Danilo Martucelli EL OTRO DESBORDE Ensayos sobre la metamorfosis peruana lasiniestra <ensoyos (%] CamScanner Danito MartuccetL !:;I otro df¡bom/:. Ensayos sobre la metamorfosis peruana 13 ed.- Lima. La Siniestra Ensayos, 2024. 324 pp.; 14,5 em x 22,5 cm ISBN: 978-612-49485-2-7 1.C 1ENCIAS SOCIALES S 2. CAPITALISMO 3. ECONOMÍA 4. POLÍTICA El otro desborde. Ensayos sobre la metamorfosis peruana Primera edición, enero 2024 O 2024, La Siniestra SAC Para su sello La Siniestra Ensayos Av. Agustín De la Rosa Toro 631, San Luis, Lima, Perú infoElasiniestraensayos.com © 2024, Danilo Martucelli Sello dirigido por Pablo Sandoval López Dirección editorial: Luis Zúñiga Diseño de portada: Leonardo Espejo Diagramación: Jhosep Abarca Gómez Impreso en Perú del Perú Ne 2023-11505 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional ISBN 978-612-49485-2-7 ucción y distribución to- Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reprod o, sea mecánico, fo- tal o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimient sin la autorización escrita de toquímico, electrónico, magnético, fotocopiado u otro; as por la ley. los editores, bajo las sanciones establecid (%] CamScanner CaríTuLO 7 REPENSAR LOS DESBORDES Se trata de uno de los componentes más complejos, contradicto- l. La variedad de rios y caleidoscópicos de la sociedad peruana actua ctos) opues- un conjunto de contraprocesos (no son realmente pmye mejor tos o simplemente resilientes al PRT] que, a falta de una caracterización, denominaremos desbordes (des)formalizadores. la reglamen- Digámoslo de entrada: para los partidarios de rdes (des)formali- tacién tecnocrática-judicial, los reiterados desbo al país y deben ser, por zadores condensan los males que aquejan reforma. Esta actitud eso, el blanco predilecto de las propuestas de unto de malenten- de rechazo radical termina generando un conj cto reglamentador, didos. En su voluntad por imponer u7 proye que sean —y lo se descuida que, por insuficientes y problemáticos tienen paradójicas aristas son—, los desbordes (des)formalizadores adas por estrategias reglamentadoras. Ciertamente, siempre tamiz convicciones, pero así y todo oportunistas, a la carta, sin plan ni sociedad. participan de cierta puesta en forma de la )formalizadores son Vayamos por partes. Los desbordes (des nan por lo general en sectoriales, más o menos puntuales y se decli ni la sumisión a función de los intereses de ciertos actores. No es de regulación la ley ni al interés general, ni un proyecto extensivo sino un conjunto en distintos ámbitos sociales lo que se persigue, nder o hacer acotado de estrategias de desborde que sirven para defe que bandas), gru- prosperar los intereses de distintos bandos (más lo complica- pos o redes sociodegradables. Sin embargo, y aquí está la ley o de los ob- do, no todos los desbordes son equidistantes de amentadores. jetivos del PRT]J, algunos de ellos tienen alcances regl 103 (%] CamScanner Es bajo este prisma como hay que tratar de problematizar ciertos desbordes como expresiones de (des)formalizaciones estratégicas. El desborde y sus momentos El desborde, en la década de 1980, hizo referencia a sectores po- pulares (en la época se les denominaba masas) que desbordaron las regulaciones sociales instituidas. Si la dimensión legal estaba pre- sente, los análisis se centraron en algo más amplio y estructural, a saber, el rebasamiento de las reglas y normas en diversas situaciones sociales. Aunque no siempre fue y es claro, en muchos desbordes de de lo que se trata no es tanto de un actor que no tiene normas, normas que no son consensuales o incluso de un individuo que se opone y transgrede las que son hegemónicas y consensuales, sino de actores que actúan con indiferencia con respecto a normas co- lectivas profundamente desdibujadas y en medio de un relajado control social informal. Regresaremos sobre esto, pero la debilidad en muchos ámbi- tos del control social informal facilita, por ejemplo, el familismo amoral. La normatividad a la que se ciñen los actores prioriza los intereses del endogrupo por sobre cualquier otra consideración. O sea, el comportamiento del individuo es normado si se lo lee desde el grupo al cual pertenece; pero esta normatividad aparece muchas veces como extraña, diversa, externa con respecto a varias normas mainstream de la sociedad. La indiferencia práctica hacia las normas mayoritarias en tanto que manifestación de un tipo de conducta normativa prima sobre la voluntad de transgresión. En el Perú, el desborde permitió, para bien o para mal, la intro- ducción de principios horizontalizadores en las relaciones de fuerza entre individuos en una sociedad altamente estamental. Si las po- siciones sociales implican innegables jerarquías relacionales (sobre todo en los universos funcionales en donde la frontera entre jefes y subordinados es clara), en el ámbito público, incluso cuando estas jerarquías estén activas, el desborde permitió interacciones más ho- rizontales. Muchas veces, lo hizo y lo hace a través de modalidades signadas por la percepción de que el otro avasalla, desconoce las normas, no “respeta nada”. En verdad, la conducta de este otro da 104 (%] CamScanner cuenta de una sociedad en la cual, gracias al desborde, se han gene- ralizado puros y desnudos ejercicios de asimetrías de poder. Ante ello, además de un sinnúmero de lamentos individuales, se refuerza el f.rustmdo anhelo de una regulación creciente de las relaciones sociales por la ley. Sin embargo, dado los disfuncionamientos del Poder Judicial, tanto el recurso a lo jurídico como a lo judiciario se revelan limitados para regular situaciones que habitualmente lo son desde las normas. - in- Pero ¿por qué y cómo se dio la posibilidad de conductas diferentes hacia las normas mayoritarias? Según ciertas interpreta- ciones, la crisis económica y la violencia política de la década de 1980, aunadas a un sentimiento de colapso social y urbano genera- lizado, debilitaron la fuerza habitual —y jerárquica— de los con- troles sociales informales. Las actitudes de sobrevivencia primaron, — debilitándose así más o menos durablemente los controles entre actores. Un proceso de descrédito hacia las normas colectivas que fue ampliado y profundizado durante los gobiernos de Fujimori, luego en varios de sus sucesores y que se terminó instalando como una cultura más o menos ordinaria de transgresión. Cuarenta años después de su formulación, la tesis del desborde ha sufrido cambios fundamentales. A diferencia de la informalidad laboral urbana y de las lecturas que del desborde se hicieron en la década de 1980 desde la épica del emprendedurismo popular, nada de análogo se observa a propósito de los desbordes ulteriores que se han dado a nivel de la minería ilegal o informal, de la deforesta- ción, de la expansión del crimen. Si en todos los casos, ayer como hoy, es cuestión de un conjunto de desbordes legales, normativos e institucionales la representacién es muy distinta. En algunas décadas, los estudios sobre el desborde perdieron vocación épica y se volvieron más sombríos. Las complicidades de- lictivas y las transgresiones a la ley y las normas fueron analizadas con toda otra sensibilidad. Se rompió con la narrativa épica de los conquistadores e invasores de la década de 1980 y la ambigiiedad de su relacién normativa con la puesta en forma de las relaciones sociales. El desborde, como lo señala Julio Calderén Cockburn, dejó de asociarse con la creatividad popular, con un “mercado a la mala” que, ante las insuficiencias del sector formal (legal) de la economía, resolvía los problemas de acceso al suelo o a la vivienda. 