Conferencia del Dr. Miguel Langón

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Conferencia del Dr. Miguel Langón
Ante todo quisiera agradecer a la Universidad de Montevideo por la
oportunidad que me ha dado de estar aquí hoy frente a ustedes para
presentar este trabajo.
Para empezar quisiera decir algo que todos sabemos: no hay una verdadera
Política Criminal de Estado, porque cualquiera que pueda merecer ese
nombre, al poco tiempo se desmerece por un cambio o modificación,
fenómeno palmario que perjudica al sistema judicial.
Ahora bien, lo que ha buscado esta ley es fundamentalmente disminuir el
número del hacinamiento carcelario. La insoportable realidad de las cárceles
nacionales es, sin lugar a dudas, un hecho incontrastable. Pero esta norma
no soluciona el problema de fondo; se pone la esperanza en la actuación del
Patronato y se supone que algunas de las modificaciones legales impedirán
el crecimiento explosivo de las poblaciones reclusas. Pero, insisto, no se
está atacando el problema de fondo.
Se llevaron a cabo muchas denuncias en la exposición de motivos pero
luego, en el texto de la ley, no se solucionan porque el problema del
encarcelamiento en nuestro país es un problema fundamentalmente
cultural, un problema de Estado; se trata de definir qué queremos hacer
con el tipo de proceso que tenemos y, particularmente con la prisión
preventiva.
Sigue habiendo, de acuerdo a la exposición de motivos, un 60 % de
población reclusa sin condena. Aquí hay que señalar que se ha logrado
abatir esta cifra que durante más de diez años se mantuvo y que implicaba
un 90 % de población encarcelada, logro que, por cierto, se consiguió
previamente al gobierno actual. Pero 60 % sigue siendo, en parámetros
internacionales, insoportable.
Es decir, encarcelamos a la gente presuntamente inocente para saber si
tenemos derecho a tenerla presa. La regla debiera ser la libertad y la
excepción el encarcelamiento, pero el hecho es que eso no es así y esta ley
tampoco soluciona este problema. En el caso de un encarcelamiento
preventivo, esa persona debería ser juzgada (por lo menos una sentencia
de primera instancia) en un plazo máximo de seis meses.
La ley se estructura en dos capítulos fundamentales. El primero incluye las
normas transitorias de libertad provisional y libertad anticipada y el
segundo que corresponde a derogaciones del Código Penal. El resto de la
ley serían normas de carácter programático que, a mi entender, es texto de
relleno pensado para que la ley no quedara como una ley de excarcelación.
Pero no hay que dejarse llevar por ese disfraz, la intención de fondo
consistió en poner en libertad provisional o anticipada a una cantidad
determinada de gente.
Hay una cantidad de modificaciones o disposiciones que son de detalle, que
no resultan sustanciales y que, por tanto, no deberían aparecer en una
norma fundamental (ya que, además, ratifican esa idea de permanente
cambio que no deja asentarse a una institución). Ejemplo de esto son las
medidas tomadas con respecto a la libertad condicional o al régimen de
salidas transitorias.
Conviene ahora hacer hincapié en el tipo de Política Criminal que tiene y
tendrá este Poder Ejecutivo. La exposición de motivos es muy importante
porque de ahí pueden derivarse interpretaciones claras sobre los objetivos
planteados con respecto al tema de la Política Criminal.
El origen está dado el 1º de marzo, cuando el Presidente (Tabaré Vázquez)
asume y denuncia el estado de emergencia humanitario en el que están
nuestras cárceles. Hecho, por cierto, indiscutible. Allí surge, entonces la
denuncia de que en las cárceles no hay alimentos, no hay sanidad, no hay
seguridad, no pueden aplicarse políticas de salud, etc.
Pero en vez de avanzarse en esta dirección de procurar un tratamiento
mínimamente compatible con los derechos humanos, se establece esta ley
de excarcelación que no cambia las condiciones para quienes siguen en
prisión.
