Escritos de Arturo Robledo Compiladora: Beatriz García n o t a s dec l a s e nueve Escritos de Arturo Robledo Compiladora: Beatriz García Rector Moisés Wasserman Vicerrector de Sede Esteban Colmenares Decano Facultad de Artes Jaime Franky Director Centro de Dibulgación y Medios Alfonso Espinosa Diseño colección Camilo Páez Diseño gráfico Mauricio Arango Corrección de estilo Ana María Montaña Notas de clase ocho Primera edición: noviembre de 2009 ISBN: 978-958-719-351-0 © Beatriz García Moreno 2009 © Universidad Nacional de Colombia Facultad de Artes contenido 6 25 años de la facultad de arquitectura*9 anales de la arquitectura moderna en presentación 17 presentación del proyecto*17 carrera y profesión*23 charla sobre la arquitectura colombia 27 palabras en acto de graduación de 1963*33 la ética y el arquitecto*37 ¿diseño colombiana* 41 a propósito de revistas de arquitectura*49 a carlos (+, -, x, %, =, >, <, &, vs., $) arquitectura?* 55 carlos martínez, director de planificación de bogotá*59 acerca de mi amigo hernando martínez* 71 prólogo*75 testimonio*79 los viajes de ismael*85 cogitaciones de un camargo quijano* 89 recordando a mi madre99 desocupado ¿o no-activo?* presentación La Escuela de Arquitectura y Urbanismo se complace en presentar este documento que recoge una serie de análisis y reflexiones del Arq. Arturo Robledo Ocampo sobre temas como la formación de los Arquitectos, las experiencias como Decano de la Facultad de Artes, sus comentarios sobre la Arquitectura Moderna y sus conceptos sobre los amigos y su familia. Su paso como Docente por la Universidad Nacional de Colombia marca una huella en la metodología y la enseñanza de la arquitectura, pues transmite una serie de ideas y pensamientos a la generación en formación. Como creador deja el legado de su obra, caracterizada por un alto contenido de conocimiento técnico, económico y social, condicionada por una “intención expresiva individual”. A través de la lectura del texto podemos recordar la forma directa, abierta y clara que tenía para expresar sus ideas, además de la manera como expresaba sus cuestionamientos, que en algunas ocasiones tiene tono burlesco. Adicionalmente, la Escuela de Arquitectura y Urbanismo presenta un reconocimiento a la Arq. Beatriz García Moreno, copiladora de este texto, quien con su dedicación, rigor y conocimiento ha rescatado la vida y obra de un arquitecto que ocupa un lugar sobresaliente en la memoria de la Facultad de Artes y del país. Luís Alfonso Pérez Orozco Director Escuela de Arquitectura Y Urbanismo. Barrio BCH Pereira, 1954. Robledo y Drews. 01 25 años de la facultad de arquitectura* Cuando la Universidad Nacional decidió incorporar a los cuadros de su organización académica la enseñanza de la Arquitectura, lo hizo mediante un acto discreto de gobierno, el 19 de octubre de 1936. Esta falta de espectacularidad en los comienzos parece haber precedido la vida de la facultad, hasta este momento, en que nos hemos reunido para tratar de hacer un balance, que antes de una celebrción quiere ser una toma de conciencia ante los hechos que plantea al Arquitecto la realidad de la vida social. A pesar de que el país vivía en ese entonces una de las etapas más caracterizadas de su desarrollo, no puede afirmarse que la creación de la facultad hubiese constituido un acto de generación espontánea y genial. Fue Colombia, en efecto uno de los últimos países del continente en crear una institución para la enseñanza de la Arquitectura. Pero este fenómeno no puede imputarse a negligencia o a falta de visión de un sector particular de la vida profesional, científica o artística, sino a una situación generalizada de la historia nacional, en la que los hechos no siempre se han producido a la luz de una acción humana vigilante y eficaz, sino que vienen a ser las consecuencias, desordenadas las más veces, de una actuación tardía. Este retraso institucional es aún más explicable si se tiene en cuenta que, en el mundo los estudios arquitectónicos solamente vinieron a adquirir un carácter propio hace relativamente muy poco tiempo. De este modo, aparece que “el concepto de la Universidad como ambiente adecuado para la enseñanza de la Arquitectura” es comparativamente muy nuevo –infinitamente más nuevo, claro está– que el concepto mismo de universidad. Contra lo que pudiera pensarse, el país puede, en este campo, tener seguridades bien positivas de que tanto su Arquitectura, como la facultad misma se presentan hoy corno realidades contemporáneas y no como residuos de un proceso histórico precario. Nuestra Arquitectura, en efecto, es un producto de las actitudes y de comportamiento de hombres que viven en la hora actual y no presenta ninguno de los rasgos de supervivencia arcaica que pudieran imputarse a un proceso de desenvolvimiento tan apremiante. Gracias pues, a la organización de los estudios, su perfeccionamiento, a su encuadre dentro de la vida universitaria, los Arquitectos colombianos pueden estar seguros de que hacen una tarea que, con sus virtudes y defectos, corresponde a la época en que vivimos. ∗ Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, octubre de 1961. Documento de archivo 00459. Universidad Nacional de Colombia. 10 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Por otra parte, la facultad puede enorgullecerse de ser uno de los mejores centros de enseñanza de la Arquitectura en el continente. Estas afirmaciones las hago ante ustedes, dado el hecho de que pueden comprender con facilidad que la labor realizada solamente puede imputarse a los Profesores, que con tenacidad y dedicación ejemplares han orientado las cátedras, y a los estudiantes que han respondido a sus enseñanzas, desde sus frías aulas, a lo largo de estos veinticinco años. Con estos presupuestos no puede esperarse que la historia de la facultad, y paralelamente con ella la historia de nuestra Arquitectura, hayan tenido momentos especialmente notables. En una vida de trabajo permanente es de esperarse que se presenten momentos de realizaciones y momentos de cansancio y recesión, pero sin que ello signifique que se haya roto un proceso de evolución normal. Quiero recordar, eso sí que, cuando la facultad quiso edificar una sede más apropiada para la realización de sus prospectos, factores adversos, presumiblemente no imputables a nuestros colegas, echaron por tierra tan fundadas esperanzas, y con ellas la fábrica, material de su albergue. Este insuceso nos está indicando, en forma permanente, que debemos prolongar los esfuerzos para lograr un albergue propicio para el trabajo que se nos ha encomendado. Durante el tiempo que ha transcurrido entre la fundación de la Facultad y el día de hoy, la sociedad colombiana ha tenido la oportunidad de emplear el trabajo de un tipo específico de profesional: el Arquitecto. Esta sociedad le ha exigido que desarrolle un cúmulo de actividades abrumador e incongruente. De ahí que el Arquitecto haya tenido que ser –no siempre a pesar suyo–, desde redactor de memoriales, hasta consejero de finanzas, incluyendo el entrenamiento de personal, el fomento de la producción de materiales y la injerencia en negocios administrativos secundarios. Colocado en esta posición, el Arquitecto debe sufrir los tratamientos más injustos, porque habitualmente se lo considera como el intérprete complaciente de los caprichos o de las ideas repentinas de quienes requieren unos servicios, cuyo contenido no precisan con exactitud; se le exigen realizaciones que sobrepasan su formación y sus intenciones; se le remunera de acuerdo con el criterio de quien alquila los servicios de un artesano, pero siempre se le juzga como a un artista. Esta confusión se origina en el hecho de que muy pocos comprenden que el trabajo del Arquitecto tiene como fin interpretar espacialmente un programa, resultante de las necesidades de la sociedad o de sus clientes, el cual constituye el contenido de su obra. De ahí que la Facultad de Arquitectura esté llamada a continuar una tarea de tal envergadura, que la obra realizada hasta ahora pueda considerarse la preparación de un terreno de por sí difícil y áspero. Porque si se pretendiera proporcionar al joven estudiante el bagaje de conocimientos necesarios para hacer frente con responsabilidad a estos nebulosos requerimientos, tendríamos que regresar a la dura época del aprendizaje en las corporaciones medioevales. Pero la tarea que se nos ha encomendado es muy distinta y debe adecuarse a dos necesidades básicas: 11 25 AÑOS DE LA FACULTAD DE ARQUITECTURA crear en la sociedad una conciencia de aceptación para el Arquitecto y su trabajo, y formar Arquitectos que puedan desarrollar con honestidad la obra material y espiritual que se ha precisado hace unos momentos. Una labor de tal magnitud hubiera sido de imposible realización tanto en las corporaciones como en las academias. Nuestra enseñanza, justo es reconocerlo, es principalmente académica, en el sentido de que la oportunidad que se ofrece al estudiante para manipular su medio de expresión, el espacio, se le da mediante una ardua práctica de seis años a la que falta, sin embargo, la comprobación constante entre aquello que ha imaginado y lo que posteriormente le enfrentará una realidad, no por intuida menos desconocida. Esta situación peculiar a la enseñanza de la Arquitectura, no nos permite garantizar, siquiera, que el estudiante logre obtener por su propia experiencia y sin intermediarios, la noción y el dominio de la escala –de la escala humana, tan cara y fundamental para los Arquitectos– ni menos aún la euritmia, reservada a aquellos que han adquirido el dominio de su propio lenguaje. Desde este punto de vista, la metodología de la enseñanza de la Arquitectura en su aspecto técnico, no entraña ningún problema fundamental, puesto que en este campo no se busca cosa distinta de proveer al estudiante de la información y de las herramientas necesarias para resolver cuestiones instrumentales, pues cada Arquitecto ordena su propia técnica, en respuesta a demandas expresivas, y no de acuerdo con las reglas aprendidas en los manuales ni con los últimos avances de la Ingeniería. La tarea del Arquitecto se concreta a imprimir un carácter a los espacios destinados al alojamiento (permanente, temporal, ocasional, o aun transitorio), del hombre o de sus actividades. De ahí que se pueda afirmar, aspirando a la lucidez, que el verdadero problema pedagógico que afronta la Arquitectura es el de enseñar a pensar en términos espaciales. Por esto, cuando la facultad expide un diploma, no hace otra cosa que autorizar al egresado para que emprenda la aventura de salvar la distancia que existe entre los datos teóricos de su concepción espacial, consignados gráficamente, y la Arquitectura, que solamente existe construida, en armonía con su ubicación, en respuesta al reto de la circunstancia que le plantea su tiempo. El Arquitecto, lanzado a esta aventura, debe recorrer un camino común: el principiante es confinado a una situación marginal, a un ejercicio difícil de su profesión, en los estratos menos brillantes de su sociedad, mientras que las posiciones destacadas se reservan para aquellos que han sorteado los obstáculos y que han adquirido una experiencia que los hace acreedores a prestar sus servicios en las áreas más conspicuas de las grandes ciudades, levantando fábricas que son como el símbolo de los factores reales del poder. La Arquitectura, confirma estas situaciones, y hace como testigo de la sensatez o de la megalomanía de los gobernantes, de la afectación o de la ingenuidad de los poderosos, del acierto de 12 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO los especuladores o de la autenticidad recóndita de aquellos que deben soportar una carga, que los abismos de la desigualdad social les han obligado a asumir. Estos testimonios son también la manifestación de un hecho, cuya magnitud ponderan las estadísticas y pregonan las asambleas de empresarios de la construcción, que nos hablan del volumen de mano de obra, del número de industrias y de las sumas ingentes de dinero que moviliza esta actividad. No obstante, la parte proyectada y dirigida por el Arquitecto, es mínima con relación al volumen de las cifras acopiadas. Parece, pues, que el Arquitecto todavía no ha intervenido suficientemente, en forma definitiva, en aquellos procesos que son de su competencia. Y esto se debe al hecho de que no ha adquirido conciencia de que la sociedad lo utilizará intensivamente en la medida en que su misión será más comprendida y se haga más necesaria. Para lograr esto, a más de una mejor utilización de los recursos institucionales que se le puede prestar a la Facultad, el Arquitecto debe percatarse de la necesidad de intervenir en forma decisiva en estos tres sectores: la vivienda popular, las construcciones escolares y la organización espacial de las ciudades. Estos sectores han estado encomendados a poderosas instituciones oficiales –que en algunos momentos afortunados han marcado con su actividad las huellas más profundas en la evolución de nuestra Arquitectura–, como la Dirección de Edificios Nacionales, el Instituto de Crédito Territorial, el Banco Central Hipotecario y la Oficina de Planeación de la capital de la República. En estas instituciones el Arquitecto asalariado realiza un trabajo anónimo e ingrato, que constituye la base de lo que puede llamarse la socialización de la Arquitectura, que no puede confundirse, en ningún momento, con su burocratización, ni debe convertirse en refugio de los mediocres o de los incapaces. Este proceso de socialización no puede seguir siendo el resultado del azar o de circunstancias producidas fuera del control de sus directores. El Arquitecto debe prepararse para afrontar el proceso con sabiduría y lucidez, y con el mayor acopio de vigilancia, ya que los experimentos tolerables en la vivienda individual, no pueden realizarse con error en aquellos terrenos que vulneran directamente el cuerpo social. No quiero ponderar ante ustedes la importancia de la vivienda de interés social. Quiero solamente destacar el hecho de que entre nosotros se tiende a mirar las actividades de la Arquitectura colectiva o socializada con cierto desdén, con aquel aire indolente que se adopta muchas veces ante la escasez de los recursos económicos. Con frecuencia el Arquitecto se conforma sin lucha de ninguna clase ante una realidad que le parece demasiado pobre o demasiado compleja. Cree que solamente en la abundancia y para una clientela sofisticada, le es posible realizar una obra noble y decorosa. Pero considero necesario insistir, con el mayor énfasis, en que la Arquitectura puede y debe realizarse, con el mismo amor y con la misma atención, en los niveles que tradicionalmente se han venido considerando como los bajos de la sociedad; que la obra de arte no puede aspirar a 13 25 AÑOS DE LA FACULTAD DE ARQUITECTURA la perfección sino en la medida en que deba vencer dificultades y que aun los desheredados de la fortuna pueden aspirar al goce de la poesía del espacio, que les brinda el Arquitecto. Creo que es necesario producir un cambio fundamental en el criterio con que se mira el problema de la vivienda popular. La objetividad y la seriedad deben ser los presupuestos de todo programa. Los sentimientos compasivos, el ánimo cuantitativo y mecánico, que traza programas de precisión escalofriante, pero que carecen de alma y de verdadera simpatía en el tratamiento de las necesidades, vienen a ser las maneras menos eficaces para dotar a las familias de un albergue adecuado. Puede que muchos de ustedes consideren estas críticas demasiado severas y es bien seguro que tengan razón, ya que las realizaciones en el campo de la vivienda popular son infinitamente más notables que los programas emprendidos o realizados en el aspecto de las construcciones escolares. Aquí el terreno está completamente virgen, ya que no se puede decir que en la construcción de los escasos locales escolares con que cuenta este país, haya habido algún criterio rector, así sea este vicioso o criticable. Al lado de los locales suntua rios que no llegan a terminarse y que si se terminan nunca logran equiparse, encontramos tugurios que ostentan mentirosamente el nombre de escuelas. La violencia de estos contrastes resulta mucho más elocuente que todo lo que yo quiera decirles con mis provisionales palabras. La vivienda y la escuela constituyen el marco arquitectónico más inmediato de la familia y de la infancia. Tanto en la primera como en la segunda se desarrollan actividades fundamentales para la constitución de la comunidad. Esta comunidad, en su forma más estructural y organizada, tiene como asiento la ciudad, que se presenta, por cuanto se desarrolla en el espacio, y por cuanto conlleva un amplísimo grado de complejidad, como el hecho arquitectónico de mayor importancia. La organización de este espacio es un asunto que compete directamente al Arquitecto y que le plantea problemas de una magnitud abrumadora, que en gracia a la brevedad, quiero anunciar en la forma más escueta. El primero consiste en la conformación de un espacio urbano adecuado. Cuando no se ha logrado este requerimiento básico, la Arquitectura, por excelente que sea su técnica, y por brillante y audaz que sea su impulso creador, no puede alcanzar el grado de desarrollo y de excelencia que alcanzaría en latitudes con una organización urbana más propicia. Muchos piensan que con la simple aplicación de los recursos más avanzados de la técnica o de la ciencia matemática puede lograrse una adecuada ordenación de la estructura espacial de las ciudades. Pero, al igual que en la formación del Arquitecto, en la realización de sus tareas la técnica tiene una función meramente instrumental y accesoria. Quien posea los recursos de la técnica ha dado solamente un paso para la solución de los problemas que le plantea la organización urbana. Pero el camino se recorre con la visión y con el impulso creador, con aquella actitud a la vez realista y poética que concreta en un momento 14 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO determinado el fruto de profundas meditaciones y vigilias. Esta actitud es la que hace que el Arquitecto no pueda ser considerado como un técnico, sino como un creador: como un creador de espacios habitables. Estas palabras mías no pretenden ser interpretadas como un discurso, en el que se suele atribuir al término. Una conmemoración, tan cara para ustedes como para mí, exigía más evidentes dotes que las que poseo. Por eso les ruego que piensen que estas palabras son apenas una meditación, en voz alta, sobre la gran misión que está encomendada a la Facultad de Arquitectura y naturalmente a sus Arquitectos. Polo Club, BCH, Bogotá, 1957. Robledo, Drews y Castro. 02 anales de la arquitectura moderna en colombia presentación del proyecto* A la invitación formulada por la Facultad de Artes de la Universidad Nacional en el mes de octubre pasado, a un grupo numeroso de arquitectos y personas de instituciones y entidades, todos ellos vinculados a la época, respondió una buena parte. Gracias a su colaboración se ha podido establecer, en principio, la nómina de quienes ejercieron en el período. La información suministrada por el Arquitecto Gabriel Serrano incluye mención de las obras más destacadas de cada uno de ellos o de las firmas respectivas. Con base en esta información, se establecerá contacto con las personas que dispongan de la documentación, puedan suministrar datos y destacar las contribuciones significativas a la técnica y a la organización administrativa, tanto de la construcción como de la profesión, así como describir el marco histórico del país, para comprender las condiciones en que se desenvolvieron nuestros pioneros de la Arquitectura Moderna. Inicialmente se tratará de hacer este acopio de la información y documentación, para lo cual la Facultad cuenta con un Centro de Información y Documentación, CIDAR, que podría recibirla, clasificarla y conservarla, inclusive en carácter de donación a la Universidad. Las donaciones hechas a la Universidad Nacional son deducibles de la renta bruta del donante. Posteriormente, el material elaborado y estudiado por los historiadores, en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Facultad de Artes, será publicado a medida que sea posible, de acuerdo con las disponibilidades de los investigadores. Se espera como uno de los resultados de este programa poder salvar de la destrucción algunos sectores urbanos valiosos, tal como ha ocurrido en el barrio de La Merced, por ejemplo. Se transcriben a continuación las palabras pronunciadas por el arquitecto Arturo Robledo Ocampo, Decano de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, el 26 de octubre de 1979, durante la primera reunión llevada a cabo para presentar el proyecto: ∗ Tomado de la Revista PROA, nro. 288, de febrero de 1980. 18 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Quiero agradecer, a nombre de la Facultad, la presencia de quienes, atendiendo a nuestra invitación, han podido hacerse presentes para colaborar en la realización del proyecto que hemos denominado: Anales de la arquitectura moderna colombiana. Antes de comenzar lo que será, en la práctica, la primera sesión de trabajo, es conveniente justificar y explicar más al detalle la presentación sumaria que les hicimos conocer en la carta. La ocasión nos la brinda un doble aniversario: se cumple el medio siglo de la creación del Departamento de Arquitectura y los cuarenta y tres años de la fundación, en esta Universidad, de la primera Facultad de Arquitectura de Colombia, en octubre de 1936. Están con nosotros, en la ahora Facultad de Artes, varios de los arquitectos vinculados a esa génesis profesional de la arquitectura colombiana. El tiempo transcurrido hace parte de la Historia y durante él se ha hecho, se ha escrito y se ha enseñado la historia de nuestra arquitectura. La Facultad acometió la investigación histórica comenzando con la arquitectura colonial y con algunos monumentos y obras significativas de la llamada arquitectura republicana. De esta labor investigativa, que viene desde hace casi veinte años, existen en nuestros archivos cerca de 600 construcciones levantadas con detalle y más de 2.000 fotografías originales, que documentan estos estudios que son el fruto del trabajo conjunto de profesores y estudiantes. Parte del resultado se ha publicado en diferentes ocasiones. En cuanto a la arquitectura más reciente existe un registro inmediato, bastante completo, cuya publicación inició hace más de treinta años Carlos Martínez con su revista PROA, en cumplimiento de inmenso y perdurable esfuerzo que merece, ciertamente, un clamoroso reconocimiento público por parte de sus colegas. Con un enfoque didáctico, David Serna ha venido realizando desde ESCALA un esfuerzo similar, con la adición aventurada de la publicación de libros, entre ellos algunos del mismo Carlos Martínez. Sin embargo, por fuera de estos esfuerzos –y de otros que no intento reseñar para evitar omisiones–, ha quedado el período ya mencionado, que corresponde a los años anteriores a la organización gremial y universitaria de la profesión y a los primeros años de la Facultad, hasta la aparición de PROA. Equivale, en hipótesis tentativa y arbitraria, a las tres décadas de 1920 a 1950: coincide con la entrada del país al proceso de modernización, tiene su punto culminante en las reformas sociales de 1936, pasa por el período de creación de tecnologías propias durante las restricciones originadas en la segunda guerra y termina con la aparición de la violencia política. Si aceptamos que la Historia es un proceso constante de reinterpretación y ante la crisis de las ortodoxias de los “dadores de forma”, parece llegado el momento de intentar conocer, con los ojos de hoy, el período a que me he venido refiriendo y éste es el motivo que nos congrega. 