105 (%] CamScanner Se tomó plenamente conciencia del papel determinante de actores y factores politicos en los procesos de desborde. O sea, se reconoció mejor no solo la diversidad de actores so- ciales implicados en los desbordes (financistas, promotores inmo- biliarios, pequeños propietarios agrícolas, mafias delictivas, comu- nidades campesinas, dirigentes vecinales, compradores), sino que también se reconoció la casi constante participación de autoridades municipales, funcionarios públicos, políticos, jueces y fiscales. El desborde dejó de ser percibido como un mero rebasamiento de formas instituidas y fue progresivamente analizado como un tipo particular de acción concertada que implica a diversos actores, em- presas e instituciones privadas y públicas operando muchas veces por fuera o contorneando la ley, siempre tensando las normas co- lectivas. unas No todo es nuevo en esta representación, pero si hace décadas se subrayó en las invasiones de terrenos la autonomía de rol de ciertos los actores populares (incluso cuando se reconoció el dirigentes en la organización y planificación de las invasiones), hoy ayer en día la visión es infinitamente más sombría. La razón: lo que se representó como un desborde más o menos acotado, en la ac- tualidad se percibe como una de las durables aristas de la sociedad peruana y de sus agobios. Ciertamente, también es cuestión de la ley en varios de estos capa- análisis, pero en última instancia lo que está en juego es la caso cidad de las normas en regular (o no) las situaciones. Cada es particular, pero en muchos desbordes interactúan actores de la economía criminal, poderes políticos, agentes económicos, ciuda- danos ordinarios. Los desbordes se han propagado por destilación fraccionada cuestionando la separación entre lo económico y lo político, entre lo ilegal y las autoridades. A este nivel, no existen cuerdas separadas. Los desbordes son fenómenos que articulan di- versos factoresy actores. A veces se lo descuida, pero una de las grandes virtudes sub- — yacentes a los desbordes fue instituir una modalidad especifica de gestión de las asimetrías de poder. Mientras se percibieron como estrategias “desde abajo”, incluso cuando fueron criticadas, estas modalidades de rebasamiento y de avance por desgaste de los pro- pios intereses gozó de una cierta tolerancia y hasta legitimidad. Sin 106 (%] CamScanner embargo, a medida que se tomó conciencia de la generalización de los desbordes y de su uso por todos los grupos sociales (“desde arriba”, “desde la ilegalidad”), la representación ciudadana empezó a variar. Sigilosamente, sin que muchas veces se lo reconozca con la fuerza que debería, el sentido del desborde se transformó. Dejó de ser una épica de emancipación popular y se convirtió en una fuente ordinaria y generalizada de agobio. El desborde y la crisis del control social informal social en el cual El desborde engendró el imaginario de un mundo sino porque to- todos caben, no porque cada cual tenga un lugar, que no lo- dos están comúnmente desencajados. Universos sociales gran contener eficazmente a los individuos. refleja una Esta experiencia generalizada de desencajamiento que al agrierar los sucesión de sismos políticos, sociales y culturales conjunto dispar controles sociales reúne sin encajarlos entre sí a un actores que, en ciertos de individuos. Valga decir un conjunto de capaces de desinte- contextos (sobre todo urbanos y en Lima), son sociales. El dis- resarse —hasta cierto punto— de las contenciones importancia curso del progreso y del esfuerzo propio, más tarde la en la cual no de la figura del achorado, dan cuenta de una sociedad s indicado en se logra reglamentar las conductas. Como ya lo hemo indife- la producción de este sentimiento generalizado de relativa y urbano rencia hacia los controles sociales, el colapso económico de la década de 1980 tuvo un papel destacado. Es un aspecto sobre el cual Guillermo Nugent ha llamado la liber- atención: en Lima se ha secretado una forma particular de tad-anonimato. La preocupación por el qué dirán los otros, sobre todo los anónimos, sin desaparecer, se ha anestesiado. Detrás de la muy efimera y mal denominada ruralizacién de Lima en la década de 1980, es importante reconocer algo más sustancial: el adveni- miento de una sociedad de individuos desencajados entre sí y con una contención social agrietada. Todo bien analizado, es discutible afirmar que en Lima “nadie respeta nada”, pero es cierto que cada cual, incluso si nadie hace puramente lo que quiere, lo que hace lo hace muchas veces con una gran indiferencia con respecto a los 107 (%] CamScanner controles sociales informales. En el Perú —sobre todo en Lima—, cada cual viste “como quiere” (y puede); cada cual relaja la lengua como le parece; cada cual se apropia de los espacios sin muchos miramientos hacia los otros sin que esto logre ser regulado y sobre todo corregido por eficaces controles sociales informales. Ciertamente, las diferencias son muy importantes entre Lima u otros grandes centros urbanos y lo que acaece en zonas rurales, en las comunidades o en varias ciudades de menor tamaño. Sin em- bargo, las diferencias a nivel de la eficacia de los controles sociales no deben llevar a subestimar más o menos por doquier la importan- cia de esta tendencia. El relajo de los controles sociales informales es particularmen- te visible a nivel de las maneras. La tiranía de las apariencias marcó en el Perú (desde la Colonia) a todos los grupos sociales, incluso si las críticas se dirigieron alternativa y preferentemente, según los periodos, a una u otra categorfa social. No es exclusivo a la so- ciedad peruana, pero una de las grandes pretensiones sociales y no solo entre las clases medias fue establecer la propia decencia. Atención: no se trató de una política de honor estatutario; fue algo más menguado, pero no menos decisivo: saber respetar las apa- riencias. Se podian hacer y se hicieron muchas cosas al margen de las normas y la ley, pero siempre con el consabido respeto de las apariencias y las maneras. Este rasgo muy acentuado en la sociedad peruana se fricciona con grandes cambios comunes y contradictorios que se han dado en las últimas décadas en muchas otras sociedades: multiplicación de miradas; prescripción generalizada a la visibilidad; discursos so- bre la transparencia; redefinición de las fronteras entre lo públi- co, lo privado y lo íntimo; una nueva política de denostaciones públicas (funas, escrache, #MeToo, destapes, ampay, etc.). Bajo el imperativo de la visibilidad, cada actor es conminado a convertirse en un selfemprendedor, en un hábil gestor de sus imágenes per- sonales. El imperativo de visibilidad induce a los individuos a ple- garse a un formato comercial de sf mismos. Lo importante es saber venderse a través de selfies, de botones de “Me gusta” en diversas redes sociales, de la presentación de sí en Facebook, de las fotos en Instagram. La visibilidad se convierte en una nueva prescripción social. La inversión es tan profunda que la cuestión de la visibilidad 108 (%] CamScanner se vuelve ella misma política y da lugar a controversias sobre el derecho a la imagen o la diferencia de visibilidad de los grupos sociales en los medios de comunicación. Todos, quien más, quien menos, reclaman, en notorio desmedro de las jerarquias de antaño, un igual derecho a la aparición. El Perú no escapa a estos procesos. Con un bemol: en el país, esta renovación de los controles sociales informales coincide —en una lógica problemática— con el decreciente poder regulador de la mirada de los otros, de las apariencias, del qué dirán. Muchos controles asociados con el buen gusto, el recato, la prescripción de la modestia e incluso de la humildad (con sus inequivocos elemen- tos cristianos) se agrietaron. Resultado: el choque entre el antiguo y necesario respeto de las apariencias y el nuevo imperativo de la visibilidad toma un cariz particular. La expansión del imperativo de la visibilidad coincide con el agrietamiento de la prescripción de respeto de las apariencias y con la pérdida de eficiencia de los controles sociales informales. El achichamiento estilístico generalizado refleja lo anterior: poco más, poco menos, cada cual es desenvuelto con las maneras. Nunca es un asunto de todo o nada, pero tendencialmente el imperativo de las apariencias y los controles sociales informales se debilitan conjuntamente. Nada lo muestra mejor que el tránsito de la efica- cia de los controles a los que fueron sometidos los huachafos a las convulsiones engendradas por los