Subido por Deybi Quispe Lopez

El Otro Desborde: Peruvian Metamorphosis Essays

Anuncio
Danilo Martucelli
EL OTRO DESBORDE
Ensayos sobre la metamorfosis peruana
lasiniestra
<ensoyos
(%] CamScanner
Danito MartuccetL
!:;I otro df¡bom/:. Ensayos sobre la metamorfosis peruana
13 ed.- Lima. La Siniestra Ensayos, 2024.
324 pp.; 14,5 em x 22,5 cm
ISBN: 978-612-49485-2-7
1.C 1ENCIAS SOCIALES
S 2. CAPITALISMO 3. ECONOMÍA 4. POLÍTICA
El otro desborde. Ensayos sobre la metamorfosis peruana
Primera edición, enero 2024
O 2024, La Siniestra SAC
Para su sello La Siniestra Ensayos
Av. Agustín De la Rosa Toro 631, San Luis, Lima, Perú
infoElasiniestraensayos.com
© 2024, Danilo Martucelli
Sello dirigido por Pablo Sandoval López
Dirección editorial: Luis Zúñiga
Diseño de portada: Leonardo Espejo
Diagramación: Jhosep Abarca Gómez
Impreso en Perú
del Perú Ne 2023-11505
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional
ISBN 978-612-49485-2-7
ucción y distribución to-
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reprod
o, sea mecánico, fo-
tal o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimient
sin la autorización escrita de
toquímico, electrónico, magnético, fotocopiado u otro;
as por la ley.
los editores, bajo las sanciones establecid
(%] CamScanner
CaríTuLO 7
REPENSAR LOS DESBORDES
Se trata de uno de los componentes más complejos, contradicto-
l. La variedad de
rios y caleidoscópicos de la sociedad peruana actua
ctos) opues-
un conjunto de contraprocesos (no son realmente pmye
mejor
tos o simplemente resilientes al PRT] que, a falta de una
caracterización, denominaremos desbordes (des)formalizadores.
la reglamen-
Digámoslo de entrada: para los partidarios de
rdes (des)formali-
tacién tecnocrática-judicial, los reiterados desbo
al país y deben ser, por
zadores condensan los males que aquejan
reforma. Esta actitud
eso, el blanco predilecto de las propuestas de
unto de malenten-
de rechazo radical termina generando un conj
cto reglamentador,
didos. En su voluntad por imponer u7 proye
que sean —y lo
se descuida que, por insuficientes y problemáticos
tienen paradójicas aristas
son—, los desbordes (des)formalizadores
adas por estrategias
reglamentadoras. Ciertamente, siempre tamiz
convicciones, pero así y todo
oportunistas, a la carta, sin plan ni
sociedad.
participan de cierta puesta en forma de la
)formalizadores son
Vayamos por partes. Los desbordes (des
nan por lo general en
sectoriales, más o menos puntuales y se decli
ni la sumisión a
función de los intereses de ciertos actores. No es
de regulación
la ley ni al interés general, ni un proyecto extensivo
sino un conjunto
en distintos ámbitos sociales lo que se persigue,
nder o hacer
acotado de estrategias de desborde que sirven para defe
que bandas), gru-
prosperar los intereses de distintos bandos (más
lo complica-
pos o redes sociodegradables. Sin embargo, y aquí está
la ley o de los ob-
do, no todos los desbordes son equidistantes de
amentadores.
jetivos del PRT]J, algunos de ellos tienen alcances regl
103
(%] CamScanner
Es bajo este prisma como hay que tratar de problematizar ciertos
desbordes como expresiones de (des)formalizaciones estratégicas.
El desborde y sus momentos
El desborde, en la década de 1980, hizo referencia a sectores po-
pulares (en la época se les denominaba masas) que desbordaron las
regulaciones sociales instituidas. Si la dimensión legal estaba pre-
sente, los análisis se centraron en algo más amplio y estructural, a
saber, el rebasamiento de las reglas y normas en diversas situaciones
sociales.
Aunque no siempre fue y es claro, en muchos desbordes de
de
lo que se trata no es tanto de un actor que no tiene normas,
normas que no son consensuales o incluso de un individuo que se
opone y transgrede las que son hegemónicas y consensuales, sino
de actores que actúan con indiferencia con respecto a normas co-
lectivas profundamente desdibujadas y en medio de un relajado
control social informal.
Regresaremos sobre esto, pero la debilidad en muchos ámbi-
tos del control social informal facilita, por ejemplo, el familismo
amoral. La normatividad a la que se ciñen los actores prioriza los
intereses del endogrupo por sobre cualquier otra consideración.
O sea, el comportamiento del individuo es normado si se lo lee
desde el grupo al cual pertenece; pero esta normatividad aparece
muchas veces como extraña, diversa, externa con respecto a varias
normas mainstream de la sociedad. La indiferencia práctica hacia
las normas mayoritarias en tanto que manifestación de un tipo de
conducta normativa prima sobre la voluntad de transgresión.
En el Perú, el desborde permitió, para bien o para mal, la intro-
ducción de principios horizontalizadores en las relaciones de fuerza
entre individuos en una sociedad altamente estamental. Si las po-
siciones sociales implican innegables jerarquías relacionales (sobre
todo en los universos funcionales en donde la frontera entre jefes y
subordinados es clara), en el ámbito público, incluso cuando estas
jerarquías estén activas, el desborde permitió interacciones más ho-
rizontales. Muchas veces, lo hizo y lo hace a través de modalidades
signadas por la percepción de que el otro avasalla, desconoce las
normas, no “respeta nada”. En verdad, la conducta de este otro da
104
(%] CamScanner
cuenta de una sociedad en la cual, gracias al desborde, se han gene-
ralizado puros y desnudos ejercicios de asimetrías de poder. Ante
ello, además de un sinnúmero de lamentos individuales, se refuerza
el f.rustmdo anhelo de una regulación creciente de las relaciones
sociales por la ley. Sin embargo, dado los disfuncionamientos del
Poder Judicial, tanto el recurso a lo jurídico como a lo judiciario
se revelan limitados para regular situaciones que habitualmente lo
son desde las normas. -
in-
Pero ¿por qué y cómo se dio la posibilidad de conductas
diferentes hacia las normas mayoritarias? Según ciertas interpreta-
ciones, la crisis económica y la violencia política de la década de
1980, aunadas a un sentimiento de colapso social y urbano genera-
lizado, debilitaron la fuerza habitual —y jerárquica— de los con-
troles sociales informales. Las actitudes de sobrevivencia primaron,
—
debilitándose así más o menos durablemente los controles entre
actores. Un proceso de descrédito hacia las normas colectivas que
fue ampliado y profundizado durante los gobiernos de Fujimori,
luego en varios de sus sucesores y que se terminó instalando como
una cultura más o menos ordinaria de transgresión.
Cuarenta años después de su formulación, la tesis del desborde
ha sufrido cambios fundamentales. A diferencia de la informalidad
laboral urbana y de las lecturas que del desborde se hicieron en la
década de 1980 desde la épica del emprendedurismo popular, nada
de análogo se observa a propósito de los desbordes ulteriores que
se han dado a nivel de la minería ilegal o informal, de la deforesta-
ción, de la expansión del crimen. Si en todos los casos, ayer como
hoy, es cuestión de un conjunto de desbordes legales, normativos e
institucionales la representacién es muy distinta.
En algunas décadas, los estudios sobre el desborde perdieron
vocación épica y se volvieron más sombríos. Las complicidades de-
lictivas y las transgresiones a la ley y las normas fueron analizadas
con toda otra sensibilidad. Se rompió con la narrativa épica de los
conquistadores e invasores de la década de 1980 y la ambigiiedad
de su relacién normativa con la puesta en forma de las relaciones
sociales. El desborde, como lo señala Julio Calderén Cockburn,
dejó de asociarse con la creatividad popular, con un “mercado a
la mala” que, ante las insuficiencias del sector formal (legal) de la
economía, resolvía los problemas de acceso al suelo o a la vivienda.
105
(%] CamScanner
Se tomó plenamente conciencia del papel determinante de actores
y factores politicos en los procesos de desborde.