19 ANALES DE LA ARQUITECTURA MODERNA EN COLOMBIA Tres razones principales justifican la importancia de este conocimiento: La primera, porque la aparición de esta arquitectura significa el mayor esfuerzo realizado por los arquitectos colombianos para interpretar y ofrecer un nuevo modo de vida. El paso, que es más bien salto, desde la Candelaria u otra cualquiera de las parroquias de 1920 a los barrios de Teusaquillo, Lleras, El Nogal o Centenario es cualitativamente más significativo que lo ocurrido de entonces a hoy, aunque para ello hubiera sido necesario o inevitable el apoyo en modelos foráneos, como lo ha sido el mismo proceso de modernización. Debe destacarse que ese paso implicó además la formación de un nuevo trabajador de la construcción, la creación y adaptación de nuevas técnicas y condujo finalmente, a la formación de arquitectos en el país. Reconocer esta filiación, quizás rectificando las omisiones o los antagonismos pendulares de la interpretación generacional, es parte del programa que nos proponemos. La segunda, porque estamos asistiendo a la destrucción de este patrimonio sin que haya una movilización en su defensa, por falta de aprecio de su valor ocasionado en la ignorancia. Personalmente, he visto desaparecer piezas admirables de la Arquitectura del período, con la angustia de quien no conoció a su antepasado profesional, de quien ignora dónde documentarse sobre el hecho, de quien siente que la ausencia lo hace más notable que la presencia cotidiana; con el temor de ver surgir, en ese lugar, una enorme mole desprovista, en su concepción y ejecución, de la misma huella de la conciencia profesional y que será, previsiblemente, otro reflejo más de las bárbaras, omnipotentes y excluyentes condiciones que el “costo del dinero” impone sobre arquitectos y usuarios; con nostalgia al ver desaparecer un modo de vida más amable que, si bien nunca ha estado al alcance siquiera de una mayoría de nosotros los colombianos, constituye ciertamente un modelo más humano de calidad de espacio y vida urbanos; finalmente, con preocupación ante la transformación de las condiciones a que aquella arquitectura respondía y la incertidumbre de nuestra respuesta a los condicionamientos de una sociedad que parece incapaz de diseñar con vigor las rutas de su futuro. Y la tercera, porque todavía tenemos la oportunidad de contar con actores y testigos que tienen el conocimiento sin intermediarios de ese período, a quienes de nuevo incitamos a colaborar con la Universidad en el propósito de rescatar, si no de la destrucción, por lo menos del olvido, la indiferencia y la ignorancia, lo más valioso de ese legado seminal. Para la realización del proyecto no se pretende ni reunirlos siempre a todos ustedes ni producir de inmediato la historia de la arquitectura de esos años. Comenzaremos por la identificación de las fuentes de información y asegurando el interés y el apoyo a la iniciativa. La Facultad aspira a hacer el mayor acopio de documentación, a preservarla y procesarla. Los estudios críticos y las eventuales propuestas de acción se adelantarán en la medida de las capacidades y recursos de la institución y de la colaboración personal e interinstitucional que se consiga. 20 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO El proyecto así justificado se ajusta a uno de los grandes propósitos de la Universidad, cual es la ampliación y profundización en el conocimiento de los valores de nuestra nacionalidad, su preservación y difusión. Una investigación como la que hemos iniciado nos corresponde, como arquitectos y como colombianos, por imperativo y por justicia. A pesar de las dificultades crónicas de la Universidad para realizar investigación, que se presentan como un círculo vicioso que es necesario romper, compuesto de deficiencia presupuestal, demandas crecientes de docencia, escasez de docentes idóneos, déficit de generación de conocimiento, el balance de lo conseguido hasta hoy ofrece garantía suficiente para confiar en que hemos de cumplir el programa propuesto y aprender la lección de los arquitectos iniciadores de la arquitectura moderna colombiana, con la colaboración generosa de todos ustedes. Supermanzana 5 Techo, ICT, Bogotá, 1961. Arturo Robledo. 03 carrera y profesión* L A NOVIA DEL ESTUDIANTE NO ES LA SEÑORA DEL DOCTOR No se trata, aunque parezca apropiado, de parangonar la belleza juvenil de la novia del estudiante con los estragos que los años y los azares de la vida han ocasionado a la abuela de los nietos del doctor, sino, más exactamente, de una reflexión sobre estos dos estados conexos que son temas que ocupan, y a veces preocupan seriamente, la atención de los arquitectos: la proliferación de facultades, la alta desocupación profesional, la escasa participación gremial. Es evidente la transformación y, en algunos casos, los estragos, que la influencia de causas externas, predominantemente de carácter económico, han producido en las modalidades de la intervención del arquitecto en el desarrollo nacional, durante los últimos quince años. El crecimiento vertiginoso de la población urbana estimuló el establecimiento de empresas inmobiliarias, productoras de viviendas y servicios complementarios, comercializables como artículos de consumo, respaldadas por cuantiosas financiaciones, actuando en un mercado sin alternativas ni exigencias. La magnitud de las operaciones supone complejos sistemas de dirección, con algún lugar secundario para el grupo de proyectos, sin contacto alguno ni con la obra, ni con el cliente y, casi nunca, con la arquitectura. Este mismo gigantismo impone, además, de cautela y eficiencia, un aparato equivalente de control, la tecnoburocracia que dicta las normas de su propia supervivencia y contribuye a la valorización del lugar común y las soluciones arquitectónicas vulgares. Se han alterado profundamente la ubicación y las relaciones de la profesión liberal: arquitecto-cliente, arquitecto-obra, arquitecto-autoridad. Los elementos en estos binomios son anónimos, sustituibles, ajenos al verdadero proceso de creación arquitectónica y conformación de una vida urbana activa y bien estructurada. Este mismo incremento poblacional es una de las condiciones que propicia numerosas empresas de creación de Facultades de Arquitectura, notable pero no coincidencial, en el sector privado, que refuerzan una línea de montaje que ya tiene cincuenta años y está pasando a manos de la generación de los nietos, que no cuenta, como la de los abuelos, con el optimismo, el cuerpo doctrinario o las grandes figuras de inspiración y guía. Solamente con la evidencia de sus limitaciones, con la paulatina verificación de su irrelevancia. ∗ En: Revista de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, año 3, vol. 2, nro. 21, Bogotá. junio, 1985. 24 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Como es de rigor, estas empresas tienen controles y tecnoburocracia propias, porque su producto sale autorizado, directamente, a un mercado con pocas alternativas y mínimas exigencias. Es esta última circunstancia, la matrícula o licencia profesional como objetivo de la formación universitaria y como pieza de unión entre la carrera y la profesión, la que se hace necesario examinar por la enorme importancia que tiene en el tratamiento de los fenómenos sumariamente descritos. Una Escuela de Arquitectura, o de otra disciplina cualquiera, de origen y destino profesionales, también debe actuar con cautela, eficiencia, bajo controles y senderos trillados. Las normas de calidad y la verificación de su idoneidad se fundan en el empirismo, se practican por imitación y, en general, se cumplen perfunctoriamente, sin que esto quiera decir que tal conducta les sea exclusiva, cuando es más bien la característica del medio. No puede esperarse que una escuela de creación reciente, que puede egresar titulados con licencia –cuando no tenemos formación académica de profesores ni en las más consolidadas–, pueda satisfacer confiablemente las rigideces de un plan de estudios-patrón surgido de experiencias y recursos humanos y económicos, muy superiores y diseñados todavía con la imagen del arquitecto generalista, que cada vez encaja más difícilmente en la circunstancia y en el futuro previsible. De las funciones universitarias de generar, transmitir y conservar el conocimiento, apenas si logrará cumplir parcialmente la segunda. Las instituciones de enseñanza superior podrían cumplir mejor la primera de sus funciones y su papel en el desarrollo regional y nacional si la camisa de fuerza de ese patrón y la perspectiva de la matrícula profesional automática no las obligara a mal llenar unos requisitos, desvinculados de las necesidades y los recursos de su medio, en lugar de impartir una formación que faculte para pensar en términos arquitectónicos, para organizar la cabeza, no para llenarla. Por su formación, saber y experiencia, los arquitectos deben conseguir que la sociedad nacional, a través de sus órganos representativos, les confíe con carácter exclusivo la tarea de construir el alojamiento a sus congéneres y deposite en ellos la autoridad para organizar y regular la prestación de sus servicios, con miras al bienestar común. Esto implica la agrupación de todos los practicantes en una sola organización profesional, un colegio (de colegas) que orienta, autoriza, vigila, fomenta, suspende y estimula el buen ejercicio profesional, a la vez que sirve de vínculo para la correcta y armónica relación de los binomios que vayan constituyéndose, individual o colectivamente, con autoridades, clientes y obras. Es dable esperar, de una organización con tales responsabilidades y autoridades, una muy activa participación de los colegiados en la elección de dignatarios y en la toma de decisiones; una representación más equitativa de los sectores de la profesión –oficial o privado, directivo o dependiente, académico o de campo, aprendices o consagrados–; una apertura comprensiva a otras modalidades del ejercicio profesional y una sólida situación económica, que le permita 25 CARRERA Y PROFESIÓN programar, ejecutar y afianzar proyectos de beneficio social para sus integrantes y la colectividad en general, en función del reconocimiento del papel de la arquitectura en la configuración de mejores condiciones de vida. El egresado, si quiere ejercer la profesión en una de las ramas que irían reconociéndose, deberá satisfacer las condiciones que el Consejo Profesional del Colegio exija –exámenes, tiempo de práctica, cursos supletorios, etc.–, y, una vez satisfechas, ingresar al mismo, con su respectiva clasificación en el registro profesional, que irá actualizando y enriqueciendo, en la medida de su desempeño. Previamente, en su Universidad de origen, habrá sido formado en el ejercicio y desarrollo de su capacidad individual para identificar problemas, para diseñar soluciones, para llevarlas a efecto; a la escala metropolitana, o de objeto arquitectónico, o de componente industrializado; con instrumentos científicos, metodológicos y técnicos. La orientación, intensidad y grado de avance de cada uno de estos ingredientes será del fuero autónomo universitario, libre de compromisos inmediatistas, de su libre planteamiento de la ecuación entre propósitos institucionales, alcance de su influencia, problemática preferida y recursos disponibles. Cada escuela podrá así afirmar y destacar aspectos particulares de su carácter, hasta llegar, en conjunto, a ofrecer la variedad de líneas profesionales, complementarias, no competitivas, que la complejidad de las grandes operaciones requiere, así como la preparación académica para impulsar programas de investigación que sustenten tanto la enseñanza como la acción y abran el camino a la resolución de los problemas que nos aquejan, con fórmulas y esquemas surgidos y arraigados en nuestra propia identidad. Este camino ya ha venido recorriéndose, partiendo del reencuentro de la filiación, antes de los abuelos y hacia atrás. Se han desempolvado las viejas fotos, hemos comenzado a reconocer nuestros propios rasgos y a apreciarlos objetivamente, gracias a las investigaciones históricas, que se han efectuado coincidiendo aproximadamente con el lapso temporal de la deriva profesional, en apariencia sin conexiones de causalidad. El cincuentenario de la agremiación coincide y tiene estrecha relación con el establecimiento de la enseñanza formal de la arquitectura en la Universidad Nacional, que se cumple en octubre de 1986, como demostración del vínculo congénito entre los aspectos que trata este artículo. Fundaciones que tuvieron como protagonistas los mismos padres, algunos de los cuales están aun entre nosotros pero entonces se movían en una corriente que pretendía eximirse del pasado, mientras está haciendo su ingreso a las aulas una cuarta generación que también se cargará de ilusiones e impulso juveniles durante la carrera, para irlas consumiendo en el transcurso del ejercicio profesional, y estará en su plenitud bien avanzado el primer cuarto de siglo XXI, enfrentando otros problemas, con nuevos instrumentos, recursos más generosos y mejor conocimiento. A ellos y al futuro podemos legar una carrera abierta a la realización plena de cada vocación individual y una organización profesional fuerte, activa en perseguir el bienestar colectivo y el avance de la arquitectura colombiana. Urbanización Hacienda Córdoba, BCH, Bogotá, 1968. Arturo Robledo. 04 charla sobre la arquitectura colombiana* L A ARQUITECTURA RESPONDE A LA NECESIDAD FUNDAMENTAL DE ALOJARSE… El fenómeno arquitectónico nació cuando el hombre comenzó a transformar el marco que le ofrecía la naturaleza, con el objeto de formarse un albergue individual o un lugar para congregarse, que se adaptara a la medida de sus necesidades materiales, espirituales o sociales. Desde entonces, la arquitectura es una función permanente de la vida social, presente en todas las épocas y primera en los grandes movimientos culturales de la historia. Mucho más que a través de la historia de la pintura, la escultura o la literatura, es posible determinar, a partir del desarrollo de la arquitectura, los grandes giros de la historia de los hombres, que en su afán de fundar agrupaciones e instituciones estables, erigieron las ciudades y, en ellas, los edificios que se adaptaran al ejercicio de lo que consideraban su actividad principal: religión, guerra, vida colectiva, trabajo, recreo. En los mismos lugares, durante siglos, la arquitectura ha sostenido, en piedra, el testimonio de esas actividades, de esas estructuras sociales, de esos rumbos históricos. Y no es extraño que a la destrucción de unas murallas haya sucedido el derrumbe de un imperio, al incendio de un templo la implantación de un nuevo culto, o la posesión de un palacio real haya sido más efectiva, que la captura misma del príncipe, como confirmación del ascenso al poder de la nueva dinastía, o del nuevo grupo social. Porque la arquitectura, en alto grado, es símbolo y encarnación de los valores colectivos e individuales. El hombre continúa transformando su marco natural, utilizando espacios adaptados al desarrollo de sus ocupaciones o de sus ocios; espacios consagrados a la reunión de multitudes, grupos o familias; espacios para la intimidad y el recogimiento. Desde la alcoba hasta la plaza pública, desde el aula hasta la fábrica, las manifestaciones de una sociedad organizada transcurren en medio de la arquitectura. Desde que nacemos nos rodea la influencia sutil pero penetrante del carácter de nuestras habitaciones, de nuestra casa, de nuestro barrio, de nuestra ciudad. Podría vivirse sin tener relación con ningún arte, pero no podemos escapar a los espacios que habitamos. Podemos ∗ Leída por los micrófonos de la Radiodifusora Nacional, con ocasión de la Semana Nacional de la Cultura, el 9 de julio de 1962, día de la Arquitectura. 28 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO concebir, aunque no nos guste, sociedades sin pintura u otra manifestación artística, pero no es posible concebir una sociedad sin arquitectura. Los mismos elementos constitutivos: la naturaleza, la luz, el espacio, las dimensiones y los materiales, dan lugar a múltiples combinaciones e infinitas variaciones y pueden traducirse lo mismo en anodinas edificaciones, a las cuales llegamos a someternos únicamente por hábito, que en obras que sobrepasan el nivel de la simple actividad técnica o funcional, para alcanzar el nivel de actos estéticos, cuando las relaciones entre esos elementos son definidas de una manera nueva por el talento ordenador de un arquitecto. Las leyes que gobiernan estas relaciones obedecen a razones propias, necesidades y condicionamientos internos, peculiares a cada expresión y a cada personalidad artística. No es necesario pretender que toda arquitectura es obra de arte, pero si aceptamos la importancia que el fenómeno tiene en nuestra vida cotidiana y aceptamos también que es una, sino la principal, de las artes mayores, entonces no parece aceptable la apatía y el desconocimiento por parte de nuestros contemporáneos, aún de aquellos que son más cultivados, de esta manifestación de la cultura. La arquitectura, como las otras artes, y aún en mayor grado, está determinada por la sociedad en que opera, porque depende de ella, material y espiritualmente y sólo puede ser reflejo o expresión de sus ideales. La altura y la calidad de esta expresión son función constante y directa del nivel de comprensión y exigencia de esa misma sociedad. Este determinante, los valores colectivos de la sociedad, constituye para el arquitecto el punto de partida para su programa, cuya interpretación, en términos espaciales, es el contenido de su obra. Ninguna oportunidad, como esta primera Bienal Colombiana de arquitectura, para que nuestro público, de todos los grados de cultura, tome conciencia del papel activo que le corresponde en la configuración del medio ambiente de sus ciudades y sus habitaciones y comprenda que no puede ser indiferente a su desenvolvimiento ni continuar ignorando su presencia incesante. Pero si bien la arquitectura, y en general las artes, son determinadas por la sociedad, ejercen a su vez, una función determinante. La expresión artística de los valores e ideales colectivos, mantiene y prolonga su acción. Ningún arte –vale la pena insistir– representa con más vigor y mayor seguridad, esos valores y esos ideales, que la arquitectura: no está sometida a las barreras del lenguaje, ni a los prejuicios religiosos o ideológicos; desafía con mayor seguridad el paso del tiempo y entrega su mensaje, no solamente a los iniciados o a los eruditos. Las Pirámides, el Partenón o la Catedral Gótica evocan formas de vida y sistemas de pensamiento con mayor precisión que otro medio artístico. Invito a quienes examinen las realizaciones de los arquitectos colombianos, tanto las expuestas en la Bienal, como las que nos rodean todos los días, a preguntarse cuál es la realidad so- 29 CHARLA SOBRE LA ARQUITECTURA COLOMBIANA cial que reflejan estas obras: para qué clientela y con qué recursos trabajan sus autores; qué parte de su obra y sus afanes se dirige a solucionar los problemas vita les de la comunidad y qué parte a los de entidades o particulares; cuántas realizaciones se llevan a cabo con fondos oficiales para bienestar colectivo y cuántas se dedican a la satisfacción de anhelos individuales; cómo algunas de ellas significan un adelanto social, técnico y cultural y cómo otras son confirmación de situaciones y modos de vida que deben desaparecer; en resumen, a aprovechar la evidencia de un cuadro cuyos datos no pueden ocultarse, y en el cual se encuentran consignados, con fidelidad absoluta, múltiples informes que habrán de guiarnos, no solamente para hacer el balance de lo que somos como sociedad, y desde luego, para juzgar la capacidad artística de los arquitectos, sino, también, de rechazo, para medir, en cada caso, el alcance de la propia comprensión. Me aventuro a suponer, que en el curso del examen al cual me he permitido invitar, muchos habrán de preguntarse qué significa el arquitecto en la construcción de estructuras tan complejas, cuáles son la naturaleza, los fines y el campo de acción de su labor como profesional y lo que debe esperarse de él. Considero que la sociedad utilizará más intensivamente los servicios del arquitecto en la medida en que su misión sea más comprendida y se haga, por lo tanto, más necesaria. El objeto de esta charla no es tanto hacer una evaluación crítica de nuestra arquitectura, como tratar de explicar, así sea brevemente, la índole, el alcance y la responsabilidad social del trabajo del arquitecto, a pesar de la dificultad de definir y caracterizar un oficio cuando modalidades de su ejercicio varían de una sociedad a otra, de uno a otro tiempo, de personalidad a personalidad. El arquitecto es un creador de espacios habitables. Como creador, debe poseer un completo dominio de la técnica para superar airoso el conflicto con la materia y lograr la obra de su espíritu. En el proceso creativo debe coordinar numerosos factores de orden material, económico y social, e incorporar una serie de recursos, elementos y personas, de los cuales depende, pero el resultado será siempre obra de la intención expresiva individual. La obra arquitectónica no trasluce los conflictos sentimentales ni la vida privada de su creador, y carece por lo tanto, de interés anecdótico, pero implica siempre la presencia de una personalidad, de una forma individual, transferidas y encarnadas en la fábrica material. El espacio es el medio de expresión del arquitecto, en la misma relación que el sonido y el músico o que la palabra y el poeta. Pero este espacio, que manipula el arquitecto, no es el espacio abstracto, cuya evaluación pueda hacerse en forma gratuita o por estimación de sus virtudes