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Las Caras de la Depresión: Understanding Depression

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L AS CARAS DE LA DEPRESIÓN
E MANUELA M URIANA , L AURA P ETTENÒ
T IZIANA V ERBITZ
LAS CARAS DE LA DEPRESIÓN
Abandonar el rol de víctima:
curarse con la psicoterapia en tiempo breve
Con un prefacio de
Giorgio Nardone
Traducción: Jordi Bargalló Chaves
Revisión: Adela Resurrección Castillo
Herder
Título original: I volti della depressione
Traducción: Jordi Bargalló Chaves
Diseño de la cubierta: Claudio Bado
© 2006, Ponte alle Grazie, srl, Milán
© 2007, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN: 978-84-254-2527-1
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso
de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Imprenta: Reinbook
Depósito legal: B - 16.439 - 2007
Printed in Spain – Impreso en España
Herder
www.herdereditorial.com
Cada una de nosotras,
a lo largo de este trabajo,
ha perdido a uno de sus padres.
A ellos dedicamos este esfuerzo.
ÍNDICE
Prefacio, por Giorgio Nardone . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1. D EPRESIÓN : HISTORIA Y REMEDIOS . . . . . . . . . . . 13
2. L A INVESTIGACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
3. L A RENUNCIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
4. L A CREENCIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
5. L AS CARAS DE LA DEPRESIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . 51
6. D EPRIMIDO RADICAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
7. I LUSO DESILUSIONADO DE SÍ MISMO . . . . . . . . . . 85
8. I LUSO DESILUSIONADO DE LOS DEMÁS . . . . . . . . 115
9. M ORALISTA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
10. C ONSIDERACIONES FINALES . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
11. M ETODOLOGÍA Y RESULTADOS . . . . . . . . . . . . . . . 169
A PÉNDICE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
Conclusión, por Giorgio Nardone . . . . . . . . . . . . . . . . . 219
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
PREFACIO
Por G IORGIO N ARDONE
A menudo, términos que se derivan de la psiquiatría y de la
psicología se convierten en palabras de uso común. De éstos,
el término «depresión» es seguramente el más usado y del que
más se ha abusado en los últimos veinte años, porque a través de él se indica una serie de diferentes estados de humor
de una persona.
Por esta razón, este libro comienza con una historia de
la evolución del término y de sus diversas acepciones, desde las de resonancias hipocráticas, como la «bilis negra», y el
«mal de existir» de los existencialistas, pasando por el spleen
de los románticos, hasta la «enfermedad del siglo» de la psiquiatría moderna.
Esto ya indica al lector el hecho de que nos encontramos
frente a una materia controvertida, de la que se han ocupado no sólo médicos y psicólogos, sino también literatos y religiosos. Con el fin de proporcionar una imagen concreta, los
autores han llevado a cabo una investigación empírica que
establece las diferentes formas expresivas del llamado «mal
oscuro», uniéndolas, en otros términos, a una descripción de
las caras de la depresión.
Sin embargo, para que el resultado fuese realmente concreto, no prejuicioso ni ideológico, el método de investigación ha sido el utilizado por la tecnología, es decir, conocer
11
cómo funciona una realidad a través de estrategias capaces de
transformarla, orientándola hacia objetivos fijados de antemano.
Esto significa que el único modo realmente eficaz de conocer una patología está representado por las técnicas terapéuticas capaces de extinguirla, técnicas que funcionan como
auténticas exploraciones fiables en virtud de su poder de producir cambios estratégicos.
Así, el lector encontrará descritas, en este desarrollo, las
variantes de la depresión, observadas a través de la aplicación
de un modelo de intervención terapéutica que ha sido, al mismo tiempo, el instrumento de la investigación.
Emanuela Muriana, Laura Pettenò y Tiziana Verbitz
—terapeutas, docentes e investigadoras asociadas del Centro
de Terapia Estratégica de Arezzo, que dirijo— han llevado a
cabo este estudio sobre una amplia muestra de pacientes, con
extraordinaria paciencia y hercúlea tenacidad, hasta conseguir
la puesta a punto de protocolos de tratamiento específicos
para las diferentes variantes del trastorno depresivo.
Esta obra no sólo representa una descripción rigurosamente empírica de esta grave patología, sino que es también
una formidable contribución para su tratamiento efectivo.
El libro ha sido escrito de forma que cualquier persona
pueda leerlo y comprender con claridad los contenidos; no
está dirigido únicamente a especialistas, sino también a un
público más amplio, puesto que el tema en cuestión hace referencia a muchísimas personas y, por lo tanto, merece ser tratado no sólo dentro los ámbitos restringidos médico-científicos, sino que ha de poder ser disfrutado también por los
directamente interesados.
El lector podrá constatar de este modo que la depresión
no es un mal incurable y que su superación no requiere necesariamente terapias a veces más devastadoras que la propia
enfermedad.
En palabras de Francisco de Asís, a menudo «basta un
único rayo de luz para disipar mil oscuridades».
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CAPÍTULO 1
D EPRESIÓN : HISTORIA Y REMEDIOS
Una depresión es, en sentido literal, una hondonada del terreno o una disminución de la presión atmosférica, cualquier
cosa que va hacia abajo partiendo de un estado precedente
más o menos equilibrado.
Referido al sistema humano, el término indica la ruptura
de un equilibrio y la consiguiente caída hacia abajo del estado de ánimo, una «hondonada» percibida como abatimiento.
Es una experiencia que acompaña a los seres humanos
desde el origen de su historia: la depresión tiene la misma edad
que la humanidad, en cuanto está ligada al sufrimiento humano. Y desde siempre el hombre se ha enfrentado al ánimo abatido, a la falta de ganas de hacer algo, la pérdida de interés,
la incapacidad de volver a ser lo que se había sido.
Así, Homero (Ilíada, libro IX, vv. 5 ss.) describe el estado de desesperanza y la consternación de los aqueos frente a
la pérdida del favor de los dioses:
De los Aqueos habíase enseñoreado la ingente fuga,
compañera del glacial terror: los más valientes
estaban agobiados
por insufrible pesar.
Y también Saúl, como cuenta la Biblia (Samuel, 1-31), es cogido por la cólera de Dios; Vittorio Alfieri (Saúl, acto V, esce15
na V, vv. 18-20) presenta a su Saúl inmerso en un estado de
profunda tristeza, incapaz de hacer frente a las tareas que le
han sido encomendadas:
Hete aquí solo, oh rey; ni uno sólo te queda
de tantos amigos, y siervos tuyos. ¿Así pagas
la terrible ira del inexorable Dios?
En los orígenes de la historia, el mal del hombre es fruto del
castigo divino.
Se convierte en enfermedad en el siglo V a. C., cuando
Hipócrates, al escribir sobre la «locura» de Demócrito, atribuye la depresión al exceso de «bilis negra».
La secreción excesiva de melánia cholé —la bilis negra—
del bazo (todavía hoy la palabra inglesa spleen, «bazo», se utiliza para indicar los trastornos de tipo depresivo) ocasiona la
melancolía. Este estado está marcado por alteraciones físicas
y por importantes síntomas psíquicos: misantropía, miedo,
tristeza, hasta la locura. Está loco, en efecto, el Orestes de
Eurípides, acosado no ya por las Erinias, las terribles furias,
sino por el remordimiento del delito cometido.
De la melancolía se han ocupado médicos y filósofos, los
primeros para enriquecer el repertorio melancólico con innumerables teorías etiológicas, descripciones sintomáticas y terapias fantasiosas. Aristóteles, por ejemplo, en el más conocido
de sus Problemata (XXX, 1) se pregunta por qué están más
expuestos al «riesgo» melancólico artistas, poetas y filósofos.
«Enfermedad» del alma y del comportamiento, la melancolía es tratada como enfermedad del cuerpo, el cual, de todas
formas, para recuperarse ha de dedicarse a actividades lúdicas y placeres: teatro, paseos, ejercicios físicos, como aconsejan Asclepio y Sorano de Éfeso, entre los griegos, y Arquígenes entre los romanos. Y si esto no basta se recurre al uso
de fármacos evacuantes y diuréticos, para expulsar la sustancia en exceso, y al eléboro (Helleborus níger y Helleborus
viridis), el remedio antidepresivo por excelencia. El extracto
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de eléboro tiene un efecto fuertemente irritante para las mucosas. Produce la rotura de vasos sanguíneos, con expulsión
de sangre coagulada, oscura, considerada entonces como «bilis
negra». El éxito del eléboro, de hecho, no conoce ningún declive hasta el siglo XIX .
Era necesario, como siempre para el Hombre, comprender, influenciar, controlar, con el fin de llevar a cabo cualquier
posible medida preventiva, protectora y curativa. Y cuando
los conocimientos árabes sobre astronomía y astrología se
funden con el corpus de los conocimientos médico-filosóficos griegos y romanos, es el turno de las correspondencias
entre astros concretos y tipos humorales específicos: a los
melancólicos les toca Saturno como tutor, frío y ventoso, el
más lento y lejano de la Tierra de entre los planetas. Y los
«hijos de Saturno» se convierten en los más infelices entre
los humanos.
En el Medioevo se refuerza la connotación negativa de la
melancolía, despreciable trastorno que induce a la sospecha
de la culpa y, por tanto, de la pena merecida que poco a poco
se confunde con el vicio.
El doctor de la Iglesia Isidoro de Sevilla sostiene que el
adjetivo latino malus (feo, malo, malvado) deriva del nombre
griego utilizado para indicar la bilis negra: «Malus se dice de
la hiel negra, que los griegos llaman mélan; por lo que se llaman melancólicos aquellos que huyen de la conversación de
sus semejantes» (Klibansky et al., 2002, p. 72).
Y el vicio culpable se expresa en acedia (la pereza —el
ocio—, uno de los vicios capitales) y tristidia (la tristeza). Es
el castigo divino que espera a los humanos manchados por el
pecado original, la consecuencia inevitable de la expulsión
del paraíso terrenal.
El término acedia indica sobre todo la pérdida, ciertamente culpable, de la adecuada e intensa unión con Dios. El perezoso es, por lo tanto, causa de su propio mal, en tanto que
sólo cuando el alma goza de la comunión con Dios puede existir la paz de espíritu. Como dice San Buenaventura: Ubi frui17
tio, ibi quietatio. El perezoso, pues, renuncia a la unión espiritual, por vagancia, indolencia o impotencia.
Dante, intérprete escogido de la cultura medieval, hunde
a los perezosos en el Infierno, sumergidos en la Laguna Estigia, horriblemente castigados por no haber sabido apreciar la
belleza del mundo (Infierno, canto VII, vv. 118-126):
[...] que bajo el agua hay gente que suspira,
y borbotean esta agua que está arriba,
como el ojo te dice, a donde gire.
Inmersos en el limo dicen: «Tristes fuimos,
bajo el aire dulce que el sol se alegra,
llevando adentro un acidioso humo:
Ahora nos apenamos en este negro cieno».
Este himno barbotaban en el garguero,
porque hablar no pueden con palabra entera.
La teología moral cristiana modifica la connotación de la
melancolía, añadiendo las referencias a la culpa y al sentido
de indignidad que le eran originariamente ajenas. De este
modo, pecado y locura se funden y confunden, tanto en la
búsqueda de las causas explicativas como en la «cura», que no
siempre, ¡ay de mí!, se limita al ora et labora (reza y trabaja). Al inicio del siglo XVI, aún antes de que los furores religiosos quemaran en las hogueras de la Contrarreforma todo
aquello y a todos aquellos que fuesen sospechosos de haberse alejado de la ortodoxia, San Ignacio de Loyola, en los
Ejercicios Espirituales, habla de la que llama «desolación espiritual»: «Por desolación entiendo [...] la oscuridad del alma,
la turbación interior, el estímulo a cosas bajas y terrenales; la
inquietud por toda clase de agitaciones y tentaciones, que
empujan a la desconfianza, sin esperanza y sin amor, por la
que el alma se encuentra perezosa, tibia, entristecida y como
separada de su Creador y Señor».
Durante todo el siglo XVII, Dios y el diablo son aún la causa de las calamidades humanas. Lo testimonia magistralmente
18
la obra monumental de Robert Burton, de 1621, que, por un
lado, resume bien, en la búsqueda de las causas y en la sugerencia de los remedios, la moral de la época: honrar a Dios y no
ceder a las tentaciones del ocio, padre de todos los vicios; por
el otro, abre una primera rendija, un camino a la concepción
psicológica y ya no exclusivamente humoral del trastorno.
Por largo tiempo, médicos, filósofos y, obviamente, moralistas, se refieren a la poderosa obra de Burton: de ahí en
adelante la melancolía se transforma en prerrogativa de
la nosografía médica y, a partir del siglo XVIII, también de la
nosografía psiquiátrica y neurológica.
Algo extraño sucede, por tanto, en el siglo de las luces:
por un lado, médicos y futuros operadores sociales se apropian de «la curación del alma» y se difunde el «tratamiento
moral», especie de prototerapia fundada en el acercamiento psicológico al concepto de salud mental; por otro, la melancolía entra, de hecho, en el campo de interés de la naciente
psiquiatría y, sustraída para siempre a filósofos, teólogos y
moralistas, se convierte en objeto de una competencia exclusivamente médica. Se puede recordar la liberación de los alienados «del uso bárbaro de las cadenas de hierro» querida por
Philippe Pinel en el año I de la República (1793) en el asilo
parisino de Bicêtre, en pleno Terror.
Puesto que a mitad del siglo XVIII Giambattista Morgagni enseña el concepto de enfermedad de órgano, los orígenes de la melancolía ya no están en el desequilibrio de los
humores, sino en lesiones precisas de la materia nerviosa, ya
no en todo el cuerpo, sino en una de sus partes. Mente y cerebro se convierten entonces en la misma cosa.
La melancolía aparece aún en las nosografías de Vincenzo Chiarugi (1793-1794) y Philippe Pinel al inicio del siglo XIX , pero en 1819 ya es desahuciada por Jean-EtienneDominique Esquirol y sustituida por el término «lipemanía»
(del griego: OXSK, tristeza, dolor, aflicción).
Y en la séptima versión de la nosografía kraepeliniana
(Kraepelin, 1904, tr. it. 1996) aquélla es sustituida por «psico19
sis maniaco-depresiva», y esta última es diferenciada de las
condiciones de naturaleza constitucional, como la «neurastenia». Desde este momento, la palabra melancolía es sustituida por depresión y degradada de sustantivo a adjetivo.
La configuración moderna de la depresión parece haber
aparecido en Inglaterra, entre 1700 y 1800. La «enfermedad
inglesa» o spleen, connotada por el cuadro prevalentemente
psíquico descrito por Kraepelin y por sus sucesores, suplanta totalmente el cuadro fundamentalmente somático de la
melancolía medieval. No parece casualidad la reivindicación
geográfica. Algunos (por ejemplo, Murphy, 1982) opinan que
se manifestó en aquel lugar y en aquel preciso momento histórico-social por la concomitancia de al menos cuatro factores: el protestantismo; el cambio sustancial en el modo de
educar a los hijos; la reducción de los vínculos sociales más
estrechos a causa de la creciente movilidad geográfica; la difusión de las ideas cartesianas relativas al dualismo cuerpomente.
Lo que todavía parece perdurar del Medioevo es el sentido de culpa, que connota el malestar depresivo: es la impronta indeleble del sentido del pecado, sugerido por la religión,
cualquiera que sea, que de manera sutil pero permanente ha
modelado y modela todos los sistemas culturales que tienen
que ver con una tradición monoteísta.
Al inicio del siglo XIX se abre camino otra lectura: irritación, cansancio, tristeza sine causa son imputables a dos
formas distintas de «irritación» del sistema nervioso, la «asténica» y la «esténica», caracterizadas respectivamente por cansancio e hiperexcitabilidad. La asténica, la «neurastenia», se
convierte más tarde en el contenedor de cada posible síntoma
psíquico y físico, de todo aquello que, referido a pacientes
de sexo femenino, connota la histeria, pero que, como tal, se
adapta mal a los nuevos businessmen (recordemos que el término «histeria» nace del griego XVWHUD, es decir, útero, para
indicar precisamente un trastorno de naturaleza «uterina», por
tanto exclusivamente femenino).
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Charcot ennoblece la nueva forma nosológica, que junto
a la histeria se convierte en la enfermedad del siglo por excelencia. Así, la neurastenia (o agotamiento nervioso —expresión sorprendentemente aún en uso entre aquellos que sufren
este malestar—, en cuanto se suponían, precisamente, «agotados» los centros nerviosos) lleva a una gran cantidad de ricos
empresarios a las consultas de los neurólogos, convirtiéndose en la enfermedad de moda y, como tal, se difunde desmesuradamente entre las clases acomodadas.
Es interesante recordar que también en Italia los diagnósticos sufren la evolución de los tiempos: así, lo que entre 1933
y 1937 se diagnosticaba como neurastenia y psicoastenia se
convierte casi totalmente en agotamiento nervioso entre 1937
y 1943, año en el que se transforma en psiconeurosis neurasténica y, mágicamente, inmediatamente después, en depresión
(Muriana, 1982).
Jean-Martin Charcot y Paul Janet preparan, mientras tanto, el terreno a Freud, que sistematiza sus ideas en un corpus teórico y en un enfoque práctico destinado a orientar
un siglo de psicoterapia.
La interpretación «neurasténica» tiene, por tanto, una
competidora en la interpretación «psicógena» del trastorno
depresivo: no se trata de alteraciones anatómico-fisiológicas del sistema nervioso, sino de ideas, sentimientos, que sin
una precisa «sede» somática influyen en la mente y también
el cuerpo. El paciente ya no sufre por la materia «agotada»
sino por los recuerdos eliminados.
Freud trata así, de forma innovadora y revolucionaria
(Salvini, Verbitz, 1985, pp. 11-45), al colocarse en la visión
del mundo de la época, el tema de la melancolía. Después de
un primer esbozo en 1897, en el que sostiene que «la eliminación de los impulsos no parece generar angustia sino más
bien depresión: melancolía» (Freud, 1968, p.65), lo introduce en Duelo y melancolía, como parte de los doce proyectos
que, en 1915, constituyen el andamio conceptual del corpus
teórico del psicoanálisis.
21
Freud aún se refiere a melancolía, pero cada vez más se
habla de depresión y cada vez más se refiere a un horizonte
interno de la persona enormemente dilatado, ocupado por sistemas y órganos, por emociones y sentimientos producidos
por éstos. Esto frente a un sistema externo cada vez más
«empequeñecido», en el que astros y demonios desaparecen
bajo el trasfondo de las nuevas adquisiciones científicas.
Aquí se introduce una nueva perspectiva, llamada «psicosocial». El aspecto peculiar de este enfoque reside en el concepto de «reacción», que encuentra su máximo promotor en
Meyer (Meyer, 1951): todo individuo sometido a traumas lo
suficientemente intensos puede desarrollar una patología mental. La orientación de investigadores y clínicos se abre mayormente a los componentes psicológicos, sin negar que eventuales aspectos orgánicos, junto con los afectivos, cognitivos
y ambientales, puedan ser determinantes en la manifestación
persistente de la depresión.
En ciertos aspectos hoy no ha cambiado mucho, si nos
referimos al contencioso que aún enfrenta teorías psicógenas
(tanto psicodinámicas como psicosociales) y teorías neurológicas, y que aún despliega una frente a otra a medicina y psicoterapia, por la primacía de la credibilidad y por aquello más
material de la conquista de un real y auténtico «mercado».
Es únicamente la psiquiatría de inspiración fenomenológica, con Ludwig Binswanger (Binswanger, 1960, tr. it. 2006)
a la cabeza, la que sugiere una alternativa a la obsesión neurobiológica y psicodinámica, analizando los modos particulares
de estar-en-el-mundo e intentando llegar a una comprensión del sufrimiento psicopatológico.
Por desgracia se trata de una voz que no ha sido escuchada y en la cotidianidad de la práctica médico-psiquiátrica continúan dominando tanto el intento clasificatorio como la tendencia a leer, en las vivencias melancólicas y depresivas de las
enfermedades, temas observables de la naturaleza.
Y esto sigue siendo el hilo conductor cuando, en la segunda posguerra, el testigo de la psiquiatría pasa de la clasifica22
toria, pero ordenada, cultura alemana, a la primacía estadounidense, en la que no hay margen para la incertidumbre: o
«es» o «no es». Con las ordenadas y tranquilizantes clasificaciones de las diversas versiones del DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico), los nombres de las enfermedades ya contienen toda la información «necesaria» sobre la causa, terapia
y prognosis. Se crea, de este modo, un consenso universal
en torno a objetos estandarizados pero, de por sí, inexistentes en la naturaleza. La polimorfa variabilidad de la expresión
del sufrimiento humano queda encorsetada en definiciones,
ejes y coeficientes (Nardone, 1994, pp. 11-21).
El tranquilizante furor clasificatorio parece olvidar que
las clasificaciones médicas, que se rigen en incontestables (al
menos para la medicina occidental) teorías etiológicas (así,
causa de enfermedad pueden ser defectos congénitos, sustancias tóxicas, virus, parásitos, etcétera) tienen un fundamento
«naturalista» no siempre, ni tan fácilmente, transferible a la
psiquiatría.
Si un diagnóstico encuentra consuelo o coincidencia en
los criterios diagnósticos del DSM es, sin ninguna duda, «verdadero» y, por lo menos para algunos, no es discutible, precisamente a causa de la falta, en el caso de los trastornos psíquicos, de aquel «testigo», tan tranquilizante para la ciencia
médica, algo que pueda ser sometido a lecturas radiográficas
o a exámenes de laboratorio.
Hasta los años cincuenta con la llegada de la psicofarmacología, melancolía, depresión y enfermedades mentales en
general habían sido tratadas con los instrumentos que los conocimientos de las diferentes épocas ponían a disposición, fieles a la propia lectura etiológica de los trastornos individuales:
De los preparados herbáceos (con el eléboro a la cabeza) a
las curas termales; de las prescripciones higiénico-dietéticas
a la oración y a los consejos morales; de la obra de convencimiento racional al electroshock y a la lobotomía; de la palabra a la utilización de sustancias psicoactivas (cocaína y Amanita muscaria).
23
En los años cincuenta las primeras sustancias psicotrópicas (clorpromazina, isoniazida, imipramina), como sucede a
menudo, fueron descubiertas por casualidad y mostraban inesperados efectos lenitivos en los trastornos del humor y en
algunos trastornos de comportamiento. Se experimentaron,
por lo tanto, sobre diferentes patologías para las que habían
sido puestas a punto. En ausencia de teorías etiológicas precisas (indispensables desde el punto de vista de nuestra medicina) y desde el momento en que estas sustancias actúan sobre
una cierta forma morbosa, el tratamiento permite afirmar
que esta forma morbosa «es precisamente una enfermedad».
Éste es el procedimiento definido en medicina como «prueba terapéutica» o ex adiuvantibus. «La taxonomía y, por tanto, la terminología adoptada para los trastornos del humor en
nuestro días, en ausencia de referencias etiopatogénicas, tiene como principal valedor externo la respuesta al tratamiento farmacológico» (Cassano et al., 1993). Sin embargo, «la
existencia de un grupo nada desdeñable de pacientes que no
responden de modo satisfactorio a una terapia farmacológica (del diez al treinta por ciento de los pacientes deprimidos
no presenta remisión sintomatológica), bien establecida, documenta de modo inequívoco, tanto la oportunidad de valorar
realmente el papel de los fármacos en la depresión, como la
oportunidad de desarrollar la investigación en este sector»
(Bellantuono et al., 1994).
La depresión se ha convertido hoy en el colector de todo
el conjunto de las dificultades del hombre: la problemática
para definirla y, por el contrario, la multiplicidad de definiciones, han permitido utilizarla de una manera extremadamente elástica y multicomprensiva.
Lo que en el transcurso de los siglos ha caracterizado el
enfoque humano de la depresión y de la enfermedad mental en general ha sido la búsqueda de la «causa original». La
búsqueda etiológica siempre ha sido tranquilizante para el
hombre, necesitado de colmar de certezas conjeturadas la incertidumbre de la vida; necesitado de autoengaños que le per24
mitan «creer» en puntos estables que le aparten de la angustia de lo desconocido y de lo incontrolable. Es mucho más
tranquilizante hallar un nombre y un origen a las cosas, sobre todo si son difíciles de colocar. Incluso es más tranquilizante pensar que las calamidades propias están causadas por
la cólera divina, por el demonio, por una alteración orgánica
o por un trauma, que no saber.
Algo ha quedado indemne en el curso de muchos siglos,
el principio de Galeno: «Inútil hablar de curación o pensar
en remedios, hasta que no se comprendan las causas» (Burton, 1621, tr. it. 2001). El método de investigación que sostiene una lógica lineal y, por tanto, una etiología cierta antes
de pensar en los remedios, todavía no ha dado los frutos esperados.
Y la investigación continúa, desde los tiempos de Homero hasta hoy, con el enfoque inmutable: «Dadme la causa y
os encontraré el remedio». Cada época ha construido sus causas y suministrado sus soluciones terapéuticas. Sin embargo,
la causa objetivable no existe por ahora; hipótesis bioquímicas
están forzadas todavía en metodologías con reminiscencias
hipocráticas no tan valiosas para la actual medicina científica...
En la búsqueda de las causas del sufrimiento encontramos
una enorme divergencia entre los diferentes enfoques (entre el
médico y el psicológico, por un lado, y dentro del mismo enfoque psicológico, por otro). Sin embargo, todos ellos tienen
en común un modelo de investigación de tipo positivista, basado en el principio determinista de causalidad lineal: existe una
relación directa y unívoca entre causa y efecto; de ello se deriva que sin la causa no se puede curar el efecto. Y la práctica no
se aleja, ciertamente, de la teoría: también la acción terapéutica dirigida al cambio sigue una lógica lineal, por lo que se actúa
sobre la causa (o, mejor dicho, en busca de la que se cree como
tal) poniendo entre paréntesis todo otro factor. Cada disciplina, entonces, pone sobre el tapete su propia investigación,
a menudo muy diferente pero sostenida por el mismo principio de causalidad o lógica lineal.
25
No podemos asombrarnos, en este punto, si frente a una
consistente variedad de enfoques, del neurológico al psicobiológico, del psicodinámico al existencial, encontramos caminos
recorridos por muchos pero privados de puntos de encuentro.
Lo que es cierto es que actualmente estamos frente a
un abuso de diagnósticos de depresión: parece que todo lo
que antes se identificaba como funcional, o por medio de una
fuerte etiología psicológica —en la acepción médica—, ahora se diagnostique como depresión.
En nuestra experiencia clínica, en cambio, hemos visto que
el surgimiento de un cuadro depresivo es el efecto de la reacción de la persona a alguna cosa que «se rompe» en su vida,
aunque, la mayoría de las veces, ha sido peligrosamente definido como una enfermedad en sentido biológico. No hay que
infravalorar, en relación con ello, el impacto que han tenido en
el mercado los fármacos antidepresivos de nueva generación
(los ISRS, inhibidores selectivos de recaptación de serotonina),
precisamente al subrayar el aspecto biológico del sufrimiento
depresivo. Esto también está en concordancia con la bibliografía que indica que en el diez a trece por ciento de los casos la
manifestación depresiva puede ser efectivamente considerada
de naturaleza biológica. Con frecuencia las depresiones parecen salir de trastornos de ansiedad, in primis ataques de pánico, o más bien trastornos fóbicos paralizantes, pero también
problemas de relación, que limitan o impiden la vida diaria, y
no lo contrario. Aquí está en juego la relación que la persona
tiene consigo misma, con los demás y con el mundo: lo que
piensa y cómo lo piensa, aspectos esenciales para nosotros, sobre
los cuales ha de hacer brecha la palanca terapéutica.
La conclusión a la que se llega, aunque consideráramos sólo
estas observaciones históricas, es que se habla mucho de depresión, pero desde un punto de vista empírico se sabe muy poco.
De aquí ha nacido la exigencia de estudiar el problema, basándonos solamente en «aquello que funciona» para romper
el cuadro depresivo, libres de presupuestos teóricos y de intereses diferentes.
26
CAPÍTULO 2
L A INVESTIGACIÓN
En el Centro de Terapia Estratégica de Arezzo trabajamos desde hace casi veinte años, tanto a nivel terapéutico como en el
ámbito de la investigación, utilizando un modelo empíricoexperimental que nos lleva a conocer un problema a través de
su solución, con la consiguiente puesta a punto de instrumentos terapéuticos y cognoscitivos (Nardone, 1988; Nardone,
Watzlawick, 1990; Nardone, 1993; Nardone, Watzlawick, 1997;
Nardone, Verbitz, Milanese, 1999; Nardone, Salvini, 2004). La
pregunta «por qué» es sustituida por la pregunta «cómo». No,
«¿por qué Tizio está deprimido?», sino, «¿cómo funciona su
depresión?; ¿cómo la ha construido y cómo continúa manteniéndola y alimentándola, a pesar suyo?»
La pregunta «por qué» responde a una explicación causal:
dada una cierta causa, colocada en el pasado, sin importar lo
remoto que sea, debería ser suficiente actuar sobre ella, para
modificar los efectos en el presente. Es el principio etiológico
(de la causa primaria) por excelencia.
La pregunta «cómo» prescinde de una hipótesis causal y
se detiene, más bien, en considerar la modalidad de formación
y persistencia del problema «aquí y ahora»: aquello que el
paciente y/o el sistema en torno a él se obstinan en poner en
acto como solución fallida, que, en cuanto disfuncional, continúa alimentando el problema mismo. El método de investigación empírica nos permite salir de los límites del pensamien29
to determinista, desplazando el estudio de la búsqueda de las
causas de un problema a «cómo» ese mismo problema puede
ser cambiado. Esta modificación de la estrategia nos permite
llegar a la comprensión de «cómo» funciona el problema y
cómo persiste en el tiempo. Los conceptos de formación y persistencia permiten desvincularse de cualquier cuestión teórica
a priori. En este sentido, la «lógica estratégica» representa el
instrumento de excelencia que permite la construcción de
modelos rigurosos de intervención, pero capaces de autocorrección, partiendo de los objetivos que se quieren alcanzar.
Y, puesto que se conoce un problema a través de su solución
(Nardone, 1993), esta lógica nos permite el paso de un plano
más propiamente operativo a uno estrechamente cognoscitivo, en una especie de circularidad productiva: de la solución
de un problema a su conocimiento, y de éste a un perfeccionamiento de los instrumentos operativos. Ha sido la solución
de numerosísimos casos relativos a personas diferentes con
el mismo tipo de problema lo que nos ha indicado la estructura, el funcionamiento y la persistencia del problema.
Gracias a este proceso de investigación hemos logrado
enfocar específicamente el hecho de «estar deprimido». Nos
hemos planteado sucesivamente la pregunta de si podían existir variantes en el modo en que funciona la depresión. Detectadas éstas empíricamente, hemos puesto a punto intervenciones terapéuticas dirigidas, o protocolos de terapia mucho
más específicos, con precisión casi quirúrgica.
El instrumento que hemos utilizado es el de la Terapia
Breve Estratégica, bajo la forma de investigación-intervención. El método se basa en el concepto de investigación-acción
puesto a punto por Lewin (1951). El presupuesto sobre el que
se funda esta rigurosa metodología es que podemos conocer
cómo un problema persiste en el tiempo solamente interviniendo activamente sobre él, al intentar cambiarlo, en cuanto que la única variable de que dispone el investigador es su
propia estrategia: «La terapia como investigación, la investigación como terapia», por tomar el título de un capítulo de
30
una publicación reciente (Nardone, Portelli, 2005). En virtud
de esta tipología de investigación aplicada al campo clínico,
en el curso de los últimos quince años se han puesto a punto
protocolos definidos de intervención para patologías específicas, que se han demostrado particularmente eficaces y eficientes, hasta el punto de que ahora se utilizan a nivel internacional. Desde un punto de vista teórico-práctico es bueno
hacer hincapié en que el modelo estratégico se ocupa del modo
en el que el hombre percibe y gestiona su propia realidad en
la interacción constante consigo mismo, con los demás y con
el mundo. En este sentido, también los «problemas» del hombre son producidos por la interacción entre la persona y la
realidad. Lo que hace que una dificultad se convierta en un
problema, y un problema en una patología, es lo que la persona hace o piensa —y a menudo también el sistema en torno a ella— en su intento por resolver la dificultad. Las reacciones y los comportamientos, precisamente las soluciones
intentadas, que la persona utiliza con el fin de superar su propia dificultad, en el momento en que no funcionan se utilizan
generalmente aún más (según la lógica devastadora del «más
que antes») (Watzlawick et al. 1971, 1974), complicando posteriormente la situación en vez de resolverla. Se construye de
este modo «una modalidad redundante de reacción en relación con determinadas percepciones». Este modelo, que se
repite en la interacción entre la persona y su realidad, es lo
que nosotros llamamos «sistema perceptivo-reactivo» (Nardone, 1991). Estas respuestas contribuyen, por tanto, al hacerse rígidas sobre la misma lógica de solución, a hacer el sistema
disfuncional, de modo que «el problema existe precisamente en virtud de lo que se ha hecho para intentar resolverlo».
La investigación, llevada a cabo a través de la comparación con los colegas y bajo la supervisión de Giorgio Nardone, nos ha permitido determinar que, dentro del cuadro clínico de la depresión, hay modalidades diferentes de expresión
y de constitución del fenómeno. Cada una de estas diferentes
caras de la depresión parece construirse y mantenerse a tra31
vés de una secuencia de típicas tentativas fallidas de afrontar
el problema, del mismo modo en que, por ejemplo, la evitación y el recurso a la ayuda de los demás, como soluciones
tentativas típicas, conducen a síndromes de ataques de pánico; la evitación y el control de las situaciones ansiógenas a
través de rituales repetidos a síndromes obsesivo-compulsivos. La determinación de la solución intentada disfuncional
se convierte, por lo tanto, en el primer paso para determinar
las «trampas» mentales con las que la persona ha construido
su propia realidad problemática o patológica. Al mismo tiempo, nos suministra la «clave» para el cambio terapéutico, que
consiste en sustituir la modalidad patógena por ideaciones
funcionales.
El primer paso para la construcción de uno o más protocolos de intervención para comprender cómo «funciona» la
depresión lo constituye, por tanto, la búsqueda de una solución tentativa típica de los cuadros depresivos.
Hemos localizado así una solución tentativa común a todas
las personas deprimidas: la renuncia.
32
CAPÍTULO 3
L A RENUNCIA
Aliud agere quam nihil.
(Hacer alguna cosa antes que nada.)
S ÉNECA
De la investigación-intervención sobre la depresión ha surgido que la solución tentativa que caracteriza todas las tipologías de depresión localizadas por nosotros es, como hemos
dicho, la renuncia. Sin embargo, al continuar con nuestro trabajo nos hemos dado cuenta de que ésta pueda presentar diferentes matices. Hemos partido, en un cierto sentido, de lo
«ordinario», para llegar a lo «distinto», a través de tamices de
diferente calibre: de lo general a lo particular.
El término «renuncia», entendido en su primera acepción,
se refiere a una forma generalizada: comportamental, ideativa
y relacional; nos sugiere la imagen de una persona «paralizada» por el rechazo a hacer cualquier cosa. El comportamiento está ralentizado, desmotivado, la ideación es negativa
(«¡no hay nada que hacer!»); el placer, en cualquiera de sus
formas, está ausente; el humor se halla caracterizado por una
general ausencia de esperanza (sine spes): la posición de quien
ahora solamente puede padecer. Es la tragedia de la impotencia, que deja espacio, a veces, solamente a la lamentación. El
paciente es una marioneta con los hilos cortados.
Esta modalidad redundante de respuesta, que podemos
llamar global, caracteriza los estados depresivos más graves, es decir, aquellos que más a menudo llegan al ambulatorio psiquiátrico o al estudio de un psicoterapeuta. Estos casos
sobre todo «son llevados» por otros, por los familiares en
35
general, en cuanto la renuncia reviste tanto la esperanza de
cambio como la idea misma de posibilidad de cambio y son
los que, en ausencia de obediencia (observación de las prescripciones terapéuticas), son habitualmente tratados farmacológicamente.
Es interesante notar que la renuncia global no es característica de una tipología específica de depresión, aunque el imaginario clínico daría la impresión de invocar formas específicas, pero puede disponerse, más bien, transversalmente
respecto a todas las variantes. Podemos decir, en este sentido,
que el término global representa el aspecto generalizado de
la renuncia, que puede presentarse invariablemente en las diferentes tipologías depresivas. Existe siempre renuncia, aunque
diferentemente «calibrada». Nos damos cuenta de que, en este
punto, un ejemplo puede ser muchos más explicativo.
Un hombre de mediana edad que en una primera impresión podríamos definir de guapo, rico y famoso, se presenta
acompañado por una amiga que lo ha animado a hacerse ayudar. Hombre triunfador y de éxito, tanto profesional como
personal —así se define él—, tras el naufragio de su matrimonio y su separación encuentra una mujer mucho más joven
que él. Con ella mantiene una relación que dura cerca de siete años: la historia más bella de su vida desde el punto de vista sentimental. El único inconveniente son los cuatro hijos
que, paladines de una madre nunca resignada, no aprueban el
«golpe de juventud» del padre. La joven mujer siempre ha
soportado mal esta disponibilidad hipotecada del rol de padre
de él; empieza, por lo tanto, a reclamar su puesto y anuncia
su deseo de tener un hijo. Desde el punto de vista de la mujer,
la pretensión es obvia: la coronación lógica de su amor. Esto
no lo es para él, que, en cambio, ve en la maternidad el posible fin del encantamiento. La relación se complica: de un entendimiento perfecto (complementariedad funcional) se pasa
a divergencias continuas que desembocan en discusiones; cada
intercambio asume el tono de la polémica y de la recriminación por parte de ella, con las consiguientes reacciones de él
36
(la relación se vuelve simétrica). De común acuerdo deciden, dolorosamente, no verse durante algunos meses, con la
esperanza de poder salvar su relación. Se hablan con frecuencia pero evitan verse para no empeorar la situación. Se vuelven a ver durante un fin de semana: el amor y la pasión se
encienden de nuevo; sin embargo, él intuye que ha sido traicionado. Ella lo confirma. Él reacciona perdiendo todo el
savoir faire que le distingue, descubriéndose posesivo e intransigente. Se siente traicionado, aunque el «crimen» se haya producido durante la consensuada separación.
Después: rabia, depresión, caracterizada por la confusión
mental, pensamientos recurrentes, trastorno del sueño y del
humor, síntomas neurovegetativos, soledad, desesperación.
