SOBRE LA FACULTAD DE NO PROPORCIONAR AL FISCAL LA EVIDENCIA RECOGIDA POR UN INVESTIGADOR DE LA DEFENSA ORLANDO POBLETE ITURRATE Publicado en Doctrina procesal penal 2004 Santiago, Defensoría Penal pública, 2004. (Serie Informes en Derecho: v.2) Se nos ha solicitado analizar e informar acerca de la solicitud del señor Fiscal Regional de la III Región, de Atacama, formulada a la I. Corte de Apelaciones de Copiapó, para que esta disponga que el Defensor Público, Waldo Parra Pizarro, proporcione al Fiscal Adjunto de Chañaral, don Christian González Carriel, los antecedentes acumulados por la Defensoría en la causa RUC 0200148787-9, por robo con homicidio, que este le requiriera. La petición del Fiscal Regional referido se ha formulado de conformidad con el inciso tercero del Art. 19 CPP, tras señalarse por la Defensoría Penal Pública a través del defensor, fundada en diversas consideraciones jurídicas, que ni ella ni el defensor pueden acceder al requerimiento del Fiscal de poner a su disposición la información recogida por su asesor de investigación respecto de la causa indicada. La resolución de esta controversia exige la consideración de diversos principios y normas a los que nos referiremos sucesivamente, concluyendo con nuestra posición al respecto. El Ministerio Público y la persecución penal pública Nuestro nuevo sistema de enjuiciamiento penal optó por un modelo de corte adversarial en el cual corresponde al Ministerio Público dirigir en forma exclusiva la investigación de los hechos constitutivos de delito, los que determinen la participación punible y los que acrediten la inocencia del imputado y, en su caso, ejercer la acción penal pública en la forma prevista por la ley (Arts. 80 A, de la Constitución, 1° de la Ley 19.640, Orgánica Constitucional del Ministerio Público y 3° CPP). Organizado de manera unitaria y jerárquica, este organismo autónomo, actuando a través de sus Fiscales y tras conocer de un hecho que reviste caracteres de delito, promueve la persecución penal dando origen, primero, a una fase preparatoria que fundamentalmente indaga sobre pruebas y sopesa la posibilidad de acusar con fundamento serio, y posteriormente, con la acusación, inicia el juicio (Arts. 77, 166, 180, 248 letra b), 259, 260 y 277 CPP). Teniendo como base la doctrina de la separación de funciones estatales y particularmente el principio de imparcialidad del juzgador, que obliga a distinguir entre quien investiga y quien resuelve los conflictos que genera esa investigación y entre quien acusa y quien juzga, nuestro Ministerio Público ha sido creado con todas las potestades y capacidades procesales, profesionales y técnicas para asegurar el logro de sus fines. Es objetivo del legislador expresado en el Código Procesal Penal, que el Ministerio Público desarrolle una investigación desformalizada, que pueda operar con eficacia y expedición, que tenga acceso a información fiel e íntegra, que pueda actuar con flexibilidad. Queremos resaltar con esto que el Código supone la actuación ágil, dinámica y no burocrática de los fiscales para que opten oportunamente por respuestas efectivas – ejercicio del principio de oportunidad, salidas alternativas, procedimiento abreviado, etc.-, o por el juicio, toda vez que, entre otras razones, el imputado tiene derecho a ser juzgado en un plazo razonable. Con todo y como no podría ser de otra manera, la actividad del Ministerio Público limita con los derechos y garantías de las personas. Si bien el sistema promueve esa actividad eficaz, expedita y desformalizada que trasunta el interés en que se aplique del modo más eficiente la coerción estatal, exige también, perentoriamente, respetar un conjunto de derechos fundamentales cuya vigencia efectiva es vital para la legitimidad de la investigación y del proceso. La Constitución Política, los tratados internacionales, el Código Procesal Penal y leyes especiales (Arts. 5º, inciso 2º, 6º, 7º, 19, Nos 3, 4, 5 y 7 de la Constitución; 9, 10, 14 y 17 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; 8º del Pacto de San José de Costa Rica; y, 1º al 10 CPP) reconocen y desarrollan estos derechos fundamentales configurando un sistema armónico de garantías, que pueden integrarse en el concepto de debido proceso y que “buscan evitar un uso arbitrario y desmedido de la coerción penal”.1 Sin el respeto a esas garantías no hay debido proceso y sin debido proceso no es válida la persecución penal ni ninguna decisión jurisdiccional. 1 BINDER, Alberto M., Introducción al Derecho Procesal Penal, Ed. Ad-Hoc, Buenos Aires, p. 59. La Defensoría Penal Pública, su estructura y su función La Ley 19.718 creó la Defensoría Penal Pública, dispuso su organización en una Defensoría Nacional y en Defensoría Regionales y prescribió que estas últimas organizaran su trabajo “a través de las Defensorías Locales y de los abogados y personas jurídicas con quienes se convenga la prestación del servicio de la defensa penal” 2 3. El artículo 2° de la Ley estableció que la Defensoría “tiene por finalidad proporcionar defensa penal a los imputados o acusados por un crimen, simple delito o falta que sea de competencia de un juzgado de garantía o de un tribunal de juicio oral en lo penal y de las respectivas Cortes en su caso, y que carezcan de abogado”. En relación directa con esta función, el Art. 7, letra d), de la Ley, reconoció al Defensor Nacional potestad para “fijar, con carácter general, los estándares básicos que deben cumplir en el procedimiento penal quienes presten servicios de defensa penal pública”. Estos estándares apuntan a establecer propósitos que se deben alcanzar con el desarrollo de la actividad del defensor y constituyen verdaderas regulaciones de calidad y perfección de la defensa. Su establecimiento responde a la necesidad de evaluar la labor del defensor conforme con parámetros objetivos, considerando que el servicio público debe velar por proporcionar una prestación de calidad. Las Defensorías Locales están definidas en el Art. 23 de la Ley como “unidades operativas en las que se desempeñan los defensores locales de la Región”. La Ley 19.718 crea, en suma, un servicio de defensa que, para satisfacer la necesidad que justifica su creación, exige el funcionamiento de todos sus órganos, el ejercicio de las atribuciones que a cada uno se fija y finalmente el otorgamiento de la prestación 2 La historia del establecimiento de esta Ley es obviamente ilustrativa respecto de su sentido y alcance. Se lee en ella que “como exigencia del debido proceso...surge la obligación del Estado (de proveer de defensor a quien carece de él)...obligación estatal que supone la creación de un mecanismo más o menos complejo para proveer de defensa jurídica”, en Historia de la Ley, Biblioteca del Congreso Nacional, “Informe de la Comisión de Constitución Legislación y Justicia de la H. Cámara de Diputados”, sesión 36, 4 de abril de 2000, p. 45. 3 La Ley crea un servicio público integrante de la Administración del Estado “que tiene a su cargo una función administrativa, consistente en la satisfacción de la necesidad pública de la defensa técnica en juicio a todo imputado...que, atendida la especialidad de su tarea requiere gozar de autonomía funcional...no podría entenderse un servicio público de esta naturaleza, dependiente de la autoridad política, sujeta a sus órdenes...resulta fácil comprender que la defensa penal técnica no es una cuestión de gobierno o de administración en sentido estricto sino que más bien una cuestión de servicio público puro”. Historia de la Ley, (n. 3), pp. 59 y 60. concreta de defensa que se le demanda. Quien está obligado por la Ley a la prestación de la defensa es la Defensoría Penal Pública, es el servicio completo. En él se integran todas sus competencias y esta integración asegura el cumplimiento cabal de sus objetivos. Nos parece fundamental destacar que el objetivo esencial del servicio – proporcionar defensa penal – sólo puede lograrse con el servicio funcionando íntegramente. Es la Defensoría la involucrada en la prestación esencial y no sólo el defensor local que es quien la presta materialmente, pero quien requiere del servicio para que esa prestación sea una de las que satisfaga la necesidad pública de que se trata. Porque la prestación del defensor local no es una prestación aislada ni privada sino una que responde al cumplimiento de un objetivo estatal, que para mayor eficacia está organizada por un servicio público y que envuelve por lo mismo la responsabilidad del servicio y del Estado. Así fluye de la Ley. Desde luego, la función se atribuye a la Defensoría. Esta tiene como jefe superior al Defensor Nacional, quien debe “dirigir, organizar y administrar la Defensoría, controlarla y velar por el cumplimiento de sus objetivos” (Art. 7, letra a), fijar los criterios para cumplir esos objetivos y los estándares que debe cumplir quien otorgue la prestación, elaborar el presupuesto, etc. La Defensoría Regional, por su parte, “es la encargada de la administración de los medios y recursos necesarios para la prestación de la defensa penal pública en la Región” (Art. 16 de la Ley), correspondiendo a su Director dictar las instrucciones para el funcionamiento de la Defensoría Regional “y el adecuado desempeño de los defensores locales”, disponer las medidas que faciliten el acceso al servicio y la debida atención de los imputados y acusados, autorizar la contratación de peritos para elaborar los informes que soliciten los abogados que se desempeñen en la defensoría penal pública (Art. 20 de la Ley), elaborar la nómina de abogados que en virtud de los procesos de licitación pública deban asumir la defensa penal (artículo 51), etc. Por último, las Defensorías Locales son las unidades en que los defensores locales “asumirán la defensa de los imputados... siempre que falte abogado defensor, por cualquier causa, en cualquier etapa del procedimiento (y) mantendrán la defensa hasta que la asuma el defensor que designe el imputado o acusado, salvo que este fuere autorizado por el tribunal para defenderse personalmente” (Art. 25 de la Ley). En suma, la Ley 19.718 trasunta la voluntad del legislador de establecer un sistema de defensa penal acorde con las exigencias constitucionales y legales (Arts. 5 y 19 N° 3, inciso quinto, segunda parte de la Constitución y 8, 102, 103, 104 y 374, letras b y c CPP), satisfaciendo en concreto una de las bases de la “investigación racional y justa” y el proceso debido a que el mismo legislador se haya obligado. Por el sistema que la Ley impone es posible que toda persona imputada sea defendida “por un letrado desde la primera actuación del procedimiento dirigido en su contra”, debiendo entenderse por primera actuación del procedimiento “cualquiera diligencia o gestión, sea de investigación, de carácter cautelar o de otra especie, que se realizare por o ante un tribunal con competencia en lo criminal, el ministerio público o la policía, en la que se atribuyere a una persona responsabilidad en un hecho punible” (Arts. 8 y 7, inciso segundo CPP). La relación entre el imputado o acusado y el defensor penal público La relación entre defensor y cliente, en general, es y debe ser, una relación de confianza, de esperanza y seguridad de este en el obrar profesional y beneficioso de aquél. Esta confianza se forma y se mantiene por la voluntad libre de las partes. Por eso jurídicamente se configura un mandato (Arts. 528 del COT y 2116 CC). La defensa penal pública nace de un hecho, cual es la carencia de defensor, a partir del cual procede que el imputado designe un defensor (Art. 102 CPP). Si no lo hace, puede el Ministerio Público exigirle al juez de garantía que le designe uno o hacerlo el propio juez en los términos de la ley de defensa penal pública. En este último caso, el imputado o acusado puede elegir de la nómina de abogados elaborada por la Defensoría Regional “al abogado que, estando disponible, asumirá su defensa... <quien> queda designado como defensor del imputado o acusado (Arts. 51 y 52 de la Ley). En todos los casos en que el imputado no nomina personal y voluntariamente un defensor, su capacidad de hacerlo autónomamente se reduce, porque la situación que se produce compromete el interés público. Como sin la designación de un defensor no puede continuar la persecución penal, ella no puede quedar entregada a la voluntad del imputado, debiendo operar entonces el sistema de defensa penal pública, en los términos antes señalados. Esta intervención del sistema estatal no impide, sin embargo, que surja directa y simultáneamente la relación de confianza propia de todo pacto de defensa. Desde luego, esta designación importa un acto de ayuda, de colaboración, que busca suplir un defecto en beneficio del imputado, beneficio que le permite ejercer en plenitud su derecho de defensa. Y ocurrida esa nominación, discurre la Ley sobre los mismos supuestos de toda relación de defensa: el defensor penal público debe cumplir su función con