O sea, se reconoció mejor no solo la diversidad de actores so-
ciales implicados en los desbordes (financistas, promotores inmo-
biliarios, pequeños propietarios agrícolas, mafias delictivas, comu-
nidades campesinas, dirigentes vecinales, compradores), sino que
también se reconoció la casi constante participación de autoridades
municipales, funcionarios públicos, políticos, jueces y fiscales. El
desborde dejó de ser percibido como un mero rebasamiento de
formas instituidas y fue progresivamente analizado como un tipo
particular de acción concertada que implica a diversos actores, em-
presas e instituciones privadas y públicas operando muchas veces
por fuera o contorneando la ley, siempre tensando las normas co-
lectivas.
unas
No todo es nuevo en esta representación, pero si hace
décadas se subrayó en las invasiones de terrenos la autonomía de
rol de ciertos
los actores populares (incluso cuando se reconoció el
dirigentes en la organización y planificación de las invasiones), hoy
ayer
en día la visión es infinitamente más sombría. La razón: lo que
se representó como un desborde más o menos acotado, en la ac-
tualidad se percibe como una de las durables aristas de la sociedad
peruana y de sus agobios.
Ciertamente, también es cuestión de la ley en varios de estos
capa-
análisis, pero en última instancia lo que está en juego es la
caso
cidad de las normas en regular (o no) las situaciones. Cada
es particular, pero en muchos desbordes interactúan actores de la
economía criminal, poderes políticos, agentes económicos, ciuda-
danos ordinarios. Los desbordes se han propagado por destilación
fraccionada cuestionando la separación entre lo económico y lo
político, entre lo ilegal y las autoridades. A este nivel, no existen
cuerdas separadas. Los desbordes son fenómenos que articulan di-
versos factoresy actores.
A veces se lo descuida, pero una de las grandes virtudes sub-
—
yacentes a los desbordes fue instituir una modalidad especifica de
gestión de las asimetrías de poder. Mientras se percibieron como
estrategias “desde abajo”, incluso cuando fueron criticadas, estas
modalidades de rebasamiento y de avance por desgaste de los pro-
pios intereses gozó de una cierta tolerancia y hasta legitimidad. Sin
106
(%] CamScanner
embargo, a medida que se tomó conciencia de la generalización
de los desbordes y de su uso por todos los grupos sociales (“desde
arriba”, “desde la ilegalidad”), la representación ciudadana empezó
a variar.
Sigilosamente, sin que muchas veces se lo reconozca con la
fuerza que debería, el sentido del desborde se transformó. Dejó de
ser una épica de emancipación popular y se convirtió en una fuente
ordinaria y generalizada de agobio.
El desborde y la crisis del control social informal
social en el cual
El desborde engendró el imaginario de un mundo
sino porque to-
todos caben, no porque cada cual tenga un lugar,
que no lo-
dos están comúnmente desencajados. Universos sociales
gran contener eficazmente a los individuos.
refleja una
Esta experiencia generalizada de desencajamiento
que al agrierar los
sucesión de sismos políticos, sociales y culturales
conjunto dispar
controles sociales reúne sin encajarlos entre sí a un
actores que, en ciertos
de individuos. Valga decir un conjunto de
capaces de desinte-
contextos (sobre todo urbanos y en Lima), son
sociales. El dis-
resarse —hasta cierto punto— de las contenciones
importancia
curso del progreso y del esfuerzo propio, más tarde la
en la cual no
de la figura del achorado, dan cuenta de una sociedad
s indicado en
se logra reglamentar las conductas. Como ya lo hemo
indife-
la producción de este sentimiento generalizado de relativa
y urbano
rencia hacia los controles sociales, el colapso económico
de la década de 1980 tuvo un papel destacado.
Es un aspecto sobre el cual Guillermo Nugent ha llamado la
liber-
atención: en Lima se ha secretado una forma particular de
tad-anonimato. La preocupación por el qué dirán los otros, sobre
todo los anónimos, sin desaparecer, se ha anestesiado. Detrás de la
muy efimera y mal denominada ruralizacién de Lima en la década
de 1980, es importante reconocer algo más sustancial: el adveni-
miento de una sociedad de individuos desencajados entre sí y con
una contención social agrietada. Todo bien analizado, es discutible
afirmar que en Lima “nadie respeta nada”, pero es cierto que cada
cual, incluso si nadie hace puramente lo que quiere, lo que hace
lo hace muchas veces con una gran indiferencia con respecto a los
107
(%] CamScanner
controles sociales informales. En el Perú —sobre todo en Lima—,
cada cual viste “como quiere” (y puede); cada cual relaja la lengua
como le parece; cada cual se apropia de los espacios sin muchos
miramientos hacia los otros sin que esto logre ser regulado y sobre
todo corregido por eficaces controles sociales informales.
Ciertamente, las diferencias son muy importantes entre Lima
u otros grandes centros urbanos y lo que acaece en zonas rurales, en
las comunidades o en varias ciudades de menor tamaño. Sin em-
bargo, las diferencias a nivel de la eficacia de los controles sociales
no deben llevar a subestimar más o menos por doquier la importan-
cia de esta tendencia.
El relajo de los controles sociales informales es particularmen-
te visible a nivel de las maneras. La tiranía de las apariencias marcó
en el Perú (desde la Colonia) a todos los grupos sociales, incluso
si las críticas se dirigieron alternativa y preferentemente, según los
periodos, a una u otra categorfa social. No es exclusivo a la so-
ciedad peruana, pero una de las grandes pretensiones sociales y
no solo entre las clases medias fue establecer la propia decencia.
Atención: no se trató de una política de honor estatutario; fue algo
más menguado, pero no menos decisivo: saber respetar las apa-
riencias. Se podian hacer y se hicieron muchas cosas al margen de
las normas y la ley, pero siempre con el consabido respeto de las
apariencias y las maneras.
Este rasgo muy acentuado en la sociedad peruana se fricciona
con grandes cambios comunes y contradictorios que se han dado
en las últimas décadas en muchas otras sociedades: multiplicación
de miradas; prescripción generalizada a la visibilidad; discursos so-
bre la transparencia; redefinición de las fronteras entre lo públi-
co, lo privado y lo íntimo; una nueva política de denostaciones
públicas (funas, escrache, #MeToo, destapes, ampay, etc.). Bajo el
imperativo de la visibilidad, cada actor es conminado a convertirse
en un selfemprendedor, en un hábil gestor de sus imágenes per-
sonales. El imperativo de visibilidad induce a los individuos a ple-
garse a un formato comercial de sf mismos. Lo importante es saber
venderse a través de selfies, de botones de “Me gusta” en diversas
redes sociales, de la presentación de sí en Facebook, de las fotos en
Instagram. La visibilidad se convierte en una nueva prescripción
social. La inversión es tan profunda que la cuestión de la visibilidad
108
(%] CamScanner
se vuelve ella misma política y da lugar a controversias sobre el
derecho a la imagen o la diferencia de visibilidad de los grupos
sociales en los medios de comunicación. Todos, quien más, quien
menos, reclaman, en notorio desmedro de las jerarquias de antaño,
un igual derecho a la aparición.
El Perú no escapa a estos procesos. Con un bemol: en el país,
esta renovación de los controles sociales informales coincide —en
una lógica problemática— con el decreciente poder regulador de
la mirada de los otros, de las apariencias, del qué dirán. Muchos
controles asociados con el buen gusto, el recato, la prescripción de
la modestia e incluso de la humildad (con sus inequivocos elemen-
tos cristianos) se agrietaron. Resultado: el choque entre el antiguo
y necesario respeto de las apariencias y el nuevo imperativo de la
visibilidad toma un cariz particular.
La expansión del imperativo de la visibilidad coincide con el
agrietamiento de la prescripción de respeto de las apariencias y
con la pérdida de eficiencia de los controles sociales informales.
