TRABAJO PRÁCTICO N°5: EL ALEPH, J.L. BORGES Mapa del Infinito — Los Alephs literarios Se ha dicho, y no sin razón, que la literatura es el más vasto de los universos: un mundo donde los tiempos colapsan, donde los personajes viven y mueren infinitas veces, y donde el lector es tanto creador como mortal. Jorge Luis Borges descubrió, o creyó descubrir, uno de esos puntos infinitos en el sótano de la casa de Carlos Argentino Daneri, en la calle Garay. Pero aquel no era el único. Hay otros Alephs, diseminados en lugares que alguna vez fueron santuarios de la palabra escrita, espacios que la Historia consagró como altares de la imaginación y donde, en algún pliegue, la totalidad del universo decidió ocultarse. 1. El Aleph de Alejandría Ubicación: Entre las ruinas sumergidas de la Biblioteca de Alejandría, Egipto. Momento clave: Siglo III a.C. — Siglo IV d.C., apogeo y destrucción. La Biblioteca de Alejandría fue la más grandiosa empresa de acumulación del saber humano, un intento casi arrogante de preservar todo lo escrito por hombres y dioses. Pero la fatalidad, siempre enemiga de la permanencia, la redujo a cenizas y escombros, no una sino varias veces. Sin embargo, lo que ardió en la superficie parece haberse refugiado en las profundidades. En algún recodo de las piedras sumergidas, cuando las corrientes son propicias y el sol se refracta como si el tiempo titilara, puede divisarse el Aleph de Alejandría. Quien lo encuentra no sólo ve los pergaminos quemados, sino las bibliotecas completas de civilizaciones olvidadas, los códices que nunca se escribieron, los tratados que hubieran salvado imperios y las palabras que jamás llegaron a pronunciarse. Es un Aleph impregnado de nostalgia: muestra todo lo que fue y todo lo que pudo haber sido antes de que el fuego y el olvido dictaran sentencia. 2. El Aleph de Weimar Ubicación: Biblioteca personal de Goethe, Weimar, Alemania. Momento clave: Finales del siglo XVIII, cuna del Romanticismo. En la pequeña habitación donde Goethe guardaba sus libros, las paredes parecen haberse curvado hacia adentro, como si el espacio tratara de contener algo más vasto que sus límites. Aún hoy, cuando la tarde se inclina y las sombras se deslizan sobre los lomos de cuero y las hojas amarillentas, puede percibirse una vibración leve, una distorsión en el aire. Allí reposa uno de los Alephs más antiguos del continente europeo. Es un Aleph donde la literatura respira, en su forma más pura, antes de convertirse en tinta y papel. 3. El Aleph de Dublín Ubicación: Biblioteca del Trinity College, Long Room, Dublín, En el corazón de la biblioteca más majestuosa de Irlanda, bajo las bóvedas de madera que parecen imitar las curvas de un cerebro humano, descansa un Aleph que se abre cada 16 de junio, como si el tiempo respetara una fecha escrita en clave literaria. Este Aleph no muestra solo imágenes; muestra pensamientos. Revela todos los monólogos interiores de todos los hombres y mujeres de Dublín, desde las confesiones más banales hasta los sueños más oscuros. Contemplarlo es vivir la simultaneidad de la experiencia humana, comprender que cada individuo es, en sí mismo, un universo. 4. El Aleph de París Ubicación: Librería Shakespeare and Company. En esta librería, donde los exiliados y los genios malditos se refugiaron durante los años de entreguerras, las paredes transpiran memoria. Entre sus estanterías, una esquina —oculta a la vista y sólo accesible cuando la lluvia golpea el vidrio con cierta cadencia— alberga un Aleph melancólico. El Aleph de Shakespeare and Company muestra la literatura como una red invisible, donde cada escritor es un nudo y cada lector, el eco de un mundo que se renueva. 5. El Aleph de Sarajevo Ubicación: Biblioteca Nacional de Bosnia-Herzegovina (Vijećnica), Sarajevo. Momento clave: La noche del 25 al 26 de agosto de 1992. Pocos lugares ilustran tan crudamente la pérdida irreparable de la palabra escrita como la Biblioteca Nacional de Sarajevo, reducida a cenizas durante el sitio de la ciudad, cuando artillería y fuego aniquilaron casi dos millones de libros y manuscritos. Dicen los habitantes de Sarajevo que, durante aquella noche, mientras las llamas devoraban siglos de memoria, el aire se volvió denso y, por un instante, el tiempo se detuvo. Allí surgió, en el centro exacto de las ruinas ardientes, un Aleph silencioso. Carta a Borges desde el Aleph Estimado Jorge