Cuatro artículos sobre la política agraria y de tierras del gobierno de

Anuncio
Cuatro artículos sobre la política agraria y de tierras
del gobierno de Juan Manuel Santos
SANTOS, TIERRA Y LIBRE COMERCIO
Jorge Enrique Robledo
Estoy seguro de que debe restituírseles la tierra a los desplazados por la violencia. Pero
también debe hablarse de la totalidad de la política agraria del gobierno de Juan Manuel
Santos, sobre la cual, con todo cálculo, se silencian aspectos fundamentales, a pesar de que
ellos afectarán profundamente todo lo que a la postre decidan los parlamentarios santistas
sobre la ley de restitución.
La ley de restitución tiene origen en un imperativo de la Corte Constitucional y en lo
fundamental señala: 1. Solo se aplicará sobre predios de zonas del país donde el gobierno
determine que hubo violencia generalizada. 2. Únicamente afectará tierras despojadas por
actos reconocidos en los procesos de justicia y paz. 3. El desplazado que consiga la
restitución de su finca podrá escoger entre recibirla o que el Estado se la compre mediante
TES que podrá vender, inevitablemente a menos precio, en el mercado financiero. Si decide
recibir la tierra, puede trabajarla, venderla o alquilarla. El gobierno ha dicho “que la gran
mayoría de los desplazados (…) no desea retornar a sus lugares de origen”.
Si ocurriere el imposible de que toda la tierra arrebatada retornara a todos los despojados, el
país, en cuanto a predios rurales, quedaría como en 1990, más los cambios que haya sufrido
la estructura de propiedad rural que no modifique esta ley. No sobra recordar que 20 años
atrás el mundo rural colombiano estaba bien lejos de ser un lugar deseable y que no hay
cómo probar que a la par con la restitución desaparecerán los factores económicos y de
violencia que propiciaron y precipitaron el despojo. La ley, además, no determina cómo se
usarán las tierras que se restituyan ni lo que sucederá con las que pasen al Estado, aunque
es obvio que estas últimas se entregarán a particulares, vendidas o en algún tipo de
concesión.
La otra cara de la política de tierras de Santos está en su plan de gobierno. El punto 63 dice
que fomentará “el desarrollo de grandes explotaciones agropecuarias” y el 69 que quitará la
“limitación burocrática” de la Unidad Agrícola Familiar (UAF), unidad de área que prohíbe
que el Estado titule sus tierras más allá de lo que necesite una familia campesina. Al
explicar lo anterior, el ministro de Agricultura dijo en el Senado que la idea es usar el
Incoder para no tener que cambiar la ley en que se fundamenta la UAF, de manera que las
tierras públicas se entreguen, en la extensión que determinen y en usufructo, en las Zonas
de Desarrollo Empresarial, donde también pondrán campesinos. Ante la Asobancaria hizo
explícito que el desmonte de la UAF debía acompañarse de otras decisiones inspiradas en el
modelo del Cerrao brasileño (que es de gran producción), como que las regalías se usen
“para el financiamiento de grandes emprendimientos en el campo agropecuario”. Sobre que
el capital extranjero busca quedarse con millones de hectáreas en la Orinoquia, Juan Camilo
Restrepo dejó en claro que ello podía ser, entregándole tierras del Estado no en propiedad
sino en usufructo.
Lo que el gobierno quiere se entiende mejor si se recuerda al uribismo, hoy el santismo, en
Carimagua. Arias quiso entregarle las 17 mil hectáreas de la hacienda y con un arriendo
bajo a un solo magnate, al tiempo que Uribe se lamentaba porque la UAF le prohibía
montar fincas de “40, 45 mil hectáreas” en la altillanura, para lo que propuso que las tierras
se entregaran en concesión y se llenaran con cultivos para agrocombustibles, los únicos que
no tienen que competir en condiciones de libre comercio, por lo menos hasta hoy.
El Banco Mundial (2007) conecta los dos aspectos de la política de tierras de Santos: “Hay
pocas posibilidades para acceso de tierra a través del mercado”, por lo que debe facilitarse
“la movilidad de los derechos de propiedad, de modo que la tierra pueda utilizarse (…) por
usuarios más eficientes” (para todas las fuentes: http://moir.org.co/files/pdf/DOCS.pdf).
¿Será casual que la ley de restitución busque ampliar el mercado formal de tierras, con la
masiva titulación de predios del campesinado?
El tercer aspecto de la política agraria de Santos I también muestra que él es, aunque lo
oculte, Uribe III: continuar con el neoliberalismo y concretar los TLC, políticas que
agravarán el desastre agropecuario. Para relacionar tierras con libre comercio se basta y se
sobra el líder indígena que explicó que las importaciones le impedían sembrar en su parcela
algodón, sorgo y maíz, y que indignado concluyó: “Los indios no somos lombrices… No
comemos tierra”.
