mitos catástrofes

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Mitos y realidades de las catástrofes
por Sibila Camps (Argentina)
Mito 1: Después de un desastre natural sobrevienen brotes epidémicos, epidemias o incluso plagas.
Realidad: Las epidemias no se producen espontáneamente después de un desastre. La
clave para prevenir cualquier enfermedad es mejorar las condiciones sanitarias y educar a
la gente.
Mito 1 a: Los cadáveres causan epidemias. Por lo tanto, hay que enterrarlos rápidamente
en fosas comunes, o bien cremarlos en piras colectivas.
Realidad: Los cadáveres no causan en sí mismos enfermedades. Si los que murieron no
padecían una enfermedad infectocontagiosa, tampoco podrán trasmitirla después de
muertos. Los microorganismos que causan la descomposición, no son del mismo tipo de
los que generan enfermedades. Por lo tanto, no es necesario agravar el trauma colectivo
de una catástrofe con la violencia de no poder velar y despedirse de los muertos. (Se recomienda el libro Manejo de cadáveres en situaciones de desastre, publicado por la
Oficina Panamericana de la Salud, en Internet en el sitio www.paho.org).
Mito 1 b: El agua de la inundación está contaminada.
Realidad: El agua de la inundación no está más contaminada que otras veces. Si las personas han muerto ahogadas y sus cuerpos aún no han podido ser recuperados, no contaminan el agua. Además, fuera del agua hay tantos gérmenes como en ella. El mito del
agua envenenada se explica porque ya se la padeció como agente agresor.
Mito 1 c: El mayor foco de contagio es el agua de la inundación.
Realidad: Por lo general, cuando se registran enfermedades infectocontagiosas en un
número mayor de casos que el habitual, la principal razón de los contagios radica en el
hacinamiento de las personas que tuvieron que abandonar sus hogares, en especial en los
centros de evacuados.
Mito 1 d: Hay que vacunar masivamente para evitar epidemias.
Realidad: Las vacunas son vistas como una panacea o como un elemento mágico: “En
medio de esta tragedia, algo me tiene que proteger”. Pero la realidad es que la vacunación
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o revacunación masivas están indicadas en muy pocos casos, cuando se detecta una
concentración peligrosa de determinados gérmenes en las fuentes de agua para consumo
humano. Aún así, la inmunización no es indiscriminada, sino que debe abarcar sólo a franjas precisas de la población, en determinadas edades y/o en función del riesgo de infección o de contagio. Además, las vacunas para ciertas enfermedades no suministran un
porcentaje total o casi total de inmunización, por lo que siempre es fundamental el poner el
acento en mejorar las condiciones de higiene y, sobre todo, de potabilización del agua. La
ignorancia o la presión sobre las autoridades sanitarias para que realicen una vacunación
masiva puede implicar enormes e innecesarios gastos de dinero, esfuerzos y tiempo; y, al
mismo tiempo, descuidar las prevenciones en materia de higiene y salubridad.
Mito 2: Los desastres naturales no discriminan a las víctimas.
Realidad: Por lo general, los desastres naturales golpean con mayor fuerza a los grupos
más vulnerables, es decir, a las personas más pobres, y a los niños, los ancianos, las mujeres y los discapacitados. Esto ocurre por dos razones: porque debido a su situación económico-social están asentados en zonas de riesgo –sumado al hecho de que sus viviendas también suelen ser precarias o más vulnerables–, y porque no cuentan con una estructura sociolaboral que les permita recuperarse con mayor facilidad.
Mito 3: Hay más muertos de los que se reconoce oficialmente. El gobierno oculta la cifra
real.
Realidad: Este mito puede tener cuatro orígenes, no necesariamente excluyentes:
 La desconfianza hacia las autoridades, que se acrecienta cuando la catástrofe era evitable o prevenible, y las autoridades hicieron poco o nada para que no ocurriera o para
reducir los riesgos o los efectos. Se basa en un mecanismo psicológico llamado desmentida de la percepción: cuando a uno le dicen que lo que está percibiendo no es verdad, le modifican el registro de la realidad.
