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Jesús de Nazaret: Mito o Historia - Análisis Histórico

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INTRODUCCIÓN
De Jesús de Nazaret se ha dicho todo y todo lo contrario. Lo cierto es que su figura fue la piedra
angular de la historia.
El propósito de estas páginas no será dar respuestas sobre quién fue Jesús ni, sobre todo, quién
es desde el punto de vista del culto que se le ha reservado, el cristianismo, lo cual, por otra parte, es
toda una apuesta, dado que para muchos Jesús no es sólo un personaje histórico, sino Dios mismo y,
como tal, sigue viviendo entre nosotros. Él mismo, en efecto, según los cristianos, es la vida, y la vida
eterna.
Lo que voy a hacer, si acaso, es intentar aportar algunas ideas históricas en respuesta a las
preguntas que se me han formulado.
El primer problema, sin embargo, es definir qué es la historia, especialmente con respecto a la
cuestión de “Jesús”.
En primer lugar, hay que señalar que el término “historia” deriva del griego ἱστορία (historía) que
significa investigación, y tiene la misma raíz ιδ- que el verbo ὁράω (orao, “ver”, un verbo con tres
raíces: ὁρά-; ιδ-; ὄπ- ). El perfecto ὁίδα, òida, de este verbo significa literalmente “he visto”, pero, por
extensión, “sé”. En la práctica, se refiere a observar y, en consecuencia, a conocer después de haber
experimentado: el mismo significado que también encontramos en la raíz del verbo latino video (v-ideo) y en el término de origen griego “idea”). También agregaría que un presupuesto de la investigación
histórica es, además del sentido crítico, la inteligencia, en el sentido literal del término latino: intus
lĕgĕre, o sea leer dentro, profundizar, manteniendo la capacidad de considerar el conjunto de hechos
y eventos.
Por lo tanto, habiendo hecho esta aclaración, ¿cómo debemos abordar el “problema” de Jesús
de Nazaret desde el punto de vista de la investigación histórica?
Jean Guitton1, filósofo católico francés que ha dedicado su vida a investigar sobre la figura del
Nazareno, ha desarrollado tres posibles soluciones:
Solución crítica: Jesús de Nazaret realmente existió y el origen del cristianismo es un fenómeno
histórico, cuyo enfoque, sin embargo, debe rechazar todas los milagros y hechos inexplicables.
Solución mítica: Jesús de Nazaret nunca existió realmente. Todo lo que se ha escrito y dicho
sobre él es la invención de un grupo de fanáticos.
Solución de la fe: Jesús de Nazaret no solo existió, sino que todo lo narrado en los Evangelios y
en los escritos canónicos del Nuevo Testamento corresponde a la verdad.
Jean Guitton elaboró sus tres “soluciones” reflexionando sobre las tres fases de la investigación historiográfica sobre Jesús de
Nazaret: la Primera, la Segunda y la Tercera Búsqueda. Volveremos a este tema en la segunda parte.
1
Hasta el siglo XVIII, de hecho, no había dudas sobre la existencia de Jesús de Nazaret. No se
cuestionó lo narrado sobre él en los Evangelios y en las fuentes extraevangélicas existentes. El
advenimiento de la Ilustración provocó, por un lado, dudas y disputas sobre la figura del Nazareno,
pero, por otro, favoreció paradójicamente el nacimiento y desarrollo de una investigación que se sirvió
del método histórico-crítico para indagar en la fiabilidad de las fuentes mismas. Este método, que
incluye un conjunto de principios y criterios filológicos y hermenéuticos desarrollados a partir del siglo
XVII, es de aplicación universal – y, por lo tanto, no sólo a los Evangelios y a lo que se ha escrito en
referencia al Nazareno – ya que tiene por objeto reconstruir un texto en su forma original, cuando del
mismo se hayan transmitido diferentes variantes, valorando el contenido histórico de la narración del
propio texto.
Sin embargo, la obstinada aplicación, a menudo ideológica, del método histórico-crítico ha llevado a
una especie de escisión entre el “Jesús histórico” (antes de Pascua) y el “Cristo de la fe” (post-Pascua) y
ha obligado a la propia Iglesia católica a recurrir a la exégesis bíblica, a la investigación filológica sobre los
Evangelios y a la arqueología para disipar todas las dudas sobre la existencia histórica de Jesús, llegando a
afirmar, en particular en el contexto del Concilio Vaticano II, “firme y constantemente haber creído y
creer que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que
Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta
el día que fue levantado al cielo2”.
La afirmación de la Iglesia católica, por supuesto, es particular, ya que reúne en la figura de Jesús de
Nazaret tanto al “Jesús histórico” como al “Cristo de la fe”. Sin embargo, hoy en día la gran mayoría de los
historiadores (sean cristianos, judíos, musulmanes, de otras religiones o no religiosos) no dudan en
afirmar que el hombre Jesús de Nazaret existió realmente. No sólo eso: cada vez se acumulan más
evidencias históricas y arqueológicas que no sólo permiten confirmar numerosos detalles sobre su
existencia terrenal, sino legitimar lo que de él narran los documentos que más se refieren a él: los
Evangelios y otros escritos del Nuevo Testamento.
2
Constitución Dogmática Dei Verbum, Concilio Vaticano II, nn. 18 y 19
Pagamento del tributo
Masaccio - circa 1425
JESÚS DE NAZARET
Tres simples preguntas sobre Jesús
La primera pregunta es: ¿existió Jesús? A esta primera pregunta ya se puede responder con
bastante claridad: sí. Por tanto, podemos descartar la hipótesis mítica, es decir, que él es fruto de la
imaginación de alguien, dado el estudio minucioso alrededor de él y de su época, especialmente en los
últimos decenios, en cuanto a hermenéutica bíblica, historiografía, arqueología, lingüística y filología3.
La segunda pregunta sobre Jesús es: ¿fue realmente tan importante? ¡Sin lugar a dudas! Lo
primero hay que decir es que nuestra era, la era “cristiana”, se calcula precisamente desde su
nacimiento, “después de Cristo”. Además, son muchísimos aquellos que, aún no creyendo en Jesús
como Dios y aú siendo los más irreductibles opositores al cristianismo, afirman que el mensaje de
Jesucristo no tiene igual en la historia.
Dios en la cruz, ¿es que todavía no se entiende el terrible pensamiento que está detrás de ese
símbolo? Todo lo que sufre, todo lo que pende de la cruz, es divino. Todos nosotros pendemos de la
cruz, por consiguiente, somos divinos4.
Fiedrich Nietzsche
Si miras a un niño como un ser humano, a pesar de la falta de relaciones sociales y culturales
elementales, esto solo se debe a la influencia de la tradición judeo-cristiana y a su concepción
específica de la persona humana5”.
Richard Rorty
El cristianismo fue la revolución más grande que jamás haya logrado la humanidad: tan grande,
tan amplia y profunda, tan fructífera en consecuencias, tan inesperada e irresistible en su
implementación, que no es de extrañar que haya parecido o pueda parecerse un milagro, una
revelación desde arriba, una intervención directa de Dios en los asuntos humanos, que de él recibieron
una ley y una dirección completamente nueva6.
Benedetto Croce
Tercera pregunta: ¿quién era realmente? ¡Respuesta difícil! Para contestar, sólo podemos
intentar aplicar los criterios de la que se ha llamado la Tercera búsqueda (Third Quest) sobre el “Jesús
histórico” y limitarnos a observar y analizar datos que ya trataron unos gigantes de este campo, y me
refiero a los italianos Giuseppe Ricciotti y Vittorio Messori, al académico israelí (judío) David Flusser, al
alemán Joachim Jeremias y a otro ilustre alemán, Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI. Los
Más adelante se ofrecerán algunos ejemplos de avances en cuanto a los descubrimientos sobre el “Jesús histórico”,
progresivamente separado del “Cristo de la fe” a partir del siglo XVII.
4
Friedrich Nietzsche, El Anticristo, Proyecto Espártaco, 2001, p. 47.
5
Richard Rorty, Objectivity, Relativism and Truth. Philosophical Papers, Cambridge, 1991. Traducción mía.
6
Benedetto Croce, Perché non possiamo non dirci cristiani, Centro Pannunzio, Torino, 2008 (pag. 14). Traducción mía.
3
exponentes de esta Tercera investigación parten de un presupuesto formulado por Albert Schweitzer:
no se puede rechazar ideológicamente todo lo que tiene un carácter milagroso en los Evangelios y en
el Nuevo Testamento, descartándolo porque no se ajusta a los cánones del racionalismo iluminista.
Además, como añade Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret7, los límites del método históricocrítico consisten esencialmente en “dejar la palabra en el pasado”, sin poder hacerla “actual, de hoy”;
en “tratar las palabras con las cuales se cruza como palabras humanas”; finalmente, en “dividir aún
más los libros de la Escritura según sus fuentes, pero sin considerar un dato histórico inmediato la
unidad de todos estos escritos conocidos como ‘Biblia’”.
Por tanto, podríamos afirmar que el supuesto básico de la tercera solución sugerida por Jean
Guitton, la de la fe, no es tanto creer por la fuerza, sino dejar abierta la posibilidad de que lo escrito en
las fuentes utilizadas sea verdad.
Nomen omen
Nuestro viaje en la historia del hombre Jesús no puede comenzar por otra cosa que no sea su
nombre, pues nomen omen, especialmente en el mundo del que proviene el mismo Jesús, el del
antiguo Israel.
En hebreo, los dos nombres Jesús y Josué son idénticos en pronunciación y escritura: ‫יְהשֻׁ ֹוע‬, es
decir Yehoshu’a, cuyo significado es “Dios salva”.
Jesús era judío y parte de la tribu de Judá, a pesar de haber vivido la mayor parte de su vida en
Galilea, y, según los Evangelios, descendía del rey David a través de su padre José, una paternidad que,
para los cristianos, es putativa, ya que para estos últimos Jesús nació de una virgen llamada María, que
quedó embarazada por obra del Espíritu Santo (para los cristianos Dios es uno, pero también es trino,
y esta Trinidad está compuesta por tres personas de la misma sustancia: el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo) tras el anuncio de un ángel, cuando ya estaba comprometida con José.
LA TIERRA DE JESÚS
Como la Tercera búsqueda del “Jesús histórico” insiste mucho en la necesidad de analizar el
contexto cultural, religioso y lingüístico en el que vivió, conviene hacer alguna mención al mismo.
¿De dónde era Jesús? Por casualidad escuché a algunos decir que era “israelí”; otros, sin
embargo, contestaban que era “palestino”. Ninguno de los dos términos es correcto, ya que los
israelíes son ciudadanos del estado actual de Israel (y pueden ser judíos, árabes musulmanes o
cristianos, etc.); los palestinos, por otro lado, son los habitantes modernos, de idioma árabe, de la
región que hoy conocemos como Palestina. Jesús, por lo tanto, no era israelí (si acaso, israelita), pero
ni siquiera palestino, ya que, en su tiempo, a Palestina no se le llamaba así. Este nombre le fue
atribuido por el emperador Adriano solo a partir del año 135 d.C., después del final de la tercera
Guerra judía, cuando la antigua provincia de Judea, ya despojada de sus habitantes judíos, fue
7
Benedicto XVI, Gesù di Nazareth, Doubleday, 2017 (pagg. 12-13)
rebautizada, por desprecio por estos, Syria Palæstina (Palestina propiamente dicha era, hasta aquel
momento, una delgada franja de tierra, correspondiente más o menos a la actual Franja de Gaza, en la
que se ubicaba la antigua Pentápolis filistea, un grupo de cinco ciudades- estado habitado por una
población de lengua indoeuropea históricamente hostil a los judíos: los filisteos).
A principios del primer siglo de nuestra era, pues, lo que había sido el antiguo Reino de Israel,
luego dividido en dos reinos, el de Israel y el de Judá, había dejado de ser un estado independiente y
estaba dividido entre Judea (donde más fuerte era judaísmo ortodoxo), inmediatamente sujeta a
Roma y gobernada por un præfectus, y las otras dos regiones históricas, a saber, Galilea y Samaria. En
esta última, una meseta central de lo que hoy se conoce como Palestina, vivían los samaritanos,
descendientes de colonos asiáticos importados por los asirios en el siglo V a.C., en la época de la
conquista del Reino de Israel. Los notables de esa zona, de hecho, fueron deportados por los asirios,
mientras que los proletarios se quedaron en el lugar y se mezclaron con los recién llegados, dando
lugar a un culto que inicialmente fue sincrético pero luego refinado volviéndose monoteísta pero en
contraste con el judío: si los judíos se consideraban descendientes legítimos de los patriarcas y
custodios de la Alianza con Yahvé, de la Ley y del culto profesado en el Templo de Jerusalén, los
samaritanos consideraban, por lo contrario, que ellos mismos eran custodios de la verdadera Alianza y
del culto y tenían su propio templo en el Monte Guerizín, cerca de la ciudad de Siquén.
En cuanto a Galilea, esta era un área con una población mixta (todavía lo es en el Estado de
Israel de hoy: mitad árabe y mitad judío): pueblos y ciudades judíos (como Nazaret, Caná) se
encontraban junto a ciudades de cultura griego-romana, es decir pagana (por ejemplo, Séforis,
Tiberíades, Cesarea de Filipo). Aquella parte de población de la región que era de fe y cultura judía era
denigrada por los habitantes de Judea, que se jactaban de ser más puros y refinados que los rudos y
pendencieros galileos. Varias veces, con respecto a Jesús, leemos en los Evangelios, que “nada bueno
puede salir de Nazaret o Galilea”.
Entre otras cosas, no solo los Evangelios, sino también los pocos escritos rabínicos que quedan
de esa época nos dicen que los galileos también fueron objeto de burla por su forma de hablar.
Hebreo y arameo (lengua franca hablada en todo el Medio Oriente de la época, incluso por los
israelitas después de la deportación a Babilonia que comenzó en 587 a. C., año de la conquista de
Jerusalén y la destrucción del primer templo por Nabucodonosor) como todas las lenguas semíticas,
tienen muchas letras guturales y sonidos aspirados o laríngeos. Y los galileos pronunciaban muchas
palabras de una manera considerada divertida o vulgar por los judíos.
Por ejemplo, el nombre de Jesús, ‫יְהֹושֻׁ ע‬, Yehoshu‛a, lo pronunciaban Yeshu, de ahí la
transcripción griega Ιησούς (Yesoús), y después el latín Jesus y el español Jesús.
Galilea, sin embargo, era un reino vasallo de Roma y estaba gobernado por Herodes el Grande,
un rey de origen pagano literalmente colocado en el trono por Augusto, de quien era prácticamente
un subordinado. Herodes, conocido por su crueldad, pero también por su astucia, había hecho todo lo
posible para ganarse la simpatía del pueblo judío (y también todo para alejarlo) que nunca lo aceptó,
sobre todo porque no era de sangre judía.
Entre otras cosas, había ampliado y embellecido el Templo de Jerusalén, que había sido
reconstruido por el pueblo de Israel después de su regreso del cautiverio babilónico. Las obras para
completar la estructura aún estaban en progreso mientras Jesús estaba vivo y se completaron solo
unos pocos años antes del 70 d.C., cuando el santuario fue arrasado durante la destrucción de
Jerusalén por los romanos liderados por Tito.
Junto a ella, más al noreste de las orillas orientales del lago de Galilea, una confederación de diez
ciudades (la Decápolis) representaba una isla cultural helenizada.
LOS “CONCIUDADANOS” DE JESÚS
Debe recordarse en este punto que, en Israel, en ese momento, el judaísmo no era de ninguna
manera un bloque uniforme. Las principales sectas, o escuelas, fueron las siguientes:
Los saduceos (en hebreo: ‫צּדֹוקִ ים‬, ṣaddōqīm); tomaron su nombre del fundador de su secta,
Ṣaddōq, y constituían la clase sacerdotal y la élite de la época. Eran funcionarios religiosos ricos,
asignados al servicio en el templo, que no creían en la resurrección de los muertos o en la existencia
de ángeles, demonios y espíritus. Además, para ellos la única ley a seguir era la ley escrita, contenida
en la Torá (‫)תֹורה‬,
ָ
es decir los primeros cinco libros de la Biblia (Pentateuco).
Los fariseos (en hebreo: ‫רּושים‬
ִׁ ‫פ‬,
ְ perūšīm, que significa “separados”); eran observadores piadosos
de la ley, acostumbrados a concentrarse incluso en las minucias de la ley misma, que para ellos no solo
era la escrita (Torá), sino también y sobre todo la oral la halajá (‫)הֲ לָכָ ה‬, que se extendía a las más
variadas acciones de la vida civil y religiosa, y por lo tanto iba desde las complicadas reglas para los
sacrificios del culto hasta el lavado de los platos antes de las comidas. Los fariseos eran muy parecidos
a los judíos ultraortodoxos de hoy, de los que en la práctica son los precursores; se definían a sí
mismos como “separados” ya que se consideraban opositores de todo lo que no fuera puramente
judío, es decir, de ellos mismos. Baste decir que llamaban a la gente del pueblo ‫‛( הָ אָ ֶרץ עַם‬am ha-areṣ,
pueblo de la tierra, para despreciarlos).
Los herodianos, cuyo sensus fidei no está del todo claro, pero cuya fidelidad al rey Herodes era
bien conocida. También deben haber estado muy cerca de los saduceos, ya que estos últimos eran la
élite más propensa al poder tanto de Herodes como de los romanos, firmemente decididos a
mantener los privilegios derivados del status quo.
Los doctores de la ley, o escribas (en hebreo: ‫סופרים‬, ṣōfarīm). Codificaban progresivamente todo
aquello sobre lo que era posible legislar. Por ejemplo, en la época de Jesús, el objeto más debatido en
las dos principales escuelas rabínicas de los grandes maestros Hillel y Shammai era si estaba permitido
comer un huevo hecho por una gallina en el día de shabbat (sábado).