Bogotá, 17 de septiembre de 2010.
EL DESTAPE DE SANTOS SOBRE LA PROPIEDAD RURAL
Jorge Enrique Robledo
Con tres artículos-mico en el Plan de Desarrollo (45, 46 y 47), Juan Manuel Santos y Juan
Camilo Restrepo pretenden convertir en ley la idea de concentrar aún más la tierra rural,
cambio que no se atrevieron a intentar Álvaro Uribe y Andrés Felipe Arias.
En el debate de Carimagua se supo que Uribe y Arias preferían que las 17 mil hectáreas de
esa hacienda de propiedad del Estado se entregaran a un gran inversionista y no a medio
millar de familias campesinas, como fue el primer compromiso, querían que esos
campesinos dos veces despojados se convirtieran en peones o en neoaparceros del
monopolista afortunado, se quejaban porque la Ley 160 de 1994 no les permitía usar tierras
públicas para montar latifundios privados “de 40, 45 mil hectáreas” y no se atrevían a
proponerle al Congreso el cambio de la Unidad Agrícola Familiar (UAF)
(http://www.moir.org.co/IMG/pdf/004.pdf).
La Ley 160 permite el acceso a la tierra de jornaleros y minifundistas dentro de los límites
de la UAF, definida esta como la pequeña área que le permite vivir a una familia campesina
y generar ahorros. También prohíbe entregarles los baldíos de la Nación a quienes sean
propietarios rurales y determina que los baldíos adjudicados no podrán sumarse a otras
tierras para convertirse en propiedades o sociedades mayores, condición que también
tienen, durante 15 años, las tierras originadas en subsidios oficiales de reforma agraria.
El Plan de Desarrollo modifica a fondo la Ley 160/94 para promover la mayor
concentración de la tierra en la historia del país. Para ello –y violando la Constitución–
desmonta la limitación de la UAF y permite que se adjudiquen los baldíos de la Nación en
cualquier área y a cualquier persona, terrateniente o banquero, nacional o extranjero.
También autoriza que las propiedades originadas en adjudicaciones de baldíos o de reforma
agraria puedan agregarse a otras para montar enormes negocios, todo dentro del objetivo
del artículo 63 del programa de gobierno de Santos de promover “grandes explotaciones
agropecuarias” y del compromiso de Restrepo en la Asociación Bancaria de montar en
Colombia el modelo de la gran plantación brasileña. Como también ofrecieron Uribe y
Arias en Carimagua, en este proyecto se “dará preferencia” a las “asociaciones” de los
campesinos con los “grandes productores”. Allí donde ocurra, será la alianza del pájaro con
el plátano maduro. Y se sabe que van por al menos siete millones de hectáreas en la
Altillanura (Orinoquia), más las del resto del país. !La gran piñata!
Si con las normas actuales, que en algo controlan la concentración de la propiedad rural,
Colombia es uno de los países del mundo con la tierra más concentrada en manos de muy
pocos y tiene más del 30 por ciento de la población en el campo en la miseria, ¿cómo serán
las cosas si Santos y el gran capital financiero se salen con la suya? Y esto, para peor, lo
meten como un mico en el Plan de Desarrollo y no como una ley tramitada de cara al país,
para no verse obligados a explicar por qué profundizan el sesgo anticampesino del agro,
prefieren monopolistas a pequeños y medianos empresarios y que las tierras del Estado
colombiano terminen en manos de extranjeros. De otra parte, ¿no son enormes los riegos de
que esta ola de concentración de la tierra estimule la violencia que sigue campeando en la
Colombia rural?
Aunque no se sepa, la ley de víctimas y restitución de tierras, al igual que la orientación del
Banco Mundial para pasar las fincas a productores “más eficientes”, son parte del paquete
de hacer del monopolio el rey del agro. Primero, porque usan la restitución para maquillarse
y hacer que no se mire hacia su proyecto de feroz concentración de la propiedad rural. Y
segundo, porque, como está planteada, la ley de víctimas deja en manos de Santos los
aspectos claves del proyecto –incluida la posibilidad de burlarse del país– y en ella nada
impide que las tierras restituidas las vuelvan a perder los desplazados y terminen agregadas
a las “grandes explotaciones agropecuarias” que pretende imponer la cúpula del santouribismo o el uribo-santismo.
Este debería ser un gran debate nacional y no una maniobra palaciega orquestada por los
mismos de siempre, que prosperan mientras el país se hunde todavía más. Si lo que
pretenden como objetivo es repudiable, no lo es menos que la manguala santista, en el
gobierno y fuera de este, impida la discusión pública sobre un asunto de importancia capital
para el progreso del país y el bienestar del pueblo, cada vez más víctimas de la concepción
neoliberal
y
plutocrática
de
las
medidas
económicas
y
sociales.
