Anexo 2- 1º y 2º ESO
Actividad 1
EL CASO MUSANTA
Aquella mañana, Luis Arteaga se levantó como de costumbre a las 6.30
de la mañana, desayunó, se vistió y se dirigió a su empresa… bueno a
la empresa de la cual es el portero. Su puesto de trabajo se encuentra
en una garita a la entrada de “MUSANTA”, una impresionante fábrica de
muebles en el Valle de Artenchu.
Luis lleva haciendo este mismo camino todas las mañanas desde hace
cuarenta y dos años, pero ya va pensando en los dos meses que le
quedan para jubilarse. Por una parte con la alegría y el deseo del
descanso merecido, pero por otro lado con la tristeza de separarse de
lo que ha sido cotidiano para él en más de 40 años.
En el Valle de Artenchu, la climatología es bastante agradable, y
exceptuando algunos épocas de lluvias fuertes, puede disfrutarse del
aire libre casi dos tercios del año. Oportunidad que toma
Luis para
desplazarse en bici a su puesto de trabajo.
Como otras mañanas se cruza en el camino con Jesús Ordóñez, que
sale a la puerta de su casa a respirar el primer aire puro de la
mañana. Jesús ha sido durante toda la vida camionero, de hecho
consiguió en su mejor época tener 3 camiones que servían los muebles
de MUSANTA a toda la comarca: a tiendas, a particulares, a almacenes
que lo distribuían por otras provincias, etc. Jesús ya se había jubilado y
comentaba (también discutía) con Luis,
aquellas ocasiones en que la
empresa los dejaba literalmente “tirados”.
A veces los tenían toda la
mañana esperando para cargar mercancías y a la hora de comer, le
tocaba a Luis decirles que se fueran hasta el día siguiente. Para Luis
era un mal trago, porque sabía que habían perdido el día de trabajo y
no habían podido coger tampoco a otros clientes, y que MUSANTA no
les pagaría. Jesús Ordóñez se quejaba a Luis de esta y otras jugarretas
que les hacían, y que muchas de éstas continuadas en el tiempo
llevaron a disolver la empresa y su pronta y obligada jubilación.
Luis Arteaga se despide de Jesús, con esa sensación de otras
ocasiones: sintiendo que MUSANTA había traído el progreso a la
comarca del Valle de Artenchu, pero que gran parte del éxito de la
fábrica había sido a cuenta del sacrificio y el compromiso abnegado de
muchos hombres y mujeres de la zona.
Mientras pedalea por el valle, Luis mira a su alrededor aprovechando
los primeros rayos de sol, observando un valle transformado, algo
desértico, sin repoblar y triste. Antaño había estado cargado de robles,
nogales y cerezos, maderas de las más apreciadas para la fabricación
de muebles por su calidad, resistencia y durabilidad. Pero MUSANTA se
había dedicado a talar indiscriminadamente, no repoblar y hacer una
gestión muy pésima del bosque, siendo éste la principal fuente de
materia prima, de la que Jorge Santamaría se sentía muy orgulloso.
Jorge Santamaría es uno de los hermanos fundadores de MUSANTA y
dueño único en los últimos veinte años de esta importante empresa.
Cada vez que Luis se indigna con algunas de las situaciones injustas de
la empresa, recuerda las palabras del señor Santamaría: “querido Luis,
hay que trabajar duro y sacrificarse para llevar esta empresa a lo más
alto, algún día tendrás una garita con aire acondicionado. Entre tanto,
hay que trabajar duro querido Luis”.
Luis sigue observando el paisaje mientras sabe que en un cuarto de
hora volverá a meterse en su garita, en su incansable puesto de
trabajo, desde donde ha defendido siempre a la empresa pero que por
el momento tiene un triste calentador en invierno y un abanico en
verano.
Pensando en el dolor de muñeca
de los calurosos días estivales, Luis
se baja de la bici para saludar a Sonia, una joven compañera de la
empresa que fue despedida tras haberse quedado embarazada por
segunda vez. Sonia Oribe trabajaba en el departamento BPC (Barnices,
Pinturas y Coloración) y era una de las mejores y más respetadas por
sus compañeros y compañeras, aunque en realidad ella cobraba un
30% menos que los hombres realizando el mismo trabajo. Hacía lo
mismo (o mejor) pero no la ascendían de peón, cuando sus funciones
reales eran de Oficial de Segunda. BPC, es uno de los departamentos
más importantes, ya que se ocupan de ese acabado tan característico y
reconocido de los muebles MUSANTA, pero uno de los peores por sus
condiciones, ya que la mitad de las veces trabajan sin mascarillas ni
guantes o con los extractores estropeados.