Hay que entender que el problema de fondo es un problema de asignación
de recursos, un problema que cuesta dinero y sobre el que la sociedad
uruguaya deberá invertir. Problema dificilísimo claro está, pero no vale
denunciar el problema y luego no darle la solución adecuada, la única
solución adecuada es la de la inversión y la de la resolución del problema
previo: ¿seguiremos teniendo a la gente en prisión preventiva o juzgaremos
a la gente en libertad? Porque el problema del hacinamiento se arregla
construyendo más cárceles o no poniendo a la gente presa, solución que se
aplica en los países civilizados.
El cometido primero de una cárcel es la recuperación del condenado; pero
desde hace muchos años hemos bastardeado los institutos de manera que
ya perdieron sus objetivos originarios. Pongo el caso de las salidas
transitorias que, hoy por hoy, sirven como válvula de escape de individuos y
ya no como mecanismo de adaptación progresiva a la sociedad del recluso
que está por acabar su condena (y recomponer así, su situación familiar y
procurar su inserción laboral).
Ahora bien, el mensaje del Poder Ejecutivo señala que esta ley es el primer
paso de un gran proyecto orientado a recomponer un “estado violador de
los derechos humanos de las personas privadas de su libertad”.
La idea, entonces, es lograr, al fin del proceso, la creación de un Instituto
Nacional de Rehabilitación con personal exclusivamente técnico. Idea muy
buena por cierto.
Pero este gran ideal tiene grandes problemas de implementación.
¿Cuál va a ser, por ejemplo, el rol del Juez de Ejecución y Vigilancia, creado
por ley hace ya tiempo pero no puestos aun en funcionamiento? El Juez
Letrado sigue siendo quien procesa, quien pone en libertad, quien condena
quien debe llevar acabo las tareas de ejecución y vigilancia.
Pero el problema no es tanto el rol del Juez de Ejecución y Vigilancia sino
cómo va a funcionar esa doble autoridad sobre el universo carcelario y qué
rol va a cumplir la Justicia frente al Centro Nacional de Rehabilitación que
sería algo similar al Tribunal de Cuentas o la Corte Electoral, es decir, un
organismo de naturaleza Constitucional pero que funcionaría con autonomía
técnica y lejos del Ministerio del Interior. Con respecto a esto, sólo Cuba y
Uruguay, en América Latina, tienen las cárceles dentro del Ministerio del
Interior; ningún país democrático en el mundo, de hecho, funciona de esta
forma. Las cárceles son independientes o dependen del Ministerio de
Justicia.
Para alcanzar esta meta, las normas programáticas han dado el primer
paso: esta ley que hoy nos convoca; luego, en procura de la autonomía
carcelaria, se llevaría a cabo la unificación de las cárceles bajo la Dirección
Nacional de Cárceles (que cumpliría, provisoriamente, el rol del Centro
Nacional de Rehabilitación); el último paso sería, entonces, la instalación de
ese Instituto autónomo. Medidas estas que, hipotéticamente, ya estarían en
funcionamiento; por mi parte desconozco que así sea, habría que hacer una
investigación de campo para comprobarlo.
Por otra parte, fíjense ustedes si seremos tradicionalistas que las Leyes
Penales las sigue haciendo el Ministerio del Interior.
No busco con esto descalificar al Ministerio del Interior, pero ocurre que
para cada problema se asigna una Comisión: hay una Comisión Asesora de
Infraestructura Penitenciaria, una Comisión Asesora de Salud Penitenciaria
(dependiente, además, del Ministerio de Salud), una Comisión de
Arquitectura, una de Trabajo y Educación Permanente y hasta se proyecta
una Comisión de Representantes de los Reclusos y de los Familiares de los
Reclusos. Repito (todas ellas dependientes del infaltable Ministerio del
Interior). Esta no es una situación negativa de por sí pero todos conocemos
el peso burocrático de este tipo de Comisiones y habría que ver, por otro
lado, qué tipo de representación van a tener. Y es curioso porque ninguna
de estas comisiones se pone bajo el Comisionado Parlamentario, otra
Institución metida en el interior de las cárceles, sin olvidar la Dirección
Carcelaria, que, curiosamente, no integra ninguna de estas Comisiones. Por
otro lado, tampoco están definidas las delimitaciones de competencias de
cada cual. Asimismo, se propone también la creación de un Censo Nacional
Carcelario, una gota más en el vaso de agua del universo carcelario.