transparencia, esto es, informando al imputado de sus derechos, de los actos de procedimiento en que debe participar o que le afectan y de la actividad que debe desplegarse para la adecuada defensa (Art. 40); el abogado prestador estará sujeto en el cumplimiento de sus deberes, a las responsabilidades propias del ejercicio de la profesión y además a las que regulan la ley de la defensoría (Art. 40); el imputado tiene derecho a solicitar con fundamento plausible el cambio de defensor (Art. 53); el defensor tiene responsabilidad administrativa sin perjuicio de la responsabilidad civil y penal (Art. 68); deberá realizar una defensa satisfactoria de acuerdo con los estándares básicos definidos por el Defensor Nacional (Art. 69); el defensor es autónomo en la determinación del contenido de su defensa; y el defensor tiene el derecho y el deber de guardar reserva o secreto profesional. Por otro lado, debe tenerse en cuenta, también, que el defensor penal público no puede excusarse de atender al imputado (Art. 41 de la Ley), porque él satisface el interés público de que ya hablamos, lo que es un elemento diferenciador de esta relación respecto del mandato clásico. Pero esta particularidad tampoco logra privar a esta relación de la confianza que identifica siempre el vínculo defensor cliente. Y la actuación del defensor conforme con estándares vuelve a ser relevante en esta perspectiva: no por satisfacer una función pública el defensor actuará con independencia del cliente ni prescindiendo de su interés; precisamente para que este resulte efectivamente satisfecho se le exige seguir criterios de calidad, de oportunidad, de eficiencia, de profesionalismo. Todo ello fortalece la confianza, crea elementos objetivos para que entre defensor e imputado se dé, realmente, una relación de confianza y por lo mismo no podría, razonablemente, creerse que por las particularidades apuntadas el vínculo de que hablamos no contenga el contenido de confianza que le es propio4. “El sentido de la determinación de estándares de defensa apunta a consignar propósitos que se deben alcanzar con el desarrollo de la actividad defensoral. Estos propósitos son, principalmente, servir con eficiencia los intereses procesales del cliente y establecer con este una relación de razonable confianza, sobre la base de proporcionarle oportuna y cabalmente la información necesaria para la adopción de decisiones”, TAVOLARI OLIVEROS, Raúl, en Revista de Estudios de la Justicia, N° 1, p. 236. 4 La autonomía del defensor La función del defensor está protegida por la Constitución y por la ley de la interferencia de entes externos. El Art. 19 N° 3, inciso 2 de la Carta señala que “ninguna autoridad o individuo podrá impedir, restringir o perturbar la debida intervención del letrado si hubiere sido requerida”, consagrando así un principio general tan categórico como amplio. Por su parte, dos normas de la Ley 19.718 desarrollan el mismo criterio. Se trata de los Arts. 7, letra d, relativo a la atribución del Defensor Nacional de fijar con carácter general estándares básicos de defensa, y 20, letra a, relativo a la atribución del Defensor Regional de dictar instrucciones para el adecuado desempeño de los defensores locales. En ambas normas, las atribuciones reconocidas a las respectivas autoridades del servicio de defensa están limitadas por la prohibición de intervenir en casos particulares y de dar instrucciones específicas. La prohibición excluye toda posibilidad de actuación de esa autoridad en un caso o respecto de una defensa, no pudiendo “ordenar realizar u omitir actuaciones”. El defensor penal debe defender a su cliente y ser leal con él, debe “guiarse por los intereses y necesidades de la defensa de su cliente...su misión y su actuación conforme a las reglas éticas, debe ceñirse a defender los intereses del imputado”5. En el Código Procesal Penal el defensor puede ejercer todos los derechos y facultades que la ley reconoce al imputado, a menos que este se hubiere reservado su ejercicio (la autodefensa se permite en cuanto no perjudique la eficacia de la defensa y esto lo decide el juez de garantía, según el Art. 102); el defensor actúa como representante del imputado aunque la intervención del defensor no excluye la del imputado mandante, siendo necesaria generalmente la intervención de ambos, a quienes la ley califica de intervinientes; las notificaciones deben hacerse al representante; es muy relevante la relación entre defensor e imputado y acusado (Arts. 94 y 96 sobre la confidencia en prisión); y se garantiza la comunicación permanente entre defensor e imputado, salvo cuando este presta declaración (Art. 327). Las normas citadas demuestran, entre muchas otras, cómo el citado Código asegura la relación entre defensor e imputado. La autonomía de la defensa, en los términos 5 BINDER, Alberto, (n. 2), p. 159. antes señalados, favorece y asegura esta relación de lealtad y este servicio al imputado. Lo que la Constitución y el Código Procesal Penal disponen es la defensa efectiva del imputado, prestada con independencia, que no responde a intereses institucionales ni estatales sino a los profesionales que les son propios. A ello sirve la autonomía y en la operación de esta autonomía hay evidentemente un interés público. El defensor y el deber de reserva La confianza que caracteriza el vínculo entre defensor e imputado exige la reserva o secreto de lo oído y conocido por el abogado con ocasión de su desempeño. Esta reserva o secreto que facilita la confidencia sincera del imputado cimienta esa confianza que, a su vez, permite conocer cabalmente los hechos y sus circunstancias y prestar una asesoría profesional efectiva. Siempre tras el secreto existe un fundamento de interés general. Suele señalarse que su justificación está en el derecho a la vida privada y a la intimidad o en el derecho de defensa, todos de rango constitucional, y en mérito de ello se le protege por regla general. La revelación de un hecho o circunstancia que en principio debe permanecer bajo secreto tiene sanción penal y ética, salvo algunas hipótesis en que el secreto puede ser revelado, que son naturalmente excepcionales. Asimismo, la trasgresión de estas normas de secreto y reserva, especialmente de aquellas contenidas en leyes procesales y relativas a medios de prueba, debieran conducir a una prohibición de prueba o a una prueba ilícita en los términos del Art. 276, inciso 3 CPP. En el ámbito normativo, el § 8° del Título V del Libro II del CP trata de la violación de secreto; sus Arts. 246, 247 y 247 bis se refieren a conductas del empleado público que importan revelación o aprovechamiento de secretos y sancionan a quien “ejerciendo algunas de las profesiones que requieren título, revelen los secretos que por razón de ella se le hubiere confiado”; los artículos 231 y 232 CP castigan al abogado o procurador que con abuso malicioso de su oficio perjudicaren a su cliente o descubrieren su secreto y al abogado cuando teniendo la defensa actual de un pleito patrocinare a la vez a la parte contraria en el mismo negocio. En el Código Procesal Penal no están obligadas a declarar “aquellas personas que, por su estado, profesión o función legal, como el abogado, médico o confesor, tuvieren el deber de guardar el secreto que se les hubiere confiado, pero únicamente en lo que se refiriere a dicho secreto” (normas similares reconocen los Arts. 360 CPC y 260 N° 2 C de PP). Con ocasión de regular la incautación de objetos y documentos, el Código Procesal Penal establece que si ellos no se encuentran en poder del imputado no puede apercibirse para su entrega “a quienes la ley reconoce la facultad de no prestar declaración”, mientras que la diligencia es improcedente cuando se refiera a las comunicaciones entre imputado y quienes tienen deber de secreto profesional, de las notas realizadas entre ellos y de otros objetos o documentos, incluso los resultados de exámenes o diagnósticos relativos a la salud del imputado que se encontraren en poder de las personas a quienes la ley reconoce la facultad de no declarar en juicio, extendiéndose la prohibición de incautar y de apercibir en estos casos “a las oficinas o establecimientos en los cuales ellos ejercieren su profesión o actividad” (Arts. 217 y 20 CPP). El Código de Etica Profesional de los abogados prescribe que "guardar el secreto profesional constituye un deber y un derecho del abogado. Es hacia los clientes un deber que perdura en lo absoluto, aún después de que les haya dejado de prestar sus servicios; y es u derecho del abogado ante los jueces, pues no podría aceptar que se le hagan confidencias si supiese que podría ser obligado a revelarlas”. El mismo Código pretende fijar el alcance de la obligación de guardar el secreto. Señala que “abarca las confidencias hechas por terceros al abogado en razón de su ministerio y las que sean consecuencias de pláticas para realizar una transacción”. El Art. 40 de la Ley de la Defensoría, por su parte, establece que “los abogados que presten defensa penal pública estarán sujetos, en el cumplimiento de sus deberes, a las responsabilidades propias del ejercicio de la profesión” y, además, a las que se regulan por la misma ley. Obviamente entre las responsabilidades propias del ejercicio profesional están las derivadas de la aplicación de las normas legales (penales, administrativas, y, eventualmente, civiles) y entre las que impone la Ley están las responsabilidades éticas y las que genera el control o fiscalización de la defensa (§ 5, Arts. 68 y ss. de la Ley). La misma Ley prescribe que el secreto profesional y la responsabilidad que conlleva amparan también a “otros profesionales que participen en la defensa penal pública”, (Art. 61, inciso 1) con lo cual extiende dicho secreto a todos quienes tienen parte en la defensa, a quienes responden de la misma. Y eso no es todo. La Ley señala, que “las informaciones, datos, notas personas o de trabajo de los abogados y cualquier referencia obtenida durante las inspecciones y auditorías externas y que sean relativas a casos particulares” (artículo 61, inciso tercero), serán confidenciales. Finalmente la Ley sanciona con las penas de la violación de secreto (Art. 247 CPP) las infracciones a las referidas reglas (Art. 61, inciso final). En suma, la Ley 19.718 reconoce categórica y ampliamente el secreto, la reserva y la confidencialidad de los datos, informaciones, notas personales o de trabajo de los abogados y cualquier referencia obtenida de casos particulares en las que se esté prestando defensa penal pública. Están obligados a esta reserva y a esta confidencialidad desde luego los abogados, pero también los otros profesionales que participan en la defensa penal pública, todos los que intervienen en ella, sea directa o indirectamente (las que investigan por encargo del defensor, las que con él analizan datos y elaboran estrategias de defensa, las que cooperan con la defensa) y además, quienes inspeccionan y practican auditorías externas a los prestadores del servicio (la Defensoría Regional o Nacional y los inspectores, según los Arts. 57, 58 y 62 de la Ley). La historia de esta Ley, finalmente, refleja la preocupación del legislador por la aplicación de todas las normas propias del ejercicio de la profesión de abogado. Así, en la discusión de la disposición referida, habiéndose reafirmado por el Ejecutivo que la misma “aún cuando pareciere obvia, responde a la necesidad de establecer los principios que deben guiar a todos quienes asuman la defensa de un imputado o acusado”, y resolviendo una propuesta de los senadores Fernández, Larraín y Stange para exigir a los abogados en estos casos el cumplimiento de sus responsabilidades deontológicas, la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia del Senado “aceptando el punto de vista, convino en conservar el inciso primero por estimar más apropiado aludir a todas las responsabilidades propias del ejercicio de la profesión y no sólo a las deontológicas”6. El Fiscal, el imputado y el defensor sujetos esenciales “intervinientes” en el procedimiento 6 Historia de la Ley, Textos Oficiales, H. Congreso Nacional, Diario de Sesiones, Segundo Informe de la Comisión de Constitución Legislación y Justicia del Senado, p. 2046. Es innegable la tendencia de todas las legislaciones hacia formas de procedimiento de corte acusatorio; “el proceso penal cuyo centro de gravedad se coloca en un debate oral y público, se aleja...del modelo del proceso de investigación (inquisición), para aproximarse a la idea reflexiva de un procedimiento dialéctico entre los portadores de los intereses en conflicto y la persona que debe darle solución”7 y, tales orientaciones, inciden frontalmente en la distribución de los poderes que actúan en el proceso y en su asignación a entes diversos, así como también en la regulación de las garantías procesales. En efecto, “se distinguen tres funciones procesales básicas, a semejanza de lo que ocurre en el