Los zelotes (cuyo nombre en español deriva del griego ζηλωτής, zelotés, pero a los que en hebreo
se les llamaba ‫יםנאק‬, qana’īm: ambos términos, griego y hebreo, significan “seguidores” y se refieren al
celo con el que este grupo se adhirió a la doctrina del judaísmo, incluso en un sentido político (entre
los discípulos de Jesús hay uno llamado Simón el Cananeo, atributo que no se refiere a su origen
geográfico, sino a la pertenencia al grupo de los qana’īm, o sea los zelotes). Fueron llamados sicarii por
los romanos, debido a las dagas (sicæ) escondidas debajo del manto con que mataban a los que se
encontraban violando los preceptos de la ley judía.
Los esenios, nunca mencionados en las Escrituras judías o cristianas, pero de los que hablan Flavio
José, Filón, Plinio y otros. Constituían algo como una congregación religiosa, concentrada en particular
alrededor del Mar Muerto, cerca del oasis de Ein Guedi (la aldea de Qumrán, que ya hemos
mencionado antes mencionado, a la que llamaron Yaḥad, que significa comunidad). Vivían en celibato,
rígidamente separados del resto del mundo, y rechazaban el culto del Templo y las otras sectas judías
por considerarlas impuras. Para formar parte de ellos, era necesario completar un noviciado, al que
seguía la afiliación real. Eran literalmente fanáticos de la pureza ritual (se han descubierto numerosos
baños rituales en Qumrán), así como reacios a las mujeres. No había propiedad privada entre ellos y
estaba prohibido guardar armas. Se ha planteado la hipótesis de que tanto Jesús como Juan Bautista
eran esenios, pero esto choca con la universalidad de su mensaje (abierto, entre otras cosas, a las
mujeres, lo cual, decíamos, era inadmisible para los mismos esenios).
Estos, por tanto, fueron los grandes grupos en los que estaba dividido el judaísmo de la época de
Jesús. Tras la gran catástrofe del 70 y 132 d. C., los únicos que sobrevivieron, desde un punto de vista
doctrinal, fueron precisamente los fariseos, de quienes desciende el judaísmo moderno.
También hay que decir que el pueblo, la gente común, aunque simpatizaba en gran medida con
los fariseos, estaba considerada por estos últimos, como ya hemos destacado, como execrable. Es
precisamente a ese pueblo del cual se burla toda la élite sacerdotal, espiritual e intelectual de Israel a
quien se dirigirá primero Juan el Bautista y luego Jesús. Y será precisamente esa gente que va a creer
primero en el mensaje del Nazareno, contra el cual, en cambio, se unirán los fariseos, los escribas y los
saduceos que eran enemigos entre sí.
CREENCIAS, COSTUMBRES Y TRADICIONES
El judaísmo en la época de Jesús se encontraba en la llamada fase “mishnaica” (10-220 d.C.), de la
raíz hebrea “shanah”, la misma que las palabras “Mishnah” y “shanah”, que significa año. La
“Mishnah”, de hecho, junto con el Talmud y el Tanaj (término que designa el corpus de la Biblia
hebrea) es el texto sagrado de la ley judía. Sin embargo, el Talmud y la Mishnah no son la Biblia, sino
textos exegéticos que recogen las enseñanzas de miles de rabinos y eruditos hasta el siglo IV de
nuestra era.
Pues bien, el inmenso material de tales textos exegéticos estaba siendo elaborado al principio
mismo de la era cristiana, por tanto, bajo la ocupación romana, por los Tannaim (“tannà” es el
equivalente arameo de “shanah” e indica el acto de repetir), verdaderos “repetidores” y difusores de
la doctrina adquirida de los maestros y ellos mismos maestros de la Ley Oral. Un ejemplo de esta fase
son los escribas, que codificaron progresivamente todo lo que podían legislar, desde los alimentos
prohibidos hasta las normas de pureza.
A través de este proceso de codificación, la Ley judía ya no se extendía a las diez reglas contenidas
en el Decálogo, sino que ahora dominaba cada acción del observante piadoso, con 613 mandamientos
principales, divididos entre 365 prohibiciones (como los días del año) y 248 obligaciones (el mismo
número que los huesos del cuerpo humano).
Cuando Jesús vivía, había dos grandes escuelas de pensamiento judío, la de Hillel y la de Shammai,
que representaban dos perspectivas distintas de la ley judía, siendo la primera más rigurosa y la
segunda proponiendo una reforma espiritual del judaísmo a partir del concepto “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo”, expresado en un midrash. Jesús, que desde un punto de vista puramente judío
podría considerarse uno de los Tannaim, se situó como una síntesis entre las dos escuelas de Hillel y
Shammai, al predicar que no se aboliría ni un ápice de la Ley, sino que el cumplimiento de la propia Ley
era el amor a Dios y al prójimo.
Dos eran los pilares fundamentales de la vida de todo judío, además de profesar la unicidad de
Dios, y sobre estos pilares, especialmente después de las persecuciones de Antíoco IV Epífanes (167
a.C.), se formó la identidad misma del pueblo de Israel:
La circuncisión, que se realizaba ocho días después del nacimiento de cada varón y se solía
practicar en casa, daba nombre al niño. Las tradiciones piadosas contaban que incluso los ángeles del
cielo estaban circuncidados y que ningún incircunciso entraría en el paraíso (la no circuncisión era una
abominación para los judíos como símbolo de paganismo).
La observancia del sábado, que comenzaba con la puesta de sol del viernes (el parasceve) y
terminaba con la puesta de sol siguiente. Esta observancia era tan estricta que dos tratados del
Talmud estaban dedicados a su casuística, con toda una serie de prohibiciones (por ejemplo, encender
fuego en sábado) y las decenas de minucias que permitían escapar de ella (por ejemplo, estaba
prohibido desatar un nudo de cuerda pero, en el caso de un ronzal de buey, caballo o camello, si se
podía desatar con una mano, no había violación del sábado; o bien, quien tiene un dolor de muelas
puede enjuagarse con vinagre, siempre que lo trague después y no lo escupa, pues en el primer caso
sería tomar comida, lo cual es lícito, y en el segundo tomar una medicina, lo cual es ilícito). El sábado
era, y es, para el judaísmo un día de descanso y de fiesta, en el que uno se dedica a comer con su
familia los alimentos preparados en la víspera del sábado, a vestirse con ropas y adornos adecuados y
a dedicar tiempo a la oración, en el Templo o en la sinagoga.
A los dos pilares mencionados hay que añadir la pureza ritual, a la que se dedican no menos de
doce tratados (los “Tohoroth”) en el Talmud, sobre lo que está permitido comer, tocar, beber, etc. Se
daba gran importancia, para mantener o recuperar la pureza, al lavado de las manos, de la vajilla y de
diversos objetos, hasta el punto de que, en algunas sentencias, se compara a los que no se lavan las
manos con los que van en compañía de prostitutas. Entendemos, en este punto, el escándalo causado
por los discípulos de Jesús al tomar alimentos con manos impuras (Marcos 7:1-8. 14-15. 21-23).
Las fiestas
Además del sábado, una fiesta semanal, el judaísmo observaba otras fiestas periódicas, siendo las
principales la Pascua (“Pesaj”, la fiesta que celebra la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en
Egipto) el 14 del mes de Nisan, seguida de la Fiesta de los Panes sin Levadura; Pentecostés (“Shavu’ot”,
que en hebreo significa “semanas” e indica los cincuenta días posteriores a la Pascua) y Tabernáculos
(“Sukkòt”, entre septiembre y octubre, que conmemora la estancia de los judíos en Egipto, de hecho
era y es costumbre construir tabernáculos o tiendas de campaña y pasar el tiempo allí). Estas tres se
llamaban «fiestas de peregrinación» porque todo israelita varón y púber estaba obligado a ir al Templo
de Jerusalén.
Otras fiestas eran el Yom Kippur (el Día de la Expiación, un día de ayuno para todo el pueblo y el
único en el que el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo del Templo), la Hannukah y el
Purìm.
La espera de un mesías
El complejo muy particular del antiguo Israel es el caldero en el que hierve a fuego lento una
expectativa muy particular y devota. ¿A quién se está esperando? A un libertador, a un ungido por el
Dios todopoderoso que, como había hecho con Moisés, Dios mismo levantaría para liberar a su pueblo
de la esclavitud y la dominación extranjera. Esta vez, sin embargo, así se creía, su reinado no tendría
fin, ya que este (‫מָ ִׁשיח‬, Mašīaḥ en hebreo y Χριστός, Christós en griego: ambas palabras significan
“ungido”, pues ungido por el Señor como rey a partir de Saúl y de su sucesor David) habría sido
solamente un profeta, sino, como está bien explicado en los Rollos del Mar Muerto y en las
expectativas de los esenios de Qumrán, un rey-pastor y un sacerdote.
Esta expectativa se hace, en los años inmediatamente anteriores al nacimiento del Nazareno, cada
vez más ansiosa: los presuntos mesías florecen por doquier y, con ellos, las revueltas sistemáticamente
reprimidas en la sangre (recordemos la de Judas el Galileo, en los años 6-7 aC); pero también florecen
comunidades piadosas que, en virtud de una profecía muy precisa, esperan el advenimiento de un
libertador. Sabemos, sin embargo, que, en esa época de gran estabilidad para el Imperio Romano,
pero de ferviente expectativa para el pueblo de Israel, la atención de todos, en ese pequeño rincón del
mundo, se centró en la inminente llegada de Libertador: ¿siempre había sido así?
En realidad, la espera de un gobernante del mundo había durado varios siglos. La primera
referencia está en el libro de Génesis (49, 10)8.
Con el tiempo, por tanto, la idea de un ungido del Señor que gobernaría sobre Israel se intensifica
y se hace cada vez más precisa: este ungido, este Mesías, habría sido descendiente de Judá, a través
del rey David. Sin embargo, en el 587 a.C. se produjo el primer gran desencanto: la toma de Jerusalén
por parte de Nabucodonosor, quien destruyó el templo, saqueó el mobiliario sagrado, deportó a la
población de Judea a Babilonia y puso fin a la dinastía de reyes descendientes de David. Y allí, sin
embargo, surge un profeta llamado Daniel, el último profeta del Antiguo Testamento, quien profetiza
que sí el Mesías llegaría. De hecho, la suya se llama Magna Prophetia: en ella (capítulo 2) se proclama
que:
Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que
permanecerá para siempre y hará pedazos a todos estos reinos.
No solo eso: en el cap. 7 se especifica que el que ha de venir será “como un Hijo del hombre” (en
el evangelio de Mateo, el evangelio destinado a las comunidades judías en Palestina, Jesús utiliza unas
30 veces una expresión parecida, “hijo del hombre”, usada, en todas las demás Escrituras, solamente
una vez por Daniel).
En el cap. 9, sin embargo, la profecía también se realiza en términos temporales:
Setenta semanas han sido decretadas para que tu pueblo y tu santa ciudad pongan fin a sus
transgresiones y pecados, pidan perdón por su maldad, establezcan para siempre la justicia, sellen la
visión y la profecía, y consagren el lugar santísimo. Entiende bien lo siguiente: Habrá siete semanas
desde la promulgación del decreto que ordena la reconstrucción de Jerusalén hasta la llegada del
príncipe elegido.
Como vemos, la profecía que acabamos de citar es extremadamente precisa. Sin embargo, la
traducción exacta del término hebreo ‫( ָשב ִ֨ ִֻׁׁעים‬šavū‛īm, “šavū‛” que indica el número 7 e “īm” que es la
desinencia masculina plural) no tendría que ser “semanas” (que se dice ‫עותשבו‬, šavū‛ōt, donde “ōt”
indica la desinencia plural femenina), sino “setenarios”: en la práctica, setenta veces siete años. Los
judíos contemporáneos de Jesús entendieron el pasaje correctamente. Sin embargo, los investigadores
contemporáneos no pudieron comprender el cálculo exacto de los tiempos de Daniel: ¿cuándo
comenzaba la cuenta de los setenta y setenta años? Pues bien, descubrimientos recientes en Qumrán
han permitido que académicos como Hugh Schonfield, gran especialista en el estudio de los Rollos del
“El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey, quien merece la
obediencia de los pueblos”.
8
Mar Muerto, demostraran que no solo las escrituras hebreas ya estaban perfectamente formadas en
el primer siglo de nuestra era y son idénticas a las que leemos hoy, pero también que los esenios,
como muchos de sus contemporáneos, ya habían calculado el momento de la Magna Prophetia. Para
ellos, los setenta setenarios (490 años) se contaban a partir del 586 a. C., el año del comienzo del exilio
en Babilonia, y culminaban en el 26 a. C., el comienzo de la era mesiánica. Tanto es así que, desde esa
fecha, como lo evidencian las excavaciones arqueológicas, ha habido un aumento de las actividades de
construcción y vivienda en Qumrán.
Sin embargo, no fueron solo los judíos en la tierra de Israel quienes albergaron una expectativa
que los llenó de esperanza y fermento. Tácito y Suetonio, el primero en las Historiæ y el segundo en la
Vida de Vespasiano, también informan que muchos en Oriente, según sus escrituras, esperaban un
dominador que viniera de Judea.
¿UNA ESTRELLA EN ORIENTE?
Es precisamente el Oriente que nos brinda otro elemento útil para comprender por qué la
expectativa mesiánica fue tan ferviente entre las dos épocas antes y después de Cristo, es decir, el
hecho que en otras culturas también se esperaba el advenimiento de ese “dominador” del cual se
había oído hablar incluso en Roma. Los astrólogos babilónicos y persas, de hecho, lo esperaban
alrededor del 7 o 6 a. C9. ¿Por qué exactamente en ese intervalo? Debido al surgimiento de una
estrella, lo sabemos por el Evangelio de Mateo (capítulo 2). ¿Pero realmente surgió una estrella? El
astrónomo Kepler parece responder primero a esta pregunta, ya que, en 1603, observó un fenómeno
9
Ya es casi universalmente aceptado por los investigadores que el año del nacimiento de Jesús es el 6 a.C., debido a un error
cometido por el monje Dionisio el Pequeño, quien sí, en 533, calculó el comienzo de la nuestra era a partir del nacimiento de
Cristo, pero lo pospuso unos seis años.
muy luminoso: no un cometa, sino la aproximación, o conjunción, de los planetas Júpiter y Saturno en
la constelación de Piscis. Kepler luego hizo algunos cálculos y estableció que la misma conjunción
ocurriría en el 7 a. C. También encontró un antiguo comentario rabínico, en el que se enfatizaba que la
venida del Mesías debería coincidir precisamente con el momento en que se produjera esa misma
conjunción astral.
Nadie, sin embargo, dio crédito en ese momento a la intuición de Kepler, también porque en
aquella época todavía se pensaba que Jesús nació en el año 0. Solo en el siglo XVIII otro erudito,
Friederich Christian Münter, luterano y masón, descifró un Comentario sobre el libro de Daniel, el
mismo de los “setenta setenarios”, en el que se confirmaba la creencia judía ya sacada a la luz por
Kepler.
De todas formas, es necesario esperar hasta el siglo XIX para aclarar lo que pasó con ese
fenómeno astronómico observado por Kepler, gracias sobre todo a la publicación de dos importantes
documentos: la Tabla Planetaria, en 1902, un papiro egipcio en el que están registrados con exactitud
los movimientos planetarios y en particular, por observación directa, la conjunción Júpiter-Saturno en
la constelación de Piscis en el año 7 a.C., que se define como muy brillante; el Calendario estelar de
Sippar, una tabla de terracota escrita en caracteres cuneiformes, de origen babilónico, donde se
relatan los movimientos de las estrellas en el año 7 a.C., año en el que, según los astrónomos
babilonios, esta conjunción habría ocurrido tres veces (29 de mayo, 1 de octubre y 5 de diciembre),
mientras que el mismo evento suele ocurrir una vez cada 794 años. Dado que, por tanto, en el
simbolismo de los babilonios Júpiter representaba el planeta de los gobernantes del mundo, Saturno el
planeta protector de Israel y la constelación de Piscis era el signo del fin de los tiempos, no es tan
absurdo pensar que los magos10 de Oriente esperaban, habiendo tenido la oportunidad de preverlo
con extraordinaria precisión, el advenimiento de algo particular en Judea.
10
En griego se les llama μάγοι, mágoi, palabra que deriva del antiguo persa magūsh, título reservado a los sacerdotes de la
religión zoroastriana.
Calendario Estelar de Sippar
EN BELÉN DE JUDEA
Belén es ahora una ciudad en Cisjordania y no tiene nada de bucólico o parecido a un belén. Sin
embargo, hace dos mil años, en realidad era un pequeño pueblo de unos cientos de almas. ¿Es aquí
precisamente donde nacería Jesús, a pesar de que su familia viviera en Nazaret?
Más adelante mencionaremos el censo de parte de César Augusto, que es una de las respuestas a
esta pregunta. Además, en Belén, pequeña pero conocida por ser la patria del rey David, debería,
según las escrituras, haber nacido el mesías esperado por el pueblo de Israel11.
Además del tiempo, por lo tanto, tanto los israelitas como sus vecinos orientales también
conocían el lugar donde el “libertador” del pueblo judío vendría al mundo.
Es curioso notar cómo el nombre de esta localidad, compuesta por dos términos diferentes,
significa: “casa del pan” en hebreo (‫ = ֵּֽבית‬bayt o beṯ: casa; ‫ = לֶ ֶ֣חֶ ם‬leḥem: pan); “casa de la carne” en
َ
árabe (‫ = ﺑﻴﺖ‬bayt o beyt, casa; ‫ = ل ْحم‬laḥm, carne); “casa del pescado” en las antiguas lenguas de Arabia
del sur. Todas las lenguas mencionadas son de origen semítico y, en estas lenguas, de la misma raíz de
tres letras, es posible derivar muchas palabras ligadas al significado original de la raíz de origen. En
nuestro caso, el del nombre compuesto de Belén, tenemos dos raíces: b-y-t, de a que deriva Bayt o
Beth; l-ḥ-m de la que deriva Leḥem o Laḥm.
En todos los casos Bayt/Beth quiere decir casa, per Laḥm/Leḥem cambia de significado según el
idioma.