Con respecto al establecimiento del Patronato (que ya se había pensado en
1985), hay que recordar que para que funcione también se necesitan
recursos. Pero esta “panacea” del seguimiento de los individuos
excarcelados ya ha quedado obsoleta porque ya ha fracasado
mundialmente.
Con respecto al tema carcelario, Naciones Unidas plantea el tema del
monitoreo y seguimiento. Pero no hay que olvidar que la Ley Penitenciaria
uruguaya es una Ley modélica, réplica de las Reglas de Ginebra o Reglas de
Tratamiento Mínimo del Prisionero de la década del 50, que Uruguay
implementa en la década del 70 pero que hoy han quedado obsoletas si
consideramos, además, que la distancia entre lo modélico escrito y la
realidad es casi abismal.
Por otro lado, la Ley plantea también que el colapso del sistema carcelario
se debe, además, a los graves problemas de infraestructura; por lo que se
propone construir nuevas cárceles o acondicionar inmuebles para ese fin.
Pero resulta que en la exposición de motivos se había declarado
enfáticamente que la propuesta de combatir el delito con nuevas cárceles
no resiste el menor análisis. Pero la solución de poner a la gente en libertad
no puede, evidentemente, sostenerse en el tiempo.
El segundo objetivo del proyecto es fortalecer la seguridad ciudadana. Esto
parece una contradicción ya que no puede fortalecerse la seguridad
ciudadana poniendo a reclusos en libertad. La explicación dada es que los
reclusos van a rehabilitarse y que, como en algún momento van a salir, es
mejor que salgan bajo el control del Patronato. A mi modo de ver es una
apuesta voluntarista y riesgosa porque si las cárceles están en la situación
que están, es evidente que los reclusos excarcelados no han sido
rehabilitados ni tratados previamente. Se espera que la contención de los
excarcelados venga desde el Plan de Emergencia y también con el plan
llamado Frío Polar. Ojalá se de, hacia el futuro, una disminución porcentual
del delito, pero el fortalecimiento de la seguridad, en estos términos, sólo
podrá darse, creo yo, como por arte de magia. Sólo el tiempo podrá decir
qué ocurrirá.
En la exposición de motivos se denuncia también la “inflación penal” y la
política de “ley y orden” que se ha seguido. Pero también se reconoce que
estas políticas, a partir de 1995 desde la Ley de Seguridad Ciudadana, se
debieron a un incremento de la violencia, por un lado, y al reclamo de la
población civil por otro, en su pánico social frente al crimen. Esto hizo que
el tema de la seguridad pública ingresara a la agenda política y se prestara,
a la vez, a planteos demagógicos, a medidas que chocan con el sentimiento
colectivo, con el efecto amplificador que realiza la prensa, etc.
Es decir, muchas medidas (votadas por los cuatro partidos) eran irreales
pero buscaban dar la sensación de protección a través del incremento de
medidas de amparo creadas sobre la base de delitos inventados.
Medidas y leyes que fueron, repito, votadas por los cuatro partidos y que
hoy se critican en este exposición de motivos; lo cual aporta a lo que llamo
la “labilidad” en la que lo que ayer fue considerado peligroso deja de serlo
hoy, o lo que ayer era principal hoy pasa a ser enteramente secundario. En
definitiva se trata de una carencia o desdibujamiento del manejo y de la
respuesta científica al fenómeno criminal, de políticas sostenidas en el
tiempo, de medidas globales y a largo plazo y de un actuar conjunto de
todos los Institutos para alcanzar algún fin.