achorados. Lo distintivo: se mul- tiplican las acciones efectuadas sin muchos miramientos hacia los otros, sin que se logre regular y sobre todo corregir estas conductas desenvueltas a través de controles sociales informales. Los cambios en los controles sociales informales permiten trazar una frontera entre la criollada y la pendejada. La primera era prudente, la estafa se quería cordial, era cuestión de conservar ciertas apariencias. La pendejada siempre fue y es más abrupta e infinitamente más indiferente hacia las apariencias. La política de las maneras no es la misma en ambos casos, como tampoco lo son las intenciones. Progresivamente, la pendejada ha ganado terreno en desmedro de la criollada. En este contexto, las burlas y los memes han subrepticiamente cambiado de funcién'social. Oscilan entre meras expresiones de jo- cosidad colectiva y manifestaciones de humor que testimonian de 109 (%] CamScanner cierto desdén, pero, y esto es lo importante, n adie más espera que estas burlas corrijan realmente | as conductas. En varios casos, el control social informal y el cuidado de las ap ariencias simplemente se han desactivado. Se trata de un gran quiebre. Lo que no podía mostrarse, lo que tenfa que hacerse con sigilo y recato se hace rebasando las formas y con descaro, La gran denuncia de la hipocresía y sus resort es pro- piamente morales (piénsese en González Prada) perdió acuidad. El respeto de las apariencias contiene cada vez menos a los indivi duos. Todo esto da cuenta de otro de los grandes rostros del desbor- de. Subrepticiamente, cada cual tomó conciencia de que no tiene más que “someterse” a la lógica de las apariencias. La publicitación de una transgresión (ya sea moral o legal) no conlleva necesaria- mente una sanción. La vida no siempre sigue igual, pero cada vez más les “vale madre” a muchos. Resultado: el control social infor- mal desde las maneras y las apariencias se relaja. En una sociedad que siempre hizo del respeto de las aparien- cias uno de sus principales mecanismos de regulación, colectiva el choque ha sido tremendo. Lo desfachatado toma pie en la socie- dad. Ya no es imperativo salvar las apariencias. Todos saben y no pasa nada. Difícil establecer a ciencia cierta si el relajamiento es más pronunciado hoy que en el pasado a nivel de la moral o la ley, pero lo que sí parece verosimil es que el respeto de las apariencias es hoy menos conminatorio que en el pasado. Los individuos se sienten menos compelidos a respetar las apariencias en público. En realidad, pero esto excede nuestro estudio, los procesos de control social informal son infinitamente más sinuosos. Algunas grabaciones o publicitación de actos indecorosos, ilegales o inmora- les siguen suscitando una profunda emoción en la opinión pública, ya sea que se trate de conductas políticas o de secuencias de la vida privada de ciertos personajes de la farándula. Pero, en varias otras ocasiones, esto'no se produce. Los escándalos pierden fuerza conmi- nativa. Sigilosamente, el cinismo, el descaro o la desfachatez ganan terreno. No hay más sinvergiienzas que ayer, pero manifiestamente la vergiienza no es más una modalidad suficiente de control. Incluso los videos y los ampayes pierden tonicidad. La desfachatez se asume: se trata de una nueva versión del “y a mi qué me importa” que deja muchas veces sin razón de ser a la denuncia de la hipocresía. 110 (%] CamScanner En realidad, no es solamente un asunto de impostura, de hi- pocresia o de máscaras, y por supuesto de autenticidad. Aunque algo de todo esto se dé sesgadamente, el proceso es in fine distinto. El desborde hizo que las maneras pierdan importancia. Una vez más: nada lo resume mejor que la distancia entre la criollada y la endejada; entre el huachafo (sus errores de gusto y las sanciones modales que recibía) y el achorado y su radical indiferencia hasta a las maneras; entre la antigua decencia criolla y el achichamiento generalizado. En esto, desde actitudes distintas, también coincidieron Fu- jimori y Castillo. Incluso es posible pensar que, sigilosamente, el cinismo de Fujimori —su desenvoltura hacia la ley y su sonrisa cachacienta ante sus transgresiones— se transformó con Castillo en una desfachatez: sin prejuzgar de su culpabilidad, lo distintivo es que, ante la publicitacién de los escándalos de corrupción que lo involucraban, el exmandatario no respondió por ellos ni de ellos. No deslindó. Contraatacó desde Palacio y luego desde Barbadillo. El cambio no está necesariamente a nivel de la culpabilidad moral (nadie conoce el estado de conciencia de Castillo), sino a nivel de la vergiienza: en el Perú no es más una vía efectiva suficiente de regulación, social y modal. La asociación entre ambos personajes es menos fortuita de lo que parece: en ambos casos, la opinión pú- blica tuvo amplios indicios de corrupción (en el caso de Castillo, a través de una multiplicación de carpetas fiscales y un importante número de personas acusándolo directamente). En ambos casos esto no impidió que un 25-30 % de peruanos apoyaran la gestión de Castillo hasta el último día y un porcentaje aún mayor la de Fujimori. Es imposible comprender lo que el desborde ha producido en la sociedad peruana y los modos particulares de reglamentación que ha secretado si se obliteran estas dimensiones. La metástasis de los desbordes Los institucionalistas suelen evocar el papel que las inercias de las instituciones juegan en la vida social. Lo anterior también aplica para el desborde: desde hace ya varias décadas, un conjunto signifi- cativo y diverso de actores ha logrado mejoras o resultados a través 111 (%] CamScanner de él. Esto definió el desborde desde sus inicios y lo sigue hacien- do. O sea, el desborde caracteriza un conjunto de estrategias que no se concibieron ni como un puro sinónimo de la transgresión, ni como un posible nuevo principio de ordenamiento social. La distinción puede parecer bizantina, pero es fundamental. El pro- pósito del desborde no fue ni la transgresión per se de las reglas, ni la formación de otro orden. El desborde no fue ni insurreccional, ni ordenador. Problema: como lo hemos señalado, en sus inicios, en la década de 1980, fue poco más, poco menos leído casi exclu- sivamente desde estas coordenadas. Con la distancia que permite el paso del tiempo, es claro que el desborde no produjo, como lo pensó José Matos Mar, una nueva normatividad y regulación colectiva. Por el contrario, a través de - una cadena ininterrumpida de destilaciones fraccionadas, el des- borde dio paso a un todo un conjunto de nuevos y diversos des- bordes. Los desbordes se volvieron, así, uno de los grandes procesos estructurales de la sociedad peruana. Insistamos: con el tiempo, e/ desborde dio paso a los desbor- des: desde abajo, desde arriba, por fuera de la ley, relajando las normas, tensando las maneras. Los desbordes se volvieron una co- tidianidad e incluso una cierta normalidad se construyó en torno a ellos. Atención: dentro de los desbordes no todo vale ni es juzgado de manera similar. Hay desbordes y desbordes. La fricción en torno a estas disquisiciones define justamente la moralidad sui generis de la sociedad peruana actual. Para comprender la diversidad de estos juicios, es preciso re- conocer la particular legitimidad de la que gozan los desbordes en el Perú. Desde sus inicios, el desborde, incluso cuando se organizó colectivamente (como en la invasión de terrenos), definió una re- lación específica y altamente individualizada con el interés general y la puesta en regla de las relaciones sociales. Hay que comprender bien lo que se:jugd en este proceso. No hubo una conflictividad abierta contra el orden criollo en la década de 1980; Ws_¡m¡ …¡míno, el desborde, para obtener y hacerse un lugar en la sociedad El desborde fue posible, a diferencia de otras situaciones si- milares en América Latina, por la debilidad de los poderes in- fraestructurales del Estado peruano y por la desestabilización de 112 (%] CamScanner la dominación oligárquica producida por la Reforma agraria (tam- bién, pero es más coyuntural, por la propiedad estatal de los