Al no saber resolver el asunto de ninguna manera, empieza
a rendirse, renunciando a manejar la situación. Su autoestima, que hasta entonces había sido la clave de su éxito, se hace
añicos, así como la vida profesional. Ahora, tras dos años de
lucha consigo mismo, confundido entre débiles esperanzas
de volver a empezar y repetidas desilusiones, cae en un estado de postración total. Su malestar abarca todas las áreas de
su vida. La renuncia es global. Y él, que siempre ha sido un
vencedor combativo, se siente ahora derrotado por sí mismo. Del coloquio clínico surge su talón de Aquiles: la convicción acrítica de que ella nunca le habría traicionado. Un
iluso desilusionado de los demás (de ella), desde el punto de
vista de nuestra investigación, que se ha convertido sucesivamente en un iluso desilusionado de sí mismo, una vez que
se ha dado cuenta de que no es capaz de perdonar una traición. Pero, sobre todo, diremos nosotros, al no haber nunca
tenido en cuenta que podía sucederle precisamente a él, a él
que siempre había considerado la vida sentimental como
el primer alimento del propio éxito. Tras haber sido, literalmente, «traído» a consulta, sale de la primera sesión diciendo que está dispuesto a hacer cualquier cosa para salir del
impasse. Ahora pide explícitamente ayuda: él, por sí solo, no
sabe qué tiene que hacer o pensar. Su demanda es un indi37
cio claro de un primer cambio: el paso de la renuncia global
a la solicitud de ayuda.
Resquebrajar una creencia significa intervenir sobre la
solución intentada y poner los presupuestos para el cambio.
En este caso el paciente renuncia rindiéndose: desilusionado primero por la traición, nunca contemplada ni siquiera
como hipótesis remota, luego por sí mismo. También la hipótesis de la propia incapacidad en cualquier campo nunca había
sido considerada como una eventualidad posible y, al encontrase brutalmente frente a ella, toda certeza se resquebraja. La
incapacidad en un sector de la propia vida se extiende como
un virus, contagiándolo todo, y la renuncia se vuelve global.
La persona se vuelve un iluso desilusionado, que renuncia rindiéndose, de modo global.
Más a menudo, quien pide ayuda en primera persona utiliza una forma de renuncia no tan totalizadora: está abatido,
pero no aniquilado. Es decir, la renuncia parece ser parcial y
afectar solamente algunos ámbitos de la vida del paciente. Éste
continúa viviendo, aunque de manera sufrida o insatisfactoria, pero no «se deja vivir». El estado de malestar puede también ser generalizado en sus efectos, pero la renuncia, como
solución específica, es aplicada de forma «circunscrita». Es un
nudo, un impasse, cuyos efectos pueden sucesivamente también extenderse.
La renuncia, en este caso parcial, puede implicar el plano
de las ideas, el del comportamiento o el de las relaciones.
Se presenta un hombre de unos cuarenta años, sin aspecto descuidado ni en apariencia depresivo, padeciendo una profunda insatisfacción que reviste cada aspecto de su vida, en cuanto que no consigue experimentar placer, ni siquiera satisfacción
en ninguna de sus actividades. Hace de todo, pero con esfuerzo, y ahora se da cuenta de que, quizás, se «está perdiendo
algo». Casado desde hace algunos años, más por temor a la
soledad que por un arrebato afectivo, describe una especie de
«congelamiento emocional». A través del diálogo estratégico
38
(técnica de coloquio clínico, cfr. Nardone, Salvini, 2004) se
localiza la solución tentativa redundante en la renuncia que,
sin embargo, se sitúa temporalmente de modo preciso y afecta solamente al plano emocional. Cuando era joven estuvo
implicado en un par de «historias» sentimentales que naufragaron dramáticamente. Se entregó totalmente a su pareja, con
la convicción de que sólo anulándose en ella se puede ser amado, se puso en una situación de total vasallaje. Sin embargo,
rechazado por su amada, desde entonces renunció a cualquier
forma de implicación emocional. El efecto de la renuncia ha
sido la extinción de toda emoción, dolorosa o agradable.
En este caso, la renuncia es, y continúa siendo, parcial y
no afecta la capacidad «operativa» de la persona, que lleva una
existencia «normal», sin «afrentas ni alabanzas», como muchas
otras; trabaja, tiene una relación no conflictiva con su mujer,
una vida sexual, frecuenta algunos amigos, pero en un desierto emocional.
Aunque, como veremos más adelante, las diferentes expresiones de la depresión tienen características distintas, existe, en
cambio, un modelo de percepción y respuesta que se repite
en todas. El sistema perceptivo-reactivo típico se manifiesta,
aunque con modalidades específicas correlativas, en la tendencia a una actitud de renuncia frente a la realidad. La renuncia
parcial, como la global, parece que no caracteriza una cierta
tipología depresiva, sino que más bien se dispone transversalmente respecto a todas. Así, el paciente del ejemplo observado antes es un iluso desilusionado de los demás que, al quebrantarse la creencia: «Si doy lo mejor de mí mismo en una
relación, seguro que funciona. Se me entregará por completo.
Halagada, no tendrá más remedio que aceptarme», renuncia a
cualquier forma de implicación emocional construyéndose
la nueva creencia, igualmente disfuncional: «No me dejo involucrar y ya nada podrá sucederme». La renuncia en cuanto tal
se aplica solamente al plano emocional, aunque los efectos,
entendidos como un sentido generalizado de insatisfacción,
afectan también a otras áreas de la vida del paciente.
39
La renuncia parcial, cuando no funciona, hace que la persona se vuelva rígida en la renuncia misma; con más razón si
no ocurre nada en su vida que le obligue a cambiar. De este
modo, la renuncia parcial puede extenderse y convertirse en
global. La persona que renuncia parcialmente y no consigue
superar el impasse puede, por decirlo así, agrandar, generalizar esta modalidad; el hecho de renunciar puede llegar a ser
un modo reiterado de afrontar las propias dificultades y los
propios problemas, así que la renuncia se convierte en global.
Con el correr del tiempo, el malestar, más marcado en un área
existencial, puede generalizarse por consiguiente en la dirección de un trastorno depresivo de mayor importancia.
Nos parece, por lo tanto, que podemos decir que la renuncia parcial puede considerarse la predicción de una posible
evolución de empeoramiento, casi una depresión (tal y como
se entiende habitualmente) en marcha.
Siguiendo con nuestro tamiz, de lo general a lo particular, hemos identificado algunas formas de solución tentativa, que aunque no se identifican, en sentido estricto, en la
renuncia, parecen ser equivalentes a todos los efectos. ¡Y el resultado final no es diferente!
Así se presenta el hecho de aplazar, esperar (ante la incapacidad de ver soluciones) y no tomar decisiones.
Un paciente, convencido de «haber perdido siempre el tren»
y de haber dejado escapar toda buena ocasión que la vida le
ofrecía, padece una condición de abatimiento profundo e incapacidad de reaccionar. Descontento con su trabajo, insatisfecho en el plano sentimental, vive emocionalmente una condición sine spes, hasta el punto de que ha sido tratado con
fármacos antidepresivos. Sin embargo, tiene una oportunidad
en el ámbito de un segundo trabajo, sobre proyectos, que le
gusta y en el que se desenvuelve bastante bien. No obstante,
cada vez que se le encarga un proyecto, aplaza su realización hasta el final, con el riesgo de perder la oportunidad, bajo
la influencia de un leitmotiv que siempre suena de la misma
40
manera: «Total... ahora...». Como si, perdidos los primeros
trenes, los siguientes ya no pudieran llevar al mismo destino.
En este caso, el efecto del aplazamiento no es distinto a
la renuncia y el paciente permanece, de esta forma, atrapado
por su propia creencia.
Parecidos entre sí se muestran el hecho de esperar y el de
no tomar decisiones. Parecen ser matices sutiles de una incapacidad de ver una posible vía de salida al impasse, el punto
de partida del problema (Watzlawick, Weakland, Fisch, 1974,
p. 51).
La persona que espera parece vivir su propia espera en la
óptica por la que, incapaz de ser agente de cualquier cambio, no le queda más que esperar los acontecimientos. Los
demás, la casualidad, el destino... lo harán por él. Antes o después «caerá el maná del cielo».
Del mismo modo funciona el que no toma decisiones, que
no debe confundirse con el indeciso entre diferentes opciones, que quiere hacer «la elección correcta» (aquí el sistema
perceptivo-reactivo es generalmente de tipo obsesivo y la persona busca un control imposible sobre el futuro): no es el indeciso, que no resuelve en cuanto que considera infinitamente
los pros y los contras de las posibilidades alternativas, sino
que es más bien el que no decide «porque… total...», porque
de todas formas no vale la pena, visto que las cosas no podrán
cambiar. Mejor, por lo tanto, que decidan los acontecimiento una vez más.
Es el caso de un joven que desde la adolescencia vive, según
dice, «de manera diferente a la gente de su edad». De niño no
tenía moto, porque era demasiado peligroso; no hacía deporte, porque al sufrir imprecisas alergias su madre lo «protegía»
de las posibles complicaciones de un constipado; en el colegio no era ni brillante ni interesante, así que al poco tiempo
se encontró aislado: nadie quería estar con él. Alguien distinto, en definitiva, con su madre siempre a su lado para protegerlo de las injusticias del mundo. En pocas palabras, hasta la
41
pequeña satisfacción de un rendimiento escolar suficiente se
viene abajo con un suspenso y la necesidad de repetir curso.
Éste es el epílogo de la construcción devastadora del problema. El suspenso se vive, más por la familia que por él, como
una injusticia, y desaparece de este modo la ocasión de aceptar el desafío consigo mismo. Por consejo de sus padres
cambia de colegio, pero vive cada vez con más malestar la relación con los de su edad, a los que percibe como «afortunados». En cambio, a él todo le va mal: aprovechamiento escolar, amistades inexistentes, relaciones sentimentales impensables
pero envidiables... Bajo la bandera familiar de la desgracia se
construyen la incapacidad de pensar y la renuncia a hacer.
Queda solamente un gran esfuerzo: continuar estudiando.
Con sacrificios inenarrables consigue graduarse con la calificación mínima, tras haber estudiado dieciséis horas de media
al día y haber repetido a menudo los exámenes. Ninguna relación, a pesar de la larga permanencia en la universidad, aunque el motivo principal por el que había continuado estudiando era la esperanza de encontrar a alguien. La suya ha sido
siempre una posición de espera pasiva, consciente que de todas
formas «no sucedería nada». Y así fue. La profecía se cumplió, la creencia —tengo mala suerte— se ha confirmado con
los hechos. Y los hechos han alimentado repetidamente la
creencia. Ahora sabe lo que tendría que hacer, pero renuncia
a correr el mínimo riesgo: ahora es demasiado tarde, total
ya sabe cómo terminará. Con determinación detalla así su
situación. «Tengo mala suerte: no tengo amigos, nunca los he
tenido y siempre los he deseado; no tengo una mujer ni nunca la he tenido, y no me lo explico; he estudiado mucho y he
obtenido poco, los demás estudiaban menos y tenían notas
excelentes, ¡que afortunados! Ni siquiera tengo coche, es
de mis padres, busco un trabajo que no encuentro, además de
buscar, ¿qué tengo que hacer? Mis padres están enfermos, y
yo no estoy bien, tengo el colesterol alto...»
Ha llegado a la renuncia global. Éste es un caso ejemplar de cómo la familia, con las mejores intenciones, puede
42
contribuir a crear un problema psicológico grave, que impide el crecimiento de un hijo, quizás de por sí ya poco autónomo. Aunque el problema ha aparecido en la adolescencia
y nunca ha sido superado, el estado de «desafortunado» que
nada puede hacer se ha convertido en condición perenne.
Creemos que pueden hacerse, de lo dicho anteriormente, algunas consideraciones interesantes. Hay personas que
«funcionan» según una modalidad depresiva, basada por
tanto en la renuncia, que no presentan estados humorales relacionados con la depresión. Hay, por el contrario, personas deprimidas de modo «evidente», con una implicación
más marcada del tono del humor. Actualmente parece que en
la depresión han pasado a un segundo plano los síntomas
clásicos ligados a la pérdida de la alegría de vivir, al dolor moral,
al sentido de culpa, respecto a la ansiedad: «El eje sintomático se traslada de la tristeza a la inhibición, a la pérdida de iniciativa» (Borgna, 1992) y éste es un dato que ha surgido con
evidencia también en nuestro trabajo.
Han llegado, y no raramente, pacientes que «llevaban»
literalmente sobre sus espaldas desde hacía años, y a veces
decenios, pesadas etiquetas de depresión, construidas a partir de síntomas padecidos. Los síntomas tales como tristeza, astenia, insomnio, pérdida de placer, por citar solamente algunos, se consideraban expresión de una entidad morbosa
subyacente llamada depresión. Años de psicoterapia, más que
de psicofármacos, habían resultado sin efecto apreciable o
con efecto de todas formas no resolutorio.
Ser o convertirse en víctima del destino, de la desgracia o
de la naturaleza es la misma cosa. Esto nos muestra que de
la evitación del conflicto se pasa a la renuncia parcial, de la
renuncia parcial a la global, y así hasta la resignación. Una escalada de soluciones tentativas disfuncionales, que de una
condición de dificultad llevan, con el tiempo, a la parálisis global. Todo parece partir de creencias precisas, a veces desconocidas por las personas, pero que tienen efectos concretos
en la vida diaria y, sobre todo, en la solución de problemas.
43
CAPÍTULO 4
L A CREENCIA
La verdad no es lo que descubrimos
sino lo que creemos.
A NTOINE DE S AINT-E XUPÉRY
La depresión parece construirse a partir de una creencia, es
decir, de un pensamiento estructurado, por el que la persona
se siente víctima de algo que no puede combatir o superar,
razón por la cual renuncia. La creencia es una forma de conocimiento descriptivo de un fenómeno, que la persona asume como explicativo y verdadero. O, en otras palabras, un
conocimiento estructurado que actúa en la propia elección, en
los pensamientos y en las acciones. Es la teoría la que estructura la propia, personalísima, visión del mundo. La mayoría
de las veces se desarrolla mediante comportamientos reiterados: la repetición hace que la realidad subjetiva se perciba
como verdadera. La creencia favorecida se convierte entonces
en realidad (Nardone, comunicación personal, 2005). La
creencia no se construye sobre la base de una idea racional
(cognitiva, es decir, los procesos de conocimiento que, funcionalmente, guían el comportamiento), sino que es fruto de
una precisa elección ideológica. En los aprendizajes secundarios esta creencia define la relación entre el individuo y su
ambiente, modela su carácter. Una vez establecido este esquema, tenderá a reforzarse según el principio del «efecto Rosenthal»: cuando alguien se persuade de que una cosa es verdadera, adapta su comportamiento a esta convicción, comportándose
«como si» fuese cierto, induciendo reacciones que a su vez
refuercen esta convicción (Wittezaele, 2004, p. 92).
47
En el caso de la depresión no es solamente la rigidez de
la creencia de base, sino la ruptura de la creencia en cuanto
tal. Frente a un acontecimiento inesperado, no contemplado
precisamente por la rigidez de la creencia, ésta se resquebraja y se rompe: todo lo que ha funcionado (y que, por tanto, ha
contribuido a la rigidez de la propia creencia) ya no funciona; todo aquello en lo que se ha creído se derrumba ruinosamente bajo el empuje destructivo del «accidente» no previsto. No importa que el «accidente», en cuanto tal, se realice
concretamente, en términos de acontecimiento dramático o
traumático.
El accidente puede estar representado por cualquier cosa
que asuma un valor de catástrofe, precisamente en cuanto no
se presente como posibilidad en la visión propia del mundo.
Puede fundarse en una comparación cualitativa entre un
«antes» y un «después», cuando una persona, incapaz de hacer
frente a situaciones que no «tendrían que haber sucedido»,
no admite la posibilidad de fracasar: «Ya no soy el de antes.
Es inaceptable». Puede ser representado por un acontecimiento inesperado: «Los demás me han traicionado», que, dada la
rigidez de la creencia, no puede ser, por decirlo así, «absorbido» gracias a una reestructuración (otra manera de ver la misma cosa) de la creencia misma («es posible que a veces los
demás o “alguien” traicione»), sino que más bien comporta
la disgregación irremediable. La persona, en este punto aún
no deprimida, sólo tiene dos posibilidades: puede intentar volver a recomponer, unir los añicos de la propia creencia o puede, desanimado, contemplarlos en la ahora inevitable certeza de que ya no podrán ser recompuestos. Es decir, puede
renunciar enseguida o renunciar después de intentos infructuosos. Es en el momento en que la renuncia sustituye a cualquier otra posible o precedente solución tentativa (modo de
hacer frente a las dificultades) y la persona sustituye el propio sistema perceptivo-reactivo (modo subjetivo de respuestas redundantes), anteriormente funcional, por un sistema de
tipo depresivo. El nuevo sistema perceptivo-reactivo se cons48
truye sobre una nueva creencia, antitética a la precedente, aunque igualmente rígida.
Se podría, con razón, objetar que todas las patologías psiquiátricas se fundan en una creencia, pero en el caso de la
depresión, y esto la caracteriza, la creencia de fondo se hace
añicos, se rompe, y el paciente, incapaz de reconstruirla,
renuncia.
Y es la renuncia —sea de comportamiento, de idea y/o de
relación— la que sitúa al paciente en el rol de «víctima»: él es
siempre el que, desde su propio punto de vista, padece la realidad de forma impotente. El paciente renuncia en cuanto piensa que no tiene los medios (que ya no los tiene o que no los
ha tenido nunca) o que la situación es, por su naturaleza, inmodificable (por ejemplo, a causa de la desgracia, del destino
adverso, etcétera). El silogismo paralizante es: no soy capaz,
así que renuncio, por lo tanto, soy una víctima.
49
CAPÍTULO 5
L AS CARAS DE LA DEPRESIÓN
Todo hombre es dos hombres:
uno está despierto en las tinieblas,
otro duerme en la luz.
K HALIL G IBRAN , En la luz
Los «deprimidos» son personas que enseñan solamente la cara
oculta de la luna.
Parece entonces que tiene que ver con planetas a los que
no llega el sol, donde continúan existiendo los puntos cardinales, pero sin la referencia de la luz y de la vida.
La desesperación es impotencia, es el resultado del fracaso en la consecución de una meta demasiado elevada o de un
impedimento externo, que no permite llegar a un objetivo
valorado como alcanzable. La impotencia, entonces, es siempre el resultado de una relación consigo mismo, con los demás
o con el mundo.
A veces, en cambio, existe el resentimiento que emerge
explícito, como rencor o desprecio.
El resentimiento, en los textos budistas, se define como
una emoción que se deriva de una «aflicción mental primaria»:
la rabia, que con el deseo y la ilusión es considerada uno de los
«tres venenos del espíritu». La rabia genera también ira, despecho, envidia, celos y crueldad, «emociones destructivas»
(Dalai Lama, Goleman, 2003) que, por obra de la renuncia,
pueden ser después calmadas por la apatía y la indiferencia.
Sin embargo, la ira es algo distinto de la agresividad: es la
expresión del conflicto con el mundo exterior y consigo mismo. Por supuesto, difícil de gestionar: implica siempre el temor
de la pérdida de control y del dominio de las propias accio53
nes. Como algo que puede apoderarse de nosotros y «hacernos perder los estribos» o «sacarnos de quicio». La inhibición, entonces, se convierte en la manera de no perder el control hasta el punto de percibirse incapaz.
En este punto la pérdida de tensión, el sentido de vacío,
la debilidad se vuelven dominantes. Falta el polo de atracción
que dé significado a las acciones de la vida cotidiana.
Y en este «bostezo del alma», la persona vive sentimientos fuertemente hostiles en relación consigo misma, más que
con los demás o con el mundo, junto con impotencia. El
esfuerzo de existir repercute tanto en la vida diaria que todo
se vuelve difícil y fatigoso y, por decirlo como Lorenzo de
Medici, que por cierto no estaba deprimido, pero que quizás sufrió un estado transitorio de depresión, «la angustia es
tan grave que sólo de pensar en ella me aflijo y...».
Para Kierkegaard, la desesperación, «hermana del vacío,
circula insidiosa, en el cielo, en la tierra y en cualquier lugar...»,
«y la desesperación es una enfermedad mortal...» (Kierkegaard, 1991). Sostiene el filósofo que la desesperación y la
angustia caracterizan una relación: la primera, del individuo consigo mismo; la segunda, del individuo con el mundo. El hombre se desespera cuando quisiera, pero no consigue, encontrarse a sí mismo, en cuanto todas las posibilidades
son insuficientes o inadecuadas. La angustia, en cambio, nace
a la vista de «la infinidad de lo posible», que el mundo representa para el hombre. La angustia surge cuando el hombre
«percibe que no existe ninguna posibilidad de encontrar el
verdadero yo y renuncia, renegando de sí mismo».
La condición de extravío, inquietud, opresión y abatimiento frena el fluir de la vida, forzada a un estado de estancamiento y de soledad interior. El pasado, el presente y el futuro son contemplados a través de una mirada filtrada por lentes
oscuras, como si tuviese que protegerse siempre de una luz
que no calienta y sólo deslumbra.
La experiencia melancólica de la tristeza vital es la sensación de vacío de la existencia, «es el sentimiento de la falta de
54
sentimiento», donde domina el dolor moral, que escapa a cualquier motivación comprensible, expandiendo y saturando
toda la afectividad, hasta convertirse en culpa, a veces morbosa. Son experiencias importantes que tendrían «que formar
parte de la vida de cada uno». Tal y como dice Kierkegaard
(tr. it. 1991): «Aprender a conocer la angustia es una aventura que todo hombre debe afrontar si no quiere perderse al no
haberla experimentado nunca, o por haber permanecido
sumergido en ella». Son sentimientos onerosos y dolorosos
de los cuales es indispensable aprender a salir, sin ilusionarse acerca de que no deberían existir...
Ningún estado de ánimo ha ocupado el pensamiento occidental de los últimos dos milenios como la melancolía, de
Aristóteles a Baudelaire, hasta los contemporáneos, como
Eliade, Cioran, Ionesco, que ven en la depresión el reflejo
espiritual de la cultura.
Sin embargo, este acervo de sentimientos, que hierven en
una olla a presión, se expresa de formas diferentes, con silbidos constantes y monótonos, hechos de lamentaciones e
impotencia.
Un sufrimiento concentrado en los pensamientos, que se
manifiesta en primera instancia en el rostro, que se queda sin
expresión. Ninguna tensión, ninguna emoción acompaña la
mirada de quien ha renunciado a encontrar una vía de salida.
En la obra pictórica de Durero La Melancolía está representada la sonrisa solitaria y desacralizada del melancólico, el
desprecio acusador por la locura general del mundo. Es la sonrisa de aquel que se siente portador de valores y de ética, de
corrección y educación, de respeto, y que espera lo mismo del
mundo.
Es la inhibición de la acción y la acción del pensamiento, siempre obligado a observar la degradación del mundo y
condenado a no poder hacer nada por cambiarlo. Es una
creencia difícil de sostener que, si no se encauza en algún
ideal colectivo, puede llevar a la renuncia del individuo, a la
posición de quien inevitablemente sufre: la víctima.
55
¿Cambiar el mundo, cambiar a los demás o más bien el
propio punto de vista sobre los demás y sobre el mundo?
Aquel que se siente impotente y renuncia es evidente que
asume la posición de víctima.
El término víctima, en latín, indicaba al animal destinado al sacrificio para los dioses. Podía ser un toro, una oveja,
pero también una víctima humana. En la mitología griega,
Ifigenia fue destinada como víctima para aplacar la ira de
Neptuno y permitir a los Aqueos la partida hacia Troya. Podemos citar muchos ejemplos, pero lo que nos interesa subrayar es el aspecto de impotencia de aquel que sufre.
La persona que se siente impotente puede renunciar y
colocarse en el rol de víctima de diversos modos. Es decir, nos
parece que hay diferencias en el modo en que se realiza la
renuncia. Estos diferentes modos nos han permitido localizar variantes en el cuadro depresivo.
ƒ
La persona puede renunciar delegando y convertirse en
víctima de sí misma («yo estoy equivocado, porque yo
soy incapaz o porque está en mi naturaleza. Y puesto que
el mundo es correcto y soy yo el equivocado, el incapaz...
que lo hagan los demás»).
ƒ
La persona puede renunciar rindiéndose y convertirse en
víctima de sí mismo o víctima de los demás (en el primer
caso: «Pensaba que era capaz... de serlo en cierta manera... En cambio, ya no lo soy»; en el segundo caso:
«Creía en los demás... pero los demás, en un cierto punto, me han desilusionado»).
ƒ
La persona puede renunciar pretendiendo y convertirse
en víctima del mundo («Yo tengo principios, pero el mundo no funciona según estos principios. Es el mundo...
son los demás los que tienen que hacer»).
Como en muchas patologías, también en las personas deprimidas la atención continúa dirigiéndose a lo que no funcio56
na, elabora la creencia de no «saber reaccionar», como resultado de la sensación de impotencia, y es una profecía que inevitablemente se cumple. Renunciar, entonces, se convierte en
la prueba concreta de la impotencia, así como constatar que
el mundo es maravilloso para los demás, o que el mundo está
tan «podrido» como para querer estar fuera de él.
ƒ
Así, el paciente que renuncia rindiéndose, y que se convierte en víctima de sí mismo o víctima de los demás,
pensaba que las cosas eran de un «cierto modo», pero en
un momento dado ha tenido que cambiar de idea: ya no
es así. Ya no tiene el control que creía tener. Ése es un
iluso desilusionado.
ƒ
La persona que renuncia pretendiendo y que se coloca como víctima del mundo y de la naturaleza, del
mismo modo constata la inutilidad de las propias convicciones y el fracaso de las propias estrategias. Ha fallado en el uso de un control exasperado, que pensaba que
funcionaba. Ése es el que hemos llamado el moralista.
ƒ
La persona que renuncia delegando y se coloca como
víctima de sí mismo se distingue de los otros tipos en
cuanto cree que nunca ha sido capaz. Aquí la creencia no
se rompe sino que se vuelve rígida en exceso. El paciente cree que nunca ha tenido el control. Es el que hemos
definido deprimido radical.
Deprimido radical, iluso desilusionado de sí, iluso desilusionado de los demás, moralista, representan las cuatro variantes de una misma forma redundante de responder a las dificultades, que se construye a partir de la misma solución
tentativa disfuncional —la renuncia—, realizada según diversas modalidades. En consecuencia, nos ha sido posible
construir cuatro diferentes protocolos de intervención, específicos para cada una de las variantes identificadas.
57
CAPÍTULO 6
D EPRIMIDO RADICAL
También murieron pronto
mis dulces esperanzas:
a mis años
también les negó el hado
mi juventud.
G IACOMO L EOPARDI , A Silvia
Esta definición, decididamente fuerte, ha sido escogida precisamente para indicar la intromisión y la persistencia del sufrimiento ínsito en su naturaleza. Es la forma más fácil de reconocer, quizás la más difícil de tratar; caracterizada por la
generalización del pensamiento negativo, como refieren gran
parte de los autores más importantes que han estudiado el
tema, se distingue por la temporalidad: es decir, todas las personas que la sufren dicen haber estado siempre así.
Trabajando con las soluciones puestas a punto, la pregunta que nos hacemos es: ¿qué tipo de pensamiento reiterado ha
permitido a estas personas vivir en una especie de burbuja
impermeable, de la que no pueden o no logran salir?
Para precisar y especificar lo que antes hemos definido
genéricamente como pensamiento, podemos decir que con
este término entendemos el resultado de la interacción entre
los comportamientos, las ideas y las sensaciones, así como las
relaciones. Deberemos buscar, con el coloquio clínico, los
ingredientes que constituyen y mantienen el malestar de modo
tan patológico y persistente. Se supone que se ha construido
una creencia, con características muy precisas, a la que la persona se adhiere, perpetuando el doloroso sistema disfuncio61
nal. La persona susceptible de convertirse en un deprimido
radical podría, en este sentido, haberse encontrado expuesta
a toda una serie de percepciones cuyo común denominador
parece ser: «Total… no lo consigues, no eres capaz, tienes mala
suerte, no tienes los recursos para...», o bien: «Total… no puedo, no soy capaz, tengo mala suerte, no tengo los recursos
para...». Derrotas sucesivas, no importa si son sólo temidas o
reales, construyen la creencia en la propia «debilidad», en la
propia «desventaja», con comportamientos relacionados y
repetidos que acaban siempre por confirmarla y reforzarla.
La derrota se convierte en la prueba irrefutable de la propia
incapacidad y la justificación de la propia renuncia, y, precisamente, no sucede que la derrota sea real: creer que no se
puede hacer ya es no poder hacerlo. En este sentido, evitaciones sucesivas y repetidas en el tiempo pueden llevar a la renuncia. Esto nos indica que la persona se construye una creencia,
que se convertirá en una profecía que se autodetermina como
ingrediente añadido a un fracaso garantizado.
En el coloquio clínico, la persona expresa enseguida una
certeza: yo estoy equivocado. Algunos expresan el concepto
de ser biológicamente desaventajados, porque piensan que
siempre lo han sido o porque piensan que han llegado a serlo después de un evento determinado o, aún peor, a partir del
momento en que han sido informados científicamente de su
déficit biológico. El resultado es: yo he nacido así...
Este concepto de déficit de la naturaleza puede ser polarizado sobre algunos rasgos en particular o bien de modo global. Con ello se confirma que en la depresión puede coexistir
un vasto complejo de síntomas e ideas que no están definidas
prioritariamente por el humor.
ƒ
62
En el plano cognitivo encontramos numerosas actitudes
distorsionadas contra uno mismo, como escasa estima en
las propias capacidades, tanto intelectuales como emocionales, expectativas negativas, autocensura y autoconmiseración. El pensamiento siempre está connotado por el
sentido de carencia, insuficiencia e incapacidad, que la
experiencia de la vida ha demostrado ser insuperable...
Expectativas negativas, con estilo de pensamiento absoluto y una consecuente idea rígida (Yapko, 1989, p. 29).
Todo ello comporta un déficit notable en el plano de la
motivación.
ƒ
Se verifica falta de deseo espontáneo hacia aquellas pequeñas cosas que signan la vida diaria; ausencia de interés por
todo aquello que los demás hacen con agrado: falta de placer (anhedonia) y de deseo. Los únicos deseos presentes
son los de evasiva y renuncia.
ƒ
Tampoco hay que infravalorar, en la sintomatología, la
presencia de una nutrida lista de síntomas que pueden
parecer de naturaleza predominantemente médica; a
menudo pueden parecer inespecíficos, a veces difícilmente encasillables en síndromes claros, muy a menudo con
connotaciones de tipo ansioso y relaciones neurovegetativas. De la ansiedad generalizada, atribuible a la ansiedad del momento, a trastornos del apetito, caracterizados
por la inapetencia o a veces por la hiperfagia (comer demasiado) y un omnipresente alto cansancio. Los trastornos del sueño pueden presentarse en esta tipología, pero
en nuestra opinión no son un síntoma específico. A veces
se presentan como una señal clara de naturaleza hipocondríaca. La suma de estos aspectos en el plano ideativo y psicofisiológico, aunque presentes en diferentes
medidas, produce a menudo una notable inhibición con
efectos concretos y con consecuencias en el plano comportamental.
El comportamiento ralentizado, cansado y desmotivado,
que no responde a lo que el paciente sabe que tiene que hacer,
pero no lo consigue, confirma y alimenta la creencia de que
es él quien está equivocado; el mundo es correcto (mundo
entendido como la totalidad de la gente).
63
En esta tipología de malestar encontramos personas que
llevan una vida aparentemente «normal», que pueden ser capaces de llevar a cabo las actividades de la vida diaria, como trabajar y ocuparse de la casa o de los demás, y lo contrario, personas que, vencidas por la depresión, no se sienten a la altura
tampoco para preocuparse de sí mismas. Estas dos formas
opuestas de la misma tipología tienen en común una actitud
de renuncia constante, no sólo a hacer sino también a pensar,
proyectar, fantasear, etcétera, sostenida por un pensamiento
omnipresente de delegación con los que viven en su red de relaciones.
En la práctica de la Terapia Breve Estratégica la localización de la solución tentativa es el constructo fundamental
que nos lleva a descubrir el mecanismo a través del cual se
mantiene un problema; es decir, el mecanismo que inhibe la
evolución y la solución espontánea de una dificultad cualquiera, aunque sea grave y dolorosa. El equivocado, rígido y reiterado mecanismo fracasado conduce a la instauración de
un círculo vicioso disfuncional, que puede evolucionar en
espiral, ampliarse a varios sectores de la vida de la persona
hasta convertirse en un impedimento para la vida diaria.
Las personas que presentan este malestar razonan más o
menos así: «Todos son felices, todos son capaces, todos son
afortunados... yo tengo mala suerte; la Madre Naturaleza no
me ha dado los instrumentos necesarios para la vida, no puedo hacer lo que hacen los demás, no soy capaz y nunca lo
seré... los demás harán lo que no puedo o no soy capaz de
hacer». Su vivencia de desaventajado o desafortunado, ya sea
biológico o social, se caracteriza por la certeza de haber sido
siempre así y la condición es tal que no admite esperanza. La
vida diaria está signada por renuncias continuas por impotencia, bajo el lema de una constante resignación. La posición es ser víctima de sí mismo y de la naturaleza, que ha sido
tan avara e injusta. Sin embargo, la víctima es el resultado de
la renuncia. La actitud es así in primis de renuncia, pero delegando en los demás, en cuanto ellos se sienten incapaces, a
64
causa de su propia desventaja biológica, genética o social. Y
la solución tentativa se delinea con toda claridad. La creencia, de la que la persona a menudo no es consciente, es continuamente confirmada por la experiencia constantemente
negativa. La creencia se debe a la certeza de «una fuerza nunca poseída». Y los hechos lo confirman. En esta posición
las consecuencias emotivas son el autorreproche, la conmiseración, una lamentación constante. Aquí no encontramos
una «creencia» que se ha roto y ha hecho añicos el equilibrio
de la persona, sino una creencia constantemente confirmada
por los hechos: ¡el vaso lleno hasta la mitad está siempre
medio vacío!
Esta tipología resulta decididamente anómala respecto a
las demás, precisamente porque no tenemos nada que hacer
con una creencia que se ha roto y ha producido un estado
de postración desconocido para la persona. Estamos frente
a una seguridad que persiste; por decirlo con las palabras de
Watzlawick, Weakland y Fisch (1974, p. 61), una utopía negativa que se mantiene. Precisamente porque existe una certeza, ni se somete a discusión ni es abandonada por la persona,
a pesar del alto coste que comporta.
En este caso, las personas no tropiezan en la paradoja
de «tengo que ser feliz», porque la actitud de renuncia es tal
que ni siquiera hacen nada por pensarlo.
Es relevante destacar, en cambio, que casi en la totalidad
de los casos vistos las personas del propio entorno a menudo
se dirigen al paciente solicitándole «que se anime», «que no
esté triste», «que intente ser feliz»... Ésta sí que es una típica
solución tentativa paradójica que la persona padece y, como
tal, representa uno de los ingredientes que favorecen la persistencia del problema.
65
L A INTERVENCIÓN : LA PRIMERA SESIÓN
«El trabajo del terapeuta estratégico se enfoca no en por qué
existe un problema, sino en cómo funciona y, sobre todo, en
qué hacer para resolverlo, guiando a la persona a cambiar
no sólo sus propios comportamientos sino también sus propias modalidades perceptivas y de atribución causal. Todo
pasa prioritariamente a través del diálogo entre terapeuta
y paciente» (Nardone, Salvini, 2004, p. 21). El instrumento
del diálogo estratégico, con preguntas en embudo, nos lleva
a conducir al paciente, desde la primera sesión, a que «sienta» las cosas de modo distinto, a abrir brecha en este sistema
rígido de ideas que mantiene y amplía el problema. La investigación se transforma en intervención. El objetivo consiste,
pues, en movilizar los recursos que estaban bloqueados o,
como en este caso, crear algunos y añadirle otros.
Habitualmente el deprimido radical se presenta con una
comunicación no verbal más bien indicativa: postura cerrada,
dificultad para sostener la mirada, conversación poco explicativa. Desde los primeros compases, cuando se le pregunta: «¿Cuál es el problema que le trae aquí?», la actitud es la de
una persona desanimada y escéptica, que a menudo ha llegado al estudio de un psicoterapeuta porque los demás se lo han
pedido. El contenido siguiente siempre es expresión de insuficiencia, casi siempre generalizada, sobre la que tendremos
que indagar cuidadosamente.
Los primeros compases tienen el objetivo de discriminar
si la persona está bloqueada por un estado caracterizado por
alarma, ansiedad y miedo «a tener una descarga eléctrica» o
por falta de fuerza, como si tuviese «las pilas descargadas»,
que no le dejan reaccionar. En el coloquio seguimos, como ya
hemos dicho varias veces, la técnica del diálogo estratégico,
haciendo al paciente preguntas con ilusión de alternativas para
llegar a la definición del problema.
«Las alternativas de respuesta se refieren a las posibles
percepciones y modalidades de combatir el problema, y ofre66
cen una imagen operativa de cómo la persona crea lo que luego padece» (Nardone, Salvini, 2004, pp. 44-45). La primera
pregunta, tras la preceptiva «¿cuál es el problema que le trae
aquí?», puede ser:
¿Usted no hace lo que debería o quisiera, por miedo a estar
mal físicamente, o renuncia porque no se siente a la altura de
la situación? (Pregunta que discrimina la tipología de la solución intentada: ¿miedo o renuncia?) Si la respuesta se inclina
en la vertiente de la alarma, seguimos la investigación relativa a los trastornos de ansiedad con todas sus relativas variables. Sorprende que las personas que sufren de depresión cogen
al vuelo el término «renuncia». Si el paciente confirma esta
última, siguiendo nuestra hipótesis, estamos ante un posible
cuadro depresivo y, en este punto, tendremos que buscar la
creencia disfuncional que le ha inducido a la renuncia (la solución tentativa).
La pregunta siguiente puede ser:
¿Usted no se siente a la altura de la situación en este periodo
o siempre se ha sentido insuficiente e incapaz? (variable temporal). Con esta pregunta indagamos la variable temporal
de la persistencia del problema. Si la respuesta confirma la
segunda parte de la pregunta, o bien la sensación o, más a
menudo, la certeza de que siempre ha sido así, nos orientamos hacia la hipótesis de una depresión de tipo radical. Sin
embargo, para tener la confirmación, es necesario descubrir
de qué modo el paciente renuncia.
¿Usted ha intentado hacer alguna cosa para salir del problema o lo ha dejado estar ya que sabía que no lo iba a conseguir? Si el paciente responde afirmativamente a la segunda
parte de la pregunta nos confirma que siempre ha renunciado (cómo funciona: la respuesta reiterada es disfuncional).
La pregunta siguiente puede ser entonces:
67
Sintiéndose tan incapaz, ¿deja que los demás le ayuden o piensa que los demás han de hacerlo en su lugar? Esta pregunta
tiende a discriminar si la persona delega o más bien pretende que le ayuden. Si confirma la primera parte tenemos ya dos
informaciones esenciales: a saber, que la persona renuncia delegando (tipología de la solución tentativa que mantiene el problema). Es, desde nuestro punto de vista, un cuadro claramente depresivo.