intrínsecas, sino el espacio habitable, es decir, utilizable por el hombre en la plena complejidad de sus necesidades vitales, tanto las que pertenecen al orden fisiológico e individual, como las del orden social y espiritual. En el país coexisten diversos niveles técnicos, en agudo contraste, y esta realidad debe reflejarse, necesariamente, en el trabajo constructivo: la elaboración artesanal, casi siempre rudi- 30 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO mentaria y primitiva, y la producción industrial organizada, ligada a extensas fuentes de suministro y consumo. Entre estos mismos niveles se mueve el ejercicio de nuestra arquitectura, sin que pueda decirse que la extensión del mercado y la capacidad industrial se hayan conjugado, en este campo, para acelerar la solución de urgentes necesidades nacionales. Este proceso de industrialización conlleva la aparición de nuevos materiales y técnicas, de tal manera que “en adelante, la arquitectura no puede concebirse más como la apropiación, por el arte, de los productos del suelo, sino como una de las actividades mayores de una época que quiere imponer a los hombres, y también a la naturaleza, las reglas de su espíritu”, para decirlo con frases de un crítico contemporáneo. Cuando comenzó a organizarse en Colombia la actividad de los arquitectos, tuvieron éstos necesidad de subsanar los vacíos que necesariamente se presentaban, por razones históricas, en el vasto campo de actividades conexas con su oficio. Fue necesario, entonces, que nuestro arquitecto asumiera al mismo tiempo una serie de responsabilidades colaterales, y aun contrarias, a la naturaleza misma de su labor creadora. Este sistema inicial de organización del trabajo perdura, con escasísimas excepciones, hasta el presente y constituye una característica casi exclusiva de nuestro medio. Lo que surgió por necesidades imperiosas y trajo benéficas consecuencias para el adelanto técnico y artístico de la profesión, aparece hoy como uno de los obstáculos más serios al progreso de nuestra arquitectura, entendida en su sentido más riguroso y como la dificultad mayor para que el arquitecto continúe, en adelante, disfrutando de la confianza de un público que debe ver en él un servidor de los intereses de la comunidad. La sociedad deposita en los profesionales la solución de una parte de sus problemas, por cuanto comprende que sólo personas con una preparación especial, que les asegure la comprensión y la sabiduría para andar por esas zonas del conocimiento, son aptas para lograr esas peculiares soluciones y delega en ellos la facultad de organizarse y establecer las normas que regulan la prestación de sus servicios. A estos privilegios que la sociedad otorga, en gracia de la competencia comprobada, corresponde la obligación, por parte de los profesionales y sus asociaciones, de establecer efectivas condiciones de servicio que conduzcan a un mayor beneficio de la comunidad. Si la agremiación profesional no la regula, la competencia entre sus miembros se degrada a niveles de insensibilidad y desenfreno, se instala la mala calidad y la sociedad pierde la confianza en el profesional, que es la razón de ser de su existencia. El arquitecto debe poner toda su capacidad de acción y comprometer su iniciativa al servicio de su cliente. En desarrollo de este propósito debe cumplir las siguientes etapas: En primer lugar, debe formular el programa, que integra todos los datos y condiciones que determinan el alcance y el carácter del problema; en segundo lugar, en el núcleo del proceso, elabora el 31 CHARLA SOBRE LA ARQUITECTURA COLOMBIANA anteproyecto, que contiene, en germen, la concepción final de la obra; a continuación, después de producirse un acuerdo entre cliente y arquitecto sobre esta concepción, realiza los documentos de obra hasta el grado de detalle y precisión, suficiente y necesario para llevar a cabalidad la ejecución material de la obra; finalmente, el arquitecto efectúa la supervisión de los trabajos, para asegurar la calidad de la construcción y el cumplimiento de sus especificaciones, para garantía del propietario y satisfacción personal. Dentro de estos límites, es posible garantizar, en iguales condiciones de dedicación y sentido de responsabilidad, y salvando las diferencias de talento y experiencia, un servicio eficaz por parte del profesional. La diferenciación clara de las funciones del arquitecto y las del contratista permitirá a cada uno de ellos cumplir su función con imparcialidad, y el primero podrá dedicarse, con equidad, a servir a los intereses de su sociedad. La injerencia en asuntos pecuniarios, diferentes a la retribución de sus honorarios profesionales, disminuye su libertad de actuar, independiente e imparcialmente, frente a su tarea específica. La supervivencia del contratista-arquitecto conduce a un camino en el cual, la competencia es desviada de la ruta de permanente superación y progreso, y, en su curso, la agremiación pierde su función de mantener y acrecentar el acervo profesional, obtenido con la cooperación y e1 apoyo de sus miembros, con la comunicación de sus conocimientos y la difusión de los resultados de sus experiencias, y lleva necesariamente, en cambio, a la primacía de criterios de especulación lucrativa, a rebajar la obra del pensamiento a una simple operación comercial sujeta a las leyes de la oferta y la demanda. Sólo ocasionalmente, por raros ejemplos de honestidad, es posible escapar a la tiranía del sistema. Que estos ejemplos sean cada vez más frecuentes y cubran un campo más vasto, depende exclusivamente de la forma como la relación recíproca entre la sociedad y sus arquitectos se funde sobre una más amplia comprensión de la posición respectiva de cada una de las partes; del entendimiento del papel que cada uno juega en la producción de la obra arquitectónica; de la clara conciencia de los problemas y la inteligente formulación de las soluciones; de las herramientas que la sociedad ponga a disposición del arquitecto y el sentido humano que éste imponga al empleo de sus instrumentos. Multifamiliares Córdoba, BCH, Bogotá, 1977. Arturo Robledo. 05 palabras en acto de graduación de 1963* Señores Egresados: Me corresponde en el día de hoy, como Director de esta Facultad, ser el ejecutor de un acto de justicia. Las Directivas de la Universidad Nacional, han reconocido que tienen ustedes méritos suficientes para ostentar el privilegio que significa un título universitario y para ejercer las graves responsabilidades de su Profesión. Este sencillo ritual, al que su significado hace solemne, modificará, sin duda, la situación de todos ustedes. El grado que se les otorga no añade nada a sus conocimientos ni puede remediar, en un momento, las deficiencias de la enseñanza que la Facultad les impartió, ni tampoco las personales limitaciones del estudiante. Sin embargo, esta culminación del esfuerzo individual de cada uno de ustedes y del que hace el país, a través de su Universidad, incorpora a la Sociedad, y en muchos casos rescata, legalizándola, la actividad especializada de un grupo selecto, que viene a añadirse al todavía minúsculo número de quienes, en Colombia, hemos logrado disfrutar de la enseñanza superior. La realidad nos demuestra la sencilla verdad de que no todos los que ejercen la Arquitectura son arquitectos de formación universitaria y que no todos los Arquitectos de formación universitaria ejercen la Arquitectura, entendida en su sentido más amplio. Podemos concluir, con la misma facilidad, que necesitamos más Arquitectos. Ustedes vienen a satisfacer, en parte, esa demanda. No puede aspirarse, ni aún entendiendo el ejercicio de la Arquitectura en un sentido más estricto –y soy uno de los que así lo entiende–, a producir únicamente este tipo de Arquitectos: no lo permiten ni las diferencias personales –de cultura, de temperamento, de situación económica, etc.–, ni las diferencias del ambiente en que se desenvuelve la actividad de cada uno. El progreso y la competencia de la profesión necesitan, para su incremento de profesionales especializados en algún sector del campo general de actividades que cubre la Arquitectura, o en campos afines de la misma. Este es un fenómeno que ocurre en algún momento del crecimiento de una profesión, absolutamente inevitable, que corresponde a necesidades evidentes de su desarrollo. ∗ En: Angulo Flórez, Eduardo (comp.) Cincuenta años de Arquitectura, 1936-1986, Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. Bogotá: Asociación de Arquitectos de la Universidad Nacional, 1987, pp. 124 y 125. 34 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Aceptada esta premisa, la actitud universitaria más acorde con los requerimientos del país y del momento, no es la de hacer más riguroso el filtro, para obtener únicamente el producto más refinado, mientras los campos de especialización y las disciplinas colaterales se surten empíricamente, sino, justamente, salir al paso de estas necesidades, preparando académicamente, desde la misma escuela, al profesional especializado, dentro de una mayor flexibilidad en los planes de estudios, que sean más acordes con las necesarias y respetables diferencias individuales. La formación profesional, orientada en esta forma, nos evitará costosos fracasos, peligrosos resentimientos y aliviará tensiones inútiles, que muchas veces proceden de un comprensible, pero prematuro, afán de perfeccionismo. No creo equivocarme al considerar como un respaldo a lo poco que se ha podido realizar en esta Facultad, dentro de los lineamientos anteriores y como un estímulo para continuar, identificado además con la nueva orientación que desea impartirse a la Universidad, la continuidad que sus autoridades han querido darle a la Dirección de esta Escuela. Unicamente justificando ante el país la necesidad de nuestros programas, la capacidad para ejecutarlos, y la eficacia de los resultados, podremos aspirar a una mayor ayuda económica que nos permita mantenerlos, mejorarlos, diversificarlos y extenderlos. Señores Egresados: El juramento que les tomará, dentro de breves instantes, el presidente del Consejo Superior Universitario, Doctor Leopoldo Guerra, quien trae a este recinto la representación del Señor Rector, los hará Arquitectos de la Universidad Nacional. Tenemos los Arquitectos de esta Facultad una corta pero fecunda tradición que nos enorgullece, que respetamos y que estamos contribuyendo a mantener o engrandecer. Ingresar al grupo de Arquitectos de la Nacional significa una mayor responsabilidad hacia su país, su profesión y su Universidad. Esta ceremonia que he llamado un acto de justicia es también un acto de confianza; confianza de la Universidad, de la Facultad y mía propia en que ustedes sabrán llevar este Título con dignidad y honestidad y hacerse acreedores al respeto, la admiración y el agradecimiento de los estudiantes, los profesores y los demás egresados de nuestra Facultad. Concurso Multifamiliares Córdoba, BCH, Bogotá, 1979. Arturo Robledo. 06 la ética y el arquitecto* Relata Albert Speer cómo llegó a convertirse, a la edad de 28 años, en el arquitecto de Hitler. Seducido por la personalidad y los programas del Führer, no menos que por la oportunidad de realizar proyectos de magnitud, se dedicó, con todo su bagaje técnico y su capacidad de organización, a la tarea de materializar el sueño de una arquitectura auténticamente germánica, expresión genuina del lema “Alemania sobre todos”. Los primeros diseños para el símbolo del águila con la swástica y la impresionante escenificación de Nuremberg, para la cual reunió todos los reflectores antiataques aéreos de su país y los convirtió en columnas de luz, en fin, su talento para la creación de los escenarios donde desplegaba su fuerza el Nacional-Socialismo le aseguraron la confianza de Hitler, quien lo utilizó para dar salida a sus frustraciones como pintor y a sus veleidades de arquitecto. Cabe aquí anotar que durante los primeros años de esta extraña colaboración la remuneración percibida por Speer era la correspondiente a su rango, no muy alto, en el partido, hasta cuando Hermann Goering le indicó la manera de cobrar más adecuadamente por sus servicios profesionales. Patrono y arquitecto dedicaron juntos largas noches perfeccionando los planes para convertir a Berlín, de acuerdo con la doctrina nazi, en la capital más deslumbrante del mundo. El centro de la composición del conjunto era el edificio para las asambleas, cubierto con una cúpula de 350 metros de luz, situado en la convergencia de los ejes ceremoniales, dominando la ciudad, y de paso el mundo entero, con su apabullante silueta. Todo estaba técnicamente resuelto y calculado, hasta el daño que podrían hacer los bombardeos. Se contrató el suministro de mármol y granito, que continuó aún durante la guerra, con canteras suecas, noruegas, polacas y otras. Los presupuestos montaban a cifras que todavía producen estremecimientos. El propósito era superar todo lo realizado hasta el momento, como convenía al pueblo superior. Cuando en la euforia de estos planes Speer se los mostró a su padre, también arquitecto, el comentario de éste fue un breve y decepcionado: “Ustedes están locos”. Aún en medio de las dificultades de la guerra, ante la inminencia de la derrota y decidido el suicidio, Hitler encontraba tiempo para evadirse a soñar en sus proyectos, en la compañía de su arquitecto, ahora encargado de la producción bélica, cuya juventud y fidelidad le parecían garantía de continuidad y realización después de su muerte. ∗ En: Revista Proa, nro. 371, Bogotá, mayo, 1978. Otras versiones fueron publicadas en: “SCA Informa”, Bogotá, 1988 y en la revista Escala, nro. 100. 38 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Sin embargo, el deterioro de la situación dio lugar a continuos tropiezos e interferencias, promovió las envidias y las manipulaciones de los jerarcas, se acentuaron la estupidez de los generales y la alineación fanática de Hitler, todo lo cual enfrió notablemente el entusiasmo de Speer. Hombre habituado a manejar hechos concretos y positivos, a organizar recursos en el espacio y en el tiempo, que contaba, además, con el respaldo de la eficiente industria alemana, pudo prever el fin y oponerse con éxito a la orden de arrasamiento previo a la invasión y la derrota. Juzgado y condenado como criminal de guerra, durante su larga prisión criticó y rechazó su arquitectura por inhumana y vacía, tan diferente de la de su admirado maestro Tessenov. Una pesadilla megalomaníaca. Monumentos para glorificar la imposición arbitraria de un mito. El caso de este arquitecto reviste interés por tratarse del epítome contemporáneo de las falencias morales en el ejercicio de la arquitectura, y porque en algunos círculos se lo admira como predecesor de un cierto formalismo a la moda. Speer falló, en primer lugar, como ser humano, por deficiencias de carácter en su formación política –propias, por lo demás, de la Alemania de entonces–, que le hicieron abrazar, con escasa reflexión y mucho de oportunismo y vanidad, una doctrina repugnante; en segundo término falló como ser social, al creerse colocado, con su líder, por encima de sus congéneres; y, finalmente, como arquitecto, pues con las premisas anteriores no le era posible realizar una arquitectura de auténtico contenido humano, político y social ni, menos aún, conciliar los términos antagónicos que están en la naturaleza única de la arquitectura: subordinada en su origen pero capaz de transformación hasta el más alto nivel. Lejos de Alberti, quien nos enseñó: “la arquitectura nace de la necesidad, se nutre de la conveniencia y se embellece por el uso”. Unos pocos años antes, por los mismos lugares, su paisano Gropius propugnaba: Quiero que un joven arquitecto esté en condiciones de seguir su camino peculiar en cualquier circunstancia; deseo que cree libremente formas genuinas valiéndose de los supuestos técnicos, económicos y sociales que las condicionan, y no que aplique arbitrariamente una fórmula aprendida a un terreno que podría requerir una solución completamente distinta. No es un dogma prefabricado el que pretendo enseñar, sino una actitud imparcial, independiente, elástica frente a los problemas de nuestra generación. En síntesis, convertirse en ‘persona’ frente al conformismo o la evasión. Como lo enseñaron Sócrates y el oráculo. Todo esto quiere decir que los juicios éticos nacen en el interior del individuo, en su autovaloración y consecuente autoestima, en la formación de su conciencia, –que media entre los impulsos internos y los estímulos externos–, en la prosecución de metas elevadas y en su plena realización como ser social, integrado y participante en el diseño del destino de los diversos grupos de que hace parte y con los cuales comparte unos valores. 39 LA ÉTICA Y EL ARQUITECTO La Ética se ocupa de la conducta y el carácter, aprobados o reprobados según tales valores de la vida humana, reconocidos y aceptados por el grupo social, según una experiencia de origen cultural. La conducta, que puede ser juzgada moralmente, abarca todo el rango de la experiencia humana que es sujeto de juicio inteligente, conciencia, y acción voluntaria, carácter. Según lo anterior, sería posible admitir que Albert Speer actuó de acuerdo con los valores de su sociedad. A pesar de ello, como individuo consciente estaba en la obligación de cuestionarlos, conforme con valores humanos más universales, por lo mismo más altos, como lo hizo su padre. Aquí entre nosotros rige un Código de Ética Profesional que no trataba de esos predicamentos. Es, más bien, un conjunto de normas de contratación, una letra menuda como de póliza de seguro contra cajeros, en el que se advierte una gran preocupación con asuntos de dinero, como reflejo del inmenso valor que se le adjudica en el momento histórico que vivimos. Bien puede ser que ese otro código, el que se refiere a los dilemas que nos han ocupado o a los que los moralistas llaman el bien supremo, no deba ser escrito ni promulgado –recordemos a Moisés–, sino que es guía y meta interior de todo ser civilizado, o al menos, de todo aspirante a esa calificación, está implícito en la servidumbre del oficio, en el compromiso con todo lo humano. Vitruvio pensaba que el agente que resolvía el balance entre los términos de su trilogía Utilitas, Firmitas, Venustas era el Decorum (Decoro, Corrección, Decencia. Equivale también a Urbanidad). Proviene de autoridad, de convención, de costumbre o de naturaleza y decide sobre lo pertinente y lo conveniente. Es decir, todo un valor moral. La construcción de una sociedad de individuos libres y diversos, pero con iguales derechos, conducida por un buen sistema hacia una convivencia armónica y creativa, podría asumirse como la plataforma mínima compartida por casi todos. Esa sociedad y su arquitectura, estarían bien descritas en palabras del arquitecto inglés contemporáneo Colin St. John Wilson: En su búsqueda de la verdad de cada situación un edificio tiene trabajo qué hacer. Al servicio de instituciones y ocasiones públicas o en el ámbito privado hace posible el acontecimiento de lo más significativo y apropiado a la ocasión; la realización de un ámbito para las acciones humanas que de repente se concentra en un lugar donde esas acciones no sólo son posibles sino se hacen manifiestas: quizá por primera vez se hacen vívidas y reconocibles en su ser verdadero. Cada elemento, aunque permanece fiel a sí mismo entra, sin embargo, en una relación singular de reciprocidad con los otros elementos. Cada forma se comprende en la presencia de todas y cada una, se completa solamente combinada con otra y encuentra su sentido en esa conjunción. Solo de tales revelaciones aparece su verdadero significado. No se puede inventar: tiene que descubrirse. Como el amor, añadimos. Residencial Calle 100, Bogotá, 1990. Arturo Robledo con Constructora Colmena. 07 ¿diseño (+, -, x, %, =, >, <, &, vs., $) arquitectura?* El diccionario dice que el diseño es: “traza, delineación de un edificio o de una figura” y que diseñador es “el que diseña o dibuja”. Su etimología: de-signos, revela la función visual primordialmente gráfica, del mismo. El diseño trata de hacer visualmente comprensible una idea, un proceso de realización, o una creación terminada. En general, el arquitecto lo utiliza para verificar sus intenciones plásticas, orgánicas y estructurales, en el desarrollo del proceso creativo, como también para transmitir a su cliente y, finalmente a los contratistas, una representación de la obra concebida en su aspecto final o la imagen precisa en cuanto a implantación, dimensiones y materiales de la obra terminada. Lo anterior da una idea de la particular importancia que tiene el diseño en la arquitectura, por cuanto la separación entre concepción y ejecución es mayor en ésta que en las otras artes. Analizando únicamente el aspecto de la ejecución, la importancia del diseño está justificada no solamente por el tamaño considerable de las estructuras arquitectónicas y la complejidad de su erección, sino también porque un edificio es ejecutado usualmente por trabajadores que no están bajo la supervisión del arquitecto. Esto requiere un aparato de mediación más extenso entre ideador y ejecutor. De allí resultó que el proceso de diseño en arquitectura haya sido precisa y metódicamente codificado en sistemas para la transcripción y explicación de la estructura, tal como en los tratados que nos vienen desde el siglo XVI o en la tradición de las corporaciones medievales. Examinando al aspecto de la concepción, la función del diseño reviste una mayor complejidad. El arquitecto usa el diseño como una herramienta, como un medio de trabajo y de expresión, como una comprobación de hipótesis formales, pero, fundamentalmente como instrumento de representación. En la arquitectura el diseño no es un fin en sí mismo, ni es igual al proyecto, ni reemplaza a la creación, ni equivale a la obra. Transponiendo de la semántica: “El mapa no es el territorio”, puede afirmarse igualmente: “El proyecto no es la obra de arquitectura” y también: “El diseño no es el proyecto”. La expresión arquitectónica sólo se completa en la obra realizada: ni el proyecto ni, mucho menos, el diseño pueden proveer una experiencia espacial dinámica. El proceso creativo, se inicia usualmente por encargo de un patrón, con unas demandas más o menos precisas que son su condición ∗ En: Revista Ágora, vol. 1, nro. 1. Bogotá, febrero, 1964. 