Luis Borges: Le escribo, aunque sé que esta carta es inútil y que en algún rincón del Aleph ya habia sido escrita, leída y olvidada, tal vez incluso antes de que mis manos tocaran el papel o que haya pasado por mi mente la idea, incluso antes que siquiera hubiera podido toparme con tal descubrimiento, o yendo mucho mas allá, antes de haber aprendido a leer o siquiera caminar. Debo confesar que hasta hace poco creía que su Aleph era sólo una metáfora, un artificio literario, uno de esos juegos de espejos en los que tan sutilmente describía la frontera entre lo real y lo imaginario. Pero ahora sé, con gran certeza, que el Aleph existe. Y no sólo existe: se multiplica, se esconde y se revela, en las grietas de la historia y en las heridas que ha dejado la humanidad. Mi encuentro fue en un lugar que usted sin duda habría celebrado: entre las ruinas de la Biblioteca de Sarajevo, la noche en que la ciudad parecía un palimpsesto ardiendo, y los libros, en lugar de desaparecer, ascendían en forma de ceniza hacia un cielo más vasto que cualquier estantería. Allí, entre escombros que aún conservaban el perfume de papel quemado, mis ojos se toparon con el Aleph. No hubo ni advertencia, ni milagro: simplemente ocurrió. De repente, vi. Vi con una claridad que ningún ojo humano podría soportar, y que ningún lenguaje podría contener. Vi cada palabra escrita y por escribir, cada página arrancada y cada libro extraviado, cada biblioteca construida y destruida, cada lector en cada tiempo abriendo un libro por primera vez y cerrándolo por última vez. Vi la mano de Cervantes temblar sobre el pergamino, la sombra de Dante perdiéndose en las puertas del Infierno, la pluma de. Vi los cuentos que Borges no escribió, las líneas que tachó, las frases que soñó y olvidó antes de amanecer. Vi a Heráclito observando cómo el río y el tiempo eran la misma cosa. Vi también el lado más oscuro: las palabras que nunca llegaron a pronunciarse, las ideas que murieron en la garganta, los textos censurados, los poemas quemados, los idiomas extintos cuyos sonidos flotaban en el aire como un murmullo que el mundo ya no entendía. El Aleph me mostró que la totalidad no es algo que pueda poseerse, sino algo que sucede —una suerte de eterno presente que no puede ser encerrado ni siquiera en la mente más vasta. Comprendí que el conocimiento absoluto es una bendición imposible, porque todo lo que se sabe se convierte, en ese mismo instante, en un peso insoportable. El Aleph no ilumina: enceguece y aturde. He intentado desde entonces traducir aquella visión en palabras, como quien intenta atrapar el océano con las manos. Fracaso siempre. Quizá por eso, entiendo ahora, usted escribió su cuento. Quizá todo escritor lo hace: intenta registrar, con símbolos imperfectos, la totalidad que alguna vez intuyó. No sé si esta carta llegará a usted, si alguien la encontrará en una biblioteca, en una calle tirada o en uno de esos sueños, sueños donde tiempo y espacio se pliegan sobre sí mismos. Pero sé que, en algún lugar, usted ya ha leído estas palabras. Con admiración y asombro, El que todo lo vio. El Aleph en la actualidad Si el Aleph existiera hoy, ¿dónde crees que podría estar y cómo afectaría a la sociedad? Escribe una noticia ficticia que relate su hallazgo y sus consecuencias. LA NACIÓN — Edición Especial 17 de abril de 2025 El Aleph fue hallado en Jujuy y el mundo ya no sabe cómo seguir adelante Desde un rincón remoto en la Quebrada de Humahuaca, en la provincia de Jujuy, llegó ayer una noticia que nadie esperaba, pero que parece escrita por el propio Borges: un grupo de investigadores argentinos asegura haber encontrado un Aleph, un punto exacto en el que es posible ver, de manera simultánea y sin límites, todo lo que existe en el universo. El hallazgo ocurrió de la forma menos espectacular posible. Según relatan los geólogos que trabajaban en la zona, fue dentro de una caverna pequeña, sin ninguna señal especial, cerca del Cerro de los Siete Colores. El primero en verlo fue un joven estudiante, que tras varios minutos sin salir de la cueva, fue encontrado en silencio, con la mirada fija en un punto invisible al resto. Cuando finalmente pudo hablar, lo que dijo dejó a todos helados: “Lo vi todo”. Los detalles llegaron después, en fragmentos, porque a los pocos segundos de intentar explicar lo que había visto, el joven rompía en llanto o se quedaba en