Podemos proseguir preguntando:
¿Usted se siente más incapaz o más desafortunado? A esta pregunta, las personas encasillables en el «deprimido radical» suelen contestar: «Más desafortunado»; por ejemplo, «¡Soy así
porque me parezco a mi tío que era o es precisamente como
yo!». La creencia en la desgracia, unida a la variable temporal «siempre he sido» coincide de todas formas con la vivencia de impotencia y por tanto de renuncia. En este ejemplo es
evidente la hipótesis genética formulada por la persona. Poco
cambia si el tema se refiere a desventajas sociales de la propia
familia o a otra cosa. La condición social negativa es el equivalente a la desgracia, que equivale a su vez a la genética: «No
puedo hacerle nada» (la creencia disfuncional).
El coloquio continúa buscando parafrasear, en secuencia inversa, lo que ha surgido hasta ese momento.
Terapeuta: Si no lo he entendido mal, corríjame si me equivoco, parece que usted sienta que son demasiadas las cosas que
no funcionan en usted y parece que cree que todo esto se debe
a sus características genéticas (o familiares, o de su naturaleza). En su familia le dicen que es precisamente como su tío; por
lo demás, usted siempre se ha sentido así. Parece que usted siente sus dificultades como una tara heredada de su familia, que
le golpea inexorablemente. Al tener la certeza de que «no puede actuar» de otro modo, siempre ha renunciado, incluso a las
68
pequeñas cosas de la vida diaria. Si el paciente confirma, con
sus palabras o con su lenguaje no verbal, mirándonos a los
ojos con atención y con una ralentización de la conversación,
tenemos la certeza de que ha entendido que nosotros hemos
entendido. Se trata de un requisito indispensable para una
relación terapéutica eficaz. Sin embargo, el objetivo del diálogo estratégico en la primera sesión es operar primero a nivel
perceptivo y emotivo, luego cognitivo, haciendo surgir al
paciente dudas en su propia creencia y empezando a hacerle
ver el problema desde otros ángulos. El objetivo es producir
de inmediato una acción terapéutica de cambio (la paráfrasis se convierte en una reestructuración).
En este punto sirve una traducción analógica, que puede ser una metáfora, un aforismo, una cita, que nos permita
abrir un paso en esta monolítica percepción del problema.
Utilizaremos un lenguaje evocador, más literario que terapéutico, parafraseando: «Usted se rinde delegando, pero esto
no le ayuda, porque la situación empeora: la renuncia, por
otra parte, es un suicidio diario». Si no hay respuesta inmediata que niegue esta reestructuración, pero la persona nos da
indicios no verbales de máxima atención, postura bloqueada,
se puede conjeturar que ha sido cautivada por la reestructuración: en este punto sabemos que la piedra ha sido lanzada
en el estanque y ha producido ondas...
Con mucha probabilidad estamos frente a una modalidad de reacción basada en un control nunca tenido, o a una
depresión radical. Las líneas guía del protocolo de tratamiento nos llevan a realizar prescripciones que nos permitan
ampliar los recursos actuales y añadir los que faltan, siguiendo en esto la «lógica de la profecía». (Nardone, jornadas de
actualización «El diálogo estratégico», 2005). Si la solución
tentativa es sustancialmente no hacer o no hacer lo suficiente, se seguirá el camino de «añadir para cambiar».
Siguiendo la estratagema de «crear de la nada», se puede
intentar llevar a la persona a que descubra los recursos que cree
que nunca ha tenido. Es decir, hemos de producir una creencia
69
antagonista a la que mantiene el problema. Seguimos la menos
conocida «apuesta» de Pascal, que propone a los cristianos en
crisis de fe que vayan a la iglesia, que honren de todas formas
los sacramentos, que se comporten como si creyeran y «la fe no
tardará en llegar». Esto no es más que un procedimiento de persuasión basado en el autoengaño. «Este proceso, si se repite,
lleva —como el lógico noruego Elster (1983) ha demostrado
en sus investigaciones— a olvidar la elección inicial y a hacer
de la fe algo natural. Comportarse como si una cosa fuese cierta, aunque no se haya demostrado que lo sea, al cabo de un
cierto tiempo nos induce a creerla como tal» (Nardone, 2003,
p. 85). Es experiencia de todos los días, y no solamente clínica,
que las personas que viven en la convicción de no estar a la altura son poco determinadas y dóciles. Y creemos que ésta ha sido,
al menos una vez en la vida, experiencia de todos. La técnica
del como si (tiene su origen de la filosofía del «como si» de
Vaihinger, 1992, tr. it. 1967) magistralmente puesta a punto por
Nardone y Watzlawick (1990), se ha introducido posteriormente en los protocolos específicos de tratamiento, y se prescribe al paciente de este modo: «Desde hoy hasta la próxima
vez que nos veamos, quisiera que usted dedicara todos los días
algunos minutos a pensar qué haría de diferente de lo que ahora hace, “como si” el problema no existiera. Entre todas las cosas que piense, quisiera que escogiese la más pequeña, pero
concreta, y la llevase a cabo. Cada día una cosa diferente; tráiganos la lista de todo lo que ha hecho. En otras palabras, quisiera que pensara: “¿qué haría hoy de diferente, cómo me comportaría de modo diferente a partir de ahora, como si no tuviera
ya mi problema? Recuerde, escoja la cosa más pequeña, la mínima y póngala en práctica; cada día una cosa distinta, como si
su problema ya no existiera». Es evidente el objetivo de esta
prescripción: abrir nuevos escenarios de ideas y actuar enseguida, aún consciente del autoengaño, haciendo algo concreto.
Sin embargo, para evitar la paradoja del «sé espontáneo»
—en este caso «sé capaz»— se prescribe que se lleve a cabo sólo
algo mínimo. Queremos construir un autoengaño funcional
70
que sustituya, con la experiencia concreta, la creencia disfuncional, alimentada, ésta, por una actitud de renuncia.
Se debe valorar caso por caso la utilización de eventuales
técnicas de problem-solving (técnicas específicas que rompen
la persistencia del problema), especialmente en presencia de
una rumiadura mental consistente y una lamentación dirigida a terceros. En este caso nos guiamos por estratagemas,
como: «Si quieres enderezar alguna cosa, aprende a torcerla
mejor» o «apagar el fuego añadiéndole leña» (Nardone, 2003,
pp. 55, 67). La aplicación más frecuente de estas estratagemas,
que se traducen en paradojas clínicas, teóricas y experienciales, es la del «ritual nocturno y la conjura del silencio».
Se dirá al paciente, en presencia de la familia, o en cualquier caso del sistema más cercano a él: «Cada día daremos
media hora de espacio a sus problemas (prescripción del ritual
familiar). De aquí a la próxima sesión, todas las noches, antes
o después de cenar, tendrá que hacer algo muy importante. Han
de estar todos juntos; todos estarán sentados; él de pie. Ponga un despertador para que suene media hora más tarde. Ustedes permanecerán en religioso silencio, escuchando, usted
(dirigido al paciente) tendrá media hora para hablar de todo
lo que quiera, de lo que le hace estar mal, podrá lamentarse
cuanto quiera de todo lo que quiera, ellos le escucharán en
religioso silencio, sin decir palabra. Cuando suene el despertador, stop, se deja para lo noche siguiente. A lo largo de
todo el día han de evitar hablar del problema, si no, mientras más se habla de ello, más nos arriesgamos a hacer como
si se regase una planta con fertilizante, la hacemos crecer más;
hay que evitar hablar de ello fuera del espacio nocturno».
Todas las prescripciones tienen el objetivo de bloquear las
soluciones tentativas, ya hayan sido llevadas a cabo en primera persona por el paciente o realizadas por el sistema familiar.
La prescripción del «púlpito del deprimido» (digamos que «púlpito» en francés se llama chaise de la vérité, silla de la verdad), o
ritual familiar, bloquea el intento de las personas cercanas de
pedir al paciente que haga lo que no puede, exponiéndolo aún
71
más a la convicción de incapacidad. Al mismo tiempo, permite a la persona expresar todos los sentimientos de culpa, autorreproche, autoconmiseración, llevándolos al agotamiento en
cuanto ejecuta como prescripción lo que se cree involuntario.
Al final de la sesión se le pide al paciente que vuelva a pensar «que —como escribía Goethe— la renuncia es un suicidio cotidiano...».
Se amplifican los contenidos que pone el paciente, sin exponerse nunca a simetrías de contenido. «Sí, su vida es un valle
de lágrimas... quién sabe cómo habrá hecho para resistirlo...».
La sorpresa del paciente está casi siempre activada: ya sea porque siente que nosotros hemos entendido (y de este modo
obtendremos más obediencia en el proceso terapéutico), ya
sea para rectificar que quizás hemos exagerado (obteniendo
así una redefinición por parte del propio paciente, que en el
plano racional no habría sido posible). En todo caso, la imagen propuesta ha dado en el blanco. Esto nos lleva a escoger
la lógica de la profecía y sus consiguientes prescripciones. El
objetivo es abrir nuevas imágenes más allá del problema.
En el plano de la relación, el terapeuta debería, contraparadójicamente, colocarse de modo aún más escéptico que el
paciente; llevar el diálogo manteniendo la aparente convicción de que lo que el paciente afirma podría ser verdad, pero
por rigor hay que verificarlo.
El objetivo, por lo tanto, no es empujar a la persona a hacer algo o contrastar sus creencias, sino mirarlo todo desde
otro punto de vista, añadiendo dudas a sus certezas.
No hemos de caer en la tentación de tranquilizarlo, de
ofrecerle instrumentos de revalorización de sí mismo, que él
está listo para rechazar porque no los cree reales; aunque tiene necesidad de tranquilizarse y quisiera estar mejor, no está
dispuesto a modificar la propia perspectiva.
El deprimido radical vive su dimensión de impotencia en
un plano de recriminación contra la naturaleza, que le ha
modelado de este modo. No son las argumentaciones sencillas las que le harán cambiar.
72
SISTEMA PERCEPTIVO REACTIVO
Deprimido radical
Creencia que
se mantiene
«Yo siempre he
estado equivocado.»
El mundo
es correcto:
creencia
original
Delega
«Son los demás quienes
han de hacer,
yo soy incapaz.»
Solución tentativa:
renuncia
por impotencia
Víctima:
de sí mismo
y de la naturaleza
Correlaciones emotivas: la renuncia en el deprimido radical está connotada
por autoconmiseración, sentimiento quejoso.
«... nunca me curaré...»
Una mujer de cerca de treinta y cinco años se dirige a nosotros después de haber seguido un tratamiento psicoanalítico
—freudiano, como ella precisa— durante ocho años al ritmo de tres sesiones semanales, por un trastorno de ataques de
73
pánico muy perjudiciales. En estos años de duro trabajo clínico consiguió compensar sólo parcialmente la sintomatología. Consigue salir de casa, el miedo ha disminuido, pero
los síntomas neurovegetativos permanecen inalterables. Presenta el aspecto de una persona muy sufridora, incapaz de
contener un llanto continuo, del que se excusa repetidamente. A la pregunta que sondea la variable temporal se deja llevar cabizbaja por una especie de confesión, con continuas
lágrimas. Explica que siempre se ha sentido diferente, tímida,
reservada y huidiza, incapaz de relaciones «normales» —las
que ve en los demás— desde que era niña hasta ahora. El padre, hombre amabilísimo pero muy triste, sigue desde hace
unos treinta y cinco años cuidados farmacológicos antidepresivos aunque con escasos resultados. Ha vivido toda la vida
con la culpa de estar deprimido y de no haber podido dar a
su familia la actitud y la presencia necesarias que le incumbían como marido y padre. Así, ahora anciano, pasa los días
sentado ante la ventana, dando vueltas al pasado, con la mirada vacía dirigida hacia un futuro inexistente. La mujer se refleja en todos los pensamientos del padre y el miedo a un futuro similar es ya una certeza. Ella siempre se ha sentido diferente
a los demás, sus competencias profesionales nunca han compensado las competencias de relación; su enfermedad biológica ha sido confirmada muchas veces por diferentes psiquiatras, ya sea por los síntomas, ya por la familiaridad; su
enfermedad efectiva viene de una fuerte identificación con
el padre, del tratamiento psicoanalítico. No hay vía de salvación a la confirmación de una condena, la cual, de todas formas, ya era segura (confirmación por un especialista de la
creencia).
Indagando si, en el transcurso de los años, había habido
excepciones positivas al problema (técnica orientada a la solución, De Shazer, 1994; para reconocer, en este caso, la solución inexistente y no observable al estar bloqueada por el pensamiento absoluto), emerge con claridad que cada vez que ella
ha decidido hacer, como cuando se casó, cuando cambió de
74
trabajo, cuando decidió curarse, durante periodos más o menos
largos estuvo mejor, más bien «podría decir bien», como explica ella misma.
Luego todo volvía a la cotidianidad ordinaria y el humor
ya no dejaba más espacio que a pensamientos sin vía de salida. La vida quedaba reducida a la mínima expresión, la renuncia era el común denominador de todas las acciones de la vida
diaria. Cuando se le comunica en tono grave y con la mirada fija en sus ojos que «la renuncia es un suicidio cotidiano»
(reestructuración que evoca sensaciones), la mujer se queda
de piedra, el llanto se bloquea, se hace un silencio significativo. La relación terapéutica se retoma tras una larga pausa,
con una suspiro de la mujer y una comunicación seca: «Si
“hago” estoy bien; si no hago, pienso; y siempre pienso
las mismas cosas, hace años que mi pensamiento es siempre el mismo: soy como mi padre. Siento por él un amor infinito, porque sólo él me puede entender, así que tendría que
“hacer” para estar mejor, ¿no es cierto?» (ruptura del pensamiento absoluto y de la creencia).
El terapeuta responde sencillamente diciendo que ha sido
ella la que ha explicado cuándo y cómo ha habido periodos de
bienestar en su vida… y que después, a continuación, se han
perdido renunciando a las pequeñas cosas de la vida diaria.
La terapia, en consecuencia, continuó siguiendo la lógica del añadir, construyendo un autoengaño que permitiese la
acción en lugar de la renuncia. La técnica del «como si» (como
si aquel problema, aquel comportamiento particular, o aquella perspectiva particular no existiese) fue la maniobra principal. Paralelamente se aplicó el protocolo para los ataques de
pánico (Nardone, 1990, 1993, 2000, 2003) para extinguir la
sintomatología neurovegetativa, lo cual sucedió en los tiempos previstos por el propio protocolo.
En el proceso de la terapia se asistió a una continua y constante mejoría, a decir de la mujer, hasta llegar a percibir el sentimiento de bienestar gracias al control adquirido sobre sus
pensamientos y sus acciones.
75
La certeza de tener una enfermedad orgánica se transformó en duda, que aún no se ha extinguido. Por esta razón,
la paciente solicita sesiones de control mensual, precisamente para no volver a deslizarse en la depresión.
Ciertamente, ahora la renuncia se ha transformado en un
esfuerzo constante a no renunciar, tanto en los pensamientos como en las acciones, consciente de que… si renuncia,
empeora…
Éste es un caso ejemplar de cómo un trastorno de ansiedad, como los ataques graves de pánico, si no se cura eficazmente, puede degenerar en una igualmente incapacitante depresión.
«… nunca he sido interesante para nadie…»
Lorenza es una joven de veintiséis años, que llega sola y entra
en la consulta con un aspecto descuidado, mirando al suelo y
levantando los ojos de modo esquivo solamente para saludar.
Lleva un abrigo de corte masculino, militar, y cuando se quita la gorra aparece una joven con unos bellos ojos azules, un
rostro gracioso enmarcado por un pelo claro desaliñado. Su
indumentaria es extremadamente amplia, anónima. Con una
voz muy flexible dice que la ha enviado una amiga de la familia, aunque subraya su escepticismo y —dice— no sabe bien
lo que ha venido a hacer.
Trabaja en una entidad pública con un contrato de interinidad, que vencerá dentro de cuatro meses.
Ya desde las primeras preguntas se dibuja una situación
que persiste desde hace años: Lorenza siempre se ha sentido
así, marginada; sus interacciones con los demás son muy raras,
no tiene ninguna amistad y pasa el tiempo entre el trabajo y
su habitación. Todo lo explica siempre en voz baja, con un
ritmo lentísimo. Su convicción enraizada es que no es como
los demás: nunca está segura de lo que dice, porque «lo que
pienso no es importante para los demás y a los demás no les
76
interesa nada de mí». Ésta es la razón fundamental por la que
no habla y se aísla (equivalente a la renuncia). Lorenza no se
lamenta de su condición, la define como una «realidad» presente también en su familia, en la que el aislamiento de sus
padres y de su hermana son parte de la cotidianidad, signada por las dificultades comunicativas entre ellos, también con
ausencia de contrastes y de conflictos. Sencillamente cada uno
vive su propia vida, aunque seguramente es ella la persona
que se excluye más. Dice que nadie en su casa sabe que ella
está mal, ni que ha venido a terapia, ni quiere que se sepa. Esto
crea algún problema al terapeuta, quien, con una situación de
tanto abandono y una posición tan introvertida, necesitaría
algún feedback sobre la condición real de la paciente en su
casa. Lorenza no es visitada por ningún médico, no quiere
saber nada y cree que el terapeuta debería contentarse solamente con su presencia.
Es evidente que, por todo lo descrito hasta ahora, el aspecto más importante de la primera aproximación terapéutica es
conseguir establecer una buena relación: cualquier paso en
falso podría perjudicarla y esto significaría la pérdida de una
paciente tan problemática y huidiza.
El lenguaje narrativo, sugerente y evocador, es el instrumento que el terapeuta tiene a su disposición para «enganchar»
a Lorenza, que antes que nada necesita sentirse escuchada, a
pesar de su desinterés. Habría que preguntarse qué es lo que
había empujado a Lorenza a pedir ayuda, dándose por descontado que todo es y será siempre como ella lo describe.
La ha empujado un episodio sucedido en el trabajo con
una colega, con la que se había establecido una relación, mantenida por dicha colega, aquejada a su vez de problemas familiares. Un día Lorenza, tras una llamada telefónica hecha para
informarse de la situación, recibió una respuesta no demasiado educada de su colega, cogida probablemente en un momento de abatimiento. Después de este episodio, Lorenza evita
hablar con ella, no la telefonea temiendo importunarla, renuncia y se excluye de la relación. Empieza a desarrollar ideas
77
obsesivas sobre su propia inadecuación, ya sostenida por
su creencia. Las ideas obsesivas tienen que ver con no haber
sido capaz de soportar a una persona que se sentía mal y que,
finalmente, la ha rechazado precisamente por su incapacidad.
Esto le ha provocado un sufrimiento aún más profundo que
el habitual.
El terapeuta reestructura, estando de acuerdo con ella
sobre la inadecuación: en efecto, la vez en que a alguien le interesaba y le servía su presencia, ella, más que sobrevolar sobre
el momento de abatimiento del otro, ha pensado más en concentrarse sobre su propia incapacidad en soportar y ayudar
al otro en lo posible.
Atónita, escucha y luego se justifica, afirmando que su
amiga respondió mal precisamente porque ella no sirvió para
nada.
«¿Es una duda o es una certeza?», pregunta el terapeuta,
y ella contesta después de haberlo pensado: «Una duda».
«¿Se sintió mejor o se sintió peor después de haberse autoeliminado?» (pregunta reestructuradora).
«Me sentí peor».
El terapeuta continúa con una metáfora: «Como dice el
poeta Fernando Pessoa: ¡llevo encima todas las heridas de las
batallas evitadas!».
Lorenza mira, parece reflexionar… y entonces el terapeuta le da la indicación de que piense: «¿Qué tendrías que hacer
o dejar de hacer, pensar o dejar de pensar, para empeorar
voluntariamente tu situación?». Lo que equivale a decir que
para enderezar una cosa se necesita primero aprender a torcerla aún más.
La primera sesión se termina, por tanto, con una prescripción paradójica.
En la siguiente sesión la actitud de Lorenza no ha cambiado, pero se muestra menos esquiva y más dispuesta a hablar;
habla todavía del episodio de la amiga y pregunta qué hubiera podido hacer en aquel momento, ya que sólo aquella idea
la hace sufrir. Pensando en «cómo empeorar» ha localizado
78
su comportamiento constante de autoexclusión. Surge el miedo al rechazo, de ahí su estrategia y la de exponerse solamente cuando está segura de que el otro la aceptará. Declara su
propio miedo y explica que éste le impone una selección a
priori y comporta muchas ocasiones evitadas.
El terapeuta le pide que busque en los demás las señales
de rechazo y evitación para tener más elementos de certeza
(prescripción paradójica).
En la tercera sesión, Lorenza explica que ha puesto pocas
veces en práctica la prescripción, no todos los días, porque
tenía muchísimo miedo a cruzar la mirada con los demás, aunque de todas formas no ha encontrado personas que la rechazaran. La sorpresa es fuerte: es una emoción que aún no se
explica… (experiencia emocional que rompe un esquema rígido de pensamiento) (Nardone, 1991).
La progresión es muy lenta y continúa sin hablar con
nadie.
Los colegas de la oficina la invitan a cenar una pizza, pero
ella lo rechaza. Cuando explica el episodio, el terapeuta reestructura, diciendo que entiende cómo han de sentirse sus colegas cuando han sido rechazados por ella. Lorenza se defiende, diciendo que no los ha rechazado: lo ha hecho por otro
motivo; sin embargo, el terapeuta lo rebate al afirmar que los
demás podrían no haberlo entendido y que quizás se han acostumbrado a que ella no los tome en consideración, ya que continúa ignorándolos, sin mirarles a los ojos y sin dirigirles nunca una sonrisa. Esto le turba, a ella, siempre acostumbrada a
ver su propio miedo, su propia dificultad, nunca se pone en
la perspectiva de los demás.
Vuelve a la siguiente sesión diciendo que se ha disculpado con los colegas con una excusa cualquiera. El asunto la ha
puesto en un estado de ansiedad. Cuando lo comunica tiene, sin embargo, una ligera sonrisa de satisfacción.
El terapeuta, consciente de que Lorenza ha comenzado
a insertar elementos nuevos en su creencia a través de diversas experiencias, empieza a proponer un recorrido de cons79
trucción de experiencias, en el que Lorenza es puesta en condición de ver las cosas desde otra perspectiva y de sentir de
modo diferente lo que ve.
Empieza a sonreír y a saludar cuando entra en la oficina,
hasta que un día la colega «con problemas» le pide disculpas
por su propia actitud antipática y le invita a salir una noche.
Se cuentan sus recíprocas dificultades y Lorenza le explica algunas cosas sobre su familia.
Los colegas la vuelven a invitar a comer una pizza y ella
esta vez acepta.
El problema persiste en relación a la capacidad de dialogar con los demás. Cree que lo que dice siempre es poco interesante y tiene miedo a equivocarse.
El recorrido terapéutico continúa con la solicitud, a través de la utilización de algunas estratagemas, de que añada
pequeñas cosas y algunas variaciones a su modalidad de interacción.
De estas experiencias también surgen nuevas variables
para Lorenza, que espontáneamente empieza a participar en
un grupo de diálogo en su parroquia. Durante muchas semanas, escucha, saluda, ríe con los niños, escoge las personas con
las que está mejor, por su espontaneidad y ausencia de prejuicios. Finalmente hace una intervención en voz alta delante de
todos. Muchas personas están de acuerdo. Al acabar la intervención alguien se le acerca diciéndole que comparte su idea
y le invita a beber algo.
Lorenza minimiza este episodio, aunque está fuera de toda
discusión que está contenta por ello. Es la señal concreta del
cambio.
Vencido el contrato con la agencia de trabajo temporal,
cambia de trabajo, aunque la reacción no es la que se hubiera
podido esperar: en efecto, está bien dispuesta con los nuevos
colegas y no rechaza las actividades que le proponen para relacionarse con el público. Ésta es la confirmación del cambio: la
sustitución de un repertorio disfuncional basado en la renuncia, producto de una rígida creencia que no daba alternativas.
80
«… siempre he sido un fracasado…»
Antonio tiene cuarenta y dos años, a sus espaldas, un largo
pasado de crisis depresivas y psicoterapia, coadyuvadas por
otros muchos tratamientos farmacológicos.
El problema es explicado como un tormento continuo,
diario, en el que encuentra inexorablemente elementos de apoyo de su propia inadecuación: no es una persona a la altura de
poder transmitir seguridad y dignidad a una mujer. No tiene ninguna esperanza de poder compartir una vida conyugal,
ni se siente capaz de mantener la calidad de vida necesaria para
un hijo. Y todo porque fracasó en la misión que él mismo se
había propuesto durante los primeros años de escuela primaria: ser ingeniero.
Nunca ha obtenido resultados brillantes en el colegio.
A pesar de ser consciente de que tiene una inteligencia y capacidades superiores a la media. La abrumadora relación con su
hermano y las denigraciones paternas por su escasa motivación escolar representan las causas principales del abandono
del proyecto de graduarse en ingeniería, a falta de pocos exámenes para su consecución.
Sobre esta base construye la propia profecía de inadecuación. El objetivo de graduación no se ha realizado y la esperanza de realización ha fracasado por completo.
Al ser un hombre de aspecto agradable, siempre elegante,
como un consumado profesional, ha cultivado numerosas historias de amor. Sin embargo, muchas mujeres, todas, de hecho,
lo han abandonado, renunciando a la posibilidad de salvarlo
de su autodenigración. Él mismo parece alimentar la opinión
negativa sobre sí mismo para poder escapar de relaciones
importantes, que si se hubiesen convertido en «serias» lo hubieran puesto frente a la posibilidad de verificar el fundamento o
no de su propia ineptitud.
La creencia «yo nunca he estado a la altura» queda afectada por la siguiente reestructuración, elaborada por el terapeuta en la segunda sesión: «Usted parece convencido de que
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le falta la licenciatura que le permita garantizar seguridad y
estabilidad al proyecto de vida con una mujer. Francamente,
usted me parece demasiado optimista. Es demasiado poco para
una mujer, que después acabaría por pedir sensibilidad, entrega, sinceridad, complicidad, altruismo…».
Resentido y casi ofendido por la reestructuración, que
percibe como provocativa, responde que posee todo lo demás:
éstas son las cosas que se aprecian en él y que otros hombres no tienen; él, de hecho, recibe mucha apreciación por
estos valores.
La terapeuta responde: «Bien, ¡podría bastar si no se pidiese a usted mismo la perfección!» y la sesión se termina con la
prescripción de hacerse cada mañana la siguiente pregunta:
«Si por casualidad durante la noche ocurriera un milagro y
usted ya no se sintiera un fracasado, ¿cómo cambiaría su
jornada, qué pensaría de diferente en aquel momento? Imagínese esta fantasía más veces al día…».
En la siguiente sesión explica que ha pensado mucho
menos en el pasado, en las cosas que le han llevado al supuesto fracaso y en la licenciatura que le falta. Su humor ha mejorado notablemente.
Persiste el lamento a causa de una relación interrumpida
pocas semanas antes de empezar la terapia. Lamento que se
alimenta a través de pensamientos autodenigratorios y dudas:
Antonio continúa preguntándose dónde se ha equivocado,
cómo hubiera podido comportarse de forma diferente a como
se comportó, entrando en una espiral obsesiva sin fin.
La terapeuta lo lleva, paso a paso, a darse cuenta de que
las respuestas a las dudas que le atormentan no sólo nunca son
exhaustivas ni satisfactorias, si no que acaban alimentando
el loop (bucle) obsesivo. Con una reestructuración, que se utiliza en los casos de dudas patológicas, se le lleva a ver que
«preguntas estúpidas —es decir, preguntas para las que no
existen respuestas plausibles— no tienen respuestas inteligentes. Es más, las respuestas inteligentes alimentan la cadena de
dudas, amplificándolas».
82
La indicación que le sigue es, en este punto, inevitable: «Evita responder, sean cuales sean las preguntas. O sea, bloquea
las respuestas para inhibir las preguntas». Esta prescripción
tiene un efecto rompedor: ya desde el día siguiente, Antonio,
fuertemente trastornado por la idea de que se plantea pregunta estúpidas, logra bloquear las respuestas y «liberar la mente»,
como él mismo refiere. Es como si se hubiera interrumpido
el flujo de agua que riega una mala hierba y que él mismo se
obstinaba en querer erradicar. Confía, además, en actuar de
modo diferente en relación con las mujeres, desde luego lamentándose y flagelándose menos.
Es posible, llegados a este punto, hacer trabajar a Antonio en la adquisición de competencias «seductoras» nuevas y
diferentes, nuevas habilidades para «jugar» en la relación con
las mujeres. Antonio se vuelve progresivamente más emprendedor y, por primera vez, tras una aventura que acaba mal, no
se atribuye toda la responsabilidad, es más, «se lo toma con
filosofía», como nunca pensaba que pudiera hacer.
Los progresos continúan, así que la persona empieza a
comportarse en la dirección de construir pequeñas experiencias que van a sustituir el autoengaño disfuncional por un
autoengaño funcional, hasta que éste se convierte en una realidad: una nueva creencia que sustituye a la anterior, pero solamente después que la persona ha «sentido» que no es como
siempre había creído que era.
… para resumir
El deprimido radical es víctima de sí mismo.
Creencia original: Yo siempre he estado equivocado.
Creencia que se mantiene: Yo estoy equivocado, los
demás y el mundo es correcto… y feliz.
Solución tentativa: renuncia delegando.
83
Estrategias que apoyan las maniobras terapéuticas:
«crear de la nada», «torcer para enderezar» para las
prescripciones; «contraponer lo circular a lo lineal»
en la comunicación terapéutica, que es más eficaz si
es contraparadójica.
Prescripciones: reestructuraciones y paráfrasis, para
romper la rígida percepción ligada a la creencia; búsqueda de las excepciones positivas al problema y localización de la señal más pequeña pero concreta de
cambio que pueda indicarnos que estamos en el camino correcto… (lógica del añadir para cambiar); «cómo
empeorar…» y «ritual familiar» (lógica paradójica
para saturar).
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CAPÍTULO 7
I LUSO DESILUSIONADO DE SÍ MISMO
El mal que nos atormenta no está en el lugar
en que nos encontramos, sino en nosotros mismos.
Estamos sin fuerza para soportar
cualquier contrariedad, incapaces de tolerar el dolor,
impotentes para disfrutar de cosas agradables,
siempre descontentos de nosotros mismos.
S ÉNECA , De tranquillitate animi
Éste es el caso en que la certeza de no poder contar más con
uno mismo, por falta de autoestima, acaba predominando.
Posición categórica, que la mayoría de las veces no deja espacio a dudas. La persona ha pasado a través de la prueba de
su propia incapacidad. Tiene claro, bien impreso en la memoria, el recuerdo del episodio que le ha confirmado definitivamente que no tiene las condiciones, la capacidad, el recurso, el valor para… El episodio puede haber sido un estrés
agudo e imprevisto, pérdidas graves (luto), una enfermedad
(también temporal), o bien un nacimiento… o sencillamente
el haber perdido una ocasión que se creía indispensable y quizás irrepetible. Podemos hacer una larga lista cuyo denominador común, en el nivel lógico, es: he demostrado, o bien, he
descubierto, que no soy como creía ser.
Sin embargo, no siempre existe la necesidad de la «prueba» para tener la certeza de que no se es lo que se pensaba
que se era. Un excelente dispositivo —de gran valor heurístico, es decir, que puede aportar nuevos conocimientos, en
este caso catastróficos— es la duda, que podrá llevar a la persona en situaciones de inestabilidad a reconstruir a la inversa la propia sentencia. La necesidad de explicación es, para
87
algunos, una sed difícil de aplacar. El pensamiento, entonces,
va a la búsqueda continua de indicios o episodios que vengan entrelazados, uno tras de otro, como las perlas de un
collar, hasta que el sentido no queda cumplido. En definitiva, es mejor tener una explicación, aunque sea devastadora, que no tener ninguna. Todas las que antes habían sido
solamente sencillas dificultades ahora se destacan como fracasos, o testimonios de incapacidad, que en una especie de
tendencia negativa parecen seguirse sin fin. Y la persona sabe
bien que aquí no es cuestión de ser responsable de los eventos, ya que ella misma, hasta el «punto de ruptura», se había
demostrado capaz, digna de su propia autoestima. Sin embargo, en la lectura «negativa», la repetición de errores se convierte, sin posibilidad de salvación, en la prueba de la propia
incapacidad de autocorrección. Peor aún, al término de los
pensamientos, emerge una frase lapidaria: «No me había dado
cuenta antes». Todo sucede a menudo en un lacónico diálogo
con uno mismo, que no deja salvación respecto a la sentencia final. A veces puede ser la contribución de los demás,
amigos o familiares, la que, con las mejores intenciones, ayuda a la persona a reflexionar sobre sí misma, o mejor, a cavar
su propia tumba. Los errores no se admiten, sobre todo si
se repiten. Las inapelables valoraciones sobre uno mismo se
deben casi siempre a acciones concretas. Parece que las pocas
veces que la persona expresa dignidad por sí misma son aquellas en las que se comporta de manera perfecta e intachable.
Un perfeccionista inconsciente de que corre sobre un hilo
demasiado alto. Cuando cae tiene la desgracia de rebotar en
la red, aunque no lo bastante alto como para volver a caminar por la cuerda tensa. No ha perdido la vida; mucho peor:
ha perdido el desafío consigo mismo. Inútil volver a intentarlo, no tenía que haber sucedido. El perdón por el error no
se contempla, el olvido es imposible ya que el peso del pasado aumenta, signado por recuerdos negativos, y no se les
concede nada a los positivos, agradables o sencillamente estimados.
88
Cada derrota, presunta o real, vale doble; ningún éxito
representa capacidad: era «debido». A veces la nostalgia dolorosa invade de melancolía los recuerdos. El presente se percibe como inmodificable, el futuro, como imposible. Ésta es
una persona que parece no haberse dado cuenta de que forma parte de los seres humanos, imperfectos, susceptibles de
errores pero también capaces de remediarlos, que atesoran
experiencia, en sintonía con el sentido de la evolución. Al contrario, bajo el signo de la intransigencia, todas las acciones que
no se realizan de acuerdo a las previsiones merecen un castigo, o mejor, un autocastigo. Parece que tenemos que tratar
con una persona que hace de la presunción su propio estilo
de pensamiento; la opinión de sí mismo es incontestable. Es
incapaz de transformar la propia soberbia en ambición y competición, con deportividad. Él, cuando compite, siempre ha
de conseguir la medalla de oro; si no es así, es un fracaso. Nunca ha pensado que las medallas de oro son el fruto de muchas
derrotas y que precisamente de las derrotas se obtienen las
mejores recetas para la victoria. El aforismo que se hace, dramáticamente, es: donde no hay victoria, hay renuncia.
No es raro que se verifique otra actitud. La persona que
no ha conseguido encontrar una explicación fehaciente por sí
misma, que no ha reconstruido con el propio proceso las pruebas de cargo, nos pone una cuestión fatídica: «Si las cosas están
así, entonces hay algo en mí que no funciona, pero no sé que
es; si lo encontrase quizás podría…». En estas palabras se
expresa magistralmente el pensamiento sobre el cual se funda la creencia: los hechos demuestran que yo no soy lo que
pensaba que era. Lo que a él aún le falta es la demostración,
es decir, la reconstrucción del rompecabezas de sí mismo, con
las piezas que le faltan. El imperativo es lo mismo que mantiene el proverbial «conócete a ti mismo» de Sócrates, grabado en el frontispicio del templo del oráculo de Delfos.
Las personas que acuden a pedir ayuda al psicoterapeuta
han asumido una posición de renuncia y sienten que, a su
pesar, ya no hay salidas.
89
La renuncia les ha llevado a la rendición y ahora son rehenes del propio fracaso anunciado. Están en la posición de víctimas de sí mismos: han tenido la prueba inapelable de su propia incapacidad. La rendición, entonces, comporta también
inevitablemente el proceso de delegación, en cuanto ellos se
creen incapaces.
Definiciones categóricas, rígidas e inflexibles, han llevado a despedazar el equilibrio anterior al evento crítico. Cierto que se trataba de un equilibrio rígido, pero ahora se ha desvanecido y ha dejado su sitio a un profundo sentimiento de
derrota.
Y es precisamente el proceso de delegación el que lleva
a estas personas al psicoterapeuta: su posición es clara. Dado
que se creen incapaces de superar sus propias dificultades, por
definición insuperables, tendrá que ser el terapeuta quien
resuelva el problema en su lugar. Esto es obvio en los contenidos. Cualquiera que se dirija a un consultor cualificado lo
hace al admitir su propia incompetencia.
La relación, como acto terapéutico, asume a menudo
en esta variante características de complementariedad, en
cuanto el diálogo estratégico, con sus preguntas en embudo,
como una espiral, lleva fácilmente a redefinir una nueva visión
del problema desde los primeros compases. Sin embargo, si
el paciente se presenta con características marcadamente
opositoras, resultado de su modalidad de renuncia y de su
creencia específica, el terapeuta puede escoger un diálogo
marcado por simetrías, que significa asumir una posición
antagónica, hasta hacer de éste la técnica prioritaria de la intervención. En el caso del iluso desilusionado de sí mismo, a
veces encontramos auténticas posiciones paranoicas de sí
mismo, no en el sentido psiquiátrico del término, sino de
acuerdo con el significado de la palabra: las personas ya no
se fían de sí mismas. Su confusión mental, caracterizada por
las dudas, pone en discusión todo aquello que hacen o que
deberían pensar; a menudo les lleva a la renuncia por miedo
al error. Aquí la directiva del terapeuta se impone por nece90
sidad. Si el paciente descalifica al terapeuta, como sucede a
menudo en estos casos, diciendo por ejemplo que la prescripción que le está dando «no parece precisamente que encaje,
pero…» la respuesta no deberá hacerse esperar y simétricamente la réplica tendrá que hacer hincapié en que «lo que ha
hecho hasta ahora por su problema tampoco ha encajado, por
lo tanto, le invitamos a poner en práctica las prescripciones
antes de objetar… Razonaremos solamente a partir de los
efectos de la prescripción».
El iluso desilusionado de sí mismo, frente a la experiencia repetida, también aquí llevada a cabo por hechos concretos, más que sugerida por el ambiente circundante, de que
nada es imposible, se había construido una creencia, que responde al adagio: «Si quiero, puedo…». Pecado de soberbia,
diría Dante, que a los soberbios les reservaba el Infierno y el
Purgatorio. Excesiva autoestima que oculta las propias debilidades, dirían los monjes zen.
Esto significa elaborar la propia visión del mundo sobre
la base de la teoría (=creencia) de que la propia capacidad,
tenacidad, posición social, espíritu de sacrificio, de dedicación, etcétera, harán superable cualquier dificultad que presente la vida, sin contemplar, ni siquiera como probable, la
vulnerabilidad o la derrota. La creencia que se ha roto suena
de este modo: pensaba que sería capaz. Ahora ya no soy como
pensaba que era.
ƒ
En el plano cognitivo domina una continua actividad de
búsqueda y de localización de las propias insuficiencias
o incapacidades, junto con la percepción del error continuo y reiterado, que confirma en un círculo vicioso sin
fin que ya no se es como antes. Hacer cualquier cosa se
convierte entonces en arriesgado, más bien peligroso. El
resultado siempre será negativo o insuficiente para poder
devolver la opinión en un nivel, no de suficiencia, sino de
satisfacción. Un pensamiento tan absoluto no consiente
grados para remontarse, sino que pretende solamente la
91
capacidad de volar: sólo el máximo es aceptable. En esta
óptica el objetivo se convierte en una tarea imposible y
tiende progresivamente a transformarse en renuncia, también frente al solo pensamiento de que puede hacer.