42 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO preliminar y necesaria, y están basadas en el tipo de producción favorecido por la sociedad o la porción de sociedad con que el arquitecto tiene contacto. Producción que refleja una tradición estética de varias ideas y esquemas formales y unos usos establecidos, en concepto y ejecución, que no es posible ignorar. Fecundado con esas demandas y situado en esa tradición, el arquitecto –con la ayuda de la experiencia (suya y ajena), de diversos métodos de análisis y de la intuición creadora– selecciona un partido (¿será lo mismo que Louis Kahn llama “forma”?) para comenzar a diseñar. Ese conocimiento previo, esa selección de ideas germinales son anteriores al trabajo, –exploratorio primero, de comprobación después y finalmente, de representación–, hecho a base de croquis, bosquejos, bocetos, calcos, plantillas, planos, isométricas, axonométricas, perspectivas, modelos a escala y, en fin, de todo lo que constituye el proceso de diseño. Algunos de entre estos esbozos pueden constituir verdaderas obras de arte, independientemente del edificio que pueda derivarse de ella si están liberados de las restricciones de escala, de proporciones relacionadas con el hombre, de dimensiones físicas y espaciales. Sintomático de la crisis del papel del arquitecto en el mundo actual es el valor adquirido por el dibujo arquitectónico como creación autónoma, hasta el extremo que Luigi Grassi se atreva a afirmar que el fenómeno de la creación arquitectónica, como problema teórico de estética, se satisface en y por el proyecto, representa y envuelve la personalidad de su autor, es arquitectura pura, individualización espacial. Pero la arquitectura no se completa en el proyecto, que solamente documenta la interpretación del contenido del edificio. La transición entre proyecto y realización no admite ruptura; la imagen creadora no puede duplicarse (…) No hay un solo proyecto, concebido por un genio, una sola ‘intención’ de Brunelleschi, Miguel Ángel, Borromini o Wright, que hubiera resultado en una imagen poética sin la asidua presencia de su autor, según Bruno Zevi. Esto significa que la creación no termina al completarse la documentación que conforma el proyecto y es la culminación de la fase del diseño. A pesar de las condiciones impuestas por la construcción y los sistemas de contratación, el edificio no puede ser únicamente la extensión mecánica del plano. Se hace necesario modificar este procedimiento, de origen espurio, para modelar y crear el espacio, deshacer y experimentar durante la construcción. Por definición arquitecto es director de obra, y este es el rol que debe asumir. Todo el aparato técnico y de gestión que se interpone entre el patrón y el arquitecto, dentro de la práctica actual de la profesión, sólo consigue encarecer el producto, empobreciéndolo. Finalmente tocamos aquí, tras los planteamientos teóricos y de posición, el espinoso tema de la situación del arquitecto en Colombia. Si aceptamos que la obra es el resultado de un pro- 43 ¿DISEÑO (+, -, X, %, =, >, <, &, VS., $) ARQUITECTURA? yecto, impulsado por un patrón o cliente, estudiado y llevado a cabo por el arquitecto escogido, tenemos los dos términos para el análisis de esa situación. Quién produce la obra y para quién. La utilidad de la arquitectura es su servidumbre, pero al mismo tiempo su vitalidad y su grandeza: es hecha para el hombre, a la medida de sus necesidades. Implica un conocimiento profundo y un estudio continuo de los complejos factores sociales, psicológicos y fisiológicos que condicionan la materialización de los diferentes ámbitos en que transcurre su existencia. Idealmente, el grado de conocimiento de estos factores, debe ser compartido por ambos protagonistas: cliente y arquitecto, como ha ocurrido históricamente en algunas épocas doradas, cuando se ha dado un consenso sobre los valores en que se funda una sociedad. En épocas de crisis al arquitecto le corresponde, situado como está del lado humanístico, contribuir a poner orden en esos valores, por medio de su obra, de la educación, de la difusión, de la publicidad y de la actividad gremial. El arquitecto crea el espacio habitable, a partir de una situación geográfica dada, para satisfacer unas determinadas necesidades, con unos recursos económicos fijados de antemano, en el medio cultural existente, que incluye la educación recibida y los estímulos para perfeccionarla. En el número ‘O’ de Agora se afirma: “A pesar de que el diseño ha tenido el mayor énfasis en la formación profesional del arquitecto, éste se encuentra desactualizado frente al rotundo cambio en el ejercicio profesional impuesto por nuevas tecnologías y por el nuevo orden y dimensión de las exigencias políticas y sociales de la nación”, apuntando a una supuesta deficiencia interna frente a factores exógenos que modifican el ejercicio profesional. Evidentemente, el ejercicio profesional, de manera acentuada en los últimos quince años, ha sufrido alteraciones graves que son particularmente sensibles en las jóvenes generaciones, con peligro del futuro y “del buen nombre de nuestra arquitectura”, como ocurre en algunos conflictos familiares, sin que pueda achacarse todo a una desactualización de la formación. La formación debe tender a crear mentalidades de arquitecto; a educar para aplicar unos recursos técnicos en la creación del espacio habitable, que utilizan los seres humanos; a humanizar la técnica, como lo proclamaron los grandes pioneros del movimiento moderno. Si la formación falla es más por un exceso de atención a modelos foráneos, por un querer estar al día con movimientos derivados de otras circunstancias históricas, por falta de identificación, profundidad, humildad, constancia y decisión para enfrentar nuestra problemática con nuestros propios recursos, por ignorancia de nuestra tradición y ausencia de claridad en la búsqueda del bienestar para nuestra gente, viviendo en nuestras ciudades, con carencias cuyo remedio es el verdadero contenido de la misión universitaria. La actualización consiste en evitar el escapismo. El otro término de análisis ofrece mayores explicaciones a las nuevas modalidades del ejercicio profesional. El mayor cambio ha ocurrido en la caracterización del cliente. De la desig- 44 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO nación del arquitecto como un acto de confianza por parte del propietario, con connotaciones de identidad ideológica, y a veces casi de intimidad, se ha pasado a una relación impersonal, tecnocratizada, de selecciones por puntaje, que implica otras dos grandes transformaciones que disocian aún más el binomio cliente (mecenas)-arquitecto, indispensable para el nacimiento de la buena, de la gran arquitectura: la intermediación y el gigantismo, que son concomitantes. Ahora el arquitecto debe trabajar usualmente para grandes empresas, sean del Estado o con fines de especulación. Esta característica elimina de plano la posibilidad de acceso al trabajo profesional para los más jóvenes, pues no califican para las operaciones, usualmente de gran porte, que acometen estas empresas. Estas mismas gradualmente han venido adueñándose de todas las iniciativas y entonces, la carrera profesional, que tradicionalmente y por lógica, se iba haciendo lentamente desde pequeñas obras en la periferia hasta llegar paulatinamente a las sitios más valiosos, con el consiguiente incremento en volumen, ya no es posible para los recién egresados, cada vez en mayor número, de las muchas escuelas de arquitectura. Porque otra característica de la práctica de la arquitectura es su “tempo”, que por la mayor separación entre concepción y ejecución, ya anotada, es el más lento de todas las artes. La experiencia, vale decir, el lapso transcurrido entre la formulación de una hipótesis formal, su verificación en la realidad, y su incorporación a un nuevo proyecto con las modificaciones sugeridas por la práctica y una nueva verificación, etc., es tan grande que convierte a la arquitectura en un arte de madurez. El nuevo arquitecto, empleado en funciones secundarias en una gran empresa, carece de oportunidad, por ausencia de vínculos con un auténtico proceso creativo y por falta de continuidad, de adquirir esta experiencia preciosa. La intermediación, término recién puesto en circulación para referirse a las finanzas –y que tiene mucho que ver con quienes rigen los destinos de nuestra arquitectura y de nuestras ciudades, por el poder económico y de decisión política que detentan–, quiere decir que el cliente se ha metamorfoseado en el “usuario”, a quien esos manejadores pretenden representar, interpretar o suplantar. Son numerosos, aislados, rebasados por la complejidad de los problemas, la pobreza y la falta de oportunidades que les hace aceptar cualquier cosa a cualquier precio, ya sea en vivienda, en servicios comunales, o en planeamiento urbano, que los intermediadores resuelvan imponer en su ausencia y a su nombre. Esta imposición se hace generalmente con la justificación del bajo costo del producto, del alto costo del dinero, y otras argumentaciones económicas y financieras que no tienen en cuenta ninguna norma mínima de habitabilidad, pero que la opinión pública acepta sin mayores análisis, porque la voz de los arquitectos, auténticos representantes de los valores humanísticos y poseedores de la capacidad técnica para el establecimiento de políticas, criterios y normas de construcción de vivienda y de ordenamiento urbano, se ha silenciado porque muchos entran en 45 ¿DISEÑO (+, -, X, %, =, >, <, &, VS., $) ARQUITECTURA? el negocio, mientras otros se escapan a la Universidad y la mayoría se complace en un escepticismo virtuoso amparado por el ejercicio de alguna actividad marginal. Frente a este cuadro la creatividad arquitectónica se congela y el provenir aparece con caracteres casi siniestros, lo que hace necesario valorizar el trabajo del arquitecto mediante una acción que llegue a los altos oficiales que orientan la actividad edificadora en el país, sin desconocer la importancia política que dicha actividad cobra cíclicamente. Pero para ello sería necesario que existiera una identidad de conceptos en el seno del gremio acerca del alcance y de las limitaciones de su oficio. En países donde impera el derecho consuetudinario, una profesión existe cuando se reúnen tres condiciones: (a) una definición sobre su campo de acción o competencia; (b) un código de ética y (c) una organización que agrupe a sus miembros. Como las raíces de nuestro derecho son diferentes, entre nosotros la ley es anterior a los hechos, por eso bien vale la pena comparar nuestro esquema con las anteriores condiciones y la manera cómo se satisfarían dichos requisitos, para una breve meditación acerca de la situación de nuestra organización profesional. En cuanto a la definición, si el arquitecto es quien ejerce el arte, profesión o ciencia de proyectar y construir edificios, podría parecer a primera vista, que estamos conformes con ella. Si consideramos que un grupo profesional detenta en una sociedad una rama de la técnica o del saber, del cual es exclusivo poseedor, veremos que tal privilegio implica obligaciones para con la sociedad y sus miembros. El arquitecto, como otros profesionales, está al servicio de su cliente y en tal virtud debe ser compensado, pero no debe obtener otro beneficio diferente a sus honorarios. El empresario de construcción trabaja, dentro de las normas de la técnica, en beneficio propio de su empresa, pero no ejerce la arquitectura aunque comparta su formación y utilice en común muchos conocimientos. Su agremiación debe ser otra. En cuanto al código de ética que ha sido promulgado recientemente, parece concebido, desde el Ministerio de Obras Públicas para perpetuar la confusión entre arquitectura y contratación de obras. No nace de una definición de la labor de arquitecto, y obedece y perpetua, consecuentemente, los criterios de intermediación y gigantismo, ya anotados. Los estatutos y reglamentos de la Sociedad, no son suficientes para atraer y controlar amplios sectores profesionales. Quedan por fuera la mayoría de profesores universitarios, los arquitectos empleados públicos y privados y otros que se amparan en el derecho constitucional de la libre asociación o en la excusa de que la Sociedad no hace nada (mientras ellos si trabajan por la comunidad profesional). En conjunto, estos tres sectores son más numerosos que los agremiados y, de estos últimos, una parte significativa está constituida por contratistas, lo que dificulta aún más cualquier clarificación de competencias y mantiene permanente un conflicto de intereses, que debilita y hace inefectiva la labor de la SCA. 46 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Cuando, hace algo más de cincuenta años, comenzó el trabajo profesional de los arquitectos colombianos, correspondió a éstos la organización y dirección de las obras, con implicaciones tales como la formación de oficiales, dentro de la mejor tradición arquitectónica. Esta forma de ejercer la profesión, además del respeto y la colaboración mutua, dieron origen a la primera ciudad moderna ordenada, recatada, bien ejecutada. La aparición de las grandes operaciones estimuló la división del trabajo por especialidades, muchas veces como departamentos de una misma empresa. Este hecho dio origen, entre otras cosas, a la confusión de tareas e intereses, que ahora prevalece así como también a la segunda ciudad moderna, hecha de esquemas y no de experiencias, de contraposición y no de asimilación, de gritos y gestos y no de discreción. En ese medio florecieron la innovación o la importación tecnológica, la velocidad, el resultado cuantificable. Se abrieron las puertas para que el campo del espacio habitable fuera invadido por el poder del dinero, cuyas leyes no surgen, como las de la arquitectura, de la satisfacción de los derechos vitales del ser humano, que son también asunto del espíritu, como lo entendemos los arquitectos, por formación y por destino. Conjunto Residencial Calle del SOL. Bogotá, 1992. Arturo Robledo con Rubio y Gómez. 08 a propósito de revistas de arquitectura* Producir una revista no es una tarea de creación solitaria como pintar un cuadro. El director se mueve dentro de un marco formado por el pensamiento de su tiempo y el clima intelectual que lo rodea, del cual él y su revista son solamente una de sus muchas manifestaciones. Al tiempo que amplía sus fronteras, una revista provee una salida para las ideas que surgen a la superficie, por así decirlo, del caldero en ebullición que constituye su propio mundo en un momento dado. No puede hacer más de lo que le permitan sus suscriptores, sus colaboradores y sus redactores. Así traduzco lo que escribió J.M. Richards al dejar, después de más de 30 años, la dirección del “Architectural Review”, la revista inglesa que impulsó la causa del movimiento moderno en Inglaterra librando campañas que han influido decisivamente en la historia de la arquitectura, más allá de su país, en la cual colaboran habitualmente escritores tales como Nikolavs Pevsner, Gordon Bullen y Reyner Banham, para mencionar algunos muy conocidos del lector de hoy. Traigo a cuento este artículo del historiador y periodista de la arquitectura no sólo por la autoridad que, a mi juicio y a mi gusto, le confiere su trayectoria al frente de tan excelente publicación, sino porque en él mismo hace un análisis, retro y prospectivo, de la función, las dificultades y los propósitos que caracterizan una revista de arquitectura de nuestro tiempo. Al tocar los puntos más sensibles, su análisis nos proporciona una guía para examinar el papel que debe representar una revista de arquitectura en nuestra circunstancia colombiana. Una revista de arquitectura puede verse como un puente que lleva tráfico en dos direcciones. Puede ayudar a salvar la distancia entre los arquitectos y el público al que sirven, por una parte informándolo sobre las potencialidades, objetivos y técnicas de la arquitectura y, por la otra, dando a los arquitectos un mejor entendimiento de las necesidades e insatisfacciones del público. (…) Pero el público no puede decidir lo que quiere mientras no conozca las alternativas a su disposición, y una de las misiones del arquitecto, para cumplir, la cual necesita la ayuda posible de todos los medios de comunicación, es asegurarse que el público conozca lo que puede obtener, es decir, lo que ofrecen la tecnología moderna y las técnicas de planteamiento. ∗ Tomado de la Revista Escala nro. 100, Ciudadela Real de Minas. 50 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO El arquitecto tiende a encerrarse en su propio mundo, a trabajar pensando en la opinión de los otros arquitectos, a contentarse con entender la jerga y manejar los trucos de la profesión, mientras escapa de la realidad que el público lego sí percibe. La revista refleja y refuerza esa tendencia: se dirige preferentemente a ese mundillo especializado y no trasciende al sector más amplio (¿y más alto?) de los que toman las decisiones administrativas y financieras, ni al de los usuarios. Es notable la falta de conocimiento, si no es ignorancia, que existe en nuestro medio, aun entre los círculos de los cultivados intelectualmente acerca de un fenómeno tan evidente, tan constante y tan permanente como la envolvente arquitectónica de nuestra actividad diaria y como la configuración urbana que padecemos. La crítica de arquitectura es escasa en todo el mundo, mientras el escritor se hace más importante en ésta que en las otras artes. El propósito de la crítica no es anotarse puntos sino identificar y mejorar las pautas. La crítica, así entendida, no es función exclusiva de la revista especializada sino que debe ejercerse, insistente y constantemente, a través de todos los medios de comunicación, otros quizá más adecuados, y emprenderse como una responsabilidad de todo el cuerpo profesional. Al seleccionar las obras que publica, la revista está haciendo crítica, así sea tácitamente. La imagen impresa tiene sobre la mente un efecto diferente al ejercido por el objeto real. Aunque la experiencia espacial directa es la auténtica vivencia de la arquitectura, la presentación editorial, con base en planos simplificados y de cuidadas fotografías, ha venido a constituirse en un verdadero código, en una notación arquitectónica, apta para imaginar, comprender, recorrer vicariamente y comparar la obra de los diferentes arquitectos. El proyecto publicado, arquitectura de papel, adquiere por este medio una virtualidad de vigencia inusitada, al estar colocado en el mismo contexto que la obra realizada. El criterio editorial orienta, agudiza la percepción, destaca, descubre e invita al análisis del intelecto reflexivo, tan diferente de la experiencia sensorial “in situ” del espacio, así como también facilita la valoración relativa. La obra o el proyecto, en imágenes equivalentes, son transferidas a todo el mundo. Por eso el diseño gráfico de la revista de arquitectura debe ser de la más alta calidad; la imagen debe reflejar, no solamente los niveles de exigencia en la selección sino el espíritu de la ocasión, crear el estado de ánimo, guiar el ojo, despertar el interés, innovar... Toda publicación periódica tiene que ver, de algún modo, con la actualidad. En una revista profesional, la noticia la constituye el hecho de que se inscribe dentro de una tendencia o que tiene alguna relación con ella. La tendencia se establece como un arco entre el ejercicio profesional y los problemas de la realidad que acciona, en el medio, el director. La falta de arraigo en uno de los puntos extremos de esta línea de tensiones puede conducir a su extinción. Pero tanto el arraigo como la tensión del arco corresponde mantenerlos al director. Para ello es necesario 51 A PROPÓSITO DE REVISTAS DE ARQUITECTURA que la tendencia amplíe la frontera, avanzando tal como lo propone Richards: “indagando por los problemas no resueltos e identificando el trabajo que se anticipa a encontrarles solución”. Nuestras ciudades vienen creciendo a un ritmo sin antecedentes históricos, superior no tanto a nuestros recursos materiales como a nuestra imaginación e inventiva, conformando una secuela de marginalidad, carencias y desorden urbanos, deseconomías e improvisación. El arquitecto debe ejercer su acción en ese medio. “Aun edificios bien diseñados, individualmente considerados, pueden ser destructores de su entorno e, inversamente, a veces edificios de diseño pobre, por un azar feliz, hacen una contribución útil al ambiente total”. Llevar a la conciencia de arquitectos y público las relaciones que existen entre el total y las partes, entre la ciudad y sus objetos urbanos, es tarea prioritaria para una revista de arquitectura. Por su forma, así como por su nacimiento, la ciudad tiene a la vez elementos de procreación biológica, evolución orgánica y creación estética. Es al mismo tiempo objeto natural y de cultivo; individual y colectiva; algo vivido y algo soñado; es la invención humana por excelencia como adecuadamente la describe Claude Lévi-Strauss. Como tal, todo acto consciente y racional de sus habitantes contribuye a conformar su carácter eventual, y siguiendo esta línea de acción es posible ilustrar a estos mismos habitantes para que su voluntad, colectiva e individualmente, contribuya a mejorar su futuro. Para lograr esto es necesario que cuenten con nociones sobre las alternativas y modelos urbanos posibles, sus ventajas e inconvenientes y por este camino se llegue a una activa e inteligente participación de la comunidad en el planeamiento urbano, en la toma de decisiones que los afectan, participación que se constituye en la única salida positiva ante el fracaso confirmado de las formas autoritarias de planeamiento. … (los arquitectos)… están perdiendo el paso. Pueden protestar que los vastos problemas ambientales del mundo moderno, que surgen del incremento de la movilidad social, de los usos múltiples de la tierra, del crecimiento de la población y de la urbanización de la vida en casi todos los países, no son de su responsabilidad como arquitectos, y que una revista, al machacar sobre problemas en los cuales ellos ya no son los principales decisores, es pedirles que aborden problemas que no tienen oportunidad de solucionar. Pero deben tomar su parte en la solución o enfrentar el peligro de verse marginados como miembros poco serios de la sociedad, de que sus hábitos sean vestidos por otros y de perder el apoyo del público. A menos que los arquitectos puedan vender su mercancía a un público más amplio, persuadiéndolo de que son capaces de contribuir al enriquecimiento de la vida, como también a la apreciación de su arte, la revolución de 1930 habrá sido en vano. No puede haber discusión –en revistas o en cualquier otro lugar– sobre el papel del arquitecto sin relacionarlo con los vastos problemas del mundo moderno para cuya solución sus 52 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO destrezas son sorprendentemente bien adecuadas. No importa lo más mínimo si llega o no a llamarse el ‘director del equipo’. Importa que es el preparado para crear orden, para disponer elementos disímiles de acuerdo a un patrón o transformar una secuencia de actividades en un medio físico viable. Sobre todo porque ha sido entrenado para tener ojo –no sólo para matices estéticos–, sino uno que lo habilita para construir una imagen de lo que será el mundo futuro; un mundo que las voces de los mejoramientos tecnológico y social, en los cuales él y sólo él está comprometido simultáneamente, se combinan para realizar. En la comunidad nadie más está formado para tener una vista de conjunto, para pesar las ventajas inmediatas contra las futuras y hacer coincidir el interés de su cliente con el público. Esto, en líneas generales, ha sido su papel. El cambio que enfrenta hoy la profesión es el de una sociedad altamente tecnológica y urbanizada, que repentinamente ha encontrado que la calidad de su ambiente no puede ya dejarse al azar. La vieja preocupación de los arquitectos con el despliegue del espacio y el estilo y la técnica de los edificios aislados, ha llegado cada vez a significar menos, si estos edificios no hacen parte de la escena total. Las mismas cualidades de control y coordinación, la misma habilidad para transformar el accidente en diseño, que el arquitecto ha aplicado tradicionalmente a los edificios, son requeridas con mayor urgencia en el amplio contexto del medio ambiente, y el intercambio de ideas e información que hacen parte del proceso de conseguirlo, pueden ser la contribución de la revista de arquitectura al difícil proceso de ajuste. David Serna me había solicitado escribir para el número 100 de Escala mis reflexiones sobre las revistas de arquitectura. Terminé por hacerlo a dos manos. Espero que sus lectores lo encuentren pertinente. En Colombia subsisten, y lo hacen vigorosamente, dos revistas de arquitectura que son tal vez, las más constantes de la región latinoamericana, denominada así por los que trajinan los asuntos internacionales. Esta vitalidad refleja, necesariamente, la vigencia del tema, la capacidad creativa de sus colaboradores y, en los dos casos, el espíritu emprendedor de sus directoresgestores-propietarios que es, al mismo tiempo y sin ánimo de paradojas, un desprendimiento en favor del engrandecimiento del antiguo y noble oficio que se ocupa del espacio habitable, o de los asentamientos humanos, como han convenido en llamarlos los mismos internacionalistas. David comenzó orientando su revista a los estudiantes de arquitectura. Esta tendencia, con las naturales modificaciones que le han impuesto el tiempo, la evolución de las circunstancias y el crecimiento de su audiencia hasta el ámbito internacional –amén de una experiencia centenaria–, ha sido mantenida con altura, con esfuerzo inmenso y, sólo recientemente, con fortuna. Mi mayor deseo es la continuación de ese éxito y, secretamente, que acepte alguno de los planteamientos y orientaciones que me he atrevido a hacer, respaldándome en tan eminente como involuntaria compañía. 