EL CÓDIGO DA VINCI: ¿FICCIÓN O REALIDAD

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EL CÓDIGO DA VINCI: ¿FICCIÓN O REALIDAD?
Santiago Guijarro Oporto Universidad Pontificia de Salamanca
I. La historia comienza con un crimen sin resolver. Jacques Saunière,
renombrado restaurador del Louvre, es asesinado en circunstancias
extrañas. En su agonía, sin embargo, es capaz de trazar con su propia
sangre un elaborado mapa de símbolos, que podría conducir hasta sus
asesinos y desvelar el secreto motivo de su muerte. Afortunadamente se
encuentra de paso por París Robert Langdom, profesor de simbología
religiosa de la Universidad de Harvard, a quien recurre la policía
judicial francesa para descifrar la enigmática escena del crimen. Al
cabo de cincuenta páginas se incorpora a la investigación Sophie
Neveu, agente del Departamento de Criptografía, que resulta ser nieta
del famoso restaurador. Impulsados por una serie de acontecimientos,
ambos emprenderán una huida hacia adelante, que irá desvelando, enigma
tras enigma, el misterio custodiado desde los mismísimos orígenes del
Cristianismo por el Priorato de Sión, una sociedad secreta a la que
perteneció, entre otros, Leonardo da Vinci y de la que Saunière es el
último gran maestre. La revelación de este secreto supone un peligro
grave para la supervivencia de la Iglesia. El Vaticano y el Opus Dei
lo saben y harán todo lo posible para impedir que salga a la luz. He
aquí, en sus líneas generales, la trama del Código da Vinci, la famosa
novela de Dan Brown, que bate records de ventas en todo el mundo y que
pronto tendremos ocasión de ver en la gran pantalla.
II. La trama tiene todos los ingredientes de un género bien conocido: la
novela negra. Un crimen sin resolver, un enigma que desentrañar, un ritmo
trepidante que capta la atención del lector, deseoso de averiguar, por
fin, cuál es el secreto que tan celosamente custodiaba Jacques Saunière y
sus tres senéchaux, asesinados antes que él. Algunos críticos literarios
le han puesto mala nota. Juan Manuel de Prada, por ejemplo, en una
columna publicada en el diario ABC el día 4 de marzo de este año,
describe su lectura como una experiencia "abracadabrante" y afirma
que se trata de uno de los libros más toscos que nunca hayan caído en
sus manos. Sin embargo, los lectores, que se cuentan ya por decenas de
millones, le han dado un sobresaliente. Es el fenómeno editorial del
momento, un momento que dura ya más de dos años. El entusiasmo y el
interés que ha despertado este libro entre sus lectores llegan a tal
punto, que para muchos de ellos la ficción se ha convertido en
realidad. En sus páginas han encontrado, por fin, la verdadera historia
de los orígenes del Cristianismo y la clave para desenmascarar las
mentiras sobre las que la Iglesia católica ha construido su posición del
poder. Es cierto que Dan Brown contribuye a esta ceremonia de la
confusión cuando afirma, en la breve introducción sobre la naturaleza de
los hechos narrados, que "todas las descripciones de obras de arte,
edificios, documentos y rituales secretos que aparecen en esta novela son
veraces" (11). Hacia la mitad del libro, el autor desvela las claves que
determinan su re-construcción de los orígenes del Cristianismo. Es
entonces cuando los protagonistas del relato se encuentran con Sir Leigh
Teabing, un noble inglés a quien se presenta como personaje ilustrado. En
las páginas precedentes Brown ha abonado el terreno, depositando en la
mente del lector muchas preguntas sin respuesta. En esta larga
conversación, que dura casi diez capítulos (caps. 56-65, pp. 280-347),
comienzan a desvelarse las causas de la muerte de Sauniére y de la
trama que la ha provocado. Una de ellas es la "mentira" sobre la que
se asienta la explicación eclesiástica de los orígenes del
Cristianismo. El Cristianismo, según Teabing, fue una construcción del
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emperador Constantino, que vio en la naciente religión un instrumento
ideal para consolidar su poder. Fue él quien consiguió que Jesús fuera
reconocido como Dios en el concilio de Nicea a comienzos del siglo
cuarto. Antes de él -siempre según Teabing- Jesús era considerado un
hombre grande y poderoso, pero sólo un hombre. Constantino, y la
Iglesia cristiana después de él, ocultaron cuanto pudieron esta
condición humana de Jesús. Ocultaron, sobre todo, su relación con
María Magdalena, que dio lugar a una estirpe regia, cuya protección
es, hasta el presente, el principal cometido del Priorato de Sión.