El achichamiento estilístico generalizado refleja lo anterior: poco
más, poco menos, cada cual es desenvuelto con las maneras. Nunca
es un asunto de todo o nada, pero tendencialmente el imperativo
de las apariencias y los controles sociales informales se debilitan
conjuntamente. Nada lo muestra mejor que el tránsito de la efica-
cia de los controles a los que fueron sometidos los huachafos a las
convulsiones engendradas por los achorados. Lo distintivo: se mul-
tiplican las acciones efectuadas sin muchos miramientos hacia los
otros, sin que se logre regular y sobre todo corregir estas conductas
desenvueltas a través de controles sociales informales.
Los cambios en los controles sociales informales permiten
trazar una frontera entre la criollada y la pendejada. La primera
era prudente, la estafa se quería cordial, era cuestión de conservar
ciertas apariencias. La pendejada siempre fue y es más abrupta e
infinitamente más indiferente hacia las apariencias. La política de
las maneras no es la misma en ambos casos, como tampoco lo son
las intenciones. Progresivamente, la pendejada ha ganado terreno
en desmedro de la criollada.
En este contexto, las burlas y los memes han subrepticiamente
cambiado de funcién'social. Oscilan entre meras expresiones de jo-
cosidad colectiva y manifestaciones de humor que testimonian de
109
(%] CamScanner
cierto desdén, pero, y esto es lo importante, n
adie más espera que
estas burlas corrijan realmente | as conductas. En varios
casos, el
control social informal y el cuidado de las ap ariencias
simplemente
se han desactivado.
Se trata de un gran quiebre. Lo que no podía mostrarse, lo
que
tenfa que hacerse con sigilo y recato se hace rebasando
las formas
y con descaro, La gran denuncia de la hipocresía y sus resort
es pro-
piamente morales (piénsese en González Prada) perdió acuidad. El
respeto de las apariencias contiene cada vez menos a los indivi
duos.
Todo esto da cuenta de otro de los grandes rostros del desbor-
de. Subrepticiamente, cada cual tomó conciencia de que no tiene
más que “someterse” a la lógica de las apariencias. La publicitación
de una transgresión (ya sea moral o legal) no conlleva necesaria-
mente una sanción. La vida no siempre sigue igual, pero cada
vez
más les “vale madre” a muchos. Resultado: el control social infor-
mal desde las maneras y las apariencias se relaja.
En una sociedad que siempre hizo del respeto de las aparien-
cias uno de sus principales mecanismos de regulación, colectiva el
choque ha sido tremendo. Lo desfachatado toma pie en la socie-
dad. Ya no es imperativo salvar las apariencias. Todos saben y no
pasa nada. Difícil establecer a ciencia cierta si el relajamiento es
más pronunciado hoy que en el pasado a nivel de la moral o la ley,
pero lo que sí parece verosimil es que el respeto de las apariencias
es hoy menos conminatorio que en el pasado. Los individuos se
sienten menos compelidos a respetar las apariencias en público.
En realidad, pero esto excede nuestro estudio, los procesos de
control social informal son infinitamente más sinuosos. Algunas
grabaciones o publicitación de actos indecorosos, ilegales o inmora-
les siguen suscitando una profunda emoción en la opinión pública,
ya sea que se trate de conductas políticas o de secuencias de la vida
privada de ciertos personajes de la farándula. Pero, en varias otras
ocasiones, esto'no se produce. Los escándalos pierden fuerza conmi-
nativa. Sigilosamente, el cinismo, el descaro o la desfachatez ganan
terreno. No hay más sinvergiienzas que ayer, pero manifiestamente
la vergiienza no es más una modalidad suficiente de control. Incluso
los videos y los ampayes pierden tonicidad. La desfachatez se asume:
se trata de una nueva versión del “y a mi qué me importa” que deja
muchas veces sin razón de ser a la denuncia de la hipocresía.
110
(%] CamScanner
En realidad, no es solamente un asunto de impostura, de hi-
pocresia o de máscaras, y por supuesto de autenticidad. Aunque
algo de todo esto se dé sesgadamente, el proceso es in fine distinto.
El desborde hizo que las maneras pierdan importancia. Una vez
más: nada lo resume mejor que la distancia entre la criollada y la
endejada; entre el huachafo (sus errores de gusto y las sanciones
modales que recibía) y el achorado y su radical indiferencia hasta
a las maneras; entre la antigua decencia criolla y el achichamiento
generalizado.
En esto, desde actitudes distintas, también coincidieron Fu-
jimori y Castillo. Incluso es posible pensar que, sigilosamente, el
cinismo de Fujimori —su desenvoltura hacia la ley y su sonrisa
cachacienta ante sus transgresiones— se transformó con Castillo
en una desfachatez: sin prejuzgar de su culpabilidad, lo distintivo
es que, ante la publicitacién de los escándalos de corrupción que lo
involucraban, el exmandatario no respondió por ellos ni de ellos.
No deslindó. Contraatacó desde Palacio y luego desde Barbadillo.
El cambio no está necesariamente a nivel de la culpabilidad moral
(nadie conoce el estado de conciencia de Castillo), sino a nivel de
la vergiienza: en el Perú no es más una vía efectiva suficiente de
regulación, social y modal. La asociación entre ambos personajes
es menos fortuita de lo que parece: en ambos casos, la opinión pú-
blica tuvo amplios indicios de corrupción (en el caso de Castillo,
a través de una multiplicación de carpetas fiscales y un importante
número de personas acusándolo directamente). En ambos casos
esto no impidió que un 25-30 % de peruanos apoyaran la gestión
de Castillo hasta el último día y un porcentaje aún mayor la de
Fujimori.
Es imposible comprender lo que el desborde ha producido en
la sociedad peruana y los modos particulares de reglamentación
que ha secretado si se obliteran estas dimensiones.
La metástasis de los desbordes
Los institucionalistas suelen evocar el papel que las inercias de las
instituciones juegan en la vida social. Lo anterior también aplica
para el desborde: desde hace ya varias décadas, un conjunto signifi-
cativo y diverso de actores ha logrado mejoras o resultados a través
111
(%] CamScanner
de él. Esto definió el desborde desde sus inicios y lo sigue hacien-
do. O sea, el desborde caracteriza un conjunto de estrategias que
no se concibieron ni como un puro sinónimo de la transgresión,
ni como un posible nuevo principio de ordenamiento social. La
distinción puede parecer bizantina, pero es fundamental. El pro-
pósito del desborde no fue ni la transgresión per se de las reglas, ni
la formación de otro orden. El desborde no fue ni insurreccional,
ni ordenador. Problema: como lo hemos señalado, en sus inicios,
en la década de 1980, fue poco más, poco menos leído casi exclu-
sivamente desde estas coordenadas.
Con la distancia que permite el paso del tiempo, es claro que
el desborde no produjo, como lo pensó José Matos Mar, una nueva
normatividad y regulación colectiva. Por el contrario, a través de
- una cadena ininterrumpida de destilaciones fraccionadas, el des-
borde dio paso a un todo un conjunto de nuevos y diversos des-
bordes. Los desbordes se volvieron, así, uno de los grandes procesos
estructurales de la sociedad peruana.
Insistamos: con el tiempo, e/ desborde dio paso a los desbor-
des: desde abajo, desde arriba, por fuera de la ley, relajando las
normas, tensando las maneras. Los desbordes se volvieron una co-
tidianidad e incluso una cierta normalidad se construyó en torno a
ellos. Atención: dentro de los desbordes no todo vale ni es juzgado
de manera similar. Hay desbordes y desbordes. La fricción en torno
a estas disquisiciones define justamente la moralidad sui generis de
la sociedad peruana actual.
Para comprender la diversidad de estos juicios, es preciso re-
conocer la particular legitimidad de la que gozan los desbordes en
el Perú. Desde sus inicios, el desborde, incluso cuando se organizó
colectivamente (como en la invasión de terrenos), definió una re-
lación específica y altamente individualizada con el interés general
y la puesta en regla de las relaciones sociales. Hay que comprender
bien lo que se:jugd en este proceso. No hubo una conflictividad
abierta contra el orden criollo en la década de 1980; Ws_¡m¡
…¡míno, el desborde, para obtener y hacerse un lugar
en la sociedad
El desborde fue posible, a diferencia de otras situaciones si-
milares en América Latina, por la debilidad de los poderes in-
fraestructurales del Estado peruano y por la desestabilización de
112
(%] CamScanner
la dominación oligárquica producida por la Reforma agraria (tam-
bién, pero es más coyuntural, por la propiedad estatal de los terre-
nos aledaños a la ciudad de Lima).