Bogotá, 18 de febrero de 2011.
Nota: en 2012, la Corte Constitucional declaró inconstitucionales los tres artículos del Plan
Nacional de Desarrollo que modificaron la Ley 160 de 1994.
NINGÚN PRESIDENTE DE LOS CAMPESINOS
Jorge Enrique Robledo
Sobre la restitución de tierras a las víctimas de la violencia de que trata la Ley 1448/11,
Juan Manuel Santos y Juan Camilo Restrepo han llenado los medios de frases como
“esfuerzo monumental”, “se está cambiando la faz del país”, “récord histórico”, “el
Presidente de los campesinos” y “una verdadera revolución” agraria. Pero como a la gente
hay que juzgarla por lo que hace y no por lo que dice de sí misma, toca mirar en detalle lo
que ocurre. Cuatro son las principales políticas agrarias oficiales.
Primera. La meta del gobierno es la restitución de apenas 11 mil predios a diciembre de
2013, de manera que en sus últimos siete meses tendría el imposible de restituir 149 mil
para cumplir con la promesa presidencial de 160 mil restituciones, de 350 mil familias
desplazadas. Para frustrar aún más las esperanzas de las víctimas, el ministro de Agricultura
dijo: “En restitución no es que haya una meta. Hay un deber de estudiar tantas solicitudes
de restitución como se presenten”. Pero eso no es cierto porque, entre otras muchas
pruebas, el Plan Nacional de Desarrollo (pág. 248, Tabla III-19) dice: “Metas por
Estrategia... Proceso de restitución concluido... 160.000 familias restituidas”. Estas
lamentables verdades se ignoran porque el gobierno se ha dado sus trazas para presentar
como restituciones otras seis políticas que tienen que ver con tierra pero que no son
restituciones a las víctimas de la violencia, como la titulación de baldíos, que se remonta a
la Colonia. La falta de voluntad política de Santos para restituir en cifras responsables
también la demuestra otro hecho: que en la reglamentación del artículo 78 de la ley se echó
hacia atrás la inversión de la carga de la prueba, figura sin la cual los procesos se enredarán
al máximo ( http://bit.ly/zp6qM4 ).
Segundo. Los TLC van a liquidar a los sectores agonizantes del agro (trigo, cebada,
algodón y maíz) y van a arruinar o hacerles graves daños a otros (arroz, fríjol, leche y
cárnicos, por ejemplo). También hay riesgos en azúcar y aceites y hasta en
biocombustibles. Y la pobreza explica en mucho el desplazamiento y la concentración de la
tierra. Por ejemplo, los campesinos de tierra fría perderán sus parcelas una vez les quiten la
leche y las vacas, luego de que los sacaron del trigo y la cebada.
Tercero. Hasta este gobierno, la ley establecía que los baldíos del Estado solo podían
entregárseles a pobres –jornaleros, casi siempre– para convertirlos en campesinos libres,
porque había que demostrar que se carecía de cualquier propiedad rural y solo se otorgaban
en pequeñas áreas de economía campesina –las UAF. Pero el Plan de Desarrollo consagró
que se le podrán entregar a cualquiera –monopolio, trasnacional o banquero– y en cualquier
tamaño.
Cuarto. Al explicar lo que pasará en Las Catas, una tierra que Santos dijo que “entregó”
hace poco, el gerente del Incoder explicó que cada campesino solo tendrá poder sobre una
pequeñísima parcela donde estará su casa y algo de pancoger y el resto de la finca se
explotará “teniendo como aliados empresarios que aportarán su conocimiento (…) socios
que compren los productos y los acompañen en la financiación”. “En el caso del cacao
vamos a tener un aliado importante que es la Nacional de Chocolate”. Y a los campesinos
les advirtió: “Se tienen que volver socios, tienen que aprender a convivir bajo unas reglas y
el que no se adapte tiene que salir”. Es obvio que no serán campesinos señores y dueños de
“sus” predios, sino una especie de aparceros, peones o arrendatarios del “socio”. El Modelo
Carimagua. Y algo similar generará el artículo 99 de la ley 1448, que separa el derecho a la
restitución del derecho al retorno, a regresar a la tierra “restituida”.
Como es evidente, ni Presidente de los campesinos ni revolución agraria; neoliberalismo
puro y duro montado a punta de demagogia, que puede generar el mayor falso positivo de
la historia de Colombia.
En el juego de usar la restitución para generar unanimismo, Santos no descuidó
detalle. La Silla Vacía informó que “Al menos durante la fase inicial del gobierno,
Gustavo Petro jugará un rol clave como líder político propositivo y confrontador a la
política de tierras. ‘Petro será el encargado de liderar el debate sobre la restitución de tierras
en Colombia. Eso nos permitirá generar consensos’, dijo Reyes (Alejandro) a La Silla.