 A muchos sobrevivientes les fue tan difícil salvarse, que creen que otras personas que
estaban en su misma situación o peor, seguramente deben de haber muerto. Otros
creen que el número de víctimas es mayor porque, cuando rescataban a algunas personas, sentían llorar y gritar a muchas más, y no les alcanzaban los brazos para ayudarlos.
 La sensación de pérdida individual es tan grande, que sólo puede equipararse con un
duelo igual a nivel colectivo.
 En cierto tipo de desastres, cuando la evacuación o autoevacuación masiva no han sido
preparadas ni se realizan en forma organizada, sino que se producen como una desbandada o en medio del pánico, es frecuente que los integrantes de los hogares se dis-
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persen y puedan volver a reunirse recién después de algunos días. Tanto las autoridades como los medios suelen hablar de desaparecidos, una palabra que, inmediatamente después de la tragedia, suele tener el significado de casi seguro que han muerto.
Después de la inundación que arrasó con un tercio de la población de la ciudad argentina de Santa Fe, el 29 de abril de 2003 (135.000 evacuados y autoevacuados), cuando
los “desaparecidos” sumaban miles, los medios locales adoptaron el término desencontrados, para diferenciarlos de los miles de desaparecidos de la última dictadura militar
(1976-1983), personas asesinadas por el terrorismo de Estado cuyos cadáveres en su
mayoría nunca fueron hallados. A las tres semanas de ocurrida la inundación, sólo una
persona no había sido localizada y continúa desaparecida.
En un primer momento puede ocurrir que las autoridades den una cifra más baja de muertos, sobre todo debido al caos originado por la catástrofe. Aún cuando, en casos muy especiales, tuvieran interés en minimizar los efectos, es técnicamente imposible ocultar y/o
trasladar cadáveres en una situación de tanta perturbación como ésta, sin que nadie se
entere. Por el contrario, pronto comprenden que sólo la admisión pública de la magnitud
del desastre les permitirá recibir ayuda para asistir a los sobrevivientes y reparar la infraestructura destruida o dañada.
En el caso de catástrofes que ocurren de improviso y tienen una duración limitada –un terremoto, un alud, un atentado terrorista–, también es frecuente que algunos sobrevivientes
en estado de shock sufran de amnesia y se pierdan.
Mito 4: La población afectada está demasiado conmocionada como para asumir la responsabilidad por su propia supervivencia.
Realidad: Por el contrario, muchísimas personas encuentran nuevas fuerzas en medio de
una situación de emergencia. Se refleja no sólo en el considerable número de voluntarios,
sino también en la enorme capacidad de respuesta de los damnificados para reorganizarse en forma colectiva y hacer frente a las contingencias desfavorables.
Mito 5: Las catástrofes ponen al descubierto los peores rasgos del comportamiento humano.
Realidad: Pueden producirse casos aislados de comportamiento antisocial, pero la inmensa mayoría de las personas responde espontáneamente con gran generosidad y solidaridad, y abundan los héroes anónimos.
Mito 5 a: Después de las catástrofes vienen los saqueos. Por lo tanto, alguien tiene que
quedarse a cuidar lo que queda.
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Realidad: Si bien puede haber algunos casos de saqueos, los índices delictivos bajan
siempre abruptamente después de una catástrofe. Resulta tan difícil como peligroso el
robar en una casa inundada o derrumbada tras un terremoto. Pero la sensación de pérdida
total hace pensar en proteger lo irrecuperable; esta actitud de quedarse a cuidarlo entraña
riesgos concretos y un rápido deterioro de la salud física y mental.
Mito 5 b: Las autoridades y/o las fuerzas de seguridad están aprovechando la catástrofe
para hacer “limpieza” de delincuentes.