Esto permitió a los actores subalternos inventar, con el des-
borde, un repertorio particular de acción. Para comprenderlo, es
útil referirse a la tríada de conductas diferenciada por Albert Hir-
schman: exit (cuando se hace defección o se opta por la salida),
voice (cuando se protesta o reclama), loyalty (cuando se adhiere a
los principios de una organización). Los actores del desborde prac-
ticaron una vía distinta a la de los conflictos (voice); pero, dada su
situación de marginalidad o exclusión urbana y laboral, no pudie-
ron hacer defección (exit), como sí fue el caso entre los campesinos
o de ellos mismos cuando decidieron migrar hacia las ciudades. A
través de distintos repertorios colectivos, el desborde fue y se afir-
mó con el tiempo como una respuesta individual-familiar a los im-
pases colectivos: una actitud que, obviamente, no generó lealtades
(loyalty) hacia el orden social al cual intentaban ingresar, pero que
los repelía. Desbordando la tríada de modalidades de acción distin-
guidas por Hirschman, el desborde definió otra línea de conducta:
la transgresión (auto)inclusiva. La (auto)inclusión en la sociedad se
obtuvo a través de una puesta entre paréntesis estratégica del orde-
namiento formal.
Los términos son decisivos: el desborde se vivió como una au-
toinclusión desde el esfuerzo propio o familiar; un proceso que re-
quirió una suspensión instrumentalizada de las reglamentaciones.
Esto fue lo que caracterizó inicialmente al desborde. Sin embargo,
y aquí está lo realmente distintivo, con el tiempo, el desborde dejó
de definir un proceso de ingreso transgresivo en el orden social y se
volvió una modalidad ordinaria de funcionamiento en la sociedad.
Se convirtió incluso en una cultura. Aquí está lo esencial. Los des-
bordes, más allá de obvias consideraciones de egoísmo individual
o grupal, terminaron definiendo un tipo generalizado de relación
con las reglas.
Va en esto de una de las grandes características distintivas de
la sociedad peruana en el concierto de países de América Latina.
En pocos lugares la puesta en forma de la sociedad cedió tanto. En
otros países, las reglas resistieron mejor y los desbordes lograron
ser durablemente tipificados y sancionados como transgresiones.
113
(%] CamScanner
En el caso peruano, el relajamiento o el agrictam
iento más o me-
hos generalizado de las formas dio paso al
advenimiento de una
sociedad distinta,
Cuarenta años después, los malentendidos iniciales
en la
L:nmprcmi('m del desborde siguen oscureciendo la apre
hensión del
fenómeno. Primero, el desborde (excesiva y unilateralme
nte leí-
do desde la informalidad económica) tuvo un innegable aspec
to
transgresivo, pero su objetivo no fue nunca romper o
violentar el
orden social establecido o ser un acto de insurgencia, sino enco
n-
trar —en verdad, hacerse— un lugar dentro de un ordenamiento
social implosionado y en crisis. Segundo, el desborde rápidame
nte
se transmutó en un conjunto de desbordes en distintos ámbitos y
con diferentes tácticas; esto hizo que el desborde dejara de definir
un proceso y que los desbordes pasaran a definir un estado ordi-
nario de la vida social caracterizado por su continua destilación
fraccionada. Tercero, los desbordes se volvieron una cultura y, más
allá de saber si engendraron o no auténticos “hábitos del corazón”,
produjeron poderosos aprendizajes colectivos: la memoria ordina-
ria, porque vivida, de su eficacia.
Para comprender el papel ordinario, estructural y recurrente
de los desbordes hay, por eso, que desandar el camino y caracte-
rizarlos, desde su inicio, de otra manera. Solo una vez corregida
esta caracterización es posible aprehender cómo los desbordes se
volvieron una tradición y generaron sus propios hábitos institucio-
nalizados. Las formas y las reglas fueron, según los casos, estratégi-
camente desbordadas y/o tácticamente respetadas. O sea, desde un
punto de vista secuencial, los desbordes fueron (1) una búsqueda
compleja de inserción en el orden existente por una vía transgre-
siva, (2) que generaron una profunda y heterogénea vulneración
de las puestas en forma de la sociedad, (3) y que progresivamente
sedimentaron, sino necesariamente, nuevas puestas en regla o por
lo menos modalidades de acción (des)formalizadas compartidas.
La tradición de los desbordes y el tipo especifico de reglamen-
tación (des)formalizada que propulsa tuvo dos grandes momentos.
En los años 1980-2010, los desbordes tensaron, sobre todo
desde un horizonte económico, la legalidad a través de la informa-
lidad. En este primer momento, lo que obtuvieron varios migrantes
se hizo a través del desborde (invasión de terrenos, trabajo de venta _.
114
(%] CamScanner
ambulatoria). Un tipo de acción que en la actualidad se recrea o
prolonga en otros ámbitos y desde una ilegalidad más acentuada
(minería ilegal, tala ilegal, construcción ilegal). Volveremos sobre
l\‘\ (li'\‘l'(‘n\ i-ll\'.\ \IL' (()"\C(‘“Cnciil Í.IL' estas ull.'Cil'“L"i. I“.'n) \L‘l’lil'(’l"()'\
desde ahora lo nuevo: progresivamente, incluso entre los actores
de los desbordes, la frontera entre lo informal y lo ilegal se ha ido
volviendo más porosa.
En los años 2010-2023, progresivamente la inseguridad ganó
significatividad sin que se abandone la importancia de la temática
económica anterior (sobre todo entre los partidarios del PRTJ).
La profundización de la sensibilidad colectiva hacia la inseguri-
dad cambió la mirada con respecto a los desbordes acentuando la
preocupación por la ilegalidad propiamente dicha. La ilegalidad se
convierte en el corazón de esta nueva generacién de desbordes: es
desde aquí que se analiza con nuevos ojos la violencia política, la
criminalidad, el sicariato, las mafias en la construcción, las extor-
siones, la misma corrupción.
El desborde generó sus propios mitos y “héroes”, bien distin-
tos en cada uno de estos dos periodos. En el primero, sobresalió el
emprendedor popular, por supuesto y sobre todo, pero también
el achorado, ese antihéroe de la sociedad. En el segundo periodo,
progresivamente, sin que esto se traduzca por la desaparición de las
figuras anteriores, surge otra silueta (no es todavía una verdadera
figura) más cercana a la ilegalidad en torno al sicariato, de cuya
realidad da cuenta el hecho de que poco más de la mitad de los
700 homicidios que hubo en Lima en el 2022 por arma de fue-
go o blanca fueron perpetrados por sicarios. Sin embargo, desde
una lógica comparativa, esta silueta no es una figura: en el Perú de
hoy no existe, por ejemplo, a nivel de la música popular la misma
ambivalencia con respecto al crimen o el delito como se da en los
narcocorridos mexicanos o colombianos, el mambo en Chile o en
la música villera en Argentina. Por el momento, el corazón de la
transgresión está y permanece en los desbordes.
Lo importante es por eso comprender las inflexiones que se
producen a nivel de la naturaleza misma de los desbordes y, para
ello, tomar en cuenta, por esquemática que sea, la idea de dos
periodos. Las ventajas estratégicas no son las mismas cuando se
desbordan las reglas de la formalización económica (el no pago
115
(%] CamScanner
de ciertos impuestos) que cuando se transgreden otras reglas o le-
yes. El tiempo es un factor importante en lo que a la evaluación
diferencial de estos casos se refiere, pero no solamente. Desde el
inicio, las intenciones no son las mismas. Retomemos las etapas
distinguidas.
En un primer caso de figura (1), a través, por ejemplo, de la in-
vasión de terrenos, se buscó la inclusión en la sociedad: o sea, la ley
de propiedad fue vulnerada... con el horizonte de obtener títulos
de propiedad. El desborde se concibió como una accién acotada en
el tiempo y con una dirección más o menos única. Una suerte de
paréntesis de extralegalidad.