proceso de partes, la de decidir, la de requerir y la de defenderse y se coloca cada una de esas funciones en cabezas de órganos o personas distintas: decide el tribunal, requiere la fiscalía y se defiende el imputado”8. Y por otro lado, considerando las distintas funciones y especialmente los poderes que ellas conllevan, las legislaciones cuidan la legitimidad de los actos del procedimiento y su adecuación a estándares de racionalidad y justicia. Determinadas por el contenido del debido proceso, las leyes conceden “al individuo perseguido una serie de resguardos y facultades defensivas, tales como par para que pueda ser considerado un sujeto de derechos en el procedimiento...que mediante imposiciones a otros sujetos, referentes a la realización de ciertos actos procesales, son puestas en la posición de ser ejercidas con eficiencia”9. Los criterios señalados están definitivamente recogidos en nuestro sistema. Conforme con la Constitución Política y el CPP, la función de perseguir y acusar radica en un Ministerio Público autónomo; la resolución de los conflictos de la investigación y del objeto del proceso se entregan a órganos jurisdiccionales, uno unipersonal y otro colegiado, en su caso; y la defensa se encarga a un órgano que debe proveerla en todas las hipótesis que prescribe la ley. Tras esas divisiones funcionales y orgánicas, que perfilan intereses opuestos está, naturalmente, el interés manifiesto del legislador en los componentes del debido proceso: la imparcialidad del juzgador, la presunción de inocencia, la defensa efectiva, la igualdad entre partes, el contradictorio y la congruencia entre acusación y sentencia, entre otros. Nuestro Código Procesal Penal reconoce la existencia de sujetos procesales distintos, representativos de las posiciones antagónicas que caracterizan el conflicto, y regula y 7 MAIER, Julio, Derecho Procesal Penal, Ed. del Puerto, Buenos Aires, 1996, 2ª reimpresión 2002, tomo II, p. 64. 8 Ídem, p. 66. 9 Ídem, pp. 66 y 72. alienta la actuación de esos sujetos. Ocurrida la notitia criminis, el Código Procesal Penal insta a la actuación de los diversos sujetos: los fiscales dirigen la investigación y pueden realizar por sí mismos o encomendar a la policía todas las diligencias necesarias, las policías pueden realizar actuaciones sin orden previa de los fiscales, el imputado puede actuar desde el primer acto de procedimiento y tiene derecho a designar libremente un defensor o deberá designársele uno, en su caso; aparecerá la necesidad de formalizar la investigación, podrán requerirse medidas cautelares, aparecerá la conveniencia de optar por alguna salida alternativa y podrá considerarse agotada la investigación debiendo la fiscalía adoptar alguna de las decisiones entonces pertinentes. Numerosas audiencias se sucederán ante el Juez de Garantía y en ellas participarán, en algunos casos imperativamente, los intervinientes. El interés del legislador en la actuación de los sujetos y en el fondo, en que el procedimiento refleje el conflicto y sirva para determinar su objeto, se expresa también en el concepto genérico de intervinientes. En diversos artículos del Código Procesal Penal se alude a los intervinientes, a sujetos procesales que cumplen ciertos roles de distinta naturaleza, cuya actuación en ciertos casos es fundamental para la validez de los actos. Ante la eventual duda acerca de quienes debieren o pudieren intervenir en los actos del procedimiento penal y para evitar los efectos restrictivos que se habrían derivado de la aplicación a ellos del concepto de parte procesal, optó el Código Procesal Penal por definir a quienes debía considerarse intervinientes: “a los fiscales del ministerio público, al imputado, al defensor, a la víctima y al querellante, desde que realizaren cualquier actuación procesal o desde el momento en que la ley les permitiere ejercer facultades determinadas” (Art. 12). La existencia de funciones distintas que se encargan a órganos distintos responde a “que lo consustancial en el proceso no es la existencia de dos partes sino la existencia de dos posiciones, la de actor y demandado, sin que sea posible la pluralidad de posiciones”10, cuestión que reafirma “la idea de que la evidencia, presupuesto ineludible de la sentencia, no puede lograrse en el proceso moderno sino mediante la oposición de dos tesis contrapuestas”11. La persecución penal provoca y crea para una persona el riesgo de ser investigada, de ser objeto de coerción penal y finalmente de sufrir una pena, y tal provocación y riesgo 10 MARTÍNEZ ESCRIBANO, Alfonso, La aplicación jurisdiccional de la Constitución, Tirant lo Blanch, Valencia, 1997, p. 168. 11 Ídem, p. 168. se responden y asumen por esa persona defendiéndose, contradiciendo al investigador y acusador. El proceso se conformará a partir de la expresión de tales posiciones contrapuestas y casi siempre antagónicas, y del ejercicio por los sujetos que las detentan de las facultades y derechos procesales que les son consustanciales. La persecución penal y el derecho de defensa. La investigación del defensor Como se ha esbozado, la tarea del Ministerio Público es instar por la persecución y mantenerla cuanto sea necesario para producir las diligencias e investigaciones que le permitan descubrir evidencias y adoptar las decisiones y opciones propias de cada fase procedimental. Esta persecución importa desplegar una fuerte actividad indagatoria y de averiguación que envuelve a múltiples personas, que convoca al procedimiento (imputado, testigos y peritos), que afecta derechos fundamentales (entradas y registros, exámenes, retención e incautación de correspondencia, intercepción telefónica), que requiere datos o antecedentes (documentos, exámenes, inspecciones). Si bien todas estas personas son afectadas en sus derechos por la persecución penal, es el imputado quien la soporta más profundamente. Es él quien merece, a juicio del Ministerio Público, el reproche penal y contra él “se ejerce la persecución penal”12. La ley procesal no es indiferente ante esta realidad material y jurídica del imputado. En efecto, lo califica como interviniente y como tal le reconoce el derecho “a ocupar y desarrollar el papel de un partícipe, con poder para conformar el procedimiento junto a los demás sujetos procesales, básicamente el acusador y el tribunal y dentro del margen que la ley prevé”13. En esta perspectiva surge básica y esencialmente para el imputado, el derecho de defensa. Se trata del derecho a actuar “como reacción ante el inicio de la persecución penal”14 y a participar y a intervenir “en el proceso de la formación de la resolución destinada a decidir sobre sus intereses”15, derecho que se traduce en la posibilidad de declarar ante el juez con el propósito de defenderse y durante todo el procedimiento (constitutivo de la llamada defensa material) y que exige ser asistido por un letrado (defensa técnica). Tan trascendental y básico es el derecho de defensa que se lo 12 MAIER, Julio, (n. 8), p. 188 Ídem, p. 241. 14 CAROCCA PÉREZ, Alex, La defensa penal pública, Ed. Lexis Nexis, Santiago, 2002, p. 45 15 Ídem, p. 47. 13 califica “como un verdadero requisito para la validez del proceso, es decir, como una garantía de la configuración del propio juicio jurisdiccional válido”16. Las consideraciones de la doctrina sobre la importancia procesal de la defensa son múltiples y profundas. Sin embargo, bástenos para demostrar esa relevancia en nuestro sistema, recordar su carácter de garantía constitucional (Art.19, N° 3 de la Carta); su atribución a un servicio público, al que se obliga a proporcionar defensa penal a los imputados que carezcan de abogado (Ley 19.718); su consideración entre los principios básicos del CPP (Arts. 7 y 8); su regulación a través de los “derechos y garantías del imputado” (Arts. 93 y ss.); su inclusión como derecho a designar un defensor técnico (Arts. 102 y ss.); y el reconocimiento de sus múltiples expresiones en numerosísimas normas del mismo Código (por ejemplo, los Arts. 142, 182, 186, 193, 194,195, 229, 232, 260, 263, 268, 269 y 285, entre muchos otros). En concreto “durante todo el proceso el imputado puede ejercer sus facultades, derechos y garantías, que son expresión de su derecho de defensa jurídica, ‘desde la primera actuación del procedimiento’ (Art. 7). Así, a lo largo de la investigación, tiene derecho a ser defendido por un letrado (Art. 8); a que se le informe de manera específica y clara acerca de los hechos que se le imputaren y los derechos que le asisten; a solicitar de los fiscales diligencias de investigación destinadas a desvirtuar las imputaciones que se le formularen; a solicitar que se active la investigación y a conocer su contenido; a guardar silencio; a no ser juzgado en ausencia; a que se le exprese el motivo de su detención; a prestar declaración durante todo el procedimiento y en cualquiera de sus etapas, como un medio de defenderse de la imputación que se le dirigiere (Art. 98); a que su defensor ejerza todos los derechos y facultades que la ley le reconoce, a excepción de los que él reserve para ejercerlos personalmente (Art. 102); a defenderse personalmente, salvo que ello perjudicare la eficacia de su defensa (Art. 102); a que se le comunique formalmente y ante el juez de garantía la investigación que el fiscal efectúa en su contra (Art. 299); a conocer el contenido de la acusación, a formular a su respecto objeciones formales, a exponer los argumentos de defensa que considere necesarios, y a señalar los medios de prueba cuyo examen solicite en el juicio oral (Art. 263); a ejercer su defensa durante el juicio oral, a que actúe en él su defensor, y a manifestar libremente en esa audiencia lo que creyere conveniente respecto de la o las acusaciones formuladas (Art. 326); a comunicarse libremente con su defensor durante el juicio oral (Art. 327); a producir sus 16 Carocca Pérez, Alex, ob. cit. pág. 49 pruebas; a que su defensor intervenga en la clausura del juicio oral y replique; a usar finalmente la palabra para expresar lo que estimare conveniente (artículo 338)”17. El ejercicio del derecho de defensa cuyo contenido y expresiones hemos expuesto, supone que el imputado y su defensor desplieguen una actividad material, intelectual, profesional y jurídica que haga posible aquella participación e intervención en el proceso que caracterizan este derecho. En esta línea, lo primero para la defensa será participar de los actos de procedimiento, de las audiencias y diligencias de todo orden, pero también y con el mismo profesionalismo deberá examinar las pruebas y antecedentes reunidos o identificados por la fiscalía, interrogar a los testigos, a los peritos y a los agentes policiales, analizar los documentos recogidos y en general hacer un juicio crítico de todo el material que aporta la investigación de la fiscalía. Esta actividad de la defensa configura claramente una especie de investigación. Lo que hace la defensa al indagar, constatar y consultar es investigar por su lado, es averiguar sobre los hechos a partir de ese material probatorio oficial y de esos antecedentes, pero mirados o escrutados desde su perspectiva de defensa. Piénsese tan sólo en el inmenso material probatorio que puede derivar del interrogatorio que el defensor hace a su cliente. ¿Podría creerse que tras esa información proporcionada por su cliente el defensor debe abstraerse de investigarla y renunciar a recoger las evidencias que de allí surjan? Está también, en su caso, la entrevista que el defensor tenga con el fiscal encargado del caso, ¿no puede arrojar esta datos y enfoques que deban investigarse especial e independientemente? Siempre deberá el defensor investigar para una buena defensa18. Aparece así de manifiesto que el derecho de defensa no solo admite sino exige una investigación propia del defensor, que se inicia con el examen crítico de la evidencia de la fiscalía, pero que debe seguir con la búsqueda de pruebas de descargo o con la actividad necesaria para encontrar las evidencias demostrativas de su propia teoría del 17 HORVITZ, María Inés y LÓPEZ, Julián, Derecho procesal penal, Ed. Jurídica de Chile, Santiago, 2002, pp. 226 y ss. 18 “Se requiere que el defensor tenga un conocimiento cabal de los hechos del caso. Para la consecución de este objetivo dispone de los siguientes instrumentos: el interrogatorio exhaustivo del cliente, el examen minucioso de los registros policiales...En general, debe conducir una investigación de los hechos independiente de la realizada por el fiscal...debe explorar las posibilidades de producir prueba de descargo y a través del Ministerio Público, solicitando las diligencias de investigación pertinentes, o de manera autónoma (uso de recursos profesionales de investigación cuando ello fuere necesario; investigadores, peritos, etc). HORVITZ LENNON, María Inés, en Revista de Estudios de la Justicia, Facultad de Derecho, U. de Chile, Santiago, 2002, p. 199. caso, de su posición incompatible