Mientras Luis habla con ella y le pregunta por su familia, la cabeza de
Luis no puede parar de pensar en el día en que la menor de los Oribe
pasó por delante de su garita y entre sollozos y lamentos le contó que
el señor Santamaría había mandado a uno de Recursos Humanos para
que la despidiera con motivos nada convincentes, pero el mismo
compañero de RRHH, que es vecino suyo,
le reconoció que las
palabras reales habían sido: “póngale a la señorita Oribe, de BPC,
cualquier excusa para despedirla, no puedo aguantar más bajas por
maternidad, ni más reducciones de jornadas, ni lactancias, ni nada,
además ¡es su segundo embarazo!”.
Tras
despedir
a
Sonia,
Luis
se
pone
al
mando
de
su
manillar
dirigiéndolo a su puesto de trabajo, cuando de pronto y tras un
chasquido, se le sale la cadena. Esto sí que es un imprevisto que puede
hacerle llegar tarde, sería la primera vez en 42 años.
Se apresura a tomar la cadena en sus manos, recolocarla primero en el
piñón y después ligeramente sobre el plato para reengancharla con un
giro de pedal, pero por dos veces se vuelve a salir. Las manos de Luis,
llenas de grasa, despiertan el recuerdo de las veces que ha tenido que
arreglar el coche del señor Fonetti con idéntico resultado en las manos.
Fernando Fonetti, conocido por “el tacaño Fefotti” es un personaje
extraño amigo de Jorge Santamaría.
El tacaño Fefotti mantenía negocios poco claros, pero de los que Luis
se fue enterando poco a poco por el contacto que mantenía, desde la
garita, con todas las personas que entraban y salían de MUSANTA. Al
parecer se dedicaba a traer maderas tropicales como la teca o el
ébano de forma ilegal. Además conseguía a bajo precio maquinaria de
mano como lijadoras, caladoras, taladradoras, etc., de mala calidad y
procedentes de países con escasas garantías de derechos laborales
entre el personal empleado. Estos manejos no eran del gusto de Luis,
ni de mucha otra gente, pero parecía que reducía los costes de
producción, y claro, esto es muy importante.
“Bueno, parece que la cadena ya está puesta. Como no aligere llego
tarde.” Y prosiguió la marcha ciclista para culminar los pocos metros
que le faltaba, intentando a la vez buscar en su recuerdo, cosas
positivas que tuviera MUSANTA, para no llegar al trabajo con esa mala
sensación de que todo era negativo.
Y pensó en aquella otra época, cuando MUSANTA había sido muy
receptiva a lo que desde los pueblos de la comarca se le requería, y lo
hacía gratuitamente. Por ejemplo en Citanoa construyeron varias rampas
de madera para acceder al centro de salud y a la guardería, a
MUSANTA no le suponía mucho coste y en cambio resolvía importantes
problemas de accesibilidad para mayores, sillas de rueda o carritos de
bebé. En la propia Artenchu se encargaron de reconstruir el techo de
madera de la iglesia parroquial, y en Ercoina arreglaron los columpios
de madera del parque infantil. Pero claro, esto era hace veinte años,
cuando aún vivía el hermano de Don Jorge, el bueno de Jacinto
Santamaría. Ahora eran otros tiempos, o quizás otras perspectivas. Lo
cierto es que Jorge Santamaría vivía de espaldas a la realidad del Valle
de Artenchu.
“Por fin llegué. Justo dos minutos antes de mi hora, por los pelos.” En
la valla de entrada hay un coche esperando a que le abran, es Jorge
Santamaría. Luis se apresura a saludarlo y abrirle rápidamente, “buenos
días señor Santamaría, pase usted”, a lo que Santamaría responde
“querido Luis, así no llevamos a esta empresa a lo más alto, si llegas
tarde a tu puesto …, mal andamos con esa bici querido Luis”. Luis
abrió la puerta y mientras observaba como pasaba cada centímetro de
vehículo delante de sus ojos, se estaba dando cuenta que el señor
Santamaría nunca había reparado que Luis llegaba siempre 10 minutos
antes para abrirle la puerta a él. Durante 42 años había estado siempre
antes de su hora para atender la puerta cuando llegara el jefe.
Luis Arteaga, portero desde hacía cuarenta y dos años de MUSANTA, se
colocó en su puesto como el primer día, y empezó a saludar
amablemente a cada compañero y compañera que iba entrando por la
puerta.
Joaquín Rodríguez Díaz