Reyes dijo que tanto Santos como Petro estaban satisfechos con este acuerdo” (Jul.15.10).
Bogotá, 17 de febrero de 2012.
POR QUÉ NO EXTRANJERIZAR LA TIERRA RURAL
Jorge Enrique Robledo
Un gran debate recorre al mundo. Versa sobre los millones de hectáreas de tierras rurales de
los países del tercer mundo que están siendo adquiridas por las potencias económicas y las
trasnacionales del agronegocio y la especulación financiera e inmobiliaria. ¿Las causas? La
mayor conciencia de que el suelo productivo es un bien escaso, las asechanzas a la
seguridad alimentaria de las naciones, la carestía de los alimentos convertidos en
commodities, las fuertes valorizaciones de la tierra rural y el peso de la comida y los
territorios en la soberanía nacional y el control económico y militar del globo.
Medidas para controlar la adquisición de las tierras rurales por los extranjeros, que incluyen
no venderles ni un ápice o imponerles severos límites, existen, entre otros, en Estados
Unidos, Canadá, Brasil y Argentina (http://bit.ly/Z5nMfh). Luego en Colombia ni siquiera
cabe la bobería de los extranjerizadores de decir que “es que aquí hay tierras de sobra” y
que “los extranjeros no tienen mucha”.
La extranjerización de la tierra, y de todo, en Colombia la aúpan Santos y Juan Camilo
Restrepo. Cuando en el Senado expresé mi preocupación sobre el tema –ilustrada porque el
presidente de la SAC informó que ciudadanos chinos ofrecieron comprar 400 mil hectáreas
para producir alimentos y exportarlos a su país–, el ministro de Agricultura dijo que no le
veía problema, valoró muchísimo la inversión extranjera en el campo y no dijo nada de
someterla a algún control. Después, a instancias suyas, el Congreso modificó la Ley 160 de
1994, para arrebatarles a los pobres del campo el derecho a quedarse con las tierras baldías
del Estado y desproteger la propiedad campesina originada en decisiones oficiales, de
forma que millones de hectáreas –en la altillanura y el resto del país– pudieran pasar a
manos de los magnates nacionales y extranjeros, que además las recibirían cuasi regaladas.
Esta intentona fue declarada ilegal por la Corte Constitucional, pero el gobierno presiona la
redacción del fallo e insiste en su política regresiva, que incluye convertir en siervos del
siglo XXI a sectores del campesinado.
La extranjerización concentrará aún más la propiedad de la tierra rural y su uso
improductivo. El promedio mundial de cada compra foránea es de 40 mil hectáreas y el 25
por ciento supera las 250 mil. Y apenas el 20 por ciento de esas tierras termina cultivado,
pues el resto va a la especulación inmobiliaria y financiera (http://bit.ly/ZQ0tHG). En
Colombia, entonces, la extranjerización agravará la concentración de la tierra –una de las
mayores del mundo, con un gini de .89– y aumentará su ya muy fuerte empleo
especulativo, haciendo más difícil o imposible usarla para fines productivos. Dado el
evidente desastre del agro nacional –además de la enorme pobreza, hay 21 millones de
hectáreas agrícolas sin cultivar–, es ingenuo o habilidoso, entonces, argüir que la
extranjerización no agravará los problemas del agro, sino que los solucionará, y más en un
país gobernado por quienes lo someten a las inmensas importaciones agrarias del “libre”
comercio.
Los estudios también dicen que los inversionistas extranjeros logran que el Estado ponga en
su beneficio los escasos recursos oficiales, y no en el de los productores nativos. De esta
manera, por ejemplo, las inversiones en vías se dan allí donde a ellos les interesa y no
donde las necesitan los demás e igual ocurre con los pocos subsidios que el Estado destina
para el campo. La producción agrícola que establecerán será la que les convenga a sus
negocios de agro exportación, aumentando la inseguridad alimentaria que Colombia ya
padece. Además, la extranjerización se aceleró mediante la violación de la Ley 160, según
lo reconoció el propio Juan Camilo Restrepo (http://bit.ly/UzM4u2), y tras ella pueden
legalizarse dineros ilegales originados en el país, a los que les dan la vuelta por los paraísos
fiscales.
La toma de las tierras rurales por parte de los extranjeros también golpea la soberanía
nacional, de tantas maneras debilitada o sometida a los intereses foráneos, intereses que no
son idénticos a los nacionales, y que pueden ser contrarios, así lo nieguen los gananciosos
con la confusión. Dada la importancia de la propiedad de la tierra en la política en
Colombia, ¿quién definirá sobre los asuntos políticos en las regiones cuyas tierras controlen
los extranjeros? ¿No empeorará ese control las decisiones del gobierno central? Si la
Orinoquia pasa a manos foráneas, ¿si será para siempre colombiana? No olvidar a Panamá.
Bogotá, 4 de enero de 2012.
Descargar