con la existencia del delito que se imputa a su defendido. Actividad que, además, puede legítimamente requerir de la colaboración de expertos investigadores, peritos, analistas, criminalistas, etc.19. Esta investigación del defensor, por otro lado, puede resultar completamente infructífera para sus fines naturales de exculpación o disminución de la responsabilidad penal o puede servir para respaldar ante el Ministerio Público la petición de diligencias indagatorias (Art. 183 CPP); para fundamentar ante el juez de garantía la reapertura de la investigación en la hipótesis del Art. 257 CPP; y fundamentalmente, para “exponer los argumentos de defensa que considere necesarios y señalar los medios de prueba cuyo examen en el juicio oral solicitare, en los mismos términos previstos en el artículo 259”, esto es, para ofrecer pruebas, presentar lista de testigos e individualizar a los peritos (Art. 263 CPP). Asimismo, debe considerarse también la hipótesis de que, el imputado y su defensor, decidan simplemente guardar silencio en la investigación y desarrollar una poderosa actuación argumentativa y probatoria en el juicio. Podría ocurrir que, en la natural relación de conflicto con el Ministerio Público y ante la negativa de este de ordenar determinadas diligencias porque, simplemente, desde su legítima perspectiva las mismas son impertinentes, el imputado opte por el silencio y por defenderse activamente en el juicio; puede decidir que, dadas las características del caso, la reapertura de la investigación le resulta imposible (esta, en verdad, es excepcionalísima, según es manifiesto en el texto de la ley y así lo reconocen sus intérpretes) y que lo que le corresponde es enfrentar el juicio oral. Y para el juicio oral debe tener prueba. La audiencia de preparación del juicio oral, en la que la presencia del fiscal y el defensor constituye un requisito de validez, establece que “cada parte podrá formular las solicitudes, observaciones y planteamientos que estimare relevantes con relación a las pruebas ofrecidas por las demás”, todo esto con el objeto de verificar si las pruebas son necesarias o dilatorias o excesivas o impertinentes, para constatar que las mismas son válidas y han sido obtenidas con respeto de las garantías fundamentales y finalmente para que se las declare admisibles en el auto de apertura (Arts. 272, 276 y 277 CPP). Véase sobre este tema el contundente estudio del profesor Raúl TAVOLARI, “De las posibilidades de investigar que tiene la defensa en el nuevo Sistema Procesal Penal Chileno”, en Informes en Derecho, Doctrina Procesal Penal 2001-2003, Centro de Documentación de la Defensoría Penal Pública, Nº 1, diciembre 2003, p. 105. 19 ¿Cómo podría atender el acusado estas posibilidades tan claras de defensa que le reconoce la ley sin los aportes probatorios de una investigación propia, profesional y técnica? La oferta de prueba que la ley permite al acusado “hasta la víspera del inicio de la audiencia de preparación del juicio oral” (Art. 263 CPP) ¿con qué material podría satisfacerla sino con el que le ha proporcionado su propia labor investigativa? ¿Tendría en esta hipótesis que conformarse con las pruebas de descargo que le hubiere proporcionado el Ministerio Público, las mismas que impidieron que el Ministerio Público desistiera de la persecución? No. Creemos que la audiencia de preparación del juicio oral pone de manifiesto la necesidad y la legitimidad de la investigación del defensor y confirma que la misma es expresión genuina de su derecho de defensa. Nos interesa también analizar si esta investigación del defensor afecta, perjudica o menoscaba la investigación del Ministerio Público. Entendemos que el reconocimiento de la posibilidad de que el defensor investigue respeta cabalmente el Art. 80 A de la Constitución. La interpretación que postulamos es compatible con las funciones del fiscal y del defensor y no importa reconocer a este último ninguna de las atribuciones de investigación radicadas en el Ministerio Público. En efecto, la investigación de quien dirige la persecución penal es pública (cumplida sólo por órganos de este carácter), está dirigida a ejercer y sustentar la acción penal (Art. 77 CPP), se realiza con el auxilio de las policías (Arts. 79 y 80 CPP), debe regirse por los principios de racionalidad y justicia y de objetividad establecidos especialmente para ella por la Constitución y la Ley Orgánica respectiva, se sujeta a las reglas procesales que corresponda según el acto concreto de investigación de que se trate y puede asegurarse con medidas cautelares personales. La investigación que puede realizar el defensor, en cambio, puede realizarse por un ente público o privado (puede tratarse de un abogado de ejercicio liberal o de un abogado defensor penal público); está dirigida a defender al imputado y a generar prueba de descargo (el defensor tiene un deber de lealtad con su cliente que le obliga a evitar perjudicarlo); no podría guiarse por un criterio de objetividad porque responde, por esencia, a un interés parcial (lo primero es el interés del imputado y a partir de él actúa el defensor que está obligado a la parcialidad); no cuenta con órganos auxiliares; se desarrolla independientemente de la investigación pública sin poder imperativo o de coerción alguno y sin capacidad de imponer actos a terceros por lo que no corresponde oponerle las garantías constitucionales de racionalidad y justicia ni las normas procesales; y las medidas cautelares de todo orden le son esencialmente inaplicables. En cuanto a la segunda cuestión, tampoco creemos que la investigación del defensor perjudique o menoscabe la función del Ministerio Público. Es indiscutible que este órgano ha sido creado con todas las capacidades profesionales, materiales y técnicas necesarias para realizar una investigación eficaz. Su organización y sus medios le permiten satisfacer cabalmente su función; su autonomía le asegura el desarrollo que su profesionalismo le impone; cuenta con una planta de personas idóneas razonable, y las relaciones estatutarias previstas en la ley tienen la flexibilidad necesaria; su financiamiento ha importado la inversión de los recursos estatales que la importancia de su función ha requerido; y lo más importante, sus capacidades de investigación y sus facultades procesales son lo suficientemente claras, amplias y efectivas como para iniciar una investigación criminal, mantenerla y conducirla al juicio en el procedimiento que corresponda. No podría sostenerse, bajo ningún respecto, que nuestro Ministerio Público es un organismo con capacidades disminuidas ni carente de medios. Ello no resulta del análisis de su normativa constitucional, orgánica y procesal ni se desprende de su gestión efectiva, conocida públicamente y expresada ya en varias cuentas públicas del Fiscal Nacional y en evaluaciones privadas. En este contexto objetivo, la actividad de la defensa y concretamente el desempeño eficaz de un defensor público o privado, que investiga y despliega una intensa labor indagatoria independiente de la del Ministerio Público, sólo puede entenderse como el buen resultado de un sistema que busca la igualdad de armas y permite una defensa efectiva. Se trata de una actividad que no busca ni impedir ni entorpecer la investigación del Ministerio Público. Entiéndase además que, como no podría ser de otra manera, esta investigación del defensor excluye todo ilícito que pueda favorecer al imputado (ocultamiento o destrucción de pruebas, falseamiento de los medios de prueba, obstrucción a la justicia) y considera las normas éticas propias de la profesión de abogado (honradez, buena fe, abstención de recursos y formalidades innecesarias, secreto profesional, servicio al cliente con eficacia y empeño). Por último, nos parece inconcuso que el Ministerio Público debe obtener la evidencia y el material probatorio sustentante de su acusación, de su investigación y de su labor profesional y técnica, y no de la investigación que pueda desarrollar la defensa. Consecuentemente, en caso alguno podría admitirse que ese resultado pudiere alcanzarse con la actividad propia de la defensa. ¿Puede el Ministerio Público exigir que se le dé a conocer la investigación realizada por el defensor? La cuestión es acuciante. Su solución supone examinar otras tantas materias. a) Primero, el imputado tiene derecho a guardar silencio y a no autoincriminarse La Constitución prohíbe en las causas criminales “obligar al inculpado a que declare bajo juramento sobre hecho propio” (Art. 19 Nº 7 letra f), regla poco explícita para consagrar la garantía de que tratamos, pero que entre sus antecedentes fidedignos cuenta con mayor precisión, en cuanto se expresa que ella responde “a los buenos principios procesales y a la doctrina sostenida por la mayoría de los tratadistas, según los cuales no se puede exigir al inculpado que colabore en su perjuicio ni que preste su auxilio para que se le persiga por el delito que cometiera”20. Sin perjuicio de tal explicación, debe entenderse que la recepción en nuestro derecho de esta garantía opera a través de los tratados internacionales. En efecto, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, consagra en su Art. 8 letra g), el derecho “a no ser obligado a declarar contra sí mismo ni a declararse culpable”, y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en su Art. 14 Nº 3 letra e), establece que “durante el proceso toda persona acusada de un delito tendrá derecho, en plena igualdad, a la garantía mínima de no ser obligada a declarar contra sí misma ni a confesarse culpable”. El Código Procesal Penal, por su parte, en su Art. 93 letra g), entre los derechos del imputado, reconoce el derecho a “guardar silencio o, en caso de consentir en prestar declaración, a no hacerlo bajo juramento”, y en su Art. 135 incisos 2 a 4, el de “ser informado de dicho derecho”. A su vez, el Art. 195, regulando la declaración del imputado, prescribe que “queda absolutamente prohibido todo método de investigación o de interrogación que menoscabe o coarte la libertad del imputado para declarar”, agregando que “en consecuencia, no podrá ser sometido a ninguna clase de coacción, amenaza o promesa”, razón por la cual “se prohíbe ... todo método que afecte la memoria o la 20 EVANS DE LA CUADRA, Enrique, Los derechos constitucionales, Ed. Jurídica de Chile, Santiago 1986, Tomo II, p. 60. capacidad de comprensión y de dirección de los actos del imputado, en especial cualquier forma de maltrato, amenaza, violencia corporal o psíquica, tortura, engaño, o la administración de psicofármacos y la hipnosis”. Estas prohibiciones se encuentran fundadas, por lo demás, en la norma constitucional que garantiza el derecho a la vida y a la integridad física y psíquica, prohibiendo la aplicación de todo apremio ilegítimo, norma que refuerza el derecho del imputado a guardar silencio o a no autoincriminarse (Art. 19 Nº 1 de la Constitución)”21. El derecho a guardar silencio y a no autoincriminarse es, en definitiva, expresión directa del derecho de defensa. Como se ha dicho, es un modo de autodefenderse del imputado, quien puede optar por defenderse guardando silencio, no declarando, no reconociendo nada contra sí mismo ni menos confesando. En el fondo, significa reconocer que al imputado “no es posible obligarlo a brindar información sobre lo que conoce” pues respecto de eso sólo podría llegarse a lo que él quisiere expresar libremente, sin coacción de ninguna naturaleza22. También hay en esta garantía expresión de libertad. Es obvio que ella reconoce al imputado la libertad de declarar y la de determinar qué declarar. Y si el imputado libremente no quiere declarar, simplemente guarda silencio. Se habrá, entonces, defendido del modo que él libremente ha determinado. Reiteramos, tal es la garantía23. Así las cosas, la obligación de poner a disposición del ministerio público los antecedentes y el material probatorio de la investigación del defensor, resulta incompatible con la garantía del derecho al silencio y a la no autoincriminación. 21 POBLETE, Orlando, Informes en Derecho, Doctrina Procesal Penal 2001-2003, Centro de Documentación Defensoría Penal Pública, Nº 1, diciembre 2003, p. 44. 22 Ídem, p. 45. 23 En este sentido “... si utilizamos el concepto de derecho a no auto-incriminarse, deberíamos concluir que el imputado debe declarar todo cuanto le sea favorable, y aunque normalmente en la práctica esto sucederá, es decir, que el imputado declare todo aquello que exista a su favor, puede sin embargo ocurrir en algunos casos, y obedeciendo a distintas razones (proteger a otras personas, memoria confusa de lo que sucedió...) que aquél no quiera declarar nada, no favorable, ni desfavorable para si mismo. Por tanto, puede decirse, en general, que el derecho a no declarar contra uno mismo y a no confesarse culpable cuyo contenido no es otro que el reconocimiento de la libertad del imputado en cuanto a las declaraciones que efectúe en sus dos aspectos relativos a la propia decisión de realizarlas y al contenido de las mismas, no son más que manifestaciones concretas del contenido del derecho a guardar silencio ya que, obviamente, si uno no quiere emitir declaraciones que puedan perjudicarle o no quiere declarar su culpabilidad, el mejor modo de hacerlo, aparte de la posibilidad de declarar falsamente, de lo que enseguida se hablará, es guardar silencio”, en HUERTAS, María Isabel, El sujeto pasivo en el proceso penal como el objeto de la prueba, J.M. Bosch Editor, Barcelona. 