ƒ
El pensamiento aparece trastornado por dificultades de
concentración, dudas recurrentes y a veces lamentadas.
La confusión, el no saber lo que es correcto y lo que está
equivocado o, aún peor, el ya no saber qué hacer o qué
dejar de hacer, «total, si lo hago me equivoco», siempre lleva en este caso a la renuncia, como aparente mecanismo de
salvación. Sin embargo, cómo decirlo, ¡la solución es peor
que el problema! Es la acción de la renuncia la que bloquea
también el solo hecho de pensar qué cosa podría ser posible. La protección para no volver a cometer más errores se
convierte entonces en el freno, que si se ha tensado bien
bloquea, o si no ralentiza el fluir fisiológico de la vida.
ƒ
Los efectos en el plano emocional son inmediatos: la anhedonia, o ausencia de deseo e inercia. Todo lo que me gustaba ahora ya no me gusta; todo aquello que me interesaba ahora ya no me interesa. El resentimiento hacia uno
mismo amplifica el sentido de falta de autoestima. La autoconmiseración, que caracteriza el habla con uno mismo
y con los demás, no alivia el dolor sino que lo confirma.
Todo permanece sin cambio, bien anclado en la observación de algo que ya no existe: la propia capacidad, la imagen positiva de sí mismo; una pérdida irremediable que
no permite que la vida continúe. La desesperación y el
llanto son características frecuentes, como en un duelo
sin fin.
ƒ
También en el plano somático se verifican recaídas que
asumen una persistencia inédita: cansancio, fatiga, pesadez; sensaciones todas que parecen perennes, que no
desaparecen con el reposo. Más bien, en una lógica disfuncional encontramos la tendencia a «descansar más»,
92
hasta saturar la jornada con este objetivo. El reposo se
convierte así en la apoteosis de la renuncia: exonera de
hacer y de pensar, y la derrota de uno mismo puede condensarse en preocupación somática o polarizarse en equivalentes hipocondríacos. A veces la solicitud de ayuda
llega precisamente a través del canal somático. La sintomatología varía del trastorno del sueño o los de la alimentación, hasta los de ansiedad con correlaciones neurovegetativas. Estos últimos parecen manifestarse más
frecuentemente cuando la persona no ha alcanzado aún
la resignación consiguiente a la renuncia.
ƒ
El comportamiento, entendido como las acciones de la
vida cotidiana, queda acotado. Las acciones se limitan
a lo indispensable —término de significado subjetivo para
el paciente— hasta llegar a inhibiciones muy importantes porque invalidan. Sin embargo, ya la reducción del ritmo diario se convierte en la ulterior confirmación del estado de impasse. «Ya no soy como antes» puede llevar
fácilmente a decir: «Ya no volveré a ser como antes». Es
como si el «antes» y el «después» no fuesen secuenciales,
sino contemporáneos, sin vía aparente de salida. La renuncia, por lo tanto, puede extenderse y convertirse en fuente de un marcado impedimento. En esta situación de
renuncia global no se excluyen pensamientos ni el riesgo
de suicidio. La desilusión del amor para las mujeres y los
fracasos profesionales para los hombres dominan las crónicas y las estadísticas. O bien, la renuncia puede ser sólo
parcial, por lo que la persona continúa llevando su propia vida diaria, pero «haciendo poco y de manera insuficiente» lo que, en cambio, tendría que ser prioritario para
el propio bienestar psicológico. Parece que la persona
haya interrumpido una relación «de amor consigo misma»: se siente traicionada precisamente por sí misma y
esto, antes, ¡nunca se lo hubiera esperado!
93
L A INTERVENCIÓN : LA PRIMERA SESIÓN
ƒ
El coloquio clínico se inicia siempre con las preguntas
más generales, que proporcionan las primeras definiciones que da el paciente sobre su problema. Se tiene, de
inmediato, la imagen de una persona cansada y desanimada, a la que le cuesta esfuerzo expresar lo que quiere decir,
como si hablar de las dificultades suscitase en ella un sentido de malestar o incluso de vergüenza. Del discurso, a
menudo lento y marcado por largas pausas, surge un contenido caracterizado casi por la sorpresa de lo que le está
ocurriendo. Los contenidos enumeran dificultades físicas y cognitivas, como si la cabeza y el cuerpo estuvieran
sintonizados negativamente: ya no funcionan como tendrían que hacerlo, ya no son como eran.
ƒ
Pasando a indagar la temporalidad del problema, o: ¿El
problema existe desde hace mucho tiempo o se ha presentado ahora?, encontramos respuestas que, de todas formas, localizan una línea divisoria entre un «antes» y un
«después» respecto a un evento crítico determinado. Tras
el episodio específico, se explica que todo ha continuado
según una tendencia negativa, causa de derrotas sin fin;
derrotas que la persona ha sufrido y sufre, consciente de
que no está a la altura para luchar, hasta que ha llegado a
la postración actual. El pensamiento expresa el concepto de que «de ahí en adelante todo ha ido mal».
ƒ
Si se pregunta a la persona: ¿El problema le afecta sólo a
usted o también a los demás en torno suyo, en la red de
relaciones? emerge casi siempre una importante recaída
sobre los demás, en dos direcciones distintas: una sobre
la vertiente afectiva, que se expresa con la culpa por parte del paciente, entendida como «culpa» por hacer sufrir
a los demás a causa del propio problema —de su propia
incapacidad, de su propio malestar—; la otra es más bien
94
el miedo a la opinión «de los demás», consecuente con su
propia condición: «Los demás se dan cuenta de que ya no
soy el mismo de antes». La investigación debe proseguir
de manera que determine la posición dominante del
paciente: si está más orientado hacia la culpa o en intentar esconder su propia condición.
ƒ
Sucesivamente: ¿Es usted quien no ha estado a la altura
de la situación o la situación habría sido difícil para cualquiera? ¡Ninguna clemencia! La respuesta, normalmente, es categórica: «Soy yo quien no he sido capaz», pero
con sorpresa, «… ¡en cambio, creía que lo era!»
Parafrasear esta primera parte del coloquio quiere decir resumir para redefinir conceptos expresados por el paciente (Nardone, Salvini, 2004, p. 56) y obtener confirmación. La ventaja terapéutica es doble: se empieza a construir un punto de
vista nuevo sobre el problema hasta anular la resistencia para
después reforzar la relación terapéutica, que se basa en el descubrimiento conjunto entre terapeuta y paciente. Se coincide, por lo tanto, en un cambio ya iniciado con el diálogo, y el
problema presentado inicialmente tiene ahora características decididamente diferentes. Es distinto, por ejemplo, pensar que se siente herido y que ya no consigue luchar, a decir:
«¡Estoy herido, ya no puedo luchar, porque no tendría que
estar herido!».
Si no le he entendido mal, puede decir el terapeuta, corríjame si me equivoco, desde que le ocurrió aquello, que cree
que no supo gestionar, usted ha descubierto que ya no es el que
pensaba que era. Ha descubierto sus puntos débiles… El descubrimiento le ha sorprendido y desilusionado tanto que ya
no puede confiar más en sí mismo.
Si la persona confirma lo que hemos parafraseado, se pasará directamente a la indagación en torno a sus modalidades
repetitivas de respuesta al problema.
95
ƒ
¿Usted está intentando hacer alguna cosa para salir del
problema o se ha rendido? Si las respuestas van en la dirección de la renuncia, como: «Quisiera pero no lo consigo»,
o bien: «Lo intento pero no cambia nada», «quisiera hacer
algo, pero lo pospongo», etcétera, podemos considerar la
hipótesis de que efectivamente estamos frente a un problema de depresión, por tanto, la respuesta a la pregunta siguiente tendrá que indicarnos cómo renuncia la
persona.
ƒ
¿Usted pide ayuda a los demás o espera la ayuda de los
demás? Las respuestas que mejor califican este cuadro
depresivo son aquellas que confirman la espera de ayuda
por parte de los demás, sin que tan siquiera se les pida de
forma directa. De este modo la renuncia, a través de la
rendición con delegación, encuentra confirmación desde
más puntos de vista: a) el no pedir ayuda puede deberse
sencillamente al hecho de que pedir sería la confirmación
posterior de la propia incapacidad. El tener necesidad
de alguna cosa, en este punto, parece al paciente como
humillante; b) esperar la ayuda puede ser la consecuencia
lógica del hecho de que los demás vean que está mal. El
resultado es que la persona no sólo no hace nada eficaz,
sino que renuncia a la solución, y se rinde delegando…
«Total, yo no lo consigo, no soy capaz, que lo hagan los
demás».
ƒ
¿Cada vez que renuncia a intentar hacer lo que debería,
esperando la ayuda de los demás, está mejor o peor? Esta
pregunta tiene funciones de reestructuración respecto a
la lógica del paciente, tanto que a menudo la misma persona se sorprende de la respuesta que da: y la confirmación frecuente es que, en efecto, está peor… Podemos
concluir esta primera parte del coloquio clínico volviendo a definir (parafraseando) lo que hemos adquirido.
96
Me parece haber comprendido que cada vez que usted renuncia a intentar salir del problema, rindiéndose en la espera de
que los demás hagan algo, usted está peor.
Sabe, usted me recuerda al héroe Aquiles: convencido de
ser invencible e invulnerable, no protege su talón y cuando
es herido de muerte, es herido precisamente allí, en el talón.
Aquiles muere por la presunción de que no tenía puntos débiles… Parece que usted está así desilusionado de sí mismo, ¡de
pensar que antes era de verdad un iluso!
Si la persona confirma la reestructuración, incluso sólo
con el lenguaje no verbal, quizás permaneciendo con la mirada fija como un gato deslumbrado por la luz, podemos pensar no sólo que hemos comprendido, sino también que hemos
«acertado» y empezado a romper el sistema disfuncional, que
ha producido el cuadro patológico. En esta tipología encontramos una modalidad de reacción recurrente que, después
de la rotura de la creencia original «yo soy capaz», se basa
actualmente en el control perdido. Objetivo de la terapia será,
pues, restituir el equilibrio perdido, interrumpiendo la solución patológica tentativa de la renuncia, en este caso, la rendición con delegación.
97
SISTEMA PERCEPTIVO REACTIVO
Iluso desilusionado de sí mismo
Creencia rota:
«Ya no soy
como pensaba
que era.»
Delega
rindiéndose
Yo soy
capaz:
creencia
original
Solución tentativa:
renuncia
rindiéndose
Víctima de sí mismo:
ha tenido la prueba
de su incapacidad
Correlaciones emotivas: la renuncia llega por miedo a no tener armas
para reconquistar la posición inicial. La agresividad inhibida se expresa
como falta de autoestima.
«… nunca habría pensado que podía fallar…»
Una estudiante universitaria de veintitrés años es traída por
su familia para una consulta, ya que, según los padres, desde
hace unos diez meses «ya no es la misma».
98
El día del examen de licenciatura, en la facultad de derecho, la muchacha no estaba bien físicamente: malestar transitorio; pero ella no se sentía en forma. Tanto es así que se vio
obligada a entregar el examen antes de tiempo sin haberlo terminado. Siendo conocida en la facultad como una estudiante modélica, fue invitada por su profesor a intentarlo de nuevo. Sin embargo, esto no le permitió continuar; más bien, le
incrementó su bloqueo mental. En aquel punto sólo podía
tomar nota de que no conseguía «coordinar sus ideas».
Así, a pesar suyo, se sintió obligada a abandonar la prueba, con mucho malestar.
Desde aquel día la manera de pensar en el estudio se convirtió en algo distinto. Tras aquel episodio empezó a pensar
que no era capaz de continuar. La idea de quedar mal con relación a sí misma, a los profesores, a su familia, la dejó inerme. La idea de que pudiera suceder de nuevo la paraliza. Así
que ha decidido abandonar los estudios. Paralelamente a la
actividad académica se ha «detenido» toda su vida. Evita salir
con los amigos como hacía antes: «Total, no me voy a divertir». El humor parece casi «congelado» en un mínimo sin
expresión. El estudio obviamente ha sido abandonado, sus
días están vacíos y privados de significado (renuncia rindiéndose). Se siente extraviada, teme que cualquier cosa que haga
pueda exponerla de nuevo a un fracaso catastrófico, antes inesperado pero ahora absolutamente previsible. «Yo ya no puedo confiar en mí misma» (ruptura de la creencia), esto es lo
que explica y es su posición actual, de la cual quisiera salir,
pero sabe que no lo logrará. La solicitud de los padres y su
manera de confortarla sobre lo ocurrido no han servido para
nada (solución tentativa de la familia que alimenta el problema). Más bien, ella replica que «ellos tienen razón, pero yo lo
veo de modo diferente, ¡esto no tenía que haber ocurrido precisamente en el examen de licenciatura!».
Durante el coloquio clínico aparece un pasado sin obstáculos en el ámbito escolar, con un balance extremadamente
positivo. Siempre se ha considerado una persona realmen99
te capaz en virtud del hecho de que nunca ha tenido dificultades (creencia original). Igualmente en su vida privada. «Han
faltado los anticuerpos para las pequeñas derrotas, así, en la
primera ocasión se han manifestado enseguida complicaciones inesperadas» (reestructuración), redefine el terapeuta.
Con sorpresa la muchacha responde asintiendo con una
sonrisa y declarando que nunca lo había pensado. «Por lo tanto, ahora tendremos que utilizar esta pequeña gran derrota
como el inicio de una terapia inmunitaria, que tendrá que protegerte, y no solamente en la vida escolar», continúa el terapeuta.
El primer encuentro de terapia se cierra prescribiendo a
los padres la «conjura del silencio» (prescripción que bloquea
la solución tentativa de los padres), o evitar hablar sobre el
problema y, sobre todo, evitar confortar y estimular. Si lo que
han hecho hasta ahora hubiera funcionado, el problema habría
mejorado o desaparecido. La evolución lógica será la de prescribir el «descubrimiento conjunto» que ha surgido del diálogo estratégico (prescripción: pensar en la reestructuración,
es decir, alimentar dudas sobre la creencia original).
Se le pide a la muchacha que se pregunte todos los días
no lo que tendría que hacer para resolver su problema, sino
«qué tendría que pensar o dejar de pensar, hacer o dejar de
hacer para empeorar la situación»: una prescripción guiada
por la estratagema de «torcer aún más para enderezar», una
comunicación para orientar un estilo pesimista o volverse contra sí mismo. «Sin ponerlo en práctica», añadimos nosotros.
«¡Veremos si serás capaz!» Un modo dulcemente provocador, que creemos que en este caso puede encajar en la lógica
de la paciente. Si lo acepta, se verá obligada a cambiar; si la
indicación no surte efecto tendremos que cambiar estratégicamente de dirección.
La misma lógica que incrementa voluntariamente la idea
disfuncional tendría que llevar espontáneamente a la persona
a reaccionar hacia lo contrario, haciendo de manera que salga de su trampa mental: la de activar pensamientos dirigidos
100
hacia lo positivo. Dicho en otros términos, pensar que: «No
tenía que suceder, pero ha ocurrido», que «yo no soy ni volveré a ser la de antes» es la lógica disfuncional que ha creado
el problema (Nardone, 2003).
La segunda sesión resulta sorprendente. La muchacha
se presenta sonriendo y con aspecto satisfecho: explica que
«ha cambiado por completo la idea sobre su problema»: «He
comprendido que todo lo que he pensado y no he hecho hasta ahora es lo que he realizado durante la prescripción del
como empeorar… Sí, precisamente esta prescripción, ¡que nunca hubiera querido hacer apenas me la comunicaron, en cambio me ha iluminado!».
Éste es un ejemplo de desbloqueo terapéutico (es decir,
una distinta percepción del problema) que puede parecer pequeño o banal —en el fondo sólo se trataba de una examen que
había ido mal— pero que había tenido efectos realmente invalidantes en la vida y en el humor de la paciente, tanto es así
que se le había prescrito una terapia antidepresiva, que la
muchacha seguía desde hacía tres meses, sin ningún efecto
apreciable, ni sobre el humor, ni sobre el comportamiento.
Más bien, un aislamiento progresivo de todo tipo de relación,
familiar y social, que parecía ser una peligrosa predicción clínica (solución tentativa especialista).
Éste es el efecto de la ruptura de una creencia: romper una
certeza que encierra a las personas en una jaula, quizás sin
vía de salida. Pocas maniobras, aunque esenciales, que siguen
la lógica de las ideas del paciente, para romperla desde dentro:
o, «matar a la serpiente con su propio veneno» (Nardone, 2003).
La terapia continuó a lo largo de tres sesiones, con la
prescripción paradójica de la peor fantasía del problema, en
la que la persona se deja caer, durante treinta minutos cada
día, imaginándose su propia situación del modo más pesimista posible, buscando precisamente tener las peores fantasías
respecto a su problema (Nardone, 1990, 1993, 2000, 2003).
A continuación, una vez interrumpida la idea obsesivamente presente, la prescripción se escala en tiempo y modo, has101
ta extinguir el pensamiento impediente. El objetivo es saturar el pensamiento obsesivo hasta hacerlo desaparecer. «Apagar el fuego añadiéndole leña»: ésta es la estratagema que
subyace en la prescripción paradójica. Paralelamente se verifica la total superación del problema en el plano conductual
y una recuperación de la actitud de desafío consigo misma.
Con la vuelta a los estudios y a la habitual vida diaria, la terapia se cierra en seis sesiones; los encuentros de control de
cadencia mensual han sido todos positivos a lo largo de los
seis meses siguientes. La paciente declara terminada la terapia, con nuestro acuerdo, como nosotros preferimos que sea.
«… la burbuja fantástica se ha roto…»
Santina es una madre de treinta y cinco años con dos hijos
varones de doce y nueve años. El mayor padece una forma leve
de autismo. Acude a la sesión por primera vez tras haber estado ingresada durante siete días en psiquiatría a causa de un
estado depresivo. Vive en casa con sus padres, los hijos y el
marido, lo que representa una ayuda para ella y para los niños.
Ante las primeras preguntas Santina lamenta y describe
su problema: está muy mal porque ya no siente ningún interés por sus hijos, tiene ganas de estar sola, le parece que no se
preocupa de ellos. A veces tiene miedo de hacerles daño y está
muy asustada por estos pensamientos. Se lamenta de que todo
sea distinto de como lo era antes, cuando ella y sus hijos se
habían creado un mundo aparte en el que jugaban, se contaban cosas fantásticas, se quedaban en la cama jugando y haciéndose mimos durante todo el tiempo que les quedaba fuera de
las actividades rutinarias. Una burbuja fantástica en la que
sólo estaban ellos.
Ella, en particular, buscaba satisfacer todos sus deseos y
además protegerlos —sobre todo al mayor— de todos los peligros y malestares posibles, sustituyéndoles en todas las situaciones posibles e imaginables de incertidumbre. Un control
102
extenuante para que no se lastimaran cuando salían del coche,
corrían por la calle, si salían sin gorro cuando hacía frío,
si sudaban cuando hacía calor… en definitiva, haciendo lo
que suelen hacer las mamás, pero con una actitud que podríamos definir de obsesiva. Una presencia continua y constante por doquier.
Era lo que se describe normalmente como una relación
simbiótica.
A la pregunta: «¿Siempre ha estado en la burbuja fantástica o la ha construido cuando tuvo a sus hijos?» (indagación sobre la temporalidad ), responde que siempre ha estado
en la burbuja, desde pequeña: era una forma de no mirar la
realidad. Con los hijos había permanecido por no afrontar las
dificultades de ser madre. De improviso se había roto la burbuja, tras una brevísima y ocasional relación extraconyugal.
A través de esta experiencia se dio cuenta de que había algo
fuera de su mundo fantástico y que no todo lo que había fuera podía considerarse negativo e inaccesible para ella, como
siempre había creído, desde el momento en que, considerándose incapaz desde siempre, había evitado ciertas experiencias sociales concretas. «Era un mundo mío y al jugar con
mis hijos podía estar en él, llevando a cabo bien el papel de
madre», «hacer la madre de aquella manera era lo único bueno que había conseguido realizar en la vida e incluso los demás
estaban asombrados por cómo podía conseguirlo».
La desesperación la lleva a un llanto inconsolable: ella ya
no es la madre de antes y tiene miedo de no conseguir volver a serlo. Esta jerga se repite continuamente (rotura de la
creencia original ).
Su deseo sería restablecer este rol, pero la constatación de
la impotencia la lleva al desconsuelo. En la situación actual se
queda en la cama para evitar tener que vérselas con sus hijos,
para no tener malos pensamientos sobre ellos, para no tener
que constatar que ya no siente el impulso afectivo de antes (se
ha rendido y renuncia). Vale la pena añadir que el papel de
mujer está totalmente fuera de sus esquemas.
103
Para oponerse a la reacción disfuncional del aislamiento
la pregunta es: «Cuándo usted se aísla, ¿está mejor o peor?».
La respuesta es: «Mejor, porque no veo lo que ocurre y
no experimento miedo por los pensamientos, pero me siento
culpable constantemente porque sé que no estoy en mi lugar».
La reestructuración que se propone es la siguiente: «Me
parece entender, pero corríjame si no me expreso correctamente, que usted es de la opinión de que los hijos, desde sus
primeros meses hasta la adolescencia, necesitan siempre los
mismos cuidados, como si a pesar de caminar solos siempre
necesitaran que alguien les llevara de la mano».
Demostrando haber cogido el mensaje, responde: «Sé que
es un error, pero si no lo hago me da la impresión de que no
les quiero. ¿Sabe?, últimamente el pequeño era rebelde y me
trataba mal».
Pregunta: «Sin embargo, ¿para usted una madre ha de
seguir las exigencias de los hijos o solamente lo que es correcto para ella?».
Respuesta: «También las exigencias de los hijos».
Terapeuta: «Según usted ¿las exigencias de sus hijos siempre han sido las mismas o han cambiado?».
La respuesta obvia es: «Sí, es cierto, han cambiado con el
tiempo».
Aún bailando al son de los acuerdos que el diálogo estratégico está construyendo, el terapeuta continúa: «¿De esto
usted deduce que ha de permanecer igual o también usted tendría que cambiar?».
La respuesta no se hace esperar: «Tendría que cambiar,
pero no sé qué hacer, a mí me parece que si no hago lo que
hacía antes no les quiero bien».
La creencia resulta estar fuertemente anclada a la única
posibilidad que Santina ha expresado, emocional y concretamente.
El terapeuta reestructura de esta manera: «Usted me hace
recordar el título de un libro de un colega nuestro Si me amas
no me ames. Yo añadiría: no me ames demasiado. Sabe, dicen
104
que demasiado amor mata. Usted podría pensar que no da
el suficiente, pero el problema podría residir en el hecho de
que, ahora que han crecido, es demasiado para sus hijos y
es demasiado también para usted».
Se añade una perspectiva que Santina nunca ha considerado: dado que ella ya no puede más, es plausible que sus hijos
soporten mal el sistema precedente. La indicación es «cómo
podría empeorar voluntariamente…» y a la luz de las nuevas prescripciones se cierra la primera sesión.
En la segunda sesión vuelve en un estado de abatimiento porque no siente afecto hacia sus hijos, aunque cuando
ha tenido que reprenderlos o reñirlos lo ha hecho con más
autoridad que antes y, esto es nuevo, sin sentirse culpable; el
más pequeño la ha respetado más y se ha esforzado más en
el colegio.
La terapia continúa con el objetivo de abrir una brecha
más profunda en la creencia a través de la reestructuración:
«¿Sabe?, según el poeta Gibran, el amor que no se renueva
cada día se convierte en hábito y luego en esclavitud».
La indicación prescriptiva es: «Observe lo que sus hijos
han aprendido a hacer ellos solos, gracias a usted. Para hacer
esto, intervenga lo menos posible, y si le piden que haga cualquier cosa en su lugar, pídales que le enseñen cómo han aprendido a hacerlo ellos solos» (estratagema: surcar el mar sin que
el cielo lo sepa).
En la siguiente sesión explica que los niños se las han
arreglado ellos solos y ella ha podido constatar que también el hijo mayor ha sido capaz de hacer cosas que ella no
pensaba que pudiese hacer; el menor se ha mostrado más
autónomo de lo que se imaginaba y ha sido menos agresivo
con ella. El balance es positivo, pero ella aún no siente afecto por ellos: muchas veces desea estar sola y le fastidia su
presencia.
El terapeuta comenta, con connotación positiva (reestructuración), la necesidad de estar sola, como el paso correcto en
su crecimiento como madre que ha de renovarse para sus hijos;
105
le da, además, la tarea de pasar una cierta cantidad diaria de
tiempo lejos de ellos para observar si continúan estando
bien. Al mismo tiempo se le invita a «esforzarse en no esforzarse» en hacer mimos o caricias a sus hijos ya que esto lleva a la desaparición del deseo de hacerlo. Es algo que ella hace
habitualmente, preguntándose por qué no tiene el deseo
de hacerlo e inhibiendo de esta forma la espontaneidad del
gesto (estratagema: torcer más para enderezar).
En la cuarta sesión, tras haber aplicado las prescripciones, refiere con sorpresa que no le ha pesado seguir a sus hijos
en sus tareas y estar cerca de ellos; ha vuelto a sentar sobre
sus rodillas al hijo mayor con problemas (reaparición de señales afectivas que para ella tienen el significado de «quererles
bien»); continúa ocupándose del funcionamiento de la casa
y de los niños. Se siente menos culpable cuando no tiene ganas
de estar con ellos, precisamente porque hay momentos en que
sí tiene ganas. Llora y se aísla menos.
Lentamente, tras la interrupción del círculo vicioso de
la evitación y después de haber producido cambios concretos
en su visión del problema, comienza la consolidación de todo
lo obtenido, que no es el restablecimiento del viejo equilibrio,
sino la búsqueda de uno nuevo y de su mantenimiento.
En estas primeras sesiones la relación de Santina con sus
hijos se ha modificado: Santina se da cuenta ahora de que la
mayor tranquilidad y serenidad de los niños son una consecuencia directa de la disminución de la presión sobre ellos, de
las menores atenciones, por los demás innecesarias.
En este punto se hace necesario ayudarla a que alterne
momentos de cercanía con sus hijos y momentos de separación, con el fin de volver a experimentar el «deseo» de estar
junto a ellos. Es este «deseo», de hecho, el criterio emocional sobre el que Santina basa su propia adecuación como
madre. El terapeuta favorece las nuevas adquisiciones y la
experiencia de nuevas emociones, utilizando como guía para
las prescripciones la estratagema «surcar el mar sin que el cielo lo sepa», o hacer una cosa para descubrir otra. Precisamen106
te el hecho de «sentirse de modo diferente» ayuda a Santina
a encontrar un nuevo, aunque frágil, equilibrio. Explicaciones e indicaciones directas, a través de la utilización de un
lenguaje descriptivo y prescriptivo, no han sido consideradas funcionales para la lógica infantil y un poco mágica de
Santina. De hecho, todas las maniobras utilizadas para favorecer nuevas adquisiciones y competencias han sido propuestas como nuevos juegos para hacer con sus hijos, con papeles diferentes que cambiaban cada vez. Un «cómo si se sintiera
capaz de ser una buena madre que se sacrifica estando un
poco más distante para el bien de sus propios hijos» se ha
repetido y reutilizado, con palabras y expresiones de valor
«mágico» para Santina, como «protección», «amor» o «buena madre».
Santina ha sido una mujer y una madre frágil. Sin embargo, en su fragilidad ha habido lugar para elementos nuevos
y seguramente menos disfuncionales para sí misma y para
sus hijos, que le ha permitido reasumir roles y comportamientos necesarios para continuar el recorrido familiar. De vez en
cuando Santina vuelve para hacer una sesión, cuando teme
haberse equivocado o, mejor, siente que no está a la altura. En
estas situaciones, el lenguaje terapéutico puede ser seguramente más comparativo, desde el momento en que Santina,
ahora, es capaz de utilizar los principios surgidos en la sesión
de modo más racional.
Según nuestro criterio de subdivisión de las variantes, el
caso de Santina podría parecer el del deprimido radical, que
siempre se ha sentido así; en realidad, la percepción de haber sido una madre especial saca a la luz un antes y un después. Por vez primera en su vida había conseguido hacer lo
que los demás no conseguían hacer. El hundimiento de la
creencia y la renuncia consiguiente está en la constatación de
no poder restablecer lo que para ella era un equilibrio, que
le permitía ser una madre especial con los recursos que tenía
a su disposición: hacer de madre y continuar haciendo de
niña.
107
«… de hipocondría… a depresión…»
Giovanni es un juvenil hombre de treinta y nueve años, casado y con dos hijos pequeños. Es un empresario que se ocupa
de la administración de una pequeña empresa, que gestiona con un familiar.
Acude a la primera sesión enviado por un familiar médico y por su propio médico de familia, preocupado por un
bajón de peso de diez kilos en pocos meses y en ausencia de
otras problemáticas de carácter exclusivamente médico.
A Giovanni, desde hace unas semanas, le cuesta mucho ir
a trabajar y, cuando lo consigue, debe regresar a casa frecuentemente, porque no logra continuar su trabajo; se siente en
un fuerte estado de confusión, de malestar general, una mezcla de desánimo y ansiedad.
Durante la sesión el terapeuta encuentra una cierta dificultad en identificar los síntomas, que Giovanni explica de
modo impreciso, entre cefalea e ideas confusas que dicen que
no son auténticas ideas. Surge de inmediato su miedo por todo
lo que nota como síntomas físicos y que, potencialmente,
podría revelarse como una enfermedad mucho más grave.
Su estrategia habitual frente a este problema consiste en
hacer indagaciones diagnósticas para desmontar su miedo a
una enfermedad. Sin embargo, precisamente el resultado negativo de los exámenes clínicos reabre la duda, de la que surge
de inmediato otra nueva. Ésta es su forma de cavar su propia tumba… de la cual entra y sale, permaneciendo siempre
en el borde.
De modo bastante confuso, a la pregunta de cuál es el
problema que le ha llevado a terapia, contesta: la gran preocupación de estar afectado por la misma depresión que sufre
su madre desde hace un año y medio. La semejanza con ella
ha hecho que gradualmente dejara de salir y ver a sus amigos; ha empezado a evitar (renuncia) acompañar al colegio a
los niños y los domingos ya casi no sale. Esta elección deriva
del temor a que los demás noten su adelgazamiento, su humor
108
y, al hacerle preguntas, lleguen a definirlo como enfermo. El
miedo es que los demás constaten que ya no es el de antes y,
en consecuencia, que dejen de apreciarle.
Cree que está en este túnel desde hace un año y se esfuerza continuamente en intentar buscar el origen del malestar
que le aflige, las causas, aunque, consideradas individualmente, todas le parecen irrelevantes: las preocupaciones
persistentes, aunque las cree exageradas, sobre la marcha económica de la empresa, la relación con el otro socio que es
siempre crítico con él y lamenta su ineficiencia, a veces presunta pero a veces objetiva, sobre todo en los últimos tiempos. Giovanni cree que su socio está seguro de sí mismo,
siempre estricto con las normas, y a menudo tiene con él
enfrentamientos, en el sentido de que el otro le critica y él se
defiende justificándose. Por lo demás, se define como afortunado y enamorado de su familia, a la que dedica todo el
tiempo libre, aunque siente que ha sacrificado todos sus intereses en mantener el rol adecuado conforme a sus criterios
de buen marido y buen padre.
De lo que surge en la entrevista clínica, sabemos por tanto que no siempre ha estado de esta manera y que el foco de
su atención está siempre dirigido hacia sí mismo, hacia una
imagen de sí que en los últimos tiempos se ha deteriorado, en
la que no se reconoce y que le produce pánico cada vez que
los síntomas se manifiestan, decretando repetidamente el fracaso y la impotencia (problema).
La tentativa constante de Giovanni ha sido esforzarse y
reaccionar, esperar que todo este malestar acabe de forma milagrosa o intentar «comprender» si se trata de una enfermedad, como un cáncer en el cerebro aún no declarado (todas
ellas soluciones tentativas que incrementan el problema). Ahora está contra las cuerdas, resignado: la ruptura de su creencia patógena, según la cual a él «nunca le había ocurrido», le
ha asustado, no ve salida y está aterrado de que pueda ser cierto. Desde nuestra perspectiva se trata de un iluso desilusionado de sí mismo. Los síntomas físicos han activado dudas, pre109
ocupaciones, pensamientos obsesivos, etcétera. El pensamiento alarmado de este modo le ha revelado la existencia de una
problemática no identificable y no manejable a través de exploraciones clínicas y fármacos. De esta manera se ha destruido
su creencia de que podía prever y gestionar el mal.
El terapeuta se encuentra frente a un problema que se sostiene sobre una sintomatología invalidante, como el estado de
confusión y la «pseudocefalea», que le obligan a interrumpir su actividad laboral; sus intentos de solución de esforzarse e intentar comprender le han llevado después a rendirse
frente a los síntomas. Sumado a la evitación externa, esto hace
que Giovanni se concentre aún más en el propio malestar y
en las ideas obsesivas.
Tras varias paráfrasis y reestructuraciones centradas sobre
su idea de control de la mente y sobre la solución de evitar
salir, por miedo a las preguntas de los demás, el terapeuta le
indica la prescripción habitual de cómo podría él, de forma
voluntaria, empeorar su situación. A ésta añade una reestructuración basada en la estratagema de «crear de la nada» (para
la evitación de las salidas), poniendo de este modo un miedo
frente a otro: «Cada vez que usted renuncia a salir, no sólo se
pone al abrigo de constataciones a propósito de su imagen de
“enfermo”, sino que de hecho empeora su situación, en cuanto que se recuerda a sí mismo que ya no es el de antes, al comportarse precisamente como un enfermo».
Cuando Giovanni regresa para la segunda sesión explica
que ha estado un poco mejor: ha salido con los niños y, a pesar
de que se ha encontrado con algunos amigos y conocidos,
éstos no han tenido la actitud que él temía. Está animado por
el hecho de que los demás, evidentemente, no le ven enfermo,
sino sólo más delgado; ésta es la sorpresa que ha roto la rígida percepción de su problema. Alguna vez se ha quedado
trabajando todo el día y esto le ha sorprendido, aunque subraya su lentitud e ineficiencia laboral.
«Cuanto más se controla, más está destinado a perder el
control; cuanto más presta atención, más se distrae», comen110
ta el terapeuta. Una reestructuración que destaca la ineficacia
del esfuerzo por gestionar así sus miedos; modalidad que conocemos bien: ¡una buena intención se convierte en una pésima
solución!
Es muy difícil identificar junto con Giovanni los contenidos de sus preocupaciones, que él define como «malos pensamientos que surgen». Como si se sorprendiera de que la
mente pueda hacer bromas de este tipo y él no consiga manejarlos.
La estrategia es empezar a trabajar sobre sus síntomas físicos, pero con la indicación de que queremos trabajar sobre el
«perfeccionamiento de su control mental» y que para hacer
esto ha de «exponerse a experiencias que se lo hagan perder
un poco».
Le prescribimos la peor fantasía, es decir, que se concentre en sus síntomas y en sus preocupaciones como en el
protocolo; ésta es una técnica específica particularmente
eficaz para interrumpir los pensamientos impedientes. En
este caso el terapeuta la asocia a la indicación de evitar evitar salir (comunicación paradójica que utiliza la resistencia
del paciente).
En la siguiente sesión explica que ha estado menos mal
durante el día; la confusión debida a la «pseudocefalea» ha
disminuido aunque aún persiste; algunos días ha estado incluso sereno.
Considerado el resultado favorable y su incrédula satisfacción por el hecho de que puedan utilizarse bromas de este
tipo, continuamos utilizando la estrategia de «adquirir más
control aprendiendo a perderlo voluntariamente», a través
de la indicación, si se presenta el dolor de cabeza, de trasladar la sensación del centro de la cabeza a la frente. Se mantiene la peor fantasía a intervalos regulares durante la jornada, como en el protocolo.
En las sesiones siguientes hay una notable remisión de la
confusión y de la cefalea que permite a Giovanni sentirse más
eficiente y confiado en poder volver a manejar su vida. Sobre
111
esto, el terapeuta le pone en guardia y le avisa de posibles
recaídas que le permitirán, de todas formas, aprender a gestionar mejor lo aprendido hasta ese momento. Esto le molesta, desde el momento en que el control reencontrado «ha de
ser» inamovible. Se mantiene, por lo tanto, el objetivo de trabajar en un control más funcional en paralelo a una imagen
más realista de sí mismo. Esto lleva al terapeuta a empezar a
intervenir sobre su modalidad de control y eficiencia en
el trabajo. Modalidad que revela expectativas muy elevadas
acerca de la cantidad de cosas a realizar con programas extremadamente extensos. Los imprevistos, por otra parte cotidianos, complican la larga lista de los asuntos de Giovanni, haciéndola irrealizable y confirmándole la idea de que no es lo
bastante capaz. Un perfeccionismo destinado a fracasar, como
todos los perfeccionismos, basado en programas rígidos, a
menudo irrealizables, en el que sólo se añaden cosas y nunca se quitan o modifican. Todo ha de hacerse bien siempre e
incluso de una sola vez, como en el programa.
La prescripción intenta intervenir en la rígida idea de Giovanni. Le pedimos entonces que haga a diario el programa de
las cosas que tiene que hacer, escogiendo alguna que podrá
dejar de hacer, como si fuera capaz de seleccionar las prioridades, en caso de imprevistos.
La prescripción permite al paciente experimentar que
siempre es posible respetar un programa, aunque no se lleve
a cabo todo lo «debido», y que, a menudo, el defecto está en
el programa (demasiado amplio), más que en el ejecutor. Esta
representación de sí mismo comienza a incidir en la modalidad con la que Giovanni se relaciona con su socio. El terapeuta, a través de la técnica del como si, empieza a hacer que
Giovanni desarrolle representaciones distintas, que se traducen en comportamientos realmente nuevos.
En la octava sesión Giovanni explica que nunca ha faltado
al trabajo; han pasado semanas sin que tuviese sus cefaleas y
confusiones, cree que se está acercando al nivel de eficiencia
anterior, aunque con modalidades de realización diferentes.
112
Se ha concedido un día «libre» de la familia e «inexplicablemente» ha notado cefalea y confusión durante algunas
horas, que, según él, le han echado a perder la expectativa de
una jornada serena.
En este caso parece relevante para el terapeuta evidenciar
todo el trabajo desarrollado, el modo en que se han producido los efectos, explicando todas las estratagemas que han
funcionado sobre el problema y sobre su mente. Esto pretende proporcionar a Giovanni una representación concreta de
un control más eficiente y menos disfuncional. En las sesiones de seguimiento Giovanni continúa estando bien y confiesa que percibe el trabajo y el comportamiento del socio desde una perspectiva distinta, más articulada y elástica.
… para resumir
El iluso desilusionado de sí mismo es víctima de sí
mismo.
Creencia original: Yo soy capaz.
Resultados de la ruptura de la creencia y de las soluciones tentativas: he tenido la prueba concreta de no
ser lo que pensaba.
