ENTRE LA COMPETITIVIDAD Y LA COMPETENCIA... EL PROCESO DE ACTUALIZACIÓN DEL MAGISTERIO. Por Gilberto Eugenio López Ramos Hace casi trece años, el 18 de mayo de 1992, el Gobierno Federal, los gobiernos de las entidades federativas y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación firmaron el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica con el propósito fundamental de elevar la calidad de la educación pública. Este acuerdo se sustentaba en tres ejes centrales que fueron la reformulación de contenidos y materiales educativos, la reorganización del sistema educativo y la revaloración de la función magisterial. Mucho se habló a partir de entonces del papel protagónico de los maestros en la transformación del sistema educativo y por ello se le dio especial importancia al eje de la revaloración de la función magisterial y dentro de él se englobaron aspectos como la formación del maestro, su actualización permanente, el salario profesional y la carrera magisterial, entre otros. En teoría, al enunciar las futuras ventajas que ofrecía el ANMEB para lograr una verdadera profesionalización del magisterio, los argumentos eran contundentes: un maestro que recibe una adecuada formación académica y pedagógica en una Escuela Normal, que luego asiste periódicamente a cursos de actualización y capacitación, que tiene acceso a diversos materiales de apoyo, que recibe un salario profesional suficiente para cubrir dignamente las necesidades de su familia y que, además, participa en un sistema de promoción escalafonaria horizontal en el que se le valora su antigüedad, su preparación y su quehacer profesional para acceder a mejores salarios, necesariamente va a ser un buen maestro, un maestro competitivo. Entendemos la competitividad como un esfuerzo por hacer las cosas de la mejor manera posible, utilizando nuestras más altas capacidades y nuestros mejores recursos para lograr producir algo con eficacia y calidad de tal manera que se logre satisfacer una necesidad social. Aplicando la definición manejada en el párrafo anterior a la educación, podemos decir que un maestro competitivo será entonces aquél que se preocupa por asistir diaria y puntualmente a sus labores y que a través de la capacitación permanente conoce con precisión los planes de estudio, programas, libros de texto y materiales de apoyo, adquiriendo con ello pleno dominio de los distintos campos disciplinarios e interdisciplinarios; conoce las diversas etapas de desarrollo intelectual por las que pasan los alumnos, identifica el estadio en el que se encuentran y con base en ello planea, realiza y evalúa las actividades mediante las cuales se acercarán al conocimiento; valora críticamente su práctica docente, acepta los errores que comete, se muestra abierto al diálogo con sus colegas e intercambia sugerencias para el mejoramiento de su trabajo; logra y mantiene un clima de confianza y respeto con sus alumnos y, además, reconoce la importancia de la familia en la formación de sus alumnos y alienta la participación corresponsable de los padres en el proceso educativo. Este prototipo de maestro ideal se pretendió lograr mediante la creación de un sistema de capacitación y actualización permanente para el magisterio, mismo que ha venido evolucionando a través de diversas etapas. En primera instancia, en los meses de julio y agosto de 1992 se puso en marcha el Programa Emergente de Actualización Profesional (PEAM) en el que los maestros conocieron algunos avances sobre lo que serían los contenidos básicos de los nuevos programas educativos, así como algunas guías para el maestro de las distintas asignaturas y otros materiales de apoyo; todos estos materiales se entregaron en lo que los mismos asesores empezaron a llamar “la cajita feliz”. Para 1993, el PEAM cambió a simplemente PAM, quitándole el calificativo de “emergente” que había sido válido el año anterior, y ahora se trabajaron cursos independientes de Español, Matemáticas e Historia en primaria, así como de diversas asignaturas de secundaria. Cabe mencionar que tanto en el PEAM como en el PAM los cursos se impartían inicialmente a ciertos maestros voluntarios o que habían sido designados por los inspectores de zona, con la condición de que luego fueran multiplicadores de los contenidos vistos en sus zonas escolares o centros de trabajo. En los años siguientes el PAM se transformó en el Programa Nacional de Actualización Permanente (PRONAP), que consta de algunos cursos de observancia obligatoria llamados Talleres Generales de Actualización (TGA) y otros de carácter voluntario, aunque mediatizados por el Programa de Carrera Magisterial. Los Talleres se llevan a cabo en la primera semana del ciclo escolar y durante algunas sesiones del año lectivo, mientras que los otros cursos del PRONAP están diseñados para fomentar el autodidactismo ya que sólo se entregan los materiales de estudio y el maestro se inscribe para presentar en la fecha que se programe el examen, normalmente a fines del ciclo escolar. Estos últimos cursos son de inscripción voluntaria pero la no participación en ellos implica que el docente no se evalúe en uno de los aspectos del Programa de Carrera Magisterial, perdiendo con ello la oportunidad de incorporarse o promoverse en esa etapa de evaluación. Con la oferta creciente de cursos de capacitación y actualización, y ante la buena acogida que tuvieron inicialmente entre los maestros, se hizo necesaria la creación de espacios físicos e institucionales donde impartirlos. Por ello, en 1994 surgieron los Centros de Capacitación y Actualización del Magisterio (CECAM) en los que miles de maestros de todo el país empezaron a participar en los diversos cursos-talleres diseñados por los departamentos técnicos de la Secretaría de Educación, tanto a nivel federal como a nivel local. Parecía que los planteamientos del ANMEB acerca de la calidad educativa y de la competitividad del magisterio empezaban a concretarse en la realidad, sin embargo se presentaron obstáculos que modificaron la forma de pensar de muchos maestros. Aunque en un principio se generaron elevadas expectativas acerca del Programa de Carrera Magisterial y del salario profesional que recibirían los maestros competitivos y hubo un “boom” de participación voluntaria en los cursos de actualización, la crisis económica del fin del sexenio de Carlos Salinas de Gortari,”el Presidente modernizador”, echó por la borda las esperanzas magisteriales de recuperar, por fin, el poder adquisitivo que se tenía en la primera mitad de la década de los setenta. Los presupuestos educativos se redujeron considerablemente tanto en lo que respecta a programas de capacitación como en el renglón de remuneraciones y muy pronto las expectativas que se tenían acerca de la simultánea superación profesional y económica se convirtieron en desencanto y desesperanza. Los primeros años del gobierno de Ernesto Zedillo fueron muy difíciles para el magisterio. Por un lado, los porcentajes de aumento salarial, en ocasiones, no rebasaban los índices de inflación del año anterior con la circunstancia agravante de que a los maestros se les autoriza el aumento en el mes de mayo y lo reciben en junio, con lo cual se arrastra un porcentaje adicional de inflación; esto reducía aún más el ya escaso poder adquisitivo de los docentes. Por otra parte, el Programa de Carrera Magisterial que, en principio, se publicitó como la panacea que remediaría todos los problemas salariales del magisterio al permitirle escalar peldaños (y con ello obtener mejoras económicas) en un sistema escalafonario horizontal, más temprano que tarde empezó a ser percibido por los docentes como una verdadera carrera de obstáculos, donde la gran mayoría observa que sólo unos cuantos se incorporan o promocionan en virtud de los limitados presupuestos anuales que se le asignan; sin embargo, como sí representa un aumento sustancial para quien entra o se promueve en el programa, muchos maestros continúan con la esperanza puesta en el programa. No obstante la poca fuerza que el SNTE ha tenido para revertir las situaciones mencionadas líneas arriba, en otros aspectos sí ha tenido logros importantes. Tal es el caso del sistema de escalafón vertical en el que, en parte debido a la mayor politización o participación del gremio o tal vez como una especie de compensación por la difícil situación del magisterio, los derechos de los maestros se han venido respetando cada vez más y las posibilidades de ascenso han representado un nuevo aliciente, ilusorio para los más y tangible para unos cuantos profesores. Al no cumplirse cabalmente la promesa del salario profesional para la totalidad del magisterio, las posibilidades de ascenso en el escalafón vertical o de incorporación o promoción en los niveles de carrera magisterial se han convertido en una especie de “liebres de galgódromo”, es decir, señuelos que todos persiguen pero que nunca alcanzan (o muy pocos lo logran), y por ello nuevamente hay gran demanda, por parte de los docentes, de cursos con valor escalafonario; sin embargo, ya no es la