Realidad: Son imágenes culturales anteriores al desastre, que se reactualizan y potencian
por la crisis. Esto se acentúa cuando la población más afectada pertenece a la clase baja,
debido a la espacialización de la violencia y del delito, identificados con los lugares donde
se producen o de donde provienen supuestamente sus autores. En los hechos, tanto las
autoridades como las fuerzas de seguridad están demasiado ocupadas –y a menudo,
también desbordadas– en la atención de la emergencia.
Mito 5 c: Todas las noches hay tiros. Vieron un cadáver con un cartelito que decía “por
robar”.
Realidad: Se pone al descubierto la fuerte desconfianza previa en las instituciones responsables de la seguridad. En las inundaciones, cuando algunos jefes de familia deciden
quedarse en los techos de sus viviendas a cuidar lo que pudieron salvar o suponen que
queda, por la noche, debido a la oscuridad (la electricidad permanece cortada), a veces se
comunican entre sí con disparos, para hacerse saber que se encuentran bien.
Mito 6: Se necesitan médicos voluntarios extranjeros con cualquier clase de antecedentes.
Realidad: La población local cubre casi siempre los requerimientos inmediatos de salvamento. El personal médico que se necesita debe tener especializaciones o habilidades de
las que se carece en el país afectado.
Mito 7: Se necesita cualquier tipo de asistencia internacional y de manera inmediata.
Realidad: Una respuesta precipitada que no se base en la evolución imparcial sólo contribuirá al caos. Es mejor esperar hasta que se hayan evaluado las necesidades reales. De
hecho, casi todas son cubiertas por las propias víctimas y los gobiernos e instituciones
locales, no por intervenciones extranjeras.
Mito 8: La mejor alternativa es ubicar a las víctimas en campamentos provisionales.
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Realidad: Esta debe ser la última alternativa, ya que provoca muchos inconvenientes:
desarraigo, hacinamiento, problemas sanitarios, problemas de convivencia, dificultades
para trasladarse a los lugares donde realizan las tareas habituales (estudio, trabajo, atención médica, etc.), marginación. Por el contrario, lo más adecuado es ayudar a las familias
para que puedan reconstruir sus viviendas y volver cuanto antes a sus hogares. Muchas
organizaciones utilizan los fondos normalmente destinados a la adquisición de tiendas de
campaña para comprar, en el propio país afectado, materiales, herramientas y otros artículos relacionados con la construcción; esto, además, ayuda a reactivar la economía local.
Mito 9: Llegó muchísima ayuda solidaria y/o del gobierno nacional, pero las autoridades
locales se quedan con buena parte, para repartírselo entre ellos o para revenderlo.
Realidad: El desvío de donaciones o de ayuda oficial ocurren en mínima medida. El mito
se explica porque inconscientemente se magnifica la cantidad de lo enviado y se minimiza
lo que le toca a cada uno. Frente a las dimensiones de las pérdidas –no sólo en lo material
sino también en lo simbólico y lo afectivo–, todo lo que se recibe resulta poco.
Mito 10: La vida cotidiana vuelve a la normalidad en pocas semanas.
Realidad: Los efectos de un desastre pueden durar largo tiempo, incluso muchos años.
Los países o comunidades afectados consumen gran parte de sus recursos económicos y
materiales en la fase inmediatamente posterior al impacto. Los buenos programas externos de socorro planifican sus operaciones teniendo en cuenta el hecho de que el interés
internacional se va desvaneciendo a medida que las necesidades y la escasez se vuelven
más acuciantes.
Sibila Camps es periodista del diario “Clarín” de Buenos Aires, Argentina. Se ha especializado en la cobertura y en la comunicación de desastres y emergencias. Es autora del manual Periodismo sobre catástrofes (Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1999). Dicta cursos y talleres de capacitación en países de América Latina, en especial para la Sociedad
Interamericana de Prensa.
[email protected]
Fuentes consultadas:
OPS, Área de Preparativos para Casos de Desastre
Escuela de Psicología Social de la ciudad de Santa Fe, Argentina
Médicos Sin Fronteras
Red Solidaria, Buenos Aires, Argentina
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