En la crítica que hace el Poder Ejecutivo a aquellas leyes, declara, entre
otras cosas, que sólo consiguieron aumentar el número de personas
privadas de libertad sin lograr disminuir la criminalidad ni el índice de
reincidencia. Ahora bien, ¿cuál es la misión del Derecho Penal? ¿Es
disminuir la criminalidad o bajar el índice de reincidencia o consiste
fundamentalmente en castigar al criminal por su delito? ¿Cuál es la
naturaleza jurídica de la pena? ¿Cuáles son las finalidades de la pena? Y,
por último, ¿qué diferencia hay entre una y otra?
Entiendo que la pena es una sanción de pérdida de libertad, pero está claro
que la pena es sólo un tipo de sanción. El Derecho es Derecho porque tiene
una sanción que lo respalda, sino es una norma moral, un consejo, usos,
costumbre o tradiciones. Las normas jurídicas se caracterizan por
imposiciones inexorables. Así como el incumplimiento de un contrato es
sancionado, de igual manera las conductas que la Legislación impone deben
ser acatadas o se impondrá el castigo correspondiente (privar del bien
jurídico de la libertad ambulatoria, por ejemplo, para restablecer el
equilibrio perdido por el delito cometido a una víctima). Este carácter
retributivo es clásico y, si bien no impide que a través de la pena se
busquen finalidades accesorias de resocialización amparadas por la
Constitución, estas no son la esencia del Derecho Penal.
Considero que la exposición de motivos resulta reduccionista y a mi juicio
totalmente unilateral ya que afirma, por ejemplo, que en Uruguay las leyes
protegen prioritariamente el Derecho de Propiedad Mueble sobre el Derecho
a la Vida y a la Integridad Personal. Afirmación que considero tan irreal
como recurrente, sobre todo a nivel académico.
Por otro lado, me interesa examinar la afirmación que señala que el grueso
de la criminalidad tratada involucra a personas que han participado en la
denominada criminalidad callejera. Aquí se pasa por alto la realidad que ha
destacado el llamado “Realismo de izquierda”, que sostiene que la
criminalidad no es un fenómeno interclasista sino intraclasista. Si los
criminales son los pobres y la población reclusa abarca, casi en su totalidad,
a personas que provienen de sectores marginales, también cabe tener
presente que no todos los excluidos delinquen y que las víctimas de la
delincuencia también pertenecen a estos sectores.
Por tanto, criticar el hecho de que la propiedad mueble sea
extremadamente protegida implica olvidar la realidad de que las clases más
pobres de la sociedad no tienen otra cosa que propiedades muebles.
Y pregunto además, ¿quién tiene más posibilidades, por ejemplo, de ser
violada? ¿La señora que vive en Carrasco y que se traslada en automóvil o
la trabajadora que se toma el ómnibus a las 5 de la mañana en alguna
parada desolada para ir a trabajar? ¿Quién está más expuesto a una pugna,
aquel que se maneja en automóvil o quien por razones de trabajo debe
andar recorriendo la calle? ¿Quién es el objeto más propicio para un
arrebato, la señora que retira dinero de un cajero automático o la
pensionista anciana que debe asistir en ómnibus a la Caja de Jubilaciones?
Por eso, reitero, la criminalidad es intraclasista; tiene más posibilidades de
ser penetrado el domicilio que simplemente cuenta con una puerta de
cartón o de madera que aquel de Pocitos donde hay portero, buena
iluminación, la policía patrulla o hay vigilancia privada, etc.
Por eso resulta reduccionista e irresponsable esa empatía que se emprende
con el criminal ya que la criminalidad callejera es grave y, como ya expliqué
afecta a los sectores más desfavorecidos. Si los presos son los pobres, las
víctimas de la delincuencia también son los pobres.