Solución tentativa: renuncia rindiéndose.
Estratagemas que soportan las maniobras terapéuticas: «torcer para enderezar», «matar a la serpiente con
su propio veneno», «añadir leña para apagar el fuego».
Prescripciones: «cómo empeorar voluntariamente…»,
«peor fantasía ritualizada», «diario de las culpas» (lógica paradójica del saturar para romper), «como si…»,
«fantasía de la pregunta del milagro», «excepciones
positivas», reestructuraciones y paráfrasis (lógica del
añadir para cambiar u orientación a la solución).
113
CAPÍTULO 8
I LUSO DESILUSIONADO DE LOS DEMÁS
Nadie puede hacer que te sientas infeliz
si tú no se lo consientes.
F RANKLIN D ELANO R OOSEVELT
Desilusionarse de los demás es, antes o después, una experiencia con la que todos nos enfrentamos —quien más quien
menos— y que debería enseñarnos a ser un poco más desilusionados para quedar menos decepcionados.
Algunas personas, sin embargo, no saben sacar partido de
esta experiencia, virando así hacia una patología tan pérfida
como invasora y persistente. A diferencia de las otras dos tipologías que hemos tratado anteriormente, aquí encontramos
víctimas conscientes, que han sufrido un evento concreto.
Algunas tienen muy claro que no tendrían que «enfadarse» por lo que les ha sucedido, pero no se explican por qué
padecen el hecho de forma tan dura.
Otras sencillamente determinan, con su conciencia, la
causa: saben qué es lo que les ha llevado a estar tan mal. En
ambos casos existe casi siempre un evento crítico claro que
se vive como imposible de superar, razón por la cual se rinden. Rendirse puede ser también una razón de sana flexibilidad: la etología nos proporciona muchos ejemplos del mundo animal, como mecanismo de autoconservación. Sin
embargo, para las personas que han desarrollado una depresión, la rendición no ha sido una elección activa de defensa, sino una solución tentativa pasiva, una auténtica y verdadera renuncia que han sufrido y continúan sufriendo.
La persona se convierte entonces en víctima de los demás:
la suya es una down position, una posición de sumisión, a veces
sin vía de salida, hasta el punto de convertirse en un estilo
117
de vida. Todo se vuelve insoportable, fatigoso y sobre todo
injusto. La cotidianidad misma se alimenta de esta actitud.
La «lata» de todos los días, de la burocracia a las relaciones familiares o profesionales, a toda la red de relaciones
de la persona, se convierten en relaciones que se padecen.
La atención al comportamiento de los otros confirma siempre la propia posición de víctima que sufre, sin vía de salida.
Ésta es una posición de rendición, en la que se espera que
llegue por parte de los demás la solución a las propias dificultades. El iluso desilusionado espera un acto reparador en sus
relaciones por parte de aquellos que le han perjudicado, y que
lo indemnicen de su propia buena fe original.
Y así nos acercamos a lo que creemos que es el punto de
partida del problema: la creencia original que se ha incumplido.
Tenemos que tratar con personas al parecer siempre han
pensado que no tenían problemas de relación con nadie, aparentemente tranquilas y, como tales, inatacables y en lugar
seguro. Y no sólo esto, sino que habitualmente los demás están
investidos de una confianza que se da por sentada y como cierta. De este modo, la creencia de base del iluso desilusionado
de los demás, que podríamos resumir en «yo puedo manejar
a los demás, gracias a mi constante y excesiva disponibilidad,
o porque me fío ciegamente», puede convertirse en: «Los demás
son totalmente irreconocibles… ¡Con todo lo que he hecho
por ellos…!». Una vez más, la persona se ha construido la
creencia tranquilizadora por la que, dando la razón a los demás
y complaciéndoles, demostrándoles su propia generosidad,
nada malo podría derivarse de la relación con el prójimo. Se
escoge como credo el proverbio: «El que siembra, recoge», sin
tener en cuenta las previsiones, por continuar con la metáfora, el granizo o la sequía.
Sin embargo, su talón de Aquiles está precisamente en
haber creído inconscientemente en una utopía positiva, en haber
pensado que a ellos ciertas cosas nunca podrían haberles ocurrido. Y así dibujan un perfil de pensamiento con características rígidas y absolutas. ¿De dónde habían sacado hasta enton118
ces sus certezas y su seguridad? ¿De su ingenuidad o de nobles
principios hacia sí mismos y hacia los demás? ¿Del hecho de
sobrestimarse a sí mismos —pecado de soberbia, diría Dante— o de creerse inmunes a los riesgos de la vida, hasta el punto de desarrollar un pensamiento casi mágico?
Éste no es el punto esencial de nuestro trabajo, también
porque cada caso es diferente de otro. El punto en común
de todas las posibles, aunque no exhaustivas explicaciones, es
que en un cierto punto de la vida sucede lo imprevisible, algo
en lo que las personas nunca habían pensado. Quizás habían
reflexionado sobre la posibilidad de padecer un duelo o de
desarrollar una grave enfermedad, pero no de poder quedar
excluidos de la carrera profesional o de encontrarse frente a
una traición sentimental o de ya no poder contar más con
amistades consideradas sagradas… Y aquí se produce el efecto sorpresa, inesperado, devastador.
La creencia se ha roto, lo que antes daba seguridad ahora crea impotencia, rendición. Ha cambiado la perspectiva en
la percepción de la realidad: ahora ya no se es el de antes.
Aquí no encontramos pretensiones paranoicas, aquí hallamos la preocupante necesidad de restablecer el bienestar anterior. La conciencia de no ser capaces de arreglárselas solos,
quizás tras repetidas tentativas, empuja a la persona a pedir
ayuda al terapeuta. En el fondo mantienen una remota esperanza de poder ser ayudados.
Viven la condición de sentirse personas traicionadas, pasivamente, hasta convertirse en víctimas, sin haber pensado nunca que la posición de traicionado es obviamente dolorosa, pero
si se vuelca en un rol activo puede convertirse en una posición de poder. El traicionado puede, en efecto, condenar al
otro de varias maneras (pueden encontrarse variados ejemplos en las causas de separación o, peor aún, en parejas patológicas que no consiguen separarse a pesar de las traiciones
padecidas) o bien puede perdonar, no sólo por un acto de bondad, sino por un acto de racionalidad que les permita a ambos
la superación de la visión ideal de la pareja original, y tam119
bién ésta es un creencia difundida. Obviamente aquí no nos
referimos solamente a la traición sentimental, sino que a menudo se trata de traiciones a expectativas que tienen que ver con
los más variados aspectos de la vida de las personas. Cambian
sólo los contenidos, el mecanismo de la idea permanece patológicamente inalterado.
ƒ
En la vertiente cognitiva encontramos: tendencia a la rumiadura mental, el hecho constante de recordarse a uno mismo, a veces también a los demás, lo que ha sucedido, en
una especie de ineluctable inmersión, casi una necesidad
paradójica de volver a evocar el evento doloroso; pueden
haber obligaciones correlacionadas de la capacidad de pensar, concentrarse y tomar decisiones, a menudo debidas a
la invasión de los pensamientos obsesivos.
ƒ
Desde el punto de vista emotivo existen, in primis, sentimientos de desilusión sin fin, sentimientos de desesperación, en algunos casos también encontramos pensamientos
de muerte. Pérdida de intereses personales, irritabilidad,
impaciencia o apatía, y una autoconmiseración dominante. La sensación es la de sentirse descontentos hacia sí
mismos, hasta tener percepciones catastróficas e insoportables de los eventos. Los efectos de este modo de pensar
pueden ser equivalentes al sentido de culpa inexpiable.
Un sufrimiento sin fin. Sin embargo, a diferencia de la
culpa, la autoconmiseración parece asociada más a la inmadurez, a la necesidad de mostrar el propio sufrimiento,
«hasta asumir las características manifestaciones de las
ideas de la histeria» (Hauck, 1998, p. 75).
ƒ
En la vertiente somática son evidentes todos los signos
genéricos concernientes a la depresión: de trastornos del
sueño de todo tipo, a sensación de fatiga, a veces dolores difusos o localizados, trastornos de la alimentación,
generalmente orientados a la reducción de la comida, a
120
veces a la hiperfagia (es decir, a la necesidad de comer
demasiado). La agitación psicomotriz puede ser una señal de la que el paciente se lamenta a menudo.
ƒ
El comportamiento resulta fuertemente inhibido «por las
heridas» que la persona cree haber «sufrido», con una
extensiva actitud de renuncia que marca su vida diaria.
L A INTERVENCIÓN : LA PRIMERA SESIÓN
El coloquio clínico empieza sus movimientos desde las preguntas más generales hasta restringirse, como un embudo,
para llegar a una redefinición operativa del problema presentado por el paciente. Tras la primera exposición hecha por
éste, se empieza a indagar sobre la temporalidad.
ƒ
¿El problema existe desde hace mucho tiempo o ha surgido recientemente? (variable temporal). A esta pregunta las
personas responden la mayoría de las veces con precisión,
localizando el evento crítico del cual después, como en un
efecto avalancha, todo se ha precipitado en negativo. Puede haber habido otros eventos inesperados decepcionantes, insoportables y dolorosos, así como puede haber sido
un solo evento el que, como un uppercut (en el pugilismo, un uppercut es un golpe a la mandíbula con el puño
cerrado, de abajo hacia arriba, a menudo con consecuencias importantes, hasta la pérdida del conocimiento), ha
dejado KO a la persona.
ƒ
Con estos primeros indicios se continúa indagando: ¿el
problema le afecta solamente a usted o también a los demás?
(indagación sobre el sistema). Las respuestas a este punto
pueden seguir dos direcciones. Una evidencia explícitamente la línea del sufrimiento de los demás, pero indica
que en la actualidad el problema —mejor, el daño— afec121
ta solamente al paciente, en cuanto que ya no hay relaciones con los demás. En la otra, en cambio, encontramos
respuestas que incluyen, de todos modos, a los demás,
porque están cercanos en la red de relaciones y, por tanto, en contacto con el sufrimiento del paciente, como los
familiares; o bien porque están aún en contacto con quien
le ha desilusionado o perjudicado.
ƒ
La pregunta siguiente debería indagar el modo en que la
persona siente el problema: ¿Es usted el que no ha sido
capaz de afrontar la situación o los demás han pretendido demasiado de usted? (combate o padece). Las respuestas están siempre orientadas a reconocer la propia insuficiencia ya sea en el hacer o en el valorar las situaciones. En
otros términos, las personas nos dicen que sí, que han
sufrido el daño de los demás, pero sólo debido a su insuficiencia en… (valorar las personas o situaciones, infravalorar los riesgos, actuar siempre sin provocar la susceptibilidad de los demás, etcétera), aunque confirman un
comportamiento inesperado por parte de los demás. La
primera paráfrasis podría ser: «Si no lo he entendido mal,
usted siempre ha intentado contentar a los demás, con las
mejores intenciones y para vivir tranquilo, en una especie de “prostitución relacional”, que le ha dejado ciego
frente a las divergencias más evidentes. Corríjame si me
equivoco, ¡pero parece que los demás hayan llevado a cabo
lo que usted ha ignorado!». Solamente si la persona confirma, incluso con señales no verbales, podemos continuar con la segunda parte del coloquio, en la cual buscaremos localizar específicamente la solución tentativa, o
el modo de interacción del paciente con el problema.
ƒ
¿Usted siempre intenta hacer alguna cosa para salir del
problema o se ha rendido? Las respuestas orientadas a la
renuncia nos dicen que estamos ante un cuadro depresivo. Si la persona está buscando activamente la solución
122
estamos frente a un problema de relación, pero no de
depresión.
ƒ
Siguiendo la vía de la renuncia tenemos que indagar de
qué modo renuncia: ¿Usted espera que los demás hagan
algo por usted o piensa que se las puede arreglar solo? Al
tener este tipo de paciente una escasa estima de sus propias capacidades y al sentirse víctima por haber padecido
la imprevisibilidad de los demás, les delega cualquier
acción reparatoria.
ƒ
La pregunta siguiente será: ¿Al rendirse delegando la solución a los demás, las cosas han mejorado o han empeorado? Es evidente el objetivo de la pregunta: no sólo hacer
que emerja del propio paciente la ineficacia de la solución tentativa, sino hacer clara la gravedad del problema
causada por la solución tentativa. Con gran estupor las
personas responden que la situación ha empeorado. Ahora se hace necesaria una paráfrasis: «Si no lo he entendido mal, actualmente se encuentra en esta dolorosa situación por haber creído que nunca tendría problemas con
los demás; por lo demás, usted siempre ha hecho lo posible para tener su reconocimiento y evitar las divergencias.
Usted nunca se ha sentido capaz de oponerse, ha encontrado que tiene una desilusión tal que ha de renunciar a
hacer cualquier cosa para salir del impasse. Renunciando y delegando en los demás, sin embargo, ha visto
que no sólo su situación no ha mejorado, sino que incluso ha empeorado. Sabe, como decía el poeta Fernando
Pessoa: llevo conmigo todas las heridas de las batallas evitadas». También en este caso, si la persona confirma,
hemos dado al paciente una imagen diferente de su
problema respecto a cómo nos lo había presentado. Los
ingredientes de la reestructuración, mediante la paráfrasis, sacan a la luz la creencia original: «Si yo soy respetuoso, yo y los demás no tendremos problemas», que al rom123
perse ha producido: «Yo no caigo bien a los demás, pero
ahora los demás no me caen bien a mí». La creencia original, caracterizada por una complementariedad rígida,
se evidencia como una señal patológica, que solamente la
ocasión podía desvelar. Sobre la base de esta creencia,
había ciertamente instaurado, inconscientemente, su
modelo de relación consigo mismo y con los demás. El
comportamiento consiguiente ha reforzado o incluso producido la creencia. Ésta se ha mantenido hasta la ruptura
que ha creado el impasse. La solución tentativa, en línea
con la complementariedad, se ha incrementado por el
círculo vicioso y abre así la puerta a un estado patológico en todos los niveles: cognitivo, emocional, conductual y somático.
Todos estos aspectos disfuncionales, sacados a la luz por el
diálogo estratégico en la primera sesión, son objeto de tratamiento clínico.
Si, como en este caso, la tipología de la solución tentativa es no hacer o no hacer lo suficiente, seguimos la lógica de
la profecía, o lógicas indirectas que siguen la línea del añadir
para cambiar.
Las prescripciones sirven para construir un nuevo escenario que lleve a la persona más allá del problema.
En primera instancia se pide al paciente que piense bien
en la última paráfrasis, comunicándosela nuevamente en forma de prescripción.
Después, en este caso, al haber empezado ya a trabajar en
la ruptura de la creencia, podremos añadir una prescripción
tomada de las lógicas paradójicas: «Aunque le parecerá un poco
extraño ahora le pediré una cosa: desde ahora y hasta la próxima sesión, quisiera que pensara: “Si yo quisiera empeorar mi
situación, ¿qué tendría que hacer o dejar de hacer, pensar o
dejar de pensar?”. Naturalmente solamente deberá pensarlo,
no hacerlo». Ésta es una paradoja teórica y responde a la estratagema «si quieres enderezar una cosa, aprende primero cómo
124
torcerla aún más» (Nardone, 2004, p. 55). La habitual prescripción de la pregunta paradójica tendrá una acción incisiva
únicamente si las paráfrasis han sido confirmadas y comprendidas por el paciente, en cuanto estas últimas ya han abierto
el camino al bloqueo de la solución tentativa disfuncional.
SISTEMA PERCEPTIVO REACTIVO
Iluso desilusionado de los demás
Creencia rota:
«Los demás
me han
desilusionado.»
Se rinde
«Deben hacer
los demás.»
Yo y
los demás,
¡no problem!
creencia
original
Solución tentativa:
renuncia
rindiéndose
Víctima
de los demás
Correlaciones emotivas: desilusión, resentimiento y rabia en las relaciones con
los demás, actitud desconfiada, tendencia a considerar las acciones de los
demás como tendencialmente amenazadoras.
125
«… si gano… pierdo…»
Camila es una mujer de cincuenta y dos años muy bella
que acude a terapia por decisión suya. Se ha dado cuenta
de que ha alcanzado un nivel preocupante de clausura y de
abandono de sí misma.
Camila vive sola, está separada desde hace quince años,
tiene una hija casada y con dos hijos.
Trabaja en una empresa de alquileres en la que lo hace todo;
está siempre sola en un espacio extremadamente amplio y pasan días en los que no ve a nadie. Los propietarios siempre le
han dado plena disponibilidad de medios, pero nunca la han
ayudado, así que ella se ocupa de todo. Al ser muy escrupulosa, ni tan siquiera sale para tomarse un café y aprovecha el
día de cierre para llevarse a su casa el trabajo pendiente.
Describe sus dificultades al afrontar la jornada, el deseo
de no ver a nadie por la noche cuando vuelve a casa, a pesar de
que sus amigos, de los que aprecia la sinceridad de la relación,
la buscan mucho. No tiene ganas de vestirse, de cuidarse, se
define como olvidada de sí misma. No llora, pero su ánimo
está por los suelos. El único momento de alivio se debe a la
relación son sus nietos, a quienes quiere muchísimo.
Tuvo otro episodio depresivo hace unos años, curado con
fármacos que, sin embargo, esta vez no quiere tomar.
El polo inicial del diálogo versa sobre las justificaciones
de la elección de no ver a los amigos que la llaman.
«Me aburren —dice— yo soy diferente, no sé estar callada, se lo hago entender y después pongo tierra de por medio.»
Explica que siempre ha actuado así desde pequeña: cuando las cosas no le salen bien, sale adelante ella sola. Lo hizo así
con su padre, un alcohólico que los sometía a todos, aunque
ella era la única que se enfrentaba a él, sufría los golpes pero
no le daba la satisfacción de someterse. Lo hizo así también
con su marido, al que dejó porque no estaba a la altura de su
relación con ella. En este caso también renunció a su hija, porque no conseguía garantizarle la seguridad que necesitaba. La
126
relación se reanudó sólo en los años siguientes. La única relación sentimental importante con un hombre, tras la separación, fracasó por el mismo motivo: el hombre quería un hijo
de ella, pero como su hija estaba en su primer embarazo ella
interrumpió la relación sentimental para dedicarse a su hija.
Su creencia original siempre fue: «yo puedo prescindir de
ellos, puedo renunciar a ellos; no me entienden ni me entenderán». Nunca ningún tipo de mediación ni ninguna solución
alternativa. El estado de postración (problema) en el que se
encuentra y la casi total evitación y aislamiento (equivalente
a la renuncia) hacen necesario profundizar más por parte del
terapeuta sobre el estado de la ideación: es necesario valorar
cuidadosamente, en esta fase, si existen «fantasías» de suicidio.
La relación terapéutica es un paso muy importante tanto
para obtener informaciones como para introducir cambios, y
por esto la relación inicial con Camila ha de encajar bien; de
otro modo, ella, tan crítica, puede molestarse y cortar como
hace a menudo.
La relación terapéutica se basa en el mantenimiento de
una distancia cercana, aunque no demasiado, basada en la sinceridad, como hace ella, entre dos personas en el mismo nivel
que se asemejan y se comprenden. Algunas partes del diálogo pueden dar una idea del efecto de algunas paráfrasis reestructurantes calibradas sobre la relación entre el terapeuta y
Camila.
T.: ¿La duda de no soportarse más, le hace pensar en cómo
poder estar lejos también de sí misma?
P.: Lo he pensado algunas veces seriamente, pero la idea
me asusta y no me parece justo…
T.: Así, en el intento de resolver el problema del fastidio
a través de la eliminación de lo que le molestaba externamente, usted ha cavado su propia tumba y ahora tiene miedo de
caerse dentro (metáfora que reestructura). (La metáfora crea
ya una adversidad sobre la solución tentativa del «corto y
renuncio».)
127
P.: Sí, pero ha de haber algo equivocado en todo esto.
Yo he conseguido muchas cosas de la vida, ¿qué es lo que quiero ahora? ¿Ahora yo estoy equivocada, soy yo la que no funciona?
T.: ¿Sabe?, viendo al situación desde otra perspectiva, parece que usted siempre ha buscado cambiar las cosas a través de
«la eliminación» de personas y situaciones, pero hoy que se
ha quedado sola ya no sabe qué otra cosa eliminar. Siempre ha
buscado abrir todas las puertas cerradas con la misma llave,
afirmando que si la puerta no se abría dependía de la cerradura; ahora duda de que sea la llave la que no va bien.
P.: Usted encuentra frases que reflejan bien mi situación.
Es la primera vez que voy a un psicólogo, pero… yo que normalmente no me fío…
T.: Me gustaría que fuese escéptica también conmigo, no
quisiera que se desilusionara como de costumbre. No se fíe
demasiado de las apariencias. (Utilización de la resistencia,
o, en este caso, utilización del mismo guión de comunicación de la paciente por parte del terapeuta de forma paradójica.)
Las indicaciones terapéuticas van en la dirección del cómo
empeorar, aunque ya desde la siguiente sesión Camila explica que ha aceptado las invitaciones de sus amigos y que ha
salido más, sintiéndose en seguida de mejor humor.
Se profundiza en la solución tentativa de la renuncia drástica, que parece ser el resultado de su incapacidad en modular la relación con las personas de manera distinta del «todo
o nada». Camila o rechaza a los demás porque son absolutamente diferentes a ella o, en la fase inicial de una relación positiva, lo da todo de sí misma, llegando a pensar qué regalar a
los demás y a imaginarse qué es lo que dirán o harán como
respuesta.
Obviamente, se trata de una expectativa desilusionada del
hecho de que los demás no siempre participan tan intensamente en la relación como ella quisiera o desearía.
128
Empieza la fase terapéutica, en la que el terapeuta busca
«hacer que tenga» «experiencias emocionales correctivas», que
abran perspectivas diferentes respecto a las habituales representaciones que Camila tiene de la relación con los demás. Para
este objetivo se le sugiere que no espere demasiado de la fase
inicial, sino que observe, como lo haría un antropólogo que
estudia el comportamiento humano, cómo responden los demás.
El resultado de esta prescripción, que es aceptada y llevada a cabo por Camila, le hace darse cuenta de que los demás
siguen a su lado y descubrir, en cambio, lo exigente que es ella
incluso consigo misma, casi imponiéndose determinados comportamientos en la relación. Presta una atención excesiva y
estresante a lo que hay que decir, en cómo tendría que ser, en
el intento de confeccionar una relación perfecta dentro de la
cual ella debería aparecer: «Fuerte, como siempre, y segura».
Es un intento de esconder todas las debilidades (soluciones
tentativas disfuncionales) y como ella misma declara: «Es cierto, yo evito para que los demás no vean que no soy siempre
como me ven, sino como quisiera ser».
El terapeuta, en la estrategia general para modificar su
percepción de la realidad y su reacción ante ésta, la empuja a
que tenga posteriores experiencias emocionales correctivas
a través de la prescripción siguiente: «Desde aquí hasta la próxima sesión, Camila, quisiera que se expusiera a situaciones
en las que, de forma voluntaria, dirá o hará pequeñas cosas
que los demás podrían desaprobar un poco, desde su punto
de vista. Una especie de inmunización de su miedo a mostrar
su fragilidad y sus pequeños errores. Tendrá que hacerlo voluntariamente».
Vuelve a la cuarta sesión valorando positivamente la experiencia y explicando lo que sigue:
P.: … bien, he aceptado dos invitaciones, ha ido bien, he
estado bien. Pienso que me he contenido y precisamente
por esto también me he equivocado menos. Al estar menos
atenta he hecho las cosas más correctamente. ¡Sí! Por ejem129
plo, esta semana me he tomado unas vacaciones en el trabajo. Una señora me ha felicitado, no sólo por cómo estoy físicamente sino porque estoy tranquila, calibrada. Me interesa
mucho la opinión de otras mujeres; ésta, entre otras cosas,
es muy celosa del marido.
T.: ¿Qué es lo que encuentran las otras en usted que usted
no ve?
P.: No lo sé, probablemente no les gustaría si me mirasen
en profundidad.
T.: Probablemente verían una mujer que nunca está contenta y quizás criticarían que, teniendo lo suficiente, aún quiere más. La verían como alguien que quiere ser superior, casi
soberbia. En cambio, «necesitan» que usted tenga también
alguna fragilidad…
(Silencio.)
P.: Al principio, de todas formas, me dije que no… que
no quería ir a cenar, ésta siempre es mi primera respuesta, pero
después… lo tomé como una medicina… se toma y basta, y
los efectos se ven después.
T.: ¿Ha tenido que esforzarse mucho para no criticarse?
P.: No, tuve la impresión, durante la cena, de no haber pensado mucho en ello, me dije desde un principio: ve, y como
vaya, irá. Tengo que decir que allí no me importaba demasiado lo que pudieran decir de mí. No cometí el error habitual,
el de querer decir como sea lo que pienso. El domingo mis
amigos estaban animados, sabe, después de haber bebido. Yo,
normalmente, cuando hablan de política o de sexo, digo lo que
pienso, lo mantengo porque lo creo y voy hasta el fondo.
Luego se llega al enfrentamiento y entonces cuando vuelvo a
casa me critico por no haber correspondido a mis expectativas, me digo que tendría que haberme callado, no tendría que
haber dicho lo que dije, tendría que haberme comportado de
otro modo… Pienso que me contuve y, precisamente por esto,
me equivoqué menos. Al estar menos atenta hice las cosas más
correctamente. ¡Sí! Por ejemplo, esta semana me he tomado
vacaciones, así que no iré a trabajar… (excepción positiva).
130
Es evidente que las experiencias realizadas han continuado
afectando de modo profundo la creencia de Camila sobre
cómo son o tendrían que ser los demás y sobre cómo tendría
que ser ella, abriendo vías de posibilidades desconocidas para
ella, como el poder permitirse la fragilidad y continuar disfrutando lo mismo, o incluso más.
Ahora estas experiencias se mantienen, dándole también
la indicación acerca de la posibilidad de alguna recaída decepcionante, en el comportamiento de los demás o en el suyo
mismo, desde el momento en que ella, como todos nosotros,
no tenemos el control total de lo que sucede a nuestro alrededor.
La respuesta ha sido que se ha tomado una semana de fiesta y ha cerrado la empresa, y ha descubierto que los clientes
no se han perdido sino que han esperado. Al tomarse un poco
más de tiempo para sí misma ha descubierto que le ha dedicado demasiado tiempo a su hija y que al haber evitado las
situaciones, en cambio, ha generado un vacío de intereses.
El deseo de cambio reaparece, aunque del modo drástico
habitual, como se puede intuir de este fragmento de la quinta sesión:
P.: Sólo tengo un problema ahora, y es el vacío de intereses que me he creado al haberme ocupado demasiado, en mi
tiempo libre, de la familia y de mi hija, casi sustituyendo al
padre. Ahora, por suerte, ya no hay necesidad, pero yo aún
continúo sacrificando la necesidad de ver a mis nietos… tendré que recordarme que solamente tengo libre los sábados y
los lunes… hace años me interesaban otras cosas, hice cursos,
probé muchas cosas, pero ahora he perdido el interés. Las personas que frecuento están lejos de mis intereses… casi pensaba en cambiar de ciudad, mudarme, siento que ha llegado el
momento de cortar con el presente.
T.: … si no me equivoco éste ha sido su modo de actuar
anterior, con la familia, con el trabajo. Siempre o blanco o
negro, los tonos intermedios parecen difíciles para usted…
131
P.: Es cierto, siempre lo he hecho así, pero también he
sufrido a causa de estas decisiones.
T.: … quizás son demasiado radicales; usted pide demasiada capacidad de adaptación a sí misma o, de todas formas,
siempre se ha de demostrar a sí misma que es la más fuerte de
todos…
P.: Sí, siempre he de conseguirlo, siempre he de estar a la
altura de la decisión que he tomado, aunque he de pagar precios altísimos…
T.: … ¿quién impone estos precios?
P.: Siempre tengo miedo de que vean mi fragilidad, como
cuando mi padre me pegaba y yo lloraba de la rabia de haberme puesto a llorar. Tenía que ser diferente a los demás hijos y
aguantar firme. También cuando voy a según qué sitios, tengo experiencias nuevas, lo que no quiero demostrar es que
estoy sola; temo que los demás consideren el hecho de
que estoy sola…
Para ayudarle a modificar este modo de afrontar las novedades, siempre según el parámetro «todo o nada», el terapeuta
continúa en el camino de inducirle a tener nuevas experiencias construyendo un autoengaño distinto del «tengo que escoger lo que me hace parecer fuerte».
T.: Desde hoy hasta la próxima sesión, le invito a que haga un
mapa nuevo de su territorio, lugares, personas, y que explore todo lo nuevo que pueda interesarle. La elección será la fase
concluyente…
El terapeuta propone además un marco de observación:
T.: Desde hoy hasta la próxima sesión quisiera que observase lo que le sucede alrededor evitando preguntarse si va bien
o mal, si es correcto o equivocado, y preguntándose: «¿Cómo
me comportaría, qué haría, dónde iría si tuviese curiosidad
y no tuviera que elegir?».
132
El recorrido terapéutico continúa con fluidez. Camila muestra un humor positivo que persiste, tiene sin duda más cuidado de sí misma, sonríe más. La última prescripción le ha
permitido tener nuevas experiencias, entre ellas una con
un hombre al que encuentra interesante, que la pretende,
aunque:
P.: Un hombre que ha despertado mucho mi curiosidad porque está lleno de vitalidad, es deportista, le gustan las cosas
espartanas, las cosas nuevas, las aventuras. Yo he escuchado atentamente. Nos hemos dado los números de teléfono,
pero después… ha empezado a mandarme mensajes. Esto ha
sido intolerable para mí. ¿Pero cómo un hombre de cincuenta años que apenas me conoce me envía mensajes como un
adolescente? Le he llamado y le he dicho que no me entusiasma mucho utilizar el teléfono de esta manera, también le
dije que me gusta hablar personalmente, que como apenas
nos habíamos visto una vez quería que las cosas fueran con
calma, y que a buen seguro nos volveríamos a ver más adelante con los amigos.
T.: (Sonriendo con ironía) También esto la ha desilusionado. Un solo error y fuera de la lista. Si no son perfectos no los
queremos.
P.: Sí, lo sé, soy demasiado selectiva, basta que las personas hagan una cosa y a mí ya no me gustan. He de cambiar,
usted tiene razón…
T.: Quizás nos se trata de cambiar, sino de encontrar la
medida correcta. A fin de cuentas esta persona le había interesado por algo. ¿Ha sido demasiado impetuoso, en su opinión?
P.: Sí, pero luego lo debe haber entendido, ya no me ha
vuelto a llamar ni me ha enviado mensajes y me ha dejado
espacio…
T.: Lo ve, parece que lo ha entendido y se ha adaptado,
ha cometido un error. ¡Quizás sólo pensaba que a usted le
hubiera gustado y ha intentado verla, equivocándose!
133
P.: Es cierto, habría podido pensar que yo era como
muchas otras. A fin de cuentas después paró. Ve, lo mismo
me ocurre con los demás. U odio o amo, siempre ha sido así.
¿Cómo hago para aprenderlo?
T.: Mientras más da o más espera recibir, más tendrá la
percepción de que le falta algo. Mientras más cava el agujero,
más difícil será encontrar a alguien que lo rellene. Si además
los demás lo intuyen, se asustan, podría parecer una tarea
demasiado dura para ellos…
P.: ¿Pero, cómo se hace para corregir esto?
T.: Desde hoy hasta la próxima vez que nos veamos quisiera que cada día reflexionara, fíjese bien que sólo lo ha de
pensar y no hacerlo, porque aún no es capaz, sobre «¿cómo
me comportaría, qué pensaría, si estuviese segura de que los
demás ven las cosas de manera diferente que yo?».
Es evidente que, aunque Camila no ha modificado de modo
estable su comportamiento, la percepción de la relación entre
ella y los demás ha cambiado radicalmente. Ahora lo sabe
con certeza, porque lo ha experimentado, ha notado que no
son siempre los demás los que no van bien, sino que a menudo es su expectativa la que es exagerada. Ha tenido la experiencia de que las soluciones son muchas y que ella no está
siempre forzada a tomar decisiones obligadas y drásticas, que
puede ir bien aunque no es perfecta.
Las sesiones siguientes consolidan los cambios y Camila cuenta que su bienestar es la enorme disminución de los
días con mal humor. Las experiencias emotivas y de relación
continúan sucediéndose hasta el punto en que tras ocho sesiones, al final del verano, dice que se siente dispuesta a intentarlo ella sola. Esta previsión se mantiene, como se observa
en los encuentros de control posteriores, en los que la paciente confirma la consolidación de los cambios adquiridos a través de las experiencias concretas de la vida.
134
«… los demás son mediocres e ingratos…»
Giulia Maria se presenta a terapia con un diagnóstico de depresión desde hace diez años. Ha hecho varios tipos de terapia
farmacológica, dos intervenciones psicoterapéuticas, entre ellas
también algunas aplicaciones de hipnosis. La suya es una depresión cíclica con breves interrupciones y recaídas, desde su punto de vista, en relación con eventos específicos.
Giulia Maria enseña historia del arte en una academia,
pero la depresión daña su memoria, su concentración, la capacidad de ponerse al día y de preparar los programas de los
estudiantes. Su vida está «recluida» dentro de las paredes
domésticas, donde vive con su madre nonagenaria a la que
cuida ella sola, mientras que todos los hermanos viven lejos
o no se interesan particularmente por las necesidades del
pequeño núcleo. La relación con su madre es muy íntima y
está caracterizada por una fuerte unión, debida sobre todo a
la capacidad de ironía de la anciana, a su capacidad de «soñar
con los ojos abiertos».
La primera crisis depresiva se remonta a unos diez años
antes, después del final de una relación platónica, muy intensa, con un estudiante suyo de quinto curso dotado de una particular sensibilidad, con el que compartía lecturas, poesías, diálogos sobre arte, cartas muy profundas y encuentros furtivos
fuera de la escuela. Todo sin sobrepasar los límites. La relación
continuó también después del examen de graduación del
chico, pero un día él le dio a conocer a su novia y presentó a
Giulia Maria como su «preceptora». Además de los celos por
la chica, que no le parece capaz de mejorarla en cultura y sensibilidad, está desilusionada por el alumno, quien ha demostrado que no está a la altura y que se ha «adaptado» a un nivel
cultural inferior para poder mantener la relación con la chica.
Sobre este hecho le da vueltas cada vez que se ven, dado que su
relación continúa, aunque se ha ampliado también a la chica.
A la pregunta: «¿Usted está más desilusionada de sí misma o de los demás?», Giulia Maria responde: «De los demás».
135
Surge un lamento constante en la relación con los alumnos que, a pesar de estudiar y estar preparados, le parecen faltos de personalidad y de sensibilidad, incapaces de ver matices intelectuales y estéticos frente a una obra de arte. Los ve
como inteligencias mediocres, lo manifiesta a través de las
valoraciones de sus tareas y de sus exámenes. Decepcionada
de ellos, lo denuncia igualmente a los padres. Durante las reuniones de profesores se siente aislada de sus colegas, que aplican valoraciones diferentes y tienen distintas opiniones sobre
alumnos que, en cambio, a ella la decepcionan. Tiene muchas
ausencias y acusa malestar físico y abulia. Se aísla. La división
que hace del género humano está hecha de coherencia, sensibilidad y vivacidad de inteligencia.
Durante la sesión tiene un aspecto descuidado, gentil, muy
sosegada en las descripciones, dotada de fuerte ironía hacia
los demás pero también hacia sí misma. Se establece enseguida una buena relación con la terapeuta, a la que demuestra
apreciar por las «originales» intervenciones. Utilizando el lenguaje figurativo de la paciente, la paráfrasis concluyente se
expresa con esta metáfora: «Usted parece precisamente una
gaviota que intenta vivir en el mar con los peces. Sin embargo, gaviotas y peces pertenecen a dos elementos distintos, tienen solamente un punto de contacto en común, que es la
superficie del agua. Los peces no pueden vivir en el aire y
las gaviotas en el agua».
El efecto rompedor es inmediato, la cara se abre con una
sonrisa que revela una «iluminación». Permanece callada y
pensativa. La sesión se cierra creando un vínculo con la metáfora y pidiéndole que piense cada día en esta imagen.
En la siguiente sesión afirma que está un poco mejor y
que no espera constantemente algo del comportamiento de
los demás, sobre todo en cuanto a la inteligencia. Es únicamente más consciente de que los demás no han de ser como
ella y que hay un motivo por el que se siente a disgusto con
los demás. La conclusión es que se siente sola y aislada. De
todas formas, la soledad la deprime.
136
La continua referencia de Giulia Maria a la metáfora de
la gaviota y los peces permite a la terapeuta utilizarla como
trama para bordar nuevos motivos que induzcan la evolución
del cambio. De este modo se desarrolla el tema de las gaviotas que, a pesar de ser animales sociales, vuelan solas o en bandada. Se provoca la búsqueda de otras gaviotas a través de la
exposición a nuevas experiencias sociales, que llegan puntualmente, no sin alguna decepción, y que permiten a Giulia Maria
invitar gente a casa, aunque sin salir, a causa de su madre, que
debido al vínculo establecido anteriormente la llama enseguida por teléfono, a causa de un incipiente estado de demencia.
Otro paso importante se debe a la necesidad de invertir
la opinión negativa de quien no es como ella. En clase su malestar es importante, sobre todo con los estudiantes, y se lamenta de que se siente descalificada por éstos, que no estudian su
materia como deberían. Una vez más llega la metáfora para
ayudar a la terapeuta, que se la vuelve a proponer en una y otra
sesión a fin de obtener una percepción diferente de la realidad
y, en consecuencia, una diferente reacción conductual. «¿Cómo
podría la gaviota pasar más agradablemente su tiempo cuando, por necesidad, ha de pasar un cierto tiempo en la superficie del agua junto a los peces?» La respuesta se hace esperar,
pero llega: «También los peces pueden saltar fuera del agua por
algún instante y disfrutar del mundo que hay fuera».
La prescripción es pensar cada día en esta posibilidad.
En la siguiente sesión Giulia Maria habla de lo que, a veces
un poco torpemente, ha hecho para estimular a los estudiantes a seguir su materia: ha organizado una clase junto con el
profesor de literatura, ha proyectado diapositivas, pasado películas y documentales de arte. Parece que los estudiantes lo
han aceptado; su respuesta también ha modificado la opinión
negativa que tenía de algunos alumnos, mejorando su relación con ellos. Entretanto ha empeorado el estado de salud
de la madre de Giulia Maria y, por primera vez en su vida, ésta
piensa en la posibilidad de estar sola. Compra y hace arreglar
un apartamento con la idea de que ésta será «su» casa, lo arre137
gla con un gusto refinado y con piezas de diseño. A la muerte de su madre, que sobreviene poco después, se establece
en su nueva casa. La ausencia de la madre le pesa muchísimo;
la soledad de relación en la que se encuentra la empuja a ir
todos los días al cementerio a hablar con su madre y explicarle lo que le ha ocurrido durante el día. El luto es duro de soportar y el desánimo es tal que hace temer una peligrosa recaída. Añora de su madre la punzante ironía y el sentido del
humor. Se encuentra como una gaviota solitaria en un mar
poblado de peces, pero, casi de forma inesperada, va a la búsqueda de viejas amistades. Lentamente la vida de relación se
vuelve a animar de caras conocidas, que se habían perdido:
otras gaviotas que ella nunca había buscado.