53 A PROPÓSITO DE REVISTAS DE ARQUITECTURA Apartamentos en el Cerro, Bogotá, 1965. Arturo Robledo. 09 a carlos martínez* Se publica este libro veinticinco años después de la aparición de la Arquitectura en Colombia, primera presentación del tema, a cargo de Carlos Martínez y Jorge Arango. Aproximadamente a la mitad del periodo vuelve Carlos Martínez a publicar, con el mismo nombre, otro volumen sobre la obra realizada en ese lapso por los arquitectos colombianos. Ahora un brillante grupo de jóvenes nos entrega una nueva versión del mismo tema que incluye los hechos más recientes y una revisión de nuestra herencia arquitectónica, así como las obras realizadas en otras ciudades, que antes no habían sido publicadas en forma de libro. Sus autores, con toda justicia y en gesto que los honra, han decidido dedicar su estudio a Carlos Martínez. Porque no se ha limitado a la publicación de los dos volúmenes, ya señalados la contribución que Carlos Martínez ha hecho a la historia de la arquitectura en Colombia, sino que ha investigado nuestro pasado colonial para producir estudios sobre el urbanismo en el Nuevo Reino de Granada, sobre la fundación y la historia de Santa Fe de Bogotá, sobre otras fundaciones en el territorio colombiano, sobre la urbanización en el triángulo central del país y otros que están esperando editor. Si lo anterior, que corresponde al aspecto de historiador y es el más reciente de su trabajo, no fuera ya suficiente para asegurarle a esa labor suya una importancia de primer rango, durante treinta años, desde las páginas de PROA, se convirtió en el publicista de la arquitectura colombiana contemporánea, en las cuales, mediante esfuerzos constantes y generosidad ejemplar, ha registrado, rescatándolas para la historia, cuanta contribución de valor hayamos podido hacer los arquitectos colombianos. En ella, Carlos fue director, gerente, diagramador, dibujante, hasta tipógrafo con estilo propio, visitador de las oficinas de los colegas, ávido de noticias, durante un período sin antecedentes ni paralelo, no sólo por su extensión, sino por la falta de medios de toda índole. Mediante la selección de las obras y el despliegue relativo acordado a cada una, Carlos Martínez ha ejercido la crítica, sin entrar en vanas polémicas, más bien cuidando la solidaridad y la unidad del movimiento moderno entre los arquitectos. Movimiento dentro del cual se formó Martínez en Europa, en la época heroica e internacionalista, cuando sus figuras más destacadas ∗ Tomado del libro “Aspectos de la Arquitectura Contemporánea en Colombia”, año 1977, por el Centro Colombo Americano. 56 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO pensaban que los CIAM serían la panacea del futuro. Hoy, esto nos parece ingenuo y utópico, pero no fue así en el período de entre guerras. Carlos Martínez y otros arquitectos dieron la batalla, polemizaron, escandalizaron y lograron imponer esa arquitectura en un medio tradicionalista, provinciano y estrecho. Quizá la pequeñez del medio es un obstáculo mayor para vencer con algo que, como las consignas de la arquitectura moderna de entonces, pretendían un rechazo del pasado tan drástico y parecían la mayor audacia en un país que apenas comenzaba a marchar con la época. Vino entonces la fundación de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional y la de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, dos eventos decisivos a los cuales, y a sus desarrollos posteriores, estuvo vinculado activamente Carlos Martínez. Con estas dos entidades, que nacieron bajo la advocación de la arquitectura moderna, se aseguró la organización y la continuidad de la profesión. Dentro de esas condiciones y con esas armas, un grupo de convencidos de las enseñanzas de los grandes maestros, –dentro del cual uno de los más activos y casi pendenciero, fue Carlos Martínez– logró vencer las resistencias y el temor a lo nuevo y en menos de quince años la nueva arquitectura se habría impuesto total y casi definitivamente. También en el campo del urbanismo el aporte de Carlos Martínez a su ciudad ha sido trascendental. No solamente como publicista y polemista, llamando la atención desde los inicios de su carrera profesional a los problemas urbanos, sino como propulsor del plan de la Sociedad de Arquitectos después de los incendios de 1948 –contribución ejemplar de un gremio con conciencia del servicio, aún no contaminado de ‘contratismo’de la apertura de la carrera 10ª, de la vinculación de Le Corbusier al plan de Bogotá y, finalmente, como Director de Planeación, donde llevó a cabo, con autoridad de experto y consagración de principiante, un programa de ordenamiento, normalización y prospección, como no se había hecho en la ciudad, cuya huella ya perdura, acelerada su realización por el desbocado crecimiento de la ciudad que, sin esas sabias previsiones no hubiera podido afrontarlo con la relativa ausencia de conflictos como lo ha logrado. El breve lapso a que se refieren estas notas ha sido testigo de la más grande transformación universal, que en nuestro país ha sido el comienzo de la llamada vía del desarrollo, con todos los desajustes de la industrialización y la comunicación, pero por sobre todo, de la urbanización. De entonces a hoy, para dar solo un ejemplo, la población de Bogotá se ha multiplicado por más de diez y en los últimos veinticinco años, o sea desde la publicación del primer libro sobre la Arquitectura en Colombia, por cinco. Los problemas urbanos se han multiplicado y complicado y parecen aumentar con la aceleración de la caída. El centro de atención a los mismos se ha desplazado del interés de los arquitectos a las maquinaciones políticas o financieras. Hoy, el gremio ya no contribuye a la 57 A CARLOS MARTÍNEZ solución de estos problemas, ni siquiera urge su tratamiento, ni los presenta a la consideración pública. Si la actividad del arquitecto comenzó halagando el snobismo de los primeros clientes, luego recibió el apoyo de dirigentes ilustrados y se consolidó por medio de obras de contenido social, en la actualidad ocupa una posición secundaria, dependiente de empresas lucrativas, que manipulan el mercado con todas las técnicas y con los recursos que la civilización de consumo pone a su disposición. Ingeniosos sistemas de capitalización han logrado convertir la vivienda en otro artículo de consumo, cuyos productores sólo necesitan talento comercial, olvidando que se trata de un derecho fundamental cargado de significados individuales y sociales, para no hablar de la calidad arquitectónica. Este nuevo libro sale a la luz en un momento de crisis, desorientación y escepticismo para la arquitectura colombiana: crisis de calidad y crisis de desocupación. Por el mérito de su esfuerzo y por la oportunidad de su aparición debe mover a reflexión. Coincide esta publicación con el momento en que los primeros arquitectos colombianos de formación académica llegan, con Carlos Martínez, a su maduración y la parte más importante de su obra ha sido cumplida, y es cuando se hacen más necesarios su tesón, su espíritu de lucha, su sentido de solidaridad, su capacidad profesional de servicio y su respeto por la tradición, que es un amor entrañable por lo colombiano en cuanto tiene de valor auténtico y, por lo tanto, de universal. Dedicar este libro a Carlos Martínez es una prueba de respeto a la tradición por parte de unos jóvenes que tienen conciencia de lo imprescindible de su aporte y siguen su huella y su ejemplo; tradición hecha de participación activa en hacer, registrar y escribir la historia. Por haber cumplido en gran medida con ella como arquitecto, Carlos Martínez tiene ya un puesto importante en la historia. Edificio para Jorge Vargas Posada, Bogotá, 1974. Arturo Robledo. 10 carlos martínez, director de planificación de bogotá* Cuando Carlos Martínez acepta en 1959 la dirección del Departamento Administrativo de Planificación Distrital, casi simultáneamente en Otterloo, Holanda, se celebra el último de los congresos CIAM, considerado como el acta de defunción de la agrupación que había nacido en 1928, cuando Martínez hacía sus estudios en París. Esta coincidencia viene a cuento para señalar que Martínez se nutrió de las inquietudes que alumbraron el nacimiento y la organización del movimiento “moderno”, referidas principalmente a eliminar las graves consecuencias sociales para el mayor número de habitantes ocasionadas por la insuficiencia y la baja calidad de la vivienda, por la carencia de servicios públicos y asistenciales y, en síntesis, a la necesidad de organizar el desarrollo y crecimiento urbanos, como prerrequisito para la solución de los problemas que se evidenciaron particularmente, tras un siglo de revolución industrial, en la primera postguerra. Los CIAM son más notorios, pero no únicos, en la voluntad de crear instrumentos de planificación basados en la intervención pública y en la necesidad, en los países occidentales, de corregir las distorsiones del capitalismo. Este alto sentido de función social lo sintetizó Gropius afirmando que “el problema, a pesar de presentarse en términos claramente técnicos, es esencialmente un problema moral y de conciencia”. Y es esta motivación, de profundo contenido humanitario, que la reciente crítica revisionista prefiere ignorar, pues no la comparte. En su lugar, preconiza el camino del “doble código”: alusión, para contento de la gente ordinaria, e ironía, para deleite secreto de los elegidos, signos de sociedades postindustriales opulentas y satisfechas, que aparentemente han superado los conflictos sociales, la pobreza y la expansión demográfica. A su regreso a Colombia, Carlos encuentra un clima político que coincide con el de su formación profesional: están en proceso la modernización del país, las reformas sociales de tinte progresista y se afirma el principio del intervencionismo del Estado en la dirección de la economía y en la protección de los menos favorecidos. Antes de llegar a su más importante empleo público intervendrá activamente en la organización gremial, en la enseñanza de la profesión y en debates y propuestas sobre asuntos urbanos de diversa índole, reseñados en otro lugar y mencionados aquí para destacar su vinculación profesional y afectiva al nuevo encargo. ∗ En: Revista Proa, nro. 404, Bogotá, agosto, 1991. 60 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO En 1951 se adoptó el Plan Piloto de Bogotá, resultado del trabajo contratado a Sert y Wienner, de acuerdo con los lineamientos del Plan Director de Le Corbusier. Este Plan, que estaba bajo control de la Oficina del Plan Regulador, creada en 1948, se ceñía estrictamente a los principios de la “Carta de Atenas” proclamada por los CIAM en 1933. Contenía, sin embargo, la innovación de las 7V, utilizada por primera vez en un proyecto urbanístico de Le Corbusier. Además de la zonifícación, de acuerdo con las “cuatro funciones”, el Plan Vial con sus siete vías, un estudio de intersecciones realizado por una firma norteamericana especializada y algunas propuestas de redesarrollo, se fijaba un perímetro urbano definido como suficiente para alojar la población de la ciudad hasta 1980. Coincidió la aparición del Plan con la ola migratoria de los desplazados de los campos y otros centros poblados hacia la capital, que dieron origen al hacinamiento en los sectores vetustos de las áreas próximas al centro y a concentraciones marginales en los municipios vecinos y en la zona suroccidental de la ciudad, por fuera del perímetro urbano y de servicios públicos. Durante el gobierno militar se tomaron varias determinaciones que afectaron aún más la estructura del Plan Piloto: la creación del Distrito Especial de Bogotá, en desarrollo del Acto Legislativo de 1945, que incorporó, entre otros, los núcleos urbanos y marginales de los municipios de Usaquén, Suba, Engativá, Fontibón, Bosa y Usme; la construcción del Centro Administrativo Oficial del Salitre (CAOS, se le dijo entonces), por fuera del centro tradicional, como lo había diseñado Le Corbusier, la nueva ubicación del aeropuerto y su realización inmediata; finalmente, la obra de los “huecos de la 26”, como se llamó durante la suspensión de las obras a la solución vial emprendida a expensas de los terrenos de los parques del Centenario e Independencia. Estos hechos cumplidos y el vertiginoso crecimiento de la población, habían rebasado todas las previsiones del inane Plan de la ciudad. La crisis del Plan Regulador estaba planteada, no solamente por la fuerza de las nuevas realidades, sino por esquemático, simplista y rígido, y por falta de respaldo político y de base legal. La Oficina de Planificación, enmarcada nuevamente dentro de la legalidad administrativa encarnada en el Concejo en medio de un ambiente eufórico, de “retozos democráticos”, había comenzado la necesaria revisión del mismo, y es prácticamente con el mismo equipo profesional que acomete Carlos Martínez la preparación de un Plan de Ordenamiento de alcance y prospectiva metropolitanos. El trabajo se inicia por un reconocimiento de la ciudad para verificar el inventario territorial e inmobiliario en sus diversos aspectos físicos y legales, como base para actualizar el diagnóstico. Esta labor se ejecuta en un tiempo muy breve, pero con criterio y confiabilidad suficientes para servir como punto de partida y de análisis para la preparación de los documentos, estudios y propuesta posteriores. Mientras se llevaban a cabo los estudios previos y se elaboraban los diversos aspectos del Plan, se continuó la atención al público. Con la excepción 61 CARLOS MARTÍNEZ, DIRECTOR DE PLANIFICACIÓN DE BOGOTÁ de un solo día, cuando todo el personal de la oficina se trasladó al barrio las cruces a efectuar un censo destinado a estudiar la posible reurbanización de algunas manzanas. La dirección de Carlos Martínez ‒asidua, conceptualmente firme, sin esquemas formales, moralmente estricta, políticamente fuerte‒ combinaba de manera efectiva sus conocimientos profesionales con su capacidad de inspirar la participación con lo mejor de cada uno de sus colaboradores y subordinados. Demostró que era factible realizar la compleja formulación de un plan de ordenamiento metropolitano con el recurso exclusivo de talento nacional y bajo las estrechas condiciones de austeridad presupuestal que son normales en la gestión de los asuntos públicos. Una reflexión sobre una realidad económica, social y administrativa, ampliamente asimilada y apreciada, tenía que producir resultados, no solamente efectivos, sino cargados de autenticidad y originalidad. El primer estudio elevado a Acuerdo (1 de 1961), fue la sectorización para unificar la subdivisión administrativa de la metrópoli. Dividió el territorio en términos rurales y circuitos urbanos, compuestos de sectores y barrios, utilizando el sistema vial como límite de los mismos, con un propósito de “valorización de los núcleos humanos que la integran”. El reglamento de lotificación estableció las normas y procedimientos para el desarrollo de nuevas áreas. Fue expedido por el Acuerdo 30 de 1961. En el mismo año, por el Acuerdo 38, se adoptó el Plan Vial Piloto de amplias previsiones, cuya ejecución posterior, aunque desordenada, configura en gran medida la forma actual de la ciudad y ha ordenado su desarrollo. La zonificación adoptada con ajustes en 1963 después de un período de experimentación, podría calificarse de prolija, pero, como el Plan Vial, estaba bien anclada en la ciudad real y determinó la imagen urbana a partir de la cual se formularon los planes de desarrollo en los años subsiguientes. Estos instrumentos, y un buen número de estudios que no llegaron a cristalizar, crearon el primer fundamento teórico y legal coherente para el futuro devenir del proceso de planificación de Bogotá y su huella, la persistencia del plan, está marcada físicamente y en forma decisiva. Su repercusión en los planes de otras ciudades fue inmediata. Apoyados por una circunstancia afortunada, pero no casual, como fue el nombramiento de Jorge Gaitán Cortés como alcalde mayor, quien designó a Jorge Rivera Farfán como director de planificación. Gaitán, como concejal y miembro de la Junta de Planificación, había seguido muy de cerca e intervenido oficiosa y oficialmente en todo el proceso de elaboración y aprobación del Plan, y Rivera, como asesor de las Naciones Unidas, había tomado parte en la revisión del Plan Regulador. Ellos consolidaron su legitimidad, le dieron continuidad y total aplicación en el ordenamiento, el desarrollo y la regularización de la ciudad durante los cinco años siguientes, con atención preferencial a los sectores subnormales. 62 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO No pueden quedar por fuera de este recuento dos acciones impulsadas por Carlos Martínez durante su gestión: la expedición de la Ley 163 de 1959, sobre defensa y conservación del patrimonio histórico, artístico y de monumentos públicos de la Nación en el centro de Bogotá y la remodelación de la Plaza de Bolívar, la Casa del Florero y la Plazuela de San Bartolomé, realizadas de acuerdo con precisos criterios de diseño por él señalados. Apartamentos en Teusaquillo, Bogotá, 1976. Arturo Robledo. 