No es la sola ilustracién posible de este caso de figura. En ana-
logía con lo que se dio a nivel de la legalización de las invasiones
de terrenos urbanos, algunos actores promueven, por ejemplo, la
necesidad y el interés de legalizar las tierras que han sido invadidas
e incluso ya deforestadas en la Amazonía dando títulos de propie-
dad. Una medida que, sostienen, no permitiría eliminar del todo
nuevas invasiones (nuevos incendios y ocupaciones), pero lograría,
por lo menos, una cierta regulación y gestión a nivel de las tierras
ya deforestadas. Es una buena ilustración del paradójico modus ope-
randi de la lógica de los desbordes (des)formalizadores.
En un segundo conjunto de casos de figura (2), los actores se
instalaron durablemente en el desborde. Valga decir que los des-
bordes se perennizaron y se volvieron modalidades compartidas
más o menos frecuentes de transgresión de las puestas en forma.
Aunque pueda parecer sutil, la “institucionalizacién” de la légica
del desborde, su uso durable y reiterado por los actores toma mo-
dalidades distintas según se trate (2a) de la informalidad econó-
mica y la hipo legalidad fiscal o (2b) de la ilegalidad propiamente
delictual o criminal.
Admitamos una vez más que la frontera es sinuosa entre to-
dos estos desbordes, pero va en ello justamente de la estructura de
la sociedad peruana actual. En todo caso, entre el primer caso de
figura (1) y los dos otros (2a y 2b) una diferencia importante se
consolida: los riesgos y las consecuencias negativas, para la sociedad
y para los propios actores del desborde, no son los mismos. En el
caso 1, la percepción del “daño” fue diluido (eran tierras propiedad
del Estado) y el desborde dio forma a una narrativa épica política y
116
(%] CamScanner
económica. La figura 2a ya es distinta: los daños del desborde pue-
den ser considerados colaterales, pero se toma conciencia, aunque
sea tenuemente, de que afectan al interés general (el no pago de
impuestos) y sobre todo que son susceptibles de dañar los intere-
ses de los comerciantes económicamente formalizados (incluido el
caso de antiguos vendedores informales). La situación es otra con
la figura 2b: a medida que los actores propiamente ilegales ganan
peso, varios actores y los mismos actores del desborde se ven masi-
vamente expuestos a diversos tipos de daños, bajo la forma de una
diversidad de violencias (amenazas, pago de cupos, extorsiones,
enfrentamientos, arreglos de cuentas, homicidios). En simple, para
los mismos actores de los desbordes, los costos evaluados desde un
eje económico legal-informal (por ejemplo, el no acceso al crédito)
son infinitamente menores que los costos evaluados desde el eje
legal-ilegalidad.
Regresaremos sobre esto, pero existe en la base de la transición
entre estos dos procesos la posibilidad de una demanda, nueva y
específica, de reglamentación por parte de los mismos actores del
desborde. Si, como lo hemos señalado en un parágrafo anterior, los
alicientes meramente económicos se han revelado insuficientes en
las últimas décadas para promover la formalización, el anhelo de
seguridad y de protección legal pueden convertirse en un eficiente
aliciente de formalización ante la ilegalidad.
El orden de los desbordes
Llegamos a un punto central: ¿qué tipo de puesta en regla produ-
cen los desbordes (des)formalizadores? Precisémoslo distinguiendo
entre diversos perfiles de actores y procesos. A pesar de la modestia
de los resultados, un grupo de actores del desborde ha formaliza-
do (legalizado) total o parcialmente sus actividades económicas,
o sea, se ciñeron a los objetivos del PRTJ. Varios comerciantes
de Gamarra responden, por ejemplo, a este patrón de conducta.
No es un fenómeno menor, incluso si no se le ha dado suficiente
significatividad politica: dentro de las mismas clases popular-inter-
mediarias se generan nuevas fricciones entre actores que crecien-
temente (aunque rara vez totalmente) legalizan sus actividades eco-
nómicas, actores que continúan practicando o renuevan acciones
117
(%] CamScanner
económicas informales (o sea, hipolegalizadas) y actores que, más
o menos a distancia de ambos, recurren orgánica y durablemente
a la ilegalidad.
Lo interesante en lo que aquí nos atañe es, por supuesto, la
fricción entre los nuevos y los antiguos informales —y hoy nuevos
actores legalizados—. Los últimos defienden sus derechos en tanto
que aliados de la ley en contra de los nuevos invasores. La frontera
entre unos y otros no solo no recibe curiosamente la atención que
merece, sino que el Estado, al no defender (o “premiar”) a los que
legalizan sus actividades económicas con respecto a aquellos que
persisten en la informalidad, se convierte en un promotor, incluso
involuntario, de la informalidad. El hecho de que estas fricciones
se den en el mundo del trabajo o del comercio diluye la percepción
colectiva de los daños colaterales, pero basta con cambiar de regis-
tro para comprender lo que está en juego: los antiguos invasores
de terrenos podrían ser desposeídos (de sus casas autoconstruidas y
con título de propiedad) por nuevos invasores. No es un puro ejer-
cicio de pensamiento: una parte de la minería artesanal o ilegal se
practica, vía invasión, sobre concesiones mineras, lo que conmina
a ciertos concesionarios a buscar acuerdos con los invasores. Otro
ejemplo ordinario de desborde (des)formalizador.
Por el momento, en el Perú, a pesar de la existencia de algunas
mafias propiamente dichas, priman clanes o bandos. A nivel de las
organizaciones criminales, incluso en el narcotráfico no parecen
existir, sino puntualmente, a pesar de lo que promueven tantas re-
presentaciones de las industrias culturales, organizaciones durables
con fronteras y reglas bien consolidadas. En este sentido, en varios
casos el término de mafia es inapropiado para designarlas y parece
más justo hablar de agrupaciones sociodegradables en función de
alianzas, traiciones, oportunidades, asesinatos. En lo que concierne
al recurso a la violencia y los homicidios, aunque en aumento, los
porcentajes siguen siendo, comparados con otros casos nacionales
en América Latina, relativamente bajos. Lo que sigue primando es
la coima, incluso si se extienden las prácticas de extorsión. No es
un consuelo, pero el Perú está todavía menos gangrenado que otras
sociedades latinoamericanas por el crimen. Ciertamente, también
ha habido un aumento de las denominadas zonas grises entre la ley
y el crimen.
118
(%] CamScanner
Sin embargo, sin minorar ninguno de estos procesos, es im-
portante intentar aprehenderlos también como versiones particu-
lares de los desbordes (des)formalizadores. Aunque la economía
criminal se ha vuelto un rasgo (casi) estructural del capitalismo
peruano, su expansión no entraña la suplantación o cl desplaza-
miento del Estado. Las actividades, incluso las más agresivamente
ilegales, tampoco aspiran a lograrlo del todo: las zonas controladas
por la economía criminal tienen vocación a relacionarse, sino a
insertarse —desde juegos asimétricos de poder—, con la legalidad.
Esto también da cuenta de por qué el Estado logra, con importan-
tes dificultades y limitaciones, imponer un orden: en este trabajo
es curiosamente ayudado por los mismos actores informales e ile-
gales que necesitan tener lazos con la legalidad. Ningún actor puede
pasarse enteramente de una puesta en forma reglamentada de las
relaciones sociales.
Expliquémoslo mejor. Es cierto que algunos actores ilegales
buscan desestabilizar la legalidad. Los acuerdos tácitos o explícitos
entre grupos armados, cierta radicalidad política, el narcotráfico,
la minería o la tala ilegal conforman una realidad en ciertas zonas
del país. En este caso, los acuerdos reposan sobre el mutuo interés
entre estos grupos, aunque sea por razones bien distintas, de im-
pedir el afianzamiento de los poderes infraestructurales del Estado;
una articulación que, si seguimos lo que filtraron los servicios de
inteligencia, se dio en algunas de las movilizaciones tras la vacancia
de Castillo. El emprendedor informal e ilegal puede, por ejemplo,
coaccionar o vincularse tanto con partidos políticos representados
en el Congreso como con grupos políticos radicales. Pero esto solo
es una parte de la verdad. Si la economía criminal desestabiliza
a la legalidad, al mismo tiempo está obligada a “sostener” cierto
tipo de legalidad (las “autoridades” cobran los servicios, permisos,
liberalidades que “facilitan”...). Lo que es válido para la economía
criminal lo es también para la economía informal o las actividades
extractivas ilegales.