C UANDO LA DEPRESIÓN SE CONSTRUYE
SOBRE OTRA PATOLOGÍA
Telefonea un hombre varias veces seguidas para pedir información sobre nuestro enfoque («Sabe… es el último recurso…») y para concertar una cita para su hermana, «gravemente deprimida desde hace doce años». Define la dramática
situación: la mujer, tratada con psicofármacos, repetidas hospitalizaciones, diversas psicoterapias, no muestra ninguna
mejoría y la situación es de tal calibre que la mujer, incapaz
de llevar a cabo las tareas domésticas, se ha separado del marido, como muchas otras veces. En la actualidad vive, aunque
en una situación temporal, pero que se está convirtiendo en
definitiva, junto a la familia del hermano. El marido se mantiene al margen de los intentos terapéuticos, de éste y de los
anteriores, ya que para él son una pérdida de tiempo y de dinero, desde el momento en que «como en todas las cosas, ¡basta con la buena voluntad!».
La mujer tiene cerca de treinta y cinco años, de aspecto
mediocre, no precisamente descuidado, sino anónimo, como
el de quien limita al mínimo el cuidado personal. Tiene una
138
expresión casi atónita, inmóvil, en un rostro en el que lo único vivo son las lágrimas, que brotan copiosas. Se sienta diciendo, con voz débil pero clara: «Ya no quiero vivir más… Me
da miedo vivir…». Su depresión —explica— empezó con el
matrimonio, doce años antes. Lo que, según ella, tenía que
ser una fábula —o su ilusión diremos nosotros— por supuesto con final feliz, se reveló como un infierno. Sin embargo, no porque el marido, el Príncipe Azul, fuera un Barbazul,
sino porque era incapaz de arreglárselas con las obsesiones
compulsivas de ella. Atormentada por la idea de la suciedad
que, abundante e incontrolable en el mundo exterior, podría
contaminar su casa, se sometía a costosísimos rituales de limpieza, que el marido, incapaz de comprender el grado de sufrimiento de ella, interpretaba como «caprichos» que se debían
a la «poca voluntad» de hacerlos desaparecer. Él continuaba
insistiendo en la buena voluntad y ella en intentarlo. Su incapacidad de liberarse de las obsesiones con la buena voluntad
volvía cada vez más rígido al marido en su petición: «Era ella
la que no hacía lo suficiente… era ella la que no se esforzaba demasiado». «No lo suficiente» tampoco para merecer la
maternidad. Y ella lo intentaba aún «más», en una escalada,
como diría Watzlawick (1998), hacia un fracaso garantizado. Cuanto más intentaba ella complacerle, menos lo
conseguía; cuanto más esperaba, ilusionada, que al menos
él aceptaría sus esfuerzos, más se condenaba a una decepción
hiriente, primero en relación con él, reacio y refractario a considerar su esfuerzo, después en relación consigo misma, incapaz de complacerle lo suficiente. Estaba ilusionada por vivir
en una democracia y se había encontrado en una dictadura.
Ésta fue la fuerte reestructuración utilizada en la primera
sesión.
En esta situación, la incapacidad en «controlar» el trastorno compulsivo se convierte en el terreno sobre el que se
desarrolla, como ilusión-desilusión, el trastorno depresivo. «Creía que él consideraría mis esfuerzos… en cambio…
Creía que lo conseguiría, imponiéndomelo… en cambio…».
139
Aquí la ilusión consiste en creer que el otro nos entiende por
nuestra patología.
En este caso fue necesario trabajar en primera instancia
sobre la depresión, para afrontar, sólo después, el problema
de las compulsiones. La depresión, aquí, puede verse como el
efecto de la incapacidad de controlar otro problema, que
adquiere un valor dramático en una relación de pareja. Los
efectos son globales y comprometen totalmente las capacidades de gestión de la vida diaria.
La reestructuración, expresamente «dura», de la primera
sesión, iba dirigida a dar una clave de lectura diferente de la
mortal «trampa para dos» construida en el transcurso de los
años. De «él es un hombre cruel» a «he hecho mal mis valoraciones». De «soy incapaz de complacerle, en cuanto mis
esfuerzos…» a «quizás… más que complacerle, tendría que
aprender a manejarle…». Una vez cambiado el ángulo de
visión del problema, puede surgir la rabia y ésta puede encauzarse ad hoc, a través de prescripciones precisas (el «diario de
la rabia», por ejemplo, donde se canalizan todos los sentimientos que no se han expresado, porque se consideran peligrosos para las relaciones, pero que provocan sensaciones de
implosión en quien los experimenta). Como decía la escritora francesa Marguerite Duras en su novela El dolor, «si no
escribiera hubiera sido presa del alcohol… escribir a pesar de
la desesperación, más bien con la desesperación…».
Así, como en un delicado «juego de Shanghai», el terapeuta continúa interviniendo en el mecanismo disfuncional
dominante, que da lugar a respuestas patógenas presentadas en aquel momento por la persona, con independencia de
la «causa inicial». En este caso, ejemplar, primero se actúa
sobre la depresión, aunque es un efecto del impedimento
de la patología compulsiva. Una vez resuelta la sintomatología depresiva, que aquí presentaba importantes implicaciones sistémicas (familia y familia original de la mujer), se
continuó con otra terapia para los síntomas obsesivo-compulsivos, siguiendo los protocolos específicos de interven140
ción (Nardone, 1990, 1993, 2003, 2004). Es evidente que el
tiempo, en este caso, se duplicó. La terapia se concluyó positivamente en cerca de dos años, incluidos los controles.
… para resumir
El iluso desilusionado de los demás es víctima de los
demás.
Creencia original: Utopía positiva, o «No hay, o no
debería haber, problemas con los demás…»
Resultados de la ruptura de la creencia: Los demás me
han traicionado o decepcionado, los demás me han llevado al sufrimiento, por la decepción, superficialidad,
ingratitud, maldad…».
Solución tentativa: renuncia, rindiéndose y delegando en los demás la solución a su propio problema.
Estratagemas que apoyan las maniobras terapéuticas:
«Contraponer lo lineal con lo circular», «torcer para
enderezar», «mentir diciendo la verdad».
Prescripciones: reestructuraciones y paráfrasis, «cómo
empeorar voluntariamente…», «diario de la rabia»,
«ritual familiar», «connotaciones positivas» (lógica
paradójica del saturar para romper), «cómo si…»
(lógica del añadir para cambiar).
141
CAPÍTULO 9
M ORALISTA
Nuestros rencores derivan del hecho de que,
al permanecer por debajo de nosotros mismos,
no hemos sido capaces de alcanzar la meta.
Esto nunca se lo perdonamos a los demás.
ÉMILE CIORAN
La definición expresa ya con claridad el hecho de que nos
encontramos con personas que creen tener conductas honestas, correctas, personas que unen estrechamente la propia conciencia moral con la ley. Son intransigentes sin apelación en relación consigo mismos, con los demás y con el
mundo.
Sin embargo, ¿cómo hace una persona que se cree tan recta y justa para transformar un valor en una trampa mental?
¿Qué tipo de idea le empuja a soportar, en un torbellino sin
fin, todo el mundo? En este caso se trata precisamente del
mundo en general y de algunos aspectos en particular. El pensamiento absoluto, constantemente expuesto a generalizaciones demasiado banales, se orienta con fuerza hacia posiciones
persecutorias, a veces con auténticas derivaciones en ideas
paranoicas, por las que el mundo se ve únicamente a través de
una mirada sospechosa. Nos enfrentamos a una patología que,
como tal, una vez más, se alimenta con la renuncia como solución intentada. Sin embargo, la renuncia, en este caso, se realiza solamente en el nivel práctico. Como hemos afirmado
varias veces, la renuncia constante pone a la persona en situación de víctima, que aquí se convierte en víctima del mundo. El estilo explicativo del pensamiento es totalmente global, afecta a todo el mundo de las relaciones directas e
145
indirectas de la persona. La renuncia parece ser entonces la
agresión fallida en la confrontación con quien le ha decepcionado o con quien «no es como debería ser». Ésta no es una
interpretación psicoanalítica que tomemos prestada de Freud,
que por otra parte sostenía que la depresión era rabia dirigida contra uno mismo, sino un intento de explicar cómo un
pensamiento tan global e intransigente desde el punto de vista ético puede conducir a la renuncia, en cuanto el objetivo
moralizador resulta imposible. Encontramos, en cambio, una
actividad fortísima en el nivel del pensamiento. Ciertamente
podemos decir que la persona que sufre esta variante depresiva combate con el pensamiento. ¿Cómo? Pretende que los
demás y el mundo sean diferentes. La depresión deriva del
autorreproche y de la recriminación, aguanta el pensamiento
global «hemos de ser justos, correctos, honestos, capaces, etcétera, y el que no lo es debería ser reprochado severamente».
En esta brecha, abierta entre el pensamiento constantemente
negativo y el comportamiento inhibido, se crea el conflicto
que lleva al impasse existencial: o sea, la superación fisiológica queda bloqueada por la percepción de una dificultad
insuperable. «No hay nada que hacer», ésta es la posición
dominante. Las desviaciones morales del «mundo» son ya
incorregibles… y el pensamiento se apoya en fantasías de valerosos adalides que vuelvan a conducir al rebaño al redil. La
fantasía del aliado-poderoso se propone sobre todo en los
pequeños sistemas de la vida diaria. Así, el moralista espera
justicia y firmeza del jefe de oficina o del chófer del autobús
hacia los usuarios indisciplinados, etcétera. Al no poder expresar su desdén, al no poder obtener Justicia (la suya, claro),
vive en un estado de rabia y de frustración constantes, consciente de sus propios límites operativos.
A nivel cognitivo podemos encontrar: expectativas desfavorables, interpretaciones negativas de los acontecimientos, fuerte rumiadura mental. El lenguaje está sólidamente
connotado por reproches, resentimientos y pensamientos agresivos. No estamos en presencia de una baja autoestima, sino
146
de la imposibilidad de actuar, ya que el mundo es más fuerte; de aquí la renuncia en el plano del comportamiento. No
se trata de falta de deseo, sino de deseos imposibles de realizar, en este mundo equivocado e injusto. Una vez más volvemos a encontrar la renuncia en el nivel práctico, que si se reitera en el tiempo, puede adormecer también la capacidad de
desear, con todo lo que de ello se deriva. La patología de estas
personas consiste precisamente en no poner nunca en duda
sus propias convicciones, en virtud del hecho de que parten
de presupuestos intachables, que todos deberían tener, precisamente, para construir un mundo mejor. Es la ortodoxia de
sí mismo, de la propia creencia. Una vez más la posición es la
del que sabe qué y cómo se tendría que pensar o hacer, pero
que ha de renunciar a ello porque es consciente de la propia
imposibilidad de moralizar el mundo; o sea, como decía
Shakespeare, «la conciencia nos vuelve a todos cobardes», hasta el punto de volvernos tan débiles que permitimos a los
demás que nos opriman en un mundo más mezquino…
Estas personas presentan en las relaciones un estilo victimista (Martiny B., en Yapko, 1989, p. 145), evitación social,
rígidos vínculos personales, modalidades que oscilan entre la
pasividad y la agresividad.
En el plano conductual sienten apatía y fatiga, a veces
expresan con claridad que no merece la pena vivir en un mundo semejante.
En el caso del moralista, la ruptura de creencia «original»
está representada habitualmente por un acontecimiento traumático. El moralista puede estar enfrentado con la percepción
de la propia posición de «elegido» («yo soy honesto, correcto, justo, etcétera») más que con la percepción de la deshonestidad ajena («el mundo, los demás, son deshonestos, incorrectos, injustos…») o con ambas, dado que se trata de las
dos caras de la misma moneda, con el resultado de que, en
cada caso, la creencia de base responde a un denominador
común: «Puesto que yo soy justo, soy invulnerable, o puedo
enseñar al mundo a que sea tan justo como yo o, de todas for147
mas, desde el momento en que me comporto correctamente
nada puede sucederme».
Frente al acontecimiento traumático, la creencia «soy
honesto, por lo tanto, nada malo puede sucederme» cambia
por: «Aunque me obstine en cambiar el mundo, es demasiado “malo” para que lo consiga». Del mismo modo, puede existir una eventual rigidez exasperada de la creencia original. En
este caso, aunque no se realice la «ruptura» traumática, el efecto no es distinto. Queda muy clara la creencia que sustenta la
solución tentativa, en cualquier caso de renuncia: yo estoy
en lo cierto, es el mundo el que está equivocado.
Las correlaciones emocionales de esta posición se deben
a: un fuerte componente agresivo que la persona intenta no
sólo controlar sino inhibir, ya que no puede quebrar la imagen rígida de sí mismo, de alguien que no cede a los impulsos. La rabia y el rencor, presentes a menudo, se convierten
en irritación, decepción, frustración, insatisfacción continua.
Esto lleva a un fuerte control ansioso ejercitado sobre uno
mismo y sobre los demás, que puede dar lugar también a
importantes correlaciones neurovegetativas. Si falla la inhibición, generalmente acusada, puede verificarse actings out de
tipo agresivo hacia los demás, que pueden cubrir toda una
escala de peligrosidad potencial.
De los casos tratados que se refieren a esta variante del
cuadro depresivo, hemos observado que el moralista es el producto de la ruptura de una creencia original, podríamos decir
que ingenua, que constituía una certeza para la persona: como
yo me comporto correctamente, también los demás lo harán
conmigo; yo soy leal, también los demás lo son; yo soy honesto, y espero que el mundo lo sea… Basándose, también de
modo inconsciente, en este silogismo tan sencillo, la posibilidad de que la exposición al acontecimiento pueda confutarla es elevada. Así, antes o después, la persona sostenida por
esta creencia se topará con algo que parece que nunca había
previsto. La rigidez del pensamiento, también preexistente a
la ruptura de la creencia, nunca le había permitido pensar que
148
los demás y el mundo pudiesen ser diferentes, mucho peor
de lo que creía. Obviamente no todos los que se encuentran
con estas dificultades se deprimen. El que es capaz de darse
respuestas en términos funcionales, de superar la dificultad
también con el sufrimiento y reactivar un equilibrio psicológico, no lo será. Sin embargo, el que, a consecuencia de este
descubrimiento rompedor y cargado de una decepción insoportable, active la reacción de renuncia (solución tentativa
disfuncional), se dejaré llevar por la creencia de que cualquier
cosa que pueda hacer no es suficiente, y será náufrago del
sufrimiento depresivo. Como dice Seligman (1996): «El modo
en que te explicas a ti mismo cómo ocurren los acontecimientos determina tu realización». Un estilo explicativo optimista interrumpe la realización de renuncia; por el contrario,
un estilo pesimista la amplifica. Por decirlo con las palabras
de Nardone, «cada uno sufre la realidad que se crea».
INTERVENCIÓN EN LA PRIMERA SESIÓN
La persona que lleva el mundo sobre sus espaldas, como Altas
—y en este caso no sólo es un mundo pesado sino también
malvado— no viene a terapia con un objetivo claro, como
sucede a menudo en otros casos, sino para atenuar la excesiva actividad de ideas de la cual no consigue librarse. En un
cierto punto la persona se da cuenta de que tiene esquemas de
naturaleza repetitiva, ya sea en el nivel del pensamiento, ya
sea en el nivel de las sensaciones o del comportamiento, que
no consigue bloquear o mantener por debajo del umbral de
la tolerancia. El círculo vicioso, que mantiene el problema,
tiene un alto coste, en términos relacionales o emocionales, y
el estrés que se deriva a veces llega a ser insoportable.
El coloquio parte siempre de contenidos decididamente
generales y es tarea del terapeuta llevarlo en un sentido clínico, con el objetivo de empezar a introducir elementos de disonancia en la creencia patológica.
149
El diálogo estratégico se desarrolla intentando excluir que
el sentido de fatiga, insuficiencia y desmotivación, que surge en los primeros compases, se deba al resultado de otras
eventuales patologías. La indagación apunta siempre a determinar la solución tentativa que prevalece.
ƒ
¿Usted piensa que nunca ha estado a la altura de la situación, o que desde un cierto punto en adelante las cosas ya
no han funcionado? La mayoría de las personas determina el acontecimiento crítico, aunque remoto, que ha hecho
de ellas unas injustamente derrotadas.
ƒ
La pregunta siguiente puede ser: Cuando se encontró frente a esta dificultad, ¿hizo algo por salir de ella o renunció enseguida? En este caso las respuestas más frecuentes
son aquellas que describen varios intentos ineficaces, a los
que sigue un activo comportamiento de renuncia.
ƒ
La pregunta a formular es: Tras haber renunciado deliberadamente, ¿cree que los demás pueden o deben hacer algo
por usted? También en este caso, la posición que prevalece es la de creer que es correcto no hacer nada, porque
«ahora les toca a ellos» (equivalente a pretendo que les
toque a ellos).
ƒ
En este punto del coloquio puede servir una paráfrasis
que tiene la función de reestructurar. Si no lo he entendido mal, corríjame si me equivoco, por cuanto me ha dicho,
usted se encuentra en esta situación de sufrimiento tras un
acontecimiento preciso, del que ya no se ha recuperado.
Ha intentado afrontar el problema, pero sólo mentalmente y de forma inútil hasta renunciar de forma deliberada.
Sin embargo, en su combate con el pensamiento ha salido
derrotado en lugar de cambiar la situación. Normalmente las personas confirman lo que se ha parafraseado, ya
que se les vuelve a proponer lo que han dicho, aunque,
150
como decía Blaise Pascal «cambiando la secuencia de las
palabras se obtienen resultados diferentes». Si la paráfrasis no queda confirmada, se continúa la indagación hasta llegar a la función que quiere el terapeuta, es decir,
hacer una brecha en una idea rígida. Lo que hemos de
obtener con la paráfrasis es poner en duda la eficacia de la
solución tentativa, es decir, cómo piensa la persona, conjugado a la renuncia. El objetivo siguiente consiste en
hacer emerger la creencia que sostiene su idea. Por lo tanto, hemos de proceder con posteriores preguntas estratégicas.
ƒ
Siendo usted una persona que se define como correcta,
¿siempre ha creído que los demás lo eran, o ya se había
dado cuenta de que las personas no son tan intachables?
La respuesta más frecuente es la que se basa en la deducción: si yo soy correcto, también los demás han de serlo. Por tanto, aunque respondan afirmativamente a la
segunda parte de la pregunta, no pensaban de todas formas que los demás lo fueran en esta medida.
ƒ
Podemos continuar apremiando: ¿Ahora que usted se siente como un combatiente derrotado, piensa que está a salvo o, en cambio, le ha dado al mundo el poder de destruirlo? Dada la situación de impasse, el paciente difícilmente
puede evitar confirmar la segunda parte de la pregunta.
Si esto ocurre, sabemos que hemos inoculado una duda
no irrelevante.
ƒ
La paráfrasis siguiente tendría que sacar a la luz la creencia original. Si no lo he entendido mal, corríjame si me
equivoco, usted siempre ha creído ciegamente que, al ser
una persona irreprochable, también lo iban a ser los demás;
que también los demás tendrían que serlo, exponiéndose
a una condición de gran fragilidad, en sustancia dando
poder a los demás. Ahora está tan mal que su decepción
151
original ya no tiene nada que ver con el acontecimiento,
sino que se ha extendido hasta el punto de hacerle creer
que en las personas, en la sociedad, en el mundo en general ya no hay nada que salvar. En otras palabras, su extremada corrección se ha convertido en su jaula.
Si el diálogo estratégico se ha dirigido correctamente, es decir,
si las paráfrasis han sido confirmadas por el paciente, hemos
abierto un camino en su modo de pensar. Y es precisamente
en esta fractura en la que hemos de construir un nuevo modo
de pensar, que le permita superar las dificultades sin generar problemas psicológicos. Al tener que tratar con una
creencia enraizada, el trabajo clínico se realiza preferentemente a través de reestructuraciones y metáforas que tengan
un fuerte impacto evocador con el objetivo de provocar continuas experiencias emocionales correctivas, que permitan
«romper» una creencia disfuncional, abriendo otros puntos de vista.
ƒ
Podemos añadir una última paráfrasis que incida aún más
en la creencia: Si no lo he entendido mal, corríjame si me
equivoco, ahora usted se sentiría como un combatiente
derrotado por no haber combatido nunca, pretendiendo
sin embargo de los demás su mismo comportamiento íntegro; habría ignorado, de este modo, la variedad de las especies animales que existen en el mundo: las hay que se arrastran, que vuelan… algunas son presas y otras predadores…
¡Piénselo!
El diálogo estratégico, si se ha dirigido correctamente, nos
indica no sólo cuál es la lógica del paciente, sino también, en
consecuencia, qué lógica puede ser más beneficiosa utilizar con finalidad prescriptiva. En qué «libreta» escoger las
estratagemas a utilizar para construir las prescripciones individuales: si entre las estratagemas que «saturan y rompen»
el sistema o entre las que llevan a «añadir».
152
La lógica de la profecía usada por el paciente moralista
nos indica como más útiles aquellas «sintonías» que llevan a
añadir nuevos modos de ver la misma cosa, sin volverla impediente.
Una de las estratagemas que pueden guiarnos en la conducción de la terapia puede ser: «circular contra lineal, lineal contra circular» (Nardone, 2003, pp. 59, 64). En sustancia
se trata de sustituir el principio de oposición por el principio
de complementariedad. Estos pacientes tienen una fuerte relación simétrica con los demás y con el mundo en general, que
alimenta su pensamiento constantemente en combate; sin
embargo, es una simetría que no pueden expresar, ya que han
sido derrotados por la renuncia. La intransigencia y la coherencia consigo mismos no permiten vías de salida respecto a
un proceso de causalidad circular sin fin.
Sin embargo, la estratagema principal, para esta variante,
es «crear de la nada» (Nardone, 2003, pp. 83, 89). Se trata en
este caso de trabajar sobre procesos de autoengaño funcionales, crear una creencia alternativa que pueda tener efectos concretos, porque se la considera verdadera. La necesidad de apoyarse en algo en lo que creer parece que es una característica
del ser humano, que en este caso hemos de explotar para reactivar el equilibrio perdido. La lógica del autoengaño nos sirve, en estos casos, para romper una visión rígida desarrollando nuevos modos de observar. Aquí la ayuda metafórica facilita
su puesta en marcha. «En el mundo, como sabe, hay muchas
especies de animales, en cambio a usted le gustaría una población de una sola especie… digamos como la suya, pero los
animales sólo viven bien si están en equilibrio con el entorno, de otro modo tienden a la extinción. Quisiéramos que
usted se transformase, durante una hora cada día, en un
etólogo que va a estudiar el comportamiento de los animles, intente localizar a los predadores, los herbívoros, etcétera, e intente reconocer lo que hacen o lo que dejan de hacer
para mantener su equilibrio sin extinguirse, y luego nos los
cuenta». La metáfora, es obvio, se refiere al comportamien153
to social del hombre. Aunque la respuesta es de escepticismo
inicial, la prescripción, una vez llevada cabo, comporta siempre la ruptura de la visión global.
Solamente tras haber desmontado la creencia del paciente y haber conseguido el desbloqueo terapéutico de su sintomatología, se puede continuar seleccionando otros tipos de
estratagemas terapéuticas. Es en la tercera fase de la terapia,
la dirigida a la consolidación de los resultados obtenidos,
en la que se puede pasar a indicaciones fundadas en la lógica
del «saturar para romper», cuya utilidad reside en desplazar
al paciente de su posición de defensa, la víctima, para colocarlo en situación de aprender a tolerar los riesgos de la imperfección y de la incertidumbre, además de la incoherencia.
Una de las maniobras más utilizadas consiste, en esta óptica, en ampliar el punto de vista del paciente hasta volverlo
«ensordecedor» para él mismo. Repetimos que estamos de
acuerdo con él, que «esta sociedad está degradada de verdad»
y que necesita estar atento para no querer «pedirle peras al
olmo», como decía un viejo proverbio, «ésta, como usted bien
sabe, es una partida perdida». «Probablemente usted se siente cada vez más enfadado, cada vez que lo pretende: sin embargo, el mundo continúa igual… Y entonces no sólo estará enfadado, sino también derrotado…»
Uno de los puntos clave de la intervención con el moralista tendría que ser interrumpir la generalización del pensamiento: «Son todos iguales», identificando una por una a las
personas objetivo de la red de relaciones del paciente. El objetivo es construir un repertorio nuevo que le permita afrontar
la relación sin renunciar pero también sin agredir. Si se establece una buena relación terapéutica, ahora necesariamente
complementaria, podemos prescribir al paciente que utilice
la técnica de la anticipación, cuando necesite destacar su propio desacuerdo. Otra característica de fondo del moralista la
representa el no exponerse en las relaciones debido al miedo
a no estar a la altura o por miedo a perder el control y volverse agresivo. Por ejemplo, se podrá sugerir, mejor con ilusión
154
de alternativas, que «cada vez que tenga que expresar su divergencia, hágalo, pero poniendo por delante el “parachoques”
a la comunicación que querrá dar, por ejemplo: “Ahora te diré
algo desagradable, pero sabes…”». El objetivo de esta prescripción es que el paciente sea capaz de expresarse, neutralizando la respuesta del interlocutor.
SISTEMA PERCEPTIVO REACTIVO
Moralista
Creencia:
«El mundo no es
como debería ser.»
Creencia que
se incrementa
Combate
«Con el pensamiento,
pretende.»
¡Yo soy
justo!
Creencia
original
Solución tentativa:
renuncia
a nivel práctico
Víctima del mundo
Correlaciones emotivas: control ansioso sobre sí mismo y sobre los demás,
contrapuesto al concepto de tolerancia para sí mismo y para los demás.
155
«… la ingratitud del mundo»
Un perito electrónico de cuarenta y ocho años, casado y con
una hija adolescente, viene acompañado por su mujer y se
queja de un estado de depresión tratado con fármacos desde
hace siete años, pero que ahora ha empeorado porque el marido tiene graves dificultades en manejar su vida diaria y ya hace
casi seis meses que no va a trabajar. El hombre se presenta
poco cuidado y casi desinteresado.
T.: ¿Cuál es el problema desde su punto de vista?
P.: … bah… ya no soy yo, ya no tengo interés por nada
y mucho menos por el trabajo. Y es precisamente ahí donde
empezaron las dificultades. Trabajo en una pequeña empresa
y todo iba bien hasta que el propietario me apartó de un rol
técnico para llevar a cabo funciones de control de producción.
Los operarios, con los que comíamos juntos, parece que se
hubieran coaligado en contra mía. Cada vez que pedía los tiempos o correcciones en el producto me boicoteaban con bromitas mordaces del tipo «ahora ya no te quejas al propietario,
te has puesto de su parte…», y otras de este tipo. Después de
haber probado y vuelto a probar de todas las maneras cómo
manejar la situación llegué a una conclusión: son exactamente gentuza, ingratos y envidiosos, y yo no puedo hacer nada…
T.: ¿Usted ya no consigue afrontar la situación o la situación le ha puesto contra las cuerdas?
P.: La situación, porque si no hubiera cambiado de puesto todo iba bien. Hay que decir que este cambio me ha hecho
ver con qué personas tengo que tratar. Primero no lo había
entendido.
T.: ¿Ahora se siente más decepcionado o traicionado?
P.: Decididamente más traicionado. Los que antes eran
compañeros de trabajo ahora son enemigos potenciales de los
que hay que guardarse las espaldas. Tendría que intervenir
el propietario y sancionarlos, cosa que yo haría con gusto,
pero no puedo. Tendrían que defenderme los sindicatos y, en
156
cambio, solamente defienden la categoría de los operarios,
¡como si yo fuera el propietario! Cada uno va a la suya…
T.: ¿Cree que hace lo correcto o se reprocha alguna cosa?
P.: Lo que siempre me ha guiado en la vida son principios
inderogables de respeto en relación con el prójimo. Sin embargo, ahora veo en la medida de mis posibilidades que, por motivos diferentes, cada uno va a la suya, sin reconocimiento y sin
gratitud.
T.: ¿Usted cree que el único interés que tienen es crearle
dificultades, o están tan faltos de ética que no se dan cuenta
de lo que hacen?
P.: Ahora que me hace pensar son todos tan superficiales
que quizás no se dan cuenta ni tan siquiera de lo que hacen…
T.: Si no lo he entendido mal, corríjame si me equivoco,
usted, a consecuencia del cambio de rol en la empresa, ha descubierto a su pesar la miseria del género humano, la ausencia de valores, de respeto, etcétera (reestructuración).
P.: Nunca me hubiera esperado que este libertinaje estuviese tan difundido…
T.: ¿Además de renunciar a trabajar, con el pensamiento
se ha rendido o combate?
P.: Ya no consigo trabajar (renuncia) también porque pienso continuamente, no lo entiendo, siempre he hecho lo mejor
y pretendería esto también de los demás, pero ahora el mundo es así…
T.: ¿Usted se siente más víctima del mundo o de sus principios?
P. (silencio): … cierto, si pudiera renunciar a mis principios no tendría estos problemas, pero no creo que pueda hacerlo, no quiero rebajarme al nivel de esta gente…
T. (a la mujer): ¿Usted, señora, hace alguna cosa para ayudar a su marido?
M.: Sí, le escucho horas y horas desde hace años, todos
los días, le invito a que no se enfade demasiado, esto es lo que
le digo siempre (solución tentativa de la mujer).
T.: Cuando le dice esto, ¿él está mejor o peor?
157
M.: … mmm… Quizás peor, porque se enfada y ¡dice que
tampoco yo lo entiendo!
T.: Si no lo he entendido mal, corríjame si me equivoco,
usted es como un mártir a quien nadie le reconoce el sacrificio; por otra parte, el mártir se sacrifica en silencio… (reestructuración).
P. (silencio): … quizás es un sacrificio que… no vale
la pena…
Esta última respuesta, cargada de pathos, muestra cómo se ha
roto la rigidez de ideas de la persona y cómo una piedra lanzada con precisión contra un cristal temperado difícil de romper lo ha partido en mil pedazos.
Las escasas sesiones siguientes confirmaron el cambio
concreto. El hombre volvió ha manejar su propia vida con
diligencia y laboriosidad, como era su estilo.
«… lo he dado todo… y he recibido ingratitud…»
Giacomo es un hombre de cincuenta y tres años que acude a
terapia después de que su mujer, pidiendo una cita para ella,
ha expuesto al terapeuta una situación bastante peligrosa para
ella y para su hija de dieciocho años. La mujer pregunta cómo
comportarse con su marido, que ella define como deprimido y que enjuicia también como peligroso debido a sus fuertes enfados y amenazas en sus relaciones (problema definido
por la mujer). El solo hecho de mirar el telediario puede ser
fuente de injurias y aseveraciones como la de que lo único que
tiene que hacer es matarlos a todos. Ella sabe que él tiene armas
aunque están escondidas.
El terapeuta piensa trabajar con una terapia indirecta,
advirtiendo de todas formas a la señora que verifique la existencia de las armas y que pida información a su abogado, para
poder manejar la situación de modo correcto sobre todos los
aspectos del problema.
158
En la siguiente sesión, una semana después, la mujer se
presenta inesperadamente con su marido: él ha decidido venir
de forma espontánea cuando ella le ha declarado que había
pedido ayuda porque tanto ella como su hija están mal. Viene —dice él— porque no quiere que toda la culpa recaiga
sobre él.
Con esta condición el terapeuta lo recibe como un cliente involuntario con el que necesita encontrar un buen objetivo de trabajo para mantenerlo en terapia.
Oficialmente el paciente no es él, sino la mujer.
Al inicio de la sesión, a la pregunta de cómo ve él las dificultades de su mujer y de la hija, se muestra disgustado, pero
afirma que la culpa es suya en parte, siempre está nervioso y
tenso, pero la culpa principal es de la sociedad que han cambiado su vida.
Diez años antes la fábrica en donde trabajaba cerró dejándole en el fondo de garantía salarial. Él era de los más veteranos, «yo les he dado la mayor parte de mi juventud y ellos me
han tratado de este modo…». El coloquio continúa indagando si él se siente más incapaz o más víctima; sus respuestas
están siempre en la vertiente de víctima, aunque recriminatorias (solución tentativa, posición que construye el problema).
Rabia y violencia latente se manifiestan en palabrotas de las
que pide excusas continuamente, «… pero cuando hace falta,
hace falta…». Sin embargo, Giacomo se bloquea pensativo
después de una reestructuración, del terapeuta, que añade: «Es
un auténtico pecado que nadie haya podido darse cuenta de
sus posibilidades mientras usted se aferraba al dolor y a la
rabia. La rabia transforma el futuro en pasado e impide que
el futuro se convierta en realidad» (Lao Tse, 1993).
En resto de la sesión, de forma inesperada y natural, se
concentra sobre él. Nunca habla de su mujer ni del malestar
de ella y de su hija de forma directa, pero al mismo tiempo las
incluye en su drama utilizando frecuentemente el «nosotros».
La primera sesión termina dando a cada uno la indicación
de que vuelvan y acompañen al cónyuge y, a la mujer en par159
ticular, se le sugiere que «observe y no intervenga», desde el
momento en que su solución tentativa oscila entre el permanecer callada por el temor y el rebatir tímidamente las opiniones de Giacomo cuando está alterado animándole a que
se calme. Esto hace que se enfade más y enseguida la descalifica con un «tú cállate que no entiendes nada…».
En la siguiente sesión, Giacomo vuelve con una actitud
ligeramente diferente, menos agresiva. El terapeuta, frente
a sus declaraciones insolentes sobre lo que le gustaría hacer a todos los que no comparten sus mismas opiniones, repite siempre la misma frase: ¿Sobre qué base los demás hubieran tenido que pensar que usted tenía más recursos que ellos
desde el momento en que lo que tenían delante era un hombre derrotado?
Giacomo reflexiona y está de acuerdo en que en estos
años, en los que ha estado fuera del asunto, en efecto nadie ha
reparado nunca en él.
El terapeuta pregunta si siempre ha sido así y Giacomo
contesta que sí y que precisamente es esto lo que hace que se
ponga hecho una fiera. Los demás se creen siempre que
lo saben todo y él siempre les ha destacado sus errores, «así
dejan de creerse superiores». El terapeuta, con calma y una
cauta sintonía, le pregunta qué es lo que ha hecho en concreto para demostrar cómo hay que hacer las cosas, además de
destacar en qué los demás y la sociedad están equivocados.
La respuesta de Giacomo es un largo silencio.
El objetivo del terapeuta es atraer la atención no sólo sobre lo que ha padecido, sino también sobre las impresiones
que los demás podían recibir de su comportamiento de crítica y renuncia.
«Si usted hubiese podido pensar que toda la rabia que lleva dentro podía ser una nueva oportunidad para cambiar esta
situación, ¿qué se le habría ocurrido hacer?»
A pesar de que las respuestas iniciales sólo están dirigidas a torturar, matar y así sucesivamente, el terapeuta renueva la pregunta diciendo: «¿Qué habría hecho de diferente si
160
hubiera pensado hacer algo por sí mismo en lugar de preocuparse solamente de castigar a los demás y a la sociedad?».
En este punto aparecen deseos no sólo de redención, sino
posibilidades concretas que se descartan enseguida, porque
tendrían como significado volver a ponerse en movimiento y
no culpabilizar al «sistema».
El terapeuta utiliza la resistencia diciendo «que hace bien
en evitar ponerse en movimiento porque podría correr el riesgo de darse cuenta de que no está a la altura; actualmente
siempre puede continuar pensando que usted está en lo cierto y que sabe cómo hay que hacer las cosas, de otro modo
tendría que demostrarlo y, cuando uno obra, siempre corre
riesgos».
En la siguiente sesión vuelve más calmado, explicando
que la sesión anterior ha hecho que tuviera ideas: ha pedido al sindicato volver a trabajar en cualquier puesto aunque
sea en diferentes tareas. Él no es de los que se echa atrás, afirma (la reestructuración de la sesión anterior con una perspectiva girada ciento ochenta grados parece que ha hecho
efecto).
No puede quedarse así, a fin de cuentas si está en casa
nadie sabe nada de él, de su vida. También añade que ha tenido la fantasía de que todos pudieran conocer su desgracia: y
el mayor castigo para la sociedad que le ha querido eliminar
sería constatar que no lo ha conseguido y que ha perdido una
persona de valor.
El terapeuta, manteniendo una actitud bastante indiferente a la noticia, le pregunta cómo es que quiere arriesgarse y
exponerse tanto a su edad. Lo coloca frente a los riesgos de
más rechazos, aunque él afirma que es consciente de ello y
que se ha quedado profundamente «fastidiado» por las afirmaciones precedentes del terapeuta, que hubiera querido también despotricar contra él, pero que no lo ha hecho por no
hacer el mismo juego que el terapeuta y para no darle la satisfacción de hacer lo mismo. (La experiencia emocional correctiva, es decir la percepción distinta del problema, se ha lle161
vado a cabo y en este punto el terapeuta tiene muy claro sobre
qué hacer hincapié para que Giacomo utilice sus recursos.)
Mientras tanto la mujer explica que está mejor, que
Giacomo siempre se enciende con facilidad al observar la negatividad de la sociedad, pero ahora su razonamiento es más
equilibrado; de vez en cuando apaga la televisión e interrumpe ciertas discusiones afirmando que está cansado de enfadarse cuando no puede hacer nada, que a veces es mejor no mirar
y que él mientras tanto sigue con lo suyo.
Entretanto el sindicato le ha ofrecido un trabajo en una
entidad pública en donde tendría que hacer fotocopias y llevar documentos de una oficina a la otra. De forma inesperada, lo ha aceptado.
Vuelve hablando de los colegas de modo crítico, pero
diciendo que él ha de hacer bien su trabajo, de modo preciso,
ésta es su manera de estar «en lo correcto».
Afirma que sentirse un poco útil lo ha vuelto a poner en
circulación y que en casa se enfada un poco menos.
Durante la sesión afirma: «¿Sabe?, la situación en la que
me sentía más inútil en realidad era cuando no aceptaba hacer
nada distinto de lo que hacía antes. Estaba enfadadísimo con
el mundo pero yo no hacía nada».
La tercera fase de la terapia, la consolidación, prosigue
trabajando en la gestión de sus recursos y en su relación con
los demás, entrenándolo a que perciba las situaciones y las
relaciones desde más perspectivas.
Se puntualizan algunas estrategias para que exprese sus
propias opiniones sin suscitar las reacciones negativas de los
demás (indirectamente se trabaja sobre su manera de enfrentarse a los demás).
Giacomo continúa percibiéndose más competente y mejor
que los demás y deliberadamente el terapeuta deja esto como
«arma secreta» para utilizar en la gestión del comportamiento de quien pueda descalificarlo.