La respuesta está en el origen de las poblaciones a las que pertenecen estas lenguas. Los judíos, al
igual que los arameos y otras poblaciones semíticas del noroeste, vivían en el llamado Creciente Fértil,
que es una gran área entre Palestina y Mesopotamia donde es posible practicar la agricultura y, en
consecuencia, eran un pueblo sedentario. Su principal fuente de sustento era, por tanto, el pan, junto
con los frutos del trabajo de la tierra. Los árabes eran una población nómada o seminómada de la
parte norte y central de la península arábiga, principalmente desértica. Por tanto, su principal apoyo
provenía de la caza y del ganado, lo que hacía de la carne su alimento por excelencia. Finalmente, los
árabes del sur vivían en las costas del sur de la Península Arábiga y su principal alimento era el
pescado. De esto podemos entender por qué la misma palabra, en tres idiomas semíticos diferentes,
tiene el significado de tres alimentos diferentes.
En consecuencia, se puede notar que Belén tiene, para pueblos distintos, un significado
aparentemente distinto, pero en realidad unívoco, ya que indicaría no tanto la casa del pan, la carne o
el pescado, sino la casa del verdadero alimento, aquella de la se puede prescindir, aquella de la que
depende la subsistencia, aquella sin la cual no es posible vivir.
“Pero de ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta
la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales. Por eso Dios los entregará al enemigo hasta que tenga su hijo la que va a ser madre,
y vuelva junto al pueblo de Israelel resto de sus hermanos. Pero surgirá uno para pastorearlos con el poder del Señor, con la
majestad del nombre del Señor su Dios. Vivirán seguros, porque él dominará los confines de la tierra” (Miqueas, capitolo 5).
11
Curiosamente, Jesús, hablando de sí mismo, dijo: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida” (Jn 6, 51-58). (Gv 6, 51-58).
Esta comparación lingüística es un ejemplo de cómo la filología puede dar una contribución
significativa para acercarse a la figura del “Jesús histórico” y comprender su lugar en su contexto
cultural.
Llegamos, sin embargo, a otro punto: más allá de las especulaciones filológicas y exegéticas,
¿nació Jesús realmente en Belén?
La historia nos ha transmitido que, ya a mediados del siglo II, San Justino, originario de Palestina,
escribía sobre la cueva/establo de Belén, cuya memoria ya se había traspasado de padres a hijos
durante algunas generaciones. Incluso Orígenes, autor del siglo III, confirma que en la propia Belén
cristianos y no cristianos conocían el lugar de la misma cueva.
Pero ¿por qué hablamos de “memoria”? Porque el emperador Adriano, con la intención de borrar
de la memoria los lugares judíos y judeocristianos de la nueva provincia de Palestina, después de las
Guerras judías, quiso construir, a partir del 132 en adelante, templos paganos exactamente encima de
los lugares donde se encontraban aquellos de la antigua fe de la región12. Nos lo confirman San
Jerónimo13, autor de la primera traducción latina de toda la Biblia, la Vulgata (Jerónimo vivió 40 años
en Belén) y Cirilo de Jerusalén14.
Como en Jerusalén, en el lugar donde se ubicaban los santuarios para honrar la muerte y
resurrección de Jesús, Adriano hizo erigir estatuas de Júpiter y Venus (Jerusalén había sido
reconstruida entretanto con el nombre de Aelia Capitolina), en Belén se plantó, sobre la cueva del
nacimiento de Jesús, un bosque sagrado a Tamuz, o sea Adonis. Sin embargo, fue gracias a la
estratagema de la damnatio memoriæ de Adriano que los símbolos paganos se convirtieron en pistas
para encontrar rastros de sitios enterrados, cuya memoria siempre se había conservado. Así, el primer
emperador cristiano, Constantino, y su madre Helena lograron encontrar los puntos exactos donde se
ubicaban las primitivas domus ecclesiæ15, que luego se convirtieron en iglesias donde se veneraban y
guardaban los recuerdos y reliquias de la vida de Jesús de Nazaret.
12
En ese momento, la distinción entre judaísmo y cristianismo aún no estaba del todo clara. Especialmente entre los paganos,
pero también entre los judeocristianos, hubo una tendencia a considerar a las sectas cristianas y judías como la misma religión..
13
San Jerónimo, Cartas, 58 (Ad Paulinum presbyterum), 3.
14
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 12, 20: “Hasta hace pocos años el lugar estaba cubierto por un bosque”.
15
Una domus ecclesia es literalmente una casa/iglesia: los primeros lugares cristianos fueron, de hecho, casas que habían
surgido o existían anteriormente donde había lugares considerados sagrados (por ejemplo, la casa de María en Nazaret; la casa
de Pedro en Capernaum, etc.). Las comunidades cristianas primitivas se reunían allí para celebrar sus ritos. Las casas se fueron
transformando gradualmente en pequeñas iglesias, expandiéndose hasta el punto de convertirse, en algunos casos, en
verdaderas basílicas. Este proceso en particular se puede observar perfectamente en Capernaum, donde arqueólogos
franciscanos e israelíes han desenterrado lo que se conoce universalmente como la “casa de Pedro”, una habitación
cuadrangular, de unos ocho metros en cada lado, cuyo piso de tierra fue revestido de cal a finales del siglo I y con pavimento
policromado antes del siglo V. Arriba, pues, se había construido un edificio octogonal que se apoyaba precisamente sobre la
sala del siglo primero. Este procedimiento de investigación arqueológica es idéntico al utilizado en Roma para las
excavaciones en la Necrópolis Vaticana, bajo la actual Basílica de San Pedro, o en las Catacumbas de San Sebastián, etc.
VIDA DE JESÚS
Para un conocimiento más profundo de la vida de Jesús, obviamente, hay que referirse a los
Evangelios y a los libros que citamos en la bibliografía.
Hablaré aquí sobre algunos hechos biográficos fundamentales, a partir del nacimiento del
Nazareno.
Navidad: ¿tiene sentido lo que nos cuentan los evangelios?
Del Evangelio de Lucas (capítulo 2) sabemos que el nacimiento de Jesús coincidió con un censo
anunciado en toda la tierra por César Augusto:
Por aquellos días Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el Imperio romano.
Este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria). Así que iban todos a inscribirse,
cada cual a su propio pueblo.
¿Qué sabemos al respecto? De lo que leemos en las líneas VII, VIII y X de la transcripción de las
Res gestae de Augusto, ubicada en el Ara Pacis, en Roma, nos enteramos de que César Octavio
Augusto realizó un censo en tres ocasiones, en los años 28 a.C., 8 a.C. y 14 d. C., de toda la población
romana.
En la antigüedad, la realización de un censo de ese tamaño obviamente tenía que tomar algún
tiempo para que el procedimiento se completara realmente. Y aquí hay otra aclaración del evangelista
Lucas que nos da una pista: Cirenio era el gobernador de Siria cuando se hizo este “primer” censo.
Bueno, Cirenio fue gobernador de Siria probablemente desde el año 6-7 d.C. Sobre esta cuestión hay
opiniones discordantes de los historiadores: algunos hipotetizan, de hecho, que el propio Cirenio tuvo
un mandato anterior16 en los años 8-6 a.C.; otros, en cambio, traducen el término “primer” (que, en
latín y griego, siendo neutral, también puede tener un valor adverbial), como “primero” o más bien
“antes de que Cirenio fuera gobernador de Siria”. Ambas hipótesis son admisibles, por lo que es
probable lo que se narra en los Evangelios sobre el censo que tuvo lugar en el momento del
nacimiento de Jesús17.
16
17
Esta hipótesis Esta hipótesis estaría respaldada por la Lápida de Tivoli (en latín Lapis o Titulus Tiburtinus).
Ir a la nota 9 sobre Dionisio el Pequeño.
Copia de Res gestae de Augusto
Agregamos, entonces, que la práctica de esos censos disponía que uno se dirigiera, para el
registro, a la aldea de origen, y no al lugar donde vivía: es plausible, entonces, que José se fuera a
Belén para ser registrado.
Imagen de la Lápida de Tivoli (reconstrucción)
¿Tenemos otras pistas temporales? Sí, la muerte de Herodes el Grande, en el 4 a.C., ya que
murió en ese momento y, por lo que se narra en los Evangelios, tuvieron que pasar más o menos dos
años entre el nacimiento de Jesús y la muerte del rey, que coincidirían precisamente con el 6 a.C.
En cuanto al dies natalis, que es el día real del nacimiento de Jesús, durante mucho tiempo se
asumió que este se fijaría el 25 de diciembre en un período posterior, para que coincidiera con el dies
Solis Invicti, fiesta de origen pagano (probablemente asociada con el culto de Mitra), y por lo tanto
reemplaza la conmemoración pagana por una cristiana.
Descubrimientos recientes, del inagotable Qumrán, han permitido establecer que, sin embargo,
puede que no haya sucedido así y que tenemos motivos para celebrar la Navidad el 25 de diciembre.
Sabemos, pues, siempre por el evangelista Lucas (el más rico en detalles en la narración de cómo
nació Jesús) que María quedó embarazada cuando su prima Isabel ya tenía seis meses de embarazo.
Los cristianos occidentales siempre han celebrado la Anunciación de María el 25 de marzo, que es
nueve meses antes de Navidad. Los de Oriente, por su parte, también celebran el 23 de septiembre la
Anunciación a Zacarías (padre de Juan Bautista y esposo de Isabel). Lucas entra aún más en detalle
cuando nos cuenta que, cuando Zacarías se enteró de que su esposa, ya en una edad avanzada como
él, quedaría embarazada, estaba sirviendo en el Templo, siendo de casta sacerdotal, según la clase de
Abías.
Sin embargo, el propio Lucas, escribiendo en un momento en que el Templo todavía estaba en
funcionamiento y las clases sacerdotales seguían sus perennes turnos, no ofrece, dándolo por sentado,
el tiempo en que la clase de Abías iba a servir. Bueno, numerosos fragmentos del Libro de los Jubileos,
encontrados en Qumrán, han permitido a estudiosos como la francesa Annie Jaubert y el israelí
Shemarjahu Talmon, reconstruir con precisión que el turno de Abías tenía lugar dos veces al año: el
primero del 8 al 14 del tercer mes del calendario hebreo, el segundo del 24 al 30 del octavo mes del
mismo calendario, lo que corresponde a los últimos diez días de septiembre, en perfecta armonía con
la fiesta oriental del 23 de septiembre y seis meses antes del 25 de marzo, lo que nos llevaría a
suponer que el nacimiento de Jesús realmente tuvo lugar en la última década de diciembre: quizás no
exactamente el 25, pero por ahí.
LA VIDA: ¿TANTO RUIDO Y POCAS NUECES?
Continuamos con el excursus en la vida de Jesús de Nazaret.
Hemos visto que, hacia el año 6 a.C., tanto Isabel, esposa del sacerdote Zacarías de la clase de
Abías, como su prima María, quien, según las escrituras cristianas, era virgen y prometida a un hombre
de la casa de David llamado José, quedaron embarazadas.
José, debido al censo anunciado por el emperador Augusto (en el que los hombres debían
regresar a las ciudades de origen de su familia para registrarse), se dirigió a la ciudad de David, Belén, y
allí su esposa María dio a luz un hijo al que llamó Jesús.
Los Evangelios luego relatan que los Magos vinieron del Oriente después de ver una estrella para
adorar al nuevo rey del mundo, predicho por las escrituras antiguas, y que Herodes, habiendo
aprendido que la profecía acerca del Mesías, el nuevo rey de Israel, era para cumplirse, decidió matar
a todos los niños varones de dos años o menos (episodio del que encontramos algunas huellas en
Flavio Josefo pero del que nadie más cuenta; por otro lado, como señala Giuseppe Ricciotti, en un
contexto como el de Belén y sus alrededores, escasamente poblado, y especialmente en una época en
la que la vida de un niño era de poco valor, es difícil imaginar que alguien se moleste en notar la
muerte violenta de algún pobre infante hijo de nadie importante). Habiendo llegado a conocer de
alguna manera las intenciones de Herodes (el evangelio de Mateo habla de un ángel que advierte a
José en un sueño), la madre, el padre y el hijo recién nacido huyen a Egipto, donde permanecen unos
años, hasta la muerte de Herodes (por tanto, después del 4 a. C.).
A excepción de la referencia de Lucas a Jesús, quien, a la edad de doce años, durante una
peregrinación a Jerusalén, fue perdido por sus padres que más tarde lo encontraron después de tres
días de búsqueda mientras discutía cuestiones doctrinales con los doctores del Templo, no se sabe
nada más sobre la infancia y vida juvenil del Nazareno, hasta su entrada efectiva en la escena pública
de Israel, que se puede ubicar alrededor del año 27-28 d.C., cuando debió tener unos treinta y tres
años, poco después de Juan Bautista, quien debió iniciar su ministerio unos meses, o un año antes,
más o menos. Podemos remontarnos al tiempo del inicio de la predicación de Jesús gracias a una
indicación contenida en el Evangelio de Juan (el más exacto, desde un punto de vista cronológico,
histórico y geográfico): disputando con Jesús en el Templo, los notables judíos objetan: “En cuarenta
y seis años fue edificado este templo, ¿y tú lo levantarás en tres días?”. Si calculamos que Herodes el
Grande comenzó la reconstrucción del Templo en el 20-19 a. C. y consideramos los cuarenta y seis
años de la frase del Evangelio, nos encontramos justo en el año 27-28 AC.
Lago de Galilea
En cualquier caso, el ministerio de Juan el Bautista precedió poco al de Jesús y, según los
evangelistas, Juan no representaba más que el precursor del hombre de Galilea, quien era el
verdadero mesías de Israel. Juan, que se cree que fue, al principio de su vida, un esenio, ciertamente
se separó, como se demostró anteriormente, de la rígida doctrina de élite de la secta de Qumrán.
Predicó un bautismo de penitencia, por inmersión en el Jordán (en una zona no muy lejos de Qumrán),
precisamente para prepararse para el advenimiento del libertador, el rey mesías. De sí mismo dijo:
“Yo soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor” (Evangelio de Juan 1, 23).
Sin embargo, pronto fue asesinado por Herodes Antipas18, tetrarca de la Galilea e hijo de Herodes el
Grande.
La muerte de Juan no impidió que Jesús continuara su ministerio. El hombre de Nazaret predicó
la paz, el amor a los enemigos y el advenimiento de una nueva era de justicia y paz, el Reino de Dios,
que, sin embargo, no sería lo que esperaban los judíos contemporáneos de él (y cómo anticipado por
las mismas profecías sobre el Mesías), es decir, un reino terrenal en el que Israel sería liberado de sus
opresores y dominaría a otras naciones, los gentiles, sino un reino para los pobres, los humildes y los
mansos.
La predicación de Jesús, a la que volveremos un poco más en detalle más adelante, en un
principio pareció tener mucho éxito, sobre todo porque, nos dicen los Evangelios, acompañada de un
gran número de señales prodigiosas (multiplicación de panes y peces por miles de personas;
curaciones de leprosos, cojos, ciegos y sordos; resurrección de muertos; transformación del agua en
vino).
Sin embargo, luego tropezó con dificultades considerables, cuando el mismo Jesús comenzó a
sugerir que era mucho más que un hombre, o se proclamó hijo de Dios. Además, se enfrenté
duramente con la élite religiosa de la época (los fariseos y escribas, a los que llamó “víboras” y
“buitres”) al proclamar que el hombre era más importante que el shabbat y el reposo del sábado (y, en
la concepción farisea, el sábado era casi más importante que Dios) y que él mismo era incluso más
importante que el Templo de Jerusalén. Tampoco le agradaban los saduceos, con quienes no era
menos duro y que, por su parte, junto con los herodianos, eran sus mayores adversarios, ya que Jesús
era amado por las multitudes y ellos temían que el pueblo se levantara contra ellos mismos y contra
los romanos.
Todo esto duró unos tres años (tres son las pascuas judías mencionadas, sobre el relato de la
vida de Jesús, por el evangelista Juan, como dijimos el más preciso al corregir las inexactitudes de los
otros tres evangelistas y al señalar detalles descuidados, incluso desde el punto de vista cronológico),
tras lo cual el Nazareno subió por última vez a Jerusalén para celebrar la Pascua. Aquí lo esperaban,
Leemos en Flavio Josefo (Ant. 18, 109-119): “Herodes había muerto a Juan, llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a
pesar de ser un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia
Dios, para así poder recibir el bautismo. [---] Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo
hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía
estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo
contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración. Poe estas sospechas de Herodes fue
encarcelado y enviado a la fortaleza de Maquero, de la que hemos hablado antes, y allí fue”. Otro ejemplo de fuente no
cristiana confirmando lo que se cuenta en los Evangelios.
18
además de una multitud que lo vitoreaba, fariseos, escribas, saduceos y herodianos, quienes
conspiraron para matarlo, lo arrestaron aprovechando la traición de uno de sus discípulos (Judas
Iscariote) y lo entregaron a los romanos. Después de un juicio sumario, el procurador o prefecto,
Poncio Pilato, se lavó las manos y lo crucificó.
ALGUNOS PERSONAJES E INSTITUCIONES INVOLUCRADOS
Varios de los siguientes personajes e instituciones implicados en el juicio y condena a muerte de
Jesús, aparte del Sanedrín, fueron mencionados casi exclusivamente en los Evangelios y en unos pocos
documentos contemporáneos. Sin embargo, la arqueología nos ha proporcionado importantes
detalles sobre ellos.
Nicodemo (Naqdimon Ben Gurion) y José de Arimatea (Ramataim). Ambos eran notables de
Jerusalén. Se les menciona tanto en los escritos judíos como en los Evangelios. Se sabe que sus
descendientes fueron masacrados durante el saqueo y la toma de Jerusalén en el año 70 d.C.
Caifás: Fue sumo sacerdote y jefe del Sanedrín del 18 al 36 d.C. Era yerno de Anás (sumo
sacerdote del 6 al 15 d.C.). Por la lista de los sumos sacerdotes de Israel y por Flavio Josefo sabemos
que hasta seis sumos sacerdotes después de Anás fueron sus hijos. Todos pertenecían a la corriente
saducea. En 1990, se encontró la tumba de Yosef Bar Qayfa (Caifás era el apodo) y su familia.