terre- nos aledaños a la ciudad de Lima). Esto permitió a los actores subalternos inventar, con el des- borde, un repertorio particular de acción. Para comprenderlo, es útil referirse a la tríada de conductas diferenciada por Albert Hir- schman: exit (cuando se hace defección o se opta por la salida), voice (cuando se protesta o reclama), loyalty (cuando se adhiere a los principios de una organización). Los actores del desborde prac- ticaron una vía distinta a la de los conflictos (voice); pero, dada su situación de marginalidad o exclusión urbana y laboral, no pudie- ron hacer defección (exit), como sí fue el caso entre los campesinos o de ellos mismos cuando decidieron migrar hacia las ciudades. A través de distintos repertorios colectivos, el desborde fue y se afir- mó con el tiempo como una respuesta individual-familiar a los im- pases colectivos: una actitud que, obviamente, no generó lealtades (loyalty) hacia el orden social al cual intentaban ingresar, pero que los repelía. Desbordando la tríada de modalidades de acción distin- guidas por Hirschman, el desborde definió otra línea de conducta: la transgresión (auto)inclusiva. La (auto)inclusión en la sociedad se obtuvo a través de una puesta entre paréntesis estratégica del orde- namiento formal. Los términos son decisivos: el desborde se vivió como una au- toinclusión desde el esfuerzo propio o familiar; un proceso que re- quirió una suspensión instrumentalizada de las reglamentaciones. Esto fue lo que caracterizó inicialmente al desborde. Sin embargo, y aquí está lo realmente distintivo, con el tiempo, el desborde dejó de definir un proceso de ingreso transgresivo en el orden social y se volvió una modalidad ordinaria de funcionamiento en la sociedad. Se convirtió incluso en una cultura. Aquí está lo esencial. Los des- bordes, más allá de obvias consideraciones de egoísmo individual o grupal, terminaron definiendo un tipo generalizado de relación con las reglas. Va en esto de una de las grandes características distintivas de la sociedad peruana en el concierto de países de América Latina. En pocos lugares la puesta en forma de la sociedad cedió tanto. En otros países, las reglas resistieron mejor y los desbordes lograron ser durablemente tipificados y sancionados como transgresiones. 113 (%] CamScanner En el caso peruano, el relajamiento o el agrictam iento más o me- hos generalizado de las formas dio paso al advenimiento de una sociedad distinta, Cuarenta años después, los malentendidos iniciales en la L:nmprcmi('m del desborde siguen oscureciendo la apre hensión del fenómeno. Primero, el desborde (excesiva y unilateralme nte leí- do desde la informalidad económica) tuvo un innegable aspec to transgresivo, pero su objetivo no fue nunca romper o violentar el orden social establecido o ser un acto de insurgencia, sino enco n- trar —en verdad, hacerse— un lugar dentro de un ordenamiento social implosionado y en crisis. Segundo, el desborde rápidame nte se transmutó en un conjunto de desbordes en distintos ámbitos y con diferentes tácticas; esto hizo que el desborde dejara de definir un proceso y que los desbordes pasaran a definir un estado ordi- nario de la vida social caracterizado por su continua destilación fraccionada. Tercero, los desbordes se volvieron una cultura y, más allá de saber si engendraron o no auténticos “hábitos del corazón”, produjeron poderosos aprendizajes colectivos: la memoria ordina- ria, porque vivida, de su eficacia. Para comprender el papel ordinario, estructural y recurrente de los desbordes hay, por eso, que desandar el camino y caracte- rizarlos, desde su inicio, de otra manera. Solo una vez corregida esta caracterización es posible aprehender cómo los desbordes se volvieron una tradición y generaron sus propios hábitos institucio- nalizados. Las formas y las reglas fueron, según los casos, estratégi- camente desbordadas y/o tácticamente respetadas. O sea, desde un punto de vista secuencial, los desbordes fueron (1) una búsqueda compleja de inserción en el orden existente por una vía transgre- siva, (2) que generaron una profunda y heterogénea vulneración de las puestas en forma de la sociedad, (3) y que progresivamente sedimentaron, sino necesariamente, nuevas puestas en regla o por lo menos modalidades de acción (des)formalizadas compartidas. La tradición de los desbordes y el tipo especifico de reglamen- tación (des)formalizada que propulsa tuvo dos grandes momentos. En los años 1980-2010, los desbordes tensaron, sobre todo desde un horizonte económico, la legalidad a través de la informa- lidad. En este primer momento, lo que obtuvieron varios migrantes se hizo a través del desborde (invasión de terrenos, trabajo de venta _. 114 (%] CamScanner ambulatoria). Un tipo de acción que en la actualidad se recrea o prolonga en otros ámbitos y desde una ilegalidad más acentuada (minería ilegal, tala ilegal, construcción ilegal). Volveremos sobre l\‘\ (li'\‘l'(‘n\ i-ll\'.\ \IL' (()"\C(‘“Cnciil Í.IL' estas ull.'Cil'“L"i. I“.'n) \L‘l’lil'(’l"()'\ desde ahora lo nuevo: progresivamente, incluso entre los actores de los desbordes, la frontera entre lo informal y lo ilegal se ha ido volviendo más porosa. En los años 2010-2023, progresivamente la inseguridad ganó significatividad sin que se abandone la importancia de la temática económica anterior (sobre todo entre los partidarios del PRTJ). La profundización de la sensibilidad colectiva hacia la inseguri- dad cambió la mirada con respecto a los desbordes acentuando la preocupación por la ilegalidad propiamente dicha. La ilegalidad se convierte en el corazón de esta nueva generacién de desbordes: es desde aquí que se analiza con nuevos ojos la violencia política, la criminalidad, el sicariato, las mafias en la construcción, las extor- siones, la misma corrupción. El desborde generó sus propios mitos y “héroes”, bien distin- tos en cada uno de estos dos periodos. En el primero, sobresalió el emprendedor popular, por supuesto y sobre todo, pero también el achorado, ese antihéroe de la sociedad. En el segundo periodo, progresivamente, sin que esto se traduzca por la desaparición de las figuras anteriores, surge otra silueta (no es todavía una verdadera figura) más cercana a la ilegalidad en torno al sicariato, de cuya realidad da cuenta el hecho de que poco más de la mitad de los 700 homicidios que hubo en Lima en el 2022 por arma de fue- go o blanca fueron perpetrados por sicarios. Sin embargo, desde una lógica comparativa, esta silueta no es una figura: en el Perú de hoy no existe, por ejemplo, a nivel de la música popular la misma ambivalencia con respecto al crimen o el delito como se da en los narcocorridos mexicanos o colombianos, el mambo en Chile o en la música villera en Argentina. Por el momento, el corazón de la transgresión está y permanece en los desbordes. Lo importante es por eso comprender las inflexiones que se producen a nivel de la naturaleza misma de los desbordes y, para ello, tomar en cuenta, por esquemática que sea, la idea de dos periodos. Las ventajas estratégicas no son las mismas cuando se desbordan las reglas de la formalización económica (el no pago 115 (%] CamScanner de ciertos impuestos) que cuando se transgreden otras reglas o le- yes. El tiempo es un factor importante en lo que a la evaluación diferencial de estos casos se refiere, pero no solamente. Desde el inicio, las intenciones no son las mismas. Retomemos las etapas distinguidas. En un primer caso de figura (1), a través, por ejemplo, de la in- vasión de terrenos, se buscó la inclusión en la sociedad: o sea, la ley de propiedad fue vulnerada... con el horizonte de obtener títulos de propiedad. El desborde se concibió como una accién acotada en el tiempo y con una dirección más o menos única. Una suerte de paréntesis de extralegalidad. No es la sola ilustracién posible de este caso de figura. En ana- logía con lo que se dio a nivel de la legalización de las invasiones de terrenos urbanos, algunos actores promueven, por ejemplo, la necesidad y el interés de legalizar las tierras que han sido invadidas e incluso ya deforestadas en la Amazonía