6 5. LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA Uno de los aspectos más controvertidos entre los historiadores es el de las pérdidas humanas ocasionadas por el conflicto. Las cifras son muy dispares, tanto por la dificultad que supone medir la mortandad de una guerra, como por el hecho de que se incluyan o no las muertes indirectas, causadas por el hambre, la alteración de la natalidad o la represión de la posguerra. De forma aproximada, si sumamos las muertes ocasionadas por la guerra y la posguerra, la cifra rondaría el medio millón de habitantes. A ello habría que añadir las consecuencias de la caída de natalidad, así como el hecho de que la mortalidad se centró principalmente en la población joven y activa. Estrechamente relacionado con las pérdidas se encuentra la represión ya analizada en el apartado anterior. Una segunda pérdida significativa la constituye el exilio republicano. Desde el inicio de la guerra hubo gente que abandonó el país, y entre ellos muchos niños de familias republicanas. Pero fue a partir de la campaña de Cataluña, a comienzos de 1939, cuando se desencadenó una salida masiva. En las semanas finales los puertos levantinos se llenaron de refugiados que buscaban desesperadamente embarcar hacia el extranjero, temiendo las represalias. Muchos miles fueron capturados por las tropas nacionalistas y recluidos en campos de concentración. Se calcula que unas 450.000 personas abandonaron el país, la mayoría permaneció fuera de España. Además del desgarro que el exilio supuso para los afectados, la repercusión sobre la vida española fue enorme. Se trataba de una población mayoritariamente joven, activa, y sobre todo incluía a algunos de los sectores mejor preparados del país. Entre ellos estaban las elites científicas, literarias y artísticas de la Edad de Plata, cuya ausencia convertiría a la España del franquismo en un auténtico páramo cultural y en un desierto científico y tecnológico. En el terreno económico, la guerra significó la vuelta a una economía predominantemente agraria, tras la destrucción masiva del tejido industrial. Una buena parte de las ciudades y las redes de comunicaciones del país, sobre todo en el norte, estaban arrasadas. La caída de producción en todos los sectores se prolongó hasta la década de 1950. Consecuencia de todo ello fue el hundimiento de la renta y el hambre para la gran mayoría de los españoles durante los años de la posguerra. Desde el punto de vista social, supuso la recuperación del control de la economía por parte de la oligarquía tradicional, así como la eliminación de los derechos adquiridos por los trabajadores. Queda, por último, el efecto moral. La guerra dejó marcadas a varias generaciones, que prolongó durante muchos años la división y el enfrentamiento entre los españoles. 6. LA GUERRA CIVIL EN EXTREMADURA En julio de 1936 Extremadura quedó dividida en dos zonas: la provincia de Badajoz permaneció fiel al gobierno republicano; sin embargo, en la provincia de Cáceres triunfó la sublevación (excepto la zona de Navalmoral). Las operaciones militares se concentraron, en un principio, en el sudoeste de España. Los sublevados planeaban avanzar desde Andalucía Occidental hacia Badajoz, ocupar la ciudad y unirse a los sublevados de Cáceres para dirigirse a Madrid. Así, en agosto de 1936, las tropas franquistas, bajo el mando del teniente coronel Yagüe, se dirigieron hacia Extremadura. Los campesinos resistieron los ataques pero fueron derrotados en las poblaciones de Jerez de los Caballeros, Zafra y Almendralejo. El 11 de agosto de 1936, los sublevados tomaron Mérida y los jefes de la resistencia republicana fueron ejecutados. Badajoz, que estaba defendida por las tropas republicanas fue ocupada también por Yagüe, iniciándose una durísima represión. Los sublevados fusilaron a numerosos prisioneros en la plaza de toros de la ciudad. La brutalidad de los sucesos fue relatada por la prensa internacional, aunque el régimen de Franco siempre trató de reducir su significado. La provincia de Badajoz quedó profundamente marcada por el paso de esa “columna de la muerte”, que llevo aparejada un alto grado de violencia para amedrentar a otras zonas controladas por la República. También, a partir de entonces, la comunicación de la zona republicana con Portugal quedó cortada. 7 Tras la toma de Badajoz, una columna del ejército franquista ocupó Guadalupe y otra, Trujillo. Franco estableció provisionalmente su cuartel general en Cáceres el 26 de agosto de 1936, mientras sus tropas se dirigían a Talavera, Toledo y Madrid. Como consecuencia de las operaciones militares del verano de 1936, la mayor parte de Extremadura, que limitaba por el Sur con Andalucía Occidental y por el Norte con Castilla la Vieja, quedó integrada en la zona "nacional". La parte más oriental del territorio permanecía fiel a la República (la conocida como “Bolsa de la Serena”). Así, el frente militar dividía la región. En julio de 1938, el ejército sublevado, dirigido por el general Queipo de Llano, atacó a los republicanos, que perdieron Castuera, Don Benito y Villanueva de la Serena. Después, el frente extremeño se estabilizó, ya que los ejércitos de ambos bandos se concentraron en el Este peninsular para librar la decisiva batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938). En enero de 1939, las tropas republicanas prepararon una ofensiva en Extremadura para intentar contrarrestar el avance del ejército franquista en Cataluña, pero el mal tiempo detuvo las operaciones. Mientras, Queipo de Llano recibió refuerzos y los republicanos tuvieron que replegarse a las posiciones iniciales. En marzo de 1939, los sublevados emprendieron la ofensiva final y tomaron Madrid sin lucha. Desde el frente de Extremadura, los republicanos se retiraron en dirección a la costa mediterránea hasta que los franquistas ocuparon los últimos reductos del territorio peninsular. El 1 de abril finalizó la guerra y se inició una larga y dura posguerra para Extremadura. 8