Barrabás y los ladrones. A todos se les denomina, en el griego de los Evangelios, λῃσταί, lestái,
término que no equivale a “ladrónes” sino a “bandoleros”, “alborotadores”, y es lo que eran:
alborotadores (leemos que Barrabás era un asesino y un violento que había participado en un motín),
muy probablemente fanáticos. Resulta paradójico que el nombre de Barrabás, según consta incluso en
los códices más antiguos de los Evangelios, fuera Jesús, llamado Bar-Abba (como José llamado Caifás,
Simón llamado Pedro, etc.). Hay, pues, una yuxtaposición irónica, o trágica, entre el Mesías, Jesús, el
Hijo del Padre, y un alborotador mesiánico temporal.
Poncio Pilato. En el griego de los Evangelios se le llama ἡγεμὼν, heghémon, en latín præfectus.
De hecho, fue prefecto de Judea durante aproximadamente una década bajo Tiberio19.
Simón el Cireneo. Es el que se ve obligado a llevar la cruz de Jesús durante la subida al Calvario.
En 1941, en el valle del Cedrón, en Jerusalén, se encontró un osario con el nombre de Alejandro, hijo
de Simón, tal como está escrito en los Evangelios.
El Sanedrín (en hebreo:, sanhedrîn, es decir, “asamblea” o “consejo”, la Gran Asamblea) ‫סנְ הֶ ְד ִׁרין‬
de Jerusalén. Era el órgano legislativo y judicial durante la fase asmoneo-romana del periodo del
Segundo Templo. Las opiniones se debatían antes de votar y la expresión de la mayoría se convertía en
sentencia vinculante. Tradicionalmente constaba de 71 miembros.
19
Más adelante mencionaremos referencias históricas precisas sobre este personaje.
EL PROCESO
El juicio de Jesús tuvo lugar según un procedimiento llamado cognitio extra ordinem, introducido
por Augusto en las provincias romanas, que permitía a la autoridad competente incoar un proceso sin
jurado, presidirlo y dictar sentencia de forma independiente.
Había reglas: la acusación tenía que estar apoyada por delatores, y luego se interrogaba aún más
al acusado, a menudo torturándolo para que admitiera su culpabilidad.
La acusación, en el caso de Jesús, era de “lesa majestad”, porque se había proclamado hijo de
Dios, expresión blasfema para los judíos e ilegítima para los romanos (para los romanos “hijo de Dios”
era un título reservado al emperador).
La amenaza que los judíos dirigieron a Pilato, al verle dudar en condenar a muerte a Jesús, fue la
de no ser “amigo del César”. Y era una amenaza eficaz, teniendo en cuenta que un præfectus anterior,
Cayo Valerio, había sido destituido poco antes por no ser “amigo del César”. El propio Pilato fue
destituido unos años más tarde.
La audiencia tenía lugar en el lithostroptus, un patio pavimentado con un asiento elevado,
gabbathà, en el que el gobernador, o præfectus, se sentaba para dictar sentencia. Recientes
descubrimientos arqueológicos han sacado a la luz, en las inmediaciones de la explanada del Templo,
exactamente donde indica el Evangelio de Juan y correspondiendo perfectamente a la descripción de
éste, un pórtico de unos 2.500 metros cuadrados, pavimentado según el uso romano (lithostroton, en
efecto). Dada su ubicación justo al lado de la Fortaleza Antonia, en el extremo noroeste de la
explanada del Templo, y el tipo de restos sacados a la luz, podría tratarse del lugar del juicio de Jesús.
LA CONDENA Y LA FLAGELACIÓN
Jesús sufrió la muerte más atroz, la reservada a esclavos, asesinos, ladrones y a quienes no eran
ciudadanos romanos: la crucifixión.
En un intento de que admitiera su culpabilidad o de castigarle no crucificándole, se le infligió
previamente una tortura igualmente terrible: la flagelación con el terrible instrumento llamado
flagrum, un látigo provisto de bolas de metal e instrumentos óseos que laceraban la piel y arrancaban
trozos de carne. Horacio llamaba a esta práctica “horribile flagellum”.
Normalmente, en los círculos judíos, no superaba los 39 golpes. En el hombre de la Sábana
Santa, sin embargo, se encontraron al menos 372 heridas lacerantes de flagelación (excluyendo las
partes blancas de la Sábana), probablemente infligidas por dos o más torturadores.
Según documentos de autores latinos, el flagelo dejaba los huesos al descubierto porque
arrancaba tiras enteras de carne (“puedo contar todos mis huesos”). Tenemos una fiel reconstrucción
de esto en la película “La Pasión” de Mel Gibson.
LA CRUZ
La crucifixión es una técnica de tortura y condena a muerte que tiene su origen en Oriente (quizá
en la India o Persia), pero que también se extendió a Israel y el Mediterráneo a través de los fenicios.
Los romanos, que no la habían inventado, fueron sin embargo sus mayores usuarios, perfeccionando la
técnica de forma extremadamente cruel para humillar y hacer sufrir al máximo a los condenados (que
no tenían por qué ser ciudadanos romanos, sino esclavos o habitantes de las provincias).
También en Israel se les colgaba o clavaba a los árboles, pero con la llegada de los romanos se
pasó a utilizar una verdadera cruz, que podía ser de dos tipos: crux commissa, en forma de T, o crux
immissa, en forma de daga20. Esta última es la que conocemos hoy, lo que probablemente se deba a
que sabemos por el Evangelio de Mateo que narra la existencia del titulum, un título con el motivo de
la condena que se colocó sobre la cabeza de Jesús.
20
La que conocemos hoy, lo que es probable dado que, como sabemos por el Evangelio de Mateo, se colocó un titulum sobre
la cabeza de Jesús, título que lleva la motivación de la condena a muerte.
Una vez condenado, Jesús fue obligado a cargar con la viga transversal de la crux immissa (el
patibulum, que pesaba entre 50 y 80 kilos) durante unos cientos de metros, hasta una colina situada
justo fuera de las murallas de Jerusalén (el Gólgota, donde hoy se alza la basílica del Santo Sepulcro).
Allí, según el procedimiento romano, fue desnudado.
Otros detalles del castigo se conocen por la costumbre romana de crucificar a los condenados a
muerte: eran atados o clavados con los brazos extendidos al patibulum y elevados sobre el poste
vertical ya fijado, al que se ataban o clavaban los pies.
Hueso del pie de un crucificado. (Fuente National Geografic)
La mayor parte del peso del cuerpo era soportado por una especie de soporte (asiento) que
sobresalía del poste vertical y sobre el que se colocaba a la víctima a horcajadas: esto no se menciona
en los Evangelios, pero muchos autores romanos antiguos lo mencionan.
El soporte para los pies (suppedaneum), a menudo representado en el arte cristiano, es, sin
embargo, desconocido en la Antigüedad.
LA MUERTE
Todos los evangelistas coinciden en fijar la muerte de Jesús en la cruz un viernes (el parasceve)
dentro de las fiestas de Pascua.
Sin embargo, existe una discordancia, entre los Sinópticos y Juan, al situar la muerte de Jesús en
el 14 ó 15 del calendario hebreo de Nisán, y hemos intentado recomponer esta discordancia
basándonos en el uso de un calendario en lugar de otro21.
Giuseppe Ricciotti, enumerando una serie de posibilidades todas analizadas por los estudiosos,
llega a la conclusión de que la fecha exacta de este evento, en el calendario judío, es el 14 del mes
lunar de Nisan (viernes 7 de abril) del 30 d.C. Entonces, si Jesús nació dos años antes de la muerte de
Herodes22 y tenía unos treinta años (posiblemente treinta y dos o treinta y tres) al comienzo de su
vida pública, debía tener unos 35 años cuando murió.
La muerte en la cruz solía ser lenta, muy lenta, acompañada de sufrimientos atroces: la víctima,
levantada del suelo a no más de medio metro, estaba completamente desnuda y podía permanecer
colgada durante horas, si no días, sacudida por calambres tetánicos, terribles descargas con dolores
atroces (debidos a la lesión o laceración de nervios, como el radial a la altura de la muñeca: el clavo, de
entre 12 y 18 centímetros de longitud, era introducido a la fuerza por el túnel carpiano), sibilancias e
incapacidad para respirar correctamente, ya que la sangre no podía fluir a los miembros estirados
hasta la extenuación, ni tampoco al corazón, y los pulmones no podían abrirse.
De ahí el shock hipovolémico (pérdida de sangre, asfixia mecánica, deshidratación y
malnutrición) acompañado de hemopericardio (sangre acumulada en el pericardio y la parte
transparente y más clara, el suero, separada de la parte globular: fenómeno comúnmente observado
en personas sometidas a tortura) y “rotura del músculo cardíaco”, es decir, infarto de miocardio.
21
La Pascua judía (en hebreo, Pésaj) se celebra en el mes de Nisán (entre mediados de marzo y mediados de abril), la tarde del
día 14, enlazando con la “Fiesta de los Ácimos” o panes sin levadura, que se celebraba del 15 al 21. Estos ocho días (del 14 al
21) se llamaban, por tanto, tanto Pascua como Ácimos.
En la época de Jesús, el calendario judío era bastante elástico, elasticidad de la que probablemente depende una discrepancia
entre los evangelios sinópticos y el de Juan. En efecto, el calendario oficial del Templo no era aceptado en toda Palestina ni por
todas las sectas judías. Además de este calendario luni-solar existía un calendario litúrgico diferente, correspondiente al
antiguo calendario sacerdotal de 364 días, más tarde sustituido en 167 a.C. por el calendario lunar babilónico de 350 días.
Además, también existía una disputa entre fariseos y saduceos (en concreto, los boetanos, es decir, los seguidores de la familia
de Simón Boeto, sumo sacerdote entre el 25 a.C. y el 4 d.C.). Estos últimos solían desplazar un día determinadas fechas del
calendario según el año, sobre todo cuando la Pascua caía en viernes o domingo. Sucedía, por ejemplo, que los saduceos (la
clase de los “sumos sacerdotes”) y las clases pudientes, si la Pascua caía en viernes, aplazaban un día el sacrificio del cordero
y la cena pascual (que eran el día anterior, jueves), mientras que todo el pueblo, que solía tomar como referencia a los fariseos,
se atenía al calendario fariseo, continuando con el sacrificio del cordero y la cena pascual el jueves.
En el año en que murió Jesús, la Pascua caía regularmente en viernes, a pesar de que Juan, tal vez siguiendo el antiguo
calendario sacerdotal, escribe que ese día era la Parasceve. Los sacerdotes mencionados en su Evangelio pospusieron un día la
cena de Pascua (ese viernes era Parasceve para ellos). Jesús y los discípulos, en cambio, parecen haber seguido el calendario
farisaico.
22
Giuseppe Ricciotti, Vita di Gesù Cristo, p. 177.
El crurifragio
La ruptura del corazón parece ser la causa del “grito agudo” emitido por Jesús moribundo. Por
otra parte, la salida de sangre y agua por el orificio causado por la lanza corresponde exactamente al
hemopericardio.
En los Evangelios leemos que, a diferencia de otros condenados a la crucifixión (que podían estar
colgados durante días), la agonía de Jesús no duró más que unas horas, de la hora sexta a la hora
novena, lo que concuerda con la pérdida masiva de sangre debida a la flagelación.
Sabemos por los Evangelios que, una vez muerto Jesús, se tuvo mucho cuidado en retirar su
cuerpo de la cruz. Para los otros dos condenados a la misma muerte ignominiosa, los ladrones, hubo la
misma prisa. Ese día era, como señala Juan, la “Parasceve”.
Jesús ya parecía estar muerto. Para comprobarlo, le abrieron el costado con una lanza,
atravesándole el corazón, del que salió sangre y agua (fenómeno del hemopericardio).
A los otros dos se les rompieron las piernas (el llamado crurifragium).
Muy importante, desde este punto de vista, fue, en 1968, el descubrimiento de restos humanos,
335 esqueletos de judíos del siglo I de nuestra era en una cueva de Giv’at ha-Mivtar, al norte de
Jerusalén.
Los análisis médicos y antropológicos realizados a los cadáveres revelaron que muchos habían
sufrido muertes violentas y traumáticas (presumiblemente crucificados durante el asedio del año 70
d.C.).
En un osario de piedra de la misma cueva, grabado con el nombre de Yohanan ben Hagkol,
estaban los restos de un joven de unos 30 años, con el talón derecho todavía unido al izquierdo por un
clavo de 18 centímetros de largo. Las piernas estaban fracturadas, una de ellas limpiamente rota, la
otra con los huesos destrozados: era la primera prueba documentada del uso del crurifragium. Se trata
de unos hallazgos óseos muy valiosos porque ilustran la técnica de crucifixión utilizada por los
romanos del siglo I, que, en este caso, consistía en atar o clavar las manos a la viga horizontal
(patibulum) y clavar los pies con un solo clavo de hierro y una clavija de madera en el poste vertical (se
encontró un trozo de madera de acacia entre la cabeza del clavo y los huesos del pie de Yohanan Ben
Hagkol, mientras que una astilla de madera de olivo, con la que se fabricó la cruz, estaba unida a la
punta).
EL ENTIERRO
El descubrimiento de Giv’at ha-Mivtar es de gran importancia y confirma que, a diferencia de lo
que ocurría en otras partes del Imperio Romano (algunos eruditos rechazaban, incluso
ideológicamente, el relato evangélico del entierro de Jesús, afirmando que los condenados a muerte
por crucifixión no eran enterrados, sino que se les dejaba pudrirse en la horca, expuestos a los pájaros
y a la intemperie), en Israel siempre se enterraba a los muertos, aunque fueran condenados a muerte
por crucifixión. Así lo afirmaba el erudito judío israelí David Flusser. Un precepto obligatorio, impuesto
por la ley religiosa (Deuteronomio 21, 22-23), exigía que fueran enterrados antes de la puesta del sol,
para no contaminar la tierra santa.
Existe consenso entre los arqueólogos sobre la ubicación de la crucifixión de Jesús en la roca del
Gólgota, hoy dentro del Santo Sepulcro, un lugar caracterizado por numerosas excavaciones que han
sacado a la luz tumbas excavadas allí y que datan de antes del año 70 d.C. Los Evangelios nos dicen
que Jesús fue enterrado en una tumba nueva, a poca distancia del lugar de la muerte.
Normalmente, el rito judío consistía en ungir y lavar el cadáver antes del entierro. Sin embargo,
en el caso de un condenado por muerte violenta, tanto para evitar tocar la sangre y el propio cadáver
(de acuerdo con las normas de pureza) como para que la propia sangre, símbolo de la vida, no se
dispersara, se envolvía el cuerpo en un σινδών, sindón, que no es una sábana, sino un rollo de tela de
varios metros de largo, como la Sábana Santa. Según la ley, además, había que enterrar, junto con el
cadáver, los terrones de tierra sobre los que había caído su sangre y, probablemente, los objetos que
lo habían tocado (como demostrarían también los últimos estudios sobre la Sábana Santa).
Es probable que, una vez que el cuerpo de Jesús hubo sido envuelto en el “sindón”, se atara aún
más (excluyendo la cabeza) con vendas fasce (ὀθόνια, othónia, en griego), perfumadas por dentro y
por fuera, no sin antes haberle aplicado dos sudarios (del griego σουδάριον, soudárion), uno dentro de
la mortaja (tela de la barbilla) y otro fuera. Todo esto fuera de la tumba, sobre la piedra de la unción.
La piedra, el interior de la tumba y los sudarios fueron ungidos con una mezcla de mirra y áloes de
unas cien libras (32,7 kg), que debía perfumar la tumba. El resto de la loción se vertía sobre los pañales
y el sindón, pero no sobre el cuerpo.
La función de las vendas y el sudario, colocados sobre la tela, era impedir la evaporación de la
mezcla aromática.
BANDAS Y VENDAS: ¿RESURRECCIÓN?
La traducción correcta del Evangelio de Juan (20, 5), cuando leemos que el apóstol joven “vio y
creyó” (εἶδεν καὶ ἐπίστευσεν, eiden kai episteuen, teniendo “eiden” también un significado intrínseco
de “darse cuenta”, “experimentar”) no es vendas y paños tendidos en el suelo, sino “vendas tendidas”,
incluso diríamos mejor “puestas” (en latín posita), “hundidas” (othónia kéimena).
El verbo kéimai se refiere a un objeto que yace bajo o desciende en contraposición a algo que
permanece erguido. La escena que se presenta al espectador que contempla la tumba vacía es la de
un Jesús como “evaporado” con respecto a la Sábana Santa, los pañales y el sudario, que Pedro vio,
según la traducción oficial, “no con vendas, sino doblado en un lugar aparte”.
Este sudario es el más externo, el segundo, colocado fuera de la Síndone, que estaba “ἀλλὰ
χωρὶς ἐντετυλιγμένον εἰς ἕνα τόπον”, allá chorís entetyligménon eis ena topon: la preposición eis
expresa un movimiento, mientras que ena no es el numeral “uno”, al igual que “topon” no significa
“posición”, sino que el conjunto expresa el endurecimiento del propio sudario, que permanecía
almidonado y levantado, no combado, sino “en una posición única”, es decir, de un modo extraño.
Esta situación particular se describe también en la escena final de la película “La Pasión”.
LA SÁBANA SANTA
La Sábana Santa es, sin dudas el textil más estudiado del mundo. Se trata de una tela de lino de
aproximadamente 3 metros de largo en la que está impresa la imagen de un hombre torturado,
crucificado y muerto.
En cuanto a la datación de la tela, ha habido varias controversias entre los científicos (según un
análisis realizado con el método del carbono 14, dataría de la Edad Media, pero este método fue
refutado posteriormente porque en esa época se produjo un incendio que habría alterado la tela).
Sin embargo, un estudio reciente, X-ray dating of a linen sample from the Shroud of Turin, la
data en la época de la Pasión de Cristo.
El hombre de la Sábana Santa muestra una rigidez cadavérica muy pronunciada, típica de las
muertes por traumatismo, asfixia, tortura y shock hipovolémico. Las rodillas del hombre están
parcialmente flexionadas, una posición compatible con el procedimiento de crucifixión que hemos
descrito antes. Las manos, por su parte, están cruzadas sobre la ingle y la derecha, en particular,
aparece fuera de eje con respecto a la izquierda, lo que sería compatible con la dislocación de un
hombro para estirar el brazo y clavarlo en una parte del stipes.