competitividad lo que motiva a los maestros sino la competencia; no es ya el deseo de ser mejores maestros para realizar con calidad nuestra labor y beneficiar a la sociedad, sino la obsesión de ser “mejor” que los demás, de lograr más puntos que los compañeros para lograr más ascensos y promociones; a este fenómeno se le conoce como “credencialismo” y se caracteriza por la abundancia de documentos y la escasez de conocimientos que poseen algunos maestros. La competitividad es un valor, ya que se busca el crecimiento personal pero con un propósito altruista: el maestro competitivo pretende enriquecer su práctica con los conocimientos que adquiere en su proceso de actualización y capacitación permanente y, mediante ellos, beneficiar a sus alumnos y a la sociedad en general. La competencia, por su parte, es un antivalor, ya que se persigue una finalidad egoísta que es sólo el mejoramiento personal sin reparar, a veces, en los medios utilizados. Podría alguien opinar que una cosa lleva a la otra, que el maestro competidor por consecuencia se convertirá en maestro competitivo; puede creerse que la asistencia a cursos de capacitación (independientemente del motivo por el que se asiste) va a darle al maestro un bagaje técnico-pedagógico que lo hará más capaz, más competitivo para realizar su trabajo; sin embargo, en la mayoría de los casos no es así. Normalmente, los maestros que asisten con el aliciente de obtener puntos escalafonarios no tienen otro interés; son estos maestros los que siempre llegan tarde y se quieren ir temprano en las sesiones del curso; los que siempre aprovechan la falta “ a que se tiene derecho”; los que califican los cursos de tediosos y aburridos sin reflexionar que su percepción se deriva de su propia indiferencia e inactividad; los que siempre critican (aunque algunas veces tienen razón) los materiales de estudio utilizados; pero, sobre todo, son aquellos docentes que jamás llevan a la práctica las ideas que en los cursos se manejan. La competitividad y la competencia son, pues, las dos grandes motivaciones que tienen los docentes para participar en un proceso de actualización; sin embargo, hay indicios de que el segundo concepto gana cada vez más adeptos y algunos argumentos que evidencian esta situación son los siguientes: a) Las unidades UPN, por ejemplo, disminuyeron en forma sensible su matrícula a partir de los nuevos lineamientos de carrera magisterial que otorgan sólo nueve puntos a los estudios de Licenciatura en lugar de los once puntos que estipulaba la normatividad anterior. En descargo de este argumento, puede aducirse que hay poca demanda porque ya las escuelas normales ofrecen el grado de Licenciatura y ya son pocos los maestros en servicio que no cuentan con este grado académico, lo cierto es que coincide la disminución de la matrícula con la entrada en vigor de las nuevas consideraciones. b) En las escuelas, los docentes desairan las comisiones que no tienen un impacto escalafonario y se disputan aquéllas que ofrecen una mayor oportunidad de obtener puntos. c) En los CECAM algunos cursos son despreciados por los docentes, aún con valor escalafonario, pero la oferta de cursos resulta insuficiente para cubrir la demanda que se genera en la etapa de cursos estatales que tienen el beneficio adicional de otorgar cinco puntos adicionales para el programa de carrera magisterial. Éstos y otros detalles nos hacen pensar que la competitividad está perdiendo la partida, que los maestros se preocupan más por el bienestar que por el “bien ser” y consideramos que es un buen momento para hacer, cada quien, una autocrítica sobre las motivaciones que van guiando nuestro proceso de actualización. Debemos intentar ser competitivos; adquirir, mediante la capacitación permanente, conocimientos, habilidades, actitudes y valores que nos hagan ser mejores docentes; pero, de igual forma, en este mismo proceso debemos adquirir o reafirmar una conciencia gremial que nos permita luchar solidariamente en busca de mejores condiciones salariales y profesionales, para el magisterio en su conjunto y no sólo para unos cuantos. ¿Competitividad o competencia? Cada maestro tiene la palabra; pero, en tanto persistan las actuales condiciones salariales y los maestros tengan que trabajar dos o más plazas para satisfacer sus necesidades básicas, la competencia encontrará una justificación, y la competitividad del magisterio (y con ella la calidad de la educación pública) seguirá siendo una asignatura pendiente para el gobierno y las autoridades educativas.