1999, pp. 292 y ss. Si este consiste en que el imputado no puede ser obligado a declarar ni a reconocer su culpabilidad, obligarlo a proporcionar el material probatorio que ha obtenido su defensa es, finalmente, despojarlo de aquel derecho. Es, en el fondo, aprovechar su defensa, utilizar su actividad investigadora, realizada legítimamente en su beneficio, para enriquecer la persecución en su contra. Miremos el tema desde otro punto de vista. El imputado revela a su defensor detalles de los hechos y datos y evidencias que le exculpan parcialmente. ¿Tal revelación significa que el imputado ha renunciado a su derecho a guardar silencio y a no autoincriminarse? No, absolutamente no. Lo que ha hecho es programar, planificar y orientar su defensa, pero ejerciendo aquella garantía. Esta la tiene, precisamente, respecto del órgano perseguidor, la tiene ante el poder penal del Estado. Y sólo podría renunciarla ante ese poder, en la forma y oportunidades procesales correspondientes, pero siempre voluntaria y libremente. No se entiende cómo podría argumentarse en torno a la vigencia de esta garantía si el ministerio público tuviere la facultad de requerir la evidencia o el material probatorio que el imputado no ha revelado sino a su defensor, que es fruto de su comunicación con su defensor y cuyo sentido es fortalecer su defensa. En esta hipótesis, precisamente, el imputado ha resuelto no declarar, mantener su silencio, no autoincriminarse, pero se le obliga a revelar, a develar, a descubrirse, se dispone de su material probatorio, con lo cual todos aquellos resguardos terminan por perder sentido. ¿Qué garantía es esta, proclamada con tanta fuerza, pero que puede ser directamente abrogada por quien dirige la persecución penal? Si se exigiere ese material probatorio se afectaría frontalmente la garantía de que tratamos. Por esta vía se limitaría y restringiría de tal modo el derecho a guardar silencio y a no autoincriminarse que prácticamente no existiría. b) La segunda cuestión a analizar está relacionada con el servicio público llamado Defensoría. Quien está requerido de entregar la información sobre la causa en el caso de que tratamos, es el defensor local, pero estimamos que tal requerimiento no sólo envuelve a esa instancia del servicio sino al órgano entero. Teniendo presente lo que antes hemos dicho sobre la Defensoría Penal Pública y su función y sobre el derecho de defensa, creemos que ese requerimiento es improcedente. No está el Ministerio Público facultado para requerir información sobre la defensa penal a la Defensoría Penal Pública ni al defensor regional ni al local porque ese requerimiento de información compromete el cumplimiento de la misión esencial de estos órganos y sujetos, porque afecta centralmente aquello que los mismos deben proteger y ejercer de la manera más eficaz. En efecto, no vemos cómo podría ser compatible el ejercicio eficaz del derecho de defensa, en todas sus expresiones antes señaladas, con la entrega de la información recogida y centralizada por el defensor local respecto de una causa pendiente. Si el defensor ha cumplido fielmente con su deber de defender, ha señalado al imputado sus derechos, ha investigado los hechos y recogido datos y evidencias para esa defensa, ha cumplido los estándares fijados especialmente, ha elaborado una tesis que sostendrá ante el tribunal y en definitiva, ha realizado todo lo debido para impedir la indefensión del imputado, resulta irracional e injusto que todo ese esfuerzo en aras de la defensa y todo ese material que es su consecuencia terminen por favorecer al Ministerio Público. Lo que justifica el rechazo a la posibilidad de requerimiento de información y antecedentes es la debida valoración del derecho de defensa. El deber del Estado de proporcionar defensa penal se ha encargado por la Ley a la Defensoría, al servicio, y a este se la ha dotado de órganos y atribuciones para entregarla de manera concreta y efectiva. Es la Defensoría con todos sus órganos la responsable de este servicio y es por lo mismo, al servicio y a su función, a quien se afecta o compromete si se crean condiciones o exigencias que debilitan y afectan esa función esencial. Si por alguna vía o de algún modo la defensa penal pública efectiva se afecta o debilita, por ejemplo, admitiendo que los antecedentes de la investigación del defensor se entreguen a la fiscalía, ese debilitamiento y afectación comprometen al servicio que, obviamente, ve limitada su función esencial. Entonces, el problema no es del defensor local ni del defensor regional, es del servicio. Es el servicio el que no puede en una causa pendiente colaborar con la persecución penal porque eso importa la renuncia a su función esencial. Es el servicio el que debe resguardar la defensa efectiva por todo los medios que su propia Ley le entrega, velando por el cumplimiento de sus atribuciones, por el ejercicio de sus facultades. Lo que justifica a la Defensoría es eso, el celo en la prestación de defensa penal pública, el cuidado para hacer valer los derechos y garantías del imputado, y ese celo le impone el deber de no revelar cómo hace su defensa en el caso particular, el deber de no entregar ningún dato ni antecedente sobre como se lleva esa defensa pendiente. Si la ley ha sido rigurosa en que ni el Defensor Nacional ni el defensor regional pueden interferir en la defensa, ¿cómo se va a admitir que pueda intervenir el ministerio público? ¡Vaya contrasentido!, se cuida la ley de resguardar al defensor de la interferencia de sus superiores, pero admitiría que sus adversarios no solo intervinieran sino que aprovecharan su trabajo. ¿Se ha pensado en las condicionantes que esta interferencia generaría en la defensa? ¿Se ha pensado en el efecto que puede causar en el servicio? Convencidos, como estamos, que la prestación de defensa penal pública se entrega por el servicio Defensoría, por sus órganos considerados íntegramente, creemos que la exigencia a cualquiera de ellos de entregar información sobre una causa pendiente importa comprometer y afectar, en mayor o menor medida, el derecho de defensa y sus legítimas expresiones. Es cierto que el conocimiento de la causa misma, sus datos, pormenores y circunstancias, es sólo del defensor local respectivo y de los profesionales que participan en esa defensa penal pública. Este es, obviamente, en perspectiva procesal, el circuito o nivel de información más clave y crucial. Pero los otros circuitos y niveles también son relevantes y no deben descuidarse. Los defensores regionales y el Defensor Nacional no debieran nunca ser obligados a entregar información sobre una causa pendiente de responsabilidad de un defensor local. Desde luego, nos parece que ellos son “profesionales que participan en la defensa penal pública”, en cuanto como responsables del servicio que está obligado a entregar la prestación tienen funciones relevantes que inciden directamente en la oportunidad, contenido y calidad de la misma (Arts. 7, 20 y 61 de la Ley), y por eso, porque tienen parte en la prestación, están en las hipótesis de secreto profesional de los abogados, secreto de los empleados públicos y confidencialidad previstas en la ley. Es cierto que esta es una participación distinta, con una finalidad diversa de la propiamente procesal que se identifica con la litigación efectiva, pero que no deja de ser participación en la defensa penal pública porque hay relación con ella, hay cuidado por ella y hay responsabilidad en ella. Por otro lado, porque un requerimiento de información sobre causas pendientes dirigido al Defensor Nacional o al defensor regional los situaría en una posición compleja, cual es que no podrían cumplir aunque quisieren y pudieren (creemos que por los principios en juego no podrían), toda vez que objetivamente ellos no disponen de esa información, porque no tienen atribuciones para solicitarla de sus inferiores. No obstante que participan de la defensa penal pública en los términos precedentemente señalados (velan por el cumplimiento de objetivos, fijan estándares, llevan estadísticas, dictan instrucciones, supervisan, velan por el desempeño eficaz, informan, etc.), no intervienen en la prestación misma ni litigan directamente y no conocen esos actos porque estos son secretos o confidenciales, también para ellos. Pero, más allá de tal situación, porque el sólo requerimiento puede generar el riesgo de debilitar la defensa. La confianza es siempre un bien sensible que puede destruirse o mermarse gravemente con sólo entregar a su respecto señales erradas. Y no tenemos dudas que la sola postura de las autoridades superiores de la Defensoría en el trance de entregar información sobre una causa pendiente puede producir la impresión de que hay o puede haber posibilidades de que esa información, o parte de ella o datos básicos que analizados permiten alcanzarla, se entregue y que esa impresión incida en la confianza en el servicio y en último término en la demanda por defensa. Por eso el tema es extremadamente delicado. Creemos que jurídicamente es improcedente toda información y dato proporcionados por cualquier órgano de la Defensoría sobre una causa pendiente porque esa información, aunque fuere parcial, indirecta, incompleta, genérica o reducida podría, eventualmente, servir a la fiscalía para inmiscuirse en un caso pendiente o conocer una estrategia determinada de defensa en una causa pendiente. c) Una tercera materia a analizar dice relación con la colaboración entre defensores y fiscales, con la igual prestación de defensa y con el carácter adversarial del proceso. Si se admite la hipótesis, la Defensoría Penal Pública como servicio y el defensor local, su ente operativo, se transformarían en colaboradores del Ministerio Público, en cooperadores de su función en una causa pendiente. Su tarea, la relevante misión que se le ha encomendado y el compromiso estatal con el imputado indefenso, cederían en beneficio de la persecución penal, en una causa concreta. Se habría instituido, así, un servicio de defensa para ampliar la información disponible del Estado y para la persecución penal, para recoger mayor y hasta mejor información. Pero esto pugna con nuestro sistema procesal penal, ¿qué clase de defensa sería esta?, ¿quién podría sentirse defendido en esta hipótesis? En verdad, no habría tal defensa, el servicio estatal de defensa sería un remedo de tal. Además, esta “colaboración” del defensor nos situaría directamente en el plano penal; ¡un defensor, un abogado, no puede servir los intereses de quien es la contraparte de su cliente! Por otro lado, es claro que la Ley 19.718 creó la Defensoría Penal Pública para “proporcionar defensa penal a los imputados y acusados” y que este servicio de defensa penal hace realidad el ejercicio pleno, cabal, del derecho de defensa que es esencial a todo proceso, que es supuesto de la validez del juicio. No está la ley de la Defensoría Penal Pública asegurando un derecho de defensa especial, distinto, de menor entidad, que pueda por lo mismo admitir recortes o límites. No. Es el mismo derecho de defensa, que comprende a toda persona, es la misma garantía que une al imputado y al defensor en una relación jurídica inviolable. Por lo demás, la sola idea de que la prestación que se obliga a proveer a la Defensoría Penal Pública pudiere ser distinta a la que es propia de la defensa, de toda defensa, plantea un problema de igualdad ante la ley. Habría un trato diferente para iguales necesidades: la defensa privada se ajustaría al modelo ideal, definido por la Constitución y la ley y la defensa pública se conformaría con un esquema menos riguroso, lo que resulta inadmisible. La Defensa Penal Pública, por último, busca también reforzar el carácter acusatorio adversarial del sistema. Partiendo de la existencia del poder persecutorio radicado en un órgano autónomo, logra equilibrar ese poder configurando un sistema de defensa real, activo, que enfrenta primero a quien persigue y después al acusador. Para eso, “sin perjuicio del principio de objetividad que pesa sobre los fiscales, el abogado defensor tiene la responsabilidad de controlar y controvertir la evidencia de cargo e investigar la exculpatoria, para lo cual requerirá de investigadores profesionales y expertos privados, y debe estar preparado para examinar y contrainterrogar testigos y peritos”24. El requerimiento del Ministerio Público para que se le