Para enterrar de forma efectiva la memoria de este Jesús humano,
Constantino y la Iglesia realizaron una escrupulosa selección de las
memorias sobre Jesús, los evangelios, conservando sólo aquellos que
reconocían su divinidad y desechando los que le consideraban
simplemente humano.
III. Esta re-construcción de los orígenes del Cristianismo combina
hábilmente el dato histórico del llamado "giro constantiniano" con otra
serie de afirmaciones de dudoso valor que se cobijan bajo su sombra.
Nadie puede negar que el reconocimiento del Cristianismo por parte de
Constantino fue un hecho determinante, pero decir que el Cristianismo fue
una invención suya, afirmando que Jesús estuvo casado con María
Magdalena, que su divinidad fue reconocida sólo en el siglo cuarto y que
la selección de los cuatro evangelios canónicos fue un hecho totalmente
arbitrario, es algo muy distinto.
El lector avisado sabe que estas afirmaciones forman parte de la ficción
de la novela, pero muchos las han tomado al pie de la letra, convirtiendo
la ficción en realidad. Muchos otros se ven asaltados por la duda; no
saben con certeza qué valor tienen estas afirmaciones y se preguntan:
¿Hay en ellas algo de verdad?
1.- Consideremos, en primer lugar, la afirmación de que el reconocimiento
de la divinidad de Jesús fue el resultado de una apretada votación en el
concilio de Nicea, unos trescientos años después de su muerte. Así se lo
revela Sir Teabing a Sophie Neveu:
"ST: Hasta ese momento de la historia, Jesús era, para sus seguidores, un
profeta mortal. Un hombre grande y poderoso, pero un hombre, un ser
mortal.
SN: ¿No el Hijo de Dios?
ST: Exacto. El hecho de que Jesús pasara a considerarse 'el Hijo de Dios'
se propuso y se votó en el Concilio de Nicea.
SN: Un momento. ¿Me está diciendo que la divinidad de Jesús fue el
resultado de una votación?
ST: Y de una votación muy ajustada, por cierto. Con todo, establecer la
divinidad de Cristo era fundamental para la posterior unificación del
imperio y para el establecimiento de la nueva base del poder en el
Vaticano. Al proclamar oficialmente a Jesús como Hijo de Dios,
Constantino lo convirtió en una divinidad que existía más allá del
alcance del mundo humano, en una entidad cuyo poder era incuestionable.
Así se sofocaban posibles amenazas paganas al Cristianismo, sino que
ahora los seguidores de Cristo sólo podían redimirse a través de un canal
sagrado bien establecido: la Iglesia católica apostólica romana." (290)
Dejemos a un lado el evidente anacronismo que supone hablar en el siglo
cuarto de la "iglesia católica apostólica romana" y de su "base de poder
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en el Vaticano", y vayamos a la afirmación fundamental: antes de
Constantino Jesús no era considerado Dios por sus seguidores. Para
desmentirla de forma rotunda bastaría mencionar una monografía de casi
mil páginas publicada hace dos años por Larry Hurtado, profesor de la
Universidad de Edimburgo. No es que este tema se haya aclarado
recientemente, sino que esta obra, recogiendo los resultados de otros
muchos estudios precedentes, muestra de forma convincente cómo los
primeros cristianos reconocieron muy desde el principio la condición
divina de Jesucristo. Este libro examina los testimonios de los dos
primeros siglos del Cristianismo, en los que aparece de forma evidente
este reconocimiento temprano de la divinidad de Jesús, que Dan Brown, por
boca de Sir Teabing, sitúa en el siglo cuarto.
Como ejemplo de este reconocimiento temprano puede citarse un antiquísimo
himno cristiano, que San Pablo evoca en su Carta a los Filipenses:
"[Cristo Jesús], siendo de condición divina,
no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios.