dando títulos de propie- dad. Una medida que, sostienen, no permitiría eliminar del todo nuevas invasiones (nuevos incendios y ocupaciones), pero lograría, por lo menos, una cierta regulación y gestión a nivel de las tierras ya deforestadas. Es una buena ilustración del paradójico modus ope- randi de la lógica de los desbordes (des)formalizadores. En un segundo conjunto de casos de figura (2), los actores se instalaron durablemente en el desborde. Valga decir que los des- bordes se perennizaron y se volvieron modalidades compartidas más o menos frecuentes de transgresión de las puestas en forma. Aunque pueda parecer sutil, la “institucionalizacién” de la légica del desborde, su uso durable y reiterado por los actores toma mo- dalidades distintas según se trate (2a) de la informalidad econó- mica y la hipo legalidad fiscal o (2b) de la ilegalidad propiamente delictual o criminal. Admitamos una vez más que la frontera es sinuosa entre to- dos estos desbordes, pero va en ello justamente de la estructura de la sociedad peruana actual. En todo caso, entre el primer caso de figura (1) y los dos otros (2a y 2b) una diferencia importante se consolida: los riesgos y las consecuencias negativas, para la sociedad y para los propios actores del desborde, no son los mismos. En el caso 1, la percepción del “daño” fue diluido (eran tierras propiedad del Estado) y el desborde dio forma a una narrativa épica política y 116 (%] CamScanner económica. La figura 2a ya es distinta: los daños del desborde pue- den ser considerados colaterales, pero se toma conciencia, aunque sea tenuemente, de que afectan al interés general (el no pago de impuestos) y sobre todo que son susceptibles de dañar los intere- ses de los comerciantes económicamente formalizados (incluido el caso de antiguos vendedores informales). La situación es otra con la figura 2b: a medida que los actores propiamente ilegales ganan peso, varios actores y los mismos actores del desborde se ven masi- vamente expuestos a diversos tipos de daños, bajo la forma de una diversidad de violencias (amenazas, pago de cupos, extorsiones, enfrentamientos, arreglos de cuentas, homicidios). En simple, para los mismos actores de los desbordes, los costos evaluados desde un eje económico legal-informal (por ejemplo, el no acceso al crédito) son infinitamente menores que los costos evaluados desde el eje legal-ilegalidad. Regresaremos sobre esto, pero existe en la base de la transición entre estos dos procesos la posibilidad de una demanda, nueva y específica, de reglamentación por parte de los mismos actores del desborde. Si, como lo hemos señalado en un parágrafo anterior, los alicientes meramente económicos se han revelado insuficientes en las últimas décadas para promover la formalización, el anhelo de seguridad y de protección legal pueden convertirse en un eficiente aliciente de formalización ante la ilegalidad. El orden de los desbordes Llegamos a un punto central: ¿qué tipo de puesta en regla produ- cen los desbordes (des)formalizadores? Precisémoslo distinguiendo entre diversos perfiles de actores y procesos. A pesar de la modestia de los resultados, un grupo de actores del desborde ha formaliza- do (legalizado) total o parcialmente sus actividades económicas, o sea, se ciñeron a los objetivos del PRTJ. Varios comerciantes de Gamarra responden, por ejemplo, a este patrón de conducta. No es un fenómeno menor, incluso si no se le ha dado suficiente significatividad politica: dentro de las mismas clases popular-inter- mediarias se generan nuevas fricciones entre actores que crecien- temente (aunque rara vez totalmente) legalizan sus actividades eco- nómicas, actores que continúan practicando o renuevan acciones 117 (%] CamScanner económicas informales (o sea, hipolegalizadas) y actores que, más o menos a distancia de ambos, recurren orgánica y durablemente a la ilegalidad. Lo interesante en lo que aquí nos atañe es, por supuesto, la fricción entre los nuevos y los antiguos informales —y hoy nuevos actores legalizados—. Los últimos defienden sus derechos en tanto que aliados de la ley en contra de los nuevos invasores. La frontera entre unos y otros no solo no recibe curiosamente la atención que merece, sino que el Estado, al no defender (o “premiar”) a los que legalizan sus actividades económicas con respecto a aquellos que persisten en la informalidad, se convierte en un promotor, incluso involuntario, de la informalidad. El hecho de que estas fricciones se den en el mundo del trabajo o del comercio diluye la percepción colectiva de los daños colaterales, pero basta con cambiar de regis- tro para comprender lo que está en juego: los antiguos invasores de terrenos podrían ser desposeídos (de sus casas autoconstruidas y con título de propiedad) por nuevos invasores. No es un puro ejer- cicio de pensamiento: una parte de la minería artesanal o ilegal se practica, vía invasión, sobre concesiones mineras, lo que conmina a ciertos concesionarios a buscar acuerdos con los invasores. Otro ejemplo ordinario de desborde (des)formalizador. Por el momento, en el Perú, a pesar de la existencia de algunas mafias propiamente dichas, priman clanes o bandos. A nivel de las organizaciones criminales, incluso en el narcotráfico no parecen existir, sino puntualmente, a pesar de lo que promueven tantas re- presentaciones de las industrias culturales, organizaciones durables con fronteras y reglas bien consolidadas. En este sentido, en varios casos el término de mafia es inapropiado para designarlas y parece más justo hablar de agrupaciones sociodegradables en función de alianzas, traiciones, oportunidades, asesinatos. En lo que concierne al recurso a la violencia y los homicidios, aunque en aumento, los porcentajes siguen siendo, comparados con otros casos nacionales en América Latina, relativamente bajos. Lo que sigue primando es la coima, incluso si se extienden las prácticas de extorsión. No es un consuelo, pero el Perú está todavía menos gangrenado que otras sociedades latinoamericanas por el crimen. Ciertamente, también ha habido un aumento de las denominadas zonas grises entre la ley y el crimen. 118 (%] CamScanner Sin embargo, sin minorar ninguno de estos procesos, es im- portante intentar aprehenderlos también como versiones particu- lares de los desbordes (des)formalizadores. Aunque la economía criminal se ha vuelto un rasgo (casi) estructural del capitalismo peruano, su expansión no entraña la suplantación o cl desplaza- miento del Estado. Las actividades, incluso las más agresivamente ilegales, tampoco aspiran a lograrlo del todo: las zonas controladas por la economía criminal tienen vocación a relacionarse, sino a insertarse —desde juegos asimétricos de poder—, con la legalidad. Esto también da cuenta de por qué el Estado logra, con importan- tes dificultades y limitaciones, imponer un orden: en este trabajo es curiosamente ayudado por los mismos actores informales e ile- gales que necesitan tener lazos con la legalidad. Ningún actor puede pasarse enteramente de una puesta en forma reglamentada de las relaciones sociales. Expliquémoslo mejor. Es cierto que algunos actores ilegales buscan desestabilizar la legalidad. Los acuerdos tácitos o explícitos entre grupos armados, cierta radicalidad política, el narcotráfico, la minería o la tala ilegal conforman una realidad en ciertas zonas del país. En este caso, los acuerdos reposan sobre el mutuo interés entre estos grupos, aunque sea por razones bien distintas, de im- pedir el afianzamiento de los poderes infraestructurales del Estado; una articulación que, si seguimos lo que filtraron los servicios de inteligencia, se dio en algunas de las movilizaciones tras la vacancia de Castillo. El emprendedor informal e ilegal puede, por ejemplo, coaccionar o vincularse tanto con partidos políticos representados en el Congreso como con grupos políticos radicales. Pero esto solo es una parte de la verdad. Si la economía criminal desestabiliza a la legalidad, al mismo tiempo está obligada a “sostener” cierto tipo de legalidad (las “autoridades” cobran los servicios, permisos, liberalidades