En la exposición de motivos, por ejemplo, se trata de quitar importancia a
los hurtos, arrebatos y pugnas cuando se tratan de la obtención de un bien
de escaso valor patrimonial. Yo quisiera saber qué pasa en el caso de que el
dinero arrebatado lo fuera a un excluido que recibiera su ingreso ciudadano
o a una pensión a la vejez o enfermedad o a cualquier persona que recibe
estas ínfimas pensiones de la Seguridad Social. Este tipo de delito se
cometen sobre desprotegidos no sólo por carenciados sino por su vejez, su
condición femenina, etc.
No son los pobres las víctimas directas de una bancarrota, del tráfico de
influencias, del lavado de dinero o del fraude tributario; en ese caso nos
empobrecemos todos como comunidad, pero principalmente los ahorristas,
los sectores de clase media, los que tienen capacidad de ahorro. No son los
pobres, entonces, las víctimas de los delitos de “cuello blanco”.
Estadísticamente, los delitos más cometidos son los delitos contra la
propiedad mueble (con violencia o sin ella), rondando el 80 %; y luego, con
un rondando el 15%, los delitos contra la personalidad física (homicidios,
lesiones, riñas, rapiñas, delitos sexuales y privaciones de la libertad). El
resto de las clasificaciones criminológicas son, en nuestra realidad,
prácticamente inexistentes.
Por otro lado, las dificultades de porqué no se persiguen pertinentemente
los delitos de cuello blanco deben investigarse asiduamente, pero eso no
quita que deba dejarse en un lugar secundario el tema de la criminalidad
callejera.
Se critica, luego, la dosimetría penal. Es cierto que nuestro sistema es muy
irracional en este aspecto. Pero el ejemplo más característico de este
desatino es el caso del copamiento, que tiene de 8 a 24 años, y en la
exposición de motivos se declara que la rapiña y el copamiento tienen
penas desmesuradas. Pero al hacer la ley no se deroga el copamiento ni se
le baja la pena. Sin duda se procedió así por razones políticas ya que
causaría rechazo en la ciudadanía, que valora (erróneamente) que esté
altamente penado.
Más allá de esto, lo cierto es que no puede hacerse una denuncia
incendiaria en la exposición de motivos y, a continuación, al efectuar la ley,
no hacerse cargo de lo que se acusó.
Retomando aquello que mencioné acerca de la crítica que el Poder Ejecutivo
emprendió contra el hecho de que en Uruguay se castiga más el delito
contra la propiedad que contra la vida y que, por tanto, es un claro síntoma
de una mentalidad capitalista que valora más la propiedad y a los
propietarios que a las personas y su integridad; quiero decir que no debe
olvidarse que un delito contra la propiedad nunca es inocuo, es más,
siempre implica violencia física o, por lo menos, su riesgo potencial, el
peligro latente que conllevan.
Con respecto al objetivo planteado de disminuir el mínimo de
encarcelamiento, tiene un antecedente en la Ley de Medida Sustitutiva de
diciembre de 2003, que avanzó dando la posibilidad a los jueces de
procesar sin prisión. Podría haberse avanzado en esa dirección pero fue
completamente ignorada.
Por otro lado, el problema no es que las cárceles estén llenas de primarios.
Los primarios que hay que considerar son aquellos primarios que han
cometido delitos graves, y todavía podrían revisarse los casos de aquellos
reincidentes cuando reinciden con delitos menores. A nivel internacional
(pienso, por ejemplo, en la Reglas de Mallorca), la regla es genérica, es
decir, también los autores de delitos graves deben ser beneficiados con el
procesamiento sin prisión. Es, en definitiva, un problema cultural como ya
afirmé; en Uruguay pervive el viejo apotema de que el pedido de
procesamiento equivale a la acusación, el procesamiento a la sentencia y la
prisión preventiva y la pena se cumplen cabalmente. Apotema que pisotea
brutalmente los derechos humanos y las garantías del proceso.
El drama de la prisión preventiva y de la libertad provisional es tremendo en
este país cuya sentido común tiene por justa y necesaria la prisión
preventiva.
