2. La filosofía como reflejo especular de la realidad. Johanna Córdoba

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La filosofía como el reflejo especular de la realidad
Un interés común a muchos filósofos de distintas épocas ha sido encontrar la manera
adecuada de aprehender la realidad. El hombre se ve rodeado por una multitud de cosas
y de seres que constituyen el mundo. En su vivir, ha querido comprender qué es eso que
lo rodea. Del conocimiento que el hombre consigue de su entorno depende su capacidad
para sobrevivir y valerse de él. Pero aparte de la motivación pragmática que explica el
deseo de comprender la realidad, también hay en el hombre un deseo de conocer por
conocer: nos gusta conocer nuestro mundo y conocernos a nosotros mismos.
Cuando el hombre se pone a reflexionar sobre la realidad, sobre las cosas que
conforman la realidad, se da cuenta de que todo está en continuo cambio y de que nada
parece permanente. La realidad es un eterno fluir y no es posible que un evento se repita
en el tiempo. No es posible entrar dos veces en el mismo río porque la segunda vez que
entremos al río, éste y nosotros no seremos los mismos, piensa Heráclito. Entonces
surge el problema de cómo conocer una realidad que está cambiando todo el tiempo. Si
la realidad es movimiento, cómo conocerla, si cuando intentamos aprehenderla ella
misma ya se ha desvanecido. La realidad es como el agua; cuando la cogemos se escapa
entre nuestros dedos. La solución que la filosofía tradicional ha encontrado frente a la
incapacidad de asir la realidad se basa en que, aunque la realidad cambie
constantemente hay algo que, no obstante, permanece. Las cosas cambian pero
mantienen una identidad. Lo que hace que una cosa tenga una identidad es lo que
comúnmente se conoce como esencia.
De modo que las cosas tienen dos aspectos, el esencial y el aparente. El cambio es la
apariencia y la identidad es la esencia. Sin embargo, Hegel plantea que el carácter
esencial que la filosofía les ha imputado a las cosas no proviene de la naturaleza misma
de las cosas sino de la proyección que hace el yo de su propia estructura en la estructura
del objeto que quiere conocer. El individuo sabe que también cambia pero reconoce que
hay algo en él que se mantiene idéntico a través de sus cambios; ese algo es el yo. Por
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eso, cuando el hombre se pregunta por la naturaleza de los objetos cree que en ellos
también hay algo que permanece.
En consecuencia, la filosofía creyó que cualquier conocimiento de la realidad debía
centrarse en lo permanente de ella. Se pensaba que conocer consistía en elaborar ideas
generales y conceptos que dieran cuenta de la mayor cantidad de eventos y seres
particulares. Por ejemplo, conocer una mesa era visto, entonces, como un proceso que
consistía en partir de la experiencia de la existencia de varios entes que compartían unas
características y elaborar un concepto. Lo común a todos los seres que llamamos
“mesa”, esto es, su esencia, era lo que el concepto de mesa debía aprehender.
Todo saber era entonces un conjunto de conceptos que explicaban cierta porción o
sector de la realidad. Y tales conceptos eran entidades fijas, quiescentes. Entre más fijo
es un concepto, se pensaba, mayor es su poder, por cuanto es menos susceptible de ser
refutado. Así, el conocimiento estructurado en conceptos se había mostrado como algo
estático, a lo largo de la historia occidental. Durante largo tiempo, muchos pensadores
emprendieron la aventura de hallar un concepto o un fundamento verdadero e inmutable
sobre el cual construir el conocimiento.
Con Hegel acontece un cambio radical en la concepción de conocimiento. Para él, la
realidad es un devenir, es movimiento y, por eso mismo, es imposible de aprehender. La
idea tradicional de que las cosas tienen una esencia y una apariencia es un espejismo. La
realidad es tan sólo apariencia. Es pura manifestación. Es fenómeno. La realidad en
tanto fenoménica no tiene tras de sí un mundo nouménico en el que estén las esencias de
las cosas. Por eso, Hegel encuentra que el concepto que mejor explica la naturaleza de
la realidad es el concepto de fuerza. Una fuerza es cuando pasa de estar en potencia a
estar en acto; sin embargo, al volverse acto, al manifestarse y ser lo que es, se desvanece
como tal. La realidad, al igual que la fuerza, es pura manifestación, y en ese
manifestarse se desintegra o se diluye.