El Estado, por débil que sean sus poderes infraestructurales,
es indispensable para el ejercicio “sereno” de estas actividades: es
preciso controlar la calle para la venta de drogas o la prostitucién, o
en otro contexto las rutas para la exportación de productos ilícitos
(como es el caso con la importante exportación de la minería ilegal
119
(%] CamScanner
del oro). Todo esto hace que estas economías, en último análisis al
final de la cadena, tengan interés en negociar y apuntalar un cierto
tipo de rcglunn'nmciún. Dignmos, una puesta en forma /mrliru/ar
de las relaciones sociales: una que haga posible reiterados desbordes
(des)formalizadores.
Tratándose de estas actividades, es evidente la insuficiencia de
estudios empíricos y es aún más evidente la dificultad de produ-
cirlos. Esto dificulta la caracterización de la situación actual. Sin
embargo, si se deja de lado la situación extrema de algunos encla-
ves abiertamente criminales, la situación más frecuente parece ser
una yuxtaposición de lógicas de acción. Más que una penetración
orgánica generalizada del Estado por los actores ilegales parece más
justo hablar de una miríada de modalidades de neutralización (ve-
tar leyes, hacerlas inefectivas) y de microcapturas “desde abajo” o
“desde fuera de la ley” del Estado.
Contrariamente a lo que sugieren ciertas imágenes unilate-
rales, ampliamente compartidas por los partidarios del PRT], los
actores del desborde no han cesado de practicar distintas modali-
dades, por lo general acotadas, no de formalización propiamente
dichas, sino de desbordes (des)formalizadores. Esta estrategia 70
puede entenderse si se adopta la idea de un camino único, neto y
sin retorno de la informalidad o de la ilegalidad en dirección de la
legalidad. Los desbordes (des)formalizadores son de otro calibre.
Sin este reconocimiento, no se logra aprehender muchas de las es-
trategias reglamentadoras efectivas y parciales, por perversas que
puedan juzgarse, activas en la sociedad.
Concretamente: varios actores del desborde incluso cuando
desarrollan y mantienen en el tiempo estrategias segmentadas y
altamente oportunistas con respecto a la legalidad, secretan otras
modalidades de reglamentación. La actitud de los actores del des-
borde no es equidistante entre lo legal / formal / informal / ilegal.
Leer las conduetas desde el solo eje ilegalidad-legalidad como lo
hacen, al menos implícitamente, varios partidarios del PRT], im-
pide analizar lo que efectivamente sucede. No se trata de justificar
conductas, sino de comprender el sentido de las estrategias (des)
formalizadoras presentes en los desbordes.
En muchos de estos casos existe un uso instrumentalizado de
la ley que se declina desde el interés personal o grupal y, muchas
120
(%] CamScanner
que ver con el
veces, “contra” los otros. Esta actitud tiene poco
La estra-
adagio, “para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”.
ese”.
tegia es distinta: “la ley solo cuando y mientras me / nos inter
es una ver-
Todo bien analizado, este desborde (des)formalizador
a del
sión particular del mercantilismo y de la captura económic
Estado “desde abajo” o “desde la ilegalidad”: una captura selectiva e
instrumentalizada de la ley para provecho propio. Esta sinuosidad
ue se
instrumentalizada con respecto a la ley (pero también, aunq
cuenta
insista menos en ello, hacia las normas y las maneras) da
-
del amplio abanico de reglamentaciones alternas, siempre socio
degradables y por lo general oportunistas, que tejen los actores de
los desbordes.
Además, todo lo anterior se complica apenas se toma en cuen-
ta el hecho —es imposible descuidarlo— de que en los últimos
cincuenta años ha sido muchas veces por la vía de los desbordes
que los sectores populares han encontrado respuestas 0 han logra-
do avances. Como ya lo hemos indicado, al mismo tiempo que
innegables fuentes de problemas colectivos, la informalidad, el
desborde, el achichamiento, también han sido soluciones a impases
económicos, sociales, culturales.
La disminución (por insuficiente que haya sido) de la arro-
gancia y del verticalismo en el ejercicio del poder, así como de
la mejora económica, no se dio muchas veces a través de nuevos
derechos garantizados por el Estado. Se obtuvo, por el contrario,
a través o coincidiendo con la expansión de la informalidad, o sea,
por el emprendimiento individual y familiar incumpliendo reglas
tributarias o laborales; a través del desborde propiamente dicho, o
sea, despreocupándose por el respeto de muchas normas de convi-
vencia y urbanidad; merced al achichamiento, o sea, la generaliza-
ción de un desinterés estilístico —lenguaje, vestimenta, ademanes,
sociabilidad— como vía de reducción de las jerarquías culturales.
Es indispensable, por eso, reconocerlo: no todos, pero mu-
chos de estos cambios se dieron por fuera de la institucionalidad
e independientemente de ella, e incluso, a veces, en contra de las
formas y reglas instituidas. Las estrategias de rebasamiento antes de
ser un problema fueron una solución para muchos individuos. Una
solucién contra una economía que no logró crear empleos forma-
les (legales) suficientes, contra un pais en donde las desigualdades
121
(%] CamScanner
sociales permitían el ninguneo sistemático, contra una sociedad en
donde la decencia siempre se arropó con el racismo.
Por importante que sea la figura del desborde, el rebasamiento
solo describe un momento dentro de una estrategia de este tipo.
¿Cómo una vez el desborde realizado, se estabilizan concreta y or-
dinariamente las situaciones?
Esto define la principal modalidad de puesta en regla de las
relaciones sociales propia a los desbordes (des)formalizadores. Los
desbordes se apoyan, amplían y prolongan una modalidad particu-
lar de gobierno interpersonal, que toma más la forma de un “pacto”
entre individuos que una relación institucionalizada de obediencia.
En última instancia, el papel central reviene a los vinculos perso-
nalizados. Cada cual, desde sus asimetrías de poder, recurre a ellos.
No es algo ni nuevo ni específico a la sociedad peruana actual,
pero es una realidad a la que los desbordes le han dado un alcance
inusitado. Las relaciones entre actores y de estos con las institucio-
nes están sujetas a actitudes oportunistas altamente individualiza-
das. En esto, el jefe tiene tantas veleidades como sus seguidores.
Otra vez, bajo la impronta de los desbordes, exit-voice-loyalty deja
de ser una tríada opuesta de acciones: todas y cada una de estas
opciones están modeladas y atravesadas por diversos oportunismos,
muchas veces, indisociablemente grupales e individuales.
De ahí la indefectible y constante necesidad de la renovación
del clientelismo en los gobiernos interpersonales: la adhesión y la
lealtad al jefe es indisociable de las ventajas y privilegios que se
obtienen de la membresía en su agrupación. Una frase popular lo
resume: “si no puedes con ellos, únete a ellos”. Bajo la impronta de
la cultura de los desbordes, las organizaciones tienden a ser percibi-
das como meras agrupaciones.
Muchos peruanos, más allá de discursos y lamentos conveni-
dos y convenientes, no han cesado en las últimas décadas de optar
prácticamente por los desbordes. Sin duda porque unos, los pode-
rosos, vieron y siguen viendo una manera idónea para preservar sus
privilegios y otros, los subalternos, porque vieron y siguen viendo
en ellos una manera de defenderse en una sociedad muy desigual.
Los desbordes de la ley han sido y son una práctica social extendida.