Al contrario, se despojó de su grandeza,
tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres.
Y en su condición de hombre, se humilló a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está por encima de todo
nombre, para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla
todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios
Padre." (Flp 2,6-11)
La Carta a los Filipenses fue escrita en los años cincuenta, de modo que
este himno es anterior a esa fecha. Esto significa que en las comunidades
paulinas se confesaba con toda claridad la divinidad de Jesucristo en los
años inmediatamente posteriores a su muerte. Los testimonios acerca de la
antigüedad de esta convicción entre los primeros cristianos podrían
multiplicarse aduciendo textos de otras tradiciones cristianas, todos
ellos del siglo primero, pero es un dato tan evidente que no requiere, a
mi modo de ver, más comentario. La inmensa mayoría de los escritos
contenidos en el Nuevo Testamento, incluidos los evangelios, fueron
compuestos en el siglo primero, y en todos ellos encontramos una
confesión explícita de la divinidad de Jesucristo.
2.- Dejaremos para el final la más "morbosa" de las tres afirmaciones
antes mencionadas (la relación de Jesús con María Magdalena) para
detenernos brevemente en la que sostiene que los evangelios canónicos, es
decir, los que tenemos en nuestras Biblias, fueron seleccionados
tendenciosamente.
Escuchemos de nuevo lo que dice el ilustrado Sir Teabing sobre el tema:
"Jesús fue una figura histórica de inmensa influencia. Es comprensible
que miles de seguidores de su tierra quisieran dejar constancia escrita
de su vida. Para la elaboración del Nuevo Testamento se tuvieron en
cuenta más de ochenta evangelios, pero sólo unos acabaron incluyéndose,
entre los que estaban los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan" (288).
"Los Manuscritos del Mar Muerto se encontraron en la década de 1950 en
una cueva cercana a Qumrán, en el desierto de Judea. Y también están,
claro ésta, los manuscritos coptos hallados en Nag Hammdi en 1945. Además
de contar la verdadera historia del Grial, esos documentos hablan del
ministerio de Cristo en términos muy humanos. Evidentemente, el Vaticano,
fiel a su tradición oscurantista, intentó por todos los medios evitar a
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divulgación de estos textos." (291-2)
De nuevo tenemos que pasar por alto una serie de "detalles" que no tienen
fundamento alguno, para centrarnos en la afirmación central. Dejaremos a
un lado la afirmación de que los Manuscritos del Mar Muerto hablan del
ministerio de Cristo, pues como todo el mundo sabe, estos textos no
mencionan nunca a Jesús. Tampoco nos detendremos en la tesis de que el
Vaticano intentó por todos los medios evitar la divulgación de estos
textos y de los hallados en Nag Hammadi, pues, como es bien sabido, la
publicación de estos textos ha estado en manos de los expertos y no del
Vaticano.
La afirmación central, como en el caso anterior, se sustenta sobre un
dato histórico: de entre los diversos evangelios escritos en los primeros
grupos cristianos, sólo cuatro entraron a formar parte del Nuevo
Testamento. Pero bajo esta afirmación se cobijan otras que son claramente
falsas. No se puede decir, en absoluto, que los códices hallados en Nag
Hammadi y los rollos de Qumrán fueron los "primeros documentos del
Cristianismo" (p. 305). Tampoco es cierto que los evangelios no incluidos
en el canon hablen de un Jesús más humano que los evangelios canónicos.
Ya hemos aclarado que los Manuscritos del Mar Muerto no hablan en
absoluto de Jesús, sino de un grupo judío, probablemente la secta de los
esenios.
Los códices hallados en Nag Hammadi contienen diversos tratados, la
mayoría de ellos de carácter gnóstico, escritos en copto durante el siglo
cuarto. Algunos de estos tratados son traducción de textos originalmente
escritos en griego durante el siglo segundo. El caso más emblemático y
conocido es el del Evangelio de Tomás, una colección de dichos y
anécdotas de Jesús, que tienen importantes paralelos con la tradición
recogida en los evangelios sinópticos.