Es imposible reproducir en la naturaleza el fenómeno que imprimió la imagen del hombre en la
tela (similar a una oxidación, también conocida como “efecto corona”, fenómeno observable en el
famoso “fuego sagrado de Jerusalén”). Las imágenes se imprimen mediante proyección paralela
ortogonal (algo nunca visto en la naturaleza, comparable en cierto modo a la radiografía). En 1926, el
fotógrafo italiano Secondo Pia, al fotografiar por primera vez la Sábana Santa, se dio cuenta de que
tenía un positivo y un negativo.
Los estudios realizados a lo largo de más de un siglo han demostrado que el cuerpo contenido en
la tela no sufrió putrefacción (no hay rastros de ella), por lo que no pudo estar envuelto en ella más de
30 o 40 horas. Se encontraron rastros de sangre AB en al menos 372 heridas laceradas por la
flagelación, líneas sanguinolentas de lo que parece ser la huella dejada por una corona de espinas, así
como heridas infligidas por clavos.
Aún más desconcertante, de confirmarse por el resto de la comunidad científica, sería el muy
reciente estudio realizado por el italiano Giuseppe Maria Catalano, del Instituto Internacional de
Estudios Avanzados en Ciencias de la Representación Espacial de Palermo (Italia).
Este estudio se basa en análisis realizados mediante procedimientos de geometría proyectiva,
que es la geometría de la radiación de la energía, geometría descriptiva, y topografía y fotogrametría
de muy alta resolución, todas ellas técnicas utilizadas en arqueología y aplicadas no sólo en la Síndone,
sino también en el Sudario de Oviedo.
Según el científico, la tela, sobre la que se confirman todas las pruebas anteriores (como el rigor
mortis, las heridas atroces y mortales y la abundante hemorragia) presentaría varias imágenes
distintas y secuenciales que demostrarían que el hombre envuelto en la tela se habría movido tras la
muerte, atravesado por radiaciones que luego habrían impreso en el lino una secuencia de imágenes
superpuestas pero distintas. En la práctica, el cuerpo se movió, y con él los objetos visibles sobre él.
Los análisis fotográficos de muy alta resolución han permitido poner de relieve cómo los objetos,
y los mismos miembros del cuerpo del hombre de la Sábana Santa, se habrían impreso varias veces y
en diversas posiciones, como si estuvieran en movimiento en el momento de la altísima emisión de luz
que los imprimió (uñas, manos, etc.) en pocos segundos, como en un efecto estroboscópico, que, en
fotografía o cine modernos, es aquel fenómeno óptico que se produce cuando un cuerpo en
movimiento es iluminado intermitentemente.
En el propio cuerpo se habrían encontrado restos de objetos nunca observados en análisis
anteriores, tales como clavos; una banda lumbar que parecería compatible con un tejido utilizado para
bajar el cadáver de la cruz; un perizonium, un tipo de ropa interior utilizada en la antigüedad; cadenas;
las anillas de una cadena ornamental, a la altura de la cabeza, que podría haber servido para sujetar el
sudario a una almohadilla (perfectamente compatibles a las observadas en el Sudario de Oviedo);
restos de sarcopoterium spinosum, una planta espinosa típica de Oriente Próximo, que pudo utilizarse
para tejer una corona de espinas o tefillìn, pequeños estuches cuadrados provistos de cintas que los
hombres judíos se enrollaban alrededor de los brazos para rezar.
Los estudios más avanzados en el campo de la geometría también parecen demostrar que la
radiación que se produjo, y que imprimió las imágenes en el lienzo, habría durado sólo unos segundos
y, procedente de una fuente interna pero independiente, habría atravesado el propio cuerpo y emitido
partículas que habrían creado imágenes en el lienzo, imágenes de un cuerpo vivo y en movimiento.
Cualesquiera que sean los estudios actuales y futuros sobre la pasión, muerte y resurrección de
Jesús, lo que se desprende de la documentación ya disponible (arqueológica, histórica, tecnológica,
etc.) no deja de sorprender, porque la ciencia confirma una y otra vez lo que se describe en los
Evangelios.
Y aquí termina la historia de la vida del “Jesús histórico” y comienza la del “Cristo de la fe”, dado
que, como más tarde se lee en los Evangelios, después de tres días Jesús de Nazaret resucitó de entre
La sabana santa a la luz de la ciencia
los muertos, apareciendo primero a unas mujeres (algo inaudito, en ese momento en que el
testimonio de una mujer no valía nada), a su madre, a los discípulos y luego, antes de ascender al cielo
a la diestra de Dios, a más de quinientas personas, muchas de la cuales seguían con vida, especifica
Pablo de Tarso, en el momento en que (alrededor del 50) el mismo Pablo estaba escribiendo sus
cartas.
QUIÉN JESÚS DIJO QUE ERA: EL KERIGMA
La historia del “Jesús histórico” es la historia de un fracaso, al menos aparente: quizás, de hecho,
el mayor fracaso de la historia. A diferencia de otros personajes que han marcado el curso del tiempo y
han quedado grabados en la memoria de la posteridad, Jesús no hizo prácticamente nada excepcional,
desde un punto de vista puramente humano, o más bien macrohistórico: no dirigió ejércitos para
conquistar nuevos territorios, no derrotó hordas de enemigos, no acumuló cantidades de botines y
mujeres, esclavos y sirvientes, no escribió obras literarias, no pintó ni esculpió nada. Considerando,
entonces, la forma en que terminó su existencia terrena, en la burla, en el chasco, en la muerte
violenta y en el entierro anónimo, como lo hizo, por tanto, para citar a un amigo que me hizo
precisamente esta pregunta, ¿un “bandolero asesinado por los romanos” para convertirse en la piedra
angular de la historia? Pues, parece que lo que se dijo sobre él, que era “la piedra desechada por los
constructores, pero que ha venido a ser la piedra angular” (Hechos 4, 11), se ha hecho realidad. ¿No es
eso una paradoja?
Si, por lo contrario, consideramos el curso de los acontecimientos en su vida desde un punto de
vista “microhistórico”, es decir, en lo que respecta a la influencia que tuvo en las personas con las que
se cruzó, en aquellos a quienes habría sanado, conmovido, afectado, cambiado, entonces nos sale más
fácil creer en otra cosa que él mismo les habría dicho a sus seguidores: “haréis incluso cosas mayores”.
Fueron sus discípulos y apóstoles, pues, quienes iniciaron su obra misionera y difundieron su mensaje
por todo el mundo. Cuando Jesús estaba vivo, su mensaje, el “evangelio” (la buena noticia), no había
traspasado las fronteras de Palestina y, de hecho, por cómo terminó su existencia, también parecía
destinado a morir.
Sin embargo, una fuerza nueva e imparable, y a la vez pequeña y escondida, empezó a fermentar
como levadura de ese rinconcito de Oriente, de una manera, repito, completamente inexplicable,
dado que, como nos lo testimonia Pablo de Tarso, la dificultad en la propagación del evangelio no
radica solo en la paradoja que contiene, es decir, en proclamar – algo inaudito hasta ese momento –
bienaventurados los pequeños, los humildes, los niños y los ignorantes, sino también en tener que
identificar el evangelio mismo con una persona que había muerto en la más absoluta ignominia y que
luego afirmó haber resucitado. Pablo, de hecho, define este anuncio, la cruz, “para los judíos
ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura”, “porque los judíos piden señales, y los griegos
buscan sabiduría” (primera Carta a los Corintios 1, 21-22).
Como ya se mencionó, este no es el lugar para tratar este tema, ya que el objetivo de este
trabajo es simplemente una mirada al “Jesús histórico” y no al “Cristo de la fe”. Sin embargo, ya se
puede afirmar que uno no es comprensible sin el otro, por lo que solo proporcionaré algunas pistas
sobre lo que fue, de hecho, el punto focal del mensaje de Jesús de Nazaret, el corazón del evangelio
(εὐαγγέλιον, euanguélion, literalmente buena noticia, o buen anuncio), es decir el kerigma.
El término es de origen griego (κήρυγμα, del verbo κηρύσσω, kēryssō, que es gritar como un
pregonero, difundir un anuncio). Y el anuncio es este: la vida, muerte, resurrección y retorno glorioso
de Jesús de Nazaret, llamado Cristo, por obra del Espíritu Santo. Según los cristianos, esta obra
constituye una intervención directa de Dios en la historia: Dios que se encarna en un hombre, que se
rebaja hasta el nivel de las criaturas para elevarlas a la dignidad de hijos suyos, para liberarlos de la
esclavitud del pecado (una nueva Pascua) y de la muerte y para darles la vida eterna, en virtud del
sacrificio de su Hijo unigénito.
Este proceso en que Dios se rebaja hasta el hombre ha sido definido κένωσις (kénōsis), también
palabra griega que literalmente indica un “vaciamiento”: Dios se rebaja y se vacía, en la práctica
despojándose de sus propias prerrogativas y de sus propios atributos divinos para darlos, compartirlos
con el hombre, en un movimiento entre el cielo y la tierra que presupone, después del descenso,
también un ascenso, de la tierra al cielo: la théosis (θέοσις), la elevación de la naturaleza humana que
se vuelve divina porque, en la doctrina cristiana, el bautizado es el mismo Cristo23. De hecho, la
humillación de Dios conduce a la apoteosis del hombre.
CONDUCE A LA APOTEOSIS DEL HOMBRE.
El concepto de kerigma constituye, desde un punto de vista histórico, un dato fundamental para
comprender cómo, desde el comienzo del cristianismo, este anuncio y esta identificación de Jesús de
Nazaret con Dios estuvo presente en las palabras y escritos de sus discípulos y apóstoles,
constituyendo, entre otras cosas, el motivo mismo de su sentencia de muerte por parte de los
notables del judaísmo de la época. Sus huellas se encuentran, de hecho, no sólo en todos los
Evangelios, sino también y sobre todo en las cartas paulinas (cuya redacción es aún más antigua: la
primera Carta a los Tesalonicenses fue escrita en el 52 d.C.): en ellas, Pablo de Tarso escribe Pablo él
mismo cuenta haber aprendido previamente, es decir, que Jesús de Nazaret nació, murió y resucitó
por los pecados del mundo, según las escrituras.
No hay duda, por tanto, de que la identificación del “Jesús histórico” con el “Cristo de la fe” no
es en absoluto tardía, sino inmediata y derivada de las mismas palabras empleadas por Jesús de
Nazaret para definirse y atribuir a su persona las profecías e imágenes mesiánicas de toda la historia
del pueblo de Israel.
Otro aspecto interesante es el método, la pedagogía del Nazareno: él “educa”
(etimológicamente el término latino educĕre presupone conducir de un lugar a otro y, por extensión,
sacar algo fuera), y lo hace como un excelente maestro, pues se indica a si mismo como ejemplo a
seguir. De hecho, desde el análisis de sus palabras, sus gestos, sus actos, Jesús parece casi no querer
solo realizar una obra por sí mismo, sino desear que quienes deciden seguirlo lo hagan con él,
aprendan a actuar como él, lo sigan en el ascenso hacia Dios, en un diálogo constante que se concreta
en los símbolos utilizados, en los lugares, en los contenidos de las escrituras. Casi parece querer decir,
y de hecho lo dice: “¡Aprended de mí!”. La frase que acabamos de citar está contenida, entre otras
cosas, en un pasaje del evangelio de Mateo en el que Jesús invita a sus seguidores a ser como él en
mansedumbre y humildad (cap. 11, 29).
En mansedumbre, en humildad, en no reaccionar con violencia o falta de respeto, su figura sigue
siendo coherente también desde un punto de vista literario, no sólo intelectual: firme, constante hasta
la muerte, nunca en contradicción. Jesús les enseña a sus seguidores no solo a no matar, sino a dar la
vida por los demás; no solo a no robar, sino a desvestirse para los demás; no solo a amar a los amigos,
sino también a los enemigos; no solo a ser buenas personas, sino a ser perfectos como Dios. Y al
hacerlo, no indica un modelo abstracto, alguien que está lejos en el tiempo y en el espacio o una
divinidad perdida en los cielos: se señala a sí mismo. Él dice: “¡Haced como yo!”.
Curiosamente, su peregrinar por la tierra de Israel también parece ser una expresión de su
misión que comienza, con el bautismo en el río Jordán por Juan el Bautista, en el punto más bajo de la
23
En la prefación del Libro V de la obra Adversus haereses (Contra las herejías), San Ireneo de Lyón habla de “Jesucristo que,
a causa de su amor superabundante, se convirtió en lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que él es”.
Tierra (las orillas del Jordán alrededor de Jericó) y culmina en ese que se consideraba, en el imaginario
colectivo del pueblo judío, el punto más alto: Jerusalén. Jesús desciende, como el Jordán (cuyo nombre
hebreo ‫ירדן‬, Yardén, significa “el que desciende”) hacia el Mar Muerto, un lugar desierto, despojado y
bajo, para conducir hacia arriba, donde habría sido “levantado de la tierra” y “atraído a todos hacia sí
mismo” (Juan 12:32), pero en un sentido completamente diferente al que uno hubiera esperado de él.
Es una peregrinación que encuentra su significado en la idea misma de la peregrinación judía a la
Ciudad Santa, que se realizaba en las principales fiestas cantando los “cánticos de las ascensiones”
mientras se ascendía desde el llano de Esdrelón o, más frecuentemente, desde el camino de Jericó a
los montes de Judea. Por extensión, esta idea de peregrinación, de “ascensión”, se puede encontrar en
el concepto moderno de ‫‘( עלייה‬aliyah) emigración o peregrinaje a Israel de judíos (pero también
cristianos) que van a Tierra santa para visitar el país o quedarse a vivir allí (y se definen a sí mismos
‫עולים‬, ‘ōlīm – de la misma raíz ‘al – es decir, “los que ascienden”). De hecho, el nombre de la aerolínea
israelí El Al (‫)אל על‬, significa “hacia lo alto” (y con un doble significado: alto es el cielo, pero “alta”
también es la Tierra de Israel y Jerusalén en particular).
Finalmente, el vuelco de la idea misma de “dominador del mundo”, que esperaban sus
contemporáneos, tiene lugar en el llamado Sermón de la Montaña, el discurso programático de la
misión de Jesús de Nazaret: son bienaventurados, y por tanto felices, no los ricos, sino los pobres de
espíritu; no los fuertes, sino los débiles; no los poderosos, sino los humildes; no los que hacen la
guerra, sino los buscan la paz.
Y luego, por último, pero no menos importante, el gran mensaje de consuelo a la humanidad: Dios
es padre: no un padre colectivo, en el sentido de protector de tal o cual pueblo contra otros, sino un
padre tierno, un “papá” (Jesús lo llama así en arameo: ‫אבא‬, abba) para cada hombre, como lo explica
muy bien el biblista Jean Carmignac24:
Para Jesús, Dios es esencialmente Padre, así como es Amor (1 Juan 4, 8).
Jesús es ante todo el “Hijo” de Dios de una manera que nadie podría haber imaginado antes de él,
por lo que Dios es para él “el Padre” en el sentido más estricto del término. Esta paternidad del Padre
y esta filiación del Hijo implican también la participación de la única naturaleza divina. [---]
Este tema ocupa un lugar tan central en la predicación de Jesús que la encarnación del Hijo tiene
como finalidad dar a los hombres “el poder de ser hijos de Dios” (Jn 1, 12) y que su mensaje podría
definirse como un revelación del Padre (Juan 1, 18), para enseñar a los hombres que son hijos de Dios
(1 Juan 3, 1). Esta verdad asume, por boca de Jesús, tal importancia que se convierte en la base de su
enseñanza: las buenas obras tienen como finalidad la gloria del Padre (Mateo 5, 16), cada uno perdona
a los demás como el Padre lo perdona a él (Mateo 6, 14-15; Marcos 11: 25-26), la entrada al reino de
los cielos está reservada para quienes hacen la voluntad del Padre (Mateo 7, 21), la plenitud de la vida
moral consiste en ser misericordiosos como el Padre es misericordioso (Lucas 6, 36) y perfecto como el
Padre es perfecto (Mateo 5, 48). [---]
24
Jean Carmignac, Ascoltando il Padre Nostro. La preghiera del Signore come può averla pronunciata Gesù, Amazon
Publishing, 2020, pag. 10. Traduzione dal francese e adattamento in italiano di Gerardo Ferrara.
De esta paternidad de Dios se deriva una consecuencia evidente: teniendo el mismo “Padre”, los
hombres son en realidad hermanos que deben amarse y tratarse como tales. Hay un principio
fundamental que inspira toda la moral y toda la espiritualidad del cristianismo y que el Evangelio ya se
había encargado de anunciar explícitamente: “Todos vosotros sois hermanos [---] porque uno es
vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mateo 23, 8-9).
Las ruinas de Herodión, una de las fortalezas de Herodes el Grande
HISTORICIDAD DE JESÚS DE NAZARET Y
DE LOS EVANGELIOS
Fuentes y metodología de la investigación para el estudio de la figura histórica de Jesús de
Nazaret y de los documentos que se refieren a él, evangélicos y extraevangélicos.
Por Gerardo Ferrara
El enfoque del “Jesús histórico”
La investigación histórica sobre Jesús de Nazaret se divide generalmente en tres fases:
Primera búsqueda (First Quest o Old Quest), inaugurada por Hermann Samuel Reimarus (16941768) y cuyo principal exponente fue el francés Ernest Renan (es famosa su Vida de Jesús).
Segunda búsqueda (New Quest o Second Quest), iniciada, de hecho, por el célebre Albert
Schweitzer (1875-1975), el primero en señalar los límites de la Primera Búsqueda, pero oficialmente
en 1953 por el teólogo luterano alemán Ernst Käsemann (1906-1998), alumno de Rudolf Bultmann
(1884-1976), en respuesta a este último, quien, como principal exponente de un período conocido
como No Quest (ninguna búsqueda), argumentaba que no es necesario, para un cristiano, recurrir a la
investigación histórica sobre Jesús de Nazaret, ya que la fe sola tiene que ser suficiente para creer.