remita la información reunida por el defensor local sobre una causa pone en tela de juicio la función esencial de este organismo. Se le ha creado como servicio público, con personalidad jurídica y patrimonio propio, para superar las insuficiencias en que incurren en la prestación de defensa estudiantes en práctica y abogados de turno, respecto de quienes suelen fallar la competencia y el control, y para impulsar un nuevo modelo mixto que combina abogados funcionarios con abogados públicos o privados que han obtenido su calidad tras una licitación pública. Y entiéndase bien, toda esta estructura, toda esta organización compleja, costosa, tiene por finalidad esencial el garantizar la prestación de la defensa penal pública. Es decir, se trata de entregar al imputado un defensor efectivo, “un asistente o asesor jurídico del imputado no sólo en cuanto lo informa respecto de los derechos que le corresponden sino también respecto a la significación jurídica de la situación fáctica en la que se encuentra”25. Asimismo, si la tarea realizada por la Defensoría, por el defensor local, si aquella actividad intensa, material, en pro de la exculpación o de atenuar la responsabilidad penal, termina en manos del Ministerio Público, quiere decir que lo central en el procedimiento es la actividad de la fiscalía, que hacia ella debe reconducirse toda la actividad procesal, que el resto de los sujetos están subordinados a ella. Y nada de esto es así. La Constitución, el Código Procesal Penal y las leyes procesales especiales correspondientes cuidan las garantías básicas y guardan los equilibrios indispensables para la operación de un proceso acusatorio, adversarial, en el que el imputado es un sujeto que tiene igualdad de armas e, insistimos, derecho de defensa efectivo, material y técnico. d) Una cuarta cuestión dice relación con la estructura que el Código Procesal ha diseñado para el proceso penal y con las funciones que ha inserto en ella. La estructura del Código Procesal Penal, como no podría ser de otra manera, enfrenta al Fiscal y al imputado y su defensor. El inicio de la persecución penal y su mantención desarrollan y potencian la actividad investigativa y procesal a partir de esa relación elemental. Esto es manifiesto en el examen de la secuencia natural de la actividad de 24 25 HORVITZ LENNON, María Inés, (n. 18), p. 249. Ídem, p. 245 los sujetos: designación de un defensor desde el primer acto de procedimiento, audiencia de control de detención, amparo ante el juez de garantía, declaración del imputado como medio de defensa, audiencia de formalización, proposición de diligencias, audiencia para cautelares, diligencias específicas de investigación, cierre de la investigación. En cada uno de estos actos intervienen el fiscal y el imputado y su defensor; así avanza la investigación, por regla general manteniendo y profundizando una relación de intereses contrapuestos y antagónicos, marcada por las posiciones de cada uno, definidas originalmente por objetivos distintos. La Ley Orgánica del Ministerio Público obliga a éste a proceder con un criterio objetivo, “velando únicamente por la correcta aplicación de la ley” (Art. 3), lo que significa que deberá actuar de modo profesional, evaluando a partir de su postura incriminatoria otras tesis y sopesando la posibilidad de que ellas pudieren hacerle variar el enfoque de la persecución. No se identifica tal criterio objetivo con una especie de imparcialidad que obligue al ministerio público a actuar de manera equidistante o que busque conciliar el interés de la persecución con el de la defensa El Art. 183 CPP, dispone que “durante la investigación el imputado como los demás intervinientes en el procedimiento podrán solicitar al fiscal todas aquellas diligencias que consideraren pertinentes y útiles para el esclarecimiento de los hechos”, pero es el fiscal quien ordenará que se lleven a efecto aquellas que estimare conducentes. Así, queda claro que la investigación la dirige el fiscal, que él determina como y hacia qué la conduce. Por otro lado, sin perjuicio del imperio de las reglas básicas de respeto y buenas maneras propias de un juego limpio, las instancias y relaciones de entendimiento o de expresión de intereses armónicos entre fiscal y defensor son las menos y desde luego excepcionales: en la suspensión condicional del procedimiento se procede a partir del acuerdo entre fiscal e imputado; ante acuerdos reparatorios entre imputado y víctima el fiscal podrá incentivarlos, pero podrá oponerse en las hipótesis del inciso 3º del Art. 241; será necesaria la voluntad conjunta de fiscal e imputado para aplicar el procedimiento abreviado; y en ciertos caos podrán operar las hipótesis de delación compensada. Con todo esto queremos significar que en una causa pendiente lo natural, lo propio, lo normal, en la relación entre fiscal e imputado y defensor es la contraposición de intereses, lo antagónico, lo opuesto, la contradicción. La oposición sustancial y habitual a la persecución penal es la lógica de la defensa. Salvo que el imputado quiera, libre y concientemente, renunciar a ciertas garantías suyas, concretamente a la de guardar silencio y a la de no autoincriminarse y opte por declarar, reconocer los hechos y confesar, todo siempre asistido por su defensor, en cuyo caso compartirá el interés del fiscal. Pero si ello no es así, entonces lo que impera es el antagonismo, es la oposición y la negación que conforman el contradictorio que deberá expresarse siempre, en la investigación y en el juicio. En este contexto, ¿cómo habría que entender la entrega por el defensor al fiscal del material recogido de su propia investigación?, ¿cómo podría calificarse este acto en que el defensor se desprende ante la fiscalía de la esencia de su defensa? Deberíamos calificarlo naturalmente como una colaboración, como una cooperación, como un aporte a la persecución, pero entonces salta a la vista la contradicción. Nada exige ni permite esa colaboración ni esa cooperación. Ninguna norma discurre sobre tal criterio ni obliga en ese sentido. Es más, tal colaboración y cooperación pugnan con el sistema, contrarían sus bases, porque, en verdad, tampoco cabría aquí hablar de cooperación ni de colaboración porque estas son siempre voluntarias, suponen la voluntad libre de quien quiere obrar de tal modo y en la hipótesis que analizamos, la entrega tendría lugar por una exigencia del fiscal que el defensor estima improcedente. e) En quinto lugar, creemos que la cuestión está relacionada con el secreto profesional. Como es sabido, el secreto profesional es esencial para el ejercicio de la abogacía y por lo mismo de la defensa. El abogado y el defensor deben dar al cliente y al imputado la garantía cierta de que reservarán y mantendrán en secreto lo que le oirán, las confidencias que recibirán y todos los antecedentes y documentos que les encomendarán. Y así se explica que el secreto profesional tenga rango legal y ético. La Ley de la Defensoría reconoce expresamente el secreto profesional y la reserva. Con ocasión de regular a los prestadores del servicio, establece su sujeción “a las responsabilidades propias del ejercicio de la profesión”, pero, según veremos, profundiza en el concepto con ocasión de regular el control del sistema de prestaciones. Es característica esencial del sistema de defensa penal pública la fiscalización por el servicio de la prestación de defensa penal. Primeramente, al Defensor Nacional le corresponde no sólo la fijación de los estándares a que antes hemos hecho referencia, sino la de aprobar programas de capacitación y perfeccionamiento del personal (Art. 7 letra e), y contratar consultores externos para el diseño y ejecución de procesos de avaluación de la Defensoría (Art. 7 letra j), atribuciones que están relacionadas directamente con el control. Por otro lado, la Ley establece que “las personas naturales y jurídicas que presten servicios de defensa penal pública estarán sujetas al control y responsabilidad” que la misma determina utilizando las siguientes modalidades: inspecciones, auditorías externas, informes semestrales y reclamaciones (Arts. 55 y 56 de la Ley). El Título VI de la Ley desarrolla las modalidades de control señaladas y autoriza para la revisión de las instalaciones, la verificación de los procedimientos administrativos del prestador, la entrevista de los beneficiarios, la fijación del contenido para los informes. Finalmente regula el procedimiento de reclamación. Con todo y no obstante obligarse a los abogados y demás profesionales que participen en la defensa penal pública a entregar y proporcionar la información requerida para el control, la ley establece que “no quedarán incluidas en las informaciones que deban proporcionar aquellas que se encuentren amparadas por el secreto profesional” (Art. 61, inciso 2 de la Ley) y acto continuo agrega que “las informaciones, datos, notas personales o de trabajo de los abogados y cualquier referencia obtenida durante las inspecciones y auditorías externas y que sean relativas a casos particulares en los que se esté prestando defensa penal pública, serán confidenciales. Las infracciones de los dos incisos precedentes serán sancionadas con las penas que señala el artículo 247 del Código Penal” (incisos 3 y 4 del artículo citado precedentemente). Nótese, entonces, que la ley protege con el secreto profesional a los abogados defensores penales públicos y a los profesionales que participen en esa defensa penal pública. Esta protección está referida a la aplicación de las normas del Código de Ética Profesional y a las normas constitucionales, administrativas, procesales y penales (garantía de la vida privada, reglas bases de administración del Estado y disposiciones sobre prueba y Código Penal, respectivamente) y se traduce, en último término, en la seguridad de que lo reunido y conocido por ellos con ocasión de la defensa es reservado, no disponible, no publicable. Pero, nótese también que los datos y notas personales, las referencias y cualquier otro antecedente sobre casos particulares, que se obtengan por los profesionales o autoridades que inspeccionan o solicitan informes para controlar la prestación, son “confidenciales”, esto es, obtenidos “en confianza o con seguridad recíproca entre dos o más personas”, según la definición del término por el Diccionario de la Lengua Española26, y por lo mismo no publicables, no difundibles, no comunicables. Por último, ambas calificaciones aplicadas por la Ley a la información y datos de la defensa – la de “amparada por el secreto profesional” y la de “confidencial” – son valoradas penalmente; las infracciones al secreto profesional y a la confidencialidad dispuestas, son constitutivas de violación de secreto. Está claro que estas normas protegen al defensor a sus colaboradores profesionales en sentido amplio y a quienes inspeccionan, auditan y solicitan informes (inspectores, auditores independientes, Defensor Nacional y defensor regional, en sus casos) y a la función que realizan. La legitimación a los abogados, a los demás profesionales que participan en la defensa penal pública para no entregar información ni datos, para reservarse el contenido de sus actos, los beneficia en su calidad de abogados, de profesionales y de autoridades, permitiéndoles asegurar al imputado o acusado que cuanto les informe y entregue en relación con su caso o cuanto ellos conozcan con ocasión del ejercicio de sus atribuciones sólo será usado en su beneficio para su mejor y más efectiva defensa o simplemente no será revelado. Sólo con estas protecciones el profesional y la autoridad podrán cumplir con sus cometidos y de paso satisfacer los diversos requerimientos públicos que a cada uno de ellos se demandan. Pero, al mismo tiempo, y en otra perspectiva, el secreto y la confidencialidad establecidos en la Ley protegen la función de defensa penal pública, esto es, protegen la función esencial del servicio de defensa. No es difícil imaginar, finalmente, el resultado que habría producido una opción distinta del legislador. Si, procediendo de modo distinto a la protección de la información en los términos señalados, hubiere optado por el control de la prestación y por privilegiar la acción fiscalizadora, no tenemos duda que se habría debilitado y resentido esencialmente la defensa, al punto de transformarla en una función formal. Sin ese secreto y confidencialidad que la ley resguarda categóricamente, ningún imputado ni 26 Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, Unigraf S.E.L, Madrid, 1993. acusado podría concurrir a la Defensoría con la confianza y seguridad de obtener una defensa efectiva. Y desde luego no podría, en tal hipótesis, señalarse que el Estado chileno ha resguardado el derecho de defensa en los términos en que lo exige la regla del debido proceso. f) En sexto lugar, es necesario también hacerse cargo del criterio de objetividad, conforme con el cual debe actuar el Ministerio Público (Arts. 80 A de la Constitución; 1 y 3 de la Ley Orgánica Constitucional del Ministerio Público y 77 CPP). Éste significa, en principio y dicho de modo muy general, que los fiscales deben investigar lo que permite acreditar el delito y lo que extingue, exime o atenúa la responsabilidad penal, idea que algunos identifican con la norma contenida en el Art. 109 del Código de Procedimiento Penal que obliga a investigar durante el sumario “con igual celo, no sólo los hechos y circunstancias que agravan la responsabilidad de los inculpado, sino también los que les eximan de ella o la extingan o atenúen”. Como es manifiesto en la doctrina nacional la interpretación de esta disposición no es clara. Podría entenderse que objetividad es sinónimo de imparcialidad o de neutralidad y así, calificar a nuestro Ministerio Público como un órgano de persecución objetivo e imparcial que persigue establecer la verdad, pero “este planteamiento ha sido fuertemente criticado... acusándolo, en algún caso, de ser una ‘ficción típicamente inquisitiva’...de definir la persecución penal como una tarea neutral, objetiva e imparcial orientada a obtener la recta aplicación del derecho penal y de la ley, en circunstancias que la experiencia histórica del procedimiento inquisitivo ha demostrado, en la figura del juez de instrucción, la imposibilidad de cautelar debidamente intereses tan contrapuestos. Esta situación ha producido, en la práctica de la justicia penal de países de la región, un desmejoramiento de la situación del imputado pues, por un lado, relativiza el deber de control la actividad de persecución penal y, por el otro, enmascara y justifica funciones inquisitivas en el órgano judicial”27. La interpretación del criterio de objetividad, entonces, va por otro lado. Estamos convencidas que la objetividad debe entenderse como el deber del Ministerio Público de “chequear, mediante su investigación, hipótesis fácticas de exclusión o atenuación de responsabilidad plausibles y serias argumentadas por la defensa, con el objetivo de confirmarlas o descartarlas, pero no resultaría razonable que investigara todas y cada unas de las hipótesis posibles, si ellas no tienen un sustento en su propia 27 HORVITZ, María Inés y LÓPEZ, Julián, (n. 18), p. 153. investigación. El principio de objetividad no obliga al Ministerio Público a investigar todas y cada una de las innumerables situaciones de hecho que pueden excluir o atenuar la responsabilidad del imputado, ya que ello significaría agotar las posibilidades reales de actuación de los fiscales, especialmente pensando que normalmente las posibilidades de teoría del caso para la defensa resultan ser múltiples. En este sentido, solo sería exigible que investigara aquellas situaciones invocadas por la defensa que reúnan elementos mínimos sustentados en la propia investigación del Ministerio Público, que le permitan evaluar si se trata de situaciones plausibles que ameritan ser revisadas. Esta manifestación de la objetividad podría denominarse como ‘deber de profesionalismo del Ministerio Público en la investigación’”28. Nos parece que, a la luz de la normativa sobre el Ministerio Público, esta es la interpretación más lógica, en cuanto apunta a un órgano que es sujeto del proceso, que actúa frente a otro sujeto, el imputado, en un régimen contradictorio y adversarial. Es él, conforme con el sistema, quien echa a andar el procedimiento y ante tal realidad el Código Procesal Penal procura y promueve la defensa: que se constituya, que actúe, que se respete la igualdad de armas (en su beneficio), que el imputado declare, etc., todo lo cual refleja ese contradictorio entre adversarios que el sistema consagra. Por otro lado, el criterio de objetividad, correctamente entendido, se impone al Ministerio Público. Es él quien está obligado a evaluar distintas posibilidades frente a los hechos delictivos y así está obligado a investigar esas otras posibilidades, en la medida que las mismas surjan de su investigación y según lo estime necesario. El Código Procesal Penal indica claramente que él determina todas las diligencias de investigación y que las requeridas por la defensa quedan también a que él las estime conducentes. Hará entonces el Ministerio Público todo lo que considere adecuado pero, al efecto, no puede requerir la colaboración de la defensa ni su cooperación ni convertir a la defensa en aliada suya para investigar. Nos explicamos: el Ministerio Público determinará cómo cumple el criterio que le impone le ley - su actuar objetivo y profesional, su experticia en la investigación -, pero para cumplir este criterio no debe invadir a la defensa. No significa que el Ministerio Público pueda obligar a la defensa a sumarse a su investigación ni, concretamente, exigirle que le entregue la que ella ha realizado para ser tal. 28 DUCE J., Mauricio y RIEGO R., Cristián, Introducción al nuevo sistema procesal penal, vol. 1, Alfabeto Artes Gráficas, p. 140. No corresponde, entonces, justificar el requerimiento de información de la fiscalía al defensor penal público por la vigencia del criterio de objetividad. Podría alguien pensar que para que el Ministerio Público actúe con objetividad debe conocer el material de la defensa y por lo mismo está legitimado para requerirla. No. Tal interpretación es errónea: la exculpación o la aminoración de responsabilidad deben resultar de la investigación del Ministerio Público; de su actividad y de lo que el imputado libre y concientemente le proporciones; es él quien debe investigar profesionalmente y averiguar, si le parece, una hipótesis distinta. También podría creerse que nada debe temer la defensa al entregar su material y su evidencia al Ministerio Público porque como este actúa con objetividad resolverá siempre lo que conviene y será entonces bien defendido. No. Esto también es un error, porque importa debilitar la defensa, significa privilegiar al Ministerio Público, convertirlo en una especie de acusador y defensor a la vez y desvirtuar el sistema del Código Procesal Penal. g) En séptimo lugar, también resulta de interés para la acertada decisión de este caso, considerar las normas de la Ley de Bases Generales de Administración del Estado (Arts.13 al 20 del D.F.L. Nº 1/19.653). Como es sabido, los funcionarios de la Administración del Estado deberán observar el principio de probidad administrativa y, ejercer su función pública con transparencia. Esto significa que la función pública debe ejercerse de modo intachable, con honestidad y lealtad y que, por regla general, rige a su respecto la publicidad de los actos. Son públicos los actos administrativos de los órganos de la Administración del Estado y los documentos que les sirvan de sustento o complemento directo y esencial, publicidad que, tratándose de ciertas empresas, se extiende a los informes y antecedentes que ellas proporcionen a las entidades estatales encargadas de su fiscalización, en la medida que sean de interés público, que su difusión no afecte el debido funcionamiento de la empresa y que el titular de dicha información no haga uso de su derecho a denegar el acceso a la misma. Cuando el requerimiento se refiera a documentos o antecedentes que contengan información que pueda afectar los derechos o intereses de terceros, el jefe superior del órgano requerido deberá comunicar a la o las personas a que se refiere o afecta la información correspondiente, la facultad que les asiste para oponerse a la entrega de los documentos solicitados, adjuntando copia del requerimiento respectivo. Los terceros interesados podrán ejercer su derecho de oposición y tendrá lugar el procedimiento correspondiente para resolver el conflicto. Las únicas causales en cuya virtud se podrá denegar, en definitiva, la entrega de los documentos o antecedentes requeridos son la reserva o secreto establecidos en disposiciones legales o reglamentarias; el que la publicidad impida o entorpezca el debido cumplimiento de la funciones del órgano requerido; la oposición deducida en tiempo y forma por los terceros a quienes se refiere o afecta la información contenida en los documentos requeridos; el que la divulgación o entrega de los documentos o antecedentes requeridos afecte sensiblemente los derechos o intereses de terceras personas, según calificación fundada efectuada por el jefe superior del órgano requerido, y el que la publicidad afecte la seguridad de la Nación o el interés nacional. Como se ve, es la propia ley que establece las bases de la administración estatal la que, partiendo del concepto de transparencia, considera como excusas legítimas para evitar la publicidad o libre comunicación de datos o antecedentes la vigencia de la reserva o secreto profesional que establezca la ley y el que la publicidad impida o entorpezca el debido cumplimiento de las funciones el órgano requerido. No nos cabe duda de la aplicabilidad en el caso de que tratamos de la excusa fundada en el secreto y la reserva, según hemos demostrado en números precedentes. Pero estimamos que no solo protege la ley a los abogados y demás profesionales que participan en la defensa sino también a la Defensoría, como servicio, que puede y debe invocar que la publicidad que importa entregar su investigación a la fiscalía impide y entorpece el debido cumplimiento de sus funciones propias y exclusivas. En efecto, la función esencial de la Defensoría es la defensa penal pública y esta es, siempre, sea pública o privada, pero por sobre todo independientemente de quien la preste, secreta o reservada. Toda defensa supone confianza y la confianza sólo es posible si hay secreto, reserva y confidencialidad de lo que se informa, lo que se comunica, lo que se da a conocer, lo que se descubre, lo que se muestra. Quien debe “proporcionar defensa penal” es el servicio llamado Defensoría y a esa prestación vuelca el servicio completo todos sus esfuerzos. Los órganos y las atribuciones de todos ellos y de cada uno se justifican y comprometen por y con la defensa. La prestación de defensa que ha organizado el Estado ha considerado un servicio, con un jefe superior y otros órganos que sumados y ejerciendo sus potestades cumplen con el deber que se les impone. Es lógico entender, además, que precisamente se ha considerado un servicio para dar el rango debido a la prestación de defensa, especialmente considerando que el mismo Estado ha hecho un esfuerzo contundente para organizar y asegurar una persecución penal eficaz. La Defensoría se justifica precisamente por eso, por el relieve y entidad de la prestación que se le encarga. De no ser así, aplicando otro criterio, más funcional, bien pudo el Estado, simplemente, licitar estas defensas, todas, y no considerar abogados defensores institucionales, encargando el proceso de licitación a cualquier ente estatal que diere garantías, por ejemplo, el Ministerio de Justicia. Creemos que la publicidad de los datos, antecedentes, elementos, notas y otros relativos a una defensa, a una causa pendiente, sea que ellos se expresen de modo directo o indirecto, total o parcial, impide y entorpece el debido cumplimiento de las funciones de la Defensoría. Esa publicidad del trabajo de la defensa, sea quien sea quien la proporcione, afecta y compromete la función del servicio porque en cuanto se refiere a lo sustancial suyo, a la prestación misma, está ligada indisolublemente al servicio como en todo. Para evitar esa publicad dañina para el servicio, obstaculizadora, que hace imposible la función, Ley de la Defensoría fijó los límites a la información, a los requerimientos de datos y a su difusión: secreto profesional o reserva, confidencialidad y sanciones penales. Como hemos señalado en este Informe, es la prestación efectiva de defensa penal en una causa concreta la que requiere de secreto y confidencialidad y es la naturaleza de esa prestación pública la que excluye, por ende, toda interferencia o afectación. Ciertamente, la publicidad representa la máxima interferencia y la mayor afectación. Y téngase en cuenta, que esos límites a la información sobre una causa pendiente los fija la Ley de la Defensoría no sólo para los abogados y sus colaboradores o cooperadores en la prestación de defensa, sino para los autoridades del servicio y los terceros que fiscalizan esa prestación (Defensor Nacional, defensor regional y auditores externos) de donde resulta que la Ley de la Defensoría entiende que la publicidad, en esos casos, impide o entorpece el cumplimiento de la función de que se trata. En otras palabras, la confidencialidad que establece la ley se explica materialmente como una protección de la defensa de una causa pendiente, como el resguardo necesario para que esa defensa sea efectiva. Y por eso, en consideración a la función, obliga con ese secreto y confidencia no solo a los abogados sino a los órganos mismos del servicio y a los terceros, en su caso. Entonces, queda clara la coherencia entre la Ley de Bases Generales de la Administración del Estado y