Hacia las últimas sesiones el terapeuta le pregunta si hay
alguna cosa en concreto que le ayudaría a demostrar que tie162
ne más poder que antes, citando el hecho de que los grandes
maestros en artes marciales a menudo no necesitan combatir ni armarse, desde el momento en que los adversarios sienten su fuerza y están atemorizados desde los primeros movimientos (la idea era la de hacerle renunciar a la tenencia de
armas en casa, que por otro lado él nunca ha declarado tener).
Tras dos sesiones la mujer explica que Giacomo ha ido a
la policía para informarse sobre el procedimiento para deshacerse de las armas que tiene. La terapia termina en la sexta
sesión. Se hacen cuatro encuentros de control y durante todo
este tiempo (cerca de un año y medio) Giacomo mantiene
su trabajo en el ente público a la espera de su jubilación.
… para resumir
El moralista es víctima del mundo.
Creencia original: utopía negativa que se mantiene,
o: Yo estoy en lo cierto, es el mundo el que está equivocado y tendría que ser diferente…
Creencia que se incrementa: Yo estoy en lo cierto, es
el mundo el que está equivocado y tendría que ser
diferente…
Solución tentativa: renuncia en el nivel práctico, pero
combate con el pensamiento pretendiendo que el mundo sea diferente.
Estratagemas que apoyan las prescripciones: «Contraponer lo circular a lo lineal», «crear de la nada»,
«vencer sin combatir», «mentir diciendo la verdad».
Prescripciones: reestructuraciones (metáforas, aforismos, anécdotas, prioritariamente lenguaje analógico
para evitar la rigidez de ideas), «como si…» (lógica
del añadir para cambiar).
163
CAPÍTULO 10
C ONSIDERACIONES FINALES
El arte de hacer terapia es el arte de persuadir a alguien para
que haga algo diferente de lo que hace o piensa, pero que no
funciona (nos referimos al concepto de soluciones tentativas), o a que haga algo más útil, puesto que lo que hace no
es suficiente.
Para obtener estos resultados con pacientes deprimidos,
como habrá quedado claro en el curso del libro, es necesario
tener presente que, en el plano de la relación y la comunicación, el terapeuta nunca tendría que ser consolador, en
cuanto que esto reforzaría al paciente en su papel de víctima. Debería utilizar, más bien, un lenguaje a veces provocativo y directo, a veces más metafórico y analógico, a fin de
«desclavarlo» de su posición desde el primer coloquio.
El tratamiento, después, como hemos podido demostrar,
tendría que continuar con una secuencia de maniobras terapéuticas que conduzcan al paciente a través de una serie de
experiencias concretas. Éstas, una vez realizadas, llevan a cambiar por completo la percepción de su realidad patológica y
su reacción consiguiente.
Por lo tanto, la terapia se propone como una especie de
danza entre terapeuta y paciente, que prevé toda una serie
de pasos representados por estratagemas terapéuticas específicas y por específicas formas de comunicación, hasta la realización de una armonía de movimiento.
167
Como resulta de la exposición de diferentes casos, las
situaciones y los problemas que las personas traen son diferentes, pero el modelo de intervención permanece igual.
El estudio para la intervención terapéutica sobre la patología está enfocado en cómo funciona y cómo se mantiene
el problema y no en el contenido específico del malestar.
El modelo de intervención para nosotros siempre es el
mismo: romper la creencia disfuncional para después construir otra funcional. El último objetivo es quitar los factores
de riesgo de una recaída: las creencias, casi siempre inconscientes, que activan ideas disfuncionales.
Podemos decir que en tres años de investigación no ha
habido casos de recaídas en pacientes tratados por nosotros.
Es cierto que no podemos excluirlo. Los estudios longitudinales en el ámbito psiquiátrico señalan recaídas también a distancia de tiempos muy largos. Solamente podemos decir que
la técnica de tratamiento es distinta, más eficaz, y esperamos
que también lo sea a largo plazo.
168
CAPÍTULO 11
M ETODOLOGÍA Y RESULTADOS
Tras todo lo expuesto hasta ahora creemos importante presentar los datos estadísticos de nuestro trabajo, que, al responder al criterio de investigación-intervención, está apoyado más por un enfoque empírico y menos por un apoyo
teórico, que es más bien una consecuencia.
En la fase inicial de nuestra investigación hemos utilizado los criterios identificativos de la depresión, basándonos en
parámetros oficiales extraídos del ámbito médico psiquiátrico (DSM-IV). Sin embargo, al ser éstos sobre todo parámetros descriptivos de la sintomatología, no nos han sido de ayuda para la búsqueda de la solución, en cuanto nada nos dicen
sobre la modalidad de interacción que tienen las personas
consigo mismas, con los demás y con el mundo en general.
Ha sido necesario explorar el funcionamiento interno del problema y lo que caracterizaba su persistencia. Utilizando las
intervenciones terapéuticas como «globos sonda» hemos constatado la funcionalidad negativa de la particular tipología de
creencia subyacente en varias «caras» depresivas y de su respectiva solución tentativa de renuncia.
La interacción disfuncional entre la fe en la creencia y la
renuncia consecuente realiza, según nosotros, la persistencia
del problema depresivo.
La etapa siguiente consistía en la posibilidad de formular
un modelo riguroso de tratamiento capaz de solucionar el pro171
blema presentado por el paciente y, como es ahora tradición
—en particular para el grupo de investigación del Centro de
Terapia Estratégica de Arezzo—, llevar a la construcción probada de un protocolo específico de intervención, del mismo
modo como se ha hecho para otras patologías (Nardone,
Watzlawick, 1990; Nardone, 1993, 1994, 1997, 1998, 2003;
Nardone, Verbitz, Milanese, 1999; Nardone, Giannotti,
Rocchi, 2001; Rampin, Nardone, 2002).
El esfuerzo del grupo de trabajo al que pertenecemos siempre se ha dirigido en la dirección de producir modelos de intervención que respondan a criterios epistemológicos de la ciencia actual y por esto con características de repetición,
predicción y eficacia (Ganattasi, Nencini, 1983). Cosa, por lo
demás, no siempre fácil, considerada la complejidad de las
variables con las que se opera en psicoterapia.
El protocolo propuesto por nosotros ha utilizado una
metodología probada, que utiliza la sesión terapéutica como
campo en donde se conoce y se cambia el problema sin dividir necesaria y temporalmente los dos procesos.
El modelo de intervención que proponemos ha sido experimentado en 197 casos, tratados por tres terapeutas en el arco
de tiempo que va desde el inicio del 2003 hasta finales de 2005.
Con frecuencia, las observaciones sobre la tipología de la
intervención que se demostraban más eficaces se anteponían
a la experiencia de las tres investigadoras; en paralelo, obviamente, no faltaron las divergencias y toda experimentación
innovadora de una terapeuta se probaba después por las demás
en los casos tratados.
Esto nos ha permitido la construcción de un protocolo
seguramente imperfecto, pero que esperamos sea mejorable.
A pesar de que los datos expuestos se refieren a la muestra utilizada por las autoras de este libro, muchos otros colegas italianos afiliados al Centro de Terapia Estratégica de
Arezzo, así como otros extranjeros (en España, Francia, Alemania, México, Malta, Hungría, Austria y Estados Unidos)
están aplicando el protocolo con resultados parecidos a los
172
que proponemos y que próximamente se publicarán en diversas revistas científicas.
L A MUESTRA
Sobre 197 casos utilizados como muestra, hemos observado una neta incidencia de casos que corresponden a la variante iluso desilusionado, que en nuestra muestra tiende más al
iluso desilusionado de sí mismo (41%) respecto al iluso desilusionado de los demás (32%). Los moralistas son un porcentaje algo inferior a los deprimidos radicales, pero sumados representan el 27% del total de nuestra muestra. Creemos
de todas formas que estos porcentajes pueden variar con una
muestra más amplia de casos (tabla 1).
Tabla 1. Casos tratados
Deprimido radical
32
16,24%
Iluso desilusionado de sí mismo
80
40,61%
Iluso desilusionado de los demás
63
31,98%
Moralista
22
11,17%
Total
197
100,00%
E FICACIA
Nuestro grupo ha adoptado desde hace años un criterio de
valoración de la eficacia dividido en dos fases
1. Superación del problema (Sirigatti, 1998) antes de las
diez primeras sesiones, es decir, la persona ya no presenta los
problemas iniciales con los que llegó a terapia y declara ella
misma el cambio.
173
2. Satisfacción del parámetro de mantenimiento en el tiempo de los resultados alcanzados, a través de controles a tres,
seis y doce meses desde el final de la terapia.
Tabla 2. Eficacia del tratamiento
Deprimido Iluso desilu- Iluso desilu- Moralista
radical
sionado de sionado de
sí mismo
los demás
Casos resueltos
11 37%
59 76%
38 69%
14 82%
13 43%
9 12%
7 12%
1
6%
4 13%
7
9%
8 15%
1
6%
Casos inalterados
2
7%
2
3%
2
4%
1
6%
Casos empeorados
0
0%
0
0%
0
0%
0
0%
Total
30 100%
Casos muy
mejorados
Casos poco
mejorados
77 100%
55 100%
17 100%
El primer dato relevante es el relativo a los «casos empeorados», que observa un valor cero en las cuatro tipologías depresivas. Si lo miramos junto con el dato de «casos inalterados»,
cerca del 5% del valor medio, podemos decir con certeza que
la intervención estratégica no es ni peligrosa ni ineficaz.
Además es decididamente bajo el resultado relativo a los
«casos poco mejorados», que asciende en torno al 13%, como
dato medio en las cuatro tipologías.
Si analizamos los «casos muy mejorados» encontramos,
en cambio, diferentes porcentajes dentro de cada variante individual de patología depresiva.
ƒ
174
En el deprimido radical surge el 43% y esto podría explicarse como el resultado de una percepción de gran cam-
bio por parte de la persona, que cree, sin embargo, como
dijo una paciente, que «el tiempo pasado de sufrimiento
ahora se ha perdido, no me queda más que vivir bien el
presente», deduciendo que ha superado el problema aunque éste le haya quitado la mitad de su vida.
ƒ
En el iluso desilusionado de sí mismo encontramos, en cambio, una cifra muy baja, el 12%; esto se debe quizás al
hecho de que la persona es capaz de distinguir claramente entre un «antes» y un «después» de la terapia, en cuanto es una persona que, antes del evento crítico, estaba bien.
ƒ
En el iluso desilusionado de los demás encontramos el 12%
de los casos muy mejorados y, como decía un paciente,
«la quemadura ha sido grande, ahora está curada pero las
cicatrices aún se ven, aunque ya no me duelen». Existe,
por lo tanto, la conciencia de haber quedado marcado por
el acontecimiento.
ƒ
El moralista, con su pensamiento absoluto, presenta, en
cambio, una pinza en los datos que se pueden leer como:
o supera enseguida el problema o abandona la terapia (tablas 3 y 4).
En el apartado «casos resueltos» surgen, en cambio, diferencias sustanciales a cargo de las diferentes variantes clínicas.
ƒ
El deprimido radical es el que tiene el porcentaje más bajo
(37%) de casos resueltos y esto precisamente en virtud de
la creencia específica de que siempre ha estado deprimido.
Sin embargo, si leemos este dato con el del apartado «muy
mejorados» alcanzamos el 81% de resultados positivos.
ƒ
El iluso desilusionado de sí mismo responde bien al tratamiento, dato que representa el 76% de los casos resueltos. Es la tipología de pacientes que presenta más obediencia (cumplimiento de las prescripciones).
175
ƒ
El iluso desilusionado de los demás, así como el anterior,
representa el 69% de este apartado. No parece improbable pensar que los datos relativos a los ilusos desilusionados sean el resultado de la necesidad de restablecer
el propio bienestar, perdido a consecuencia de la ruptura
de la creencia, y la consiguiente pérdida de control, tanto en el plano de las ideas como en el emocional. Es, de
hecho, la categoría que solicita más espontáneamente ayuda al especialista.
ƒ
El moralista, portador de la creencia más rígida y categórica, es la tipología depresiva que, en cambio, alcanza el
máximo de eficacia (82%) y el máximo de drop out (abandono de la terapia) (tabla 4) y el tiempo medio mínimo
de intervención, 7 sesiones (tabla 3).
E FICIENCIA
Aunque puede parecer sorprendente, los tiempos medios de
tratamiento (tabla 3) de los casos definidos como deprimido
radical (8 sesiones), caracterizados por ideas de una fuerte
rigidez, sostenidas por la creencia de «haber estado siempre
así» o de haber llegado a serlo por lesión o enfermedad biológica, son realmente bajos respecto a la categoría de los ilusos desilusionados. La explicación más plausible, precisamente porque lo han dicho los pacientes, es la de que han advertido
inmediatamente el indicio del cambio, dado que antes nunca
lo habían experimentado tan claramente. Esto parece haber
puesto en marcha el mecanismo de obediencia, que ha facilitado todo el proceso terapéutico. Por el contrario, en esta
variante ha habido una mayor solicitud de controles por parte de los pacientes (5 de media), por la necesidad de adquirir
seguridad en la consolidación de resultados.
176
Tabla 3. Duración de la terapia
Media de
las sesiones
Media del
seguimiento
(follow up)
Deprimido radical
8
5
Iluso desilusionado de sí mismo
11
4
Iluso desilusionado de los demás
13
3
Moralista
7
2
Distintos son los datos que surgen en las variantes de los ilusos desilusionados: ambos presentan tiempos de tratamiento
decididamente más largos, 11/13 sesiones. Nos parece que
esto no es el producto de la dificultad del cambio o de la resistencia al mismo, sino de la naturaleza misma del problema,
que se basa en la duda. Esto requiere por parte del paciente
una necesidad de «seguridad» del restablecimiento de las funciones anteriores al acontecimiento crítico. Aquí encontramos una mayor disponibilidad a los controles, que a veces han
seguido tiempos más cercanos respecto al protocolo, precisamente porque lo pedían los mismos pacientes.
Sorprende, en cambio, el dato que surge de la variante de
los moralistas, aquellos que están convencidos de que «el mundo tendría que cambiar» para poder estar bien. Éstos, que no
expresan ninguna expectativa de cambio, sino que más bien
se muestran opositores, aparecen, sin embargo, muy receptivos a técnicas sugestivas y reestructuraciones analógicas…
Y los resultados denotan alta eficiencia, 7 sesiones de media
y sólo 2 controles. Por el contrario, en cambio, es en esta
variante en la que encontramos el porcentaje más alto de drop
out. Su posición es categórica: ¡o va bien enseguida o lo dejan!
177
Tabla 4. Drop out antes de la cuarta sesión
Deprimido radical
2
6,25%
Iluso desilusionado de sí mismo
3
3,75%
Iluso desilusionado de los demás
8
12,70%
Moralista
5
22,73%
Si leemos los datos del drop out (tabla 4) (casos que han interrumpido la terapia antes de la cuarta sesión) vemos que éstos
representan cerca del 10% del total de la muestra.
El porcentaje mayor de drop out está en la variante del moralista (22,73%) y del iluso desilusionado de los demás (12,70%).
Ambas variantes se caracterizan por una fuerte propensión
a sentirse víctimas de factores externos a sí mismos, con una
consiguiente menor motivación a asumir una responsabilidad
personal respecto al fuerte malestar psicológico que sufren.
Ninguna sorpresa, pues, frente a la rígida creencia de los
moralistas, que al incrementarse no admite ninguna expectativa de cambio; por lo que, o el cambio se percibe de inmediato y, en este caso habrá efectos positivos, o se abandona la
terapia.
Los datos a nuestra disposición, relativos a los estudios
internacionales sobre los abandonos de la terapia, nos dicen que se establecen en torno al 40%, por lo que podemos
creer que una media de drop out del 10% es realmente muy
baja. Pensamos que esto se puede deber al hecho de que al incidir desde las primeras fases de la terapia sobre la patología,
se reduce el riesgo de abandono de la propia terapia. Solamente en la variante de los moralistas encontramos un porcentaje
doble respecto a la media observada en las otras tipologías,
aunque sigue siendo de todas formas la mitad de la observada
en la bibliografía científica.
Los resultados parecen ser decididamente alentadores.
178
APÉNDICE
Considerando que este libro está destinado tanto al gran
público como al especialista, presentamos en este apéndice
la fiel trascripción de las primeras cuatro sesiones de un caso
dirigido por el profesor Giorgio Nardone en el Centro de
Terapia Estratégica de Arezzo. Esto procura mostrar, como
en un vídeo, el desarrollo del coloquio clínico, con los pasos
terapéuticos detallados y las prescripciones que llevan a la
ruptura del problema que presenta la paciente. El especialista podrá así captar la técnica terapéutica en sus detalles.
El caso ha sido transcrito por Alexandra Belluomini,
estudiante en la Escuela de Especialización en Terapia Breve Estratégica, que asiste a la terapia en calidad de coterapeuta.
PACIENTE : G IULIA
Sesión 1
Fecha: 17.02.2005
Duración: 23 minutos y medio.
Fase de la terapia: 1
181
T.: ¿De dónde viene usted?
P.: De Recanati.
T.: ¡Un buen viajecito!
P.: Sí.
T.: Bien, bien. Giulia, ¿verdad?
P.: Sí.
T.: Antes de empezar he de seguir un ritual.
¿Ve estas cámaras? Todo lo que ocurre aquí dentro se graba en vídeo. Es mi manera de tenerlo
todo bajo control. La doctora, entre una sesión y
otra, lo vuelve a estudiar todo para verificar si
hemos trabajado adecuadamente. La ley de la privacidad, como bien sabrá, prevé que primero se
lo preguntemos, luego tendrá que firmar un
impreso en secretaría. ¿De acuerdo?
P.: Estoy de acuerdo.
T.: Muy bien.
C.: ¿Cuál es el motivo por el que se encuentra aquí?
P.: Bien, estoy aquí porque ahora ya hace más
de diez años que sufro de depresión con intervalos de ataques de pánico, que ahora controlo mejor
respecto a hace algunos años.
T.: ¿Podemos describir mejor qué es lo que
entiende por depresión y qué es lo que entiende
por ataques de pánico controlables?
P.: Bien, empecé a no estar bien en 1994, con
manifestaciones de ansiedad que se somatizaban
a nivel físico. Después de varias exploraciones me
sugirieron terapia psicoanalítica, que mantuve
unos ocho años.
T.: ¡Felicitaciones por la constancia!
P.: Gastando un montón de dinero. Y después
de dos años de sesiones psicoanalíticas dos veces
por semana me llegaron los ataques de pánico con
desvanecimientos. Eran ataques de ansiedad tan
182
Indagación
sobre el
problema
Definición
del problema «depresión y
ataques
de pánico
controlables»
fuertes que hacían que tuviera la sensación de perder la conciencia.
C.: ¿Y en la actualidad? ¿Cómo se presentan?
P.: En la actualidad se presentan algunas veces,
pero me asustan menos, me dejo condicionar
menos. Digamos que son controlables bajo este
aspecto.
C.: ¿Puede prever las situaciones en las que
va a tener estos ataques o le ocurren en situaciones imprevisibles?
P.: No puedo preverlos. Lo noto, me doy
cuenta. Lo noto en los días más que en las situaciones. En el sentido en que cuando noto que tengo la respiración angustiosa, cuando me noto físicamente más cansada, entonces imagino… no
imagino, bueno, me doy cuenta.
C.: ¿Y qué es lo que hace cuando empieza a
notar estas sensaciones?
P.: Nada. Dejo que vengan. Porque, también
al leer sus libros, he aprendido a no oponerme a
ellas. Así que me viene mucho sudor, aún son muy
fuertes en este aspecto. Empiezo a sudar muchísimo, intento concentrar la atención en otras cosas
y luego sudo mucho. Por lo menos no pierdo el
conocimiento.
C.: Así que no le ocurre que evita determinadas situaciones apenas nota que…
P.: Esto lo hice. Estuve un año encerrada en
casa.
T.: ¿Y la depresión, en cambio, cómo la definimos?
P.: La depresión quizás es más fuerte, por lo
menos por lo que a mí respecta, que los ataques.
Creo, eh, después no sé. Digamos que precisamente es la base sobre la que todo lo demás se
alimenta con una cierta fuerza.
Indagación
sobre las
soluciones
tentativas
Definición
del problema «depresión»
183
T.: ¿O sea?
P.: Apatía, desinterés, además en este último
periodo de manera mucho más acentuada.
T.: Renuncia.
P.: Renuncia total, aparte del trabajo. Éste,
demos gracias al cielo, lo veo precisamente como
un elemento que me engancha a la realidad.
T.: Una terapia.
C.: Una ancla de salvación.
P.: Sí.
T.: ¿En qué trabaja?
P.: Trabajo de secretaria en una consulta médica.
T.: Bien, por tanto los ve.
P.: Sí.
T.: Escucha, Giulia, si no le he entendido mal,
nos acabas de decir que empezaste a ir al psicoanalista hace unos ocho años.
P.: No, no, la seguí durante ocho años, la dejé
ahora hace tres.
T.: Ah, bien. Tras dos años de psicoanálisis
aparecieron los ataques de pánico.
P.: Sí.
T.: Ok. Luego la cosa evolucionó y tienes ataques de pánico y depresión.
P.: Sí, sí. Pronunciada. Repito… una depresión pesada.
T.: La situación actual es que tienes momentos sombríos, en los que tiendes a renunciar a todo,
lo único que continúas haciendo es el trabajo porque es tu vínculo con el mundo.
P.: Sí, sí, lo único.
T.: Además, tienes días en los que te llega esta
descarga, notas que la ansiedad llegará hasta el
pánico, sin embargo, cuando llega, dejas que pase
y ya no te desmayas.
184
Paráfrasis
que reestructura:
introducción del
concepto
de renuncia
Resumir
para
redefinir
P.: Sí.
T.: Bien. Ésta es tu situación. ¿Vives sola o con
tu familia?
P.: Me he ido a vivir sola hace poco, aunque
también es un esfuerzo… económicamente
hablando y no sólo eso. Porque la soledad se ha
acentuado… Pero aguanto…
T.: ¿Tienes alguna relación o estás sola?
P.: Bien, las relaciones siempre han sido mi
drama. Porque en las diferentes relaciones que he
tenido siempre me ha sucedido que cuando tengo a alguna persona cerca prácticamente la odio
y cuando está lejos la quiero. Así que cuando está
cerca hago de todo…
T.: Para que se aleje. Y luego haces de todo
para que vuelva.
P.: Sí, sí.
T.: Hasta que las personas se cansan y se van.
P.: Sí, se hartan y me mandan a paseo…
T.: Y tú te quedas sola.
P.: Sí, y no estoy contenta (ríe).
T.: ¿Cuánto hace que estás sola?
P.: No, he cogido el camino mejor en este sentido, es decir, estar con un hombre casado. Por lo
tanto…
T.: Ah, correcto, es cierto, así estará lejos por
definición.
P.: Exacto.
T.: Y cuando ha de haber fiesta, y por tanto…
P.: No hay obligación. Soy buena, ¿eh? (ríe).
T.: Cierto. ¿Estás satisfecha?
P.: No.
T.: Ah, ¡entonces no eres tan buena!
P.: El problema lo he resuelto así.
T.: Lo has rodeado, no resuelto. Has dado vueltas a su alrededor, pero tu problema aún está ahí.
Indagación
sobre el
sistema
familiar y
relacional
Evocar sensaciones
185
P.: Sí.
T.: ¿Cuánto hace que tienes una relación con
un hombre casado?
P.: Seis años.
T.: ¡Uau! Perfecto, eres la única que dura.
P.: Eh, cierto.
T.: ¿Os veis poco o con frecuencia?
P.: No, con una cierta frecuencia.
T.: ¿Os habláis poco o a menudo?
P.: A menudo.
T.: Así que hay una especie de compromiso.
P.: Sí, sí, casi oficial.
T.: Con una persona que, sin embargo, está
casada.
P.: Sí.
T.: Así que, está la mujer y está la novia. Y
tú eres la novia.
P.: Sí, sí, ¡pero de este modo es cómodo!
T.: Para los dos.
P.: Cierto. No es que lo escondamos, eh.
T.: Diría que no. ¿Y nunca os han venido las
ganas o el deseo de ir más allá?
P.: Sí, pero…
T.: ¿Y ahí quién frena, tú o él?
P.: Yo. Más bien no, una vez yo, un par de
veces él, dos veces yo, una él… o sea, es una relación que se basa en la fragilidad, lo sabemos,
pero…
T.: Bien. ¿Y qué es lo que te ha hecho decidir a venir aquí, los libros u otra cosa?
P.: Los libros.
T.: … perdóname, ¿qué es lo que te haría decir,
si cambiase algo, «Gracias, me habéis ayudado»?
P.: ¿Qué es lo que me haría decir…?
T.: «Gracias, me habéis ayudado». ¿Qué debería cambiar para que tú digas «Gracias»?
186
Definición
de los
objetivos
terapéuticos
P.: Bah, el hecho de no despertarme cada
mañana con esta angustia, todos los días. Es una
sensación que quisiera…
T.: Ok. Por tanto, esto es algo completamente diferente de la ansiedad de los momentos en
que…
P.: No, lo que ahora me pesa más, actualmente, es que he llegado —me doy cuenta— a un punto difícil de soportar este sentido de angustia. Porque es pesado.
T.: Ok. ¿Nos puedes describir este sentido de
angustia? Justamente como sensación.
P.: Es un peso, un peso en el estómago y en el
intestino, aquí (indica la zona del estómago). De
ahí no se mueve, es un peso. Es un peso pesado,
precisamente pesado, una sensación de angustia
muy fuerte, de la que después, bien, de esta sensación se desencadena todo lo demás. Es fatigoso, empiezo a estar cansada… es precisamente fatigoso vivir cada día. Por eso también ahora el
trabajo me gusta, pero no encuentro ninguna satisfacción en lo que hago. Aunque se me presentara
Brad Pitt…
T.: No importa quién me lo haga hacer.
P.: Sí.
T.: Así que una renunciadora, te has convertido en una renunciadora, aunque si llega Brad
Pitt…
P.: No, no me interesa precisamente nada.
T.: Renuncio.
P.: Sí, estoy renunciando también a esta relación. Bien, esto es sencillo… bueno, sencillo no
tanto, porque de todas formas estoy muy ligada
a esta persona.
T.: ¿También estás tomando fármacos?
P.: Los tomé un tiempo, luego vi que la situa-
a través
de la
visualización del
futuro
escenario
Paráfrasis
que reestructura:
aún el
concepto
de renuncia
187
ción no mejoraba en absoluto y decidí graduarlos
hasta que los eliminé casi del todo. Ahora estoy
tomando media pastilla al día de Eutimil. No sé
si lo conoce.
T.: Sí.
P.: Tomo la mitad y basta. No tomo ansiolíticos, no tomo nada. Los tomaba sólo porque me
invitaron una noche a cenar, bueno, yo evito los
restaurantes, evito la veladas con mis amigos y
los encuentros nuevos no digamos.
T.: Eh, cierto.
C.: Pero ¿todo esto lo evitas porque precisamente no tienes ganas ni estímulos para salir, o
porque temes que luego te venga la ansiedad y por
tanto…?
P.: No, precisamente no puedo. Me siento
profundamente mal, cosa que ha empeorado en
los últimos años, porque antes… no sé… a cenar
con una amiga si que iba sin ningún problema,
o con los amigos, porque yo además, es raro, pero
tengo también una gran cantidad de amigos…
pero bueno, yo tengo mi feudo, y ellos son bien
recibidos en mi feudo, pero yo no salgo de él.
T.: Ok, bien, pero ella te estaba preguntando…
P.: El motivo, me decía, ¿verdad?
T.: Sí.
P.: Una sensación de malestar.
T.: Sí, pero este malestar, es importante aclararlo, ¿es porque piensas que los demás te critican,
te rechazan, o eres precisamente tú la que tiene este
peso, esta angustia, y no te apetece estar allí?
P.: Precisamente no me apetece.
T.: Por lo tanto, eres tú quien renuncia activamente en este caso.
P.: Sí, sí, renuncio. Además, el último episodio fue una velada, allí me hizo mucho daño…
188
Indagación sobre
la evitación a través de
preguntas
con ilusión de alternativas
bien, es el motivo por el cual aún me he hundido
más, quizás esto podría ser importante. Era un
sábado por la noche, tenemos un estudio médico y el fisioterapeuta celebraba su cumpleaños.
Por lo tanto, estaba con gente con la que estoy
todos los días, de la mañana a la noche, y donde
realizo mi trabajo de manera bastante normal…
Era esta fiesta de cumpleaños, a la que me invitó este chico, también un poco… no insistiendo,
pero diciendo «me gustaría que vinieras, estoy
contento…». Yo le dije enseguida que no, primero, le dije «total es inútil que te diga que sí y luego no vaya», luego, en cambio, me llamaron
a dúo, diciéndome «venga, ven…», y al final me
dije: ¿por qué no? Entre otras cosas se trataba
de una persona, libre (lo subraya con el tono de
voz), que me gusta también. Así que me invitó,
digo, precisamente él, bah. Me arreglé, me maquillé, me puse las lentillas, cosa que no hacía desde años, luego cuando me llamó y me dijo «estoy
llegando», dije «mira, no voy por nada». Y ahí
fue la enésima vez, desde entonces ya no me he
recuperado.
T.: Lo creo. Ok. Esta renuncia tuya, que como
escribía Goethe es un suicidio diario, ¿es algo que
crees que te protege de otras cosas más peligrosas
o solamente es fruto de tu incapacidad?
P.: Yo la veo como fruto de una inseguridad
mía muy profunda.
T.: Ok, por lo tanto en este caso no se trata de
una renuncia decidida.
P.: No.
T.: Es una renuncia repentina.
P.: Sí, sí, es muy repentina.
T.: Ok, bien. Ok. Sería como decir que en realidad no eres quien ha escogido renunciar a estar
Evocar
sensaciones
Paráfrasis
que reestructura
189
en medio de la gente porque no te guste, porque
no te va, porque pienses que es lo mejor, sino sencillamente porque tienes una inseguridad tal que
el malestar es superior al posible placer.
P.: Sí, sí, noto una emotividad precisamente
infantil…
T.: Por lo tanto, el malestar experimentado al
ir es superior al posible placer. Y esto va aumentando, aumentando, aumentando.
P.: Sí.
T.: Y la confirmación ha sido que te invita uno
que te gusta, que es libre, te vistes, te preparas,
te engalanas y luego dices «no voy».
P.: Sin embargo, luego estoy mal.
T.: ¡Eh, lo imagino!
P.: Por lo tanto, todo esto hace que me enfurezca aún más, porque me digo: «Pero, disculpa,
lo has escogido tú, ¿por qué motivo encima lloras?»
T.: Porque no es una elección, porque es
repentina. La respuesta la acabas de encontrar. Tú
no eliges, sufres.
P.: Mmh…
T.: Sin embargo, perdóname, ¿el malestar
que experimentas, o que temes experimentar,
cuál es?
P.: Es una sensación. No lo sé, no es concreta.
T.: Siempre aquella sensación de angustia en
la barriga…
P.: Sí.
T.: Ganas de escapar, ganas de aislarte…
P.: Sí.
T.: Aquí no puedo estar, aquí estoy mal…
P.: Sí, no. Siento como si molestara.
T.: Ah, ok. Sientes que eres un peso.
P.: Sí.
190
Resumir
para redefinir
Evocar sensaciones
T.: Sientes que molestas.
P.: Sí.
T.: Sientes que los demás no te quieren.
P.: Sí, siempre ha sido así, eh.
T.: ¿Sientes que los demás te rechazan?
P.: Sí.
T.: Ok, por lo tanto tú eres una persona que
se siente siempre fuera de lugar, fuera de tiempo.
P.: (Asiente)
T.: Ok. Entonces podemos decir que tu renuncia, que es repentina, en realidad es una defensa a
meterte en circunstancias en las cuales te sientes
criticada, rechazada, fuera de tiempo y fuera de
espacio.
P.: Sí.
T.: Es algo bien distinto.
P.: (Asiente)
T.: ¿Y últimamente no te ha sucedido nada
diferente? Alguna situación en la que, sin quererlo, hayas sentido cosas diferentes.
P.: Por desgracia, no.
T.: Ok. Podemos decir que has sido muy buena en renunciar y construirte la confirmación a tu
hipótesis inicial.
P.: Sí, sí.
T.: Ok. Bien.
P.: Sí, en esto consigo ser muy inteligente.
T.: Ah, sí, muy bien, ¿no?
P.: Hábil, sí, sí.
T.: Hábil en tu incapacidad.
P.: Exacto.
T.: Ok, muy buena. Entonces, nuestra hábil
incapaz, pienso que estás de acuerdo con nosotros en que si quieres mejorar has de cambiar alguna cosa, pero hemos de actuar muy tranquilamente, porque, si no, no serías capaz de hacerlo, ¿ok?
Paráfrasis
que reestructura
Resumir
para redefinir
Indagación
sobre las
excepciones al problema
Evocar sensaciones
Acuerdo
sobre la
modalidad
terapéutica
de intervención
191
P.: (Asiente)
T.: Muy tranquilamente.
P.: Sí.
T.: Bien. Entonces, tú has leído los libros y sabes
que te daremos unas indicaciones. Hay que hacerlas aunque puedan parecer extrañas o banales.
P.: No, no, esto no me asusta.
T.: Nosotros nos daremos solamente diez
sesiones de tiempo y no diez años, ¿ok? Y si no
vemos ningún resultado seremos nosotros los que
lo interrumpiremos.
P.: Ok.
T.: Al llegar a la décima sesión valoraremos
si hemos cambiado las cosas importantes o no, y
está claro que si no hemos terminado continuaremos. En la mayoría de los casos se desbloquea
antes, pero no sabemos si será tu caso, veremos.
Cada persona es un caso en sí mismo. Bien, bien.
P.: Estoy perpleja porque la sola idea me produce una gran alegría.
T.: Bien. Entonces tenemos dos tareas para ti.
Una te la sugerirá ella, es una pregunta que has de
hacerte cada día, una pregunta teórica; la otra te
la propondré yo y es, en cambio, un a tarea un
poco más particular y personal. ¿Ok?
P.: Sí.
C.: Lo primero que te pedimos es que cada
día te hagas esta pregunta, que te va a parecer un
poco extraña. Tendrá que preguntarte cada día:
«Si yo quisiera de forma voluntaria empeorar mi
situación, no mejorarla sino empeorarla, por tanto cortar aún más los caminos, cerrarlos aún más,
¿qué tendría que hacer o dejar de hacer, pensar o
dejar de pensar, para empeorar voluntariamente
mi situación?». Por lo tanto, valoremos primero
cómo se puede torcer más tu situación para des192
Doble
vínculo
terapéutico
Prescripciones
«Cómo
empeorar»
pués encontrar el modo de enderezarla. Sin embargo, por favor, no has de poner en práctica los
modos que encuentres. Solamente has de hacerte la pregunta y dar todas las respuestas, cada día
pensar en cómo de forma voluntaria podrías
empeorar tu situación. Luego nos traes todas las
respuestas.
P.: Ok.
T.: Sabes, en la práctica tú ya lo has hecho bastante bien. Ahora se trata de una pregunta sólo
teórica. Como podría voluntariamente empeorar todavía más. Qué debería decidir hacer o no
hacer, pensar o no pensar. ¿Ok?
P.: Sí, comprendo.
T.: Segunda tarea. Tú has dicho que nunca te
sientes a la altura, te sientes fuera de lugar, fuera
de espacio, fuera de tema, fuera de todo, ¿ok?
P.: (Asiente)
T.: Y que a menudo te sientes criticada y
rechazada. ¿Ok?
P.: Sí.
T.: Bien, quisiera que prestaras atención en
estas dos semanas, en la vida que lleves, normalmente, sin ir a buscar nada, a las señales claras que
encuentres en los demás que te indican que aquella persona te critica o te rechaza.
P.: El problema, sin embargo, es que yo, disculpe si me anticipo… ¿puedo?
T.: Claro.
P.: Es que como yo siempre he estado aterrorizada por esta sensación, he actuado precisamente de manera en que todos me quisieran.
T.: Ah… tus amigos.
P.: Yo soy siempre la que está disponible, la
experta, la que siempre está dispuesta a cualquier
cosa que me piden del trabajo. Así que señales no…
Antropólogo:
«busca en
los demás
signos
de crítica
o rechazo»
193
T.: ¿Puedo utilizar una palabra fuerte?
P.: Sí, sí.
T.: Prostituta relacional.
P.: Exacto.
T.: Por lo tanto, tú eres una prostituta para
que todos te demuestren «te queremos mucho».
P.: Exacto.
T.: Pero en realidad la mala pasada es que tú
sabes que todos te quieren mucho por lo que
haces…
P.: Cierto.
T.: … pero no por lo que eres.
P.: Cierto. Sí, pero si me encuentro con alguien
que no conozco, si fuera libre, sin que me juzgaran
loca, lo primero que les pediría es: «Disculpa, ¿me
quieres?». Como se lo haría a usted, «¿me quiere?».
T.: Ok.
P.: Yo sé que esto lo llevo dentro, esto…
T.: Ok. Sin embargo, ahora sabes también que
este tipo de estrategia te ha hecho congraciar con
muchas personas, que te quieren, que te aman…
pero quieren a la que tú demuestras ser «haciendo», no a la que eres.
P.: Sí. Esto lo sé.
T.: Y dentro de ti permanece la idea de que «si
supieran exactamente cómo soy todos me rechazarían».
P.: Bien, pero yo me refería al hecho de que
será difícil encontrar señales, porque…
T.: Ok. De hecho cambiaremos enseguida de
tarea.
P.: Yo he sido muy buena haciendo que nadie
pudiera decir ni media palabra de mí.
T.: Esta tarea la quitamos. Y mira, ésta es una
prueba del hecho de que son ciertas soluciones
que proponemos las que desvelan el problema. Yo
194
Evocar sensaciones
Paráfrasis
que reestructura
Paráfrasis
que reestructura
Modificación de la
segunda
prescrip-
te he propuesto una cosa, tú me has contestado y
me has hecho comprender algo que antes no me
habías hecho entender.
P.: Ah.
T.: Lo buena que eres congraciándote con
todo el mundo con tu prostitución relacional. Y
que esto, finalmente, te hace sentir aún más sola
porque si tú tienes amor, afecto, es sólo por lo que
haces, pero no por lo que eres…
P.: Ah, lo sé.
T.: Por lo tanto, esto que te ha ayudado a protegerte, en realidad te ha hundido y continúa hundiéndote. Puesto que esto te confirma aún más tu
incapacidad y tu soledad. Tu estar desesperadamente sola. ¿Ok?
P.: Sí.
T.: Bien… La otra tarea, que era la original, es
que queremos que cojas papel de carta, si es que
no lo tienes, y que cada noche, cuando estés en
casa sola, en tu desesperada soledad, cojas una hoja
y un sobre y me dirijas una carta. Todas las noches,
en la almohada. Tendrá que empezarla con un
«Querido doctor»; luego puedes decirme todo lo
que te parezca, ¿ok?
P.: ¿Todas las noches? (Ríe)
T.: Todas las noches. Puedes hablarme del
futuro, del presente. Utilizo tu guión, ¿ok? Escribe todo lo que te pase por la cabeza. Firma, la cierras y evita releerla. Me la traes. Esto me ayudará a conocerte más que muchas charlas. ¿Ok?