Tercera Búsqueda (Third Quest), la que prevalece hoy en día. Incluye investigadores como David
Flusser (1917-2000), autor de escritos fundamentales sobre el judaísmo antiguo y convencido, como
muchos otros judíos israelíes contemporáneos, de que los Evangelios y los escritos paulinos
representan, junto con los rollos de Qumrán, la fuente más rica y más confiable para el estudio del
judaísmo en el Segundo Templo, ya que otros materiales se perdieron por completo con las grandes
catástrofes de las tres guerras judías (entre 70 y 132 d.C.).
La llamada Primera Búsqueda, en definitiva, se caracteriza por la negación sistemática e
ideológica, según los criterios de la Ilustración racionalista, de todos los hechos milagrosos y
prodigiosos relacionados con la figura de Jesús, sin cuestionar su existencia como hombre y como
figura histórica, pero pronto choca con los límites derivados de su propio ideologismo, como destaca
Albert Schweitzer. Ninguno de los protagonistas de esta fase de investigación, sin embargo, ha
prestado nunca atención al contexto histórico y a las fuentes arqueológicas, aunque el propio Renan
se refirió románticamente a Palestina como un “quinto evangelio”.
La Segunda, por su parte, se caracteriza por la admisión de la necesidad de no rechazar
tajantemente al “Cristo de la fe”, como sucedió en la fase anterior, sino de tener en cuenta todo el
material recibido sobre Jesús de Nazaret, incluyendo los acontecimientos prodigiosos, de forma crítica
y no a priori.
Lo mismo ocurre, y más aún, con la Tercera, cuyos exponentes se centran más en el contexto
histórico, religioso y cultural de la Judea de la época, que en las últimas décadas se ha hecho más
conocida gracias a los hallazgos de los manuscritos de Qumrán (1947) y los sensacionales
descubrimientos arqueológicos.
Las fuentes
Podemos agrupar las fuentes que nos proporcionan información sobre Jesús de Nazaret en tres
tipos, que vamos a analizar:
Fuentes no evangélicas: por un lado, las fuentes no cristianas; por otro lado, las fuentes cristianas
(a su vez divididas en: apócrifas, es decir, los Evangelios apócrifos, no canónicas, es decir los Ágrafa y
los Logia; canónicas, es decir, las Cartas Paulinas, los Hechos de los Apóstoles y otros documentos
canónicos);
Fuentes evangélicas: los cuatro evangelios canónicos;
Fuentes arqueológicas;
Fuentes no evangélicas: documentos históricos no cristianos
Entre estas fuentes hay referencias a Jesús o, sobre todo, a sus seguidores. Son obra de autores
antiguos no cristianos como Tácito, Suetonio, Plinio el Joven, Luciano de Samosata, Marco Aurelio,
Minucio Félix. Las alusiones a Jesús de Nazaret también se leen en el Talmud de Babilonia. La
información proporcionada por estas fuentes no es particularmente útil, ya que no brindan
información detallada sobre Jesús. A veces, en efecto, queriendo restarle importancia o legitimidad a
él y al culto que él engendró, se refieren a Jesús de manera imprecisa y calumniosa, hablando de él,
por ejemplo, como del hijo de una peluquera, o de un mago, o incluso de cierto Pantera, una
transcripción errónea, y en consecuencia una interpretación, de la palabra griega parthenos, virgen, ya
utilizada por los primeros cristianos en referencia a la persona de Cristo.
Los documentos históricos no cristianos, sin embargo, ya permiten confirmar la existencia de
Jesús de Nazaret, aunque a través de información fragmentaria. El más antiguo y detallado, entre ellos,
es el famoso Testimonium Flavianum25, del autor judío Flavio Josefo, del siglo I d.C.
El pasaje en cuestión se encuentra dentro de la obra Antigüedades judías (XVIII, 63-64). Hasta
1971 circulaba una versión que se refería a Jesús de Nazaret con términos considerados
excesivamente sensacionalistas y devotos para un judío practicante como Josefo. En efecto, se
25 Flavio Josefo (alrededor del 37-alrededor del 100) fue un escritor e historiador judío, que se convirtió en consejero del
emperador Vespasiano y de su hijo Tito. En sus Antigüedades judías, también menciona a Jesús ya los cristianos. En un pasaje
(XX, 19) describe la lapidación del apóstol Santiago (que era el jefe de la comunidad cristiana de Jerusalén): “Ananías [—]
convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio [—] y llamó a juicio al hermano de Jesús, quien era llamado Cristo,
cuyo nombre era Jacobo, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser
apedreados”, descripción que concuerda con la relatada por el apóstol Pablo en la carta a los Gálatas (1, 19). En otro pasaje
(XCIII, 116 -119) el historiador apunta a la figura de Juan Bautista.
sospechaba (aunque varios historiadores no comparten esta opinión) que la traducción griega
conocida hasta entonces había sido objeto de interpolación por parte de los cristianos. En 1971, sin
embargo, el profesor Shlomo Pinés (1908-1990), de la Universidad Hebrea de Jerusalén, publicó una
traducción diferente, de acuerdo con lo que encontró en un manuscrito árabe del siglo X, la Historia
Universal de Agapio (fallecido en 941). Se trata de un texto considerado más fiable que el griego
transmitido hasta ese momento, dado que en él no se identifican posibles interpolaciones, tanto que
es universalmente considerado, hasta la fecha, el testimonio más antiguo sobre Jesús de Nazaret
dentro de una fuente no cristiana.
Se lee en el pasaje:
En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado
virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos
en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su
crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado
maravillas.
Otro testimonio importante es el del pagano Tácito, quien en sus Anales (alrededor del año 117
d.C.), tratando de Nerón y del incendio de Roma en el 64 d.C., relata que el emperador, para despistar
los rumores que le acusaban de ser el culpable del desastre que había destruido casi totalmente la
capital del Imperio, le había echado la culpa a los cristianos, entonces conocidos por el pueblo como
crestianos:
El autor de esta denominación, Cristo, bajo el imperio de Tiberio fue condenado a muerte por el
procurador Poncio Pilato; sin embargo, reprimida por el momento, la superstición inicial volvió a
estallar, no sólo para Judea, origen de aquel mal, sino también para la Urbe, donde confluyen y se
exaltan todas las cosas atroces y vergonzosas (Anales, XV, 44) .
Fuentes no evangélicas: documentos históricos no cristianos
Àgrafa y Lògia
Los Ágrafa, es decir, “no escritos”, son dichos breves o aforismos atribuidos a Jesús y que, sin
embargo, han sido transmitidos fuera de la Sagrada Escritura (Grafé) en general o de los Evangelios en
particular.
Algo parecido se puede decir sobre los Logia (dichos), que también son oraciones cortas
atribuidas al Nazareno, en esto completamente similares a los Ágrafa, excepto por el hecho de que
estos últimos se encuentran más típicamente en obras de los Padres de la Iglesia26 o en ciertos
26
La expresión “Padres de la Iglesia” se refiere, ya desde el siglo V d.C., a los principales autores cristianos, cuya enseñanza y
doctrina aún se consideran fundamentales para la doctrina de la Iglesia y cuyos escritos forman la llamada literatura patrística.
Entre los más importantes, también considerados santos y doctores de la Iglesia: Atanasio de Alejandría, Basilio el Grande,
Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo, Ambrosio de Milán, Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Juan
Damasceno
códices particulares del Nuevo Testamento, mientras que los Logia están contenidos principalmente
en fragmentos de papiros antiguos descubiertos más recientemente, especialmente en Egipto27.
Los Evangelios apócrifos
Por Evangelios apócrifos (término que deriva del griego e indica algo que ocultar o que está
reservado a unos pocos y, por extensión, obra de la que el autor no está seguro) entendemos aquellos
numerosos (alrededor de quince) y heterogéneos sobre Jesús de Nazaret que no son aceptados en el
canon bíblico cristiano por varias razones: son obras tardías en comparación con los Evangelios
canónicos (un siglo de diferencia, donde para los Evangelios canónicos hablamos de una redacción que
data de la segunda mitad del siglo I d.C.); tienen una forma textual distinta de la de los canónicos (esta
última caracterizada por una organicidad expresiva y lingüística y un estilo sencillo y libre de efectismo,
en contraste con el aura legendaria y fabulosa de los apócrifos); su intención a menudo es de
transmitir doctrinas en contraste con las oficiales (por ejemplo, a veces se trata de documentos
gnósticos, construidos “artísticamente” para difundir nuevas posiciones doctrinarias y justificar
posiciones políticas y religiosas de individuos o grupos).
Hay que decir que la fiabilidad de estos documentos no ha sido excluida y descartada en su
totalidad (hay en ellos, por ejemplo en el Protoevangelio de Santiago, relatos y tradiciones de la
infancia de Jesús, de la vida de María o de apóstoles particulares que entraron en el imaginario
popular cristiano) y que estos son capaces de ofrecer un panorama religioso y cultural del entorno del
siglo II d.C. Sin embargo, las contradicciones contenidas en ellos, la disconformidad con los textos
considerados oficiales, así como las evidentes deficiencias en materia de doctrina, veracidad e
independencia de juicio no permiten atribuirles autoridad desde el punto de vista histórico, como
también ocurre con los Ágrafa y los Logia.
Ejemplos de Ágrafa son la frase atribuida a Jesús por Pablo (en Hch 20,35): “Más bienaventurado es dar que recibir” (que no
se encuentra en ninguno de los Evangelios) o la que Clemente Romano atribuye al Nazareno en su primera Carta a los
Corintios (cap. 13): “Como hagáis, así se os hará; como deis, así se os dará; como juzguéis, así seréis juzgados; como seréis
bondadosos, así se os será bondadosos”. De los Logia, en cambio, hay sentencias como las recogidas en documentos antiguos,
especialmente papiros, como los de Oxirrinco (serie de papiros datados entre los siglos I y VI d.C., hallados en Oxirrinco,
Egipto, entre el siglo XIX y y los siglos XX, con fragmentos de autores antiguos, como Homero, Euclides, Tito Livio, etc. y
también de manuscritos cristianos, canónicos y no canónicos), por ejemplo: “[Jesús dice:] … y luego verás bien para sacar la
paja que está en el ojo de tu hermano” (cf. Mateo 7, 5; Lucas 6, 42).
27
Papiro de Oxirrinco nº 655 con el Evangelio apócrifo de Tomás
Documentos cristianos canónicos
Cartas Paulinas y Hechos de los Apóstoles
Las Cartas Paulinas, o Cartas de San Pablo Apóstol, son parte del Nuevo Testamento. Fueron
escritas entre el 51 y el 66 por Pablo de Tarso, más conocido como San Pablo, definido como el
Apóstol de los gentiles porque con él la predicación cristiana traspasó las fronteras de Asia occidental.
Nunca conoció personalmente a Jesús, pero sus escritos representan los documentos más antiguos
sobre el Nazareno, además de establecer sin lugar a dudas que el kerygma, es decir el anuncio sobre la
identidad de Jesús como hijo de Dios nacido, muerto y resucitado según las Escrituras, ya estaba fijado
menos de veinte años después de su muerte en la cruz.
Se puede encontrar más información en otros escritos del Nuevo Testamento, especialmente en
los Hechos de los Apóstoles. Estos últimos son una crónica de las hazañas de los apóstoles de Jesús de
Nazaret tras su muerte, con especial atención a Pedro y Pablo de Tarso. La autoría de esta obra se
atribuye al autor de uno de los evangelios sinópticos, Lucas (o Lucano) y, con toda probabilidad, fueron
escritos entre el 55 y el 61 d.C. (la narración termina abruptamente, de hecho, con la primera parte de
la vida y el encarcelamiento de Pablo en Roma, no con su muerte, que se produjo unos años después).
Si analizamos los Hechos de los Apóstoles y las Cartas Paulinas, es posible extrapolar una biografía
de Jesús de Nazaret fuera de los Evangelios y constatar cómo, aunque carente de detalles, es sí
totalmente coherente con lo narrado por los propios Evangelios.
De hecho, podemos deducir de los escritos en cuestión que Jesús: no era una entidad angélica,
sino “un hombre” (Romanos 5, 15); “nacido de mujer” (Gálatas 4, 4); descendiente de Abraham
(Gálatas 3, 16) por la tribu de Judá (Hebreos 7, 14) y por la casa de David (Romanos 1, 3); su madre se
llamaba María (Hechos 1, 14); a él se lee llamaba nazareno (Hechos 2, 22 y 10, 38) y tenía
“hermanos28” (1 Corintios 9, 5; Hechos 1, 14), uno de los cuales se llamaba Santiago (Gálatas 1, 19);
era pobre (2 Corintios 8, 9), dulce y manso (2 Corintios 10, 1); recibió el bautismo de Juan el Bautista
Este término constituye un “semitismo”. Por semitismo entendemos la traducción en griego -y, en consecuencia, en
traducciones posteriores, del latín en adelante- de una palabra o expresión semítica, o, más que la traducción, un molde real. A
través del estudio de los Evangelios, en efecto, y de los sinópticos en particular (Marcos, Mateo, Lucas) es posible identificar
un sustrato semítico (hebreo o arameo) que luego se traduce a un griego que sigue servilmente su estructura gramatical,
sintáctica, y de pensamiento. Básicamente, según informan varios estudiosos de la Biblia, los evangelios sinópticos (y más
concretamente los de Marcos y Mateo) serían obras en hebreo o arameo pero con palabras griegas. En el caso del término
“hermano”, el griego αδελφός (adelphós) traduce el hebreo y el arameo ‫( אָ ח‬aḥ), con lo cual, sin embargo, en el sentido
semítico, no solo entendemos a los “hermanos” bilaterales (hijos del mismo padre y de la misma madre), sino también a
aquellos “unilaterales”, a los primos, a los parientes en general así como a los miembros del mismo clan o tribu, o incluso del
mismo pueblo. Baste decir que ni siquiera en el hebreo moderno existe un término para definir a un primo: simplemente se le
llama “hijo del tío”. Un fenómeno similar ocurre, por ejemplo, con el término “hijo”, en griego υιός (hyiós), que se traduce del
hebreo ‫( בֵּ ן‬ben) y del arameo ‫( בר‬bar), donde esta palabra significa no sólo hijo de un padre o madre, sino también miembro de
una tribu, de un pueblo, de una nación, de una religión (hijo de Abraham, de Benjamín, de Israel, etc.) o incluso de una
condición, de un carácter y personalidad característicos (como en el caso de Santiago de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes
-como leemos en Marcos 3, 17- Jesús puso el sobrenombre de Boanerges (Βοανηργες), “hijos del trueno”, para resaltar su
impetuosidad. Según los estudiosos de la Biblia, esta expresión podría derivar del arameo ‫( בני רגיש‬bené ragàsh o ragìsh) o del
hebreo -y también arameo- ‫( בני רעם‬bené ra‛am). Ambos significan, precisamente, “hijos del trueno” o “hijos de la tormenta”.
En los alfabetos hebreo y arameo, de hecho , las letras utilizadas para ambos términos, especialmente para algunas escrutiras
como aquella típica de Qumrán, son bastante similares, lo que puede dar lugar a errores de lectura y transcripción
28
(Hechos 1, 22); reunió discípulos con los que vivió en constante relación y cercanía (Hechos 1, 21-22);
doce de ellos fueron llamados “apóstoles”, y a este grupo pertenecían, entre otros, Cefas, a saber,
Pedro, y Juan (1 Corintios 9, 5; 15, 5-7; Hechos 1, 13. 26); en el curso de su vida hizo muchos milagros
(Hechos 2, 22) y pasó beneficiando y curando a muchas personas (Hechos 10, 38); una vez se apareció
a sus discípulos gloriosamente transfigurado (2 Pedro 1, 16-18); fue traicionado por Judas (Hechos 1,
16-19); en la noche de la traición instituyó la Eucaristía (1 Corintios 11, 23-25), agonizó orando
(Hebreos 5, 7), fue ultrajado (Romanos 15, 3) y preferido a un homicida (Hechos 3, 14); padeció bajo
Herodes y Poncio Pilato (1 Timoteo 6, 13; Hechos 3, 13; 4, 27; 13, 28); fue crucificado (Gálatas 3, 1; 1
Corintios 1, 13. 23; 2, 2; Hechos 2, 36; 4, 10) fuera de la puerta de la ciudad (Hebreos 13, 12); fue
sepultado (1 Corintios, 15, 4; Hechos 2, 29; 13, 29); resucitó de entre los muertos al tercer día (1
Corintios 15, 4; Hechos 10, 40); luego se apareció a muchos (1 Corintios, 15, 5-8; Hechos 1, 3; 10, 41;
13, 31) y ascendió al cielo (Romanos 8, 34; Hechos 1, 2. 9-10; 2, 33-34).
Si comparamos esta restringida biografía extraevangélica de Jesús con la más amplia que ofrecen
los Evangelios, podemos deducir que en el cristianismo de las primeras generaciones circulaba
información unívoca sobre la figura del Nazareno, tanto más si tenemos en cuenta que la los
documentos en cuestión, aunque todos convergieran en el Nuevo Testamento, han sido escritos por
autores distantes e independientes entre sí en el tiempo y el espacio.
Los Evangelios
Hay cuatro Evangelios canónicos (es decir, que caen dentro del canon bíblico oficial de las Iglesias
cristianas y a los cuales incluso los investigadores no cristianos reconocen hoy autoridad y autenticidad
históricas) son cuatro: “según” Mateo, Marcos, Lucas (estos tres primeros evangelios también se
llaman sinópticos29) y Juan.
El término “evangelio” deriva del griego εὐαγγέλιον (euangèlion), latinizado en evangelium y tiene
diferentes significados.
Por un lado, en la literatura griega clásica, indica todo lo relacionado con la buena noticia, es
decir: la buena noticia misma; un regalo dado al mensajero que lo trae; el sacrificio votivo por la
divinidad como agradecimiento por la buena noticia.
29
Se llaman así porque muchas historias sobre Jesús se presentan con casi las mismas palabras, lo cual es evidente si se
comparan tanto en la versión griega original como en los idiomas actuales y que permite leer mucha parte de ellos “de un
vistazo” (sinopsis).
Papiro Ryland P52 que contiene fragmentos del Evangelio de Juan (entre 100 y 120 d.C.)