El problema con estos textos es que muchos hablan de ellos, pero pocos
los han leído. Este mismo mes se ha anunciado a bombo y platillo el
descubrimiento de un evangelio del que tan sólo teníamos algunas noticias
por San Ireneo: el Evangelio de Judas. Mucha gente está hablando de él,
pero casi nadie lo ha leído. Cuando se leen estos textos, enseguida se
percibe que su mundo de ideas refleja la mentalidad y las preocupaciones
de grupos sectarios muy reducidos durante el siglo segundo. Los
evangelios canónicos, sin embargo, reflejan la situación de Palestina en
el siglo primero, es decir, el mundo en que vivió Jesús, y desde luego se
refieren a su condición humana mucho más que los evangelios gnósticos.
Hubo una selección. Es cierto. Pero no fue tan arbitraria ni tan tardía
como afirma el ilustrado estudioso de la novela de Dan Brown. La
selección la fueron haciendo, con gran sensatez, las comunidades
cristianas del siglo segundo, ante la proliferación de evangelios que
supuestamente contenían revelaciones ocultas. Hacia mediados del siglo
segundo, y con toda certeza a comienzos del tercero, el canon de los
evangelios estaba fijado. Gracias a ello se conservaron los evangelios de
Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que son los más antiguos y los más cercanos
a Jesús en todos los sentidos.
Las afirmaciones de Dan Brown sobre el papel de Constantino en el
reconocimiento de la divinidad de Jesucristo y en la formación del canon
del Nuevo Testamento carecen, por tanto, de fundamento y sólo pueden
comprenderse como parte de una ficción literaria.
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3.- Pero, ¿Puede decirse lo mismo de la relación de Jesús con María
Magdalena? Sobre ella se asienta toda la trama de la novela, pues el
Santo Grial no es otra cosa que la descendencia de ambos, la sangre real,
el Sangreal.
Cedamos de nuevo la palabra al ilustrado Sir Teabing, que relaciona la
purga de los evangelios con el deseo de ocultar el aspecto más humano de
Jesús:
"La Iglesia primitiva necesitaba convencer al mundo de que Jesús, el
profeta mortal, era un ser divino. Por tanto, todos los evangelios que
describieran los aspectos 'terrenales' de su vida debían omitirse en la
Biblia. Por desgracia para aquellos primeros compiladores, había un
aspecto 'terrenal' especialmente recurrente en los evangelios: Maria
Magdalena y más concretamente su matrimonio con Jesús" (303-304)
María Magdalena es una figura fascinante y compleja. La tradición más
antigua sobre ella se encuentra en los relatos de la pasión, y de forma
especial en el relato de la tumba vacía. Ella y otras mujeres reciben el
encargo de anunciar a los discípulos que Jesús ha resucitado. En el
evangelio de Juan este encargo se le confía solo a ella, y este hecho le
valió más tarde el título de "apostola apostolorum", apóstol de los
apóstoles. Los evangelios canónicos, los más antiguos, la presentan, por
tanto, como discípula de Jesús y testigo de su resurrección.
Sin embargo, en el siglo segundo la memoria de María Magdalena fue
reivindicada por algunos círculos gnósticos, que vieron en ella la
depositaria de revelaciones sobre la verdadera gnosis, es decir, sobre el
verdadero conocimiento. Existe un Evangelio de María, que Sir Teabing
cita como prueba de sus afirmaciones (307-8). Es un texto muy breve de
apenas tres páginas, en el que se describe la relación entre Jesús y
María en términos de conocimiento y amor. Pedro, por ejemplo, se dirige a
ella con estas palabras: "Hermana, sabemos que el Salvador te amaba más
que a las demás mujeres. Dinos sus palabras, que tú, no nosotros, conoces
y recuerdas" (EvMar 8)
De María se habla también en el Evangelio de Felipe, otro escrito
gnóstico del siglo tercero, que obviamente cita Sir Teabing (p. 306). El
pasaje citado tiene ciertas lagunas debidas al deterioro del códice, pero
puede reconstruirse con bastante seguridad. Según la versión de Santos
Otero dice así:"La compañera de[l Señor fue] María Magdalena. [Pero
Cristo la amó] a ella más que a todos los discípulos y la besaba a menudo
en [la boca]. El resto de [los discípulos se ofendieron y expresaron su
desaprobación]. Le dijeron: ¿Por qué la amas a ella más que a todos
nosotros. Y el Salvador les respondió: ¿Por qué no os amo a vosotros como
a ella? (EvFel II.363,34-64,5).