que “facilitan”...). Lo que es válido para la economía criminal lo es también para la economía informal o las actividades extractivas ilegales. El Estado, por débil que sean sus poderes infraestructurales, es indispensable para el ejercicio “sereno” de estas actividades: es preciso controlar la calle para la venta de drogas o la prostitucién, o en otro contexto las rutas para la exportación de productos ilícitos (como es el caso con la importante exportación de la minería ilegal 119 (%] CamScanner del oro). Todo esto hace que estas economías, en último análisis al final de la cadena, tengan interés en negociar y apuntalar un cierto tipo de rcglunn'nmciún. Dignmos, una puesta en forma /mrliru/ar de las relaciones sociales: una que haga posible reiterados desbordes (des)formalizadores. Tratándose de estas actividades, es evidente la insuficiencia de estudios empíricos y es aún más evidente la dificultad de produ- cirlos. Esto dificulta la caracterización de la situación actual. Sin embargo, si se deja de lado la situación extrema de algunos encla- ves abiertamente criminales, la situación más frecuente parece ser una yuxtaposición de lógicas de acción. Más que una penetración orgánica generalizada del Estado por los actores ilegales parece más justo hablar de una miríada de modalidades de neutralización (ve- tar leyes, hacerlas inefectivas) y de microcapturas “desde abajo” o “desde fuera de la ley” del Estado. Contrariamente a lo que sugieren ciertas imágenes unilate- rales, ampliamente compartidas por los partidarios del PRT], los actores del desborde no han cesado de practicar distintas modali- dades, por lo general acotadas, no de formalización propiamente dichas, sino de desbordes (des)formalizadores. Esta estrategia 70 puede entenderse si se adopta la idea de un camino único, neto y sin retorno de la informalidad o de la ilegalidad en dirección de la legalidad. Los desbordes (des)formalizadores son de otro calibre. Sin este reconocimiento, no se logra aprehender muchas de las es- trategias reglamentadoras efectivas y parciales, por perversas que puedan juzgarse, activas en la sociedad. Concretamente: varios actores del desborde incluso cuando desarrollan y mantienen en el tiempo estrategias segmentadas y altamente oportunistas con respecto a la legalidad, secretan otras modalidades de reglamentación. La actitud de los actores del des- borde no es equidistante entre lo legal / formal / informal / ilegal. Leer las conduetas desde el solo eje ilegalidad-legalidad como lo hacen, al menos implícitamente, varios partidarios del PRT], im- pide analizar lo que efectivamente sucede. No se trata de justificar conductas, sino de comprender el sentido de las estrategias (des) formalizadoras presentes en los desbordes. En muchos de estos casos existe un uso instrumentalizado de la ley que se declina desde el interés personal o grupal y, muchas 120 (%] CamScanner que ver con el veces, “contra” los otros. Esta actitud tiene poco La estra- adagio, “para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”. ese”. tegia es distinta: “la ley solo cuando y mientras me / nos inter es una ver- Todo bien analizado, este desborde (des)formalizador a del sión particular del mercantilismo y de la captura económic Estado “desde abajo” o “desde la ilegalidad”: una captura selectiva e instrumentalizada de la ley para provecho propio. Esta sinuosidad ue se instrumentalizada con respecto a la ley (pero también, aunq cuenta insista menos en ello, hacia las normas y las maneras) da - del amplio abanico de reglamentaciones alternas, siempre socio degradables y por lo general oportunistas, que tejen los actores de los desbordes. Además, todo lo anterior se complica apenas se toma en cuen- ta el hecho —es imposible descuidarlo— de que en los últimos cincuenta años ha sido muchas veces por la vía de los desbordes que los sectores populares han encontrado respuestas 0 han logra- do avances. Como ya lo hemos indicado, al mismo tiempo que innegables fuentes de problemas colectivos, la informalidad, el desborde, el achichamiento, también han sido soluciones a impases económicos, sociales, culturales. La disminución (por insuficiente que haya sido) de la arro- gancia y del verticalismo en el ejercicio del poder, así como de la mejora económica, no se dio muchas veces a través de nuevos derechos garantizados por el Estado. Se obtuvo, por el contrario, a través o coincidiendo con la expansión de la informalidad, o sea, por el emprendimiento individual y familiar incumpliendo reglas tributarias o laborales; a través del desborde propiamente dicho, o sea, despreocupándose por el respeto de muchas normas de convi- vencia y urbanidad; merced al achichamiento, o sea, la generaliza- ción de un desinterés estilístico —lenguaje, vestimenta, ademanes, sociabilidad— como vía de reducción de las jerarquías culturales. Es indispensable, por eso, reconocerlo: no todos, pero mu- chos de estos cambios se dieron por fuera de la institucionalidad e independientemente de ella, e incluso, a veces, en contra de las formas y reglas instituidas. Las estrategias de rebasamiento antes de ser un problema fueron una solución para muchos individuos. Una solucién contra una economía que no logró crear empleos forma- les (legales) suficientes, contra un pais en donde las desigualdades 121 (%] CamScanner sociales permitían el ninguneo sistemático, contra una sociedad en donde la decencia siempre se arropó con el racismo. Por importante que sea la figura del desborde, el rebasamiento solo describe un momento dentro de una estrategia de este tipo. ¿Cómo una vez el desborde realizado, se estabilizan concreta y or- dinariamente las situaciones? Esto define la principal modalidad de puesta en regla de las relaciones sociales propia a los desbordes (des)formalizadores. Los desbordes se apoyan, amplían y prolongan una modalidad particu- lar de gobierno interpersonal, que toma más la forma de un “pacto” entre individuos que una relación institucionalizada de obediencia. En última instancia, el papel central reviene a los vinculos perso- nalizados. Cada cual, desde sus asimetrías de poder, recurre a ellos. No es algo ni nuevo ni específico a la sociedad peruana actual, pero es una realidad a la que los desbordes le han dado un alcance inusitado. Las relaciones entre actores y de estos con las institucio- nes están sujetas a actitudes oportunistas altamente individualiza- das. En esto, el jefe tiene tantas veleidades como sus seguidores. Otra vez, bajo la impronta de los desbordes, exit-voice-loyalty deja de ser una tríada opuesta de acciones: todas y cada una de estas opciones están modeladas y atravesadas por diversos oportunismos, muchas veces, indisociablemente grupales e individuales. De ahí la indefectible y constante necesidad de la renovación del clientelismo en los gobiernos interpersonales: la adhesión y la lealtad al jefe es indisociable de las ventajas y privilegios que se obtienen de la membresía en su agrupación. Una frase popular lo resume: “si no puedes con ellos, únete a ellos”. Bajo la impronta de la cultura de los desbordes, las organizaciones tienden a ser percibi- das como meras agrupaciones. Muchos peruanos, más allá de discursos y lamentos conveni- dos y convenientes, no han cesado en las últimas décadas de optar prácticamente por los desbordes. Sin duda porque unos, los pode- rosos, vieron y siguen viendo una manera idónea para preservar sus privilegios y otros, los subalternos, porque vieron y siguen viendo en ellos una manera de defenderse en una sociedad muy desigual. Los desbordes de la ley han sido y son una práctica social extendida. En los hechos, si las elites promueven marcos jurídicos regulatorios, solo tienden a respetarlos —e imponerlos— en la medida en que 122 (%] CamScanner esto las beneficia. Caso contrario, no tienen gran escrúpulo en reba- sarlos. Y entre las clases populares es frecuente el sentimiento de que la transgresión es legítima a causa de los abusos, injusticias y des- igualdades sufridos. La resistencia de muchos miembros de las elites a la formación de un Estado-nación