En un sentido cristiano, sin embargo, indica la buena nueva sin más y siempre tiene que ver con
Jesús de Nazaret. Puede ser, de hecho:
Evangelio de Jesús, que es la buena noticia que nos transmiten los apóstoles sobre la obra y
enseñanza del Nazareno, pero sobre todo de su resurrección y vida eterna (y, en este sentido, se
extiende también a los documentos que hoy conocemos como el evangelios);
Evangelio por Jesús, que es la buena noticia traída, esta vez, por el mismo Jesús, es decir el Reino
de Dios y el cumplimiento de la espera mesiánica;
Evangelio-Jesús, en este caso la persona de Jesús, dada por Dios a la humanidad.
Formación de los Evangelios
En los primeros años después de la muerte del Nazareno, el “evangelio” (esta palabra ya incluía
los tres significados enumerados anteriormente) se transmitía en forma de catequesis, término que
deriva del griego κατήχησις, katejesis30. Jesús mismo no había dejado nada escrito, como los otros
grandes maestros judíos de su tiempo, la época llamada “mishnaica” (alrededor del 10 al 220 d.C.),
conocidos como Tannaìm31, quienes que transmitían oralmente la Ley escrita y la tradición que se iba
formando, de maestro al estudiante, a través de la repetición constante de pasajes de la Escritura,
parábolas, frases y sentencias (midrashím, plural de midrash) construidas de manera poética y a veces
en forma de cantilación32, utilizando a menudo figuras retóricas como la aliteración, para favorecer la
asimilación mnemotécnica de lo declamado.
Sin embargo, la amplia “resonancia” ecuménica suscitada por esta “buena noticia” motivó a la
Iglesia naciente a querer poner por escrito, para luego traducirlo a la lengua culta y universal de la
época (el griego) el anuncio de la vida y obra de Jesús de Nazaret. De hecho, sabemos que, ya en los
años 50 del siglo I, circulaban numerosos escritos que contenían el “evangelio” (Lucas 1, 1-4). El
desarrollo de un Nuevo Testamento33 escrito, sin embargo, no excluyó la continuación de la actividad
catequética oral. En efecto, se puede decir que el anuncio continuó, con ambos medios, al mismo
paso34.
También en la misma década del primer siglo d.C., el infatigable Pablo les da a conocer a los
Corintios (en su segunda Carta que escribe a esta comunidad) de que hay un hermano (y no cualquier
hermano, sino “el” hermano) alabado en todas las Iglesias por el Evangelio que había escrito. No hay
duda de que estaba hablando de Lucas, ya que era el hermano que más cerca había estado de él en
sus viajes, tanto que había narrado sus hazañas en los Hechos de los Apóstoles.
Esto confirmaría lo que surge de los estudios más recientes sobre los Evangelios, realizados por
estudiosos de la Biblia como Jean Carmignac35 (1914-1986) y John Wenham (1913-1996), es decir, la
Del verbo κατηχήω, katejeo, compuesto por la preposición κατά, katá, y el substantivo ηχώ, ejo, es decir “eco”. El
significado de este verbo es: “resonar”, “hacer eco”.
31
La raíz tanná (‫ )תנא‬es el equivalente arameo del hebreo shanah (‫)שנה‬, que es la raíz de la palabra Mishnah (el Talmud, junto
con la Mishnah y el Tanakh, es un texto sagrado de la ley judía. El Talmud y la Mishnah son textos exegéticos que recogen las
enseñanzas de miles de rabinos y eruditos hasta el siglo IV d.C.). El verbo shanah (hebreo: ‫ )שנה‬significa literalmente “repetir
[lo que se enseña]” y se usa para significar “aprender”. Los Tannaím operaron especialmente bajo la ocupación del Imperio
Romano.
32
Tenemos un ejemplo de ello en el Corán.
33
En la segunda Carta a los Corintios, fechada aproximadamente en el año 54 d.C., Pablo habla de la “lectura de la Antigua
Alianza”, o Testamento, así como de una Nueva Alianza ya no según la letra, como la antigua, sino según el espíritu, que ya no
está grabada en las tablas, sino en el corazón.
34
A este respecto, es interesante la reflexión de Francisco de Sales, santo y doctor de la Iglesia católica: “En primer lugar, toda
doctrina cristiana es ella misma Tradición. De hecho, el autor de la doctrina cristiana es Cristo Nuestro Señor en persona, quien
no escribió nada, sino algunas letras mientras perdonaba los pecados de la mujer adúltera. [—] A fortiori, Cristo no mandó
escribir. Por eso, no llamó a su doctrina “Eugrafia”, sino Evangelio, y esta doctrina mandó transmitirla sobre todo a través de la
predicación, y de hecho nunca dijo: escribid el Evangelio a toda criatura; dijo, en cambio: predicad. La fe, por tanto, no viene
de leer, sino de escuchar”. En: Sermones, 1 marzo 1617, VIII.
35
Sacerdote católico y biblista francés, fue un gran exégeta y traductor de los Manuscritos del Mar Muerto, de cuyo idioma fue
uno de los mayores expertos mundiales. Gracias a los conocimientos adquiridos sobre el tema, se dio cuenta de que el griego
de los evangelios sinópticos trazaba de manera impresionante el tipo de hebreo utilizado en los rollos de Qumrán (hasta 1947
se creía que el idioma hebreo en Palestina estaba extinto en tiempos de Jesús, mientras que el descubrimiento de cientos de
manuscritos en las cuevas alrededor del Mar Muerto confirmó que el hebreo, por otro lado, todavía estaba en uso, al menos
como una lengua “culta”, al menos hasta el final de la Tercera Guerra Judía, en 135 d.C. ). Sobre la base de un profundo
estudio lingüístico de estos Evangelios, que duró veinte años, se convirtió en partidario de su redacción primitiva en el idioma
30
necesidad de retrotraer los cuatro textos considerados sagrados por los cristianos por unas décadas en
comparación con lo que se creía ser su fecha de composición hasta el siglo pasado.
Aunque no se puede afirmar nada definitivo con respecto a la fecha exacta de composición de los
cuatro Evangelios, según la mayoría de los expertos estos escritos datan de la segunda mitad del siglo
I, es decir cuando aún vivían muchos de los testigos presenciales de los hechos narrados. Se basarían,
sin embargo, en fuentes aún más antiguas, como la llamada fuente Q (del alemán quelle, “fuente”), de
la que Lucas y Mateo habrían extraído mucha información y que varios estudiosos identifican con una
redacción más antigua de Marcos, y en los lógia kyriaká (dichos de / sobre el Señor).
A continuación, se presenta un esquema que informa, de manera no exhaustiva, el estado de la
investigación en torno a los evangelios canónicos:
Marcos. Este es el Evangelio más antiguo (cuya redacción se sitúa entre el 45 y el 65 dC) y que
sería la base de la triple tradición sinóptica. Según los estudiosos, deriva de la predicación del mismo
Pedro, en Palestina, pero sobre todo en Roma. Jean Carmignac cree que este Evangelio fue escrito, o
dictado, por el mismo Pedro, en hebreo (o arameo) alrededor del año 42 y que luego fue traducido al
griego (como lo escribió Papías de Hierápolis36en su obra Exégesis de los Lògia Kyriakà) por Marcos,
el hermeneutés (traductor), alrededor del 45 (como también afirma J. W. Wenham) o, como mucho,
del 55.
Mateo. La redacción de este Evangelio se sitúa hacia el año 70 u 80 d.C. Sería el resultado de una
colección de discursos en hebreo (lógia), recopilada y utilizada por el apóstol Mateo entre el 33 y el 42
d.C. durante su actividad evangelizadora entre los judíos de Palestina (la misma fuente Q también
utilizada por Lucas) y completada, según Carmignac, no hacia el 70, sino hacia el 5037.
Lucas. Según muchos investigadores, este Evangelio también fue escrito alrededor del año 70 u
80. Se cree ampliamente que el de Lucas sería el Evangelio compilado con mayor precisión, desde un
punto de vista histórico, y se basaría en la fuente Q (también utilizada por Mateo y que consistiría, en
opinión de varios historiadores y biblistas, en la versión más antigua del Evangelio de Marcos),
complementado con investigaciones personales realizadas en el campo (como afirma el propio autor
en el Prólogo). Carmignac cree que la edición de Lucas se remonta al 58-60, o incluso poco después del
50 (hipótesis apoyada por Wenham y otros).
hebreo, en lugar del griego en el que nos han llegado y, por lo tanto, de su datación hacia el año 50. Carmignac presentó esta
tesis en la obra La naissance des Évangile synoptiques, publicada en español con el título El nacimiento de los Evangelios
sinópticos.
36
En Exégesis de la Lògia kiriakà, de la que Eusebio de Cesarea cita algunos extractos en la Historia Eclesiástica (Libro III,
cap. 39), escribe Papías: “Marcos, que fue el hermeneutés [traductor] de Pedro, escribió exactamente, pero sin embargo sin
orden , todo lo que recordaba, de lo que el Señor había dicho o hecho. Porque no había escuchado ni acompañado al Señor
pero, después, como ya he dicho, acompañó a Pedro”. Tenemos noticias similares de Clemente de Alejandría, Orígenes, Irineo
de Lyon y el mismo Eusebio de Cesarea.
37
Información confirmada por Papías (obra citada): “Mateo, por lo tanto, reúne los logia en el idioma hebreo, y cada uno
los hermeneuse [tradujo] como pudo”. Incluso Ireneo de Lyon (discípulo de Policarpo de Esmirna, discípulo, a su vez, del
evangelista Juan), escribió en el año 180 d.C., en su obra Contra las herejías: “Mateo publicó un escrito de los Evangelios
entre los hebreos, en su lengua materna, mientras que Pedro y Pablo predicaban en Roma y fundaban la Iglesia; después de su
muerte también Marcos, el discípulo y traductor de Pedro, nos transmitió por escrito la predicación de Pedro; Lucas,
compañero de Pablo, escribió lo que éste predicaba”. Testimonios muy antiguos similares llegan a través de Panteno, Orígenes,
Eusebio de Cesarea.
Juan. Único Evangelio no sinóptico, durante mucho tiempo ha sido considerado el menos
“histórico” entre los Evangelios, hasta que un estudio en profundidad ha revelado que es, desde un
punto de vista geográfico y cronológico, un documento aún más preciso que los anteriores Evangelios.
La terminología rica y precisa, así como una información topográfica, cronológica e histórica clara e
inequívoca, han permitido, entre otras cosas, reconstruir en detalle el número de años de la
predicación de Jesús y fechar mejor, según un calendario más preciso, los acontecimientos pascuales y
descubrir restos arqueológicos que luego se identificarían con lugares que él mismo describe en su
Evangelio (el Pretorio de Pilatos, la Piscina Probática, etc.). Se remontaría, para muchos, al 90-100 d.C.
Carmignac, Wenham y otros lo sitúan, sin embargo, poco después del 60.
El Canon
Ya en el siglo II d.C., sobre todo en respuesta a Marción, que pretendía excluir del canon cristiano
el Antiguo Testamento y todas aquellas partes del nuevo que no estuvieran en consonancia con sus
enseñanzas (creía, de hecho, que el Dios de los cristianos no debería ser identificados con el de los
judíos), Justino (140) e Ireneo de Lyon (180), seguidos luego por Orígenes, quisieron reiterar que los
Evangelios canónicos, aceptados universalmente por todas las Iglesias, deberían ser cuatro. Esto fue
confirmado dentro del Canon Muratoriano (lista antigua de libros del Nuevo Testamento, que data de
alrededor de 170).
Cánon Muratoriano (Fragmento Muratori)
Para establecer la “canonicidad” de los cuatro Evangelios se siguieron criterios muy específicos:
Antigüedad de las fuentes. Como hemos visto, los cuatro Evangelios canónicos, que datan del siglo
I d.C., se encuentran entre las fuentes más antiguas38 y mejor documentadas por la cantidad de
manuscritos o códigos (alrededor de 24 mil, incluidos griego, latín, armenio, copto, eslavo antiguo,
etc.), más que cualquier otro documento histórico.
Apostolicidad. Los escritos, para ser “canónicos”, debían remontarse a los Apóstoles o a sus
discípulos directos, como en el caso de los cuatro Evangelios canónicos, cuya estructura lingüística
revela evidentes huellas semíticas (o “semitismos”: de ellos hablaremos más adelante). Nótese que el
término “según”, antepuesto al nombre del evangelista (según Mateo, Marcos, etc.) indica que los
cuatro Evangelios hacen un solo discurso sobre Jesús en cuatro formas complementarias39, que se
remontan a la predicación de los apóstoles individuales de los que derivan, en efecto, los escritos
particulares: Pedro para el Evangelio según Marcos; Mateo (y probablemente Pedro, a través de
Marcos) por el según Mateo; Pablo (y, como hemos visto, también Pedro, a través de Marcos y Mateo)
por el de Lucas; Juan por el Evangelio que lleva su nombre. En la práctica, no es tanto el evangelista
individual quien escribe el único Evangelio, sino la comunidad, o la Iglesia, nacida de la predicación de
un apóstol del Nazareno.
La catolicidad o universalidad del uso de los Evangelios: debían ser aceptados por todas las
principales Iglesias (“católica” tiene el sentido de “universal”), por tanto por las Iglesias de Roma,
Alejandría, Antioquía, Corinto, Jerusalén, y otras comunidades de los primeros siglos.
Ortodoxia o fe correcta.
La multiplicidad de fuentes, o los numerosos y diversos testimonios a favor de los propios
Evangelios canónicos (y aquí volvemos a citar, por ejemplo, a Papías de Hierápolis, Eusebio de Cesarea,
Irineo de Lyon, Clemente de Alejandría, Panteno, Orígenes, Tertuliano, etc.).
Plausibilidad explicativa, es decir, la comprensibilidad del texto según una coherencia de causa y
efecto.
38
El fragmento más antiguo del Nuevo Testamento canónico corresponde a uno de los Evangelios, el de Juan, y es el Papiro
52, también conocido como Rylands 457, hallado en Egipto en 1920 y fechado entre los siglos II y III d.C. Desde un punto de
vista histórico, es impresionante la cercanía entre la edición de la propia obra (según escribimos, entre los años 60 y 100 d.C.)
y el testimonio escrito más antiguo que de ella se ha encontrado, si tenemos en cuenta que la primera copia escrita de la Ilíada
data de volver al 800 d.C., mientras que se cree que la obra en sí probablemente fue escrita alrededor del año 800 a. C.
39
Uno de los primeros Padres de la Iglesia en señalar la presencia de “discrepancias” entre un Evangelio y otro fue Agustín,
quien, sin embargo, habló de una concordantia discors.
Historicidad de Cristo y de los Evangelios: criterios de estudio
Además de los más antiguos testimonios de los Padres de la Iglesia y los criterios utilizados ya en
el siglo II d.C. en documentos como el Canon Muratoriano, se han desarrollado nuevos métodos,
especialmente en la época moderna y contemporánea, que nos permiten confirmar los datos
históricos que ya poseemos en referencia a la figura de Jesús de Nazaret y a los Evangelios.
Criterios literarios y editoriales
Estudio de las formas literarias (Formgeschichte). Este método se basa en el análisis literario de
los Evangelios, a través de la clasificación de los pasajes evangélicos según las diferentes formas
literarias, para determinar lo que se denomina “Sitz im leben“, es decir, la situación de la vida de la
comunidad en la que surgió la forma literaria, y así “encarnar” la existencia del Nazareno y sus
enseñanzas en un contexto vivo y con necesidades específicas.
Estudio de las tradiciones orales (Traditiongeschichte). Al estudiar las formas literarias
preexistentes de los Evangelios, es posible determinar la existencia de tradiciones orales más antiguas,
incluso en la terminología utilizada por los redactores de los documentos en cuestión. Por tanto,
podemos identificar una tradición oral de Pedro (en Marcos y Lucas), una tradición de Pablo (en
Lucas), una tradición de Mateo y una tradición de Juan.
Estudio de los criterios editoriales de los evangelistas (Redaktiongeschichte). Este estudio, al
comparar el contenido de las diferentes tradiciones orales con las formas literarias escritas, también y
sobre todo a partir de las discrepancias entre éstas, nos permite determinar que todo evangelista no
se ha limitado a recoger datos y luego ponerlos por escrito, sino los organizaba según sus criterios y
necesidades particulares (por ejemplo, predicando a una comunidad más que a otra), a la luz de lo cual
unificaba todo el material.
Semitismos e análisis filológica
En los primeros siglos de la era cristiana, como hemos visto en algunos de los testimonios citados,
era bien sabido que al menos dos de los Evangelios canónicos fueron escritos originalmente en una
lengua semítica (hebreo o arameo). Con el transcurso del tiempo, sin embargo, al menos hasta Erasmo
de Rotterdam (1518), se perdió la memoria de esta antiquísima capa subyacente a la lengua griega, en
la que los textos habían llegado hasta nosotros. Es precisamente el inicio de un serio estudio filológico
de los textos evangélicos que ha permitido, en la época moderna, poder reconstruir con mayor
precisión esa estructura típicamente semítica que está en la base de los Evangelios tal como los
conocemos hoy.
Las huellas de esta estructura se definen como “semitismos”, y pueden ser de varios tipos, según
elaboró Jean Carmignac: en préstamo; de imitación; de pensamiento; de vocabulario; de sintaxis; de
estilo; de composición; de transmisión; de traducción; múltiplos.
El mismo Carmignac cree, también a la luz del estudio de la tradición mishnáica, o de la
transmisión oral y poética de la enseñanza de los maestros judíos del período intertestamentario, que
los semitismos contenidos en los evangelios sinópticos son tan numerosos y de diversa índole como
para hacer evidente el hecho de que los Evangelios, al menos Marcos y Mateo, fueron escritos primero
en hebreo y luego retraducidos al griego. De hecho, al retraducir el griego del Nuevo Testamento al
hebreo, se encuentran en esta lengua (más que en arameo) asonancias, rimas, aliteraciones y riquezas
poéticas que no son visibles en la prosa griega. La razón de la insistencia en este aspecto por parte de
los eruditos bíblicos y eruditos como Carmignac, Wenham y muchos otros40 (incluidos varios judíos
israelíes) es doble. Establecer, pues, que una parte de los Evangelios fue escrita en lengua semítica
permite, por un lado, una datación un par de décadas anterior a lo que siempre se había creído, por lo
tanto una mayor proximidad tanto a los hechos narrados como a testigos directos (y vivos, al
momento de redactar este escrito), que pudieran avalar, o negar, lo relatado en las obras sobre la vida
del Nazareno; por otro lado, una colocación más armoniosa de la figura de Jesús dentro del contexto
social, religioso y cultural de la época (a lo que, por otro lado, también contribuyeron los manuscritos
de Qumran).