11 vicente nasi Y EL NACIMIENTO DE LA ARQUITECTURA MODERNA EN COLOMBIA la obra de Vicente Nasi es característica del itinerario de la aparición y desarrollo de la arquitectura moderna en Colombia, durante el segundo cuarto de este siglo. En la escala de sus intervenciones, en el origen doctrinario y en la forma de penetración en el medio, así como en sus vacilaciones y limitaciones, su arquitectura tipifica esa fase de nuestra historia. Nasi llega a Colombia en 1928, apenas cursados sus estudios profesionales en su Italia nativa, cuando la carrera de arquitectura comenzaba a estructurarse formalmente en las universidades italianas y la formación se recibía en los politécnicos. Para un mejor entendimiento de su obra, es conveniente situar este momento para examinar, así sea someramente, las condiciones en que se desenvuelve su acción. Para Le Corbusier, la revolución de la arquitectura había terminado en 1929. “El período (heroico de la arquitectura moderna) terminó cuando la convicción absoluta en el movimiento desapareció, alrededor de 1929” dicen, por su parte, Alison y Peter Smithson en un conocido ensayo sobre el período. Sin necesidad de discutir tales aciertos, lo cierto es que los arquitectos italianos no tuvieron participación en ese movimiento. Mientras en 1928, Terragni terminaba el Novocomum de Como, casi por sorpresa, al decir de Zevi, ya en 1927 se había llevado a cabo el Weissenhofsiedlung, en Sttuttgart, con participación de arquitectos de la vanguardia de otros países europeos. Del mismo año es la Villa Stein, en Garches, y la Bauhaus, en Dessau es de 1926. El medio italiano, previamente abonado por las inconsistencias del futurismo, era dominado por Piacentini y la arquitectura neocesarista del fascismo, caracterizada por su voluntario alejamiento de la escala humana. El recientemente organizado movimiento racionalista era una de las reacciones a esta tendencia oficial. Otros arquitectos desviaron su interés a la expresión de valores característicos y arquitecturas regionales, como parece ser el caso de Nasi. Mientras tanto, en el continente americano, la arquitectura racionalista de los pioneros europeos de la estética industrial, tardaría aún en llegar. La arquitectura oficial y la doméstica continuaban apegadas a los modelos neoclásicos y eclécticos del siglo XIX. En Colombia, tras el período de las luchas civiles, se afianzaba la organización institucional, avanzaba el proceso de industrialización y ya se gozaba de una cierta estabilidad y prosperidad económicas. Los programas de obras públicas, el incremento de la inversión privada, los viajes 66 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO al exterior y el inicio de la migración del campo y la provincia a la ciudad, entre otras causas, inducían el deseo y la necesidad de mejorar el nivel de vida. En la Bogotá que comienza a despertar tímidamente al siglo XX, orientada al periodismo, la literatura y la política, sin tradición edilicia ni de grandes operaciones urbanísticas como otras capitales suramericanas, ni con la riqueza colonial o indígena de otras sedes virreinales o religiosas y con una burguesía en tren de prosperidad y plan de modernidad, ansiosa de aperturas al mundo exterior, hacen su aparición en la escena profesional nuestros primeros arquitectos, entre ellos Vicente Nasi. Proceden de universidades extranjeras o de la Facultad de Ingeniería, hasta la fundación, en 1936, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, que se hace posible gracias a la contribución de estos ingenieros, arquitectos por vocación y de los jóvenes graduados en Francia, Chile, Estados Unidos, Inglaterra y Bélgica. La práctica de la arquitectura, en mayor medida que otras expresiones artísticas, depende de su medio y va detrás en el tiempo, en relación con los avances de las otras artes, sobre caminos consolidados. No es posible concebirla adelante o por encima de la sociedad, que la auspicia, de su cultura y sus posibilidades tecnológicas. La obra de arquitectura realizada es el resultado de un diálogo entre el cliente y su arquitecto, donde éste tiene la última palabra y, desde luego, la posibilidad de imponerse. El cliente representa las condicionantes y restricciones económicas, culturales y de contenido, con las contradicciones inherentes, que el arquitecto debe resolver y armonizar con sus talentos, apoyado en la técnica de su oficio. El movimiento internacional de la arquitectura moderna de entreguerras llevó el aspecto doctrinario de su programa al extremo de decir siempre la última palabra, en un tormentoso monólogo que imponía un modo único de ver y hacer, pero no consiguió su propósito de universalizarlo y sería, más adelante, abandonado por sus abanderados. Ni el ámbito cultural colombiano ni su nivel tecnológico estaban a la altura de esos debates. Vicente Nasi y, con él, los arquitectos colombianos de esta primera época tomaron elementos plásticos de esa escuela pero no adhirieron incondicionalmente al programa. La escala menor, doméstica; la calidad artesanal en el diseño y la ejecución, así como un pausado acomodo al cambio cultural son características de este período, al tiempo con la utilización del método de ensayo y error en la aplicación de versiones mestizas de modelos foráneos. El aporte más significativo de Nasi y su generación lo constituye el desarrollo de una nueva tipología residencial. De las tradicionales casas de patios y corredores, con plantas en “F” o “E”, frías, oscuras y húmedas, el paso a la vivienda compacta, con asoleación y ventilación directa para todas las habitaciones, es gigantesco y el cambio total y definitivo. 67 VICENTE NASI Los modelos de residencias y chalets, en diversas versiones regionales o de estilo, que utilizó Nasi al comienzo de su carrera, fueron el patrón para la construcción de Teusaquillo, Palermo y los barrios del sector de la calle 72 y aun de conjuntos económicos como El Centenario. Se había encontrado la fórmula de solución para la reciente expansión del área residencial de la ciudad. En la vivienda multifamiliar el edificio Jaramillo Arango, en la calle 25 con la carrera 5ª, establece, a su vez, el prototipo del apartamento. Los ejemplos anteriores de vivienda colectiva seguían en extensión o en altura, el modelo de agrupación alrededor de un patio-jardín de la vivienda tradicional. Es en el tratamiento del problema residencial cuando mejor se expresan las cualidades de Nasi y en el contraste de la piedra y el blanco donde se encuentran los mejores momentos de los primeros veinticinco años de práctica profesional en Colombia. En las pequeñas Casas Granés, construidas en un lote irregular, logra con estos materiales un carácter entre Wrightiano y vernáculo muy afortunado. Cincuenta años después de los pasos iniciales de nuestros primeros arquitectos, es difícil imaginar las circunstancias de su desempeño. A ellos correspondió la formación y capacitación de maestros, canteros, mamposteros, carpinteros, ornamentadores, cerrajeros, plomeros, electricistas, dentro de la mejor práctica medieval. Nasi personalmente dirigió cada una de sus obras, limitando así su número. Con el tiempo y la experiencia, ingredientes preciosos para el ejercicio de la arquitectura, su obra se va depurando y ha madurado cuando sale del país. Es el comienzo, en Colombia, de operaciones de edificación y urbanismo, privadas y oficiales, de una escala más ambiciosa; del auge de las grandes firmas; de la figuración de los discípulos de Gropius y los primeros egresados de las facultades colombianas. El debate entre arquitectura moderna y estilos consagrados, se ha resuelto, al menos temporalmente, a favor de la primera y comienza a declinar el interés por la vivienda individual. Es probable que Vicente Nasi no se hubiera acomodado dentro de la nueva situación. En Venezuela, luego en Italia y Rhodesia, su arquitectura residencial alcanza aciertos de interpretación del clima y del lugar, con un lenguaje y una desenvoltura conquistados en su experiencia bogotana, pero aplicados a responder a circunstancias bien diversas. Cuando regresa a Colombia, está cercano el medio siglo de realizada su primera obra. A cien metros largos de su derruida residencia para Enrique Olaya Herrera, que fuera la primera manifestación de la estética racionalista en Bogotá y en la época de su construcción motivo de admiración desconcertada, levanta un edificio de apartamentos que, con característica discreción, se inserta con naturalidad en medio de las obras en ladrillo de las últimas tendencias locales. 68 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO La obra de Vicente Nasi merece ser estudiada. No solamente porque sigue el camino de la evolución de los primeros veinticinco años de nuestra arquitectura moderna, sino porque encierra una lección acerca de la esterilidad de los devaneos estilísticos y otras especulaciones formales gratuitas, cuando existe en el sector más joven de la profesión una nostalgia que busca modelos y referencias formales, como salida al aparente callejón sin salida del agotamiento de las doctrinas del movimiento internacional. En sus mejores momentos vale como comprobación de que el tratamiento adecuado de los elementos básicos de la arquitectura está en su profunda esencia humanística, en el enfoque artístico que supera la simple satisfacción de las necesidades y el buen uso de la técnica, para trascender a lo universal e intemporal, simplemente a buena arquitectura. El feliz resultado del diálogo cliente-arquitecto que se da cuando ambos tienen los pies firmes sobre el terreno de la contingencia material, libre el espíritu para vislumbrar lo posible y amor por lo bien hecho, que embellece la vida y la ennoblece. Casa para Blas Buraglia, Bogotá, 1955. Robledo, Drews y Castro. 12 acerca de mi amigo hernando camargo quijano* Vengo tratando a Hernando “el mono” Camargo desde cuando éramos estudiantes en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, en la quinta década del siglo pasado. Como colega, recuerdo su trabajo de tesis sobre un Centro de Investigaciones en la Serranía de la Macarena. Trabajo minucioso nacido de una atención respetuosa a sus particulares circunstancias de lugar, recursos y propósito. Temprana aparición de inquietudes ecológicas y premonición del abandono futuro. Más tarde coincidimos un tiempo en el taller de diseño de Cuéllar Serrano Gómez bajo la tutela de nuestro querido y admirado Gabriel Serrano Camargo. Después coincidiríamos de nuevo en la Universidad en labores académicas. Siempre me impresionó su contextura maciza y su trato áspero, más inclinado al antagonismo que al protagonismo. Es este aspecto, por igual de apariencia física como de personalidad, esa inconmovible solidez que se transluce en su actitud ante la vida, que trataré de penetrar temerariamente. Para ello, recurro al campo antiguo y familiar de la geometría y a nociones de astrología. Encuentro esa solidez en uno de los libros de cabecera de la profesión: Acerca de la Divina Proporción, escrito por Luca Pacioli, publicado en 1509 y dedicado a su protector, Ludovico Sforza “el Moro”, señalando cómo el saber tiene comienzo en el ver. De la sección áurea llega a los cinco sólidos platónicos que construye, analiza y describe matemáticamente, el primero de los cuales es el tetraedro regular. Siendo el más elemental es el más universal y eficiente como que está presente en los otros cuatro y es la base de la estructura orgánica. Lo configura un mínimo de componentes: cuatro triángulos equiláteros, cuatro vértices o puntas y seis aristas, y la menor esfera inscrita. Es el único cuyas caras se encuentran todas contiguas. Una solidez cristalina, indeformable e irreducible, como veo la de nuestro buen amigo “el coronel” Camargo. El tetraedro HJCQ es muy estable. Sobre el plano horizontal del terreno descansa una de sus caras que adquiere carácter natural. En el extremo superior se sitúa el vértice que mira al cielo. Esta configuración cuaternaria corresponde, no a una cruz, sino a cuatro direcciones y cuatro extremos que son resultantes de las tensiones equivalentes conducidas por las tres aristas que concurren al punto respectivo. ∗ Escrito en la fecha: 9/12/2005. 72 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Por los vértices de la base pasan las direcciones de los elementos del mundo terrenal: agua, aire y tierra, mientras por la cuarta cruza el elemento fuego. Las cuatro dimensiones-elemento tienen su origen en el centro de gravedad, el mismo de las esferas conjugadas. Estas cuatro direcciones son otros tantos vectores de pasión o amor encarnados en modelos que inspiran el desempeño vital del sujeto en consideración conforme a su respectiva naturaleza. El orden de los elementos es el inverso de la aparición de los elementos en la astrología, pero lo encuentro más adecuado para la descripción del caso Camargo. Veamos: El agua es la emoción, inconsciente, subjetiva y reactiva. Es el medio de la fluidez y de la sensibilidad. En este extremo la inspiración y guía fluyen como un torrente de la arquitectura de Le Corbusier. La tierra es la energía. La materia como belleza e ilusión, lo físico en todas sus formas, lo práctico, la sensualidad, la cautela, el recato. En este extremo discurre Carlos Marx, filósofo del materialismo dialéctico y de la sociedad sin clases. El aire es el pensamiento. Lo intelectual. Completa el trípode de sustentación terrena: es el mundo de la comunicación, de las relaciones, la actividad rítmica y es primordialmente humano y verbal. En este extremo canta el poeta León de Greiff. Finalmente, el fuego es la intuición. Signo de la vitalidad, la energía espiritual, el optimismo y lo subjetivo. Si en los vértices de la base encontramos acomodados a tres venerables ancianos, todos con nombre propio y oficio conocido, aquí no hay una persona sino media humanidad: la mujer. Tengo noticia y malicia de que hubo muchos nombres y pasiones, intensamente temporales. Me consta que a este extremo invitó a un arquetipo: Marilyn Monroe. Los vectores, hacia el exterior del sólido pueden prolongarse de acuerdo con la capacidad de amar o de apasionarse, para asegurar una mejor posesión del mundo, pero en sentido contrario, los limita el encuentro con los otros elementos en un punto, desde el cual irradia un quinto elemento, que en la época de Pacioli, llamaron la quinta esencia, el elemento individual. Concluyo afirmando que la quinta esencia de Hernando Camargo, su esfera interior se llama integridad. Casa para Beatriz de Londoño, Bogotá, 1957. Robledo y Drews. 13 prólogo* “La capital carecía de la poesía de los pueblos de lontananza, donde las calles son largas y los hombres que pesan, pronto son descubiertos y reducidos por el espacio despótico…”. Eduardo Mallea, La guerra interior En un vistazo al itinerario histórico del país y de su existencia como nación, como el que nos propone Alberto Saldarriaga, sobresale como característica de sus dirigentes la nostalgia metropolitana, el desarraigo –oidores, virreyes y los que les siguen–, hasta culminar en la actual situación de dependencia, en todos los órdenes, de los centros de la civilización occidental. Durante estos cinco siglos no hemos dejado de ser una provincia de imperio donde jamás se pone el sol. Las consignas de sus líderes nos llegan con retraso y es costumbre dirigir nuestras consultas a la metrópoli para orientar la toma de decisiones, aun en nimios asuntos personales, particularmente en esos sectores directivos. Si bien esto es cierto e, inclusive, inevitable en el orden político y en el pequeño mundo de las “élites”, no es menos cierto que quinientos años de un proceso de conquista, transculturación, mestizaje, colonización y urbanización, acompañados de una considerable dosis de violencia, aislamiento regional y diversidad telúrica, han venido conjugándose para caracterizar y distinguir grupos de población de existencia “vibrante y caótica”, como la ca lifica Saldarriaga. Esta existencia provinciana y el diferente grado de influencia de los procesos anotados, dio origen a la aparición de regiones con rasgos propios, verdaderas subprovincias, que con el proceso de modernización de los últimos cincuenta años, o poco más, están en trance permanente de modificación y han dado lugar a la aparición de otras subculturas, apoyadas por la expansión de la frontera agrícola y una, para nuestra corta vida, larga y recurrente historia de bonanzas y frustraciones: quina, caucho, marihuana, etc. El carácter provincial se acentúa por el tipo de mestizaje, que es fruto casi exclusivo de la mezcla entre indígenas, hispanos y africanos, diferente de la amplitud y diversidad con que se ha dado en Brasil, Argentina o Venezuela, y con el grado de avance de la cepa original en México o Perú. El tipo de mestizaje y las condiciones geográficas unidas a la actividad económica, mediterránea y de subsistencia, condicionaron la escala de los asentamientos humanos y de los espacios habitables, el predominio de lo singular y la modestia de las empresas y las intervenciones. ∗ En: Saldarriaga Roa, Alberto. Arquitectura y cultura en Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. 1986. 76 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO A pesar de su extensión territorial, en su parte habitada Colombia es un país con una alta entropía social, que permite la coexistencia de un vastísimo sector informal, una tendencia atávica a la informalidad en el sector formal, y la coexistencia de grupos contrarios al orden social. En medio de la variedad regional y la supuesta riqueza del subsuelo, una población abigarrada, pero de origen homogéneo, discurre difícilmente como nación soberana, al tiempo que en los centros de poder, el avance tecnológico y las comunicaciones imponen tales condiciones a sus satélites que las presunciones de identidad de éstos llegan a sonar como reaccionarias. Parece necesario un cierto grado de saturación poblacional en condiciones de vida más satisfactorias, al tiempo que un grupo dirigente numeroso y diversificado, para que pueda configurarse una sociedad cohesionada, interactuante y orientada hacia objetivos comunes; condiciones que estamos distantes de lograr mientras existan tantos escapes físicos, legales y tan grandes diferencias en el acceso a los recursos, para numerosos grupos de habitantes. En estas condiciones el camino hacia esa sociedad no es el de las revivificaciones ni el esperarlo todo de afuera, sino el acometer con todas nuestras capacidades la solución de esos problemas, asumiéndolos en su total complejidad, con los recursos a nuestro alcance, especialmente la creatividad, sin excluir los que nos ofrece la civilización que nos cobija. La peculiaridad del problema, si se resuelve con discernimiento, hará distinta y única la solución y, por consiguiente, distinguido su producto. Por la vía de enfrentar y resolver nosotros mismos nuestros propios problemas llegaremos a alcanzar la madurez como nación, a identificamos como sus arquitectos. La verdadera riqueza de Colombia está en la variedad de dificultades que nos plantea. Alberto Saldarriaga asume una visión holística de la arquitectura, un lúcido análisis de sus antecedentes, sus condicionantes, sus manifestaciones, y sus ingredientes. Su posición es meditada, respaldada y trabajada con constancia y altura excepcionales. Se distingue, además de la originalidad del planteamiento, por su dominio del idioma y la seguridad en el manejo de los conceptos, sin detenerse en minucias, hasta el punto que a veces puede parecer remoto. “El horror de la provincia reside en la seguridad que tenemos de no encontrar a nadie que hable nuestro idioma, pero por el contrario, de no pasar inadvertido ni un segundo.” (François Mauriac, “La Provincia”). Casa para Irene Robledo Strauss, Guayaquil, q982. Arturo Robledo. 14 testimonio* En la reflexión sobre el urbanismo y la arquitectura de la colonización antioqueña y la obra de Néstor Tobón Botero, que culmina en este quinto volumen, con la publicación correspondiente a los municipios administrativamente ajenos al antiguo departamento de Caldas, desde el respectivo prólogo a los volúmenes precedentes, eminentes autores han discurrido, con acierto en los contenidos y en el lenguaje, acerca de la historia social y política del grupo humano protagonista y sobre la trascendencia del significado de su gesta en la vida colombiana. Comparto con Tobón Botero la profesión y los ancestros colonizadores, la vivencia de esta arquitectura, en poblados y haciendas, durante los años definitivos de la infancia y la niñez, cuando se forman las imágenes, germinan las vocaciones y nacen los mitos. Intentaré complementar lo ya escrito con lo que pueda aportar desde un punto de vista de arquitecto, velado por los vínculos afectivos que me unen al tema, al autor y a su obra. Cuando, hace diez años, analizábamos sus tentativas para formular un programa de investigación para su año sabático en la Universidad, que integrara su formación de arquitecto y planificador urbano con sus estudios de ciencias sociales, tuve el acierto de inducirlo al tratamiento del asunto que, desde entonces, habría de absorberle toda su capacidad de trabajo y llegaría a constituirse en justificación de su vida. A comienzos de la década de los años sesenta, séptima del siglo, iniciamos en las Facultades de Arquitectura de las Universidades Nacional y Javeriana el estudio y levantamiento de nuestra arquitectura histórica, con participación de los estudiantes, por el período colonial. Casi veinte años más tarde, desde el Decanato de Artes, se dio un nuevo impulsó al rescate, al menos documental, de tradiciones más recientes, pero no menos valiosas, cuyos protagonistas comenzaban a desaparecer al tiempo con su obra, sin que de ellos quedara siquiera testimonio, amenazado no sólo por la demolición sino, también, por el olvido. Esta iniciativa tuvo una acogida afortunada, fruto de la cual son varias monografías, algunas publicadas y otras en proceso, registro hasta entonces en buena parte inédito, pero indispensable en la filiación de nuestra herencia cultural, al que estos volúmenes contribuyen de manera notable. Entre los períodos, el fin de la Colonia y la tercera o cuarta décadas del presente siglo, años formativos de la nacionalidad cuya arquitectura ha sido llamada republicana, es cuando se produce, en el corazón geográfico de la nueva nación, el fenómeno colectivo de la migración interna, ∗ En: Tobón Botero, Néstor. Arquitectura de la colonización antioqueña, tomo 5, “Tolima y Valle del Cauca”. Bogotá: Universidad Nacional. 1989. 80 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO que incorporó al país un abrupto territorio, soslayado en la Colonia, lo hizo productivo con el hierro entre las manos, poblando y construyendo asentamientos, origen de una pequeña provincia que, en poco tiempo sería dividida, a su vez, en otras tres, con sus respectivas capitales políticas y administrativas, fundadas, en menos de cuarenta años, durante la segunda mitad del siglo pasado. Desde los pueblos del sur de Antioquia, por las vertientes de la Cordillera Central y las del cañón del río Cauca, todas son faldas entre cuchillas y cañadas. Al sur, en el rincón del Quindío, la ladera se hace menos empinada, ondulación idílica que amortigua el ímpetu colonizador, ya en la frontera con el valle del Cauca, asiento de otra cultura. Se conforma una sociedad agraria en la cual las haciendas constituyen los centros de trabajo y de servicios, no meras mansiones para propietarios ausentes. Echo de menos, en la presente obra, quizá porque han desaparecido, esos maravillosos complejos de edificaciones e instalaciones para los diversos oficios de la economía campesina: beneficio y secado del café, molienda de la caña de azúcar y elaboración de la panela, cría y manejo de ganado y de animales domésticos, monturas y aparejos para las bestias de silla y las de carga, herrería, troje, pesebreras y porquerizas que, con la casa y las otras viviendas, con los corrales, la acequia y los patios empedrados desplegaban, con el acompañamiento virtuoso de la guadua, una arquitectura austera, estricta en su adecuación a cada requerimiento, pautada por experiencias y valores compartidos, compenetrada con el paisaje, producto de los materiales para su entorno. Fundamentalmente, se trata de una arquitectura de ladera de clima templado húmedo, que llegaría a asimilarse con el territorio del café. Se distingue del modelo antioqueño, más próximo a los prototipos peninsulares por el predominio del bahareque de guadua, más versátil que la tapia o el adobe. Como consecuencia, se produce una modificación en las proporciones, que se tornan más finas y vibrantes, al ser necesario aproximar los apoyos verticales por el mayor esfuerzo estructural que deben asumir. Al mismo tiempo, se hace posible extender el corredor por la periferia el cual, prolongado en el amplio alero, protege de la intemperie la superficie deleznable del bahareque y a la carpintería que encierran el núcleo interno de las habitaciones. Se desarrolla así un espacio de transición que no es solo de circulación y acceso sino sitio de estar, comedor, taller de oficios domésticos, secadero de granos y siempre, atalaya sobre la parcela con su naturaleza tenazmente domesticada y sobre la concavidad del panorama. La obra blanca de madera, es decir, los pilares y barandas del primer plano y, en el segundo, correspondiente al cerramiento interior, puertas, ventanas y zócalo, que protege el bahareque pintado en blanco de cal del tránsito y del espaldar de las sillas de vaqueta, se cubre con pintura de colores violentos que destacan sobre el blanco del fondo, como afirmación de propiedad, testimonio de la hazaña del desmonte, en abierto contraste con las oblicuas telúricas y la exuberancia vegetal. 