Este pasaje se interpreta en la novela sin tener en cuenta su contexto.
Si Jesús besaba a María en la boca es que tenía con ella una relación
íntima. Pero en el mismo Evangelio de Felipe, Jesús besa también a los
discípulos en la boca. ¿Deberíamos deducir de esto que Jesús era
homosexual, o incluso bisexual? Insisto en que hay que leer los textos,
porque si se lee el Evangelio de Felipe se descubre que el beso era una
metáfora para expresar la comunicación del conocimiento que libera al
gnóstico de su prisión en la carne:"El perfecto -leemos en el Evangelio
de Felipe- concibe y da a luz [el conocimiento] a través del beso, y por
ello nos besamos unos a otros" (EvFel II.3.59,1-2).
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La figura de María Magdalena evocada en estos textos y su papel en los
comienzos del Cristianismo han dado lugar recientemente a especulaciones
sensacionalistas que siguen la estela del Código Da Vinci.
Juan Arias publicó el año pasado una biografía de la Magdalena, que El
País (8 de Noviembre de 2005, p. 38) anunció con una larga entrevista
encabezada por este titular: "Si se quiebra el tabú de Magdalena, llega
la revolución a la Iglesia".
Un autor más documentado, Bruce Chilton, evalúa así las modernas teorías
sobre la relación de María Magdalena con Jesús: "El estudio moderno de
María Magdalena ha heredado la ambivalencia cristiana y gnóstica hacia
las mujeres y la sexualidad. El resultado es que, incluso cuando se
quiere subrayar la importancia de María, a menudo se hace a costa de su
identidad histórica. En la cultura popular se ha convertido en un símbolo
sexual, la consorte de Jesús, una adepta tántrica o la copa sagrada para
su semilla, y de este modo se ha marginado, distorsionado o ignorado su
influjo, porque todo lo que importa saber es si tuvo relaciones sexuales
con Jesús o no" (p. xiv).
Lo que dicen los evangelios apócrifos sobre María Magdalena y su relación
con Jesús refleja la situación de los círculos en que éstos se
escribieron, no la relación que de hecho tuvieron durante el ministerio
de Jesús. La noticia de que Jesús y María tuvieron descendencia es
absolutamente desconocida para el cristianismo antiguo.
IV. Debemos concluir, por tanto, que la reconstrucción de los orígenes
del Cristianismo propuesta por Brown a través de las doctas palabras de
Sir Teabing es una ficción literaria. Pero, dado que muchos han tomado
esta ficción como la recuperación de una verdad secularmente ocultada,
debemos preguntarnos por qué se ha producido esta asombrosa metamorfosis.
Ciertamente no puede explicarse del todo por la habilidad literaria del
autor ni por su erudición, que, al menos en lo que se refiere al
cristianismo antiguo, deja mucho que desear. Tampoco puede explicarse
sólo por la extendida ignorancia acerca de estos temas, ciertamente
complejos y por ello fácilmente manejables para inventar secretas tramas
y ocultos complots. Estos dos factores son una buena combinación que
explica parte del éxito de la novela y la asombrosa metamorfosis a que ha
dado lugar. Pero no son el factor determinante, sencillamente porque no
es la primera vez que una novela combina estos ingredientes.
El factor determinante es, a mi modo de ver, otro. Dan Brown ha logrado
proponer de forma convincente, para quienes estaban interesados en ello,
una re-construcción del pasado que redefine el papel de la religión
mayoritaria de occidente. Probablemente no ha sido esta su intención,
pero la forma en que ha sido recibida su novela ha producido este efecto.
Lo más relevante de todo este fenóme-no no es la novela en sí, sino su
"recepción", que invita a algunas reflexiones.