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Hegel vuelve a plantearse la pregunta de cómo conocer una realidad que sabemos que es
pasajera e inconsistente. Hegel plantea que un conocimiento que está estructurado en
conceptos estáticos parece no ser suficiente para dar cuenta de la realidad. ¿Puede un
conocimiento, cuyas unidades constitutivas son estáticas, explicar una realidad
cambiante? ¿Podemos valernos de un concepto estático para aprehender algo que, de
hecho, está en movimiento? No parece que un conocimiento pensado como conjunto de
conceptos fijos sea adecuado para explicar una realidad semoviente.
De ahí el énfasis que Hegel le pone a la necesidad de transformar el concepto de
“concepto”. Los conceptos deben ser pensados como entidades que se desarrollan y se
van enriqueciendo con el tiempo y en el tiempo. Desde esta perspectiva, un concepto
fijo es, como tal, falso, por cuanto carece de un desarrollo que lo haga verdadero. La
verdad de un concepto reposa en su enriquecimiento. Por eso, lo que debe hacer la
filosofía ahora es tomar los conceptos fijos tradicionales y desarrollarlos. Debe llevarlos
hasta el límite, hasta sus últimas consecuencias. Y sólo cuando se llegue a ese límite, el
concepto se habrá agotado y se habrá desarrollado plenamente. Solamente volviendo
fluidos los conceptos estáticos se retorna a la realidad, se la comprende en su fluidez, en
su movimiento. El método dialéctico que Hegel utiliza en la Fenomenología implica,
precisamente, ese partir de un concepto estático, salir de él y desarrollarlo, para
finalmente volver a él, pero ahora como concepto enriquecido.
Concebir el concepto como una entidad que se desarrolla y progresa es más útil para
explicar la realidad. Si la realidad es cambiante y evoluciona a través del tiempo, el
conocimiento que pretenda aprehenderla debe ser también cambiante y evolutivo. De
modo que si la estructura de la realidad es el movimiento, la estructura del conocimiento
sobre ella debe ser también móvil. La filosofía debe ser el reflejo especular de la
realidad. Hay que llegar a un conocimiento cambiante que explique una realidad
cambiante.
A la luz de esta tesis, entonces, empiezan a tener sentido afirmaciones hegelianas como
la de que el método filosófico consiste en ver la realización de un concepto en la
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realidad. Dado que para Hegel la realidad es pensamiento y las cosas materiales son
sólo momentos de esa realidad deviniente, entonces, siendo los conceptos las unidades
elementales del pensamiento, la realidad material es la manifestación o encarnación de
aquellos conceptos que tienen un desarrollo. El despliegue de la realidad es el
despliegue de un concepto.
La posición hegeliana se revela como más convincente que la posición filosófica
tradicional frente a cómo debe ser el conocimiento de la realidad. Con la propuesta
hegeliana se le da una fuerte sacudida a la forma como se venía haciendo filosofía hasta
ese momento. El carácter deviniente del concepto para Hegel también tendrá una
incidencia en otros saberes, tales como la ciencia.
Sabemos que Hegel tenía una opinión peculiar frente al lugar que ocupa la filosofía en
el desarrollo de una cultura. Para Hegel, la filosofía es el punto culmen de una
determinada época histórica, es la reflexión sobre los acontecimientos en los que se ha
visto envuelto un pueblo durante una época. Cuando una cultura empieza a hacer
filosofía, piensa Hegel, está llegando al fin de una etapa de desarrollo. Por eso, Hegel
opina que con su filosofía se está cerrando una etapa histórica que comenzó en Grecia y
que termina con la modernidad.
Aunque no es equivocada esta visión de la filosofía como aquello que recoge las
concepciones y desarrollos de una época, es posible modificarla por su contraria, esto
es, imaginar que la filosofía, en vez de cerrar épocas, las abre. Podemos pensar en la
filosofía hegeliana a la luz de esta nueva posibilidad. Con la idea de que la realidad está
en continuo cambio y progresa hacia un fin, y de que los conceptos no deben ser
estáticos sino cambiar y evolucionar, Hegel se está anticipando a una de las épocas
históricas más significativas que marcarán un nuevo rumbo del conocimiento científico,
a saber, la teoría biológica de la evolución de Darwin.
Así, Hegel además de ser la plenificación de los ideales de la época moderna es el
precursor de una nueva era en el conocimiento científico, que estará determinada por la
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visión darwiniana de la evolución. La teoría darwiniana de la evolución de las especies
es una consecuencia de la visión hegeliana de la realidad como proceso racional.
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