silencio. Pero hubo coincidencias claras: rostros de personas que no conocía, ciudades que parecían existir y no existir al mismo tiempo, guerras, nacimientos, su propia infancia y también su muerte, todo en el mismo instante. Lo que parecía al principio una alucinación se convirtió en algo mucho más inquietante cuando otros miembros del equipo entraron y describieron sensaciones similares. El gobierno local acordonó la zona apenas horas después, y científicos de todo el mundo empezaron a llegar a la provincia. Lo que se encontró, según las primeras observaciones, no es un objeto en el sentido clásico, sino un punto que desafía la vista y la mente: no refleja luz, no proyecta sombra, y sin embargo, quien logra enfocar la mirada siente que está viendo todo el universo al mismo tiempo. Desde que se filtró la noticia, las repercusiones no han parado. No es solo un fenómeno raro, es algo que podría cambiar la manera en que entendemos la realidad. Si el Aleph es real, la idea de secretos —personales, políticos, históricos— dejaría de tener sentido. Bastaría con que alguien se acercara a ese punto para saberlo todo: las decisiones de un presidente antes de que las anuncie, el destino de cada persona, los errores, las traiciones, los milagros. Todo. En Buenos Aires, en Nueva York y en Ginebra, ya hay reuniones de emergencia. La posibilidad de que este punto sea usado por gobiernos o corporaciones para espiar, controlar o incluso predecir el futuro es una de las mayores preocupaciones. Algunos lo comparan con la invención de la bomba atómica: un descubrimiento que el mundo no estaba preparado para enfrentar. Mientras tanto, en Jujuy, las comunidades indígenas han empezado a contar algo que para ellos no es tan nuevo. En sus relatos más viejos ya hablaban de un “Ojo de la Tierra”, un lugar sagrado donde todo podía ser visto. Los mayores decían que acercarse demasiado podía enloquecer a cualquiera. Y ahora, de repente, todo eso que sonaba a mito parece tener otro sentido. El hallazgo ha dejado más preguntas que respuestas. Si todo puede ser visto, ¿cómo va a cambiar eso la manera en que vivimos? ¿Cómo seguimos adelante sabiendo que en una cueva, en silencio, nos espera el conocimiento absoluto? Mientras la comunidad científica intenta responder esas preguntas y los gobiernos deciden quién tendrá derecho a mirar, el Aleph sigue ahí, en una cueva jujeña, ajeno a todo, mostrando el universo a quien se atreva a verlo. Diálogo entre Borges y un filósofo Imagina una conversación entre Jorge Luis Borges y un filósofo (puede ser Platón, Nietzsche, Foucault, etc.) sobre el concepto del Aleph y sus implicancias filosóficas. Desarrolla un diálogo donde ambos expongan sus ideas sobre el conocimiento y la percepción de la realidad. En un rincón del infinito Aleph, donde se encontraban las infinitas ideas de todos los filósofos y escritores de la historia, Borges opto por platicar con uno que anterior a el fue capaz de hallar un Aleph, un filosofo alemán bastante famoso por sus Dentro del Aleph Conversación entre Jorge Luis Borges y Friedrich Nietzsche La noción de tiempo se disolvía en aquel punto irreal. Ninguna mañana, ninguna noche. Ningún antes ni después. Solo un presente perpetuo y vertiginoso, más denso que cualquier recuerdo. Borges observaba sin mirar: delante de sus ojos se sucedían imágenes superpuestas. Las calles de Buenos Aires , un campo de batalla, un niño escribiendo con tiza en una pizarra. Todo y nada. A su lado, emergiendo como si siempre hubiera estado allí, estaba Nietzsche. O al menos, la conciencia que alguna vez fue suya, antes de caer en el abismo de su propia mente. Nietzsche: —Y pensar que toda mi vida creí que la voluntad era la fuerza que moldeaba el mundo... pero aquí, la voluntad no tiene lugar. Aquí, todo es simultáneo. No hay acción posible, solo observación. Como si el universo se burlara de nosotros, sus testigos. Borges: —Yo siempre sospeché que la realidad es una construcción literaria. Aquí, dentro del Aleph, esa sospecha se confirma. No somos más que lectores atrapados en una biblioteca infinita, sin índice, sin principio ni fin. Lo que usted llama voluntad, yo lo llamo ficción. Nietzsche: —¿Ficción? No! Ficción es lo que crea el débil para soportar la crueldad de la existencia. Aquí no hay consuelo. Aquí hay crudeza. Este lugar es el martillo que aplasta nuestras ilusione, y solo deja la