la Ley de la Defensoría Penal Pública. El criterio general que la primera proclama como excepción al principio de publicidad de los actos –que la misma no impida ni entorpezca el debido cumplimiento de la función de que se trateencuentra desarrollo y profundidad en la segunda, que en beneficio de la función de defensa penal pública que encarga a un servicio, limita y restringe la entrega de información y datos imponiendo a todos sus órganos secreto y confidencialidad. Los requerimientos de información y documentación del ministerio público a la Defensoría Penal Pública y al Defensor Es absolutamente justificado que el Ministerio Público esté facultado para exigir a todas las autoridades del Estado la realización de determinadas diligencias y para requerirles el envío de la información y la documentación de que estas dispusieren. Esta facultad, reconocida por el Art. 19 CPP respecto de autoridades y órganos del Estado, se encuentra reglada también en el Art. 180 inciso tercero, respecto de toda persona y funcionario público. El curso de la investigación puede imponer al ministerio público la necesidad de requerir directamente esa información y de la respuesta efectiva de ese requerimiento puede depender la eficacia de la investigación por lo que es razonable y necesario este recurso directo del ministerio público para solicitarla y el deber impuesto a la autoridad u órgano requeridos de “realizar la diligencia y proporcionar, sin demora, la información que les requirieren”. Asimismo, es también razonable la regulación que da el Art. 19 CPP a la controversia que puede producirse entre el fiscal que requiere y la autoridad u órgano requeridos. Admite la ley que la información o documentación requeridas tengan carácter secreto o sean reservados, circunstancias que podrían fundar la negativa a acceder al requerimiento del fiscal. Lo mismo podría ocurrir si la publicidad de los antecedentes solicitados pudiere afectar la seguridad nacional. La controversia será resuelta por la Corte de Apelaciones respectiva y por la Corte Suprema, en el último caso. La relevancia del conflicto por los intereses en juego avala la decisión del legislador de sacar esta controversia de la competencia del juez de garantía para entregarla a los tribunales superiores y ella justifica también que, aún en el caso de rechazarse el requerimiento del fiscal pueda ordenarse a la autoridad u órgano suministrar los “datos que (a la Corte) le parecieran necesarios”, es decir, acoger parcialmente la petición de la fiscalía. Con todo, creemos que ni el Art. 19 ni el Art. 180 citados, pudieron considerar entre sus hipótesis la de que la autoridad u órgano requerido fuere la Defensoría Penal Pública ni el defensor regional ni el defensor local. No nos parece lógico que el legislador que ha cuidado celosamente el debido proceso y ha construido una estructura adversarial promoviendo el contradictorio entre acusador y defensor, para lo cual ha debido ocuparse del derecho de defensa y de garantizarlo efectivamente, pudiere terminar admitiendo que esa defensa, pendiente la causa en que se preste, se entregue íntegramente a la persecución. Por eso nos inclinamos, categóricamente, por la interpretación que excluye a la Defensoría Penal Pública, al defensor regional y al defensor local de la posibilidad de ser requeridos por información y documentación relacionados con la defensa del imputado. Todo lo que hemos dicho precedentemente sobre la naturaleza de la defensa y sobre la garantía de guardar silencio y de no autoincriminación respalda esta idea, sin perjuicio de otras consideraciones. En efecto: a) No mencionan expresamente las referidas disposiciones a los órganos que excluimos, de manera que, de partida, no estamos construyendo una interpretación contra ley; la sola consideración de ellos porque las normas pertinentes aluden genéricamente a “todas las autoridades y órganos del Estado” y a “toda persona y funcionario público” no nos parece convincente per se, más aún cuando tal interpretación contraría garantías esenciales en las que descansa el sistema procesal penal. b) Relacionado directamente con lo anterior está el hecho que los Arts. 19 y 180 CPP fueron sancionados y convertidos en ley con anterioridad a la Ley 19.781. No existe en la discusión del Código Procesal Penal relativa a dichas normas referencia alguna a un servicio público de defensa como sujeto obligado ante un requerimiento de información del ministerio público ni menos definiciones acerca del carácter que tendría el servicio de defensa penal pública; simplemente el Código se refiere al defensor y a su designación “en los términos que señale la ley respectiva” (Art. 102). c) La incompatibilidad de las defensas – que no es otra cosa que una colisión o conflicto de intereses que incide en la exclusión o disminución de la responsabilidad penal - está especialmente reglada por el Art. 105 CPP, con el propósito de evitarla. El tribunal que “advirtiere una situación de incompatibilidad” debe resolverla exigiendo que se designen nuevos defensores; si así no ocurre, debe considerar “sin defensor” al imputado correspondiente y finalmente, nombrarle un nuevo defensor. d) La indefensión del imputado, a su vez, entendida sencillamente como la situación de ausencia de defensor o la simple carencia de defensa técnica, obliga al tribunal a designar de oficio un defensor penal público (Art. 106 CPP), poniendo de manifiesto el criterio del legislador de no admitir nunca ni por un momento la carencia de defensa. e) La realidad procesal y jurídica del imputado cuando los órganos de defensa pública que le prestan el servicio de defensa le entregan a su adversario (en verdad, en la hipótesis de que se obligara a tal entrega) la información y documentación relativa a su defensa se asemeja esencialmente al abandono de la defensa. El imputado queda entonces en un estado de indefensión, en una situación en que sus intereses no se encuentran amparados efectivamente por la defensoría penal pública ni por su defensor; su situación es enteramente similar a las hipótesis de “renuncia del defensor” y de “abandono de hecho de la defensa” que el legislador obliga a resolver en el Art. 106 CPP. f) Pero en la hipótesis de admitir que la defensoría y el defensor deban entregar la información y documentación de la defensa a la fiscalía, la situación del imputado es aún más grave porque este pierde su defensa, pone a disposición de su adversario su evidencia y el fruto de su propia investigación, que son únicas y efectivas sólo en cuanto se las administre o aplique por el defensor y para su defensa. g) En la misma hipótesis pierde todo sentido la defensa y carece de objeto asegurar los derechos a guardar silencio y de no autoincriminación, porque no se ve para qué confía el imputado en su defensor, le revela detalles y datos para exculparse o para disminuir su responsabilidad, lo orienta sobre evidencias de descargo y le aclara cual es el error esencial en que descansa la teoría del caso del fiscal, si en definitiva todo ello será conocido por el fiscal y aprovechado en su perjuicio, en su caso; hay que considerar también, que toda esa información ha podido darla el imputado a la fiscalía y ha podido ser señalada para requerir diligencias del fiscal, pero otra cosa es que la misma sea requerida forzosamente por la fiscalía y en la oportunidad que ella determine. h) la proclamada igualdad de armas que se arguye en favor del imputado para asegurarle una posición que le permita enfrentar con alguna eficacia al poder estatal de persecución no tendría tampoco ninguna relevancia, toda vez que las oportunidades de defensa habrían quedado supeditadas, en la realidad, a la información y evidencias aportadas por el Ministerio Público, pero nuestro sistema no pone al imputado ante este riesgo. i) Alguien podría pensar, aventuremos, que la información y la documentación que reciba el Ministerio Público tras requerirla de la Defensoría servirá para mejorar su investigación, para reorientarla y especialmente para reforzar la aplicación del criterio objetivo que le impone su ley orgánica para investigar, todo en beneficio, finalmente, del imputado. Pero tal lucubración no resiste análisis porque su aceptación importa valorar desmedidamente la voluntad del perseguidor o investigador y apelar a un criterio inquisitorio incompatible con el nuevo Código. j) No existe ningún principio ni norma ni criterio que obligue al imputado ni a su defensa a descubrir ni a discutir ni menos a evaluar la prueba durante la investigación. Absolutamente ninguno. Si los hay, en cambio, para imponerles la carga de hacerlo, si les beneficia para su teoría del caso, pero en el juicio. Es entonces donde cada parte, acusador y acusado producen su prueba, la muestran, la descubren y la contradicen, para que el tribunal la conozca y la aprecie. ¿Qué principio o criterio podría respaldar un requerimiento de la fiscalía a la defensa para que descubra su prueba en la investigación o para obligarla a discutirla? A nuestro juicio, en nuestro sistema, ninguno. k) No está envuelta en este conflicto la cuestión de la colaboración entre las instituciones de la reforma procesal penal porque tal colaboración –para la que la Ley Nº 19.665 creó la Comisión de Coordinación de la Reforma Procesal Penal – está referida al intercambio de información y a la realización de estudios y propuestas técnica que faciliten la puesta en marcha del nuevo sistema y no a una relación entre ellas respecto de una causa pendiente; y, como antes se ha dicho, entre Ministerio Público y Defensoría, en general, respecto de una causa pendiente no hay más colaboración que la que el imputado libre y concientemente quiera prestar, a la que deberá estarse su defensa. l) El reconocimiento del derecho de defensa genera para el imputado un espacio que es de su administración y dirección. El, personalmente, debe decidir si ejerce su derecho de defensa material (“tendrá siempre derecho a prestar declaración”, según el Art. 98 CPP) y sólo respecto del ejercicio de defensa técnica esta regla presenta una variante, la de su negativa a designar defensor (“tendrá derecho a designar libremente uno”, según el Art. 102) en cuya situación le es nombrado uno, el cual tiene que, siempre, respetar su voluntad y servir sus intereses (los del imputado, se entiende). Nadie más puede participar. Y nadie puede intervenir ni interferir ni afectar ni limitar ni comprometer ese derecho (Art. 19 Nº 3, inciso tercero de la Constitución). Nótese, entonces, lo que esto significa: la defensa, que es del imputado, puede ser del defensor, si el imputado quiere, y puede ser ejercida sin intervención del imputado sólo en su expresión técnica, pero excluye siempre la participación de otros que no sean quienes defienden. El reconocimiento del derecho al silencio y a la no autoincriminación, a su vez, crea, también, para el imputado, un espacio propio, suyo, pero este sí de administración y dirección absolutamente suyos. En este derecho puede no tener participación ni siquiera el defensor porque simplemente el imputado se niega a hablar, ejerce absolutamente su derecho, en plenitud. O puede tenerla, pero en cuanto se lo permita el imputado y según su voluntad. Reconozcámoslo, en ese espacio nadie puede intervenir. Ni el defensor técnico, que está al servicio de los intereses del imputado y que le debe ser leal, puede intervenir. Repárese en lo que esto significa: el derecho al silencio y a no autoincriminarse es absoluto y nadie sino el imputado puede renunciarlo o ejercerlo; y, naturalmente, excluye siempre la participación de quien no sea el imputado. La entrega de evidencias y antecedentes por el defensor penal público a la fiscalía importa desconocer estos dos derechos. No hay fundamento alguno para que la fiscalía deba participar de la defensa. Su requerimiento de información y antecedentes sobre una causa importa conocer y utilizar la defensa y eso es intervenir en ella, es pretender tener participación en un espacio que le está, por razones de Derecho, vedado. Es más, salvo voluntad consciente y expresa del imputado, la entrega de esos antecedentes e informaciones importará siempre contrariar directamente el derecho a guardar silencio y a la no autoincriminación. Entiéndase bien, esos antecedentes e informaciones han sido recogidos por la defensa en ejercicio del derecho al silencio y a la no autoincriminación; por eso permanecen en poder del imputado y de su defensor; por eso mismo no los han participado a la fiscalía ni al juez de garantía, en su caso, ni al tribunal oral (en su día y extendiendo el caso). Por eso mismo, tiene derecho a mantenerlos en su poder exclusivo y excluyente, a no participar de ellos a nadie y a no ser obligado a entregarlos a nadie, ni a la fiscalía. Es cuanto puedo informar a US. al tenor de lo consultado. Orlando Poblete Iturrate Profesor de Derecho Procesal Universidad de los Andes Santiago, julio de 2004.