81 TESTIMONIO Si la vivienda y los establecimientos rurales son lugares de trabajo, la casa del pueblo, construida con los mismos recursos, es el hogar, el reino de la mujer. El espacio de transición del exterior al interior es el zaguán, entre portón y trasportón, vestigio hispanoárabe de gineceos, que conduce al corredor que rodea, total o parcialmente, en uno o dos pisos, al primer patio. En las casas altas entre medianeras, el zaguán cede el lugar al ingenio de la escalera levadiza, para el acceso al patio del fondo de la vaca para el ordeño diario, de las mulas que traen los productos del campo. El corredor exterior se reemplaza por balcones delante de las puertas con postigos, que casi siempre pueden disponerse, sin merma de la intimidad, aun en las casas de una sola planta, con la colaboración de la pendiente de la calle. En los pisos bajos, las puertaventanas se aislan de la acera por una chambrana o por la división horizontal de las hojas, que permite mantener cerrado el tablero inferior. Los elementos visibles de la construcción se enriquecen formalmente: a la chambrana de macana de las casas de campo se les añade, en los balcones, discretos tableros; se elaboran las molduras de las puertas y ventanas, que son ahora entableradas con clara intención estética; aparecen los calados de madera en el trasportón y en el comedor; las columnas y barandas alrededor del patio se tratan con mayor delicadeza mediante talla, aplicaciones o torno; las tablas y cubrejuntas de los cielorrasos se organizan con simetría y los colores pierden su crudeza, como corresponde a una armónica vida ciudadana. Aunque la lectura sólo traduzca lo genérico derivado y no aparezca lo peculiar distintivo, que la realidad o la imagen trasmiten con eficacia, puede decirse que se expresa, en una apariencia más liviana y como efusiva, fruto del sistema constrictivo y consecuencia de los estrechos lazos familiares y comunitarios, para que todos los habitantes, que nunca son pocos, puedan participar de la vida en la calle. Asomarse al balcón, ventanear, atisbar son expresiones de esa densa cohesión social, que también estableció un código, como el de los abanicos, para el envío de románticos mensajes mediante el movimiento de los postigos. Los poblados, por fuerza, también son de ladera. Aparecen, sin transición, en el encuentro de cuchillas o en un alto de la travesía por las montañas, a la medida de las jornadas de los arrieros. Se organizan con la retícula tradicional, con el desdén hacia la topografía propio de quienes aprendieron a superarla. En medio de las ondulaciones que transcriben, escalonados, los tejados oscurecidos por la humedad, solo se destaca, dominante a veces con hipertrofia medieval, el templo católico. La arquitectura es una permanente reelaboración de tipos y de combinación de elementos preexistentes, mediante un proceso sintáctico de selección, ordenamiento, distribución y proporción, para conformar el alojamiento destinado a las diversas actividades humanas, bajo inescapables condiciones culturales, económicas y naturales. Al poeta no corresponde inventar las palabras; su misión, según Mallarmé, es “dar un sentido más puro a las palabras de la tribu”. De manera análoga, el papel de la arquitectura trasciende los condicionamientos de sus 82 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO comitentes y su circunstancia histórica para ser encarnación de un espíritu, nunca narración, siempre reflejo y, a veces, canto. La representación bidimensional que proporciona el libro, da lugar a una percepción sensorial aproximada a la presencia física, cuya manifestación parte del material y se desarrolla en el espacio y bajo la luz, tiene, sin embargo, la ventaja de contraer las distancias y comprimir el tiempo, haciendo más evidentes los signos distintivos que caracterizan el conjunto, con el acento tan peculiarmente mestizo como el hablar de su gente, con la angustia simplona e indígena de su cocina, inconfundible como su ganado blanco-orejinegro. Las condiciones que dieron origen y propiciaron el desarrollo de lo que podría llamarse estilo, se modifican en modo definitivo e irreversible a partir de la cuarta década del presente siglo. El transporte automotor, la electrificación, el incremento acelerado de la población y la urbanización, los conflictos sociales y políticos, amén de las incidencias de los mercados y la comunicación de masas, causaron mutaciones en la estructura del tejido social y eliminaron las razones para seguir produciendo muchos de los elementos que habían sido vitales durante el período de la colonización. Por otra parte, terremotos, incendios e intereses emergidos de las nuevas situaciones, ocasionaron la destrucción, forzaron la caducidad y alentaron la desfiguración de parte considerable del rico legado. Que ya es historia. Cuando Néstor Tobón inició sus recorridos por entre esas montañas, tomaba el camino de Damasco. A la búsqueda de la herencia de su estirpe, en el reencuentro con las presencias familiares de su infancia y juventud, lo derribó el deslumbramiento, lo arrebató la pasión. Sus descripciones son de un exaltado. Su dedicación se empareja con su arrobamiento. Su entrega lo convierte en apóstol y propagador del credo que asume como un comando divino. Su formación científica tiene que ceder al estupor, el mismo que Theodor W. Adorno describe como “la comprensión más profunda de las relaciones entre dialéctica mítica e imagen”. Por todo ello, el valor de esta obra y su indudable interés, no deben buscarse en cronologías, jerarquizaciones o análisis más o menos lúcidos que siempre podrán venir, apoyados en este esfuerzo, meritorio, tesonero, costoso y siempre entusiasta, que pone a disposición de los estudiosos un material documental cualitativa y cuantitativamente precioso. Porque lo publicado es apenas la parte visible del témpano, muestra representativa, pero limitada por necesidad a municipios y casos selectos, de los varios miles de fotografías debidamente clasificadas, algunas, como los recorridos, hechas repetidamente, en una demostración adicional de rigor que dejó tendidos en el camino a varios fotógrafos. Ese entusiasmo de Tobón Botero, principio de toda acción inspiradora, lo ha contagiado a muchos que desconocían este aspecto de la cultura colombiana, aún en el país. Ya puede citar casos de la influencia decisiva de su obra en detener la devastación, en la creación de una con- 83 TESTIMONIO ciencia del valor y la necesidad de mantener la presencia del pasado, que enriquece el presente y esclarece el futuro, así como testimonios admirados provenientes del extranjero. Esas cualidades tenían que encontrar, como en efecto sucedió, patrocinio inteligente y editores imaginativos, decididos a proporcionar un marco atrayente, con excelentes recursos gráficos, digno de la gran entrada en los anales de la arquitectura y el urbanismo patrios, que la publicación de estos cinco volúmenes merecía, acicate de curiosidades de todo género y hasta objeto de codicia. Generalmente, los libros sobre arquitectura, como en un tópico caro a sus más prolíficos analistas contemporáneos, admiten varias lecturas, sin simplificar la relectura. Pueden apreciarse como una colección de mariposas, como dechados de objetos separados de la vida que les dio origen y les otorga justificación. O mirarse como un álbum familiar, para la evocación de la imagen mítica que habita en la memoria. O utilizarlos para escribir otra historia, que será una interpretación, pero no la elusiva recreación de la complejidad del alumbramiento y el curso de los acontecimientos como fueron. Con su propio enfoque a cada lector le ha de ser posible, sin embargo, destilar la esencia de la buena arquitectura, desechar la nostalgia y compenetrarse con la tradición, para mantener la vigencia de sus valores como guía en el confuso presente. Centro de Rehabilitación Femenino Yomasa, Bogotá, 1965. Arturo Robledo. 15 los viajes de ismael* “DIBUJAR ES EL ARTE DE OMITIR” La selección se impone con mayor urgencia en el caso de los apuntes de viaje. Realizados bajo la premura del itinerario y en medio de la emoción que produce el reconocimiento de la obra estudiada a una distancia, que es tanto orbital como temporal o la del encuentro inesperado con la obra, a menudo entrevista desde la ventanilla del vehículo, sin la seguridad de regresar con tiempo disponible para un registro pormenorizado que haga justicia a la magnitud de tales emociones. A pesar del enorme grado de abstracción que gobierna esta modalidad de expresión, llena de convenciones supuestamente universales, estos croquis tienen mucho de diario íntimo, de escritura en clave personal, llena de sobreentendidos, no accesible para otros. Los signos tienen algo taquigráfico y muy probablemente despierten en su autor, al contemplarlos nuevamente, asociaciones y mecanismos de memoria que para el lector no significan con la intensidad ni la motivación del dibujante. Mirando en primera instancia el conjunto de apuntes que Ismael hace públicos, al lego puede sorprender la extensión de los periplos, el número de las giras y la calidad de los lugares visitados. Hasta ahora se le ha escapado Oceanía, a pesar de haber estado cercano como corresponde a su sobrada capacidad de desplazamiento. ¿Qué ha preferido y qué ha dejado de lado, para llevar ese cuaderno de viaje, al que complementa un acervo fotográfico igualmente extenso en el cual contemplar lo omitido? Las escenas urbanas, que siempre están pobladas. A veces por multitudes. En su particular notación apenas son ectoplasmas que sin embargo logran proveer la escala humana. No requiere la luz del sol, como si todo estuviera iluminado con igual intensidad con escasa atención a colores y texturas. El paisaje es poco frecuente, salvo cuando la naturaleza cumple alguna actividad espectacular, como en las cataratas y los volcanes. En cambio está atento de preferencia a consignar con buen ojo las proporciones aun en casos de conjuntos muy publicados, con puntos de vista novedosos. Es el aspecto esencial de su preocupación y no vacila en obviar el detalle superficial, la característica del estilo, los acentos más específicos, en busca del valor genérico. ∗ Bogotá, 2006/12/16. 86 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO No deja de inquietar, como síntoma de contagio de una peligrosa tendencia, a la que es difícil sustraerse por el respaldo de los programas de la industria del turismo, manifiesta en la preferencia por la imagen espectacular, que se advierte en la frecuente escogencia de lugares del sudeste asiático, cuya arquitectura resuelve, con inmenso despliegue, insistencia y redundancia, el espacio exterior como montaje escenográfico capaz de atraer multitudes de peregrinos, en quienes induce una admiración rayana en el pasmo. Los dibujos iniciales eran a lápiz, que reteñía después con tinta. Ahora los ejecuta directamente por este medio: el trazo es limpio y el pulso seguro, a veces más aprendido que observado. Cuando la premura no le da para superar el nivel de bosquejo o de esbozo, posee la habilidad para calibrar con justeza el objetivo prioritario, sin temor a quedarse corto. Las notas anexas son breves, pertinentes y suplen en algo la eventual desnudez de las figuras con otra clase de información. Los apuntes de Ismael Quintero son el testimonio de unos aspectos filtrados y seleccionados con el criterio del viajero. El valor testimonial, en el juzgamiento de acusados ante los tribunales de justicia, es sujeto de fuerte crítica por la falta de objetividad y de memoria de quienes son llamados a atestiguar sobre hechos, con frecuencia inesperados, para el observador. En medio de la paranoia globalizada del estado moderno, incluido el colombiano, actividades como el dibujo y la fotografía callejeros, son motivo de sospecha, de rechazo y aun de persecución a nombre de la seguridad, como le sucedió al propio Ismael cuando preparaba el material que nos presenta, que no obstante difiere y se escapa de la crítica al testimonio judicial en dos aspectos fundamentales: primero, que nadie lo ha llamado a testificar y segundo, que voluntariamente se impuso la tarea de dibujar lo presenciado con atención selecta, ilustrada y conmovida. Se trató de una actitud responsable y seguramente placentera cuyo resultado públicamente rendido y compartido podríamos calificarlo recurriendo al lenguaje judicial en boga como la versión verídica “libre y espontanea” de una insaciable experiencia como arquitecto viajero. Concurso para la Sede del Banco central Hipotecario, Bogotá, 1962. Arturo Robledo. Concurso para el Centro de Convenciones de Cartagena. Arturo Robledo. 16 cogitaciones de un desocupado ¿o no-activo?* Sugeridas por la lectura, en el lugar de trabajo, del número 20 de la revista de arquitectura HITO, órgano de la Asociación Colombiana de Facultades de Arquitectura (ACFA), simultáneamente con el número 17, otoño 2002/invierno 2003, del Harvard Design Magazine, en mi residencia, de la cual traduje literalmente tanto texto que preferí no usar comillas para no intimidar al posible lector. La primera parte del encabezado, afirmativa, que busca atraer la atención, sitúa la actividad positiva pero desordenada del pensamiento en el reducto a que nos conduce, por sustracción de materia, la apremiante realidad que venirnos confrontando durante los últimos años la creciente mayoría de los arquitectos en Colombia. La interrogación no es una tautología, es una inquietud que se refiere a la estadística, pues no creo que a mis años sea considerado parte de la llamada población activa –y me duele verificarlo, no sólo por el DANE– pues así no entro en la cuenta vergonzosa de los desempleados, sin que esta consideración logre alterar mi situación personal, que vale como oportunidad y sirve como testimonio, pero no es materia de mis reflexiones, que podrán parecer cargadas de sombras, a pesar de mi propósito de mantener una línea objetiva. Durante el último año he sido económica y estadísticamente improductivo, no activo pero no ocioso. Por motivaciones ajenas, he sido impulsado a la retrospección, que me ha servido para revisar el pasado, organizar recuerdos e iluminar repliegues olvidados u ocultados de mi persona. Con ese entrenamiento y un relativo agotamiento o cubrimiento suficiente de esa etapa, vuelvo a disponer de tiempo para, de modo ineluctable, confrontar el áspero presente y escudriñar el oscuro futuro. Para esta prospección se hace imperativo despojarse de pequeñeces y si es posible, concebir y examinar las alternativas, inmediatas y a términos más amplios, en un contexto de orden superior. Se dice que para resolver un problema conviene agrandarlo. En la tónica anterior –y con la ventaja que me dan, y el compromiso que representa, haberme criado en un hogar populoso pero atento al acontecer mundial, desprendido por lo tanto de las limitaciones del medio provincial del comienzo del siglo XX– conviene enmarcar nuestra contingencia en las corrientes que impulsan la creación de los espacios habitables en estos albores del siglo XXI, que despunta con el afianzamiento de la hegemonía imperial norteamericana, ∗ Bogotá, noviembre 2 de 2002. Sin publicar. 90 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO enfrentada a su tarea policiva sobre un universo el cual, alegando la defensa de sus fuentes de riqueza, tiene alcances equivalentes, en una palabra: globales. El poderío económico norteamericano presentó, en la décima década del siglo XX, un incremento vertiginoso a partir de las coincidencias políticas Thatcher-Reagan de la década anterior: aseguran que el mercado bursátil duplicó dos veces su valor en los 90 y que sólo en el año 2000 el crecimiento económico excedió el de todo el siglo XIX. Ante tan agobiantes magnitudes no puedo evitar una escalofriante pero indignada sensación de exclusión. Esto lo contrasta Lester Brown, para la misma década, con la caída del nivel freático en las mejores tierras agrícolas; con la triplicación de las catástrofes naturales entre 1960 y 1990 a un costo ocho veces mayor; con ocho de esos diez años como los más calientes de que se tenga noticia, con la máxima histórica para 1998, evidencias del descuido del medio ambiente. Añade que arriesgamos una guerra porque el binomio Bush-Cheney quiere asegurar unas décadas de petróleo barato mientras las alternativas energéticas, como la celda de hidrógeno, están a la mano, ignoradas como no prioritarias. De la prodigiosa acumulación de capital surge una concatenación de fenómenos que inciden poderosamente en la actividad del arquitecto, los cuales se inician, de manera conspicua, en las consideradas capitales de la globalización, no en sus provincias, que por su misma condición satelital, suelen limitarse a reflejar, sin mayor elaboración crítica ni capacidad de reacción, la imagen irradiada desde la emisión originaria. Dichas capitales múltiples aparecen como un fenómeno nuevo, cobijadas bajo el descriptivo neologismo multinacionales, que alude por igual al origen del capital y al alcance de sus operaciones, como también al de sus ambiciones, que requieren para su predominio la eliminación de barreras nacionales y la implantación del libre fluir de bienes y servicios en las condiciones impuestas desde las sedes. Anteriormente, este libre fluir era considerado deseable, progresista, e incluía el de personas, que se canaliza hoy por el turismo, industria que representa ingresos multimillonarios y ha impulsado a cuanta localidad tenga una mínima atracción a buscarse un lugar en el mapa y en el calendario de excursiones, festivales, eventos y puntos de venta de bienes de consumo acreditados, como estrategia para acceder a su participación en esos ingresos, posibles por el exceso de dinero. Al frente de estos desarrollos se ha venido perfilando un tipo de dirigente empresarial proclive a autocalificarse como innovador y creativo, practicante de una Nueva Economía que prefiere el espíritu de empresa a la jerarquización burocrática, el cambio frenético a la estabilidad, el caos del mercado libre a la regulación, la flexibilidad laboral al empleo seguro, principios que pueden atraer seductoramente a los jóvenes aprendices del taller de arquitectura, con ese léxico vibrante que se aproxima al vértigo extremo de la alucinación. Estos representantes del talento y el poder corporativos requieren habilidad para discriminar lo mercadeable masivamente de lo invendible, tienen el poder y la necesidad de prestigiar y acreditar la marca y, para mate- 91 COGITACIONES DE UN DESOCUPADO ¿O NO-ACTIVO? rializar su éxito, seleccionar al arquitecto capaz de trabajar velozmente bajo tales parámetros acompañando a un proceso publicitario que funde las virtudes de promotor, ideador y marca, para producir un paquete de rango, con venta y utilidad aseguradas, cuya imagen prime sobre la sustancia. Un ejemplo de esto es el caso de Thomas Krens, director del Museo Guggenheim al que ha convertido en una cadena de museos, con la colaboración de Frank Gehry, el archiconocido autor, entre otros, del “Gugui” de Bilbao, regalo envuelto holgadamente en titanio y de un edificio que evoca a una pareja bailando tango, pero no de la sucursal en Las Vegas (sí, la de Nevada USA) que ha estado a cargo de Rem Koolhas, otro de los favoritos, arquitecto del Euralille, centro polivalente de este nudo ferroviario, con una estética muy próxima a la de Gehry, consistente en galpones revestidos en metal de aspecto liviano, marcadamente provisional, de los cuales, debe anotarse con justicia, que no caen en la nostalgia, en la cita histórica alusiva, ni en la clase de trucos extra-arquitectónicos postmodernos. De este último merecen citarse algunas palabras, que definen su credo: “Salir de compras es sin duda la última actividad pública que nos queda; pienso que es muy posible que, así como no se puede criticar al oxigeno, no puede criticarse al ir de compras”; pero después, al dirigirse a los estudiantes, se puso serio y dijo: Pienso que el mayor efecto de la economía de mercado es que desvía la iniciativa y los valores de lo público a lo privado y al hacerlo simplemente socava, de modo radical, nuestra propia posición, pues siempre nos hemos concebido como servidores del bien común. Este alejarse de lo público, el predominio de la iniciativa privada en la conformación de nuestro mundo, simplemente ha suprimido o erosionado el pedestal en el que siempre nos habíamos glorificado, y añadió: uno de los efectos de la economía de mercado en los arquitectos es que de generalistas debemos convertirnos en especialistas de lo único y diferente. Ya no podemos producir simplemente obras. Sólo podemos producir obras maestras; únicamente ellas cuentan. Este es otro desvío increíble, un incremento dramático de los riesgos que, al mismo tiempo conducen probablemente a una mengua de la sustancia; y continuó: Cada uno de ustedes sabe que un objeto arquitectónico digno de su nombre toma cinco años para realizarse, y que más allá de la arquitectura actualmente casi no hay coalición o definición política o económica que no sea alterada radicalmente en tres o cuatro años. Así nos enfrentamos al momento increíble cuando la lentitud de la arquitectura es completamente sobrepasada por la transformación inexorable de cualquier otro incentivo e iniciativa. Simplemente somos demasiado lentos para mantener el paso. 92 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Si ahora nos enfocamos en nuestro propio solar de esquina, “con costas sobre dos océanos”, concepto que se viene repitiendo por mucho tiempo con torpe negligencia de las cuencas sobre dos grandes ríos y las dos terceras partes del territorio, concepto que hace parte, con la letra del Himno Nacional y las imágenes del escudo, de una triada sin sentido, que viene siendo inculcada desde temprana edad a los niños colombianos, alienada de la realidad vivida, que despistan y en nada contribuyen a conformar una noción de patria compartible, aglutinante de una nación violentamente fracturada. A la luz de los movimientos en las multicapitales tendremos que comenzar aceptando que no hacemos parte de ellas. La capital colombiana se contará, sin embargo, entre una de las 33 megalópolis de comienzos del siglo, de las cuales 27 estarán en países pobres, incluyendo las diez mayores, con excepción de Tokyo. Debe tenerse en cuenta la información reciente, publicada en un diario, que en nuestra esquina: “más de 25 millones de personas viven con menos de $5.400 diarios; de ellas, 11 millones sobreviven con la mitad de eso; cerca de 2,1 millones están desplazados de sus tierras; más