Me detendré ahora en el tema de las normas permanentes. El sistema no
deroga los regímenes existentes referidos a la libertad anticipada sino que
establece excarcelaciones por única vez y en forma excepcional. Esto es la
transitoriedad del sistema ya que la resolución de situaciones coyunturales
son de un pragmatismo destacable.
El tema de la libertad anticipada se modifica (de manera regresiva ya que
vuelve a la ley de 1985 en ese vaivén típico de nuestro sistema) con la
obligación que se le impone a la Corte de poner en libertad anticipada a
aquellos individuos que hayan cumplido dos terceras partes de la condena.
Claro que por el estilo de esta ley que nunca es drástica (y con una nueva
manera de legislar engorrosa y pesada), deja muchas válvulas de escape y
se presta a discreciones valorativas de la Suprema Corte.
Lo que mencioné recién al pasar, acerca de la dificultad estilística en esta
nueva manera de legislar, no es un tema menor, ya que conlleva al error
más grave de esta ley, que es el de haber eliminado como delitos agravados
de cualquier naturaleza a la rapiña y al hurto con sorpresa y con destreza,
que pasan a ser hurtos simples.
Ahora bien, ¿en qué situaciones se va a poder poner al individuo en
libertad? La ley ha seguido dos parámetros fundamentales. El primero, el
estado de la causa, el segundo, el tiempo que lleve de privación de libertad:
si es superior a tres años, deberá haber cumplido los dos tercios.
La ley se aplica a los sujetos que estuvieran privados de la libertad al
primero de marzo de 2005. Pero luego aparecen una serie de condiciones
(de tiempo, de altura del proceso y otras tantas más) que pueden haber
variado. Y si bien admito que todas las posiciones son sostenibles, por eso
mismo también es que advierto la debilidad de nuestro sistema en el que
algunos jueces podrán resolver una cosa y otros resolver otra distinta, y
serán tan legítimas tanto una como la otra hasta que, tal vez, los Tribunales
de Apelación puedan dar alguna orientación al respecto.
Con respecto al segundo parámetro, hay también divergencias, unos
sostienen que deben cumplirse las condiciones a la fecha de vigencia de la
ley, otros, a los 60 días del plazo de vigencia; y hay, aun, otras posturas.
Quiero analizar brevemente ahora las exclusiones. Exclusiones del todo
simbólicas, por cierto: ¿por qué si lo que se busca es bajar el número de
reclusos se excluye, por ejemplo, los delitos de quiebra? No hay ningún
preso por quiebra en nuestro país. Se excluyen también delitos de
corrupción sexual, delitos de fraude en negocios de comercio exterior,
usura, solvencia societaria fraudulenta, y toda una serie de delitos que no
tienen correlato real y que, por tanto, las cárceles no van a disminuir su
población por estas medidas.
Con respecto a la libertad provisional, sin entrar en detalles, no habrá
problemas para los sumariados cuando el delito sea único, pero si son
varios, el Juez debe tomar el criterio de la gravedad del delito, una de las
cosas más difíciles que existen ya que el criterio puede ser doble: por el
bien jurídico protegido o por la pena a recaer.
Sobre las modificaciones al Código Penal, son, en realidad, modificaciones
de detalles, de aspectos muy menores y laterales. La única modificación
apreciable es que el informe del Instituto de Criminología no se dará en
todos los casos sino preceptivamente sólo cuando se reincida en un delito
durante el lapso de libertad provisional.
Voy a decir algunas palabras sobre el sistema de derogación. Se deroga la
pena mínima de Penitenciarías para violaciones y rapiñas en grado
tentativo. Derogación que me resulta irracional: lo que era grave en el 2000
deja de serlo en el 2005.
Ocurre que en el año 2000 se había detectado una gran benignidad de los
Jueces, que si tenían la posibilidad de procesar sin prisión a estos autores
de delitos, lo hacían, o los excarcelaban demasiado pronto en relación a la
gravedad del delito. Esta “crapulosa benignidad” del juez me resulta injusta
para con la víctima de dicha rapiña o violación no consumadas.