centralizado durante el siglo XIX puede ser puesta en resonancia con los desbordes de los secto- res populares en ese mismo siglo o en el siglo XX. En los dos casos, por vías distintas, los grupos sociales, más que enfrentarse al Estado, construyeron sus vidas, en medio de una tolerancia recíproca y a veces sin grandes sanciones, al margen del cumplimiento de la ley. En sociedades históricamente marcadas por la experiencia rei- terada del abuso, por el Estado y por el mercado, como ciudadanos y como consumidores, por los patrones y por los jueces, los indi- viduos, de la manera la más ordinaria, apuestan (tal vez más que “optan”) por un sinnúmero de articulaciones circunstanciales entre los desbordes institucionales y los lazos interpersonales. Hay que entender bien los dos factores y su conexión. Desbor- des institucionales: se integra como un hecho ordinario que todo individuo en cualquier momento puede potencialmente rebasar las reglas. La tentación es tanto más grande que está muy difundida la convicción de que existe una fuerte impunidad legal o una falta crónica de eficacia de los mecanismos disuasorios de castigo a la hora de contener las conductas transgresivas u oportunistas. Algo que es en parte refrendado por los hechos. Lazos interpersonales: la impersonalidad de la ley no se vive como una garantía suficiente contra el abuso; en varias situaciones, casi al contrario, las leyes y las autoridades son percibidas como una fuente de riesgo. Frente a recurrentes experiencias de abuso por parte de las instituciones, los individuos tienen la convicción —más o menos corroborada por los hechos— de que una intervención personalizada (a veces gra- cias a una coima) puede “resolver las cosas”. Los individuos sienten que solo cuentan con el apoyo de un núcleo de personas (por lo general, familiares o allegados) en medio de un mundo social que perciben como particularmente hostil. Los desbordes se nutren y a la vez renuevan estas experiencias. Las instancias gubernamentales son varias veces descritas o percibi- das como importantes e inquietantes actores de la transgresión, la injusticia y el abuso. Resultado: los actores orientan potencialmente 123 (%] CamScanner sus conductas desbordando muchas prescripciones legales. Dadas las adversidades incluso legales contra las que luchan, los indivi- duos se sienten legitimados a recurrir a un muy amplio espectro de recursos informales e incluso ilegales. Por supuesto, la sensación es estadísticamentefalsa. En la ma- yoría de las situaciones los individuos se ciñen a las reglas. Pero lo importante es el generalizado sentimiento potencial de incertidum- bre que se resiente y la representación social que esto engendra. No todo vale, pero el abanico posible de acciones se revela bastante abierto. Frente a una adversidad o un escollo, se puede recurrir de manera ordinaria o extraordinaria a una ayuda pública, a un padrino, a un compadre, a un partido político, a una práctica clientelar, a una asociación religiosa, pero se debe contar sobre todo con las propias habilidades individuales. El transgredir o contor- near la ley solo es un asunto de contexto, estrategia y oportunidad. No es un detalle: en muchas representaciones sociales, las transgresiones legales no se interpretan como el resultado de una supuesta personalidad díscola (o mal socializada), sino como una consecuencia y una manera compartida de actuar dentro de un sistema de reglas inicuo o ineficiente. Los individuos se sienten muchas veces legítimos a desbordar las ineficiencias institucionales 0 los abusos legalizados. A través y a causa de un conjunto de diversos procesos de des- borde, los individuos han descubierto que disponen de márgenes de acción particulares. La vida social se organiza de manera ordinaria en torno a un conjunto de relaciones interpersonales, que en todo momento se revela capaz de rebosar las reglas y que en todo caso permite a los actores actuar más o menos independientemente de ellas, aunque dentro de ellas. Si los sistemas burocráticos institucionalizados tienden a en- gendrar excesos de reglas, ritualismos, pérdida de iniciarivas, en la sociedad peruana actual las relaciones interpersonales engendran y reposan sobre destrezas individuales, lealtades, clientelismos, oportunismos y traiciones. Los individuos no se oponen necesa- riamente a las reglas: las “trabajan” desde adentro y las asientan desde vínculos personalizados. Las relaciones institucionalizadas y jurídicamente establecidas nunca están definitivamente al abrigo de conductas altamente personalizadas y oportunistas de relación. 124 (%] CamScanner La vida social, concebida y practicada a través de un conjunto más o menos autónomo de sistemas interpersonales, se estructura en torno a estrategias movedizas y fluctuantes que requieren de habilida- des individuales para tejer y sostener acuerdos. En todos los ámbitos sociales, los individuos desarrollan estrategias en función de sus habi- lidades personales y tácticas de connivencia, astucia, trampa, rebasa- miento. Nada es del todo nuevo, todo termina siendo muy distinto. Sin sorpresa, estas maneras de hacer, pensar y sentir suelen ser juzgadas negativamente. A través de versiones, muchas veces, idealizadas de lo que sucede en otros países (“desarrollados”), s condena y lamenta, una y otra vez, los límites de las institucio- nes o la ingobernabilidad de los peruanos. Pero más allá del juicio moral, lo importante es comprender cómo las prescripciones insti- tucionalizadas conviven con los desbordes y con un conjunto de modalidades de hacer, pensar y sentir altamente interpersonales. La impersonalidad de las reglas no es percibida ni como una garantía suficiente de la conducta de los otros ni como una prescripción coercitiva necesaria de la propia acción. Esto es lo que han terminado sedimentando los desbordes: modalidades ordinarias y alternas de conducta por dentro y por fuera de las reglas. Modalidades de hacer que, siempre desde los aprendizajes inducidos por la misma vida social, inclinan menos a compromisos o el respeto de las reglas que a estrategias de avance por insistencia, desgaste y rebasamiento. Esto es lo fundamental. El que las organizaciones reposen y funcionen a través de re- laciones interpersonales explica por qué ninguna de ellas se asien- ta desde formas definitivamente consolidadas. Las organizaciones funcionan de hecho (incluso si no son concebidas así) a través de heterogéneos entramados de relaciones interpersonales, o sea, a tra- vés de muy ordinarios desbordes (des)formalizadores. Los individuos, todos ellos, quien más, quien menos, tienen * márgenes significativos y variables de conducta en todas sus re- laciones. Todos han aprendido a desbordar situaciones. Las orga- nizaciones, las reglas y los roles no encausan efectivamente a los individuos; cada uno está tensionado por sinuosas estrategias infer- personales. En el fondo, es menos cierto que “nadie respeta nada” y mucho más justo reconocer que cada cual se “las arregla”, a través de un conjunto de relaciones particularizadas con las reglas. 