de 3 millones no tienen empleo y casi otros 7 millones están desempleados; 2,5 millones de niños trabajan y 1 millón de campesinos no tienen tierra”. En otro lugar del mismo diario se muestra cómo esta situación continúa deteriorándose. Con tal capacidad de compra estamos de hecho por fuera de la moderna sociedad de consumo y su “capitalismo de casino”, en la cual “la ciudadanía es un cupo de crédito y la democracia un golpe de dados”. ¿Qué hacer? Prefiero dejar la futurología a los economistas y ver si finalmente aprenden. Por lo pronto nos decretan, a la parte de los ocupantes de la esquina que no encaja en el cuadro anterior, una restricción a la inversión pública, otrora motor de la economía y el empleo, mientras poco pueden hacer por alentar la privada. Tradicionalmente, el sustento de los arquitectos y sus familias dependió directamente de estas inversiones e indirectamente de sus efectos positivos en los negocios. La obra de arquitectura sólo se produce mediante el impuso vital que se genera dentro del binomio cliente-arquitecto y, cuando los dos términos se reducen a uno solo, conducen a la crisis financiera que hemos vivido recientemente y a la mengua del decoro profesional en que permanecemos sumidos, guiados por una apuesta equivocada en cuanto apreciación de la capacidad de pago de la población, que dio lugar a una saturación de la oferta en algunos estratos económicos y detuvo el retorno del dinero, causa de muchas ruinas y del consecuente retiro de la financiación. ¿Dónde estará el cliente? Tengo la impresión, por los artículos publicados en el más reciente número de la revista HITO, cuya reanudación sea bienvenida, voces de una selección de profesores-autores con meritorias credenciales académicas, constituyentes de la avanzada de maestros universitarios de carrera y dedicación, surgidos en buena hora y en número creciente, en sustitución de las viejas guardias de empíricos que actuábamos con la receta una pizca de improvisación por una pulgada de buena voluntad, o viceversa, como cualquier seleccionado deportivo nacional, 93 COGITACIONES DE UN DESOCUPADO ¿O NO-ACTIVO? que la revista nos muestra dedicados al perfeccionamiento del perfil profesional pero dejan la impresión de soslayar la otra mitad de la pareja originadora de la obra: que tampoco saben dónde está el cliente. En esas páginas se hace presente la primera línea del magisterio profesional, élite del único grupo laboral relacionado con la actividad de los arquitectos al que no limita la crisis de la construcción. Por el contrario, tomando como ejemplo el incremento en la matricula (¿y la proliferación acelerada de establecimientos?) y en el número de cursos de especialización, según datos que aporta Hernando Vargas C. nos estaría señalando la solidez de tales programas, nacidos y creciendo saludables por razones que rebasan mi comprensión. A pesar de propuestas como el programa básico de historia de Carlos Niño, de serena perfección clásica, modelo a acoger por todas los programas de formación profesional, se me dificulta imaginar dónde encontrar los profesores para atender la enseñanza de tan fundamental disciplina en los 52 establecimientos autorizados que ha escrutado Alberto Saldarriaga. Porque para estas definiciones de proyección futura es premisa indispensable, tan importante como es para el arquitecto conocer de antemano los datos del terreno y las peculiaridades de sus habitantes, (i.e. Colombia y el universitario colombiano) enterarse para y con quiénes trabajarán los futuros arquitectos y el presupuesto de recursos. La labor académica, como el ejercicio profesional competente, tiene que orientarse como acción benéfica, por lo menos al medio donde proyecta su influencia, no simplemente por un modelo teórico que satisfaga los requisitos establecidos internacionalmente, aspecto que merece una consideración aparte, no solamente por estar incluido en los temas de HITO, sino como consecuencia de la globalización. Sabemos que el país está superestudiado, superencuestado hasta la contradicción, por lo tanto, ese no es el punto débil del programa de rediseño (¡reingeniería!) de nuestro arquitecto. Falta la conexión que supere las contradicciones y establezca el vínculo entre los conocimientos de los maestros y la ignorancia especializada del usuario; entre las fórmulas académicas y el diario vivir en comunas, barrios o conjuntos; entre la racionalidad de las normas de habitabilidad y la capacidad de pago; entre la autoridad reglamentadora y la renuencia ancestral a normalizarse; entre la imagen arquetípica, sueño del ilustrado, y los mediocres anhelos de quienes se debaten en el estrato inferior, señalados y segregados por la desnutrición, la enfermedad y la ignorancia; desde las “damas andamieras” clientas de Gabriel Serrano hasta la emergente prepotencia de muchas ejecutivas. Para mejorar nuestro trabajo de arquitectos faltaría dotar al público de una voz consciente que nos oriente y acompañe en el proceso de la solución a sus reales necesidades de espacio dignificante y equipo adecuado. Una clientela educada, que sepa apreciar los valores de la buena arquitectura, que pueda exigir y discernir la calidad del servicio, es la mejor garantía de un sostenido nivel de excelencia, de una vida más plena en los espacios urbanos y los recintos familiares. 94 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Voces autorizadas, insospechables, nos han demostrado cómo los subsidios agrícolas que los países ricos otorgan a sus campesinos han ocasionado la ruina del campo en países como el nuestro, al no poder competir en las condiciones de mercado que se nos imponen. En el caso de los productos tropicales el único cultivo con ventaja (a secas, porque ventaja implica comparación) es el de las plantas del paraíso artificial, a los cuales se incorporó, bajo el comando de cabezas nativas innovadoras y creativas –y considerado diabólico por quienes, según extendido parecer malicioso, detestan la competencia tanto como el primer Rockefeller– con capacidad y ambiciones también de orden global, además del cultivo y el mercadeo, un valor complementario por elaboración, transformación y distribución, en contraste con el mínimo agregado en la exportación de productos tradicionales como el café, manipulado por los tostadores. Oficialmente se hace un esfuerzo por identificar cultivos alternativos ventajosos, que supongan consumo masivo, alcance universal y relativa urgencia, pero mientras tanto no hay, o no se busca, licencia para volver a cultivar los alimentos para el deprimido consumo interno, bajo el temor a incurrir en las represalias de los todopoderosos. “Y tanta tierra inútil…” denuncia León de Greiff. Análogamente, en los ámbitos gremial y académico, se discute y analiza desde diversos puntos de vista, el papel de nuestro arquitecto en la globalización, en el libre intercambio de servicios, para el cual ya algunos estamos acreditados, sin advertir que los países industrializados son veteranos exportadores netos de servicios de diseño y ordenadores de los movimientos del capital. Me referiré a una experiencia personal que es ilustrativa de algún aspecto del tema: hace un tiempo una firma de ingenieros me pidió el curriculum profesional para dirigir el proyecto de un parque, días después me comunicaron, con los sentimientos de rigor, que a pesar de mi experiencia como director del proyecto del parque más grande realizado hasta entonces en Colombia, el valor del mismo no me alcanzaba para el puntaje exigido por la convocatoria. Como la banca multilateral puede llegar a concedernos fondos para inversión, es previsible que vengan “atados” a una serie de requisitos, como la licitación internacional de servicios profesionales, salvo el caso de una preferencia por el talento y la mano de obra locales, bastante improbable, dada la tradición de ambas partes. Sigue válida la analogía con los productos del agro en el sentido de que hay mayores probabilidades de futura importación de arquitectura, posiblemente envuelta en tecnologías de punta, justificable de mil maneras, antes de exportar nuestras virtudes, que se nos pintan como reconocidas en contextos no decisorios, en cuanto a la asignación de fondos a programas que no se vislumbran. Las mejores oportunidades, caso de presentarse, las tendrían los graduados en el exterior, especialmente las ofrecidas por el país de sus estudios profesionales. Nuestros arquitectos de prestigio internacional, incluyendo dentro de ese prestigio el parentesco cercano con los promotores, en actividades como el turismo, si es que un día llegamos a estar en ese mapa y en los 95 COGITACIONES DE UN DESOCUPADO ¿O NO-ACTIVO? correspondientes calendario e itinerario, siempre y cuando hubiéramos logrado acreditar el color y la tecnología locales. Podríamos eventualmente, ofrecer servicios apoyados en nuestro pobre nivel salarial (la hora-arquitecto en USA varía entre US $18 y US $25) y en la transferencia electrónica de información a nuestro alcance, en el ramo de tareas complementarias no repetitivas, sobre-medidas, que siguen siendo intensivas en utilización de servicios personales óptimamente calificados, del tipo de preparación de documentos de construcción, como iniciativa de otro u otros desocupados con agallas y conexiones suficientes para montar y vender en la escala apropiada el servicio y, de paso, patrióticamente, crear empleo (¿Aló, Medellín?). Como información a nuestros académicos, Australia vende servicios de educación a extranjeros, principalmente del sudeste asiático, venta que ocupa el tercer lugar después del turismo y del transporte, por un valor equivalente a un 7% de los mismos servicios en la escala doméstica, la que piensan ampliar hasta equiparar la matrícula de forasteros con la de nativos. Otra salida frente a la coyuntura, adoptada por un número no precisado de colegas, es la del exilio, ante la cual prefiero enmudecer. La disyuntiva entre la línea del lucro y la del contenido estético es vieja, quizá como la misma profesión. Lo novedoso es la escala global y el inmenso poder de la alianza entre los poderes de la comunicación, el entretenimiento y la publicidad, verdaderos intangibles al servicio del más craso, del más deshumanizado materialismo. Puedo vislumbrar una relación de escala, que debe tener sus leyes, entre las especies vivas y el espacio que las sustenta y que todas comparten, que controlan el desmedido crecimiento, en tamaño y en número, de una cualquiera a expensas de otras, siendo la más evidente el agotamiento de la base global, para sustentar dicho crecimiento, medida como simple extensión física. El mayor depredador puede agotar sus recursos alimentarios y extinguirse antes de poder evolucionar a formas mejor adaptadas a la competencia global. Sabemos de los dinosaurios y cohabitamos con las cucarachas. Puedo estar incurriendo, en medio de mis temores, en el error de pensar con el deseo, aunque mi planteamiento parte de principios naturales de equilibrio y armonía, que la capacidad destructora y depredadora –al mismo tiempo constructora y preservadora– a disposición casi exclusiva de un sector minoritario, privilegiado o maldecido (¿por qué nos odian?) de la humanidad, no podrá eliminar. La revista norteamericana también reúne un grupo de ensayos críticos que discurren sobre la disyuntiva ¿colaboración o resistencia? sobre la base del poder casi omnímodo del capital y abre sus páginas con las siguientes preguntas: Durante las dos últimas décadas ¿cuánto han internalizado arquitectos y diseñadores en su trabajo de los valores, métodos y metas del mundo de los negocios? Si lo han hecho en una escala sin precedentes ¿cuáles han sido las consecuencias en su trabajo y para una sociedad más extensa? En una cultura saturada con imágenes veloces y superficiales (como las de publicidad) ¿en 96 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO qué medida la arquitectura se ha reducido a imágenes? Aun reconociendo que la arquitectura depende primordialmente de su contexto económico y social ¿debemos abandonar la creencia que puede encarnar valores y engendrar experiencias que le son exclusivas y al tiempo su propia finalidad? Con conocimiento inmediato del entorno, Morris Berman, a quien cita otro de los autores, desespera de la posibilidad de responder positivamente a la última cuestión y cree que, a pesar del vigor y la vitalidad de la cultura comercial contemporánea, su nación está inmovilizada en un patrón declinante, evidente por la inequidad social, la pérdida de derechos, la disminución de las habilidades intelectuales y la muerte espiritual, impotente de prevenir. Propone la “opción monástica” para que, a la manera de los monasterios medievales, se preserve para un momento histórico más esclarecido tales valores, aunque no se entiendan, como posiblemente no entendían los copistas los manuscritos clásicos. Sugiere que los que no encajan dentro de los valores predominantes en la sociedad de consumo encuentren la manera de practicar al nivel local, como medio para mantener vivos los valores que les son queridos. Podemos llamarla “opción local”, que sería más nuestra. La caracterización, por medio de lemas y divisas que pretenden abarcar en pocas palabras lo mejor o más destacable del objeto, utilizada como estrategia en las ventas, como grito de guerra en las competencias de cualquier clase, son trivialidades de fácil recordación y repetición aún por coros numerosos, de lectura inmediata en estandartes, escudos de armas, pasacalles, etc., pero para fines de estudio carecen de profundidad y es más lo que excluyen que lo incluido aunque ofrezcan, al ciudadano común condicionado por la publicidad, un concentrado regurgitable oportunamente a la aparición del tema en una charla de salón. Circula, como lo más notable de nuestra producción la divisa “arquitectura del lugar” como también “protagonista: el ladrillo”, que pueden imaginarse, en el mundo del libre comercio global, como etiquetas adheridas, certificando el origen, al embalaje de exportación. La obra que perdura y enaltece mantiene una raíz telúrica y un torrente de savia vital que la hacen permanentemente accesible a lo más noble del ser humano, calidad que no depende del grado del avance tecnológico o del emplazamiento, sino de una identificación profunda, entrañable y sincera con su cometido. . Concurso Edificio Interaulas para la Sede de Bogotá de la universidad Nacional, Bogotá, 2003. Arturo Robledo. 17 recordando a mi madre En el centenario de su nacimiento en Manizales el 8 de abril de 1907. Cuando me cortan el pelo, para finalizar su tarea el peluquero de turno suele preguntarme cómo me peino a lo que respondo desde que caí en la cuenta: como mi mamá me peinaba desde niño, y paso a demostrarlo. Al igual que con esa modesta acción, desde muy temprano en la vida todos repetimos diariamente esos hábitos rituales aprendidos y asimilados de acuerdo con los modelos y las indicaciones de la madre. Lo que permanece internalizado constituye el propio repertorio de conductas y maneras de resolver nuestras vidas en relación con los otros en las diversas instancias y ocasiones. En mi caso y en el de mis otros nueve hermanos, esas sanas conductas y estas buenas maneras fueron modeladas, inculcadas y controladas, a las buenas o a las malas, por la mamá de todos: Doña Carola. Sabemos que fue la mayor en el hogar formado por don José J. Ocampo Valencia y doña Julia Avendaño Montoya, padres de quince hijos sobrevivientes. El abuelo don José, hacendado y empresario agrícola, empírico de primer orden con un admirable dominio de los oficios y las destrezas, suficiente para practicar, dirigir y enseñar las artes y los oficios propios de su actividad; logró los medios de fortuna para ofrecer a su descendencia una educación esmerada y graduar como profesionales universitarios a siete de sus hijos. La abuela, misiá Julia, huérfana de madre prematuramente, tuvo que cuidar y entretener a sus numerosos hermanos, en su mayoría mujeres, deber que convirtió en oportunidad para desarrollar y perfeccionar la más diversa gama de habilidades hogareñas. Recuerdo a los abuelos: llenos de energía y buena disposición, recios y austeros, alegres y generosos. A mi juicio, estos antecedentes familiares y ambientales se complementarían luego con la exigente preparación académica y formativa recibida en el internado del colegio Sans Façon de las hermanas de la Presentación en Bogotá, dirigido a la sazón por la madre María Gertrudis, hermana del académico y gramático, presbítero Félix Restrepo. Para llegar desde Manizales al internado, al que asistían también su hermana Inés y su prima Aura Alzate, era necesario cubrir largas jornadas a caballo; cruzar la cordillera central y las ardientes llanuras del Tolima; atravesar el río Magdalena en Beltrán y, de manera que no aclaré, continuar el ascenso a la Sabana en ferrocarril, contando en todo momento con la compañía y la baquía del abuelo. 100 ESCRITOS DE ARTURO ROBLEDO Tras un reinado de los estudiantes en su ciudad natal y en medio del festival de loas a sus reales cualidades, acogidas como una justificada satisfacción a su juvenil vanidad femenina y la más certera comprobación de los numerosos atributos que la ornaban, además de un acopio de gratas memorias, suficientes para quedar en paz consigo por el resto de la vida, no es de extrañar que apareciera (y aquí especulo), un número de voluntarias resueltas a encontrarle el marido ideal. Y bien que lo encontraron: Leticia y Teresa Robledo Avendaño, primas hermanas de la reina identificaron y promovieron como su candidato a consorte a otro primo, el joven médico, recién graduado en Europa, Arturo Robledo Arias. Las casamenteras, que eran a su vez hermanas de Margarita y por tanto, cuñadas de Obdulio, hermano del seleccionado, decidieron, sin necesidad de mucha clarividencia pero habilitadas como instrumentos del destino, que esa unión sería perfecta. Como sabemos que lo fue. Carola y Arturo, ungidos en matrimonio, contribuyeron y colaboraron con armonía ejemplar para constituir una sólida pareja, fuente de amor, consideración e inteligencia. Después, a intervalos casi regulares, llegaríamos los diez hijos: Javier y Arturo en Manizales, Carolita en Río de Janeiro, Santiago en Manizales, Eduardo en Bogotá, Fernando en Manizales, Guillermo y Alfonso en Bogotá y, tras una intervalo mayor por problemas de salud de mi madre, los dos menores: Martha Lucía y José Enrique, ambos bogotanos. Tierna y cariñosa, a todos nos amamantó y atendió, desde los primeros cuidados, con dedicación y pericia ejemplares. Quehaceres que la complacían hasta el extremo de insistir en “la falta que le hacía tener un chiquito en la casa”. Los diez hijos por igual, recibiríamos de los progenitores nuestra respectiva y abundante cuota de ésa, al parecer inagotable, fuente de amor, consideración e inteligencia. Hasta aquí casi todo lo relatado se basa en datos conocidos por tradición familiar. Ahora debo revelar mi evocación personal, cuidando que ni admiración ni amor filial me hagan fatigante e interminable, ni me alejen demasiado de una difícil y verosímil imparcialidad, al relatar sucintamente las peculiaridades de un ser inolvidable, de dimensión mítica, como extraída del Antiguo Testamento, según su hermano Guillermo. Lo primero que llama la atención es su manejo del hogar: con los medios económicos apenas justos, para una población quizás excedente, y con un extenso programa de requerimientos, logró mantenerlo funcionando permanentemente. El control de operaciones comenzaba el sábado con la compra del mercado para el alimento de quince personas, en la plaza. Desde su puesto móvil de mando y sin desdeñar su aporte directo a la faena requerida, con organización, habilidad y serenidad, conseguía diariamente tres milagros de dietética, eficiencia y puntualidad, a las horas de pasar a la mesa impecable. Como el caso del filósofo alemán Emmanuel Kant, también en la casa materna se hubieran podido ajustar los relojes con las campanadas que nos convocaban al almuerzo. 101 RECORDANDO A MI MADRE Otro aspecto de este apartado es el de la cocina de homenaje, practicada por gusto y con sus manos, como parte de alguna celebración, que le encantaban. Debo registrar las tortas de cumpleaños para todos sus hijos, las invitaciones a almorzar, con cantidad de empanadas, o el delicioso mondongo que, parafraseando al poeta brasileiro Vinicius de Morais só a mai da gente sabe fazer. Complemento del desempeño anterior, le alcanzaba la jornada para practicar sus habilidades con el tejido, el crochet, el calado, el bordado, el remiendo de las medias y otras prendas a las que incrementaba su vida útil, la hechura de sombreros y la costura, herencia directa de su mamá Julia, reforzada con cursos de corte, no creo que de confección, que les ruego pensar cuándo encontró el tiempo para tomarlos. Como vi las notas que tomaba en clase, con el preciosismo de sus cuadernos del internado, soy testigo de su asiduidad. Las hazañas en esta materia, fuera de su contribución a la economía doméstica, son interminables. Cada uno de mis hermanos puede informar de los vestidos de alguien mayor vueltos de revés, con la cicatriz del bolsillo del pecho trasladada al lado contrario y otras obras de verdadera magia. Blanca, claro está. A fines de 1942, terminando de cursar el segundo año de bachillerato, era nuestro profesor un hermano marista medio deschavetado y ocurrente. Debíamos presentar, a un costo considerable, un variado material para la exposición de trabajos de fin de año. Además del herbario y la colección de espigas de trigo de diversas variedades, la pieza central era un álbum encuadernado cuyas hojas estaban enmarcadas con variedad de motivos y con viñetas alusivas al contenido, que no pasaba de ser copia de alguna tarea. Era necesario que la primera página fuera especialmente diseñada y se esperaba mucho de mí. Todo muy trabajado pero tan falso, que tuve paralizantes objeciones de conciencia que me impedían culminar lo que sentía como una farsa, la noche antes de la entrega final. Ante mi desaliento, preludio de rebeldía y renuncia, mi mamá vino en mi rescate. Se me apareció con uno de sus cuadernos del internado en Sans Façon, elaborado con un cuidado y una calidad excepcionales. Con estímulo y paciencia logró sacarme de la crisis y hasta me dio una mano para terminar de dorar el dibujo de un heraldo soplando una trompeta ornada de un pendón, que en el lugar del escudo de armas, llevaba los créditos del álbum. Durante este incidente me sentí como si fuera su único hijo. Trazado Regulador para el Plan Maestro del parque simón Bolívar, Bogotá, 1981. Departamento de Arquitectura, Facultad de Artes, Universidad Nacional, Director del Proyecto: Arturo Robledo.
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