P.: Esto es cansado, ¿eh? (Ríe)
T.: Lo creo. Nos vemos dentro de dos semanas.
ción a la luz
de las nuevas informaciones obtenidas
Resumir
para redefinir
Evocar sensaciones
Prescripción: cartas
al terapeuta
195
Sesión 2
Fecha: 11.03.2005
Duración: 14 minutos
Fase de la terapia: 2
C.: Bien, ¿cómo han ido estas dos semanas?
P.: Muy mal. (Ríe)
C.: ¿Has hecho lo que te pedimos, has pensado en cómo poder empeorar, echar a perder aún
más tu situación? Tú ya eres muy buena, eso ya
lo dijimos la otra vez, ¿pero se te han ocurrido
otras maneras?
P.: No, me parece que ya he hecho bastante.
T.: Ok, pero has localizado los modos a través de los cuales…
P.: Sí, dejarme llevar constantemente por
estos estados de ánimo de tristeza, de desolación,
de…
T.: De renuncia.
P.: De miedo, de renuncia. Son éstos.
T.: ¿Y has continuado dejándote llevar por
todo esto en estas dos semanas?
P.: Sí, pero me he dado cuenta de todo lo que
estoy desaprovechando.
T.: Mmh…
P.: Y por lo tanto, desgraciadamente, tengo
una ansiedad aún más fuerte.
T.: Ok. ¿Pero en este caso es la típica angustia de renuncia depresiva o una ansiedad,
como si dijera, quiero hacer algo pero aún no sé
qué hacer?
P.: No, quiero hacer algo, pero aún no sé qué
hacer.
196
Indagación
sobre los
efectos de
las prescripciones
Pregunta
con ilusión
de alternativas para
la indagación sobre
la ansiedad
T.: Ok. Por lo tanto, de una angustia devastadora y destructiva has pasado a una ansiedad que
te empuja a hacer pero no sabes anclarla.
P.: Exacto.
T.: Ok. Ya es algo, ¿sabes?
P.: Lo sé. Sólo que he estado… efectivamente como sintomatología la ansiedad ha empeorado, de verdad. Cuanto más cuenta me daba de la…
incluso al escribir las cartas, al escribir todos los
días las mismas cosas…
T.: ¿Las has traído?
P.: Sí.
T.: ¿Me las das?
P.: ¿Por qué? ¿Las quiere?
T.: Cierto, son para nosotros.
P.: ¿Ah, sí?
T.: Sí.
P.: Pensaba que eran sólo para mí.
T.: No, son para nosotros.
P.: Las he puesto dentro de los angelitos (el
dibujo del sobre en donde las ha puesto). Se las doy
directamente.
T.: Gracias. Bien, acabas de decir, escribiendo
siempre las mismas cosas. Así que te has dado
cuenta de que siempre escribías las mismas cosas.
P.: Sí.
T.: Y la ansiedad subía, ¿verdad?
P.: Sí.
T.: Sin embargo, como hemos dicho, ésta se
llama ansiedad, la anterior era angustia.
P.: Lo sé.
T.: Hay una buena diferencia.
P.: Sí, porque de todas formas la soporto
mejor…
T.: Bien, y después…
P.: Aunque estoy mal.
experimentada y
paráfrasis
que reestructura
Reestructuración
197
T.: Y además éste es un empuje a hacer, el otro
era un empuje a renunciar.
P.: Espero que sea un empuje a hacer, aún no
estoy en esta fase.
T.: Ok, es lo que queremos hacer.
P.: También yo lo quiero mucho.
T.: Ok. Sabemos que te hemos provocado
ansiedad, y hemos hecho de todo por provocártela. Recuerdas las palabras «la renuncia es un suicidio cotidiano», recuerdas la prostitución relacional…
P.: Cómo no.
T.: Cómo olvidarla, ¿verdad?
P.: La prostitución es una cosa de la que me
he acordado cada día (ríe).
T.: Bien, ok. Ésta era nuestra tentativa de instilar dentro de ti una reacción ansiógena, pero
ansiógena en la dirección del «no puedo estar más
así, no puedo seguir así, ya no puedo estar aquí».
P.: Sí. No, no, esto ahora lo he entendido, ahora el miedo es…
T.: ¿Seré capaz o no seré capaz?
P.: Sí.
T.: Te hemos puesto, como se dice, las brasas ardientes debajo. No has de continuar allí, ¿ok?
Hemos querido desclavarte de esta posición de
renuncia devastadora, ¿ok?
P.: (Asiente)
T.: Bien, y esta ansiedad, ¿dónde la sientes?
En todo el cuerpo, en la barriga.
P.: Uh, tengo prácticamente… bien, el intestino está destrozado por completo. He tenido que
tomar Imodium para hacer el viaje. Y el estómago, tengo los órganos internos que prácticamente están (hace con las manos el gesto de enroscamiento)… como menos y esto es bueno, yo la
198
Reestructuración
Evocar sensaciones
Evocar sensaciones
llamo la dieta del dolor, es la única que funciona,
por lo que… pero estoy muy tensa dentro, precisamente tengo los órganos internos…
T.: Ok, bien.
P.: Físicamente, tengo precisamente los órganos… Los noto todos…
T.: ¿Y tu prostitución relacional ha continuado en estas dos semanas o has intentado modificarla?
P.: No, sinceramente no la he modificado, pero
era más consciente del hecho de, repito, de querer a toda costa que todos me quisieran. Y luego, en cambio… pero saberlo me ha importado
menos, no lo sé… no he hecho nada para que no
sucediese… no, me estoy liando yo sola.
T.: Has dicho una cosa interesante: «Me ha
importado menos».
P.: Sí, me ha importado menos.
T.: Además, ¿no has hecho nada para que te
demostrasen aún más cuánto te querían?
P.: No, sinceramente no me importaba. ¡Pero
no es que no sea importante, eh!
T.: Cierto, sin embargo, digamos, no era tu
tendencia prioritaria el tener confirmación del «me
quieren», «me quieren», «me quieren».
P.: No, de hecho, me importaba menos.
T.: ¿Y alguien a tu alrededor se ha dado cuenta de este pequeño gran cambio tuyo, o no?
P.: No, porque me han visto estar muy mal,
pero por la ansiedad.
T.: Bien.
P.: Cuando me preguntaban «¿qué tienes?»,
yo…
T.: Mmh…
P.: Luego pasaron cosas que… me robaron el
ordenador, por tanto…
Indagación
sobre cómo
va la
«prostitución relacional»
Indagación
sobre la
percepción
del cambio
por parte
de los
demás
199
T.: Ah, la ansiedad se cargó aún más.
P.: No, por aquello no, sinceramente. Como
estoy habituada a afrontar otros problemas, esto…
de hecho todos a mi alrededor estaban preocupados, decían: «Ah, te han mangado el ordenador…». Cierto que a mí malgastar 1.370 euros no
es que… además con el sueldo que tengo.
T.: Cierto.
P.: Pero sinceramente todo este alarmismo…
o sea, es un ordenador, se vuelve a comprar a plazos…
T.: Sabes, el que está habituado a desastres más
grandes, los pequeños ni los nota.
P.: Sin embargo, me veían en este estado… y
todos pensaban que era por el ordenador. Pero,
¿sabe? cuando me… es decir, sinceramente, me
importa, no es que no me importe, porque no es
que yo sea rica, pero estoy acostumbrada a cosas
peores. Así que pensaban que yo estaba disgustada por lo del ordenador.
T.: Ok. Qué cosa tan simpática, ¿ves las atribuciones?
P.: Sí.
T.: Bien. Entonces, has dicho que escribiendo más o menos te has repetido. ¿Cuáles eran los
temas principales?
P.: La desesperación. Me daba pena yo sola.
T.: Ah. Por lo tanto, ¿podemos decir que has
contemplado el esplendor de los desastres que
has realizado?
P.: Sí.
T.: Y los has realizado, ¿eh?
P.: Lo sé.
T.: Hasta darte pena tu sola.
P.: Sí, me daba pena. Me he sentido muy patética.
200
Evocar sensaciones
Indagación
sobre los
efectos de
las cartas al
terapeuta
Paráfrasis
que reestructura,
evocar sensaciones
T.: ¿Que significa patética para ti?
P.: No lo sé. Un ser humano con poca dignidad, no sé como explicarlo. Y no me ha gustado.
T.: Ah, lo creo. Por lo demás, te habíamos
dicho la otra vez, te prostituiste, dabas una imagen de ti, porque si te conocieran de verdad crees
que todos huirían, ¿no?
P.: Mmh…
T.: Por lo tanto te han de apreciar por lo que
haces y no por lo que eres.
P.: Sí.
T.: Bien, bien. ¿Has mantenido este silencio
en torno a todo esto o has hablado con los demás?
P.: No, no. No he hablado.
T.: Bien, muy bien.
P.: Son cosas que escribía.
T.: ¿Has escrito todos los días?
P.: Sí.
T.: ¿Y cuando acababas de escribir, te sentías
mejor o peor?
P.: Peor, pero ayer por la noche de improviso me sentí mejor. La idea de que tenía que venir
aquí me ha… no sé porqué.
T.: Bien. ¿Crees que has agotado la observación de las miserias o aún hay más?
P.: No, aún hay.
T.: Perfecto, entonces tendrás que continuar.
P.: ¿Pero, de verdad las leen?
T.: Tendrás que continuar de aquí hasta las dos
próximas semanas, ¿ok? Esta es una tarea que se
mantiene.
P.: De acuerdo.
T.: Lo otro ya lo has hecho y nos servirá para
avanzar un paso, ¿ok? Y nos servirá para darte
un espacio diario en el que profundizarás de
Resumir
para redefinir
Indagación
sobre si
habla o no
del problema
Prescripciones
Se dan de
nuevo las
cartas al
terapeuta,
pero con el
objetivo de
«observar
sus miserias
201
forma voluntaria en todas tus peores angustias. ¿Ok?
P.: Bien. Esto sí, lo he leído varias veces también en sus libros. ¿Cómo lo hago?
T.: Calma, calma. Las cartas sirven todos los
días para contemplar el esplendor de los desastres
que has hecho, ¿ok? En cambio, esta media hora
de peor fantasía, como la llamamos nosotros y
como habrás visto escrito, sirve para darte otro
tipo de experiencia y tendrá que hacerla después
de comer, pero te lo explica ella (indicando a la
coterapeuta), ¿ok?
P.: Ok.
T.: Mientras lo que te sugiero yo es algo que
va en la dirección de la relación con los demás, lo
de la prostitución relacional. Y, por lo tanto, lo que
quisiera es que empezaras a pensar, por la mañana cuando te levantas, te maquillas, te preparas,
es: «¿Qué haría de diferente hoy, qué me gustaría
hacer de diferente respecto a lo que hago de forma automática, como si ya no necesitase ninguna
confirmación por parte de los demás? Como si
me sintiera libre de expresarme sin temor a las críticas y sin necesidad de ninguna confirmación».
Entre las cosas que te pasen por la cabeza que harías de manera diferente, escoge la más pequeña y
ponla en práctica de forma voluntaria.
P.: La más pequeña.
T.: Sí. Cada día ha de ser una distinta. ¿Ok?
Por tanto, todas las mañanas te preguntarás:
«¿Qué me gustaría hacer hoy de diferente, qué
haría de forma distinta, si me sintiera libre de la
crítica, de la confirmación de los demás?». Escoges la más pequeña y hazla voluntariamente. Otras
llegarán de forma espontánea, pero ésta voluntariamente.
202
y contemplar los
desastres
realizados»
«Como si»
ya no
dependiera
de la opinión y confirmación
de los
demás
P.: Le interrumpo, disculpe. Ha sido precisamente la conciencia de todas formas en las cartas
de tanta inseguridad, precisamente inseguridad total.
T.: Es sobre esto que tenemos que construir.
Utilizaremos ahora el embate de la ansiedad constructiva, ¿ok? Te hemos puesto las brasas debajo
de los pies y ahora hemos de orientar el movimiento en esta dirección, ¿ok?
P.: (Asiente)
T.: Mientras, tendrás un espacio diario posterior, además de las cartas, para meterte en tus
angustias.
C.: Cada día, después de comer, cogerás un
despertador y lo prepararás para que suene media
hora más tarde. Escoges una habitación de tu casa
en la que puedas estar tranquila, cómoda. Bajas
las persianas, te sientas, te pones cómoda, y de forma voluntaria intentas pensar precisamente en tus
peores situaciones, en tus peores incapacidades,
precisamente de forma voluntaria piensa en todas
tus peores fantasías, te abandonas…
P.: ¿En todas las cosas que no consigo hacer?
C.: Todo lo que te provoca ansiedad, angustia,
este peso que notas, piensa en él voluntariamente,
durante media hora, y haz todo lo que te apetezca.
Si quieres llorar, llora, si quieres gritar, grita, piensa voluntariamente en todo esto. Cuando suene el
despertador, stop. Todo se acabó. Sales de la habitación, te lavas la cara, te dejas todos estos pensamientos para la media hora del día siguiente. Así que
media hora para la contemplación de todo aquello
que no consigues hacer, de todas tus incapacidades.
P.: Perfecto.
T.: ¿Ok? Por tanto, tienes tres tareas. Las cartas nocturnas, esto nos sirve para hacer emerger
todas las miserias, para ver todos los escombros,
Evocar sensaciones
Media hora
de «peor
fantasía»
Repetición
de las prescripciones
203
¿no? La media hora de peor fantasía, que es un
descenso a tus infiernos durante media hora. Y
por la mañana, en cambio, te preguntas qué te
gustaría hacer como si ya fueses capaz de no
renunciar, de no necesitar la confirmación ajena; escoges la cosa más pequeña y la pones en
práctica. ¿De acuerdo?
P.: Perfecto.
T.: Nos vemos dentro de dos semanas.
Sesión 3
Fecha: 1.04.2005
Duración: 9 minutos
Fase de la terapia: 2
C.: ¿Cómo han ido las cosas estas semanas?
P.: Bueno, la ansiedad ha desaparecido, y ésta
ha sido una de las sensaciones más agradables que
yo recuerdo en los últimos años. El problema es
que ha sido sustituida por una rabia incontenible.
T.: ¿Una rabia que está en línea también con
aquella ansiedad constructiva de la que hablábamos la otra vez, por lo tanto una rabia que te
empuja a hacer?
P.: Todavía no la sé orientar. La noto mucho,
es muy fuerte, pero no consigo orientarla.
T.: ¿Has continuado escribiendo?
P.: No, ya no he vuelto a sentir la exigencia de
escribir.
C.: Lo has intentado y luego te has aburrido,
y has visto…
P.: Sí, he visto que no… en cambio, me han
servido mucho los ejercicios que he hecho, la pregunta de la mañana y la media hora.
204
Indagación
sobre las
semanas
transcurridas
Reestructuración
Indagación
sobre el
efecto de
las «cartas
para contemplar los
desastres»
C.: Ok.
P.: Porque con la pregunta de la mañana he
visto que en realidad, bueno, éste ha sido el elemento que precisamente me ha hecho disparar
la rabia. Porque, qué es lo que haría si no debiera
dar necesariamente placer y me hubiera pegado
con el primero que encontrara. Entonces he dicho
que quizás hay algo que no va.
C.: ¿Qué es lo primero que se te ocurría cuando te hacías esta pregunta?
P.: Agresión, mucha agresión, pero no física,
esto que después lo he evidenciado en la media
hora. No es una agresión física, es decir, las fantasías, no es que me imagino que me pego con
alguien o que mato a alguien. Es un deseo de herir
emocionalmente. Es algo precisamente fuerte. Tengo ganas de hacer daño dentro. No con una bofetada.
T.: Herir emocionalmente.
P.: Mmh. (Asiente)
T.: ¿Es una revancha por lo que has estado
herida, crees, o solamente el deseo de hacer el verdugo, visto que siempre has estado sometida?
P.: Yo pienso que en el fondo es un mecanismo que siempre he adoptado, es decir, que siempre he notado. Por eso me aparto cuando tengo
cerca a las personas. Porque es en las relaciones,
esto ya lo había visto en el psicoanálisis, y precisamente lo he revivido de manera intensa en estos
días. Que a todos los hombres que he tenido los
he masacrado de verdad psicológicamente.
T.: Que bien. Felicidades.
P.: Sí, sí.
T.: Te has vengado de tus frustraciones sobre
los que te han amado.
P.: Exacto, también me he hecho daño a mí.
Indagación
sobre los
efectos del
«como si»
Indagación
sobre la
rabia usando una
pregunta
con ilusión
de alternativas
Paráfrasis
que rees-
205
T.: Normalmente las personas como tú lo
hacen así.
P.: Sí, sí. Les hago sentir… siempre hay el
deseo de hacerles sentir… precisamente… (hace
un gesto como para decir «una nulidad»). Por lo
tanto, una, dos, tres, cuatro veces y después… más
bien, ya es mucho el que ha resistido un poco. Sin
embargo, bueno, en realidad sólo me he herido a
mí misma. Pero esto continúa, persiste, bueno porque digo que aún no la sé orientar. Pero lo he visto de un modo muy claro en estas tres semanas.
C.: Y más allá de esto, de todas formas, has
llevado a cabo alguna cosa pequeña…
P.: Éstas han llegado de una forma muy espontánea, del tipo de estar mucho más distanciada de
los demás, concederme mucho menos, ser más…
T.: Por lo tanto, ser menos prostituta relacional.
P.: (Asiente) Con los pacientes ser un poco
más firme, hablo del trabajo, eh. Al teléfono si he
de decir algo lo digo, sufro mucho menos, en definitiva.
T.: Ok. Digamos que, por lo tanto, estás transfiriendo un poco aquella ansia destructiva en una
forma de rabia constructiva que te permite buscar menos confirmación continuamente, prostituirte menos y también saber puntualizar.
P.: Sí, puntualizo mucho más.
T.: Y aclarar tus posiciones, poner estacas.
P.: No sólo eso. Pongo un ejemplo estúpido.
Ayer tenía que venir un especialista al estudio, ya
hacía tres semanas que me aplazaba las citas y digo
«mire, tendría que venir igualmente», dice «pero
sabe, tengo una obligación…». En otra circunstancia le habría dicho «no se preocupe, esté tranquilo, lo pienso yo, lo resuelvo yo». Y en cambio
206
Indagación sobre
otros efectos del
«como si»
Resumir
para redefinir
no. Le dije «Mire, venga hoy porque es la tercera
vez que…», que no es propio de mí. Ésta es una
cosa que no es propia de mí.
T.: Bien, muy bien. ¿Y qué efecto te hace ser
capaz de hacer lo que durante toda la vida no has
sido capaz de hacer?
P.: No, me gusta. Sólo tengo miedo de exagerar (ríe). Porque como la rabia la tengo…
T.: Ok, encontraremos la medida.
P.: Quisiera moderar esta cosa.
T.: Bien. Tengo curiosidad por saber esto que
dijiste la otra vez, quiero aclararlo mejor. ¿Al ser
así, los demás cómo reaccionan? ¿Se enfadan o te
aprecian más?
P.: No, me aprecian más.
T.: ¡Espera un poco! ¿Estás descubriendo que
al ser menos prostituta relacional obtienes también más consenso?
P.: Sí.
T.: ¡Aguarda un poco! ¡Qué raro!
P.: Eh, lo sé.
T.: Una última pregunta. ¿Qué sucedía en la
media hora?
P.: Sentía este deseo de refugiarme en una
emoción muy infantil, muy pequeña.
T.: ¿O sea?
P.: La protección… precisamente neonatal,
casi.
T.: Ok. ¿Pero, conseguías estar mal sumergiéndote en todas tus peores fantasías?
P.: Eh, sí.
T.: Bien. Y cuando sonaba el despertador, acababa todo, ibas a lavarte la cara y después…
P.: Estaba mucho mejor.
T.: Ok, lo dejabas todo allí dentro, ¿verdad?
P.: Sí.
Indagación
de los efectos del
cambio en
la paciente
Indagación
de los efectos del
cambio en
los demás
Reestructuración
Indagación
sobre los
efectos de
la media
hora de
«peor fantasía»
207
T.: Ok, bien, muy bien.
P.: De hecho, conseguí vivir algunos días de
gloria, cosa que no me sucedía… o sea…
T.: Bien.
P.: El sábado pasado salí, fui a la playa porque
hacía un buen día. No iba sola a la playa desde hacía cuatro años, ni siquiera en verano.
T.: ¡Uau!
P.: Porque, de todas formas, el espacio abierto me creaba problemas, el calor, el miedo de
encontrarme sola en un ambiente… por tanto,
aunque sólo sirviera para esto ya sería mucho.
T.: Muy valiente. Bien. Estamos verdaderamente contentos.
P.: También yo.
T.: Bien, ahora se trata solamente de mantener este rumbo. Por lo tanto, has descubierto
que al ser menos prostituta relacional ganas también en términos de deseabilidad, puedes continuar.
P.: Tengo mucho miedo por esta rabia, me preocupa, necesito que me ayuden a contenerla.
T.: Ok, la rabia en este caso nos ayuda. Continúa por la mañana preguntándote «¿qué me gustaría hacer hoy como si fuera completamente libre
de esta necesidad de pedir confirmación?» y en
vez de escoger una cosa empieza precisamente a
planear, como ya te ha ocurrido, desde las cosas
más pequeñas, tu jornada en esta dirección.
P.: Sí, esto ya me había ocurrido espontáneamente.
T.: Exacto. Pero continúa haciéndote la pregunta orientada a tu jornada y luego planéala en
esta dirección. Mantén la prescripción de después
de comer…
P.: Sí, eso me gusta.
208
La paciente
ha ido sola
a la playa
después de
cuatro años
Felicitaciones por los
adelantos
Prescripciones: continuar disminuyendo
la «prostitución relacional»
Planear
todo el día
«como si»
Aún treinta
minutos de
«peor fantasía»
T.: ¿De acuerdo? Porque aún ha de hacerte
más efecto. Además, has visto que mientras más
pones allí mejor va fuera.
P.: Sí.
T.: ¿Ok? Muy bien.
P.: ¿Para la rabia?
T.: Calma, la rabia en este momento necesita
ser tu motor. Es como la ansiedad, cuando te dijimos que de destructiva se había convertido en
constructiva. Ahora también la rabia es tu motor.
Cuidado con querer frenarla. ¿Ok?
P.: No es cosa de que vaya a matar a alguien
y salga en todos los diarios (ríe).
T.: Bah, por ahora me parece que expresando
un cierto desacuerdo y poniendo «los puntos
sobre las íes» gustas más, tú lo has dicho.
P.: Sí.
T.: Bien. Nos vemos dentro de quince días, ¿ok?
Reestructuración
Evocar sensaciones
Sesión 4
Fecha: 28.04.2005
Duración: 12 minutos
Fase de la terapia: 3
T.: Bien, Giulia, ¿qué nos cuentas?
P.: Bueno… tengo que darles las gracias porque las primeras sensaciones, las que tienen que
ver con el pánico y la ansiedad, las estoy afrontando mucho, mucho mejor.
T.: ¡Oh!
P.: Y ya es muchísimo.
T.: Estamos contentos.
P.: Mucho.
Indagación
sobre las
semanas
transcurridas
La ansiedad
y el pánico
están bajo
control
209
T.: Bien.
P.: Con las emociones el tema es un poco diferente; las que quizás más tienen que ver con el
aspecto depresivo, que aún me… aún me dejo
arrastrar un poco como una ola.
T.: Sería demasiado bonito si todo hubiese ya
desaparecido.
P.: ¡Si lo hubiera resuelto todo, en efecto! (ríe).
C.: Todavía tienes esta rabia que te empuja…
P.: No, la rabia… me ha empujado más para
afrontar las sensaciones de pánico, que precisamente eran… (se toca la barriga).
C.: De barriga.
P.: Sí. Por lo que me ha gustado mucho. Me
gusta el trabajo que hago a mediodía (la media hora
de peor fantasía). Me da más fuerza durante el día…
T y C.: (Asienten)
P.: Así que veo muchos aspectos positivos.
T.: (Asiente)
P.: No, la rabia ha disminuido.
C.: ¡Mmh! Has planeado tu jornada como si
fuera…
P.: Sí, han cambiado algunas cosas, pequeñas
probablemente.
C.: ¿Qué ha ocurrido de diferente?
P.: Por ejemplo, he zanjado la historia con esta
persona casada con la que salía desde hacía mucho tiempo, y esto no es poco. No es que esté
muy bien, ¿eh? No es que diga «lo he dejado, qué
bien, qué feliz soy». No. Obviamente es una persona que me falta mucho. Sin embargo, he empezado a planear las cosas de manera diferente.
T.: ¿Esto porque te has dado cuenta de que
esta relación, en vez de dejarte levantar el vuelo,
te tenía atada?
P.: Porque era un apoyo.
210
Ir despacio
La rabia
como
recurso
Indagación
de los efectos del
«como si»
Cierra una
relación
no satisfactoria
T.: Ok.
P.: Y por lo tanto, como era un apoyo he quitado otros apoyos que había alrededor. He quitado también algunas responsabilidades que no me
correspondían, ahora veo mucho mejor las mías.
Él me servía también como elemento de desahogo. Es decir… yo siempre he sido una persona que
cuando tiene a alguien cercano, lo dijimos, no lo
quiere, y cuando está lejano lo quiere. Y, por tanto, siempre es un elemento para descargar toda…
la rabia, esta rabia que además llevaba dentro. En
algunos momentos eran insultos terribles… y después era el amor de mi vida, en definitiva. Por lo
tanto, esta dualidad que he enfocado de manera
muy clara me ha llevado también a quitar esta posibilidad de confundir posteriormente las cosas.
T.: (Asiente) Bien.
P.: No es que no le eche a faltar, en absoluto…
T.: Cierto, cierto.
P.: (Ríe) Era cómodo, muy cómodo, uno de
mis bastoncitos…
T.: Eh, ¡cierto! (ríe). ¿Has buscado un nuevo
tipo de muleta o no?
P.: No, de momento no.
T.: Ah. Bien.
C.: Estás continuando con tus piernas.
P.: Sí.
T.: Bien, bien, bien. ¿Y qué has hecho en la
dirección de «me comporto como si fuese completamente libre de la necesidad de pedir confirmación?».
P.: Mmh…
T.: Es decir, ¿has tenido que esforzarte o las
cosas te han venido?
P.: No, las cosas han venido de manera muy
natural. No…
Eliminadas
algunas
muletas
Evocar sensaciones
211
T.: Bien, bien.
P.: Es decir, no he hecho en verdad grandes
esfuerzos para… más bien… también el separarme de esta relación, no me lo he impuesto. También porque para mí imponerme las cosas es algo
muy difícil.
T.: Cierto.
P.: Digamos, me ha venido precisamente dentro una sensación, lentamente, algo que… que no
es… digamos… no diría moral, porque si me hiciera escrúpulos morales… (ríe). Es un aspecto que
en este momento no contemplo…
T.: Ok.
P.: … sin embargo, me ha venido precisamente de manera muy instintiva.
T.: Ha cambiado precisamente tu necesidad,
tu sensación.
P.: Sí.
T.: Bien. Por tanto, no has tenido que esforzarte.
P.: No.
T.: Ha venido.
P.: Sí, ha venido de manera muy…
T.: Bien.
P.: Un poco como vino de manera muy natural el hecho de distanciarme más del trabajo, y
decir, poco a poco, cómo están las cosas…
T.: Sin «prostituirte» continuamente.
P.: Eh…
C.: ¿Has hecho también otras cosas que no
hacías desde hace tiempo? La otra vez nos dijiste que habías ido a la playa después de cuatro
años…
P.: Esto lo he mantenido. Y ha sido muy agradable… además… más independencia con el coche
en general…
212
Redefinición
del cambio
Evocar sensaciones
Indagación
sobre cambios posteriores
Más independencia
con el coche
C.: ¡Ah!
P.: … ¡que no es poco! Porque antes cuando me alejaba del pueblo empezaba enseguida a
tener miedo. En fin, empezaba a decir: «Bueno,
ahora me siento mal. Ahora no consigo volver.
Ahora tengo que llamar a alguien…». Y puntualmente sucedía, porque cuando se convence uno
solo de la situación…
T.: Cierto.
P.: Ahora en cambio no. Ahora estoy más
tranquila en el manejo del coche, por ejemplo.
T.: Bien.
P.: ¡Ah! ¡Voy al supermercado!
T.: ¡Oh!
P.: Eh, ¡ya sé que hace reír!
T.: Cosa que antes no hacías. Bien, has dicho
que en el plano del miedo y de la ansiedad…
P.: Yo sola. ¡He ido al supermercado yo sola!
T.: Bien, bien. Escucha, así que la media hora
del mediodía funciona, ¿verdad?
P.: Sí, pero es dolorosa, eh.
T.: Ah, imagino.
P.: Mmh…
T.: ¿Cuáles son las imágenes que te vienen
más, sobre el miedo o más sobre la vertiente de
la tristeza y la depresión?
P.: No… esta cosa me ha golpeado mucho, de
hecho sentía curiosidad por oírles. No son imágenes, son sensaciones. Y cuando me esfuerzo,
quizás me equivoco esforzándome, pero me digo:
«No, a alguna imagen estará ligado, estarán ligadas estas sensaciones». No lo consigo aún.
T.: Ok.
P.: O sea, yo me noto precisamente… la parte visceral, ésta sí, me la remueven mucho, la noto
concretamente.
Sola al
supermercado
Indagación
sobre los
efectos de
la «peor
fantasía»
Pregunta
que discrimina con
ilusión de
alternativas:
¿imágenes
de miedo o
depresión?
213
T.: Cierto.
P.: Y esto me hace un poco más fuerte porque
además, como les decía, cuando las experimento… quizás… digo: bien… sí, sé lo que es.
T.: Sé lo que es.
P.: Bien. Pero, en cambio, en el tema del pesimismo, esta… no sé como llamarlo, porque la
depresión es precisamente…
T.: Pesimismo cósmico.
P.: Cósmico. No quería utilizar un término
insolente, pero era esto.
T.: Ah, ah.
P.: Ahí aún tengo grandes dificultades.
T.: Ok.
P.: Porque a veces empiezo a preguntarme:
«Total aunque salga de esta situación, para qué,
qué sentido tiene la vida». Estas cosas de adolescente, que en realidad…
T.: ¡Uh! Son preguntas fundamentales para
las que no existe respuesta inteligente, en cuanto
que son preguntas estúpidas…
P.: Bien, precisamente. Qué sentido tiene la
vida, y entonces qué hago, me levanto por la mañana para comer… para irme a dormir… y por
tanto me dejo arrastrar… sobre esto he hecho
poco.
T.: Yo pienso que también en este caso, como
ha sucedido con la relación con aquel tipo, o como ha sucedido por el hecho de haber cogido el
coche, o que hayas ido al supermercado sola, que
has hecho cosas que antes no hacías, nosotros tenemos que hacer de modo que suceda de forma que
parezca espontáneo, ¿ok?
P.: Mmh…
T.: Cuidado con forzar.
P.: ¡Ojalá!
214
Evocar sensaciones
Reestructuración
Evocar sensaciones
Ir despacio
T.: ¡Cuidado con forzarlo!, ¿ok?
P.: (Asiente)
T.: … y el hecho de que notes las sensaciones,
en lugar de ver las imágenes, depende del hecho
de que eres una persona que tiene como canal sensorial propio fundamental precisamente la propiocepción…
P.: Sí, esto es cierto.
T.: Y por lo tanto, está claro que cuando te
sumerges en tu abismo, el abismo lo notas.
P.: Lo noto, de verdad.
T.: No lo ves, lo tocas, te sientes tocada. ¿Ok?
P.: (Asiente)
T.: Bien. Entonces, creo que solamente hemos
de mantener el rumbo. ¿Ok?
P.: (Asiente)
T.: Por lo tanto, mantenemos tu momento de
meditación paradójica, el sumergirte en tus infiernos, el ir a rascar el fondo de tu barril.
P.: Es doloroso, eh, insisto (ríe).
T.: O mejor, el sumergirse hasta el fondo del
abismo, sentirlo en la yema de los dedos, ¿ok?
P.: Mmh… (asiente)
T.: Para luego volver a subir.
P.: (Asiente y sonríe)
T.: Por tanto, lo mantenemos. Así como es
importante que por la mañana continúes siempre
preguntándote: «¿Qué me gustaría hacer hoy…?»,
luego deja que venga. ¿Ok?
P.: (Asiente)
T.: Como has dicho, «qué me gustaría hacer
hoy como si fuera libre…».
P.: Eh, sí.
T.: Muy bien. Como ha sucedido. ¿De acuerdo?
P.: Sí. Ahora empiezo también a tener alguna
pequeña fantasía de un viajecito.
Evocar sensaciones
Prescripciones: se
mantiene
el rumbo
tomado.
Se mantienen los
treinta
minutos de
«peor fantasía»
Evocar sensaciones
Se mantiene el
«como si»
Piensa
viajar
215
T.: Oh, pero espera un poco.
P.: Solamente el pensarlo era imposible, era
aterrorizador. Por tanto, repito, todas son cosas
extremadamente positivas, aunque vivo por un
instante, las sensaciones en las que tengo miedo.
Porque alrededor… (con las manos expresa el
vacío, la falta de apoyo).
T.: (Con las manos hace señal de ir poco a poco)
Cierto. Sabes, salir de un equilibrio, aunque sea
de sufrimiento —es, de cualquier forma, un equilibrio— presupone un desequilibrio, ¿ok?
P.: Eh.
T.: De cualquier forma. Después podremos
construir un equilibrio equilibrado. ¿Ok? Y agradable, sobre todo.
P.: (Asiente) Una última pregunta y luego les
dejo. Total ya sé que no sabrán responderme, pero
se la hago igualmente.
T.: ¡Veamos!
P.: ¿Esta dualidad que vivo, siempre entre el
amor y el odio, por las situaciones, es algo que
entra en la normalidad o es esquizofrenia?
T.: ¡Buena pregunta! Tu pregunta antepone,
como muchas preguntas, una respuesta, pero antepone sobre todo que tener una ambivalencia frente a la realidad tenga ya algo de esquizofrénico.
Pero, en realidad es exactamente lo contrario. En
el sentido de que los locos auténticos ven las cosas
de modo uniforme y constantemente uniforme.
P.: Mmh…
T.: La capacidad de lo impreciso, de la ambivalencia, es para los sanos auténticos. Más bien,
normalmente es para los más dotados. El problema es que a menudo la percepción muy encendida, nuestra capacidad de percibir, y la capacidad
elevada de comprender, la inteligencia, no son
216
Ir despacio.
Redefinición de la
sensación
de desequilibrio
Redefinición: la
ambivalencia como
recurso
ninguna ayuda para estar mejor, sino para estar
peor.
P.: Mmh…
T.: Ahora nosotros hemos de orientarte para
que estés mejor.
P.: Bien, sí.
T.: Hasta ahora tu capacidad ha estado orientada en sentido opuesto. ¿De acuerdo?
P.: Ok.
T.: Nos vemos dentro de dos semanas.
P.: Muchas gracias.
Como ha quedado claro, tras la ruptura del problema que presentaba la paciente, se acaba la primera fase de la terapia. Una
vez extinguidos los síntomas fóbicos, en la segunda y tercera
fase de la intervención, ha habido la consolidación de los cambios adquiridos, al utilizar técnicas prestadas de la lógica del
añadir y orientadas a la solución para la adquisición de nuevas modalidades de respuesta funcional. En lo específico,
hemos asistido a la declinación completa de la «renuncia» y la
consiguiente sintomatología depresiva. Los controles, a los
tres, seis y doce meses, han confirmado el resultado positivo
de la terapia.
217
CONCLUSIÓN
Por G IORGIO N ARDONE
Al final de este libro, incluso el lector más informado sobre
las perspectivas de cura de la depresión podría quedar sorprendido del hecho de que en este estudio surge de modo claro que esta patología, en la mayoría de los casos, es efecto
de alguna otra cosa: otro trastorno invalidante, o un acontecimiento devastador, o una actitud rígida frente a la realidad
que puede llevar al hundimiento depresivo. Todo ello va decididamente en contra de la visión biológica y determinista que
postula la depresión como la «madre» de cualquier otro tipo
de trastorno, debida a una descompensación biológica que
«obviamente» puede recomponerse solamente con un adecuado tratamiento farmacológico.
Es precisamente actual, sin embargo, la publicación de
una investigación del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), llegada incluso a las páginas del popular diario
Corriere della Sera, investigación que muestra cómo han sido
puestos a punto los criterios diagnósticos psiquiátricos del
manual internacional más importante (DSM IV-TR): la mayor
parte de los constructos diagnósticos, incluida la depresión
en sus variantes descritas, resultan estar privados de una rigurosa consistencia científica. Estos criterios de valoración se
habrían formulado sobre la base de investigaciones de institutos financiados por las mismas compañías farmacéuticas
219
que producen los psicofármacos. Es como decir que se construyen criterios diagnósticos ad hoc para los fármacos que se
introducen en el mercado.
Con esto no se quiere sostener que los tratamientos farmacológicos no sean útiles en determinados casos, sino que
opinamos que a veces son indispensables. Sin embargo, cuando es posible intervenir sin los riesgos de efectos colaterales,
a veces devastadores de verdad, y sobre todo cuando se puede evitar construir en la persona o en la familia la creencia, que
se convierte en profecía que se autorrealiza, de estar afectados
por un mal incurable, nos parece obvio tener que intentar primero la curación. Se debería siempre tener en mente a Hipócrates y su sentencia Primum non nocere.
La perspectiva presentada en este estudio responde precisamente a este punto de vista, es decir, el intentar obtener el
máximo resultado terapéutico con intervenciones mínimas y
no invasivas, que reactiven los recursos personales de las personas hasta entonces bloqueados por la patología depresiva.
Los modelos de intervención propuestos, como las autoras declaran ampliamente, son el fruto de una investigación
empírica y de la experimentación de las técnicas terapéuticas
más idóneas para las diferentes variantes de esta tipología. Esta
investigación se ha llevado a cabo utilizando una metodología fecunda, que ha conducido a la puesta a punto de protocolos de tratamiento de elevada eficacia y eficiencia para otras
patologías importantes, como ataques de pánico, trastornos
obsesivo-compulsivos, anorexia, bulimia, vómitos, etcétera.
Por tanto, sin querer contraponerse polémicamente a otras
perspectivas, las autoras proponen, de forma clara y honesta,
el resultado de un estudio riguroso en relación con el tratamiento en tiempo breve de la depresión.
De lo que surge que, en cuanto a resultados, parece innegable la importancia de este trabajo, tanto en el plano de la
eficacia de los tratamientos, como en el del conocimiento de
los mecanismos que contribuyen a que se forme y persista
esta patología.
220
Se podría decir que las autoras, como un moderno Virgilio, guían al lector en un viaje dantesco a través del Infierno de la depresión para hacerle ascender, después, al
Purgatorio de las diferentes formas de intervención terapéutica, hasta la luz del Paraíso que representa la liberación del
llamado «mal oscuro».
221
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