Por razones de espacio y oportunidad, no podemos extendernos más en este aspecto. Baste
pensar, sin embargo, que cualquiera que tenga un mínimo de conocimiento hebreo puede identificar
la estructura exacta, las construcciones, el léxico de esta antigua lengua semítica en los textos del
Evangelio. En una lectura atenta, en efecto, casi parece que el lenguaje del Nuevo Testamento (al
menos el de los cuatro Evangelios canónicos) sigue fielmente, en la estructura sintáctica, en la
terminología, en el pensamiento, en el ritmo el del Antiguo. Proporcionamos a continuación sólo un
par de los muchos ejemplos que podrían citarse.
Del Evangelio de Mateo (3, 9):
40
Al respecto, cfr. obras de estudiosos como Flusser, Meier y otros.
Español:
Os digo que de estas piedras Dios puede suscitar hijos verdaderos a Abraham
Griego:
λέγω γὰρ ὑμῖν ὅτι δύναται ὁ θεὸς ἐκ τῶν λίθων τούτων ἐγεῖραι τέκνα τῷ Ἀβραάμ
Lego gar hymìn oti dynatai o Theos ek ton lithon touton egeirai tekna to Abraam
Hebreo: (una de las traducciones posibles):
‫לאברהם בנים האלה בניםאה מן לעשות יכול אלוהים‬
Elohìm yakhòl la’asòt min ha-abaním ha-‘ele baním le-Avrahàm
Como se puede ver, solo en la versión hebrea hay una asonancia entre el término “hijos” (baním)
y el término piedras (abaním). No sólo eso: este juego de palabras que riman entre sí encaja
perfectamente en la técnica de transmisión de enseñanzas basada en asonancias, aliteraciones,
parábolas, oximorones y contrastes (el famoso camello que pasa por el ojo de una aguja) que
utilizaban los tannaitas para dejar impresas sus palabras en los discípulos.
El ejemplo que acabamos de relatar también puede estar presente en arameo (“piedras”:
‘ebnaya; “hijos”: banaya), y sin embargo hay muchos otros que existen solo considerando el idioma
hebreo como el texto original en la base de los evangelios sinópticos, como en el caso del Padre
Nuestro (Mateo 6, 12-13), en el que “perdonar las deudas” podría corresponder a la raíz nasa’,
“deudas” y “deudores” a nashah; y “tentación” a nasah, o en el pasaje del Benedictus (Lucas 1, 68-79),
una composición de tres estrofas, cada una con siete versos, según un estilo típico de Qumrán. En él
hay, si se traduce al hebreo del griego, algunas asonancias increíbles:
“suscitando una fuerza de salvación en la casa de David” y “salvación que nos libra de nuestros
enemigos”, donde “salvación” corresponde al término hebreo yeshu’a, que es precisamente el
nombre hebreo de Jesús (en hebreo: “Dios salva”, o simplemente “salvación”). La expresión “suscitar
una salvación poderosa…” podría, por tanto, traducirse: “suscitar un Jesús poderoso”.
“realizando la misericordia (o gracia) que tuvo con nuestros padres”, donde “gracia” corresponde
a la raíz ḥanan, que es entonces lo mismo que el nombre Juan (Yoḥanan, en hebreo: “Dios ha hecho la
gracia”).
“recordando su santa alianza “, donde “recordar” corresponde a la raíz zakhar, que es la misma
del nombre hebreo Zakharyahu, es decir Zacarías (en hebreo; “Dios se ha acordado”), padre de Juan el
Bautista, quién es el que recita el pasaje en cuestión.
“juramento que juró a nuestro padre Abrahán”, donde “jurar” se remonta a la raíz shaba’, lo
mismo que Elishaba’at, forma hebrea de Isabel (que en hebreo significa : “Dios ha jurado”).
Estos son sólo algunos ejemplos de lo que un estudio riguroso, en términos exegéticos y
filológicos, puede permitirnos para profundizar en los textos evangélicos, posibilitando una datación
aún más precisa de los mismos, un análisis más exacto del contexto histórico, cultural y religioso en
que fueron escritos, y un mayor conocimiento del sustrato lingüístico subyacente.
Criterios de historicidad de Cristo y de los Evangelios
Réné Latourelle (1918-2017), célebre teólogo católico canadiense, resumió, en el transcurso de
una vida de estudios dedicada a profundizar en la credibilidad del cristianismo, una serie de criterios
que permiten atestiguar la historicidad de Cristo y de los Evangelios41:
Criterio de atestación múltiple. “Puede considerarse auténtico un dato evangélico sólidamente
atestiguado en todas las fuentes (o en la mayoría) de los Evangelios”. Es el caso, por ejemplo, de la
cercanía de Jesús a los pecadores, que aparece en todas las fuentes de los Evangelios. Este criterio se
basa en la convergencia e independencia de las fuentes.
Criterio de discontinuidad. “Puede considerarse auténtico un dato evangélico (especialmente
cuando se trata de las palabras y actitudes de Jesús) que es irreductible tanto a los conceptos del
judaísmo como a los conceptos de la iglesia primitiva”. En este sentido, se puede citar el uso que hace
Jesús de la expresión abba, “papá”, para dirigirse a Dios. El término “padre”, entendido en el sentido
de filiación íntima y personal hacia Dios, no sólo de Jesús de Nazaret, sino de los cristianos en general,
aparece 170 veces en el Nuevo Testamento, de las cuales 109 sólo en el Evangelio de Juan, pero sólo
15 veces en el Antiguo, y aquí siempre con el significado de paternidad colectiva, “nacional” de Dios
con respecto al pueblo judío.
Criterio de conformidad. “Puede considerarse auténtico un dicho o un gesto de Jesús que no sólo
está en estricta conformidad con el tiempo y el ambiente de Jesús (ambiente lingüístico, geográfico,
social, político, religioso), sino también, y sobre todo, íntimamente coherente con la enseñanza
esencial, con el mensaje de Jesús, es decir, la venida y establecimiento del reino mesiánico”. Un
ejemplo de esto son las parábolas, las bienaventuranzas, las oraciones y las enseñanzas, todas ellas
orientadas hacia el establecimiento del “reino mesiánico”, en contraste, sin embargo, con la
expectativa judía de un mesías político y terrenal.
Criterio de explicación necesaria. “Si ante un conjunto notable de hechos o datos, que requieren
una explicación coherente y suficiente, se ofrece una explicación que aclare y agrupe armónicamente
todos estos elementos (que, de lo contrario, quedarían en enigmas), podemos concluir que estamos
en presencia de un hecho auténtico (hecho, gesto, actitud, palabra de Jesús)”. ¿Cómo se puede aplicar
este criterio a los Evangelios? Por ejemplo, admitiendo la presencia de una personalidad
“mastodóntica”, la de Jesús de Nazaret, que es la única explicación posible frente a la autoridad que se
atribuye a sí mismo, la fuerza en oponerse a los notables de la época y a sus prescripciones, al carisma
ejercido sobre las multitudes y sobre los discípulos.
Réné Latourelle, “Storicità dei Vangeli”, in R. Latourelle, R. Fisichella (ed.), Dizionario di teologia fondamentale,
Cittadella, 1990, pp. 1405-1431, traducido del italiano.
41
Criterio “segundo” o derivado: el estilo de Jesús, en la práctica su personalidad. R. Latourelle cita a
dos autores diferentes para explicar este criterio, Reiner Schürmann y Lionel Trilling, al afirmar que el
estilo de Jesús de Nazaret se caracteriza por una autoconciencia bastante singular, solemne,
majestuosa, que, sin embargo, iba de la mano de la sencillez , la bondad, la mansedumbre, el amor por
los pecadores, la coherencia total (en todos los textos que escriben sobre él nunca se contradice, y en
este su caso es exactamente lo contrario al de Mahoma, fundador del Islam) y la falta total de
hipocresía.
Fuentes arqueológicas: algunos hallazgos fundamentales
Desde finales del siglo XIX, y a lo largo del XX, especialmente gracias al impulso del Mandato
Británico en Palestina y al trabajo incansable de arqueólogos cristianos (franciscanos, en primer lugar)
pero también judíos israelíes, se han producido innumerables descubrimientos arqueológicos en cuál
fue el entorno de la vida de Jesús de Nazaret. En efecto, fue precisamente la arqueología la que
favoreció el desarrollo de la Tercera Búsqueda y, en general, de la investigación histórica en torno a la
figura del Nazareno y al contexto social, religioso y cultural en el que se movía, especialmente tras el
sensacional hallazgo de los manuscritos de Qumrán (1947). Podemos decir con seguridad, por lo tanto,
que la arqueología se ha convertido verdaderamente en un “quinto evangelio”, o al menos en una
fuente insustituible con respecto a la investigación sobre el “Jesús histórico”.
Al final de este folleto, mencionamos, pues, algunos de los hallazgos arqueológicos más
importantes que han caracterizado los últimos 150 años y que responden a las preguntas o quejas de
los críticos acérrimos.
Jesús de Nazaret nunca habría existido, ya que no habría evidencia de la existencia de la ciudad de
Nazaret
Comencemos desde Nazaret, entonces. Cualquiera que negara, hasta la década de 1960, la
existencia de Jesús de Nazaret, ya que nunca se encontraría evidencia de una ciudad llamada Nazaret
en las Escrituras hebreas antes del Nuevo Testamento, tuvo que cambiar de opinión. Le debemos,
pues, al prof. Avi Yonah, de la Universidad de Jerusalén, el descubrimiento, en 1962, en las ruinas de
Cesarea Marítima, la antigua capital de la provincia romana de Judea, de una placa de mármol con una
inscripción hebrea del siglo III a.C. que lleva el nombre de Nazaret.
Placa de Nazaret, descubierta por el prof. Avi Yonah
En los años siguientes, pues, una campaña de excavaciones llevada a cabo donde ahora se
encuentra la basílica franciscana de la Natividad, pudo sacar a la luz el antiguo pueblo de Nazaret y lo
que universalmente se considera la casa de María (lugar de los relatos evangélicos de la Anunciación y
de la Encarnación) y, en tiempos muy recientes, las excavaciones arqueológicas realizadas por equipos
israelíes han descubierto, también en Nazaret, no sólo una casa de la época de Jesús (siglo I) cerca de
la “casa de María”, sino una que pudo haber sido el hogar mismo de la familia de Jesús, José y María.
No se han encontrado rastros de los pueblos mencionados en los Evangelios alrededor del lago de
Galilea.
El lago de Galilea, en el norte de Israel, ha demostrado ser un libro abierto, especialmente desde
mediados de los años 60 del siglo pasado.
Los primeros en realizar excavaciones de considerable importancia fueron arqueólogos como
Virgilio Canio Sorbo (quien, además, ya se había distinguido por sus importantes trabajos en el desierto
de Judá, en el monte Nebo, en la fortaleza herodiana de Maqueronte, donde Antipas decapitó a Juan
Bautista, al palacio-fortaleza del Herodión, cerca de Belén, y sobre todo al interior del Santo Sepulcro),
quien, junto con sus colaboradores, sacó a la luz por completo el pueblo de Cafarnaúm, descubriendo
la casa de Simón Pedro y la famosa sinagoga bizantina, que se puede admirar hoy, y bajo el cual se
descubrió un edificio romano más antiguo para el mismo uso. En 1996, sin embargo, un equipo
dirigido por el arqueólogo judío israelí Rami Arav encontró los restos de la aldea evangélica de
Betsaida Iulia (la aldea de pescadores a orillas del lago Tiberíades de la que, como está escrito en los
Evangelios, procedían varios discípulos de Jesús).
Antigua sinagoga bizantina de Cafarnaúm
No hay evidencia de la presencia de un culto de sinagoga antes de la destrucción del Templo, en el
año 70 d.C.
Los hallazgos más recientes han demostrado que, en tiempos de Jesús de Nazaret, en Palestina
ningún centro habitado, aunque sea de poca importancia, carecía de sinagoga. Además de la
espléndida sinagoga de Cafarnaúm, de hecho, desde la década de 1960 se han descubierto numerosas
estructuras de sinagogas dispersas por toda la región Palestina y sus alrededores.
Antigua sinagoga de Magdala
En este sentido, cabe mencionar el muy reciente descubrimiento de dos sinagogas en Magdala
(pueblo cercano a Cafarnaúm, también a orillas del lago de Galilea, datable a principios del siglo I d.C.),
donde también se encontraba un barco pesquero, descubierto casi intacto, que data del primer siglo y
bastante similar a los descritos en los Evangelios.
La existencia de Poncio Pilato nunca ha sido probada, ya que nunca fue mencionado en los
registros oficiales del Imperio.
En 1961, otros arqueólogos, esta vez italianos, encabezados por Antonio Frova, descubrieron, en
lo que es una fuente inagotable de datos, a saber, Cesarea Marítima, una placa de piedra caliza con
una inscripción que hace referencia a Pontius Pilatus Præfectus Judaeae.
Placa de Pilato (Museo de Israel, Jerusalén)
El bloque de piedra, conocido desde entonces como Piedra de Pilato, al parecer se encontraba
originalmente fuera de un edificio que Poncio Pilato, descrito en el título como prefecto de Judea,
había construido para el emperador Tiberio. Hasta la fecha del descubrimiento, aunque tanto Josefo
como Filón de Alejandría habían mencionado a Poncio Pilatos, seguía cuestionándose su propia
existencia, o al menos cuál era su cargo real en Judea, si como prefecto o procurador.
El Evangelio de Juan es un escrito de carácter enteramente espiritual y no tiene valor histórico
En Jerusalén dos descubrimientos arqueológicos excepcionales son el hallazgo del Estanque de
Betesda (o Piscina Probática, hoy santuario de Santa Ana) y del Litóstroto, del que se habían perdido
completamente las huellas. Ambos fueron desenterrados en las inmediaciones de la explanada del
Templo, exactamente en el lugar indicado por el Evangelio de Juan y se corresponden perfectamente
con la descripción realizada por este último.
En el primer caso, se trata de una piscina con cinco arcadas que rodean una gran piscina de unos
100 metros de largo y de 62 a 80 metros de ancho, rodeada de arcos por los cuatro costados, lo que
permite dar un aspecto verosímil al episodio del paralítico (Juan 5, 1-18) que tiene lugar en la “piscina
probática”.
En el segundo caso, el del Litostroto, se encontró un patio empedrado de unos 2.500 metros
cuadrados, pavimentado según el uso romano (lithostroton, de hecho), y un lugar elevado, gabbathà
(Juan 19, 13), que podría corresponder a una torre. La ubicación del lugar, muy cerca de la Fortaleza
Antonia, en el ángulo noroeste de la explanada del Templo, y el tipo de restos desenterrados,
permiten identificar la sede donde se sentaba el gobernador, o præfectus, para dictar sentencias.
Piscina probática (reconstrucción)
Litóstroto (Jerusalén)
No tenemos evidencia arqueológica específica de cómo era el Templo en la época de Jesús.
En la zona del Monte del Templo, arrasada por las tropas de Tito en el año 70 d.C., los
arqueólogos descubrieron las entradas a la explanada con la puerta doble y triple al sur, sacando a la
luz, ya que fueron destruidas por los romanos, los restos monumentales al oeste que incluyen una
calle pavimentada flanqueada por comercios y los cimientos de dos arcos, uno llamado de Robinson
que soportaba una escalinata que salía de la calzada, y otro, el de Wilson, que conectaba directamente
el monte del templo a la ciudad alta. Conocemos, pues, la disposición del pórtico llamado “de
Salomón” y también otras escalinatas que lo subían por el este, es decir desde el estanque de Siloé.
Esto permite imaginar los episodios del Evangelio sobre Jesús en el Templo, como la expulsión de los
mercaderes (Juan 2, 15).
Reconstrucción del Templo de Jerusalén en la época de Cristo
No hay confirmación histórica sobre la técnica de crucifixión y sepultura de los condenados a
muerte en Palestina en la época de Jesús. Además, en otras regiones del antiguo Imperio Romano no
se enterraba a los condenados, al contrario, se los dejaba pudrir colgados de cruces, a merced de los
carroñeros.
Desde este punto de vista, es muy importante el hallazgo de restos humanos, en 1968, en una
cueva de Giv’at ha-Mivtar, al norte de Jerusalén, comentado en páginas anteriores. El mismo
descubrimiento es también de considerable importancia para refrendar el uso judío/palestino de
enterrar a los difuntos siempre y en todo caso, aunque condenados a las torturas más atroces y
abominables como es la crucifixión, como pretende el propio D. Flusser: por un precepto obligatorio,
impuesto por la ley religiosa, era necesario enterrarlos antes de la puesta del sol42, para no
contaminar la tierra santa. Finalmente, existe consenso entre los arqueólogos sobre la ubicación de la
crucifixión de Jesús en la roca del Gólgota, ahora dentro del Santo Sepulcro, lugar caracterizado por
numerosas excavaciones que han sacado a la luz tumbas excavadas allí y que datan de antes del año
70 d.C.
Lo que acabamos de aportar en este opúsculo tan sólo son algunas pistas, una gota en el
maremágnum de estudios sobre la historicidad de Jesús de Nazaret, pero esperamos que sirvan de
inspiración a quienes quieran profundizar en sus conocimientos, no sólo de una figura fundamental
para todo el género humano, sino también de usos, costumbres y tradiciones que, por supuesto, están
lejanas en el tiempo, pero que han marcado la historia del mundo entero.
“Si uno, reo de la pena de muerte, es ejecutado y lo cuelgas de un árbol, su cadáver no quedará en el árbol de noche, sino que
lo enterrarás ese mismo día, pues un colgado es maldición de Dios, y no debes contaminar la tierra que el Señor, tu Dios, te da
en heredad” (Deuteronomio 21, 22-23).
42
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