En los hechos, si las elites promueven marcos jurídicos regulatorios,
solo tienden a respetarlos —e imponerlos— en la medida en que
122
(%] CamScanner
esto las beneficia. Caso contrario, no tienen gran escrúpulo en reba-
sarlos. Y entre las clases populares es frecuente el sentimiento de que
la transgresión es legítima a causa de los abusos, injusticias y des-
igualdades sufridos. La resistencia de muchos miembros de las elites
a la formación de un Estado-nación centralizado durante el siglo
XIX puede ser puesta en resonancia con los desbordes de los secto-
res populares en ese mismo siglo o en el siglo XX. En los dos casos,
por vías distintas, los grupos sociales, más que enfrentarse al Estado,
construyeron sus vidas, en medio de una tolerancia recíproca y a
veces sin grandes sanciones, al margen del cumplimiento de la ley.
En sociedades históricamente marcadas por la experiencia rei-
terada del abuso, por el Estado y por el mercado, como ciudadanos
y como consumidores, por los patrones y por los jueces, los indi-
viduos, de la manera la más ordinaria, apuestan (tal vez más que
“optan”) por un sinnúmero de articulaciones circunstanciales entre
los desbordes institucionales y los lazos interpersonales.
Hay que entender bien los dos factores y su conexión. Desbor-
des institucionales: se integra como un hecho ordinario que todo
individuo en cualquier momento puede potencialmente rebasar las
reglas. La tentación es tanto más grande que está muy difundida
la convicción de que existe una fuerte impunidad legal o una falta
crónica de eficacia de los mecanismos disuasorios de castigo a la
hora de contener las conductas transgresivas u oportunistas. Algo
que es en parte refrendado por los hechos. Lazos interpersonales: la
impersonalidad de la ley no se vive como una garantía suficiente
contra el abuso; en varias situaciones, casi al contrario, las leyes y
las autoridades son percibidas como una fuente de riesgo. Frente
a recurrentes experiencias de abuso por parte de las instituciones,
los individuos tienen la convicción —más o menos corroborada por
los hechos— de que una intervención personalizada (a veces gra-
cias a una coima) puede “resolver las cosas”. Los individuos sienten
que solo cuentan con el apoyo de un núcleo de personas (por lo
general, familiares o allegados) en medio de un mundo social que
perciben como particularmente hostil.
Los desbordes se nutren y a la vez renuevan estas experiencias.
Las instancias gubernamentales son varias veces descritas o percibi-
das como importantes e inquietantes actores de la transgresión, la
injusticia y el abuso. Resultado: los actores orientan potencialmente
123
(%] CamScanner
sus conductas desbordando muchas prescripciones legales. Dadas
las adversidades incluso legales contra las que luchan, los indivi-
duos se sienten legitimados a recurrir a un muy amplio espectro de
recursos informales e incluso ilegales.
Por supuesto, la sensación es estadísticamentefalsa. En la ma-
yoría de las situaciones los individuos se ciñen a las reglas. Pero lo
importante es el generalizado sentimiento potencial de incertidum-
bre que se resiente y la representación social que esto engendra.
No todo vale, pero el abanico posible de acciones se revela
bastante abierto. Frente a una adversidad o un escollo, se puede
recurrir de manera ordinaria o extraordinaria a una ayuda pública,
a un padrino, a un compadre, a un partido político, a una práctica
clientelar, a una asociación religiosa, pero se debe contar sobre todo
con las propias habilidades individuales. El transgredir o contor-
near la ley solo es un asunto de contexto, estrategia y oportunidad.
No es un detalle: en muchas representaciones sociales, las
transgresiones legales no se interpretan como el resultado de una
supuesta personalidad díscola (o mal socializada), sino como una
consecuencia y una manera compartida de actuar dentro de un
sistema de reglas inicuo o ineficiente. Los individuos se sienten
muchas veces legítimos a desbordar las ineficiencias institucionales
0 los abusos legalizados.
A través y a causa de un conjunto de diversos procesos de des-
borde, los individuos han descubierto que disponen de márgenes de
acción particulares. La vida social se organiza de manera ordinaria
en torno a un conjunto de relaciones interpersonales, que en todo
momento se revela capaz de rebosar las reglas y que en todo caso
permite a los actores actuar más o menos independientemente de
ellas, aunque dentro de ellas.
Si los sistemas burocráticos institucionalizados tienden a en-
gendrar excesos de reglas, ritualismos, pérdida de iniciarivas, en
la sociedad peruana actual las relaciones interpersonales engendran
y reposan sobre destrezas individuales, lealtades, clientelismos,
oportunismos y traiciones. Los individuos no se oponen necesa-
riamente a las reglas: las “trabajan” desde adentro y las asientan
desde vínculos personalizados. Las relaciones institucionalizadas y
jurídicamente establecidas nunca están definitivamente al abrigo
de conductas altamente personalizadas y oportunistas de relación.
124
(%] CamScanner
La vida social, concebida y practicada a través de un conjunto
más o menos autónomo de sistemas interpersonales, se estructura en
torno a estrategias movedizas y fluctuantes que requieren de habilida-
des individuales para tejer y sostener acuerdos. En todos los ámbitos
sociales, los individuos desarrollan estrategias en función de sus habi-
lidades personales y tácticas de connivencia, astucia, trampa, rebasa-
miento. Nada es del todo nuevo, todo termina siendo muy distinto.
Sin sorpresa, estas maneras de hacer, pensar y sentir suelen
ser juzgadas negativamente. A través de versiones, muchas veces,
idealizadas de lo que sucede en otros países (“desarrollados”), s
condena y lamenta, una y otra vez, los límites de las institucio-
nes o la ingobernabilidad de los peruanos. Pero más allá del juicio
moral, lo importante es comprender cómo las prescripciones insti-
tucionalizadas conviven con los desbordes y con un conjunto de
modalidades de hacer, pensar y sentir altamente interpersonales. La
impersonalidad de las reglas no es percibida ni como una garantía
suficiente de la conducta de los otros ni como una prescripción
coercitiva necesaria de la propia acción.
Esto es lo que han terminado sedimentando los desbordes:
modalidades ordinarias y alternas de conducta por dentro y por
fuera de las reglas. Modalidades de hacer que, siempre desde los
aprendizajes inducidos por la misma vida social, inclinan menos a
compromisos o el respeto de las reglas que a estrategias de avance
por insistencia, desgaste y rebasamiento. Esto es lo fundamental.
El que las organizaciones reposen y funcionen a través de re-
laciones interpersonales explica por qué ninguna de ellas se asien-
ta desde formas definitivamente consolidadas. Las organizaciones
funcionan de hecho (incluso si no son concebidas así) a través de
heterogéneos entramados de relaciones interpersonales, o sea, a tra-
vés de muy ordinarios desbordes (des)formalizadores.
Los individuos, todos ellos, quien más, quien menos, tienen
* márgenes significativos y variables de conducta en todas sus re-
laciones. Todos han aprendido a desbordar situaciones. Las orga-
nizaciones, las reglas y los roles no encausan efectivamente a los
individuos; cada uno está tensionado por sinuosas estrategias infer-
personales. En el fondo, es menos cierto que “nadie respeta nada” y
mucho más justo reconocer que cada cual se “las arregla”, a través
de un conjunto de relaciones particularizadas con las reglas.
125
(%] CamScanner
Es por eso lá¡lsg_g_c__usnr que, tratándose de los desboídes, cadh
fndividuo opera con-una: mentalidad de cmp¡es¡ilgf verdady
ltodó bien analizadg, es mds:justo reconocer que muchos indivig
Kuoshan desarrollado una-mentalidad:de político.más que de actory
leconómicd] Mentalidad de político: el uso hábil de las oportuni-
dades, una inteligencia estratégica, una manera particular de hacer
las cosas, de estabilizar y desbordar configuraciones, de convivir
ordinariamente con la fricción y las relaciones de fuerza, buscando
incansablemente “amigos”, “aliados”, “sostenes”. La vida social se
vive como una yuxtaposicién de arenas; las relaciones sociales es-
tán potencialmente abiertas y estratégicamente trabajadas por des-
bordes que no pueden sin embargo ignorar del todo la necesidad
de estabilizar situaciones. Para ello, muy diversas configuraciones
de relaciones interpersonales son siempre necesarias como vías para
asentar desbordes (des)formalizadores en las organizaciones como
en las calles, en la política como en el trabajo.