¿Cuál es la razón de que el azar, la no consecución del resultado buscado
(por un hecho independiente de la voluntad del actor) lo deba beneficiar?
Yo no tendría ningún tipo de consideración hacia rapiñeros o violadores en
grado tentativo. La rapiña es un atentado contra la persona, una
cosificación del otro y, se consiga o no, el peligro latente y el riesgo en la
víctima y la intención del delincuente no diminuyen en absoluto.
Asimismo, en el hurto con penetración domiciliaria no está en juego
solamente qué se lleva o qué no se lleva el delincuente sino la invasión de
mi intimidad, el riesgo de dimensiones insospechadas y la amenaza
implícita que no pueden nunca dejarse de lado aunque el robo haya sido
ínfimo; y no es una defensa extrema de la propiedad ya que la casa es la
extensión de mi personalidad, por tanto es un delito contra la libertad, es
un sagrado, y sino, ¿qué hacemos con la Constitución?
Lo mismo ocurre con el arrebato y con la punga, hoy considerados delitos
simples. El Legislador no tiene derecho a ignorar que la diferencia entre la
violencia sobre las cosas y sobre las personas implica una sutil, casi
invisible diferencia que no puede medirse sin atentar contra el
restablecimiento de la justicia y la restitución hacia la víctima, sin incurrir
en un error inexcusable.
Quiero mencionar también el tema del delito de la mosqueta. Un delito que
había puesto al Legislador en la buena senda de qué hacer con las faltas,
como darle un tratamiento alternativo, con mediación, con un Derecho
Penal restauratorio, con soluciones mediadoras que se den fuera del Poder
Judicial, como el caso de los Juzgados de Río Grande Do Sul, esfera no
jurisdiccional que soluciona problemas menores para el mundo pero no para
las personas.
Entrando ahora en el tema de la inserción laboral de las personas liberadas,
uno de los temas más difíciles que existen en el mundo, y sobre todo en
Latinoamérica, donde el problema del desempleo no se presenta solamente
en el caso de los liberados sino que es generalizado.
A mí me parece muy buena la vía del estímulo de la reducción de impuestos
o de los convenios con entidades públicas; pero sólo hasta cierto punto
porque en un contexto de desempleo generalizado uno se puede preguntar
porqué poner un cupo especial y obligatorio para los liberados y no para las
mujeres, para los hombres mayores de 40 que han perdido el trabajo y que
a su edad les resulta difícil una reinserción laboral, para los jóvenes, para
los minusválidos o para cualquier sector vulnerable.
Lo que sí me parece discutible es la obligación a los empresarios a tomar
determinado número de liberados. Sí considero positivo que se estimule
esta actitud por la vía voluntaria, pero no por la vía de la imposición.
No hay que olvidar que han cometido actos criminales en el pasado y que la
situación en que viven es, en alguna medida, consecuencia o
responsabilidad de una opción que han realizado si es que creemos en un
Derecho Penal de culpabilidad en el que el individuo siempre tiene la opción
de optar por el bien y no lo hace.
Por último, quiero destacar el tema de la atención a las víctimas del crimen;
aspecto tan inobjetable como necesario. Lo que sí discuto es haber puesto
esta tarea en manos del Ministerio del Interior, que me parece una especie
de compensación por el clamor y el pánico social y la empatía que la ley
significa con el delincuente respecto al universo de las víctimas.
Pero el derecho de las víctimas no son declaratorios, también son de
inversiones y de recursos. Tomar en serio esta tarea implica tratar de
reponer la situación de la víctima al estado anterior.
Y esto se logra con dinero, con impuestos. Se trata del concepto de
“Socialización del riesgo del crimen”, si todos estamos expuestos al riesgo
de un crimen, no puede ser que quien resulta víctima sufra enteramente y
quien, por azar, no cayó en esa desgracia no pague nada. Esta socialización
supone una especie de Seguro Nacional General contra el crimen.
Sólo así tendremos un Derecho Penal restauratorio y un Derecho Penal que
busque la paz social.
Muchas gracias.
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