estructura desnuda de lo que es. Borges: —Y sin embargo, aún necesita ponerle un nombre: martillo. Lo humano sigue filtrándose, aunque el universo nos haya mostrado su indiferencia. Tal vez el Aleph no es más que el reflejo de nuestra propia incapacidad para aceptar el vacío. Nietzsche: —Vacío No. El Aleph es la afirmación definitiva. Aquí el eterno retorno es literal. Todo lo que ha sido y será, repitiéndose. La voluntad, si existe, es aceptarlo. Aceptar incluso lo insoportable. Borges: —Aceptarlo o imaginarlo, que para mí es lo mismo. La memoria es una ficción, Friedrich. ¿Cómo distinguir aquí entre lo que ha ocurrido y lo que podría haber ocurrido? Nietzsche: —La distinción es innecesaria. Lo que importa es la fuerza con la que enfrentamos esa infinitud. El hombre débil busca sentido, consuelo, explicación. El hombre fuerte contempla el Aleph y sonríe en su insignificancia, acepta ante todas las cosas la realidad irreal que se muestra ante el. Borges: —La fuerza es una ilusión que inventa quien teme a la incertidumbre. Prefiero pensar que aquí no se trata de fuerza, sino de estilo. Quien contempla el Aleph debe ser, ante todo, un esteta. No es cuestión de soportar, sino de observar la belleza terrible de lo eterno. Nietzsche: —La belleza no es más que una mentira cómoda para disfrazar la indiferencia del ser. Aquí no hay belleza, solo una totalidad eterna indiferente de nuestra apreciación. Borges: — Las palabras que pronunciamos ahora ya han sido pronunciadas, en algún rincón del Aleph. Cada idea que creemos nuestra es apenas un eco. La originalidad es solo una ilusión que nos consuela antes de la muerte. Nietzsche: —La muerte, sí. Aquí, incluso la muerte pierde su poder. Nada muere realmente, solo cambia de forma en este desfile interminable. Yo, que creí haber matado a Dios, descubro que hasta ese acto es una mínima nota en esta partitura infinita. Borges: —Y sin embargo, ese gesto, ese grito, sigue resonando. Usted mató a Dios, pero aquí Dios es uno más entre las infinitas imágenes. Un Dios que muere, un Dios que resucita, un Dios que nunca existió. Todo al mismo tiempo. Nietzsche: —Una ironía que me gustaría haber previsto. La muerte de Dios no libera al hombre, solo lo expone a una sociedad creadora de pseudo dioses. En el Aleph, no somos más que partículas de un relato sin narrador. Borges: —¿Y acaso alguna vez hubo narrador? Siempre sospeché que el mundo es un texto sin autor, que nuestras vidas son oraciones dispersas, esperando encajar en una gramática imposible. —¿Y si el abismo no fuera sino el rostro de un dios que ha olvidado su carácter de dios? Nietzsche: —Entonces sería el más humano de los dioses. Sin fe y sin cielo. Un dios que sólo crea mundos y se olvida de si en su extensa existencia. Y sin embargo, Borges, seguimos hablando. Seguimos intentando darle forma a lo informe. ¿No es esa la última rebelión del hombre? Borges: —O tal vez su última cortesía. Hablar, pensar, nombrar: pequeños gestos contra el infinito. Sabe, Nietzsche, aquí dentro he visto algo más perturbador que cualquier visión de guerras, nacimientos o muertes. He visto mis propias dudas, repetidas en otros rostros, en otras épocas. Mis pensamientos no son míos. Nietzsche: —La identidad también es una ficción. La voluntad crea el "yo" como crea a los dioses y a los destinos. Aquí, el "yo" es solo una de las infinitas combinaciones posibles. Un pronombre flotando en el vacío. Borges: —Y sin embargo, sin ese "yo", no podríamos contemplar esto. Somos necesarios, aunque insignificantes. Eso es, para mí, la verdadera tragedia. Nietzsche: —La verdadera tragedia es otra, es el saber que incluso nuestra rebeldía ha sido escrita de antemano. Ambos callaron, aunque el silencio era tan solo otra forma del Aleph, que continuaba desplegando ante ellos sus mundos superpuestos: un campo de trigo, un cementerio, un niño leyendo bajo la luz tenue de una lámpara, un ejército marchando hacia su destrucción. En algún rincón de aquella totalidad, Borges aún corregía sus cuentos, y Nietzsche aún escribía sobre la voluntad y el poder. Todo era simultáneo. Todo era inevitable. Nota: Este dialogo sale entre la discusión de una inteligencia artificial (chatgpt) siguiendo el rol de borges y mis respuestas intentando tomar el papel de Nietzsche debido al mayor acercamiento que tengo hacia sus ideas.
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