Es prematuro para saberlo, pero es posible que desde el 2021
0 unos pocos años antes, a medida que declinó el poder de influen-
cia de los partidarios del PRTJ, los desbordes (des)formalizadores
hayan empezado a salir de la sombra. Volveremos sobre esto en la
cuarta parte, pero la implosión partidaria ha llegado a ser tal que se
ha disuelto el papel de contención de las identidades políticas, lo
que abre y permite negociados interpersonales en todas las direccio-
nes. Al alero de muy diversos y esporádicos acuerdos multiformes,
las mayorías políticas se vuelven un conjunto de tinglados en los
cuales cada actor se las ingenia para rebasar las reglas instituidas
y subordinarlas a sus más rancios intereses. Todos participan en
el juego y si algunos pierden, muchos otros obtienen beneficios
concretos. Los desbordes (des)formalizadores se vuelven prácticas
ejercidas “desde arriba”: modalidades inciertas y hasta discreciona-
les de regulación y captura de las universidades, el transporte, los
permisos de pesca, la legislación laboral, las nominaciones en el
Poder Judicial, etc.
Los desbordes y el individualismo metonímico
en-
En América Latina los individuos tuvieron y tienen constantem
a los
te, con poco o sesgado apoyo institucional, que hacer frente
126
(%] CamScanner
desalíos de la vida social. La especificidad conductual
de los in-
dividuos en el Perú actual y sus práctica 15 recurrentes de desb
orde
deben comprenderse en continuidad con esta histo
ria: individuos
que han sido representados y se han percibido como hábiles, fuer-
tes, discolos, altamente celosos de lo suyo, excesivos.
Un término
condensa este conjunto de representaciones: la ingobernabilidad.
Lo fund
samparo i ionaldEn la sociedad peruana, los
individuos siempre tuvieron que hacerse cargo de sí mismos y
de
algunos otros, con algunos otros, en medio de un entramado ins-
titucional caracterizado por abusos sistemáticos, insuficiencias de
soportes, prescripciones imposibles de realizar. Los individuos se
Bercibiemn por eso con frecuencia en tensión con las instituciones:
tuvieron que arreglárselas con el apoyo decisivo de algunos otros;
uvieron que apoyarse en instituciones heredadas y subalternas
fcomo las comunidades) para resistir a las instituciones mainstream
y dominantes.
En continuidad con estos procesos deben entenderse los
cambios que en las últimas décadas ha producido la crisis de los
controles sociales informales, los empoderamientos individuales,
sobre todo la cultura de los desbordes. Con importantes variantes
sociales y regionales, todo esto ha acentuado y radicalizado el per-
fil de los individuos metonímicos. Quien más, quien menos, todos
oponen un radio estrecho (él, su familia, comunidad, algunas redes
de solidaridad) a un diámetro más amplio (las leyes, la sociedad, el
interés general).
Esto se refleja a nivel de la instrumentalización de varias crisis
sociales y económicas, por los actores legales, informales e ilegales,
127
(%] CamScanner
en las ciudades como en el campo, como un repertorio ordinario
de acción. Cada actor intenta canibalizar las protestas en su propio
beneficio, a través de conductas sinuosas. Resultado: la crisis es
muchas veces el camino y el objetivo. O sea, la prolongación de las
crisis, la estabilidad inestable que produce y recrea su cronicidad, es
el caldo de cultivo en el cual coinciden y anhelan operar muy diver-
sos actores. Para muchos actores, la crisis no es el problema, sino la
solución. Otra modalidad de desbordes (des)formalizadores.
ELindividuo metonímico no debe ser (con)fundido con el
egoísmo. No es un vicio moral inmemorial. En el Perú, como en
toda otra sociedad, existen por supuesto individuos egoístas: ac-
tores animados por un excesivo amor por sí mismos y sus propios
intereses. En todos los grupos sociales (colectivos, familias) existen
individuos percibidos o denominados como egoístas. La connota-
ción moral es decisiva.
| individualismo metonímico designa un proceso estructural
distinto. En el Perú todos los individuos tienen, a causa del modo
como son estructuralmente producidos, inclinaciones metoními-
cas: la parte (cada cual) se toma por el todo. Cada cual (las partes)
/0 se desinteresan por el todo. Una ilustración ordinaria entre tantas:
la metonimia se manifiesta, por ejemplo, a nivel de las fachadas
de las casas; más allá de regulaciones municipales más o menos
respetadas, cada cual construye “su” casa a “su” gusto (ornamentos,
colores y estilos). Cada cual manifiesta en su casa (la parte) su radi-
cal desimcrés por cl todo (la ciudad).
wa
Ímenteporque son'ese rfco
ameme ;
egoísmo es un vicio moral larente; la dimensión metonímica es un
rasgo estructural compartido por todos los individuos. No hay por
eso que confundirlo: en el Perú, detrás de la similitud aparente con
muy viejos lamentos sobre el difícil camino del interés general, se
vive otra cosa. Lo distintivo no reside en el egoísmo; se encuentra
en la tendencia generalizada de todas y todos a la metonimia. Una
tendencia acentuada por la frecuencia de los desbordes.
Cada cual se percibe en lucha contra todos, gracias al apoyo de
algunos. Poco importan las justificaciones públicas o privadas: en
128
(%] CamScanner
la vive-
esta estrategia coinciden la defensa comunitaria, el honor,
familismo
za, el esfuerzo propio, la tolerancia a la transgresión, el
amoral, la indiferencia, etc. O mejor dicho sí importan, pero solo
en la medida que se entiende que cada una de estas justificaciones
puede tener, según los grupos y periodos, una innegable eficacia a
la hora de reclamar una legitimidad para el propio accionar. Poco"
importa, por eso, en último análisis la vía practicada. La gran regla
del individualismo metonímico postula que, ante las injusticiasy
abusos, ante la falta crónica de oportunidades y la desigualdad
gad:l uno !con algunos otros) tiene que hacerse cargo por sí mismo
de sí mismo. Cada cual debe encontrar la fuerza o la habilidad para
forzar las reglas del juego.
Los desbordes operan dentro de este registro. Varios indivi-
duos desarrollan una mayor confianza en los conocidos que en las
reglas institucionales impersonales. No solo tienen un mayor sen-
timiento de deuda y lealtad hacia sus grupos de pertenencia, sobre
todo la familia, que hacia las leyes impersonales, sino que tienden
a oponer las obligaciones morales hacia los primeros a las obliga-
ciones ciudadanas hacia las segundas. Esto da cuenta de un sentido
exacerbado del oportunismo y del propio interés personal, por lo
general concebido desde una inserción grupal, lo que a su vez exi-
c el desarrollo de variadas habilidades para maniobrar sus vidas
?n medio de recurrentes desbordes (des)formalizadores. Muchos
individuos conciben tendencial y casi espontáneamente los siste-
mas estructurados de relaciones sociales como meros conjuntos de
s.
relaciones interpersonales sumidos al imperio de las oportunidade
Todo esto está muy lejos de los principios del PRT], todo esto
no describe menos un conjunto sinuoso de prácticas de regulación.
Todas las situaciones y casos de figura que hemos analizado
son distintos e incluso contradictorios entre sí. Y todo bien medi-
do, los desbordes (des)formalizadores, como el mismo emprende-
durismo popular, no son una estrategia societal idónea o posible a
mediano o largo plazo. Sin embargo, pueden ser —lo han sido en
las últimas décadas— estrategias durables.
Es esta realidad y sus consecuencias lo que hemos intentado
problematizar en este capítulo. Comprenderlo exige reconocer
que, de una manera particular y con efectos costosos tanto para
la vida en común como para la definición del interés general, los
129
(%] CamScanner
desbordes, con el tiempo, han dejado de ser únicamente transgre-
siones y han dado forma a hábitos de conducta y a una específica
modalidad sociodegradable de puesta en forma de las relaciones
sociales. Los desbordes (des)formalizadores distan mucho de ser
un ideal colectivo, pero son en los hechos —incluso contra el de-
recho— un durable y problemático componente reglamentador
realmente existente.
(%] CamScanner
Descargar