125 (%] CamScanner Es por eso lá¡lsg_g_c__usnr que, tratándose de los desboídes, cadh fndividuo opera con-una: mentalidad de cmp¡es¡ilgf verdady ltodó bien analizadg, es mds:justo reconocer que muchos indivig Kuoshan desarrollado una-mentalidad:de político.más que de actory leconómicd] Mentalidad de político: el uso hábil de las oportuni- dades, una inteligencia estratégica, una manera particular de hacer las cosas, de estabilizar y desbordar configuraciones, de convivir ordinariamente con la fricción y las relaciones de fuerza, buscando incansablemente “amigos”, “aliados”, “sostenes”. La vida social se vive como una yuxtaposicién de arenas; las relaciones sociales es- tán potencialmente abiertas y estratégicamente trabajadas por des- bordes que no pueden sin embargo ignorar del todo la necesidad de estabilizar situaciones. Para ello, muy diversas configuraciones de relaciones interpersonales son siempre necesarias como vías para asentar desbordes (des)formalizadores en las organizaciones como en las calles, en la política como en el trabajo. Es prematuro para saberlo, pero es posible que desde el 2021 0 unos pocos años antes, a medida que declinó el poder de influen- cia de los partidarios del PRTJ, los desbordes (des)formalizadores hayan empezado a salir de la sombra. Volveremos sobre esto en la cuarta parte, pero la implosión partidaria ha llegado a ser tal que se ha disuelto el papel de contención de las identidades políticas, lo que abre y permite negociados interpersonales en todas las direccio- nes. Al alero de muy diversos y esporádicos acuerdos multiformes, las mayorías políticas se vuelven un conjunto de tinglados en los cuales cada actor se las ingenia para rebasar las reglas instituidas y subordinarlas a sus más rancios intereses. Todos participan en el juego y si algunos pierden, muchos otros obtienen beneficios concretos. Los desbordes (des)formalizadores se vuelven prácticas ejercidas “desde arriba”: modalidades inciertas y hasta discreciona- les de regulación y captura de las universidades, el transporte, los permisos de pesca, la legislación laboral, las nominaciones en el Poder Judicial, etc. Los desbordes y el individualismo metonímico en- En América Latina los individuos tuvieron y tienen constantem a los te, con poco o sesgado apoyo institucional, que hacer frente 126 (%] CamScanner desalíos de la vida social. La especificidad conductual de los in- dividuos en el Perú actual y sus práctica 15 recurrentes de desb orde deben comprenderse en continuidad con esta histo ria: individuos que han sido representados y se han percibido como hábiles, fuer- tes, discolos, altamente celosos de lo suyo, excesivos. Un término condensa este conjunto de representaciones: la ingobernabilidad. Lo fund samparo i ionaldEn la sociedad peruana, los individuos siempre tuvieron que hacerse cargo de sí mismos y de algunos otros, con algunos otros, en medio de un entramado ins- titucional caracterizado por abusos sistemáticos, insuficiencias de soportes, prescripciones imposibles de realizar. Los individuos se Bercibiemn por eso con frecuencia en tensión con las instituciones: tuvieron que arreglárselas con el apoyo decisivo de algunos otros; uvieron que apoyarse en instituciones heredadas y subalternas fcomo las comunidades) para resistir a las instituciones mainstream y dominantes. En continuidad con estos procesos deben entenderse los cambios que en las últimas décadas ha producido la crisis de los controles sociales informales, los empoderamientos individuales, sobre todo la cultura de los desbordes. Con importantes variantes sociales y regionales, todo esto ha acentuado y radicalizado el per- fil de los individuos metonímicos. Quien más, quien menos, todos oponen un radio estrecho (él, su familia, comunidad, algunas redes de solidaridad) a un diámetro más amplio (las leyes, la sociedad, el interés general). Esto se refleja a nivel de la instrumentalización de varias crisis sociales y económicas, por los actores legales, informales e ilegales, 127 (%] CamScanner en las ciudades como en el campo, como un repertorio ordinario de acción. Cada actor intenta canibalizar las protestas en su propio beneficio, a través de conductas sinuosas. Resultado: la crisis es muchas veces el camino y el objetivo. O sea, la prolongación de las crisis, la estabilidad inestable que produce y recrea su cronicidad, es el caldo de cultivo en el cual coinciden y anhelan operar muy diver- sos actores. Para muchos actores, la crisis no es el problema, sino la solución. Otra modalidad de desbordes (des)formalizadores. ELindividuo metonímico no debe ser (con)fundido con el egoísmo. No es un vicio moral inmemorial. En el Perú, como en toda otra sociedad, existen por supuesto individuos egoístas: ac- tores animados por un excesivo amor por sí mismos y sus propios intereses. En todos los grupos sociales (colectivos, familias) existen individuos percibidos o denominados como egoístas. La connota- ción moral es decisiva. | individualismo metonímico designa un proceso estructural distinto. En el Perú todos los individuos tienen, a causa del modo como son estructuralmente producidos, inclinaciones metoními- cas: la parte (cada cual) se toma por el todo. Cada cual (las partes) /0 se desinteresan por el todo. Una ilustración ordinaria entre tantas: la metonimia se manifiesta, por ejemplo, a nivel de las fachadas de las casas; más allá de regulaciones municipales más o menos respetadas, cada cual construye “su” casa a “su” gusto (ornamentos, colores y estilos). Cada cual manifiesta en su casa (la parte) su radi- cal desimcrés por cl todo (la ciudad). wa Ímenteporque son'ese rfco ameme ; egoísmo es un vicio moral larente; la dimensión metonímica es un rasgo estructural compartido por todos los individuos. No hay por eso que confundirlo: en el Perú, detrás de la similitud aparente con muy viejos lamentos sobre el difícil camino del interés general, se vive otra cosa. Lo distintivo no reside en el egoísmo; se encuentra en la tendencia generalizada de todas y todos a la metonimia. Una tendencia acentuada por la frecuencia de los desbordes. Cada cual se percibe en lucha contra todos, gracias al apoyo de algunos. Poco importan las justificaciones públicas o privadas: en 128 (%] CamScanner la vive- esta estrategia coinciden la defensa comunitaria, el honor, familismo za, el esfuerzo propio, la tolerancia a la transgresión, el amoral, la indiferencia, etc. O mejor dicho sí importan, pero solo en la medida que se entiende que cada una de estas justificaciones puede tener, según los grupos y periodos, una innegable eficacia a la hora de reclamar una legitimidad para el propio accionar. Poco" importa, por eso, en último análisis la vía practicada. La gran regla del individualismo metonímico postula que, ante las injusticiasy abusos, ante la falta crónica de oportunidades y la desigualdad gad:l uno !con algunos otros) tiene que hacerse cargo por sí mismo de sí mismo. Cada cual debe encontrar la fuerza o la habilidad para forzar las reglas del juego. Los desbordes operan dentro de este registro. Varios indivi- duos desarrollan una mayor confianza en los conocidos que en las reglas institucionales impersonales. No solo tienen un mayor sen- timiento de deuda y lealtad hacia sus grupos de pertenencia, sobre todo la familia, que hacia las leyes impersonales, sino que tienden a oponer las obligaciones morales hacia los primeros a las obliga- ciones ciudadanas hacia las segundas. Esto da cuenta de un sentido exacerbado del oportunismo y del propio interés personal, por lo general concebido desde una inserción grupal, lo que a su vez exi- c el desarrollo de variadas habilidades para maniobrar sus vidas ?n medio de recurrentes desbordes (des)formalizadores. Muchos individuos conciben tendencial y casi espontáneamente los siste- mas estructurados de relaciones sociales como meros conjuntos de s. relaciones interpersonales sumidos al imperio de las oportunidade Todo esto está muy lejos de los principios del PRT], todo esto no describe menos un conjunto sinuoso de prácticas de regulación. Todas las situaciones y casos de figura que hemos analizado son distintos e incluso contradictorios entre sí. Y todo bien medi- do, los desbordes (des)formalizadores, como el mismo emprende- durismo popular, no son una estrategia societal idónea o posible a mediano o largo plazo. Sin embargo, pueden ser —lo han sido en las últimas décadas— estrategias durables. Es esta realidad y sus consecuencias lo que hemos intentado problematizar en este capítulo. Comprenderlo exige reconocer que, de una manera particular y con efectos costosos tanto para la vida en común como para la definición del interés general, los 129 (%] CamScanner desbordes, con el tiempo, han dejado de ser únicamente transgre- siones y han dado forma a hábitos de conducta y a una específica modalidad sociodegradable de puesta en forma de las relaciones sociales. Los desbordes (des)formalizadores distan mucho de ser un ideal colectivo, pero son en los hechos —incluso contra el de- recho— un durable y problemático componente reglamentador realmente existente. (%] CamScanner