Los sociólogos descubrieron hace ya tiempo que los seres humanos no nos
relacionamos con la realidad en sí misma, sino con la realidad
socialmente construida, es decir, con la representación de la misma que
un grupo humano o una sociedad elabora con el paso del tiempo para poder
manejarse más fácilmente en ella. Este descubrimiento básico se ha
aplicado a muchos campos. Uno en el que ha sido especialmente fecundo es
el de los estudios sobre la memoria social. Maurice Hallbwachs, un
discípulo de Henri Bergson y Emile Durkeim, estudió hace más de medio
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siglo este fenómeno y mostró que los grupos construyen y re-construyen su
pasado guiados, en parte, por los intereses y preocupaciones de las
situaciones que viven en el presente. La recuperación del pasado no es
nunca inocente, porque un grupo o una sociedad son, en gran medida,
aquello que recuerdan acerca de sí mismos. Dicho de otra forma, la
memoria social es un elemento determinante de la identidad social.
El hecho de que la re-construcción de los orígenes del Cristianismo
realizada por Dan Brown de forma tosca en el marco de un relato de
ficción se haya convertido para muchos en una interpretación autorizada
del surgimiento del Cristianismo, que es la religión mayoritaria de
Occidente, es muy significativo. Es obvio que han sido las preocupaciones
y las circunstancias que viven los lectores las que han obrado esta
transformación. La creciente desconfianza en la Iglesia, el deseo de
liberarse de una tutela que se percibe como limitadora de la propia
libertad, o la necesidad de rebelarse contra normas y marcos de
convivencia opresivos, no son ajenos a la recepción que han dispensado
los lectores a la re-construcción de los orígenes del Cristianismo
esbozada en la novela de Dan Brown.
Muchos de estos lectores "creen" esta reconstrucción porque en ella se
cuestiona la legitimidad de la Iglesia de la forma más radical, pues al
re-construir de forma diferente sus orígenes se re-define su misma
identidad. Si la divinidad de Jesús y, en definitiva, la fundación de la
Iglesia fueron obra de Constantino, y si la principal preocupación de los
dirigentes eclesiásticos ha sido ocultar la verdad sobre sus orígenes,
entonces todo lo que ellos digan estará guiado por el deseo de conservar
su propia posición de poder, y por tanto no merecen ser escuchados. Es
inevitable recordar aquí el famoso dicho de Chesterton: "Cuando se deja
de creer en Dios se acaba creyendo en cualquier cosa".
Esta forma de re-presentar los orígenes del Cristianismo tiene el efecto
de borrar uno de los elementos que constituyen la identidad colectiva de
las sociedades occidentales. Si el Cristianismo fue una invención,
entonces podemos prescindir de él a la hora de construir nuestra
identidad como sociedad emancipada de toda tutela. En este sentido, la
recepción del Código da Vinci es un fenómeno social relacionado con la
reciente discusión acerca de la mención de las raíces cristianas en la
Constitución europea. El Occidente post-cristiano quiere borrar de su
memoria compartida sus orígenes cristianos y la mejor forma de hacerlo
consiste en estigmatizarlos.
Lo que a mi modo de ver revela la recepción del Código da Vinci, lo mismo
que las publicaciones pretendidamente científicas que tratan sobre
sociedades ocultas, secretos escondidos o perversas tramas eclesiásticas
es una reacción adversa frente a la religión institucionalizada, que en
Occidente se identifica con la Iglesia católica y sobre todo con el
Vaticano. Es admirable que una sociedad cada vez más crítica en su
análisis de la realidad, reciba con agrado estas interpretaciones
tendenciosas y carentes de rigor histórico de sus propias raíces. Lo
nuevo del fenómeno Da Vinci no es el hecho de haber propuesto una de
estas interpretaciones, sino que el intento haya logrado, en muchos
casos, convertir la ficción en realidad.
Bibliografía citada.
J. ARIAS, La Magdalena. El último tabú del cristianismo (Madrid:
Aguilar 2005)
D. BROWN, El código da Vinci (Barcelona: Umbriel 2003)
7
B. CHILTON, Mary Magdalene. A Biography (New York: Doubleday 2005)
M. HALLBWACHS, La Memoire collective (París: Presses Universitaires de
France 1950)
L. HURTADO, Lord Jesus Christ. Devotion to Jesus in Earliest Christianity
(Eerdamans 2003) Nota en Salmanticensis.
A. de SANTOS OTERO, Los evangelios apócrifos (Madrid: BAC 1999, 10ª ed.)
8
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